7 – Última noche
Como os contaba, Susana se había pasado toda la tarde con ellos en la piscina, luego jugando al billar y por supuesto preparando la cena. Ella estaba cada vez más borracha, y yo seguía con la piel quemada del sol.
Cuando terminamos de cenar, el socorrista echó un vistazo a mi enrojecido torso y algo preocupado decidió llevarme a la enfermería. Era una pequeña casita cerca de la piscina con una camilla, algo de material médico y poco más. Me echó un poco de crema hidratante en la espalda, y eso que no estaba quemada, y me dijo:
—Por seguridad, te voy a recomendar que te quedes esta noche en la enfermería.
—Pero si tú no eres médico… —repliqué.
—Bueno, pero tengo formación de socorrista y mi misión es cuidar de la gente —dijo exagerando.
—Claro… ¿Y quién cuida de mi novia, con lo borracha que la habéis puesto?
—No te preocupes, yo lo haré —y acto seguido desapareció por la puerta, cerrando con llave tras él.
Me acababa de dejar encerrado. Rápidamente me puse de pie e intenté abrir la puerta, pero no lo lograba. Había una ventana, pero tenía rejas en el exterior. Intenté al menos abrir el cristal para gritar y llamar a alguien, pero nada, estaba bloqueada. Como una revelación, mi móvil comenzó a sonar, ni había pensado en eso. Seguro que era Susana, así que lo saqué nervioso de mi bolsillo, con tan mala suerte que la colgué sin querer.
—¡Mierda! Voy a llamarla… —grité yo solo.
Pero aún más mierda, no me quedaba crédito. Joder, no me lo podía creer. Sonó mi móvil de nuevo, era un jodido mensaje de mi novia:
“Ya me a dicho el soco, k t kdas descansando n la enfrmeria. Supongo k ya duerms. Dulcs bsos mi niño. Nos vams a un jacuzzi natural k stos conocen. Tqmx”
Casi lanzo el móvil contra la pared del enfado. ¿Ella medio borracha y esos tíos que apenas conocíamos se la llevaban un jacuzzi natural? ¿Que cojones era eso? Intentaba llamarla en vano, incluso intenté a cobro revertido, pero no lo logré. Oí un coche pasar muy cerca con ellos dentro, y pude oír las risas de mi novia mientras se alejaban.
Me quedé media hora con la mirada perdida hacia la ventana, sin pestañear. Me decía a mi mismo, "ella lo controlará, lo controlará…". Pasé así un largo rato hasta que sonó otra vez el móvil. Era Susana, y esta vez sí pude responder…
Narra ella:
Qué gran lástima lo de mi novio. El “Soco” me dijo que estaba bien, pero que le había recomendado quedarse esa noche en la enfermería para recuperarse. La verdad estaba muy apenada por él. Le llamé, pero me colgó, supongo que estaría intentando dormir el pobre. Los chicos, que me notaron triste, me invitaron a ir con ellos a un jacuzzi natural que conocían para animarme. Me dijeron que de poco servía lamentarse, y que intentara aprovechar del momento y pasar un rato alegre con ellos. Acabé aceptando a cambio de que no volviéramos muy tarde de ese lugar.
Nos metimos en el coche y partimos camino a dicho lugar. Pero cuando llevábamos unos minutos de camino les pedí que pararan:
—¡Chicos, se me ha olvidado el bikini! ¿Podemos volvemos a cogerlo?
Nacho, que iba al volante, respondió:
—Naaa… no te preocupes. Además ya no nos daría tiempo a volver, que mira qué tarde es.
Aunque no era tan tarde, supuse que Nacho tendría razón. Eran tan buena gente que resultaba imposible decirles que no a nada.
Llegamos por fin a un paraje que realmente era fabuloso, valía la pena haber ido con ellos. Como esa noche había luna llena, al apagar las luces del coche se veía suficiente para poder moverse por el lugar sin tropezarse. Tal como dijeron, a unos metros había una especie de jacuzzi natural, un espacio protegido entre rocas que se llenaba de agua de mar por una especie de conducto.
Los chicos tan solo tuvieron que irse quitando las camisetas y se fueron metiendo uno a uno al agua. Todos excepto Nacho que se quedó a mi lado mirándome.
—¿No te metes Susanita? —dijo.
—Ya os dije que necesito el bikini para bañarme, y no quiero que se me moje la ropa, que debe hacer mucho frío ahí dentro.
—No te preocupes… Mira, te bañas sin ropa y así no se te moja. ¿Qué dices? —ofreció Carlos desde el agua.
—Jo, es que me da muchísima vergüenza. Si al menos estuviera mi novio…
—Bueno, sí… tienes razón. Estas cosas sólo se hacen con gente en la que confías… —dijo Nacho apenado, los otros asintieron.
—Jo, Nacho… no digas eso… —le di un abrazo, y él me rodeó con sus fuertes brazos—. Sois excelentes personas… pero no me parece bien…
—Pues no se hable más, o todos o ninguno —sentenció Nacho—. Volvamos al camping.
—Jo, chicos, no seáis tontos… —la verdad es que con ese comentario me había convencido, éramos tan buenos amigos que preferían no bañarse a dejarme de lado—. Venga, me baño un poquito, pero no miréis mientras me quito la ropa.
Todos celebraron mi decisión. Qué pena que mi novio no hubiera venido, el sitio era precioso y le hubiera encantado. Me desnudé mientras ellos se tapaban los ojos con las manos. Rápidamente me metí en ese fantástico jacuzzi natural y les avisé de que ya podían abrir los ojos. El agua estaba fría al principio. Notaba mis pezones endurecerse.
Las rocas permitían sentarse y que me quedara el agua por encima del pecho. Si me ponía ligeramente tumbada, el agua me llegaba a la barbilla. Finalmente nos encontramos todos en el jacuzzi y fuimos comentando lo fresca que estaba el agua. Tenía que tener cuidado porque el agua me cubría apenas los pechos, y con el movimiento a veces bajaba el nivel demasiado para mi comodidad. Aunque tampoco era muy escandaloso, dado que con la tenue luz que había no se veía demasiado, y aún menos lo que quedaba bajo el agua.
Me sentía espléndidamente aunque a ratos me incomodaba por eso de ser la única chica, rodeada de hombres, y encima estar completamente desnuda. Intentaba no pensar mucho en ello, al fin y al cabo eran buenos amigos y en ellos podía confiar plenamente. No eran unos depravados ni nada por el estilo.
Carlos estaba sentado a mi derecha, y parecía mucho más distendido. Parece que el mal momento que habíamos pasado esa mañana, ese incómodo incidente al ponerle la crema, ya no tenía ninguna importancia.
Nacho estaba sentado a mi izquierda, y aunque con él también había tenido un encontronazo bastante embarazoso ese mismo día, también sentía que cualquier posible resentimiento se había difuminado. Me sentía tan feliz de estar rodeada de tan buenos amigos…
Cerrando el círculo estaba Pedro, con el cual tampoco parecía que hubiera ningún rencor, a pesar del pequeño percance que sufrimos juntos cuando me topé con su erección mientras jugábamos en el mar. Y por último el socorrista del camping, “Soco” como le llamaba yo cariñosamente, un chico muy amable y que desde el primer día había sido encantador con nosotros, tanto con mi novio como conmigo.
De hecho Soco tuvo una gran idea, o al menos eso les pareció a todos. Dijo que era injusto que yo tuviera que estar desnuda y ellos pudieran seguir vestidos. Que lo más democrático era que todos se desnudaran conmigo. Yo no me opuse, aunque realmente no me parecía que tuviera tanta importancia. Pero lo entendí como un gran detallazo por su parte. Estos chicos no se cansaban de demostrarme lo buen amigos que eran.
Carlos les hizo una especie de seña que no entendí muy bien. Algo así como “un momento chicos”, pero no tenía mucho sentido. Comenzó a zarandearse para quitarse el bañador, y por lo que parecía, no era capaz de sacárselo. El resto nos mantuvimos a la expectativa, y yo no me podía creer que fuera tan torpe.
—Me rindo… —dijo finalmente–. Susana, oye, no puedo quitármelo en esta posición, es que esto es demasiado pequeño, y así sentado me resbalo…
Así que se puso de pie e hizo el amago de quitárselo. Yo me tapé la cara ruborizada. No podía volver a ver esa tremenda barra de carne, ni tan solo imaginarlo después de la vergüenza pasada con él. Menos mal que Nacho apeló al sentido común.
—No, hombre, no te lo quites así —dijo—, no seas exhibicionista. Jajaja…
—Ok. Pues lo intento otra vez bajo el agua… —contestó Carlos.
Se puso de rodillas esta vez, metiendo su cuerpo bajo el nivel del agua pero quedando justo delante de mí en vez de a mi lado. Metió una mano bajo el agua y parecía que le molestaba algo porque trajinaba con el bañador con dificultad. Se quedó mirándome directamente a los ojos, yo le sonreí con cierta indulgencia ante su incapacidad de hacer algo tan sencillo.
Entonces noté sus manos hacer contacto con mis rodillas bajo el agua, y las sostuvieron firmemente. No sabía que pasaba, pero llevé instintivamente mis manos atrás, y las coloqué debajo de mis nalgas, sobre la roca, como para evitar hundirme teniendo más puntos de apoyo. Carlos dijo:
—Me vas a tener que ayudar…
Separó suave pero firmemente mis rodillas, dejando mis piernas bien abiertas frente a él. Esto provocó que me tumbara ligeramente hundiéndome un poco más. Se acercó lentamente hacia mí, colocándose extrañamente en una posición parecida al estilo misionero. Apoyó sus manos sobre la piedra a mis espaldas, rodeándome con sus fuertes brazos y quedando muy cerca de mí, con sus labios casi pegados a mi cuello.
Alzó la voz suavemente diciendo:
—Susanita, ayúdame, que yo sólo no puedo…
Yo no entendía nada. La situación habría sido extremadamente incómoda de no haber sido porque estábamos entre amigos. Lógicamente, intenté ayudarle. Puse mis manos sobre su bañador al rededor de su cintura y empecé a tirar de él hacia abajo. Perder mi punto de apoyo provocó que me hundiera un poco más en el agua. Menos mal que Nacho, todo un caballero, me sostuvo por la parte baja de mi espalda para que no me hundiera del todo.
Es verdad que resultaba muy difícil bajarle el bañador a Carlos, había algo que lo impedía. Entonces me di cuenta de lo que pasaba.
—Carlitos, es que primero tienes que quitar el nudo… —dije compasiva.
—Ah, claro… Qué tonto soy… –respondió él.
Dirigí mis manos hacia su bajo vientre y busqué por la tira de su bañador hasta encontrar el nudo. Pero me di cuenta que el nudo no estaba por fuera, sino por dentro. Mientras, el silencio del resto del grupo era sepulcral, expectantes por lo que pasaba.
Tuve que meter mi manita dentro de su bañador para alcanzar el nudo. Me dio una vergüenza tremenda, porque sin querer acaricié la cabezota suave y blandita de su pene. Me estremecí al notar su tacto entre mis dedos, y me sentí mal otra vez porque podía parecer que me estaba aprovechando de nuestra amistad. Él resopló suavemente, imagino que molesto por mi error.
