El día que salí de Tuxtla rumbo a Houston no me esperaba que ese viaje cambiara para siempre mi vida. Mi idea era disfrutar de semana de compras y descansar. Agotada de tanto estudiar, el pasarme siete días sin tener que ver un libro era una especie de paraíso.
«¡Podré hacer lo que me venga en gana!», pensé mientras pasaba el control de pasaportes ya en Texas.
Para una joven de veinticuatro años como yo, esas vacaciones eran un breve paréntesis antes de volver a la universidad. Habituada a estudiar como una mula, había decidido que me iba a tomar el sol y vaguear durante una semana. Por yo nada mas inscribirme en el hotel, me cambié de ropa y me puse el bikini que me había comprado ex profesor para ese viaje.
Como no podía ser de otra forma, en cuanto me lo hice busqué en el espejo de mi habitación el comprobar cómo me quedaba.
-¡Me queda de miedo!- exclamé al verificar que ese traje de baño realzaba mi ya de por sí exuberante pecho. Dando media vuelta, miré mi trasero y sonreí también satisfecha por la firmeza de mis nalgas.
Desconociendo el efecto que causaría mi joven culito en los otros huéspedes, agarré una toalla y me dirigí a la alberca del hotel. Ya en el pasillo, las miradas que me echaron un par de gringos me incomodaron por el brillo asqueroso de sus ojos:
«Son unos viejos verdes», sentencié y deseando huir del deseo que exteriorizaban ese par de maduros, salí corriendo meneando mi trasero al ritmo de la música que oía a través de los cascos de mi iPod.
Los tipos no pudieron evitar mirar mi culo ni mis tetas y eso lejos de agradarme, me enfadó porque me parecía inconcebible que se fijaran en una cría que bien podía ser su hija. Afortunadamente ese mal rato acabó en cuanto crucé la puerta que salía al exterior ya que esos malditos prefirieron quedarse bajo el aire acondicionado del hall.
Todavía sintiéndome sucia por el modo que esos babosos me habían mirado, me tumbé en una hamaca y me puse a darme crema mientras echaba un vistazo a mi alrededor. La piscina estaba casi vacía. Únicamente un matrimonio chino jugaba con su hijo en la parte menos profunda. Eso me dio la tranquilidad de esparcir el bronceador por mis nalgas.
Estaba terminando cuando sentí una presencia a mi lado y al girarme, comprobé que un hombretón enorme se había sentado en una mesa cercana y desde allí me observaba. Me puse colorada al notar sus ojos recorriendo mi trasero y por eso dejé de inmediato el bote de crema en el suelo y me giré para que no me siguiera mirando el trasero.
Fue entonces cuando escuché que me decía mientras tomaba un sorbo a su cerveza:
-Cómo no te eches crema en el pecho, esas tetitas blancas van a ponerse muy rojas.
No me digné a contestar y agarrando todas mis pertenencias, me cambié de lugar para evitar su cercanía. Lo que no me esperaba fue que ese tipo soltara una carcajada y mientras huía por segunda vez en menos de una hora, me soltara:
-¡Tienes un culo precioso! ¡Quién fuera su dueño!
«¡Menudo cerdo!», maldije en silencio al dejar mis cosas sobre la nueva hamaca, «¿Quién se cree que soy? ¡Una de sus putas!».
Todo mi ser seguía molesto con ese individuo y quizás por eso, de vez en cuando me giraba a ver que narices hacía. Afortunadamente, se había olvidado de mí y estaba charlando amigablemente con el empleado del bar. Observándolo de lejos, sospeché que debía de tener dinero por la forma de actuar pero lo confirmé cuando vi que una rubia con pinta de secretaria se sentaba junto a él y le empezaba a dar papeles para que firmara.
Durante cinco minutos, estuvo ocupado firmando como el típico ejecutivo pero algo me decía que el respeto que le mostraba su empleada era excesivo y qué había algo raro entre los dos. No fue hasta que hubo terminado y la muchacha se hubo levantado, cuando comprendí que les unía algo más que una relación de trabajo porque antes de irse la rubia le beso una mano, la misma con la que dio un sonoro azote mientras le decía:
-Espérame en la cama desnuda, zorrita mía.
En ese momento, me indigné tanto con él como con la mujer. Con el tipo por el modo humillante con el que la había tratado y con ella, por permitírselo.
