Habían pasado 27 días desde el momento en que vi porprimera vez a Mara llegar en un autobús a mi ciudad para encontrarse conmigo,venía de la ciudad que más amo en el mundo: Buenos Aires.
En nuestras innumerables charlas planeamos su viaje de talforma que los últimos tres días en mi país los disfrutaríamos juntos en lacapital; fue así que me ocupe de contratar una camioneta adaptada donde pudieraentrar con mi silla y viajar cómodamente, además me acompañaría un asistentepara ayudarme en todas las tareas en las que soy dependiente.
Rápidamente llegó el momento del viaje y a las cinco de lamañana el vehículo estaba preparado para que nos acomodáramos, lamentablementepor las dimensiones de la silla, no hubo espacio para colocar una butaca más,por lo tanto tuvimos que improvisar con frazadas y mantas que se pusieron en elpiso y donde Mara se acomodó con cierta dificultad a mi lado. Hay un dicho quedice que no hay mal que por bien no venga y gracias a este pequeñoinconveniente la ruta se convirtió en el escenario de un amanecer de placer,sexo y adrenalina.
La madrugada era oscura y fría, en los asientos deadelante estaban el chofer y mi asistente; atrás, Mara sentada en la ventanilladerecha y yo con mi universo rodante en el medio de la camioneta. A los 25minutos de haber comenzado el viaje mi asistente dormía profundamente, elchofer con la mirada clavada en el camino manejaba concentrado y Mara acomodabasu brazo encima de mi pierna como quien se posa para descansar.
Comencé a acariciarla tiernamente, su calor y proximidaderan una invitación a la locura, pensé en la noche como un cubrecamas cómplicepara mi delirio, deseaba tener sexo con esa mujer ahí mismo, pero estaba seguroque nunca pasaría.
Después de sopesar la idea por unos instantes decidí quelo mejor era olvidarme de intentar algo y tratar de descansar un poco hastallegar a destino; tiré mi torso para atrás y en el movimiento sin querer dejémis genitales a unos 2 o 3 cm de la mano de mi querida Mara, me disponía a cerrarlos ojos cuando, por encima de la tela, unos dedos ágiles y dispuestoscomenzaban a acariciarme el falo que casi inmediatamente reaccionó a esecontacto exquisito. Tomó mi pene firmemente y con un lento pero deliciosovaivén me masturbaba, todo mi cuerpo se tensó, y el placer me invadía porcompleto. Con la maestría sigilosa de un ninja, sin hacer el menor ruido, metiósu mano por la cintura de mi pantalón deportivo de algodón para nuevamentehacerse dueña de mi pija que en ese momento estaba absolutamente mojada por laexcitación que sentía ante esta adrenalínica experiencia; sentía la tibiezaaterciopelada de sus dedos acariciar por todo lo ancho y largo de mi mástil,definitivamente sabía elevarme al éxtasis con su arte manual.
A esta altura yo hubiera quedado satisfecho si todoterminaba ahí, pero como dice la canción, la vida te da sorpresas, sorpresas teda la vida…
Liberó mi verga, apoyó su cabeza en mi muslo derecho,abrió su boca y se la introdujo con delicadeza; su lengua viboreaba en mi glandecon una pericia magistral, su textura era la perfecta conjunción entre lo suavey lo áspero, su saliva caliente empapaba mi sexo en oleadas tumultuosas. Eraincreíble cómo, sin mover un milímetro su cabeza, era capaz de prodigarme tantogoce; si se hubieran dado vuelta para ver cómo iba todo atrás, sólo hubiesenvisto una mujer dormida en mis piernas.
Para mí era la más dulce de todas las torturas disfrutarde aquel felatio maravilloso, tener la conciencia de que podía ser descubiertole impregnaba a la situación una carga de peligro sumamente seductora; si bienla oscuridad y el ruido del motor oficiaban de compinches, intente controlarcada reacción corporal a los estímulos placenteros que recibía.
Durante unos cuantos minutos Mara me chupó hasta lograrque tuviera un orgasmo inolvidable, los tres primeros, fueron chorros furiososde esperma hirviente, que a pesar que colmaron su cavidad bucal, no le costónada tragar como si fuese una sobreviviente que llega a un oasis para calmar sused; a los primeros les sucedieron otras descargas menores que tuvieron elmismo destino que sus antecesores: el interior de esa hembra que era la ama yseñora de mis sentidos.
Cuando terminó, con el mismo y riguroso sigilo, acomodó miropa, me ayudó a incorporarme y me sonrío con una mirada donde el amor y lalujuria bailaban pegados.
No daba crédito a todo lo sucedido y en la medida en queavanzábamos por el camino intentaba apresar cada segundo, cada sensación, cadaacción que había vivido; eran momentos que quería atesorar para siempre, unaexperiencia imperdonable de ser olvidada.