Me dio un mordisquito en el cuello, como una llamada de atención por lo que le estaba haciendo. Pero a mí me estremeció, mi cuello es algo así como mi punto débil. La situación se estaba volviendo demasiado erótica y me daba apuro. Sin quererlo, mis piernas le rodearon como por instinto.
Logré por fin hacerme con el nudo, deshacerlo, y ya más tranquilamente tirar de su bañador para sacárselo. Me resultó algo difícil, más que nada porque hubo un punto en el que mis manos ya no llegaban más abajo. El bañador había quedado a la altura de sus muslos, y si quería seguir tendría que sumergirme bajo el agua
—Utiliza las piernas, Susana —dijo él, aportando la solución.
Así hice, pero cometí un grave error. Y es que otra vez me puse yo sola en una situación incómoda con mi amigo Carlos. Otra vez, pobrecito. Al intentar alcanzar el bañador con mis pies, flexioné mucho las piernas, y él tuvo que sostenerme con más fuerza para evitar que me sumergiera. Yo, instintivamente, le rodeé con mis brazos para sujetarme. Entonces caí en la cuenta de que, accidentalmente, su cuerpo se estaba pegando cada vez más al mío.
Al principio sus pectorales quedaron a la altura de mi cara, y su entrepierna apenas tenía contacto con mi cuerpo. Sin embargo, a medida que iba bajando su bañador, él iba inclinándose sobre mí, ayudándome a no hundirme. Cuando logré bajarle el bañador a la altura de sus rodillas, su cuerpo entró accidentalmente en contacto conmigo. Su pene particularmente, estaba ahora en contacto con mi piel, posado enteramente sobre mi abdomen. Le noté la polla medio blandita, y parecía yacer tranquilamente siguiendo las ondulaciones de mi vientre.
Cuando logré sacarle el bañador, él bajó más todavía sobre mi mientras se deshacía de la prenda a sus pies. Su pene había recorrido el camino desde mi vientre hasta posicionarse directamente en contacto con mi rajita. Por el camino, y seguramente por el desafortunado movimiento de caderas que tuve que hacer para ayudarle a sacarse el bañador, se le había puesto tremendamente duro. Yo hasta ese momento había pensado que el agua fría provocaba el efecto contrario.
Sus manos me sujetaban firmemente por detrás. A mí se me había pasado el frío, y olvidé si lo tuve en algún momento. Con el vaivén de las olas, o eso me pareció a mí, su cuerpo se movía suavemente sobre el mío. Duró unos instantes sólo, pero mi corazón estaba poniéndose a latir a mil por hora. Con cada movimiento su duro pene surcaba por encima de mi intimidad. Mis piernas, como con voluntad propia, volvieron a apretarse alrededor de las suyas.
Creo que si hubiera bebido un poco más esa noche, no habría tenido la entereza de hacer lo que hize a continuación, y quién sabe lo que hubiera pasado. Al sentir la cabezota de su gran polla pasearse peligrosamente por la abertura de mi vagina, conseguí utilizar mis manos para empujarlo lentamente y alejarlo hacia el centro del jacuzzi.
El resto del grupo pareció volver a la vida de repente. El silencio comenzó a disiparse y todos acabaron quitándose los bañadores. Eso sí, a nadie más se le ocurrió pedirme ayuda. Por una parte me sentía aliviada de no tener que ayudar a todos, ya que eran mis amigos y no podía arriesgarme a ponerlos constantemente en situaciones embarazosas como ésas. Pero por otro lado me sentía algo mal. Quizá de alguna manera habían advertido mis bajos impulsos por mi comportamiento, y no querían sentirse utilizados como Carlos. Ese pensamiento me avergonzó un poco.
Menos mal que ellos, siempre muy comprensivos, no dejaron de mostrarse muy cariñosos. A pesar de haber espacio de sobra en el jacuzzi, Carlos y Nacho se mantuvieron pegaditos a mí, haciéndome tonterías para divertirme. Y de paso, evitando que me entrara frío.
—Jo, chicos… ¿y no os sabéis algún juego? —pregunté, porque a pesar de todo, quería compartir ese momento con todos, no solo con Carlos y Nacho—. ¿Un juego en que podamos jugar todos…?
—Pues a mí se me ocurre uno… —dijo Pedro—. Pero no sé si querréis jugar, o si se puede, porque normalmente se juega con prendas, y de eso ya andamos un poco mal… Jajaja…
Todos nos reímos con él.
—¡Ah! Pero se me ocurre algo, podemos jugar igualmente —e incorporándose de repente, sin avisar ni nada, dijo—. ¡Ahora vengo!
Quedó en pie frente a mí, y por supuesto no pude evitar fijarme en sus intimidades. Tampoco pude evitar sonrojarme un poco por el generoso tamaño que ya había conocido de cerca. Se dirigió al coche y con cierta torpeza buscó algo dentro del maletero. Volvió con un objeto escondido en su mano, guardando el misterio. Se volvió a sentar y lentamente mostró el contenido de su mano. Parecía una pelota de ping pong, pero de color oscuro, aunque en realidad no se veía muy bien el color.
—El juego consiste en pasar la pelota al de nuestra derecha, pero usando solamente la boca. ¿Ok? —explicó Pedro divertido—. Normalmente si se cae la bolita se debe pagar prenda. Pero como ya estamos en bolas, pues nada…
—Pero alguna prenda habrá que poner de castigo, ¿no? Si no no tiene gracia el juego —comentó Carlos.
—Bueno, pues… el que pierda la pelota tendrá que darle un besito al que la iba a recibir —dijo Pedro.
—¡Oye! —protestó Soco—. Pero nos vamos rotando, que yo no quiero estar todo el rato besando a este tío… Jajaja…
Nos reímos todos y acabamos aceptando las reglas del juego. Aunque no sin cierta reticencia, ya que no me pareció muy buena idea. Me imaginaba que mi novio se pondría celoso si se llegara a enterar. Pero en fin, no quería ser la aguafiestas del grupo.
Comenzamos la ronda. Soco le pasó la pelotita a Pedro con la boca sin ninguna dificultad. Pedro se la pasó a Nacho, que estuvieron a punto de tener que besarse, pero al final no se les cayó. Me estaba divirtiendo el juego, aunque más divertido habría sido si se hubieran tenido que besar.
Nacho entonces se acercó a mi cara, apoyando su mano en mi pierna bajo el agua, listo para pasarme la pelota. Abrí los labios y como por costumbre cerré los ojos. Noté el contacto directo de sus labios besando los míos. Todos rieron por el error de Nacho, y yo también me reí un poquito la verdad. La pelotita se había caído mucho antes y ni siquiera me había dado la oportunidad de intentar atraparla. Qué torpe llegaba a ser el pobre Nacho, ya me lo había demostrado en los varios incidentes vividos esos días.
—Vaya, lo siento… Ahora tengo que besarte como prenda —dijo entonces.
—Jajaja… ¡qué tonto eres! ¡Pero si ya me acabas de besar! —protesté.
No hizo ningún comentario. Se acercó a mí lentamente, con su mano aún en mi muslo. La soltó solamente para acariciarme la cara. Pensé en mi novio y me estremecí. La fuerte mano de Nacho pasó a mi nuca, sujetando suavemente mi cabeza. Sus labios se acercaron a los míos hasta rozarlos. Suspiré suavemente anticipando lo que venía.
Me besó de una manera tierna y dulce. La verdad es que había sido hasta bonito. Me quedé un poco con cara de tonta. No imaginé que fuera a besar igual a uno de sus compañeros. Entonces Nacho me acercó la pelota, devolviéndome a la realidad.
—Se me ocurre algo —dijo Carlos—, deja la pelota en el agua, Nacho.
Nacho le observó con cara de poco entender.
—Como solo se puede utilizar la boca, tienes que pescarla en el agua después de fallar —explicó Carlos.
Siguiendo las instrucciones Nacho dejó la pelotita flotando en el agua en frente suyo. Me incliné para cogerla. Los otros de broma movían el agua, lo que tornaba bastante complicado hacer coincidir mis labios alrededor de la dichosa bolita. Por fin lo conseguí, y me giré para pasarsela a Carlos, que seguía a mi derecha. Me acerqué un poco a su cara, era complicado hacer todo esto sin sacar demasiado el cuerpo del agua y sin resbalar.
Carlos también se me acercó, y me quiso sujetar para mantenerse estable mientras nos pasábamos la pelotita. Pero lo hizo tan suavemente, acariciando mis costillas de una forma muy lenta, que me provocó un poco de cosquillas y claro, la pelotita se fué otra vez al agua. En esta ocasión se quedó flotando frente a Carlos.
—Vaya… pues tienes que recogerla —me dijo mientras me acariciaba los labios con sus dedos—. Y ya sabes cómo, ¿verdad Susi?
Para hacer la broma, Carlos cogió la pelotita y la hundió bajo el agua justo en frente suyo. Entonces la debió soltar, porque apareció otra vez en la superficie, aunque esta vez se veía toda mojadita y brillante. Por la poca luz, apenas pude reconocer su forma redondita, y me pareció que era más grande que antes. Además, Carlos se había colocado en una posición un tanto extraña que no entendí muy bien.
Acerqué mis labios a la pelotita, abriéndolos para poder rodearla. Los chicos volvieron a mover el agua para hacer la broma. Pero extrañamente esta vez me resultó mucho más sencillo ya que no se movió tanto la pelotita. A la primera logré hacer contacto. Mis labios acariciaron por un momento la superficie de la pelotita. Me pareció que el tacto era algo distinto, y se podría decir lo mismo de su temperatura. Imaginé que era debido a que Carlos la había sujetado un rato bajo el agua.
Comencé a rodearla con mi boca para cogerla, sin embargo, por algún motivo, no era capaz de levantarla. Se me escurría cada vez entre mis labios. Sospeché que Carlos la tenía agarrada por abajo para ponérmelo más difícil. Volví a intentarlo, pero esta vez me introduje la bolita un poco dentro de la boca, apretándola fuerte entre mis labios e incluso succionando para que no se escurriera. Pero nada. Carlos no la soltaba.
—Oye, no vale sujetar la bolita desde abajo, ¿no? —dije yo levantando mi mirada hacia él.
No me respondió, estaba muy serio y mordiéndose el labio inferior. Supuse que era parte del juego, así que me agaché y volví a intentarlo, esta vez succionando más fuerte aún. Por algún motivo el silencio era sepulcral otra vez. Me pareció que mi posición era inadecuada para la tarea, y sin soltar la pelotita, me giré y pasé de estar sentada y encorvada hacia mi derecha a apoyarme con las rodillas y las manos sobre el fondo del jacuzzi, justo en frente de Carlos.
Eso me permitiría hacerlo mejor, y por fin conseguir hacerme con la pelotita. Carlos resoplaba fuerte, parece que a él también le costaba cierto esfuerzo aguantar la bolita bajo el agua.
—Muy bien Susi… lo estás consiguiendo… —me animaba con la voz entrecortada.
Abrí más mi boca para rodear mejor la pelotita. Me costaba bastante esfuerzo, parecía como que se había hinchado con el agua. Seguía succionando muy fuerte cuando de repente noté unos brazos que me empujaron hacia atrás. Era Pedro, que tiró fuerte de mis caderas haciendo que me quedara sentada sobre él. Vi la pelotita que se quedó ahí flotando, y a Carlos, que parecía tener un aspecto de bastante cansado.