«Esa chava es idiota», pensé, «si tuviera un poco de dignidad, le mandaría a la fregada».
Encabronada sin motivo, decidí irme y no queriendo pasar por delante de ese cerdo, di la vuelta a la alberca entrando por una puerta lateral al hotel.
Ya en mi habitación, me desnudé y me metí a la regadera sin parar de pensar en esa pareja y en el extraño modo en que la mujer lo miraba:
«¡Parecía una perrita rogando el cariño de su dueño», dije escandalizada.
Aunque había leído 50 sombras de Grey, siempre lo había visto como literatura e increíblemente, esos dos me hicieron saber que ese tipo de relaciones enfermizas eran más comunes de lo que mi mente inexperta creía hasta entonces.
Continúe con mi baño, disfrutando el agua helada caer por mi cuerpo.
Después de quince minutos disfrutando, salí a mi cuarto y comencé a buscar algo para salir a comer, hacia un día hermoso como para quedarme encerrada en mi cuarto así que busqué entre mi ropa algo para salir a comer.
Mientras me cambiaba miraba en el espejo toda mi anatomía, aunque soy una chica de estatura baja (154 cm) tengo una lindas piernas y un abdomen plano, a pesar de solo salir a correr por las tardes, mi piel es de color claro y resalta mi cabello rizado de color rojo y por ultimo mis pechos, que son un poco grandes resaltan muchas veces con la ropa que utilizo, además de mi estatura que también ayuda a que resalten.
Para salir a comer me recogí el cabello y me puse una camisola un poco holgada, unas mallas de color negro junto con un short corto por encima de ellos y para finalizar unas botas de color café.
« ¡Estoy esplendida! » me dije mirándome al espejo. Y salí directo a uno de los restaurantes de la ciudad. A pocas calles del hotel había uno agradable y decidí comer ahí, mientras esperaba a que me atendieran una chica se me acercó y me pidió permiso para sentarse junto conmigo. Cuando la miré, me quedé sorprendida. Era la chica que vi con aquel tipo asqueroso de la alberca.
Tartamudee un poco por la petición pero al final acepté que se sentara conmigo.
– Hola, antes que nada quisiera disculparme por la actitud de mi jefe contigo esta mañana yo…
-No se preocupe, no le tome importancia – le dije interrumpiendo en eso llegó la camarera, que nos preguntó que queríamos tomar. -Una piña colada por favor – ordené-
La rubia ordenó lo mismo que yo pero al hacerlo noté que le tiró una mirada a la camarera y pensé que de seguro algo quiere con ella.
Seguimos hablando, pero no había mucho tema de conversación, sentía que ella quería hacerme su amiga, pero yo no se lo permitía, me incomodaba su presencia.
De pronto se me quedó mirando y me dice:
-Sabes, tienes bonitos pechos.
Al oírla, me quedé con cara de “¡¡¡what!!!”.
-Eres muy hermosa, tienes un cabello fantástico y de color rojizo y tu piel parece muy suave.
En eso llego la camarera con las bebidas y agradecí que lo hiciera porque me estaba incomodando mucho. No espere a que me la sirviera y tomé mi bebida dando un gran trago.
Los próximos 3 minutos fueron de silencio y se me hicieron eternos, decidí que tenía que salir de ahí. Me puse de pie pero de forma inmediata me sentí muy mal y la vista se me empezó a oscurecer.
Cuando desperté estaba en un cuarto muy arreglado y sobre una cama muy cómoda, me dolía un poco la cabeza y no sabía dónde me encontraba. Durante unos instantes, traté de recordar cómo había llegado a ese lugar pero mi último recuerdo era en ese restaurant. Mi sorpresa no acabó ahí porque al fijarme en cómo iba vestida, me encontré que llevaba un uniforme de colegiala.
Os reconozco que me empecé a asustar y levantándome, busqué infructuosamente mi ropa mientras intentaba saber quién me había desnudado y vestido con ese disfraz. El convencimiento que me habían secuestrado iba creciendo en mi mente.
«Ha sido esa rubia», pensé y tratando de huir, fui hasta la puerta pero no se abrió. « ¡Estoy encerrada!», concluí muerta de miedo.
