El sábado por la noche vuelvo a lo de Marlon. De nuevo están Jerson y Mayra. Comemos unas pizzas con abundante cerveza, mientras charlamos como unos viejos y queridos amigos.
En algún momento ella y yo vamos al baño, allí me cuenta que la noche anterior no fue la primera vez que hacían un intercambio de parejas con Marlon, de lo cuál yo ya me había dado cuenta, por la forma en que ambos se miraban y sentían. Incluso me confiesa que Marlon es un asiduo participante de los tríos que realizan.
-Cuando mi marido me permite sumar a alguien más a nuestra cama, enseguida pienso en Marlon, no solo tiene una pinga maravillosa, también sabe como usarla- me dice mientras se baja la bombacha y se sienta en el inodoro para hacer pis.
-Tu marido tampoco se queda atrás- le digo, teniendo en cuenta el tamaño que ostenta.
-¿Te gustaría tenerlo?- me pregunta entonces.
-Ya lo tuve y todavía lo estoy sintiendo- le recuerdo con una sonrisa.
Se limpia, se levanta la bombacha, tira el agua del tanque y acercándose a lavarse las manos, me susurra:
-Sí pero, ¿te gustaría estar con él a solas?-
-¿Me estás entregando a tu marido?- me sorprendo.
Aunque ya terminó de lavarse, deja la canilla abierta para que no nos escuchen.
-No quiero que te pongas celosa, pero la verdad es que tengo ganas de estar con Marlon, él y yo, los dos solos, y eso es algo que puedo hacer solo si Jerson está con alguien más- me explica.
Tras haber saboreado y sentido a Marlon de todas las maneras imaginables, la perspectiva de hacer lo mismo con Jerson me resultaba sumamente tentadora. Es cierto que ya había estado con él, pero siempre con Marlon o Mayra acompañándonos. Esta vez se trataba de estar solos, los dos, como pareja, sin la mirada de nadie posada sobre nosotros.
-Si estás de acuerdo yo no tengo problema, lo único que tienes que hacer es acercarte y pedírmelo prestado, al aceptar eso ya me habilita a estar con Marlon- me indica, algo con lo cuál no puedo estar más que de acuerdo.
Volvemos con nuestros hombres, dejando pasar un rato hasta que le susurro a Marlon que tengo ganas de estar con su amigo.
-¿Te molestaría?- le pregunto.
-Para nada, adelante- me responde, habilitándome para cumplir con mi deseo..., y el de Mayra.
Le doy un beso, me levanto y caminando sensualmente voy hacia donde están nuestros amigos, que también se están besando, ansiosos los dos por dar inicio a una velada como la de la noche anterior, que en definitiva es lo que todos queremos.
-¿Me lo prestás?- le pregunto a Mayra, tendiendo una mano hacia Jerson.
Recién cuando ella dice que sí, él besa a su mujer, toma mi mano y levantándose, se deja guiar hacia el dormitorio. Mientras cierro la puerta puedo ver como Marlon va al encuentro de Mayra, decididos a disfrutar tanto como nosotros.
Ya a solas con el gigantón de Jerson nos abrazamos y besamos, restregándonos el uno contra el otro, dejando que el calor de la lujuria se extienda por cada fibra de nuestro ser.
Me pierdo entre sus brazos, sintiéndolo aún más grande, más fuerte, el epítome de la virilidad por excelencia.
Lo ayudo a sacarse la remera y deslizo mis manos por su cuerpo, recorriendo los músculos del pecho y del abdomen, besándole las tetillas, para luego bajar con la lengua, dejando una estela de baba a la vez que me voy empalagando con el sabor salado de su transpiración.
Quedo de cuclillas, enfrentada a ese bulto que le tensa las costuras del pantalón, como si ahí dentro bulliera la energía oscura que está a punto de desencadenar el Big Bang.
Lo acaricio por sobre la tela, disfrutando la tensión y dureza que forma esa comba anhelada que parece llegarle hasta la mitad del muslo.
Le bajo el cierre y metiendo una mano por dentro del slip se la aprieto, dejándome envolver por ese altísimo voltaje con el que tanto me gustaría electrocutarme.