—Ya basta Carlos, creo que te estás pasando —le increpó Pedro.
—Es sólo un juego… —respondí yo para calmarle—. No nos enfademos.
Carlos no decía nada. Se limitaba a sujetar la pelotita, completamente serio. No sé si estaba molesto con Pedro, así que se me ocurrió decirle
—Pedrito, si quieres cógela tú, que yo no puedo.
Se empezaron a reír todos como si hubiera contado el chiste más gracioso del mundo.
—¡Ni por todo el oro del mundo! —dijo él riéndose.
En ese momento me di cuenta de que seguía sentada encima de Pedro, a horcajadas sobre su pierna izquierda. Sus manos seguían en mis caderas, tirando de mí hacia atrás suavemente. Tenía que mantener mi torso debajo del agua, para no dejar mis tetas al aire, lo que hacía que mi postura fuera un tanto extraña. Si me hubiera echado un poco más adelante me habría quedado casi como en posición de perrito, con Pedro detrás sujetándome de las caderas.
Me gustaba la sensación. Por alguna extraña razón me sentía bien con Pedro protegiéndome de una manera tan cariñosa. Él era como el más maduro del grupo, o como mínimo el menos alocado. Soco a nuestro lado no decía nada, y Carlos y Nacho nos observaban desde el frente, me pareció que un poco tensos por la situación.
Entonces empecé a notar en mis nalgas lo que claramente parecía ser la entrepierna de Pedro. ¿Pero qué les pasaba a estos chicos con sus erecciones involuntarias en los momentos menos indicados? Me decidí a aligerar el ambiente como fuera.
—Me pregunto como debe estar mi novio —dije—. Me gustaría llamarlo a ver qué tal va…
—Seguro que está bien, no te preocupes… —dijo Pedro sin soltarme.
Sus manos subieron un poco hacia mis costillas, rozando el bajo de mis pechos, y comenzó a hacerme cosquillas haciendo el payaso. Por supuesto empecé a reirme y a moverme sin querer sobre su pierna. Espero que no se notara que con tanto movimiento, mi desnuda intimidad estaba en contacto con la piel de su musculada pierna.
A medida que continuaba con sus cosquillas, fui notando como su polla presionaba más fuerte entre mis glúteos. Empujaba entre ellos, amenazando mi prieto esfínter peligrosamente. Entre las cosquillas que me hacía y la presión de su pene, me forzó a relajarlo un poco. Cuando sentí como se hundía levemente dentro de mí, descubrí lo mucho que me estaba gustando. No podía ser, otra vez en esa tesitura. Tenía que pararlo, así que insistí con lo de mi novio, para salir de la situación.
—Por favor, traedme el móvil del coche, que quiero hablar con él —dije algo tensa, intentando no reír por las cosquillas y que no se notara lo que pasaba.
—Venga vale… ya voy a por el móvil —dijo Soco.
—¿Has visto? Me puedo aguantar las cosquillas si quiero… —le dije a Pedro desafiante, como con un doble sentido a ver si entendía que podía resistirme a su polla.
—¿Sí? ¿Aguantas bien las cosquillas, Susana? —preguntó de repente Carlos, que parecía vuelto a la vida.
—Perfectamente —dije, apenas consiguiendo no reírme—. Si me río es para que Pedro no se sienta mal. Jajaja…
Carlos se acercó hasta quedarse a un palmo de mi cara. Su semblante era serio.
—¿Serías capaz de hablar con tu novio y que no se diera cuenta de que te estoy haciendo cosquillas? —dijo—. Que conste que soy muy bueno…
—Bueno, no sé… quizás sí. ¿Quién sabe? —dije sin saber muy bien qué responder.
Me parecía una idea un tanto infantil, pero también divertida a la vez.
Aunque a Pedro le costó soltarme, finalmente me pusieron sentada entre él y Nacho, consiguiendo liberarme de esa pitón que amenazaba mi culo bajo el agua. Carlos seguía enfrente mío y me miraba fijamente, como examinándome. Se puso en acción, con sus manos palpando torpemente mi cuerpo por debajo del agua intentando hacerme reír. Tocó mis piernas, mis pechos ligeramente, otra vez mis piernas, que estaban flexionadas. Otra vez volvió a mis pechos, quizá durante un segundo más que antes. Luego se dirigió otra vez a mis piernas, esta vez acariciando primero mis rodillas y luego la piel suave de mis muslos por la parte interna. Fue subiendo lentamente hasta llegar a mi vientre.
Lo que él no sabía es que me estaba excitando bastante con tanto manoseo. Mis manos se aferraron a la piel de mis muslos, como frenando la tensión que estaba aguantando. Sus manos pasaron a mis costillas, apenas rozando, y sin querer esbocé una ligera sonrisa.
—¿Ves? No me haces cosquillas… —dije forzadamente.
—Vaya… así que ahí no tienes cosquillas, ¿eh? —dijo sonriendo.
Bajó sus manos hasta mis caderas y las apretó con firmeza, pero suavemente. Tiró un poco de ellas hacia él.
—Aquí tampoco tienes, ¿verdad? —preguntó.
Negué con la cabeza mirándole a los ojos. Tiró un poco más de mis caderas hacia él, haciendo que me tumbara ligeramente. Sus manos pasaron de mis caderas a mis piernas, acariciándolas. Por algún motivo estaba haciendo todo lo contrario a lo que normalmente se hace para provocar cosquillas. Así no íbamos a llegar a ningún lado.
Al acariciar mis muslos, de vez en cuando sus manos se acercaban demasiado a mi entrepierna. Me estaba poniendo demasiado nerviosa. Sus manos palpaban otra vez mis piernas, por todas partes. De vez en cuando las apretaba, supongo que buscando hacerme cosquillas, pero lo cierto es que con cada apretón lo único que conseguía era hacer que me quedara un poco más tumbada.
—¿Nada? ¿no sientes nada? —insistió.
—No... ahí tampoco me haces cosquillas…
A mí ya se me estaba olvidando que tenía que hablar con mi novio por el móvil. Me iba a resultar complicado ante tal situación. Intentaba buscar la mirada cómplice de Pedro y Nacho, pero ellos se mantenían callados mientras Carlos seguía con sus toqueteos. De hecho, en alguna ocasión me dio la impresión de que había más de dos manos sobre mi cuerpo, pero supuse que eran imaginaciones mías.
Una de sus manos viajó de nuevo a mis costillas y comenzó a apretar un poco. Sonreí, porque ahí si parece que lograba encontrarlas por fin. Me tranquilicé al comprobar que el juego no se iba demasiado del guión. Sin embargo, su otra mano se posó directamente sobre mi rajita. Solo un contacto, sin caricias, como apoyándose en mí.
Me quedé en estado de shock. Mis manos fueron directamente a tapar la suya, en un intento instintivo de que nadie lo viera. Intenté sonreír, pero no pude. Intenté decirle que parara, pero mi cuerpo no me pedía lo mismo. Sólo logré morderme un labio mirándole fijamente y solté una suave risa, acompañada de un gemidito apenas audible.
—Vaya, parece que ahí si tienes cosquillas, ¿eh? —dijo Carlos.
—No, ahí no… Bueno, sí… pero ahí no… —balbuceé sin saber qué decirle.
Su mano comenzó a acariciar mis intimidades suavemente. Mis piernas no me respondieron y se abrieron por voluntad propia, facilitando su labor. Mis labios soltaron un suspiro. Mis manos ya no estaban sobre mis muslos, sino sobre los de Pedro y Nacho a mi lado. Agarrándome a ellos como una niña asustada en una atracción de vértigo.
Me mordí otra vez el labio inferior.
—Oye pues parece que sí sabes aguantarte la risa… voy a intentar un poquito más.
Sus dedos comenzaron a surcar por mi rajita, separando los labios y acariciando directamente la suavidad entre ellos. No pude evitar soltar otro gemido apagado. Mis manos se aferraron más fuerte a las musculosas piernas de Pedro y Nacho, esta vez más cerca de sus cinturas, mientras Carlos seguía haciéndome lo que él creía que eran cosquillas.
—Veamos si esto lo aguantas… —dijo.
Noté la presión creciente de uno de sus dedos, entrando lentamente en mi interior. Estaba completamente excitada y él seguía jugando. Mis piernas rodearon las suyas, estando él de rodillas frente a mí. Comenzó a mover su dedo dentro de mí haciendo círculos. Era un dedo gordote, de una mano de hombre fuerte y áspera. El pobre aún me buscaba las cosquillas y yo me preguntaba dónde habría aprendido a hacerlas.
Esta vez mi gemido fue perfectamente audible. Aunque sonó más como un quejido.
—¿Te ha dolido? —preguntó Carlos, muy atento.
—Noooh… —logré responder con un gemido.
Su dedo salió delicadamente de mi intimidad. Aliviada porque todo esto se había terminado. Suspiré tranquila y me relajé un poco por fin. Sin embargo, me extrañé al notar que la mano que Carlos apoyaba en mis costillas, rozando mi pecho, bajó hasta tocar mi culito. Lo sujetó con fuerza y tiró del mismo hacia arriba, provocando que me quedara aún más horizontal. Mis piernas seguían rodeando las suyas. Mis manos seguían apoyadas en los muslos de Nacho y Pedro.
Ahora podía ver mis pechos recortando la superficie del agua, coronados por mis endurecidos pezones. Mi respiración, entrecortada, se aceleraba por momentos. Carlos, muy cerca frente a mí, lucía sus pectorales húmedos por el agua y brillantes ante la tenue luz de la luna. Su mano izquierda sostenía mi culito. Su mano derecha se perdía bajo el agua, sujetando algo en la profundidad que no conseguía ver.
Noté de nuevo un calor que empujaba en mi entrepierna. Por un momento creí que era su dedo otra vez. Cuando empezó a presionar entendí que era otra cosa de un tamaño mucho más grande. Intenté abrir mis labios para explicarle que el juego había acabado, que así no conseguiría hacerme cosquillas. Sin embargo no dije nada, no pude.
Entonces noté el cristal frío de mi teléfono móvil pegado en mi oreja.
Narra él:
Me había pasado la última media hora mirando petrificado por la ventana sin saber qué hacer, sin poder llamar a mi novia e intentando convencerme de que no pasaba nada, que ella estaría bien. Compaginando un aluvión de pensamientos de todo tipo, finalmente el corazón me dió un vuelco al oír sonar mi teléfono. Rápidamente respondí a la llamada, era de Susana.
Al principio no se escuchaba nada, era solo sonido ambiente, y supuse que me habría llamado por accidente. Se oían los pasos de alguien caminar, como sobre piedras, y con rumor de las olas del mar a cierta distancia. Escuché una lejana conversación. “¿Te ha dolido?”, preguntaba un chico. “Nooooh…” escuché como respuesta. Era la voz de mi novia, aunque algo distorsionada.
—¿Hola? —grité al teléfono.
Escuché un suave chapoteo de agua.
—¿Hola? ¿Susana? —pero nada, tuve silencio por respuesta—. Responde, joder… Susana.
Oí un ligero ruido, como si se estuvieran pasando el teléfono de una mano a otra. Otro chapoteo de agua.
—Hola… —por fin respondió Susana, y tras un silencio continuó—, amor…
—¿Qué pasa? ¿Donde estás? ¿Por qué no me has llamado antes? ¿Con quién estás?