Durante una hora y a pesar que voz en grito llamé a la causante de mi retención, nadie hizo acto de presencia. La soledad incrementó mi miedo y estaba ya francamente aterrorizada cuando se encendió una televisión que estaba colgada en la pared y empezó a mostrar diferentes partes de una finca. Sabiendo que mi futuro dependía de esa pantalla, me senté sobre el colchón y seguí atenta la evolución de la filmación.
En un momento dado, la imagen se mantuvo fija mostrando un elegante despacho. De improviso, el hombretón de la piscina entró a esa habitación y mientras se servía una copa, se dirigió a mí diciendo:
-Buenos días, jovencita. Antes de nada quiero presentarme, soy Alfonso Cisneros y estás en una de las fincas que poseo en Texas. Ayer cuando nos conocimos, tendrás que reconocer que te comportaste de un modo muy maleducado y por eso he decidido educarte.
Dando un sorbo a su bebida, esperó a que asimilara la noticia antes de proseguir diciendo:
-Considérate mi alumna porque dependiendo de tu evolución serás premiada o castigada. A partir de este momento, comienza tu educación y por eso te pido que abras el cajón que tienes a la derecha y enciendas el iPad que encontrarás en él.
Tan asustada estaba que no pude más que obedecer. Al encender la tableta, apareció en ella el hombretón que sonriendo maléficamente, me pidió que con ella en la mano abriera la puerta. En esta ocasión no tuve problemas al girar el pomo y saliendo del cuarto donde había permanecido encerrada, observé que había un salón con amplias ventanas. Corriendo hacia ellas buscando averiguar que había en el exterior, observé con disgusto que alrededor de la casa se extendía una especie de desierto y que no había ningún signo de civilización.
-Tienes razón- dijo mi captor leyendo mis pensamientos- estás a veinte kilómetros de la primera carretera y a cincuenta del primer pueblo. Y por si fuera poco, verás que hay una verja que circunda la casa. Está ahí para protegerte porque fuera de ese límite, empieza mi parque zoológico particular. Lo creas o no, estás en medio de una reserva natural de cien mil hectáreas donde he recreado la fauna de la sabana africana. Si intentas huir, caerá en las garras de los leones o de las mandíbulas de alguna hiena.
Con lágrimas en los ojos y mirando su figura en esa pequeña pantalla, pregunté qué era lo que quería de mí. El malvado soltó una carcajada y respondió:
-Todo y nada. Eres mi experimento. Tus necesidades estarán plenamente cubiertas pero para conseguirlas tendrás que pagar un precio.
-No entiendo- respondí con el sudor ya recorriendo mi frente.
-Ya lo entenderás. Ahora quiero que salgas al jardín para que te vayas familiarizando con tu hogar- contestó cerrando la comunicación.
Con mi moral por los suelos, salí fuera de la casa y allí me encontré con un maravilloso vergel al que no le faltaba nada. Parecía el sueño de cualquier humano pero no pude disfrutar de su belleza al saber que era mi jaula, de oro pero mi jaula.
« ¡Maldito perturbado!», exclamé mentalmente temiendo que de exteriorizarlo, ese hombre me oyera y me castigara.
Mi desazón se incrementó al recorrer la verja y descubrir a lo lejos a una leona con sus cachorros bebiendo de un pequeño riachuelo que cruzaba esa zona. Al verificar que ese hijo de puta no me había mentido, comencé a tiritar de miedo al saber que de algún modo ese tipo quería poseerme tanto física como mentalmente. Actuando como una autómata recorrí el resto del jardín. Tras lo cual volví al interior de la mansión y mecánicamente fui grabando en mi cerebro las diferentes habitaciones sin atreverme a tocar nada.
«Ese loco ha pensado en todo», sentencié al verificar que exceptuando un teléfono y un ordenador, esa casa disponía de todas las comodidades.
Al cabo de media hora deambulando sin rumbo fijo, decidí encender la televisión del salón pero entonces el iPad comenzó a sonar y al mirarlo, apareció en la pantalla:
“Para ver la televisión, deberás quitarte el jersey y la corbata”.
« ¡Maldito cerdo!», protesté en silencio y aunque esas prendas realmente me sobraban, no quise complacerle y por eso preferí quedarme sin ver la jodida tele.
Lo peor no fue eso sino que confirmé de esa forma las palabras de mi secuestrador cuando me dijo que tendría que pagar un precio. Tratando de saber cuál era el costo que tendría que asumir para cubrir mis necesidades, fui a la cocina y al intentar abrir la nevera, en la tableta pude leer:
“Quítate la falda y mastúrbate”.