Él mismo me presta su ayuda y desabrochándose el cinturón, se baja el vaquero y el slip hasta los tobillos, haciendo que la verga resurja imponente y rutilante, oscura como la noche, pero brillante por las lágrimas de placer que la empañan.
Se la agarro y se la muevo con firmeza, sintiéndola latir, vibrar, hincharse y contraerse ante cada apretón de mi mano.
Saco la lengua y la deslizo por la tersa piel del glande, saboreando su esencia, la semilla de la vida con la cual me humedezco los labios, lubricándolos para absorber ese pétreo volumen que se alza frente a mí en toda su inconmensurable inmensidad.
Se la voy comiendo de a poco, primero un pedazo, luego otro más grande, llenándome la boca de negrura, produciendo gran cantidad de baba para que fluya sin problemas a través de mi garganta.
El tipo pone las manos en la cintura y observándome desde su posición altiva y dominante, me entrega su tercera pierna para que despliegue sobre ella toda mi habilidad oral.
Dispuesta a dejar en lo más alto el buen nombre de las peteras argentinas, trato de comerme lo más que puedo, atragantándome de carne peruana, hasta casi no poder respirar, los ojos llenos de lágrimas, las mejillas hinchadas, sintiendo esa feroz tensión estirándome las comisuras de los labios casi hasta el desgarro.
Me resulta incluso mucho más grande que la noche anterior, como si al estar los dos solos, sin terceros de por medio, y más aún, sin su esposa participando, se sintiera más liberado, más libre de ser él mismo, con todo lo que ello implica.
Para recuperar el aire me la saco de la boca y se la escupo a todo lo largo, pintándola de saliva, besándola aquí y allá, chupándole incluso los huevos, a los que siento llenos y entumecidos, cargados de ese néctar con el cuál tenía pensado algo especial.
Me levanto y sacándome la poca ropa que todavía tengo puesta, desfilo desnuda ante su depravada mirada. Desnudándose él también, se pone un forro y viene hacia mí, vigoroso y seductor, los ojos fijos en mis pechos que se mueven arriba y abajo a causa de la excitación.
Me besa, mordiéndome, jugueteando con mi labio inferior, tras lo cuál me agarra de la cintura y como si no pesara nada, me levanta en el aire (¡upalalá!) y bajándome de repente, me ensarta en su magnífica verga, que en ese momento más bien parece una lanza lista para destriparme.
El placer es inmediato, acabo a chorros apenas lo siento llenarme con tan excelsa negrura, y así, de parado, empieza a taladrarme, los pies bien plantados en el suelo, las manos en mis nalgas, balanceándome en torno a esa suprema inmensidad que cada vez parece entrarme más y más profundamente.
Me deshago en gritos y jadeos, retorciéndome entre sus brazos, echando la cabeza hacia atrás y arqueando la espalda para alojar en mi interior toda esa carne ungida de placer y sensualidad.
Así, bien empalada, me lleva hasta la cama, y dejándome caer de espalda se pone mis piernas sobre los hombros y arremete con todo, brutal, incontrolable, despiadado, reventándome los ovarios con cada embiste, sacudiéndome en esa forma que me resulta tan placentera pese a la violencia que impregna cada uno de sus movimientos.
Lo siento mucho más grande, como si le hubiera crecido más todavía, llenando cada rincón con esa negritud que de a poco se va apropiando no solo de mi cuerpo, sino también de mi alma.
Me aferro a su cuerpo con brazos y piernas, fundiéndome con él, yéndome con él, sintiendo que me revuelve todo por dentro con cada embestida.
-¡Sí negro, dale, cogeme..., partime al medio...!- le reclamo entre violentos espasmos de placer, chuponeándole y mordiéndole el cuello, dejándole impresas las marcas de mi pasión.
Grito y me estremezco bajo el peso de su cuerpo, completamente entregada a sus designios, abriéndome toda para él, para que me coja bien cogida, para que me reviente y me someta al poder absoluto de su virilidad.
Casi sin pausa me la saca y poniéndome de costado me la mete por atrás, fluyendo por entre mis piernas, volviéndome a llenar de morcilla hasta el último resquicio.