La respuesta fue casi un silencio sepulcral y digo casi porque escuchaba un ligero vaivén del agua y la respiración entrecortada de mi novia. Entendí que eran demasiadas preguntas, al fin y al cabo tampoco quería agobiarla. No quería discutir con ella.
—¿Estás bien, Susana?
—Ahamm… —suspiró como asintiendo, y luego no dijo nada por otro instante—. Hmm… sí, estoy bien amor… No te… mmmpf… no te preocupes…
Me parecía muy raro todo esto. Parecía que Susana no estaba prestando mucha atención a la conversación, como que estaba ocupada con otras cosas. Y no entendía por qué hablaba con tanta dificultad.
—¿Vais a volver pronto, amor? —insistí.
Otra vez ese silencio, sólamente ese sonido de fondo del agua chapoteando rítmicamente.
—El teléfono, Soco… ahhh… llévatelo… —oí decir a mi novia.
Yo no entendía nada. Luego el sonido del agua chapoteando se fue alejando, se oía cada vez más lejano. Subí el volumen de mi teléfono. Se oía menos claro, pero más alto. Podía escuchar algo parecido a mi novia respirando muy fuerte. Habría jurado que estaba como jadeando.
Así estuvo unos segundos. La oía respirar fuerte, gemir. Un silencio. Otra vez gemir. Y siempre el chapoteo del agua.
—Es… solo… un juego... —dijo Susana entrecortadamente.
—¿Qué juego? ¿Qué hacéis? ¿Por qué estás así de rara? —grité desesperado a mi teléfono.
—¡¡¡Aaaaah…!!!
Joder, eso había sido un grito. Ahora si que estaba preocupado de verdad.
—¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha pasado?
—Una… mmmph… es una… —Susana no conseguía formar sus palabras.
—Una culebra —escuché decir una voz masculina cerca del teléfono.
Al instante escuché las risas de varios chicos.
—Sí… una culebra… amor… —respondió Susana por fin.
Volví a escuchar cómo se reían todos.
—Ten cuidado amor, que no te haga daño —exclamé.
—¡Y con veneno! —dijo la voz masculina al otro lado de teléfono.
Se volvieron a reír, aunque mi novia no se reía y seguía dando pequeños grititos. Pobrecita, pensé, ella pasando miedo por una culebra y ellos riéndose de ella y aprovechándose para meterle miedo.
—No te preocupes amor, no les hagas caso… —intenté animarla—. Tranquilízate.
—Mmm… sí… —la oí decir.
Se oyó ahora sí un silencio sepulcral. Fuera lo que fuera que estuviesen haciendo, pararon y se quedaron completamente callados. No había chapoteo del agua ni ninguna señal de movimiento. Oí a alguien gruñir, uno de los chicos, y Susana suspiró un par de veces y contestó como asustada.
—¿Es muy grande? —pregunté con seriedad.
—No… ¿grande? ¿Qué…? —apenas conseguía pronunciar nada.
—¿Es grande la culebra?
Entonces una voz masuclina dijo algo como “ostias, que igual nos está viendo”. No entendí nada.
—La culebra, Susana, que si es muy grande, porque las grandes no tienen veneno —insistí.
Volvieron a reírse, ya me pareció que de una manera casi macabra. Incluso Susana se estaba riendo con ellos ahora. Parece que dije algo divertido, pero no le vi nada de divertido al hecho de que estuvieran jugando con una culebra.
—Ahora dale tú con la culebra, Pedro —oí a alguien decir.
El chapoteo del agua volvió a oirse, al igual que los suspiros de mi novia, supongo que del miedo a la culebra. Malditos hijos de puta, dando miedo a una pobre chica indefensa con una culebra, y con el peligro que tienen. A ver si al final la iba a picar y todo.
—Sí… sí… mi amor… aaah… —suspiró Susana.
—¿Qué pasa, Susana? —pregunté preocupado.
—Esta sí que es grande… pero no… no me…
No dijo nada otra vez durante un momento, y ahora el chapoteo del agua se oía más cerca.
—¿No te qué, amor?
—¡Joder pero qué grande! —dijo medio gritando, casi histérica.
Realmente debían estar metiéndole una buena ración de miedo para que estuviera así, los muy capullos.
—Sí, eso me has dicho amor, que es grande. ¿Pero no te qué...?
—Susana… dile que… oohh… —era la voz de un chico esta vez, entrecortada—. Dile que no… te hace… daño…
—Amoooor… —ahora sí era otra vez Susana—. No… me hace… daño…
—Joder, ¿y porqué estás así? Estás muy rara…
—Solo es un juego…
—¿Qué juego? ¿De qué hablas?
Mi pregunta otra vez quedó sin respuesta. El ruido ambiente parecía muy lejano, como cuando alguien tapa el micrófono del teléfono con la mano. Supongo que sería una distorsión de la conexión, porque aún podía oír a Susana gimiendo a un volumen considerable.
Por supuesto que en ese momentos los peores temores pasaron por mi cabeza. Y la verdad me habría escandalizado si no fuera porque sabía muy bien que Susana apenas gime cuando estamos haciéndolo, ni siquiera en los momentos más apasionados. Me tranquilizó, porque sabía que esos gemidos los producía otra cosa. Quizá la dichosa culebra la habría picado, o quizá era simplemente la distorsión del teléfono.
Me quedé mucho más tranquilo, no tuve dudas que era una de esas dos cosas. El sonido de la batería del móvil me avisó de que la llamada acabaría pronto.
—Tengo que colgarte, se me acaba la batería —logré decir—. Por favor, vuelve pronto.
—Tranquilo tío, que ya estamos acabando —dijo una voz masculina que reconocí como la del socorrista.
Oí a Susana gemir muy fuerte, y otra vez me asusté.
—¿Que ha pasado? —pregunté.
—Joder, ya os vale… —oí decir al socorrista—. Nada, bueno, creo que le ha picado la culebra, pero no te preocupes que ya venimos.
Entonces la comunicación se cortó.
Más tranquilo me tumbé en la cama de la enfermería, a pesar de que la llamada había sido bastante poco ortodoxa. Me sentí como un tonto por haber desconfiado de ella, y me prometí disculparme al día siguiente, aunque caí en la cuenta de que tampoco le había montado ninguna escena de celos. De manera que quizá no sería necesaria ninguna disculpa.
También pensé que aunque le hubiera picado la culebra, si era tan grande como decía, no habría problema de que se intoxicara. Y seguro que el socorrista podría ocuparse de ella si fuera necesario. Me alegré que alguien responsable y preparado como él en primeros auxilios se hubiera ido con ellos.
Lo único que no entendía era a qué se refería con lo de "solo es un juego". Estuve pensando un buen rato, pero el cansancio hizo mella en mí y acabé completamente dormido.
Horas más tarde me despertó Susana acariciándome. Estaba recién duchada, y olía genial al perfume del gel de baño. Estaba muy seria, incluso una lagrimita parecía aferrarse a sus ojos, sin llegar a caer.
La observé pensativo. Sin saber qué decir o qué hacer, no me esperaba en absoluto esa situación, y mucho menos recién levantado.
—Siento mucho lo de anoche, amor… —dijo sin lograr mirarme a los ojos—. No sé qué me pasó... sé que no es excusa, pero estaba algo bebida, aunque no quiero justificarme con ello, pero lo estaba. En el momento disfruté mucho, lo reconozco, pero no quería hacerte daño. Si quieres, te puedo jurar que nunca más volveré a estar con Carlos, o con Pedro. Y también he de decirte, que pienses lo que pienses, contigo disfruto muchísimo más, amor, porque a tí te amo de verdad.
Yo no entendía nada del discursito. Me quedé pensativo un rato mirándola. Ella seguía mirando hacia abajo. La veía preciosa.
—¿Con Carlos? ¿Qué pasó con Carlos? ¿O con Pedro?
—Amor… ya sabes… no me hagas decirlo en voz alta. Me da mucha vergüenza.
—Sí, y sé lo que pasó, no soy tonto —dije firmemente—. Cuando el socorrista me encerró aquí, al principio pensé que lo que quería era librarse de mí para ir todos vosotros de fiesta. Pero… ¡mira!
Mi novia seguía con la mirada baja…
—¡Mira, Susana, mira! —repetí.
—¿Qué quieres que mire? —dijo ella levantando ligeramente la vista.
—¡Joder, pues que ya no estoy quemado! —dije casi saltando de alegría—. Gracias al socorrista estoy curado. Le debo una disculpa, la verdad. Lo que no he entendido es qué problema hay con Carlos o con Pedro…
—Por favor amor, no me hagas pasar por esto, me da mucha vergüenza, ya escuchaste qué pasó por el teléfono. Si tú quieres, te prometo no volver a verlos nunca.
—Aaah, ok… ahora entiendo… —dije—. Fueron ellos los que te metieron miedo con la culebra, ¿no?
Mi novia se quedó callada unos instantes. Frunció el ceño pensativa. Poco a poco levantó su mirada, hasta encontrarse con la mía. Su gesto mostró alivio al ver que yo no estaba enfadado, y me regaló una sonrisa.
Intentó decir algo, pero calló. Parecía dudar. Al final se atrevió a decir algo:
—Sí, amor… me estuvieron metiendo “miedo” con la culebra.
—¿Y te picó?
—¿Cómo?
—¿Te picó la culebra?
—Ehm… sí, un poco.
—Pues son unos imbéciles… porque esas cosas no se hacen. Te podrían haber hecho mucho daño… —dije algo alterado.
—Bueno… no pasa nada, era solo un juego…
—Pero si te picó, eso es serio, ¿no?
—Ya, pero no me hizo daño, cariño, no te preocupes.
—Mejor que el socorrista le heche un vistazo antes de irnos, no quiero que tomes riesgos mi amor.
—Entonces, ¿no te enfadas conmigo? —dijo dibujando una sonrisa.
—No. ¿Por qué me iba a enfadar? Me molesta un poco que tus amigos sean tan imbéciles, pero bueno, tampoco me voy a enfadar.
—¿De verdad no te enfadas? —insistió como incrédula.
—Que no, pesada…
—Y… ¿no te molestaría si volviese a estar con ellos…?
—¿Volver a "estar” con ellos…? —pregunté haciendo hincapié en la expresión.
—Sí, bueno, me refiero a quedar, y sabes… en general… No sólo con Carlos o Pedro. Bueno, con Nacho también, pero no sólo con él, sino con todos… ya sabes…
Parecía nerviosa, me hacía gracia verla, siempre se vuelve muy coqueta cuando se pone así.
—Claro, tonta… ya sabes que confío en tí.
Se abalanzó sobre mí para abrazarme y darme besos en la cara.
—Oh amor, eres un cielo…
8 – Antes de irnos
Después de reencontrarme con Susana, volvimos a nuestra parcela para empezar a recoger. Teníamos un par de horas antes de tener que coger el autobús. Nuestros vecinos no estaban. Mi novia me dijo que se habían ido a la playa, pero que no pasaba nada porque ya se había despedido de ellos.
Yo, la verdad, me desilusioné un poco porque me hubiera gustado recriminarles haberle metido miedo a mi novia con una culebra y que luego dejaran que la picara, aunque no fuera venenosa. Pero casi mejor así, porque no me hubiera gustado montar una escena delante de Susana, sobretodo después de cómo nos habíamos reconciliado esa mañana.
