Con, Adriana, mi consuegra, simpatizamos desde el momento que nos conocimos. Con el tiempo, en la casa de mi hijo y su hija, en ocasión de reuniones familiares, fuimos entrando, cada vez más, en confianza.
Mi hijo nació cuando yo tenía 20 y pico, su hija también cuando ella tenía 20 y pico, los chicos de casaron con 20 y pico, ambos, unos cuatro años antes de la época en que transcurre este relato. Por lo dicho Adriana (Adry) y yo teníamos 40 y dos picos.
Ella es, alta por encima de los 1,70 metros, de cara agradable, ojos color miel de pupila dilatada, nariz pequeña, labios gruesos y rosados (cuando los tiene sin maquillaje), cabello largo rubio teñido, esbelta, un par de tetas, naturales, soberbias, un culo admirable y piernas extraordinarias. Viste generalmente con vestido o blusa y pollera. Es raro verla con pantalones.
La primera vez que la vi con bikini (el primer verano en la pileta de la casa de nuestros hijos) la simpatía, se transformó en “ganas de comer”, por lo menos de mi parte.
Demoré bastante en atreverme, pero a partir de un día y cada vez que nos encontrábamos, comencé a enviarle “tiros por elevación” que ella, esquivaba pero, daba a entender sutilmente que no rechazaba, de plano, la propuesta indecente.
En verano coincidíamos, con frecuencia los domingos, a almorzar con nuestros hijos y en combatir el calor de la tarde en su pileta, los dos matrimonios de consuegros además de jóvenes amigos y amigas de los dueños de casa. Uno de esos fines de semana, extrañamente, quedamos, momentáneamente solos, Adriana y yo, al borde del pileta.
Ella tendida, sobre una toalla, con la cara hacia el agua y el culo hacia el sol y a mi exclusiva consideración. Desde la casa era imposible que nos vieran.
Sin pensarlo dos veces y sin medir las complicaciones posibles, tomé el frasco de su protector solar y le deje caer unas gotas en la espalda, muy cerca del elástico de la bombacha ceñida de la bikini.
-Está muy fuerte el sol, mejor te refuerzo la protección, así no te quemas- le susurré al oído, con un tono presuntamente neutro.
No se sobresaltó ni protestó. Lo asumí como una tácita autorización a ir por más y comencé a frotarle la espalda, mientras con la mirada, tenía bajo control la puerta de la casa para asegurarme que seguíamos sin testigos.
-¡Gracias, que amable que sos!!-
Con ese salvoconducto, mi mano derecha cruzó el límite y “se coló” unos centímetros, debajo de la bombacha, pocos pero suficientes para que mi dedo medio palpara el nacimiento de la zanja que separa los glúteos.
-¿Y esa manoooo, Juaaannnn? No hay modo que … ahí lleguen los rayos del sol, me parece.-
-Es cierto….pero…me calienta más que el “astro rey”…..la zona…-
Pero tuve que interrumpir el “asalto” ante el regreso de mi hijo, nuera y Mariel mi esposa, al jardín.
Durante el resto de la tarde no aceptó encontrarse conmigo a solas otro día, ni darme su número de celular, a pesar que lo intenté de todas maneras, cuando se me presentaba la oportunidad de hablarle sin testigos.
No bajé los brazos. En la agenda del celular de mi hijo (lo tomé sin su permiso y, por suerte no lo tenía protegido con password) encontré “Adriana 15 5406 XXXX”.
A partir del día siguiente la llamé insistentemente hasta que, pocos días después, aceptó encontrarse conmigo, para tomar un café.
En el bar, charlamos sobre temas variados y pasatistas, hasta que la fui llevando al tema del sexo, a lo “embalado” que me tenía y a mis ganas de tenerla en una cama.
Ella al principio, me denegó lo que le pedía. Calló unos instantes, luego, alegó que nunca le había sido infiel a Marcos, el marido, a pesar de haber recibido muchas propuestas, que no conocía hoteles alojamiento, que nuestra situación familiar hacía más complicada la decisión.