Eso es lo que me gusta, lo que me incita, que me garchen como si no hubiera un mañana, que me revienten, que me la descosan a pijazos, y eso es lo que Jerson hace, me bombea a full, con un vigor descomunal. Si hasta daba la sensación de que podría derrumbar paredes, usando solo su verga como martillo.
La mete y saca en toda su privilegiada extensión, cuán larga e hinchada está, rebosante, pletórica, esplendorosa, colmándome de sensaciones extremas y alucinantes.
Así, entre metida y sacada, me tumba boca abajo y se me sube encima, aplastándome con su fibroso cuerpo, metiéndose tan profundamente en mí que lo siento palpitar en mis entrañas, duro, caliente, bulboso.
Sin escala alguna, me la saca de la concha y me la pone en el culo. Y aunque ya me la metió por ahí la noche anterior, cuando me ensanguchó con Marlon, ahora me parece imposible que semejante bestialidad pueda caberme por ese agujero. Pero la naturaleza es tan sabia que con el debido estímulo y la lubricación adecuada, consigue calzarme más de la mitad de su exorbitante volumen, y entonces lo que parecía imposible, se vuelve realidad.
Sus gemidos y jadeos presagian ya el momento cúlmine, el que espero con especial interés.
Yo ya había acabado varias veces, por lo que aguardaba que él estuviera a punto para salirme, echarme de rodillas y levantándome las tetas con las manos, pedirle lo que tanto anhelaba:
-¡Acabame en las tetas, pintamelas de leche!-
No sé si se lo piden seguido, pero no se sorprendió en lo absoluto cuando se lo dije. Así que sin hacerse de rogar, se arranca de un tirón el forro, la empuña con una mano, se la menea fuerte y entre guturales jadeos, me suelta encima unos violentos y bien cargados lechazos. La más pura esencia masculina.
Me quedo con su semen chorreándome espesa y cálidamente, disfrutando no sólo mi placer, sino el suyo también, ya que me encanta cuando mi acompañante disfruta tanto o más que yo. Así, a la satisfacción del sexo se suma la del deber cumplido y la de saber que ese hombre tan fuerte y poderoso, estuvo durante un buen rato bajo el absoluto dominio de mi femineidad.
Me limpio con la sábana y caigo derrumbada en la cama, todavía agitada, tratando de recuperar el aliento. Jerson yace a mi lado, los dos exhaustos y transpirados, como si termináramos de correr una maratón. Ninguno dice nada, solo suspiramos, volviendo de a poco a la realidad, por lo menos hasta que la puerta se abre y entran Mayra y Marlon, también desnudos y se lanzan sobre nosotros.
Ninguno menciona lo que pasó mientras estuvimos a solas, solo nos besamos y acariciamos, cada quién con su respectiva pareja.
-Voy por unas chelas- anuncia Mayra trayendo enseguida unas "Corona" bien heladas, con las cuales brindamos por una noche que aún no termina, según las palabras de Marlon.
Dejamos las botellas y volvemos con los arrumacos, solo que ésta vez es Mayra la que se lanza sobre mí, besándome con una pasión descontrolada.
De mi boca baja hasta mis pechos, mordiéndome los pezones, chupándomelos y retorciéndolos con el mayor de los gustos.
Siento como mi piel vuelve a encenderse, pese a ser otra mujer la que provoca tal reacción.
De mis pechos desciende por la línea del vientre, lamiéndome, besándome, provocándome unos estremecimientos que me hacen dudar de mi preferencia sexual. Esconde la cabeza entre mis piernas y me chupa la concha con una pericia tal que compite de igual a igual con la demostrada por sus compatriotas la noche anterior.
Es obvio que una mujer sabe mejor dónde le gusta que la toquen, y justo ahí me aplicaba toda su lengua, los labios y hasta los dientes, erizándome hasta el último de los pendejos.
Cierro los ojos y me concentro en disfrutar la chupada, sin importar de quién provenga, entregándome por completo a esa boca que me devora con una avidez irresistible.