Pregunté a Susana si todavía le dolía la picadura de serpiente. Ella evasiva me decía que no, que no me preocupara. Pero eso solo conseguía que me preocupara más. Cuando terminamos de empacar, le pedí por favor que antes de irnos fuéramos a ver al socorrista para que se asegurara de que no corría ningún riesgo.
—¿Pero qué tendrá que ver él con eso, si no es médico? —me decía, intentando escabullirse.
—Mírame, ¿no ves? —repliqué casi ofendido—. Si me ha podido curar la quemadura tan rápido, algo debe de saber, ¿no?
—Ya pero… puedo ir a ver al médico mañana ya en la ciudad.
—Susana, estas cosas pueden llegar a ser muy serias, y no puedes esperar tanto tiempo. Si tienes algo de veneno tienes que ir a curarte enseguida, ¡cada hora cuenta!
Al final no tuvo más remedio que hacerme caso. Cargados con nuestras mochilas nos dirigimos a la piscina donde sabíamos que estaría el socorrista. Le conté todo y le pedí que por favor si podía revisar a Susana antes de irnos para estar seguros de que no corría peligro. Me molestó un poco que al principio el se puso a reír, como si hubiera contado algún chiste. Pero luego se puso ya más serio cuando vió que hablaba en serio.
Susana y él intercambiaron unas sonrisas cómplices cuando me preguntó si quería en serio que revisara la picadura de culebra de mi novia. Pero seguí sin entender por qué le costaba tanto comprenderme.
Nos llevó a la misma enfermería donde me había hecho pasar la noche. Entramos todos y echó el pestillo a la puerta al cerrar, supongo que para evitar alguna visita inoportuna mientras se ocupaba de revisar a mi novia. Una vez dentro pidió a Susana que se sentara en la camilla, y él fué a lavarse las manos de una manera muy profesional. La verdad que solo le faltaba la bata para parecer un doctor de verdad, lo que me daba bastante confianza, aunque en realidad iba solamente vestido con su bañador rojo de uniforme y unas chanclas.
—Así que te picó una culebra, ¿eh…? —prosiguió dirigiéndose a ella.
—Sí… —dijo Susana, a quien casi se le escapa una carcajada, creo que como riendo por los nervios.
Pobrecita, a veces le pasa eso cuando se pone muy nerviosa y le entra una risa tonta.
—No te preocupes Susanita, que el socorrista sabrá que hacer, mi amor… —le dije para darle confianza.
—Veamos, ¿dónde te picó la culebra…? —preguntó él.
—Aquí abajo… —dijo mi novia señalando vagamente la falda de su vestido blanco de verano.
—¿Dónde?
—Aquí… en el medio… —y Susana apuntó de nuevo a través del vestido.
—A ver Susana, muéstrale que así no llegamos a ninguna parte —dije yo impaciente.
Susana poco a poco fue levantándose el vestido hasta dejarlo arrugado a la altura de su vientre.
—¿Donde te picó la culebra, corazón? —preguntó el socorrista.
Me molestaba que siguiera dirigiéndose a ella de una manera tan familiar, pero no era lo más importante en ese momento, así que no dije nada. Susana no dijo nada, simplemente llevó un dedo justo al centro de sus braguitas blancas, separando al mismo tiempo las piernas para que pudiera verlo mejor.
—¿Aquí…? —dijo él, acercando a su vez un dedo para palpar la zona afectada directamente.
—Aha… —dijo suavemente mi novia, y luego soltó una especie de gemido.
—¡Ahí debe ser! Parece que aún le duele… ¿no es así mi amor? —me animé a decir.
—Sí… —contestó ella casi sin voz, muy tensa reprimiendo el “dolor” mientras el socorrista seguía palpando en el centro de su entrepierna.
—Pues habrá que inspeccionar la zona, señorita —dijo el socorrista de una manera muy profesional.
Susana levantó su culito para permitir al socorrista sacarle la pequeña prenda blanca que impedía consultar la picadura en cuestión. Ya sin las braguitas el doctor improvisado le pidió que se pusiera con el culo bien al borde de la camilla, con las piernas muy abiertas apoyándose con las rodillas flexionadas. Pude ver como el coñito de Susana estaba muy hinchado y de un color rojizo.
—¡Mira! ¡Ahí le debió picar la culebra, porque nunca se lo había visto así! —dije yo preocupado.
El socorrista simplemente procedió a seguir palpando la zona afectada con una mano, mientras mi pobre novia se mordía un labio intentando no gritar, probablemente por el dolor.
—¿Y ahora que hay que hacer? —pregunté.
—Pues mira, en casos como estos, lo primero de todo es chupar el veneno para que la infección no se extienda más —dijo el socorrista muy serio.
El chico fué a buscar un taburete que había junto a un pequeño escritorio y se colocó sentado directamente frente a mi novia, entre sus piernas abiertas. Mi novia me miraba con una cara muy tensa, realmente parecía que le dolía, y yo le sonreí de vuelta para tranquilizarla. En ese momento me alegré de haberla obligado a hacérselo mirar, porque si hubiéramos esperado al día siguiente seguro se le habría extendido la hinchazón aún más.
El socorrista hundió su cara entre las piernas de Susana, y como se suele hacer con las picaduras de serpiente, empezó a succionar para extraer cualquier resto de veneno que hubiera podido quedar dentro. La pobre empezó a gritar, realmente le debía doler, así que para solidarizarme con ella me acerqué a su lado y le ofrecí mi brazo para que se apoyara en mí mientras el socorrista la curaba.
Susana me miró y ví que una lagrimita le saltaba casi de uno de sus ojos, y con una mirada llena de amor se me agarró muy fuerte mientras soportaba las chupadas del socorrista directamente ahí donde la culebra le había picado.
Al cabo de unos minutos el chico paró, y pude ver como sus morros estaban muy húmedos de haberle estado sacando el veneno. Entonces dijo:
—La infección se extiende también hacia dentro… he podido notarlo con mi lengua… —hizo una pausa para enjuagarse la boca con uno de sus velludos antebrazos—. Me temo que habrá que hacer una inspección más profunda, a ver hasta dónde llega…
—Lo que haga falta, pero ayúdala, igual que me has ayudado a mí con mi quemadura —le pedí.
Me sonrió mientras asentía y se disponía a hurgar en la rajita hinchada de mi novia con un par de dedos. Susana me miraba con su cara desfigurada y se aferraba tan fuerte como podía a mi brazo mientras era inspeccionada.
—Pues me temo que no llego a alcanzar hasta el fondo. Voy a necesitar algo más largo para determinar hasta dónde se extiende la infección.
—¿Y cómo vas a hacer eso? —pregunté intrigado.
—Pues mira, normalmente en un hospital tienen instrumentos adecuados, pero aquí solo tenemos lo mínimo, así que cuando hay que actuar de emergencia como ahora pues hay otros procedimientos…
No dejaba de hurgar con varios dedos, intentando tocar lo más a dentro posible, pero eso solo provocaba que a Suanita se le escaparan más y más grititos que intentaba ahogar sin mucho éxito.
—Lo que sea, pero haz algo porque mira como grita de dolor la pobre. No quiero que le pase nada a mi amorcito, por favor…
Entonces el socorrista un un santiamén se deshizo el nudo del bañador y lo hizo caer a sus pies, exhibiendo una muy notable erección que me sorprendió.
—¡Oye! Ni te atrevas a usar eso… —empecé a quejarme, pero él me cortó enseguida como enfadado.
—¿¡Quieres que la cure o no!? Porque esto es lo que hay, y hay que actuar ya antes de que la infección le alcance algún órgano vital, ¿¡de acuerdo!?
—Pero es que con el pene… me parece poco ordinario… —dije en voz baja.
—Se necesita poder palpar directamente la zona para evaluar la gravedad… —dijo él algo más calmado—. Ya sé que parece poco ortodoxo, pero es como la medicina siempre lo ha hecho tradicionalmente antes de tener instrumentos más modernos. El tacto es vital para determinar la envergadura de la inflamación. Es como lo del boca a boca, parece raro, pero es así como hay que actuar en caso de emergencia…
—Vale, vale… lo que haga falta —me rendí convencido.
Poco a poco el socorrista se fue acercando, y poco a poco, la fue penetrando. Mi novia, seguramente pasando mucha vergüenza porque no se atrevía a mirarme a la cara, se agarró a mí mientras le entraba ese cacho de carne. Me sentí un poco mal porque era bastante más grande que la mía, y claro, no podía estar acostumbrada a algo de ese tamaño. Maldecí a aquellos niñatos por haber provocado que pasara por ese mal trago.
—Pobrecita amor mío, cuánto te duele… —le dije como para tranquilizarla, acariciando sus cabellos.
—Sí… está todo inflamado hasta el fondo… —dijo el socorrista, que iba entrando y saliendo como en círculos lentamente para inspeccionar cada rincón de la intimidad de mi novia.
—¿Y ahora qué hay que hacer? —pregunté.
—Por suerte tengo aquí un ungüento que sirve justo para este tipo de picaduras, pero habrá que aplicarlo y frotarlo bien por toda la zona afectada.
Acto seguido se separó de Susana y se dirigió a un armario conteniendo una variedad de botellas y medicamentos varios para primeros auxilios. Buscó un segundo y al final agarró algo que me pareció un simple frasco de leche hidratante.
—Eh… eso parece crema hidratante… —dije dubitativo.
—Es que el medicamento viene en botes muy grandes, así que lo distribuimos en estos otros botes que nos sobran para poder aplicarlo más fácilmente.
—Ah… vale, muy inteligente…
—Sí… —contestó con una risita algo fanfarrona—. Como decía, tendré que aplicar el producto sobre toda la zona afectada, incluso en el interior.
El socorrista descargó un chorro de ese ungüento en la mano y empezó a frotarlo por el chocho hinchado de mi novia. No se salvó ni un rincón, y lo hizo de forma tan exhaustiva que cuando terminó estaba todo cubierto de una fina capa blanca. Entonces echó otro chorro de esa loción en su mano y se embadurnó la polla entera con ella.
—Ahora… ahora hay que ponerle la pomada por dentro… —dijo algo nervioso.
Se la clavó sin miramientos, para poder llegar al fondo de la infección.
—Hay que frotar muy fuerte para que tenga efecto… —me dijo, y empezó a entrar y salir enérgicamente.
De tanto frotarla, hacía que toda la camilla se balanceara. El vestido de Susana no paraba de caerse por delante y entrometerse en la labor del socorrista, así que me pidió por favor que se lo sacara. Como mi chica no había previsto la parada en la enfermería, no se había puesto sostén, por lo que quedó completamente desnuda.
La pobre no paraba de gritar, y de la violencia con la que el socorrista le frotaba la pomada en su interior sus enormes tetas rebotaban en todos los sentidos de una manera que me hipnotizaba. Me sentí mal porque me excité un poco viéndola, y me dije que era un pervertido por calentarme mientras la pobre estaba sufriendo.
—Si es que le duele mucho, pobrecita… —murmuré.