Perseveré. Antes de despedirnos:
- No quiero decirte, definitivamente, que no y bajarle la cortina a la chance, de una experiencia, tal vez, placentera. Dejámelo pensar, no podes pretender que acepte a la primera insinuación, necesito tiempo. No me presiones, por favor.-
- ¿Insinuación? Más bien invitación. Estoy impaciente con vos, pero comprendo tu reserva. Me voy a quedar en el molde, tranquila. –
Era obvio que, más temprano que tarde se iba a entregar, no había, para nada, rechazado la idea de intimar conmigo, síntoma que le seducía la idea. Si no estaba errado era sólo cuestión de tiempo. Seguí llamándola diariamente, cuidándome de no aludir a la respuesta pendiente. A menos de una semana del encuentro en el bar, después de las generalidades de apertura de la conversación telefónica, entró en tema:
-…Juancito, me costó decidirme: voy a darle una oportunidad a tu deseo y al mío. Una sola ¡Ehhh!!, ……….a ver que resulta. –
- ¡Qué alegrón me das, muñeca! ¿Cuándo?-
- ¿Te parece mañana!-
-¿Porque no, ya …. Ahora mismo? ¿Voy a buscarte? …. ¡Estoy al palo!!-
-Mañana, bobooo… ¡Ahhh! Te tengo una sorpresa.-
-Dame una pista, ¡no seas mala!!. –
-Ya te vas a enterar. Mañana a las….. en el bar…….-
Después del café, nos fuimos tomados de la mano, hasta un hotel a 150 metros del bar, dándonos algunos piquitos como dos adolescentes.
Pedí la mejor habitación (un dineral, pero no quise parecer tacaño).
Allí, nos trenzamos en un primer beso furibundo, seguido por otros no menos fogosos, complementados con manoseo de tetas, culo y concha. Ella se fue calentando, tanto o más que yo, empezó a jadear y se abocó a quitarme la camisa. Una vez logrado su objetivo, me acarició el pecho y besó mis pezones. En respuesta a su estímulo comencé a quitarle la ropa. La blusa fue la primera, la pollera la siguió casi inmediatamente, quedó con un corpiño blanco con puntilla y una tanga diminuta del mismo color y adorno. La prenda superior, fue, sumariamente, desalojada. Sus hermosas tetas quedaron sin protección y “sufrieron” el asalto de mis manos, labios y lengua.
Lejos de quedar inactiva, Adriana, se las arregló para soltarme el cinto, bajarme el pantalón y buscar con su mano el bulto en mi slip.
Yo no soportaba más dilaciones e intenté acostarla en la cama.
- Esperá un momento- murmuró mientras se liberaba de mis brazos. Recogió su bolso, que descansaba en el suelo como el resto de nuestras prendas, y sacó de su interior un frasco con un líquido verdoso transparente.
- Acá está la sorpresa: aceite esencial para masajes, de cítricos, dispersa las malas energías y es afrodisíaco. A vos te gusta masajearme, me acuerdo de aquella tarde en la pileta de los chicos. A mí también me gusta, así que….-
Se acostó, con un salto brioso de adolescente, destapó el frasco y se mojó, las tetas y el vientre, con chorritos de aceite:
- Empezá,…… sin arrebatos,…. con delicadeza y sin apuro.–
No me lo hice repetir. Las tetas monopolizaron mi dedicación un buen puñado de minutos, luego pasé al cuello, al vientre y, por fin, metí la mano untuosa dentro de la tanga. Segunda sorpresa al avanzar hasta el monte de venus y más allá:
-¡Qué lindo, tenes la conchita depilada.-
-¡Visteeee!!!... estaba segura que te iba a gustar, me puse así ayer, para vos.-
Casi enseguida, perdió la bombacha, le besé y lambeteé la concha de abajo hacia arriba, me quedé un rato en el clítoris, luego de metí uno, dos dedos. Quedó toda mojada. Paró de gemir, se aferró de mi slip y tironeó para quitarlo.
-Me gusta…me alucina…. como me chupas…. ¡Ahora…. cogeme Juancito!!! –
Terminé de sacarme el slip y me acomodé entre sus piernas abiertas de par en par. Adriana manoteó mi vara, se la frotó en el monte de venus, a lo largo de la concha, de arriba abajo y viceversa varias veces y la acomodó en la posición justa. Bastó un empujoncito y estaba adentro de ella.
¿El preservativo? Bien gracias.
Me dediqué de lleno al vaivén de mi verga en el hoyo ardiente de su entrepierna. No se la saqué más hasta bastante después que Adriana, interrumpió los gemidos y demás manifestaciones guturales de placer para gritar algo así como “¡¡ahiii….mi Diooosss….me…mueroooo…!!!”, mientras, al frenesís del movimiento de su pubis, acelerado a más no poder, se le sumó un estremecimiento global de su cuerpo. Era su orgasmo que la descontrolaba.