Por la habilidad que demuestra, resulta evidente que no es la primera concha que se come. Para mí tampoco es la primera vez que una mujer me la chupa, y pensaba justamente en eso, en que prefiero toda la vida chupar una pija que una concha, cuando al abrir los ojos me encuentro con las de Jerson y Marlon flanqueándome, una por cada lado, duras, enhiestas, rebosantes las dos de testosterona y virilidad.
Resulta impresionante como se había recuperado Jerson en tan poco tiempo, considerando la abundante descarga con que me había pintado las gomas. Pero ahí estaba, en su máximo esplendor, destilando vigor por cada vena. Marlon no le iba en zaga, obvio, ya que también ostentaba un buen tamaño, pletórico y exultante.
Mientras Mayra me sigue chupando, yo me dedico a chupárselas a ellos dos, yendo de uno a otro con el mismo entusiasmo, llenándome la boca de carne y fluidos preseminales.
En ese momento solo se escuchan nuestros gemidos y el húmedo sonido de la succión, la boca de Mayra y la mía, degustando cada cual su propio manjar.
Mayra sale de entre mis piernas, relamiéndose gustosa, y echándose de espalda, se abre ella también de par en par, convidándome su conchita.
Dejo las porongas de mis amigos por un momento y ahora soy yo la que se echa por entre las piernas de Mayra, dispuesta a retribuirle la atención.
Hacia bastante tiempo que no chupaba una concha, pero ni bien apoyé la palma de mi lengua su sabor me llenó por completo.
Ahí echada en cuatro como estoy, con toda mi boca en pos de un solo objetivo, les entrego todo lo demás a aquellos imponentes sementales peruanos.
Por lo grande Jerson es el primero en cogerme a la par que yo me cojo a su esposa con la lengua y los dedos, formando entre los tres un trencito de pura excitación.
Marlon a su vez se mantiene a la expectativa, pero cuando le llega su turno, me hace acabar como una condenada con esos modos tan suyos. Y de nuevo Jerson, y luego otra vez Marlon, y así se alternan una y otra vez, cogiéndome, culeándome, reventándome a puro pijazo mientras yo sigo saboreando la entrepierna de Mayra.
El placer nos desborda por cada poro, por cada célula, la habitación se remece con nuestros gemidos, con los jadeos, con los suspiros que endulzan cada uno de nuestros movimientos.
Entonces, teniéndome bien clavada, Marlon me sujeta fuerte de la cintura y de un tirón me aparta de Mayra, dejándome con la lengua afuera, aunque, mojadita como está, esa conchita no iba a estar desatendida por mucho tiempo. Su propio marido se le echa encima y la penetra de una hasta los pelos. Ya lo tuve dentro varias veces y por ambos lados, pero resulta impactante ver como algo tan grande y duro puede desaparecer en el interior de algo tan delicado y sensible.
Me encanta verlos coger, pero no puedo seguir mirando porque las propias acometidas de Marlon me empañan los ojos de lágrimas, y aunque intento prolongar el desenlace lo más que me sea posible, para acompañarlos, acabo en medio de una violenta y estruendosa convulsión.
Al toque casi, acaban ellos también, uniéndonos los cuatro en una gozosa sinfonía de gemidos y jadeos.
Too much...
Termino exhausta, desfalleciente, con la concha abierta y enrojecida, el culo como una O mayúscula, fisurada de tanto coger.
La mañana del domingo nos recibe más calmados y relajados. Desayunamos y luego de la correspondiente despedida, Jerson y Mayra se van a su casa y yo a la mía. Marlon me acompaña hasta la calle a tomar el remise que pedí, ya que no quería tomarme un taxi, no vaya a ser que me toque uno de mis asociados y me vea saliendo de una casa que evidentemente no es la mía, un domingo por la mañana, en tal estado de reviente, y despidiéndome a los chupones de un tipo que, evidentemente, tampoco es mi marido.
Llego a mi casa por suerte con el Ro durmiendo, así que le pago a la niñera, me pego una ducha y me tiro en la cama a reponer energías.
Mi marido llega por la tarde de Mendoza, así que tengo tiempo para quitarme el olor a sexo y disimular las ojeras que me quedaron tras haber conocido lo mejor del Perú, sus hombres.