—No… no te preocupes… —dijo el socorrista entrecortadamente sin parar de moverse—. Ya… ya verás que después del tratamiento… se le va a pasar…
—Claro, claro —dije—. Confío plenamente en tí. La crema que me diste ayer me curó la quemada de maravilla…
El tratamiento duró bastante tiempo, se me hizo eterno. Susana cada vez se agarraba más fuerte a mi brazo mientras no podía parar de gritar, tanto que me dejó unas marcas con sus uñas.
—Ya casi está… mmm… sí… ya casi… —dijo el socorrista algo alterado—. Casi llego al fondo… hay que frotar fuerte… que si no no tendrá efecto… mmm… un poco más…
Susana aplastó su cara contra mí reprimiendo sus gritos. Ahora él la penetraba muy rápido y mi novia se movía mucho con la camilla. Así que para que no se moviera tanto y poder continuar con el tratamiento, el socorrista la agarró por la cintura para sujetarla. A medida que seguía, sus manos se fueron desplazando hacia arriba, colocándolas sobre sus pechos, evitando así también que se movieran en todas direcciones, lo que entiendo podía resultar una distracción.
—¡Sí… sí… ya casi…! —gritó el socorrista—. Sí…
Entonces se paró de repente. Había acabado el tratamiento y no quiso aprovecharse de la situación ni un segundo más, quedando completamente inmovilizado. Poco a poco fue sacando su instrumento hasta que se le quedó colgando, ya no tan erecto como antes, goteando de crema blanca. Mi novia respiraba muy fuerte por la boca, y me miraba directamente a los ojos, agotada.
—Creo que ya… con eso… no debería haber ningún problema —dijo el socorrista recogiendo su bañador del suelo y volviéndoselo a poner.
La pomada empezó a sobresalir de la rajita de mi novia en mucha cantidad. Me pareció raro porque no me había parecido que pusiera tanto.
—Oye, que se le sale la pomada hacia afuera. ¿No pasa nada? —pregunte algo preocupado.
—Ehm… no… —dijo el socorrista—. Lo importante era frotar…
—¿Te encuentras mejor, cariño? —pregunté.
—Sí… mucho mejor —dijo algo avergonzada.
—¿Ves? Ya te lo he dicho… —dijo el chico con cierto desdén.
Volviendo a la normalidad, mi novia se vistió de nuevo, mientras yo no paraba de agradecerle al socorrista que le hubiera curado la picadura.
Antes de irnos pregunté si había que seguir algún tipo de cuidado o tratamiento especial, y me respondió que sí, que era muy importante que no la penetrara durante al menos una semana para que la zona se curara adecuadamente. Luego se puso a reír mientras se despedía de nosotros, lo que me hizo dudar si iba en serio o me lo había dicho de broma. Pero está claro que no quise jugármela y lo cumplí a raja tabla.
Dormimos casi todo el viaje de vuelta a la ciudad, y aunque estaba triste porque se nos acababan esas pequeñas vacaciones, me quedé con una sensación de bienestar, porque lo vivido con Susana en esos días creo que nos acercó más el uno del otro. La observé mientras dormía durante un rato, pensando en lo mucho que la quería, y me sentí el hombre más afortunado del mundo.
FIN
Como os contaba, Susana se había pasado toda la tarde con ellos en la piscina, luego jugando al billar y por supuesto preparando la cena. Ella estaba cada vez más borracha, y yo seguía con la piel quemada del sol.
Cuando terminamos de cenar, el socorrista echó un vistazo a mi enrojecido torso y algo preocupado decidió llevarme a la enfermería. Era una pequeña casita cerca de la piscina con una camilla, algo de material médico y poco más. Me echó un poco de crema hidratante en la espalda, y eso que no estaba quemada, y me dijo:
—Por seguridad, te voy a recomendar que te quedes esta noche en la enfermería.
—Pero si tú no eres médico… —repliqué.
—Bueno, pero tengo formación de socorrista y mi misión es cuidar de la gente —dijo exagerando.
—Claro… ¿Y quién cuida de mi novia, con lo borracha que la habéis puesto?
—No te preocupes, yo lo haré —y acto seguido desapareció por la puerta, cerrando con llave tras él.
Me acababa de dejar encerrado. Rápidamente me puse de pie e intenté abrir la puerta, pero no lo lograba. Había una ventana, pero tenía rejas en el exterior. Intenté al menos abrir el cristal para gritar y llamar a alguien, pero nada, estaba bloqueada. Como una revelación, mi móvil comenzó a sonar, ni había pensado en eso. Seguro que era Susana, así que lo saqué nervioso de mi bolsillo, con tan mala suerte que la colgué sin querer.
—¡Mierda! Voy a llamarla… —grité yo solo.
Pero aún más mierda, no me quedaba crédito. Joder, no me lo podía creer. Sonó mi móvil de nuevo, era un jodido mensaje de mi novia:
“Ya me a dicho el soco, k t kdas descansando n la enfrmeria. Supongo k ya duerms. Dulcs bsos mi niño. Nos vams a un jacuzzi natural k stos conocen. Tqmx”
Casi lanzo el móvil contra la pared del enfado. ¿Ella medio borracha y esos tíos que apenas conocíamos se la llevaban un jacuzzi natural? ¿Que cojones era eso? Intentaba llamarla en vano, incluso intenté a cobro revertido, pero no lo logré. Oí un coche pasar muy cerca con ellos dentro, y pude oír las risas de mi novia mientras se alejaban.
Me quedé media hora con la mirada perdida hacia la ventana, sin pestañear. Me decía a mi mismo, "ella lo controlará, lo controlará…". Pasé así un largo rato hasta que sonó otra vez el móvil. Era Susana, y esta vez sí pude responder…
Narra ella:
Qué gran lástima lo de mi novio. El “Soco” me dijo que estaba bien, pero que le había recomendado quedarse esa noche en la enfermería para recuperarse. La verdad estaba muy apenada por él. Le llamé, pero me colgó, supongo que estaría intentando dormir el pobre. Los chicos, que me notaron triste, me invitaron a ir con ellos a un jacuzzi natural que conocían para animarme. Me dijeron que de poco servía lamentarse, y que intentara aprovechar del momento y pasar un rato alegre con ellos. Acabé aceptando a cambio de que no volviéramos muy tarde de ese lugar.
Nos metimos en el coche y partimos camino a dicho lugar. Pero cuando llevábamos unos minutos de camino les pedí que pararan:
—¡Chicos, se me ha olvidado el bikini! ¿Podemos volvemos a cogerlo?
Nacho, que iba al volante, respondió:
—Naaa… no te preocupes. Además ya no nos daría tiempo a volver, que mira qué tarde es.
Aunque no era tan tarde, supuse que Nacho tendría razón. Eran tan buena gente que resultaba imposible decirles que no a nada.
Llegamos por fin a un paraje que realmente era fabuloso, valía la pena haber ido con ellos. Como esa noche había luna llena, al apagar las luces del coche se veía suficiente para poder moverse por el lugar sin tropezarse. Tal como dijeron, a unos metros había una especie de jacuzzi natural, un espacio protegido entre rocas que se llenaba de agua de mar por una especie de conducto.
Los chicos tan solo tuvieron que irse quitando las camisetas y se fueron metiendo uno a uno al agua. Todos excepto Nacho que se quedó a mi lado mirándome.
—¿No te metes Susanita? —dijo.
—Ya os dije que necesito el bikini para bañarme, y no quiero que se me moje la ropa, que debe hacer mucho frío ahí dentro.
—No te preocupes… Mira, te bañas sin ropa y así no se te moja. ¿Qué dices? —ofreció Carlos desde el agua.
—Jo, es que me da muchísima vergüenza. Si al menos estuviera mi novio…
—Bueno, sí… tienes razón. Estas cosas sólo se hacen con gente en la que confías… —dijo Nacho apenado, los otros asintieron.
—Jo, Nacho… no digas eso… —le di un abrazo, y él me rodeó con sus fuertes brazos—. Sois excelentes personas… pero no me parece bien…
—Pues no se hable más, o todos o ninguno —sentenció Nacho—. Volvamos al camping.
—Jo, chicos, no seáis tontos… —la verdad es que con ese comentario me había convencido, éramos tan buenos amigos que preferían no bañarse a dejarme de lado—. Venga, me baño un poquito, pero no miréis mientras me quito la ropa.
Todos celebraron mi decisión. Qué pena que mi novio no hubiera venido, el sitio era precioso y le hubiera encantado. Me desnudé mientras ellos se tapaban los ojos con las manos. Rápidamente me metí en ese fantástico jacuzzi natural y les avisé de que ya podían abrir los ojos. El agua estaba fría al principio. Notaba mis pezones endurecerse.
Las rocas permitían sentarse y que me quedara el agua por encima del pecho. Si me ponía ligeramente tumbada, el agua me llegaba a la barbilla. Finalmente nos encontramos todos en el jacuzzi y fuimos comentando lo fresca que estaba el agua. Tenía que tener cuidado porque el agua me cubría apenas los pechos, y con el movimiento a veces bajaba el nivel demasiado para mi comodidad. Aunque tampoco era muy escandaloso, dado que con la tenue luz que había no se veía demasiado, y aún menos lo que quedaba bajo el agua.
Me sentía espléndidamente aunque a ratos me incomodaba por eso de ser la única chica, rodeada de hombres, y encima estar completamente desnuda. Intentaba no pensar mucho en ello, al fin y al cabo eran buenos amigos y en ellos podía confiar plenamente. No eran unos depravados ni nada por el estilo.
Carlos estaba sentado a mi derecha, y parecía mucho más distendido. Parece que el mal momento que habíamos pasado esa mañana, ese incómodo incidente al ponerle la crema, ya no tenía ninguna importancia.
Nacho estaba sentado a mi izquierda, y aunque con él también había tenido un encontronazo bastante embarazoso ese mismo día, también sentía que cualquier posible resentimiento se había difuminado. Me sentía tan feliz de estar rodeada de tan buenos amigos…
Cerrando el círculo estaba Pedro, con el cual tampoco parecía que hubiera ningún rencor, a pesar del pequeño percance que sufrimos juntos cuando me topé con su erección mientras jugábamos en el mar. Y por último el socorrista del camping, “Soco” como le llamaba yo cariñosamente, un chico muy amable y que desde el primer día había sido encantador con nosotros, tanto con mi novio como conmigo.
De hecho Soco tuvo una gran idea, o al menos eso les pareció a todos. Dijo que era injusto que yo tuviera que estar desnuda y ellos pudieran seguir vestidos. Que lo más democrático era que todos se desnudaran conmigo. Yo no me opuse, aunque realmente no me parecía que tuviera tanta importancia. Pero lo entendí como un gran detallazo por su parte. Estos chicos no se cansaban de demostrarme lo buen amigos que eran.
Carlos les hizo una especie de seña que no entendí muy bien. Algo así como “un momento chicos”, pero no tenía mucho sentido. Comenzó a zarandearse para quitarse el bañador, y por lo que parecía, no era capaz de sacárselo. El resto nos mantuvimos a la expectativa, y yo no me podía creer que fuera tan torpe.
—Me rindo… —dijo finalmente–. Susana, oye, no puedo quitármelo en esta posición, es que esto es demasiado pequeño, y así sentado me resbalo…
Así que se puso de pie e hizo el amago de quitárselo. Yo me tapé la cara ruborizada. No podía volver a ver esa tremenda barra de carne, ni tan solo imaginarlo después de la vergüenza pasada con él. Menos mal que Nacho apeló al sentido común.