Ahí tuve un destello de sensatez, tomé conciencia que no tenía puesto preservativo, pero, era presa de un remolino de goce carnal. Mi orgasmo y eyaculación fueron impostergables, “catastróficos” y muy bien recibidos por ella.
-¡Siiiii!!!.... no te guardes ni una gotita….-
Seguimos superpuestos, abrochados (con mi mitad del broche perdiendo temple) y con respiración y pulsos acelerados.
-¡Qué divino me cogiste!!…..¡gocé como nunca!!…..¡como hace muuuucho no gozaba!!-
-¡Lo mismo digo….ni en sueños imaginé, Adry, el come rabos caliente que tenés entre las piernas!!-
La conversación también incluyó la, tranquilizante, aclaración de que ella estaba operada (trompas ligadas), cero peligro de embarazo.
Vueltos en sí de la enajenación de los sentidos y del desgaste físico, nos higienizamos por separado.
De regreso a la cama reapareció el aceite esencial. Esta vez Adriana lo vertió en mi vientre y bajo vientre y jugó, largamente, con sus manos y su boca. Consiguió que mi verga despertara del letargo y, excediendo las fuerzas y facultades de mi naturaleza, ya ajetreada, nos entregamos a una segunda, deliciosa, vuelta.
La semana siguiente, repetimos el desaguisado, con la variante que después del, soberbio, polvo en pose misionero, saqué fuerzas de flaqueza y la cogí por el culo. Un bonus-track superlativo.
Eso sí, quedé como limón exprimido: los años no pasan en vano y la “carcaza” no le puede seguir el tren a las ganas.
Nos hicimos clientes del hotel. En la recepción, asumieron que, preferimos una habitación standard y dejaron de ofrecernos las versiones “de luxe”. Para que gastar demás, el lujo es Adriana. Un lujo de hembra.
Cuando nos encontramos en algún cumpleaños u otra reunión familiar nos salúdanos como dos consuegros ajustados a las normas y reglas de urbanidad. Ni nuestros conyugues, Mariel y Marcos, ni nadie sospecha nada.
Continuamos con nuestros encuentros ardientes, un par de veces por mes, varios años. Nada es para siempre pero si me remito al clima que impera cuando estamos a solas y, en particular, en la habitación de (nuestro) hotel, apostaría vamos a seguirla, mientras el cuerpo aguante.
Mi hijo nació cuando yo tenía 20 y pico, su hija también cuando ella tenía 20 y pico, los chicos de casaron con 20 y pico, ambos, unos cuatro años antes de la época en que transcurre este relato. Por lo dicho Adriana (Adry) y yo teníamos 40 y dos picos.
Ella es, alta por encima de los 1,70 metros, de cara agradable, ojos color miel de pupila dilatada, nariz pequeña, labios gruesos y rosados (cuando los tiene sin maquillaje), cabello largo rubio teñido, esbelta, un par de tetas, naturales, soberbias, un culo admirable y piernas extraordinarias. Viste generalmente con vestido o blusa y pollera. Es raro verla con pantalones.
La primera vez que la vi con bikini (el primer verano en la pileta de la casa de nuestros hijos) la simpatía, se transformó en “ganas de comer”, por lo menos de mi parte.
Demoré bastante en atreverme, pero a partir de un día y cada vez que nos encontrábamos, comencé a enviarle “tiros por elevación” que ella, esquivaba pero, daba a entender sutilmente que no rechazaba, de plano, la propuesta indecente.
En verano coincidíamos, con frecuencia los domingos, a almorzar con nuestros hijos y en combatir el calor de la tarde en su pileta, los dos matrimonios de consuegros además de jóvenes amigos y amigas de los dueños de casa. Uno de esos fines de semana, extrañamente, quedamos, momentáneamente solos, Adriana y yo, al borde del pileta.
Ella tendida, sobre una toalla, con la cara hacia el agua y el culo hacia el sol y a mi exclusiva consideración. Desde la casa era imposible que nos vieran.
Sin pensarlo dos veces y sin medir las complicaciones posibles, tomé el frasco de su protector solar y le deje caer unas gotas en la espalda, muy cerca del elástico de la bombacha ceñida de la bikini.
-Está muy fuerte el sol, mejor te refuerzo la protección, así no te quemas- le susurré al oído, con un tono presuntamente neutro.
No se sobresaltó ni protestó. Lo asumí como una tácita autorización a ir por más y comencé a frotarle la espalda, mientras con la mirada, tenía bajo control la puerta de la casa para asegurarme que seguíamos sin testigos.