Tres horas más tarde nos detuvimos en una estación deservicio para cargar combustible e ir al baño, le pedí a mi asistente que meacompañara al servicio de discapacitados pero Mara tenía otros planes…
Le dijo a Francisco, mi asistente, que se quedara tomando un café, que ella me ayudaría a orinar. La miré extrañado y me respondió con un guiño de ojos.
Nos dirigimos al baño y entramos inmediatamente, trabó la puerta, se plantó delante y me dijo: ahora me toca a mí. Esas palabras fueron como las notas de un arpa para mis oídos. Durante toda su estadía le había propuesto tener sexo en el baño de un centro comercial a lo que se negó en cada oportunidad, por esa razón en ese momento sentí que tocaba el cielo con las manos…
Me tomo la cara y me besó con fuerza, metiendo su lengua con violencia tierna, buscando la mía con desesperación; respondí como pude dada la sorpresa, pero verla encendida me excitó como nunca. Mara sacó los apoyabrazos con una velocidad inaudita, levantó su minifalda de jean dejando ala intemperie una tanga negra super sexy, esa imagen se incrustó en mi retina inyectándome una sobredosis de deseo en las venas. Tomó la frazada debajo mío yen un movimiento me dejó recostado con todo mi vientre y genitales a su disposición, mi pija era una torre de mármol lista para penetrar el reino cálido y húmedo del interior de Mara, que al ver que estaba presto a la acción,corrió su tanga para un costado y se montó encima de mi introduciéndose hasta lo más profundo mi herramienta. Éramos dos animales sin límites, apoyó sus pies a los costados de mi silla y con movimientos salvajes hacía que entrara y saliera de ella con fuerza, en cada embestida iba un poco más adentro, su vulva era una fuente que empapó ardorosamente mi verga y huevos. Gemíamos, nos besábamos como dos poseídos, como si la vida se nos fuera en ello; entre jadeos y suspiros le disparé un "te amo" al que le siguió un "yo también" como respuesta; sus uñas se clavaron en mis hombros como mensajeras del advenimiento de su orgasmo, por mi parte saber eso desató en mí una incontenible eyaculación que, al hacerse sentir potentemente, hizo que Mara acabara también cerrando sus ojos con innumerables espasmos, después tembló dejándose ir, cayendo en mi pecho.
Nos recompusimos, acomodamos nuestra ropa, nos aseamos,hice pis y salimos poniendo la mejor cara de póker que teníamos, aunque a decir verdad, dos sonrisas imborrables moraban en nuestras caras.
Llegamos a destino, vivimos tres días casi perfectos en una ciudad que nos abrió los brazos y nos colmó de recuerdos.
Mara y la ruta… La vida debería ser un viaje eterno a ella.
En nuestras innumerables charlas planeamos su viaje de talforma que los últimos tres días en mi país los disfrutaríamos juntos en lacapital; fue así que me ocupe de contratar una camioneta adaptada donde pudieraentrar con mi silla y viajar cómodamente, además me acompañaría un asistentepara ayudarme en todas las tareas en las que soy dependiente.
Rápidamente llegó el momento del viaje y a las cinco de lamañana el vehículo estaba preparado para que nos acomodáramos, lamentablementepor las dimensiones de la silla, no hubo espacio para colocar una butaca más,por lo tanto tuvimos que improvisar con frazadas y mantas que se pusieron en elpiso y donde Mara se acomodó con cierta dificultad a mi lado. Hay un dicho quedice que no hay mal que por bien no venga y gracias a este pequeñoinconveniente la ruta se convirtió en el escenario de un amanecer de placer,sexo y adrenalina.
La madrugada era oscura y fría, en los asientos deadelante estaban el chofer y mi asistente; atrás, Mara sentada en la ventanilladerecha y yo con mi universo rodante en el medio de la camioneta. A los 25minutos de haber comenzado el viaje mi asistente dormía profundamente, elchofer con la mirada clavada en el camino manejaba concentrado y Mara acomodabasu brazo encima de mi pierna como quien se posa para descansar.
Comencé a acariciarla tiernamente, su calor y proximidaderan una invitación a la locura, pensé en la noche como un cubrecamas cómplicepara mi delirio, deseaba tener sexo con esa mujer ahí mismo, pero estaba seguroque nunca pasaría.
Después de sopesar la idea por unos instantes decidí quelo mejor era olvidarme de intentar algo y tratar de descansar un poco hastallegar a destino; tiré mi torso para atrás y en el movimiento sin querer dejémis genitales a unos 2 o 3 cm de la mano de mi querida Mara, me disponía a cerrarlos ojos cuando, por encima de la tela, unos dedos ágiles y dispuestoscomenzaban a acariciarme el falo que casi inmediatamente reaccionó a esecontacto exquisito. Tomó mi pene firmemente y con un lento pero deliciosovaivén me masturbaba, todo mi cuerpo se tensó, y el placer me invadía porcompleto. Con la maestría sigilosa de un ninja, sin hacer el menor ruido, metiósu mano por la cintura de mi pantalón deportivo de algodón para nuevamentehacerse dueña de mi pija que en ese momento estaba absolutamente mojada por laexcitación que sentía ante esta adrenalínica experiencia; sentía la tibiezaaterciopelada de sus dedos acariciar por todo lo ancho y largo de mi mástil,definitivamente sabía elevarme al éxtasis con su arte manual.