—No, hombre, no te lo quites así —dijo—, no seas exhibicionista. Jajaja…
—Ok. Pues lo intento otra vez bajo el agua… —contestó Carlos.
Se puso de rodillas esta vez, metiendo su cuerpo bajo el nivel del agua pero quedando justo delante de mí en vez de a mi lado. Metió una mano bajo el agua y parecía que le molestaba algo porque trajinaba con el bañador con dificultad. Se quedó mirándome directamente a los ojos, yo le sonreí con cierta indulgencia ante su incapacidad de hacer algo tan sencillo.
Entonces noté sus manos hacer contacto con mis rodillas bajo el agua, y las sostuvieron firmemente. No sabía que pasaba, pero llevé instintivamente mis manos atrás, y las coloqué debajo de mis nalgas, sobre la roca, como para evitar hundirme teniendo más puntos de apoyo. Carlos dijo:
—Me vas a tener que ayudar…
Separó suave pero firmemente mis rodillas, dejando mis piernas bien abiertas frente a él. Esto provocó que me tumbara ligeramente hundiéndome un poco más. Se acercó lentamente hacia mí, colocándose extrañamente en una posición parecida al estilo misionero. Apoyó sus manos sobre la piedra a mis espaldas, rodeándome con sus fuertes brazos y quedando muy cerca de mí, con sus labios casi pegados a mi cuello.
Alzó la voz suavemente diciendo:
—Susanita, ayúdame, que yo sólo no puedo…
Yo no entendía nada. La situación habría sido extremadamente incómoda de no haber sido porque estábamos entre amigos. Lógicamente, intenté ayudarle. Puse mis manos sobre su bañador al rededor de su cintura y empecé a tirar de él hacia abajo. Perder mi punto de apoyo provocó que me hundiera un poco más en el agua. Menos mal que Nacho, todo un caballero, me sostuvo por la parte baja de mi espalda para que no me hundiera del todo.
Es verdad que resultaba muy difícil bajarle el bañador a Carlos, había algo que lo impedía. Entonces me di cuenta de lo que pasaba.
—Carlitos, es que primero tienes que quitar el nudo… —dije compasiva.
—Ah, claro… Qué tonto soy… –respondió él.
Dirigí mis manos hacia su bajo vientre y busqué por la tira de su bañador hasta encontrar el nudo. Pero me di cuenta que el nudo no estaba por fuera, sino por dentro. Mientras, el silencio del resto del grupo era sepulcral, expectantes por lo que pasaba.
Tuve que meter mi manita dentro de su bañador para alcanzar el nudo. Me dio una vergüenza tremenda, porque sin querer acaricié la cabezota suave y blandita de su pene. Me estremecí al notar su tacto entre mis dedos, y me sentí mal otra vez porque podía parecer que me estaba aprovechando de nuestra amistad. Él resopló suavemente, imagino que molesto por mi error.
Me dio un mordisquito en el cuello, como una llamada de atención por lo que le estaba haciendo. Pero a mí me estremeció, mi cuello es algo así como mi punto débil. La situación se estaba volviendo demasiado erótica y me daba apuro. Sin quererlo, mis piernas le rodearon como por instinto.
Logré por fin hacerme con el nudo, deshacerlo, y ya más tranquilamente tirar de su bañador para sacárselo. Me resultó algo difícil, más que nada porque hubo un punto en el que mis manos ya no llegaban más abajo. El bañador había quedado a la altura de sus muslos, y si quería seguir tendría que sumergirme bajo el agua
—Utiliza las piernas, Susana —dijo él, aportando la solución.
Así hice, pero cometí un grave error. Y es que otra vez me puse yo sola en una situación incómoda con mi amigo Carlos. Otra vez, pobrecito. Al intentar alcanzar el bañador con mis pies, flexioné mucho las piernas, y él tuvo que sostenerme con más fuerza para evitar que me sumergiera. Yo, instintivamente, le rodeé con mis brazos para sujetarme. Entonces caí en la cuenta de que, accidentalmente, su cuerpo se estaba pegando cada vez más al mío.
Al principio sus pectorales quedaron a la altura de mi cara, y su entrepierna apenas tenía contacto con mi cuerpo. Sin embargo, a medida que iba bajando su bañador, él iba inclinándose sobre mí, ayudándome a no hundirme. Cuando logré bajarle el bañador a la altura de sus rodillas, su cuerpo entró accidentalmente en contacto conmigo. Su pene particularmente, estaba ahora en contacto con mi piel, posado enteramente sobre mi abdomen. Le noté la polla medio blandita, y parecía yacer tranquilamente siguiendo las ondulaciones de mi vientre.
Cuando logré sacarle el bañador, él bajó más todavía sobre mi mientras se deshacía de la prenda a sus pies. Su pene había recorrido el camino desde mi vientre hasta posicionarse directamente en contacto con mi rajita. Por el camino, y seguramente por el desafortunado movimiento de caderas que tuve que hacer para ayudarle a sacarse el bañador, se le había puesto tremendamente duro. Yo hasta ese momento había pensado que el agua fría provocaba el efecto contrario.
Sus manos me sujetaban firmemente por detrás. A mí se me había pasado el frío, y olvidé si lo tuve en algún momento. Con el vaivén de las olas, o eso me pareció a mí, su cuerpo se movía suavemente sobre el mío. Duró unos instantes sólo, pero mi corazón estaba poniéndose a latir a mil por hora. Con cada movimiento su duro pene surcaba por encima de mi intimidad. Mis piernas, como con voluntad propia, volvieron a apretarse alrededor de las suyas.
Creo que si hubiera bebido un poco más esa noche, no habría tenido la entereza de hacer lo que hize a continuación, y quién sabe lo que hubiera pasado. Al sentir la cabezota de su gran polla pasearse peligrosamente por la abertura de mi vagina, conseguí utilizar mis manos para empujarlo lentamente y alejarlo hacia el centro del jacuzzi.
El resto del grupo pareció volver a la vida de repente. El silencio comenzó a disiparse y todos acabaron quitándose los bañadores. Eso sí, a nadie más se le ocurrió pedirme ayuda. Por una parte me sentía aliviada de no tener que ayudar a todos, ya que eran mis amigos y no podía arriesgarme a ponerlos constantemente en situaciones embarazosas como ésas. Pero por otro lado me sentía algo mal. Quizá de alguna manera habían advertido mis bajos impulsos por mi comportamiento, y no querían sentirse utilizados como Carlos. Ese pensamiento me avergonzó un poco.
Menos mal que ellos, siempre muy comprensivos, no dejaron de mostrarse muy cariñosos. A pesar de haber espacio de sobra en el jacuzzi, Carlos y Nacho se mantuvieron pegaditos a mí, haciéndome tonterías para divertirme. Y de paso, evitando que me entrara frío.
—Jo, chicos… ¿y no os sabéis algún juego? —pregunté, porque a pesar de todo, quería compartir ese momento con todos, no solo con Carlos y Nacho—. ¿Un juego en que podamos jugar todos…?
—Pues a mí se me ocurre uno… —dijo Pedro—. Pero no sé si querréis jugar, o si se puede, porque normalmente se juega con prendas, y de eso ya andamos un poco mal… Jajaja…
Todos nos reímos con él.
—¡Ah! Pero se me ocurre algo, podemos jugar igualmente —e incorporándose de repente, sin avisar ni nada, dijo—. ¡Ahora vengo!
Quedó en pie frente a mí, y por supuesto no pude evitar fijarme en sus intimidades. Tampoco pude evitar sonrojarme un poco por el generoso tamaño que ya había conocido de cerca. Se dirigió al coche y con cierta torpeza buscó algo dentro del maletero. Volvió con un objeto escondido en su mano, guardando el misterio. Se volvió a sentar y lentamente mostró el contenido de su mano. Parecía una pelota de ping pong, pero de color oscuro, aunque en realidad no se veía muy bien el color.
—El juego consiste en pasar la pelota al de nuestra derecha, pero usando solamente la boca. ¿Ok? —explicó Pedro divertido—. Normalmente si se cae la bolita se debe pagar prenda. Pero como ya estamos en bolas, pues nada…
—Pero alguna prenda habrá que poner de castigo, ¿no? Si no no tiene gracia el juego —comentó Carlos.
—Bueno, pues… el que pierda la pelota tendrá que darle un besito al que la iba a recibir —dijo Pedro.
—¡Oye! —protestó Soco—. Pero nos vamos rotando, que yo no quiero estar todo el rato besando a este tío… Jajaja…
Nos reímos todos y acabamos aceptando las reglas del juego. Aunque no sin cierta reticencia, ya que no me pareció muy buena idea. Me imaginaba que mi novio se pondría celoso si se llegara a enterar. Pero en fin, no quería ser la aguafiestas del grupo.
Comenzamos la ronda. Soco le pasó la pelotita a Pedro con la boca sin ninguna dificultad. Pedro se la pasó a Nacho, que estuvieron a punto de tener que besarse, pero al final no se les cayó. Me estaba divirtiendo el juego, aunque más divertido habría sido si se hubieran tenido que besar.
Nacho entonces se acercó a mi cara, apoyando su mano en mi pierna bajo el agua, listo para pasarme la pelota. Abrí los labios y como por costumbre cerré los ojos. Noté el contacto directo de sus labios besando los míos. Todos rieron por el error de Nacho, y yo también me reí un poquito la verdad. La pelotita se había caído mucho antes y ni siquiera me había dado la oportunidad de intentar atraparla. Qué torpe llegaba a ser el pobre Nacho, ya me lo había demostrado en los varios incidentes vividos esos días.
—Vaya, lo siento… Ahora tengo que besarte como prenda —dijo entonces.
—Jajaja… ¡qué tonto eres! ¡Pero si ya me acabas de besar! —protesté.
No hizo ningún comentario. Se acercó a mí lentamente, con su mano aún en mi muslo. La soltó solamente para acariciarme la cara. Pensé en mi novio y me estremecí. La fuerte mano de Nacho pasó a mi nuca, sujetando suavemente mi cabeza. Sus labios se acercaron a los míos hasta rozarlos. Suspiré suavemente anticipando lo que venía.
Me besó de una manera tierna y dulce. La verdad es que había sido hasta bonito. Me quedé un poco con cara de tonta. No imaginé que fuera a besar igual a uno de sus compañeros. Entonces Nacho me acercó la pelota, devolviéndome a la realidad.
—Se me ocurre algo —dijo Carlos—, deja la pelota en el agua, Nacho.
Nacho le observó con cara de poco entender.
—Como solo se puede utilizar la boca, tienes que pescarla en el agua después de fallar —explicó Carlos.
Siguiendo las instrucciones Nacho dejó la pelotita flotando en el agua en frente suyo. Me incliné para cogerla. Los otros de broma movían el agua, lo que tornaba bastante complicado hacer coincidir mis labios alrededor de la dichosa bolita. Por fin lo conseguí, y me giré para pasarsela a Carlos, que seguía a mi derecha. Me acerqué un poco a su cara, era complicado hacer todo esto sin sacar demasiado el cuerpo del agua y sin resbalar.
Carlos también se me acercó, y me quiso sujetar para mantenerse estable mientras nos pasábamos la pelotita. Pero lo hizo tan suavemente, acariciando mis costillas de una forma muy lenta, que me provocó un poco de cosquillas y claro, la pelotita se fué otra vez al agua. En esta ocasión se quedó flotando frente a Carlos.