-¡Gracias, que amable que sos!!-
Con ese salvoconducto, mi mano derecha cruzó el límite y “se coló” unos centímetros, debajo de la bombacha, pocos pero suficientes para que mi dedo medio palpara el nacimiento de la zanja que separa los glúteos.
-¿Y esa manoooo, Juaaannnn? No hay modo que … ahí lleguen los rayos del sol, me parece.-
-Es cierto….pero…me calienta más que el “astro rey”…..la zona…-
Pero tuve que interrumpir el “asalto” ante el regreso de mi hijo, nuera y Mariel mi esposa, al jardín.
Durante el resto de la tarde no aceptó encontrarse conmigo a solas otro día, ni darme su número de celular, a pesar que lo intenté de todas maneras, cuando se me presentaba la oportunidad de hablarle sin testigos.
No bajé los brazos. En la agenda del celular de mi hijo (lo tomé sin su permiso y, por suerte no lo tenía protegido con password) encontré “Adriana 15 5406 XXXX”.
A partir del día siguiente la llamé insistentemente hasta que, pocos días después, aceptó encontrarse conmigo, para tomar un café.
En el bar, charlamos sobre temas variados y pasatistas, hasta que la fui llevando al tema del sexo, a lo “embalado” que me tenía y a mis ganas de tenerla en una cama.
Ella al principio, me denegó lo que le pedía. Calló unos instantes, luego, alegó que nunca le había sido infiel a Marcos, el marido, a pesar de haber recibido muchas propuestas, que no conocía hoteles alojamiento, que nuestra situación familiar hacía más complicada la decisión.
Perseveré. Antes de despedirnos:
- No quiero decirte, definitivamente, que no y bajarle la cortina a la chance, de una experiencia, tal vez, placentera. Dejámelo pensar, no podes pretender que acepte a la primera insinuación, necesito tiempo. No me presiones, por favor.-
- ¿Insinuación? Más bien invitación. Estoy impaciente con vos, pero comprendo tu reserva. Me voy a quedar en el molde, tranquila. –
Era obvio que, más temprano que tarde se iba a entregar, no había, para nada, rechazado la idea de intimar conmigo, síntoma que le seducía la idea. Si no estaba errado era sólo cuestión de tiempo. Seguí llamándola diariamente, cuidándome de no aludir a la respuesta pendiente. A menos de una semana del encuentro en el bar, después de las generalidades de apertura de la conversación telefónica, entró en tema:
-…Juancito, me costó decidirme: voy a darle una oportunidad a tu deseo y al mío. Una sola ¡Ehhh!!, ……….a ver que resulta. –
- ¡Qué alegrón me das, muñeca! ¿Cuándo?-
- ¿Te parece mañana!-
-¿Porque no, ya …. Ahora mismo? ¿Voy a buscarte? …. ¡Estoy al palo!!-
-Mañana, bobooo… ¡Ahhh! Te tengo una sorpresa.-
-Dame una pista, ¡no seas mala!!. –
-Ya te vas a enterar. Mañana a las….. en el bar…….-
Después del café, nos fuimos tomados de la mano, hasta un hotel a 150 metros del bar, dándonos algunos piquitos como dos adolescentes.
Pedí la mejor habitación (un dineral, pero no quise parecer tacaño).
Allí, nos trenzamos en un primer beso furibundo, seguido por otros no menos fogosos, complementados con manoseo de tetas, culo y concha. Ella se fue calentando, tanto o más que yo, empezó a jadear y se abocó a quitarme la camisa. Una vez logrado su objetivo, me acarició el pecho y besó mis pezones. En respuesta a su estímulo comencé a quitarle la ropa. La blusa fue la primera, la pollera la siguió casi inmediatamente, quedó con un corpiño blanco con puntilla y una tanga diminuta del mismo color y adorno. La prenda superior, fue, sumariamente, desalojada. Sus hermosas tetas quedaron sin protección y “sufrieron” el asalto de mis manos, labios y lengua.
Lejos de quedar inactiva, Adriana, se las arregló para soltarme el cinto, bajarme el pantalón y buscar con su mano el bulto en mi slip.
Yo no soportaba más dilaciones e intenté acostarla en la cama.
- Esperá un momento- murmuró mientras se liberaba de mis brazos. Recogió su bolso, que descansaba en el suelo como el resto de nuestras prendas, y sacó de su interior un frasco con un líquido verdoso transparente.