Ese mensaje me trastornó y con todos los vellos de mi cuerpo, fui probando cada uno de los aparatos, descubriendo que cada uno encerraba un mensaje y que estos cambiaban cada vez que repetía esa acción. Así la primera vez que quise abrir el grifo del agua fría, leí que debía tocarme un pecho mientras que a la siguiente vez, ese cabrón me pedía que me descalzara.
Hundida en la miseria al saber que ese malvado me tendría como rata de laboratorio y que gobernaría cada uno de mis pasos, no pude soportar la angustia y me tiré en la cama a llorar. Durante dos horas no hice otra cosa que berrear y arrepentirme de haber iniciado ese viaje hasta que habiendo agotado todas mis lágrimas, comprendí que aunque no me gustara y hasta que averiguara el modo de huir tendría que obedecer si no quería fallecer de inanición.
«Obedeceré para que se confíe y en cuanto pueda: ¡Le mataré!», me dije en silencio declarando abiertas las hostilidades contra ese malnacido.
Lo avanzado de la hora y el tiempo que llevaba sin comer, me hicieron volver a la cocina y que fuera por comida el primer pago. Al intentar abrir nuevamente la nevera, pude leer el siguiente mensaje:
“Abre el primer cajón de la derecha y bébete uno de los frascos que encuentres. Aviso es un potente afrodisiaco”.
La certeza de que ese loco nunca exageraba y que por tanto con ese líquido quería forzar mi excitación, me hizo dudar pero asumiendo la inutilidad de mis esfuerzos y creyendo que al estar sola en ese lugar el estar bruta no sería para tanto, decidí obedecer y abriendo el puñetero cajón, me bebí el contenido de uno de los botes.
En un principio, solo sentí su sabor excesivamente dulzón por lo que abriendo la nevera, me puse a revisar los estantes:
« ¡Hay de todo!», mascullé entre dientes y sacando una bandeja con lasaña, quise calentarla en el microondas.
“Enciende el equipo de música”, con disgustó leí al comprobar que no servía.
Al seguir sus instrucciones comenzó a sonar una canción que conocía de Jane Birkin, su Je t´aime. Curiosamente me hizo gracia que ese capullo creyera que me iban a afectar los gemidos que esa cantante daba a lo largo de esa melodía y muerta de risa me puse a tatarearla mientras se calentaba mi comida. No me percaté del modo subliminal que esa canción me fue preparando y tranquilamente me puse a comer cuando de pronto empecé a sentir calor.
Os juro que no había asumido esa sensación como producto del afrodisiaco y por eso me quité el jersey, mientras seguía tenedor a tenedor disfrutando de la lasaña. Pero cuando el calor seguía en aumento y ya me sobraba la corbata de colegiala, asustada comprendí la razón de tal sofoco. Aterrorizada y dejando al lado el dichoso plato, luché durante unos segundos que me parecieron eternos contra esa calentura química.
«Agua, un vaso de agua», suspiré ya con el rubor cubriendo mis mejillas.
Al intentar abrir el grifo y ver que estaba bloqueado, con angustia giré mi cabeza para leer la pantalla de la tableta:
“Abre el primer estante de la izquierda, saca el arnés y póntelo”.
Sin conocer realmente el significado del mensaje, fui a ver qué era lo que quería ese maldito. Al abrir la puerta de ese estante, descubrí entre sus baldas una especie de cinturón de castidad que llevaba adosado un pene.
-¡No pienso ponerme esa mierda!- grité a las paredes sabiendo que mis palabra serían escuchadas por mi captor. Sudando copiosamente pero decidida a no colocarme ese instrumento, me desabroché un par de botones de la camisa y usando un plato como abanicó, intenté refrescarme.
Desgraciadamente, el estimulante sexual que había tomado lentamente se iba apoderando de mi cuerpo y sufriendo lo indecible, noté como mi clítoris se empezaba a hinchar en mi entrepierna.
-No. ¡Por favor!- rogué al vacío mientras la calentura se incrementaba a tal grado que el mero roce de mis bragas contra ese botón ya erecto me producía espasmos de placer. Sin dudarlo, me quité el tanga traidor y liberada momentáneamente de esa tortura, recordé que había una piscina. En ella, creí encontrar la solución:
Continuará...