En algún momento ella y yo vamos al baño, allí me cuenta que la noche anterior no fue la primera vez que hacían un intercambio de parejas con Marlon, de lo cuál yo ya me había dado cuenta, por la forma en que ambos se miraban y sentían. Incluso me confiesa que Marlon es un asiduo participante de los tríos que realizan.
-Cuando mi marido me permite sumar a alguien más a nuestra cama, enseguida pienso en Marlon, no solo tiene una pinga maravillosa, también sabe como usarla- me dice mientras se baja la bombacha y se sienta en el inodoro para hacer pis.
-Tu marido tampoco se queda atrás- le digo, teniendo en cuenta el tamaño que ostenta.
-¿Te gustaría tenerlo?- me pregunta entonces.
-Ya lo tuve y todavía lo estoy sintiendo- le recuerdo con una sonrisa.
Se limpia, se levanta la bombacha, tira el agua del tanque y acercándose a lavarse las manos, me susurra:
-Sí pero, ¿te gustaría estar con él a solas?-
-¿Me estás entregando a tu marido?- me sorprendo.
Aunque ya terminó de lavarse, deja la canilla abierta para que no nos escuchen.
-No quiero que te pongas celosa, pero la verdad es que tengo ganas de estar con Marlon, él y yo, los dos solos, y eso es algo que puedo hacer solo si Jerson está con alguien más- me explica.
Tras haber saboreado y sentido a Marlon de todas las maneras imaginables, la perspectiva de hacer lo mismo con Jerson me resultaba sumamente tentadora. Es cierto que ya había estado con él, pero siempre con Marlon o Mayra acompañándonos. Esta vez se trataba de estar solos, los dos, como pareja, sin la mirada de nadie posada sobre nosotros.
-Si estás de acuerdo yo no tengo problema, lo único que tienes que hacer es acercarte y pedírmelo prestado, al aceptar eso ya me habilita a estar con Marlon- me indica, algo con lo cuál no puedo estar más que de acuerdo.
Volvemos con nuestros hombres, dejando pasar un rato hasta que le susurro a Marlon que tengo ganas de estar con su amigo.
-¿Te molestaría?- le pregunto.
-Para nada, adelante- me responde, habilitándome para cumplir con mi deseo..., y el de Mayra.
Le doy un beso, me levanto y caminando sensualmente voy hacia donde están nuestros amigos, que también se están besando, ansiosos los dos por dar inicio a una velada como la de la noche anterior, que en definitiva es lo que todos queremos.
-¿Me lo prestás?- le pregunto a Mayra, tendiendo una mano hacia Jerson.
Recién cuando ella dice que sí, él besa a su mujer, toma mi mano y levantándose, se deja guiar hacia el dormitorio. Mientras cierro la puerta puedo ver como Marlon va al encuentro de Mayra, decididos a disfrutar tanto como nosotros.
Ya a solas con el gigantón de Jerson nos abrazamos y besamos, restregándonos el uno contra el otro, dejando que el calor de la lujuria se extienda por cada fibra de nuestro ser.
Me pierdo entre sus brazos, sintiéndolo aún más grande, más fuerte, el epítome de la virilidad por excelencia.
Lo ayudo a sacarse la remera y deslizo mis manos por su cuerpo, recorriendo los músculos del pecho y del abdomen, besándole las tetillas, para luego bajar con la lengua, dejando una estela de baba a la vez que me voy empalagando con el sabor salado de su transpiración.
Quedo de cuclillas, enfrentada a ese bulto que le tensa las costuras del pantalón, como si ahí dentro bulliera la energía oscura que está a punto de desencadenar el Big Bang.
Lo acaricio por sobre la tela, disfrutando la tensión y dureza que forma esa comba anhelada que parece llegarle hasta la mitad del muslo.
Le bajo el cierre y metiendo una mano por dentro del slip se la aprieto, dejándome envolver por ese altísimo voltaje con el que tanto me gustaría electrocutarme.
Él mismo me presta su ayuda y desabrochándose el cinturón, se baja el vaquero y el slip hasta los tobillos, haciendo que la verga resurja imponente y rutilante, oscura como la noche, pero brillante por las lágrimas de placer que la empañan.