A esta altura yo hubiera quedado satisfecho si todoterminaba ahí, pero como dice la canción, la vida te da sorpresas, sorpresas teda la vida…
Liberó mi verga, apoyó su cabeza en mi muslo derecho,abrió su boca y se la introdujo con delicadeza; su lengua viboreaba en mi glandecon una pericia magistral, su textura era la perfecta conjunción entre lo suavey lo áspero, su saliva caliente empapaba mi sexo en oleadas tumultuosas. Eraincreíble cómo, sin mover un milímetro su cabeza, era capaz de prodigarme tantogoce; si se hubieran dado vuelta para ver cómo iba todo atrás, sólo hubiesenvisto una mujer dormida en mis piernas.
Para mí era la más dulce de todas las torturas disfrutarde aquel felatio maravilloso, tener la conciencia de que podía ser descubiertole impregnaba a la situación una carga de peligro sumamente seductora; si bienla oscuridad y el ruido del motor oficiaban de compinches, intente controlarcada reacción corporal a los estímulos placenteros que recibía.
Durante unos cuantos minutos Mara me chupó hasta lograrque tuviera un orgasmo inolvidable, los tres primeros, fueron chorros furiososde esperma hirviente, que a pesar que colmaron su cavidad bucal, no le costónada tragar como si fuese una sobreviviente que llega a un oasis para calmar sused; a los primeros les sucedieron otras descargas menores que tuvieron elmismo destino que sus antecesores: el interior de esa hembra que era la ama yseñora de mis sentidos.
Cuando terminó, con el mismo y riguroso sigilo, acomodó miropa, me ayudó a incorporarme y me sonrío con una mirada donde el amor y lalujuria bailaban pegados.
No daba crédito a todo lo sucedido y en la medida en queavanzábamos por el camino intentaba apresar cada segundo, cada sensación, cadaacción que había vivido; eran momentos que quería atesorar para siempre, unaexperiencia imperdonable de ser olvidada.
Tres horas más tarde nos detuvimos en una estación deservicio para cargar combustible e ir al baño, le pedí a mi asistente que meacompañara al servicio de discapacitados pero Mara tenía otros planes…
Le dijo a Francisco, mi asistente, que se quedara tomando un café, que ella me ayudaría a orinar. La miré extrañado y me respondió con un guiño de ojos.
Nos dirigimos al baño y entramos inmediatamente, trabó la puerta, se plantó delante y me dijo: ahora me toca a mí. Esas palabras fueron como las notas de un arpa para mis oídos. Durante toda su estadía le había propuesto tener sexo en el baño de un centro comercial a lo que se negó en cada oportunidad, por esa razón en ese momento sentí que tocaba el cielo con las manos…
Me tomo la cara y me besó con fuerza, metiendo su lengua con violencia tierna, buscando la mía con desesperación; respondí como pude dada la sorpresa, pero verla encendida me excitó como nunca. Mara sacó los apoyabrazos con una velocidad inaudita, levantó su minifalda de jean dejando ala intemperie una tanga negra super sexy, esa imagen se incrustó en mi retina inyectándome una sobredosis de deseo en las venas. Tomó la frazada debajo mío yen un movimiento me dejó recostado con todo mi vientre y genitales a su disposición, mi pija era una torre de mármol lista para penetrar el reino cálido y húmedo del interior de Mara, que al ver que estaba presto a la acción,corrió su tanga para un costado y se montó encima de mi introduciéndose hasta lo más profundo mi herramienta. Éramos dos animales sin límites, apoyó sus pies a los costados de mi silla y con movimientos salvajes hacía que entrara y saliera de ella con fuerza, en cada embestida iba un poco más adentro, su vulva era una fuente que empapó ardorosamente mi verga y huevos. Gemíamos, nos besábamos como dos poseídos, como si la vida se nos fuera en ello; entre jadeos y suspiros le disparé un "te amo" al que le siguió un "yo también" como respuesta; sus uñas se clavaron en mis hombros como mensajeras del advenimiento de su orgasmo, por mi parte saber eso desató en mí una incontenible eyaculación que, al hacerse sentir potentemente, hizo que Mara acabara también cerrando sus ojos con innumerables espasmos, después tembló dejándose ir, cayendo en mi pecho.
Nos recompusimos, acomodamos nuestra ropa, nos aseamos,hice pis y salimos poniendo la mejor cara de póker que teníamos, aunque a decir verdad, dos sonrisas imborrables moraban en nuestras caras.
Llegamos a destino, vivimos tres días casi perfectos en una ciudad que nos abrió los brazos y nos colmó de recuerdos.
Mara y la ruta… La vida debería ser un viaje eterno a ella.
3 comentarios - Mara y la Ruta
un saludo!
Saludos