«¡Podré hacer lo que me venga en gana!», pensé mientras pasaba el control de pasaportes ya en Texas.
Para una joven de veinticuatro años como yo, esas vacaciones eran un breve paréntesis antes de volver a la universidad. Habituada a estudiar como una mula, había decidido que me iba a tomar el sol y vaguear durante una semana. Por yo nada mas inscribirme en el hotel, me cambié de ropa y me puse el bikini que me había comprado ex profesor para ese viaje.
Como no podía ser de otra forma, en cuanto me lo hice busqué en el espejo de mi habitación el comprobar cómo me quedaba.
-¡Me queda de miedo!- exclamé al verificar que ese traje de baño realzaba mi ya de por sí exuberante pecho. Dando media vuelta, miré mi trasero y sonreí también satisfecha por la firmeza de mis nalgas.
Desconociendo el efecto que causaría mi joven culito en los otros huéspedes, agarré una toalla y me dirigí a la alberca del hotel. Ya en el pasillo, las miradas que me echaron un par de gringos me incomodaron por el brillo asqueroso de sus ojos:
«Son unos viejos verdes», sentencié y deseando huir del deseo que exteriorizaban ese par de maduros, salí corriendo meneando mi trasero al ritmo de la música que oía a través de los cascos de mi iPod.
Los tipos no pudieron evitar mirar mi culo ni mis tetas y eso lejos de agradarme, me enfadó porque me parecía inconcebible que se fijaran en una cría que bien podía ser su hija. Afortunadamente ese mal rato acabó en cuanto crucé la puerta que salía al exterior ya que esos malditos prefirieron quedarse bajo el aire acondicionado del hall.
Todavía sintiéndome sucia por el modo que esos babosos me habían mirado, me tumbé en una hamaca y me puse a darme crema mientras echaba un vistazo a mi alrededor. La piscina estaba casi vacía. Únicamente un matrimonio chino jugaba con su hijo en la parte menos profunda. Eso me dio la tranquilidad de esparcir el bronceador por mis nalgas.
Estaba terminando cuando sentí una presencia a mi lado y al girarme, comprobé que un hombretón enorme se había sentado en una mesa cercana y desde allí me observaba. Me puse colorada al notar sus ojos recorriendo mi trasero y por eso dejé de inmediato el bote de crema en el suelo y me giré para que no me siguiera mirando el trasero.
Fue entonces cuando escuché que me decía mientras tomaba un sorbo a su cerveza:
-Cómo no te eches crema en el pecho, esas tetitas blancas van a ponerse muy rojas.
No me digné a contestar y agarrando todas mis pertenencias, me cambié de lugar para evitar su cercanía. Lo que no me esperaba fue que ese tipo soltara una carcajada y mientras huía por segunda vez en menos de una hora, me soltara:
-¡Tienes un culo precioso! ¡Quién fuera su dueño!
«¡Menudo cerdo!», maldije en silencio al dejar mis cosas sobre la nueva hamaca, «¿Quién se cree que soy? ¡Una de sus putas!».
Todo mi ser seguía molesto con ese individuo y quizás por eso, de vez en cuando me giraba a ver que narices hacía. Afortunadamente, se había olvidado de mí y estaba charlando amigablemente con el empleado del bar. Observándolo de lejos, sospeché que debía de tener dinero por la forma de actuar pero lo confirmé cuando vi que una rubia con pinta de secretaria se sentaba junto a él y le empezaba a dar papeles para que firmara.
Durante cinco minutos, estuvo ocupado firmando como el típico ejecutivo pero algo me decía que el respeto que le mostraba su empleada era excesivo y qué había algo raro entre los dos. No fue hasta que hubo terminado y la muchacha se hubo levantado, cuando comprendí que les unía algo más que una relación de trabajo porque antes de irse la rubia le beso una mano, la misma con la que dio un sonoro azote mientras le decía:
-Espérame en la cama desnuda, zorrita mía.
En ese momento, me indigné tanto con él como con la mujer. Con el tipo por el modo humillante con el que la había tratado y con ella, por permitírselo.
«Esa chava es idiota», pensé, «si tuviera un poco de dignidad, le mandaría a la fregada».