Se la agarro y se la muevo con firmeza, sintiéndola latir, vibrar, hincharse y contraerse ante cada apretón de mi mano.
Saco la lengua y la deslizo por la tersa piel del glande, saboreando su esencia, la semilla de la vida con la cual me humedezco los labios, lubricándolos para absorber ese pétreo volumen que se alza frente a mí en toda su inconmensurable inmensidad.
Se la voy comiendo de a poco, primero un pedazo, luego otro más grande, llenándome la boca de negrura, produciendo gran cantidad de baba para que fluya sin problemas a través de mi garganta.
El tipo pone las manos en la cintura y observándome desde su posición altiva y dominante, me entrega su tercera pierna para que despliegue sobre ella toda mi habilidad oral.
Dispuesta a dejar en lo más alto el buen nombre de las peteras argentinas, trato de comerme lo más que puedo, atragantándome de carne peruana, hasta casi no poder respirar, los ojos llenos de lágrimas, las mejillas hinchadas, sintiendo esa feroz tensión estirándome las comisuras de los labios casi hasta el desgarro.
Me resulta incluso mucho más grande que la noche anterior, como si al estar los dos solos, sin terceros de por medio, y más aún, sin su esposa participando, se sintiera más liberado, más libre de ser él mismo, con todo lo que ello implica.
Para recuperar el aire me la saco de la boca y se la escupo a todo lo largo, pintándola de saliva, besándola aquí y allá, chupándole incluso los huevos, a los que siento llenos y entumecidos, cargados de ese néctar con el cuál tenía pensado algo especial.
Me levanto y sacándome la poca ropa que todavía tengo puesta, desfilo desnuda ante su depravada mirada. Desnudándose él también, se pone un forro y viene hacia mí, vigoroso y seductor, los ojos fijos en mis pechos que se mueven arriba y abajo a causa de la excitación.
Me besa, mordiéndome, jugueteando con mi labio inferior, tras lo cuál me agarra de la cintura y como si no pesara nada, me levanta en el aire (¡upalalá!) y bajándome de repente, me ensarta en su magnífica verga, que en ese momento más bien parece una lanza lista para destriparme.
El placer es inmediato, acabo a chorros apenas lo siento llenarme con tan excelsa negrura, y así, de parado, empieza a taladrarme, los pies bien plantados en el suelo, las manos en mis nalgas, balanceándome en torno a esa suprema inmensidad que cada vez parece entrarme más y más profundamente.
Me deshago en gritos y jadeos, retorciéndome entre sus brazos, echando la cabeza hacia atrás y arqueando la espalda para alojar en mi interior toda esa carne ungida de placer y sensualidad.
Así, bien empalada, me lleva hasta la cama, y dejándome caer de espalda se pone mis piernas sobre los hombros y arremete con todo, brutal, incontrolable, despiadado, reventándome los ovarios con cada embiste, sacudiéndome en esa forma que me resulta tan placentera pese a la violencia que impregna cada uno de sus movimientos.
Lo siento mucho más grande, como si le hubiera crecido más todavía, llenando cada rincón con esa negritud que de a poco se va apropiando no solo de mi cuerpo, sino también de mi alma.
Me aferro a su cuerpo con brazos y piernas, fundiéndome con él, yéndome con él, sintiendo que me revuelve todo por dentro con cada embestida.
-¡Sí negro, dale, cogeme..., partime al medio...!- le reclamo entre violentos espasmos de placer, chuponeándole y mordiéndole el cuello, dejándole impresas las marcas de mi pasión.
Grito y me estremezco bajo el peso de su cuerpo, completamente entregada a sus designios, abriéndome toda para él, para que me coja bien cogida, para que me reviente y me someta al poder absoluto de su virilidad.
Casi sin pausa me la saca y poniéndome de costado me la mete por atrás, fluyendo por entre mis piernas, volviéndome a llenar de morcilla hasta el último resquicio.