- Acá está la sorpresa: aceite esencial para masajes, de cítricos, dispersa las malas energías y es afrodisíaco. A vos te gusta masajearme, me acuerdo de aquella tarde en la pileta de los chicos. A mí también me gusta, así que….-
Se acostó, con un salto brioso de adolescente, destapó el frasco y se mojó, las tetas y el vientre, con chorritos de aceite:
- Empezá,…… sin arrebatos,…. con delicadeza y sin apuro.–
No me lo hice repetir. Las tetas monopolizaron mi dedicación un buen puñado de minutos, luego pasé al cuello, al vientre y, por fin, metí la mano untuosa dentro de la tanga. Segunda sorpresa al avanzar hasta el monte de venus y más allá:
-¡Qué lindo, tenes la conchita depilada.-
-¡Visteeee!!!... estaba segura que te iba a gustar, me puse así ayer, para vos.-
Casi enseguida, perdió la bombacha, le besé y lambeteé la concha de abajo hacia arriba, me quedé un rato en el clítoris, luego de metí uno, dos dedos. Quedó toda mojada. Paró de gemir, se aferró de mi slip y tironeó para quitarlo.
-Me gusta…me alucina…. como me chupas…. ¡Ahora…. cogeme Juancito!!! –
Terminé de sacarme el slip y me acomodé entre sus piernas abiertas de par en par. Adriana manoteó mi vara, se la frotó en el monte de venus, a lo largo de la concha, de arriba abajo y viceversa varias veces y la acomodó en la posición justa. Bastó un empujoncito y estaba adentro de ella.
¿El preservativo? Bien gracias.
Me dediqué de lleno al vaivén de mi verga en el hoyo ardiente de su entrepierna. No se la saqué más hasta bastante después que Adriana, interrumpió los gemidos y demás manifestaciones guturales de placer para gritar algo así como “¡¡ahiii….mi Diooosss….me…mueroooo…!!!”, mientras, al frenesís del movimiento de su pubis, acelerado a más no poder, se le sumó un estremecimiento global de su cuerpo. Era su orgasmo que la descontrolaba.
Ahí tuve un destello de sensatez, tomé conciencia que no tenía puesto preservativo, pero, era presa de un remolino de goce carnal. Mi orgasmo y eyaculación fueron impostergables, “catastróficos” y muy bien recibidos por ella.
-¡Siiiii!!!.... no te guardes ni una gotita….-
Seguimos superpuestos, abrochados (con mi mitad del broche perdiendo temple) y con respiración y pulsos acelerados.
-¡Qué divino me cogiste!!…..¡gocé como nunca!!…..¡como hace muuuucho no gozaba!!-
-¡Lo mismo digo….ni en sueños imaginé, Adry, el come rabos caliente que tenés entre las piernas!!-
La conversación también incluyó la, tranquilizante, aclaración de que ella estaba operada (trompas ligadas), cero peligro de embarazo.
Vueltos en sí de la enajenación de los sentidos y del desgaste físico, nos higienizamos por separado.
De regreso a la cama reapareció el aceite esencial. Esta vez Adriana lo vertió en mi vientre y bajo vientre y jugó, largamente, con sus manos y su boca. Consiguió que mi verga despertara del letargo y, excediendo las fuerzas y facultades de mi naturaleza, ya ajetreada, nos entregamos a una segunda, deliciosa, vuelta.
La semana siguiente, repetimos el desaguisado, con la variante que después del, soberbio, polvo en pose misionero, saqué fuerzas de flaqueza y la cogí por el culo. Un bonus-track superlativo.
Eso sí, quedé como limón exprimido: los años no pasan en vano y la “carcaza” no le puede seguir el tren a las ganas.
Nos hicimos clientes del hotel. En la recepción, asumieron que, preferimos una habitación standard y dejaron de ofrecernos las versiones “de luxe”. Para que gastar demás, el lujo es Adriana. Un lujo de hembra.
Cuando nos encontramos en algún cumpleaños u otra reunión familiar nos salúdanos como dos consuegros ajustados a las normas y reglas de urbanidad. Ni nuestros conyugues, Mariel y Marcos, ni nadie sospecha nada.
Continuamos con nuestros encuentros ardientes, un par de veces por mes, varios años. Nada es para siempre pero si me remito al clima que impera cuando estamos a solas y, en particular, en la habitación de (nuestro) hotel, apostaría vamos a seguirla, mientras el cuerpo aguante.
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