Encabronada sin motivo, decidí irme y no queriendo pasar por delante de ese cerdo, di la vuelta a la alberca entrando por una puerta lateral al hotel.
Ya en mi habitación, me desnudé y me metí a la regadera sin parar de pensar en esa pareja y en el extraño modo en que la mujer lo miraba:
«¡Parecía una perrita rogando el cariño de su dueño», dije escandalizada.
Aunque había leído 50 sombras de Grey, siempre lo había visto como literatura e increíblemente, esos dos me hicieron saber que ese tipo de relaciones enfermizas eran más comunes de lo que mi mente inexperta creía hasta entonces.
Continúe con mi baño, disfrutando el agua helada caer por mi cuerpo.
Después de quince minutos disfrutando, salí a mi cuarto y comencé a buscar algo para salir a comer, hacia un día hermoso como para quedarme encerrada en mi cuarto así que busqué entre mi ropa algo para salir a comer.
Mientras me cambiaba miraba en el espejo toda mi anatomía, aunque soy una chica de estatura baja (154 cm) tengo una lindas piernas y un abdomen plano, a pesar de solo salir a correr por las tardes, mi piel es de color claro y resalta mi cabello rizado de color rojo y por ultimo mis pechos, que son un poco grandes resaltan muchas veces con la ropa que utilizo, además de mi estatura que también ayuda a que resalten.
Para salir a comer me recogí el cabello y me puse una camisola un poco holgada, unas mallas de color negro junto con un short corto por encima de ellos y para finalizar unas botas de color café.
« ¡Estoy esplendida! » me dije mirándome al espejo. Y salí directo a uno de los restaurantes de la ciudad. A pocas calles del hotel había uno agradable y decidí comer ahí, mientras esperaba a que me atendieran una chica se me acercó y me pidió permiso para sentarse junto conmigo. Cuando la miré, me quedé sorprendida. Era la chica que vi con aquel tipo asqueroso de la alberca.
Tartamudee un poco por la petición pero al final acepté que se sentara conmigo.
– Hola, antes que nada quisiera disculparme por la actitud de mi jefe contigo esta mañana yo…
-No se preocupe, no le tome importancia – le dije interrumpiendo en eso llegó la camarera, que nos preguntó que queríamos tomar. -Una piña colada por favor – ordené-
La rubia ordenó lo mismo que yo pero al hacerlo noté que le tiró una mirada a la camarera y pensé que de seguro algo quiere con ella.
Seguimos hablando, pero no había mucho tema de conversación, sentía que ella quería hacerme su amiga, pero yo no se lo permitía, me incomodaba su presencia.
De pronto se me quedó mirando y me dice:
-Sabes, tienes bonitos pechos.
Al oírla, me quedé con cara de “¡¡¡what!!!”.
-Eres muy hermosa, tienes un cabello fantástico y de color rojizo y tu piel parece muy suave.
En eso llego la camarera con las bebidas y agradecí que lo hiciera porque me estaba incomodando mucho. No espere a que me la sirviera y tomé mi bebida dando un gran trago.
Los próximos 3 minutos fueron de silencio y se me hicieron eternos, decidí que tenía que salir de ahí. Me puse de pie pero de forma inmediata me sentí muy mal y la vista se me empezó a oscurecer.
Cuando desperté estaba en un cuarto muy arreglado y sobre una cama muy cómoda, me dolía un poco la cabeza y no sabía dónde me encontraba. Durante unos instantes, traté de recordar cómo había llegado a ese lugar pero mi último recuerdo era en ese restaurant. Mi sorpresa no acabó ahí porque al fijarme en cómo iba vestida, me encontré que llevaba un uniforme de colegiala.
Os reconozco que me empecé a asustar y levantándome, busqué infructuosamente mi ropa mientras intentaba saber quién me había desnudado y vestido con ese disfraz. El convencimiento que me habían secuestrado iba creciendo en mi mente.
«Ha sido esa rubia», pensé y tratando de huir, fui hasta la puerta pero no se abrió. « ¡Estoy encerrada!», concluí muerta de miedo.
Durante una hora y a pesar que voz en grito llamé a la causante de mi retención, nadie hizo acto de presencia. La soledad incrementó mi miedo y estaba ya francamente aterrorizada cuando se encendió una televisión que estaba colgada en la pared y empezó a mostrar diferentes partes de una finca. Sabiendo que mi futuro dependía de esa pantalla, me senté sobre el colchón y seguí atenta la evolución de la filmación.