Eso es lo que me gusta, lo que me incita, que me garchen como si no hubiera un mañana, que me revienten, que me la descosan a pijazos, y eso es lo que Jerson hace, me bombea a full, con un vigor descomunal. Si hasta daba la sensación de que podría derrumbar paredes, usando solo su verga como martillo.
La mete y saca en toda su privilegiada extensión, cuán larga e hinchada está, rebosante, pletórica, esplendorosa, colmándome de sensaciones extremas y alucinantes.
Así, entre metida y sacada, me tumba boca abajo y se me sube encima, aplastándome con su fibroso cuerpo, metiéndose tan profundamente en mí que lo siento palpitar en mis entrañas, duro, caliente, bulboso.
Sin escala alguna, me la saca de la concha y me la pone en el culo. Y aunque ya me la metió por ahí la noche anterior, cuando me ensanguchó con Marlon, ahora me parece imposible que semejante bestialidad pueda caberme por ese agujero. Pero la naturaleza es tan sabia que con el debido estímulo y la lubricación adecuada, consigue calzarme más de la mitad de su exorbitante volumen, y entonces lo que parecía imposible, se vuelve realidad.
Sus gemidos y jadeos presagian ya el momento cúlmine, el que espero con especial interés.
Yo ya había acabado varias veces, por lo que aguardaba que él estuviera a punto para salirme, echarme de rodillas y levantándome las tetas con las manos, pedirle lo que tanto anhelaba:
-¡Acabame en las tetas, pintamelas de leche!-
No sé si se lo piden seguido, pero no se sorprendió en lo absoluto cuando se lo dije. Así que sin hacerse de rogar, se arranca de un tirón el forro, la empuña con una mano, se la menea fuerte y entre guturales jadeos, me suelta encima unos violentos y bien cargados lechazos. La más pura esencia masculina.
Me quedo con su semen chorreándome espesa y cálidamente, disfrutando no sólo mi placer, sino el suyo también, ya que me encanta cuando mi acompañante disfruta tanto o más que yo. Así, a la satisfacción del sexo se suma la del deber cumplido y la de saber que ese hombre tan fuerte y poderoso, estuvo durante un buen rato bajo el absoluto dominio de mi femineidad.
Me limpio con la sábana y caigo derrumbada en la cama, todavía agitada, tratando de recuperar el aliento. Jerson yace a mi lado, los dos exhaustos y transpirados, como si termináramos de correr una maratón. Ninguno dice nada, solo suspiramos, volviendo de a poco a la realidad, por lo menos hasta que la puerta se abre y entran Mayra y Marlon, también desnudos y se lanzan sobre nosotros.
Ninguno menciona lo que pasó mientras estuvimos a solas, solo nos besamos y acariciamos, cada quién con su respectiva pareja.
-Voy por unas chelas- anuncia Mayra trayendo enseguida unas "Corona" bien heladas, con las cuales brindamos por una noche que aún no termina, según las palabras de Marlon.
Dejamos las botellas y volvemos con los arrumacos, solo que ésta vez es Mayra la que se lanza sobre mí, besándome con una pasión descontrolada.
De mi boca baja hasta mis pechos, mordiéndome los pezones, chupándomelos y retorciéndolos con el mayor de los gustos.
Siento como mi piel vuelve a encenderse, pese a ser otra mujer la que provoca tal reacción.
De mis pechos desciende por la línea del vientre, lamiéndome, besándome, provocándome unos estremecimientos que me hacen dudar de mi preferencia sexual. Esconde la cabeza entre mis piernas y me chupa la concha con una pericia tal que compite de igual a igual con la demostrada por sus compatriotas la noche anterior.
Es obvio que una mujer sabe mejor dónde le gusta que la toquen, y justo ahí me aplicaba toda su lengua, los labios y hasta los dientes, erizándome hasta el último de los pendejos.
Cierro los ojos y me concentro en disfrutar la chupada, sin importar de quién provenga, entregándome por completo a esa boca que me devora con una avidez irresistible.
Por la habilidad que demuestra, resulta evidente que no es la primera concha que se come. Para mí tampoco es la primera vez que una mujer me la chupa, y pensaba justamente en eso, en que prefiero toda la vida chupar una pija que una concha, cuando al abrir los ojos me encuentro con las de Jerson y Marlon flanqueándome, una por cada lado, duras, enhiestas, rebosantes las dos de testosterona y virilidad.