En un momento dado, la imagen se mantuvo fija mostrando un elegante despacho. De improviso, el hombretón de la piscina entró a esa habitación y mientras se servía una copa, se dirigió a mí diciendo:
-Buenos días, jovencita. Antes de nada quiero presentarme, soy Alfonso Cisneros y estás en una de las fincas que poseo en Texas. Ayer cuando nos conocimos, tendrás que reconocer que te comportaste de un modo muy maleducado y por eso he decidido educarte.
Dando un sorbo a su bebida, esperó a que asimilara la noticia antes de proseguir diciendo:
-Considérate mi alumna porque dependiendo de tu evolución serás premiada o castigada. A partir de este momento, comienza tu educación y por eso te pido que abras el cajón que tienes a la derecha y enciendas el iPad que encontrarás en él.
Tan asustada estaba que no pude más que obedecer. Al encender la tableta, apareció en ella el hombretón que sonriendo maléficamente, me pidió que con ella en la mano abriera la puerta. En esta ocasión no tuve problemas al girar el pomo y saliendo del cuarto donde había permanecido encerrada, observé que había un salón con amplias ventanas. Corriendo hacia ellas buscando averiguar que había en el exterior, observé con disgusto que alrededor de la casa se extendía una especie de desierto y que no había ningún signo de civilización.
-Tienes razón- dijo mi captor leyendo mis pensamientos- estás a veinte kilómetros de la primera carretera y a cincuenta del primer pueblo. Y por si fuera poco, verás que hay una verja que circunda la casa. Está ahí para protegerte porque fuera de ese límite, empieza mi parque zoológico particular. Lo creas o no, estás en medio de una reserva natural de cien mil hectáreas donde he recreado la fauna de la sabana africana. Si intentas huir, caerá en las garras de los leones o de las mandíbulas de alguna hiena.
Con lágrimas en los ojos y mirando su figura en esa pequeña pantalla, pregunté qué era lo que quería de mí. El malvado soltó una carcajada y respondió:
-Todo y nada. Eres mi experimento. Tus necesidades estarán plenamente cubiertas pero para conseguirlas tendrás que pagar un precio.
-No entiendo- respondí con el sudor ya recorriendo mi frente.
-Ya lo entenderás. Ahora quiero que salgas al jardín para que te vayas familiarizando con tu hogar- contestó cerrando la comunicación.
Con mi moral por los suelos, salí fuera de la casa y allí me encontré con un maravilloso vergel al que no le faltaba nada. Parecía el sueño de cualquier humano pero no pude disfrutar de su belleza al saber que era mi jaula, de oro pero mi jaula.
« ¡Maldito perturbado!», exclamé mentalmente temiendo que de exteriorizarlo, ese hombre me oyera y me castigara.
Mi desazón se incrementó al recorrer la verja y descubrir a lo lejos a una leona con sus cachorros bebiendo de un pequeño riachuelo que cruzaba esa zona. Al verificar que ese hijo de puta no me había mentido, comencé a tiritar de miedo al saber que de algún modo ese tipo quería poseerme tanto física como mentalmente. Actuando como una autómata recorrí el resto del jardín. Tras lo cual volví al interior de la mansión y mecánicamente fui grabando en mi cerebro las diferentes habitaciones sin atreverme a tocar nada.
«Ese loco ha pensado en todo», sentencié al verificar que exceptuando un teléfono y un ordenador, esa casa disponía de todas las comodidades.
Al cabo de media hora deambulando sin rumbo fijo, decidí encender la televisión del salón pero entonces el iPad comenzó a sonar y al mirarlo, apareció en la pantalla:
“Para ver la televisión, deberás quitarte el jersey y la corbata”.
« ¡Maldito cerdo!», protesté en silencio y aunque esas prendas realmente me sobraban, no quise complacerle y por eso preferí quedarme sin ver la jodida tele.
Lo peor no fue eso sino que confirmé de esa forma las palabras de mi secuestrador cuando me dijo que tendría que pagar un precio. Tratando de saber cuál era el costo que tendría que asumir para cubrir mis necesidades, fui a la cocina y al intentar abrir la nevera, en la tableta pude leer:
“Quítate la falda y mastúrbate”.