Resulta impresionante como se había recuperado Jerson en tan poco tiempo, considerando la abundante descarga con que me había pintado las gomas. Pero ahí estaba, en su máximo esplendor, destilando vigor por cada vena. Marlon no le iba en zaga, obvio, ya que también ostentaba un buen tamaño, pletórico y exultante.
Mientras Mayra me sigue chupando, yo me dedico a chupárselas a ellos dos, yendo de uno a otro con el mismo entusiasmo, llenándome la boca de carne y fluidos preseminales.
En ese momento solo se escuchan nuestros gemidos y el húmedo sonido de la succión, la boca de Mayra y la mía, degustando cada cual su propio manjar.
Mayra sale de entre mis piernas, relamiéndose gustosa, y echándose de espalda, se abre ella también de par en par, convidándome su conchita.
Dejo las porongas de mis amigos por un momento y ahora soy yo la que se echa por entre las piernas de Mayra, dispuesta a retribuirle la atención.
Hacia bastante tiempo que no chupaba una concha, pero ni bien apoyé la palma de mi lengua su sabor me llenó por completo.
Ahí echada en cuatro como estoy, con toda mi boca en pos de un solo objetivo, les entrego todo lo demás a aquellos imponentes sementales peruanos.
Por lo grande Jerson es el primero en cogerme a la par que yo me cojo a su esposa con la lengua y los dedos, formando entre los tres un trencito de pura excitación.
Marlon a su vez se mantiene a la expectativa, pero cuando le llega su turno, me hace acabar como una condenada con esos modos tan suyos. Y de nuevo Jerson, y luego otra vez Marlon, y así se alternan una y otra vez, cogiéndome, culeándome, reventándome a puro pijazo mientras yo sigo saboreando la entrepierna de Mayra.
El placer nos desborda por cada poro, por cada célula, la habitación se remece con nuestros gemidos, con los jadeos, con los suspiros que endulzan cada uno de nuestros movimientos.
Entonces, teniéndome bien clavada, Marlon me sujeta fuerte de la cintura y de un tirón me aparta de Mayra, dejándome con la lengua afuera, aunque, mojadita como está, esa conchita no iba a estar desatendida por mucho tiempo. Su propio marido se le echa encima y la penetra de una hasta los pelos. Ya lo tuve dentro varias veces y por ambos lados, pero resulta impactante ver como algo tan grande y duro puede desaparecer en el interior de algo tan delicado y sensible.
Me encanta verlos coger, pero no puedo seguir mirando porque las propias acometidas de Marlon me empañan los ojos de lágrimas, y aunque intento prolongar el desenlace lo más que me sea posible, para acompañarlos, acabo en medio de una violenta y estruendosa convulsión.
Al toque casi, acaban ellos también, uniéndonos los cuatro en una gozosa sinfonía de gemidos y jadeos.
Too much...
Termino exhausta, desfalleciente, con la concha abierta y enrojecida, el culo como una O mayúscula, fisurada de tanto coger.
La mañana del domingo nos recibe más calmados y relajados. Desayunamos y luego de la correspondiente despedida, Jerson y Mayra se van a su casa y yo a la mía. Marlon me acompaña hasta la calle a tomar el remise que pedí, ya que no quería tomarme un taxi, no vaya a ser que me toque uno de mis asociados y me vea saliendo de una casa que evidentemente no es la mía, un domingo por la mañana, en tal estado de reviente, y despidiéndome a los chupones de un tipo que, evidentemente, tampoco es mi marido.
Llego a mi casa por suerte con el Ro durmiendo, así que le pago a la niñera, me pego una ducha y me tiro en la cama a reponer energías.
Mi marido llega por la tarde de Mendoza, así que tengo tiempo para quitarme el olor a sexo y disimular las ojeras que me quedaron tras haber conocido lo mejor del Perú, sus hombres.
15 comentarios - La peruanidad al palo...
Buen relato van diez puntos
Excelente relato como siempre querida Mary...FELICITACIONES!!
Besos
LEON