Ese mensaje me trastornó y con todos los vellos de mi cuerpo, fui probando cada uno de los aparatos, descubriendo que cada uno encerraba un mensaje y que estos cambiaban cada vez que repetía esa acción. Así la primera vez que quise abrir el grifo del agua fría, leí que debía tocarme un pecho mientras que a la siguiente vez, ese cabrón me pedía que me descalzara.
Hundida en la miseria al saber que ese malvado me tendría como rata de laboratorio y que gobernaría cada uno de mis pasos, no pude soportar la angustia y me tiré en la cama a llorar. Durante dos horas no hice otra cosa que berrear y arrepentirme de haber iniciado ese viaje hasta que habiendo agotado todas mis lágrimas, comprendí que aunque no me gustara y hasta que averiguara el modo de huir tendría que obedecer si no quería fallecer de inanición.
«Obedeceré para que se confíe y en cuanto pueda: ¡Le mataré!», me dije en silencio declarando abiertas las hostilidades contra ese malnacido.
Lo avanzado de la hora y el tiempo que llevaba sin comer, me hicieron volver a la cocina y que fuera por comida el primer pago. Al intentar abrir nuevamente la nevera, pude leer el siguiente mensaje:
“Abre el primer cajón de la derecha y bébete uno de los frascos que encuentres. Aviso es un potente afrodisiaco”.
La certeza de que ese loco nunca exageraba y que por tanto con ese líquido quería forzar mi excitación, me hizo dudar pero asumiendo la inutilidad de mis esfuerzos y creyendo que al estar sola en ese lugar el estar bruta no sería para tanto, decidí obedecer y abriendo el puñetero cajón, me bebí el contenido de uno de los botes.
En un principio, solo sentí su sabor excesivamente dulzón por lo que abriendo la nevera, me puse a revisar los estantes:
« ¡Hay de todo!», mascullé entre dientes y sacando una bandeja con lasaña, quise calentarla en el microondas.
“Enciende el equipo de música”, con disgustó leí al comprobar que no servía.
Al seguir sus instrucciones comenzó a sonar una canción que conocía de Jane Birkin, su Je t´aime. Curiosamente me hizo gracia que ese capullo creyera que me iban a afectar los gemidos que esa cantante daba a lo largo de esa melodía y muerta de risa me puse a tatarearla mientras se calentaba mi comida. No me percaté del modo subliminal que esa canción me fue preparando y tranquilamente me puse a comer cuando de pronto empecé a sentir calor.
Os juro que no había asumido esa sensación como producto del afrodisiaco y por eso me quité el jersey, mientras seguía tenedor a tenedor disfrutando de la lasaña. Pero cuando el calor seguía en aumento y ya me sobraba la corbata de colegiala, asustada comprendí la razón de tal sofoco. Aterrorizada y dejando al lado el dichoso plato, luché durante unos segundos que me parecieron eternos contra esa calentura química.
«Agua, un vaso de agua», suspiré ya con el rubor cubriendo mis mejillas.
Al intentar abrir el grifo y ver que estaba bloqueado, con angustia giré mi cabeza para leer la pantalla de la tableta:
“Abre el primer estante de la izquierda, saca el arnés y póntelo”.
Sin conocer realmente el significado del mensaje, fui a ver qué era lo que quería ese maldito. Al abrir la puerta de ese estante, descubrí entre sus baldas una especie de cinturón de castidad que llevaba adosado un pene.
-¡No pienso ponerme esa mierda!- grité a las paredes sabiendo que mis palabra serían escuchadas por mi captor. Sudando copiosamente pero decidida a no colocarme ese instrumento, me desabroché un par de botones de la camisa y usando un plato como abanicó, intenté refrescarme.
Desgraciadamente, el estimulante sexual que había tomado lentamente se iba apoderando de mi cuerpo y sufriendo lo indecible, noté como mi clítoris se empezaba a hinchar en mi entrepierna.
-No. ¡Por favor!- rogué al vacío mientras la calentura se incrementaba a tal grado que el mero roce de mis bragas contra ese botón ya erecto me producía espasmos de placer. Sin dudarlo, me quité el tanga traidor y liberada momentáneamente de esa tortura, recordé que había una piscina. En ella, creí encontrar la solución:
Continuará...
1 comentarios - Tortuosas vacaciones de una inocente jovencita. 1ra parte.