—Vaya… pues tienes que recogerla —me dijo mientras me acariciaba los labios con sus dedos—. Y ya sabes cómo, ¿verdad Susi?
Para hacer la broma, Carlos cogió la pelotita y la hundió bajo el agua justo en frente suyo. Entonces la debió soltar, porque apareció otra vez en la superficie, aunque esta vez se veía toda mojadita y brillante. Por la poca luz, apenas pude reconocer su forma redondita, y me pareció que era más grande que antes. Además, Carlos se había colocado en una posición un tanto extraña que no entendí muy bien.
Acerqué mis labios a la pelotita, abriéndolos para poder rodearla. Los chicos volvieron a mover el agua para hacer la broma. Pero extrañamente esta vez me resultó mucho más sencillo ya que no se movió tanto la pelotita. A la primera logré hacer contacto. Mis labios acariciaron por un momento la superficie de la pelotita. Me pareció que el tacto era algo distinto, y se podría decir lo mismo de su temperatura. Imaginé que era debido a que Carlos la había sujetado un rato bajo el agua.
Comencé a rodearla con mi boca para cogerla, sin embargo, por algún motivo, no era capaz de levantarla. Se me escurría cada vez entre mis labios. Sospeché que Carlos la tenía agarrada por abajo para ponérmelo más difícil. Volví a intentarlo, pero esta vez me introduje la bolita un poco dentro de la boca, apretándola fuerte entre mis labios e incluso succionando para que no se escurriera. Pero nada. Carlos no la soltaba.
—Oye, no vale sujetar la bolita desde abajo, ¿no? —dije yo levantando mi mirada hacia él.
No me respondió, estaba muy serio y mordiéndose el labio inferior. Supuse que era parte del juego, así que me agaché y volví a intentarlo, esta vez succionando más fuerte aún. Por algún motivo el silencio era sepulcral otra vez. Me pareció que mi posición era inadecuada para la tarea, y sin soltar la pelotita, me giré y pasé de estar sentada y encorvada hacia mi derecha a apoyarme con las rodillas y las manos sobre el fondo del jacuzzi, justo en frente de Carlos.
Eso me permitiría hacerlo mejor, y por fin conseguir hacerme con la pelotita. Carlos resoplaba fuerte, parece que a él también le costaba cierto esfuerzo aguantar la bolita bajo el agua.
—Muy bien Susi… lo estás consiguiendo… —me animaba con la voz entrecortada.
Abrí más mi boca para rodear mejor la pelotita. Me costaba bastante esfuerzo, parecía como que se había hinchado con el agua. Seguía succionando muy fuerte cuando de repente noté unos brazos que me empujaron hacia atrás. Era Pedro, que tiró fuerte de mis caderas haciendo que me quedara sentada sobre él. Vi la pelotita que se quedó ahí flotando, y a Carlos, que parecía tener un aspecto de bastante cansado.
—Ya basta Carlos, creo que te estás pasando —le increpó Pedro.
—Es sólo un juego… —respondí yo para calmarle—. No nos enfademos.
Carlos no decía nada. Se limitaba a sujetar la pelotita, completamente serio. No sé si estaba molesto con Pedro, así que se me ocurrió decirle
—Pedrito, si quieres cógela tú, que yo no puedo.
Se empezaron a reír todos como si hubiera contado el chiste más gracioso del mundo.
—¡Ni por todo el oro del mundo! —dijo él riéndose.
En ese momento me di cuenta de que seguía sentada encima de Pedro, a horcajadas sobre su pierna izquierda. Sus manos seguían en mis caderas, tirando de mí hacia atrás suavemente. Tenía que mantener mi torso debajo del agua, para no dejar mis tetas al aire, lo que hacía que mi postura fuera un tanto extraña. Si me hubiera echado un poco más adelante me habría quedado casi como en posición de perrito, con Pedro detrás sujetándome de las caderas.
Me gustaba la sensación. Por alguna extraña razón me sentía bien con Pedro protegiéndome de una manera tan cariñosa. Él era como el más maduro del grupo, o como mínimo el menos alocado. Soco a nuestro lado no decía nada, y Carlos y Nacho nos observaban desde el frente, me pareció que un poco tensos por la situación.
Entonces empecé a notar en mis nalgas lo que claramente parecía ser la entrepierna de Pedro. ¿Pero qué les pasaba a estos chicos con sus erecciones involuntarias en los momentos menos indicados? Me decidí a aligerar el ambiente como fuera.
—Me pregunto como debe estar mi novio —dije—. Me gustaría llamarlo a ver qué tal va…
—Seguro que está bien, no te preocupes… —dijo Pedro sin soltarme.
Sus manos subieron un poco hacia mis costillas, rozando el bajo de mis pechos, y comenzó a hacerme cosquillas haciendo el payaso. Por supuesto empecé a reirme y a moverme sin querer sobre su pierna. Espero que no se notara que con tanto movimiento, mi desnuda intimidad estaba en contacto con la piel de su musculada pierna.
A medida que continuaba con sus cosquillas, fui notando como su polla presionaba más fuerte entre mis glúteos. Empujaba entre ellos, amenazando mi prieto esfínter peligrosamente. Entre las cosquillas que me hacía y la presión de su pene, me forzó a relajarlo un poco. Cuando sentí como se hundía levemente dentro de mí, descubrí lo mucho que me estaba gustando. No podía ser, otra vez en esa tesitura. Tenía que pararlo, así que insistí con lo de mi novio, para salir de la situación.
—Por favor, traedme el móvil del coche, que quiero hablar con él —dije algo tensa, intentando no reír por las cosquillas y que no se notara lo que pasaba.
—Venga vale… ya voy a por el móvil —dijo Soco.
—¿Has visto? Me puedo aguantar las cosquillas si quiero… —le dije a Pedro desafiante, como con un doble sentido a ver si entendía que podía resistirme a su polla.
—¿Sí? ¿Aguantas bien las cosquillas, Susana? —preguntó de repente Carlos, que parecía vuelto a la vida.
—Perfectamente —dije, apenas consiguiendo no reírme—. Si me río es para que Pedro no se sienta mal. Jajaja…
Carlos se acercó hasta quedarse a un palmo de mi cara. Su semblante era serio.
—¿Serías capaz de hablar con tu novio y que no se diera cuenta de que te estoy haciendo cosquillas? —dijo—. Que conste que soy muy bueno…
—Bueno, no sé… quizás sí. ¿Quién sabe? —dije sin saber muy bien qué responder.
Me parecía una idea un tanto infantil, pero también divertida a la vez.
Aunque a Pedro le costó soltarme, finalmente me pusieron sentada entre él y Nacho, consiguiendo liberarme de esa pitón que amenazaba mi culo bajo el agua. Carlos seguía enfrente mío y me miraba fijamente, como examinándome. Se puso en acción, con sus manos palpando torpemente mi cuerpo por debajo del agua intentando hacerme reír. Tocó mis piernas, mis pechos ligeramente, otra vez mis piernas, que estaban flexionadas. Otra vez volvió a mis pechos, quizá durante un segundo más que antes. Luego se dirigió otra vez a mis piernas, esta vez acariciando primero mis rodillas y luego la piel suave de mis muslos por la parte interna. Fue subiendo lentamente hasta llegar a mi vientre.
Lo que él no sabía es que me estaba excitando bastante con tanto manoseo. Mis manos se aferraron a la piel de mis muslos, como frenando la tensión que estaba aguantando. Sus manos pasaron a mis costillas, apenas rozando, y sin querer esbocé una ligera sonrisa.
—¿Ves? No me haces cosquillas… —dije forzadamente.
—Vaya… así que ahí no tienes cosquillas, ¿eh? —dijo sonriendo.
Bajó sus manos hasta mis caderas y las apretó con firmeza, pero suavemente. Tiró un poco de ellas hacia él.
—Aquí tampoco tienes, ¿verdad? —preguntó.
Negué con la cabeza mirándole a los ojos. Tiró un poco más de mis caderas hacia él, haciendo que me tumbara ligeramente. Sus manos pasaron de mis caderas a mis piernas, acariciándolas. Por algún motivo estaba haciendo todo lo contrario a lo que normalmente se hace para provocar cosquillas. Así no íbamos a llegar a ningún lado.
Al acariciar mis muslos, de vez en cuando sus manos se acercaban demasiado a mi entrepierna. Me estaba poniendo demasiado nerviosa. Sus manos palpaban otra vez mis piernas, por todas partes. De vez en cuando las apretaba, supongo que buscando hacerme cosquillas, pero lo cierto es que con cada apretón lo único que conseguía era hacer que me quedara un poco más tumbada.
—¿Nada? ¿no sientes nada? —insistió.
—No... ahí tampoco me haces cosquillas…
A mí ya se me estaba olvidando que tenía que hablar con mi novio por el móvil. Me iba a resultar complicado ante tal situación. Intentaba buscar la mirada cómplice de Pedro y Nacho, pero ellos se mantenían callados mientras Carlos seguía con sus toqueteos. De hecho, en alguna ocasión me dio la impresión de que había más de dos manos sobre mi cuerpo, pero supuse que eran imaginaciones mías.
Una de sus manos viajó de nuevo a mis costillas y comenzó a apretar un poco. Sonreí, porque ahí si parece que lograba encontrarlas por fin. Me tranquilicé al comprobar que el juego no se iba demasiado del guión. Sin embargo, su otra mano se posó directamente sobre mi rajita. Solo un contacto, sin caricias, como apoyándose en mí.
Me quedé en estado de shock. Mis manos fueron directamente a tapar la suya, en un intento instintivo de que nadie lo viera. Intenté sonreír, pero no pude. Intenté decirle que parara, pero mi cuerpo no me pedía lo mismo. Sólo logré morderme un labio mirándole fijamente y solté una suave risa, acompañada de un gemidito apenas audible.
—Vaya, parece que ahí si tienes cosquillas, ¿eh? —dijo Carlos.
—No, ahí no… Bueno, sí… pero ahí no… —balbuceé sin saber qué decirle.
Su mano comenzó a acariciar mis intimidades suavemente. Mis piernas no me respondieron y se abrieron por voluntad propia, facilitando su labor. Mis labios soltaron un suspiro. Mis manos ya no estaban sobre mis muslos, sino sobre los de Pedro y Nacho a mi lado. Agarrándome a ellos como una niña asustada en una atracción de vértigo.
Me mordí otra vez el labio inferior.
—Oye pues parece que sí sabes aguantarte la risa… voy a intentar un poquito más.
Sus dedos comenzaron a surcar por mi rajita, separando los labios y acariciando directamente la suavidad entre ellos. No pude evitar soltar otro gemido apagado. Mis manos se aferraron más fuerte a las musculosas piernas de Pedro y Nacho, esta vez más cerca de sus cinturas, mientras Carlos seguía haciéndome lo que él creía que eran cosquillas.
—Veamos si esto lo aguantas… —dijo.
Noté la presión creciente de uno de sus dedos, entrando lentamente en mi interior. Estaba completamente excitada y él seguía jugando. Mis piernas rodearon las suyas, estando él de rodillas frente a mí. Comenzó a mover su dedo dentro de mí haciendo círculos. Era un dedo gordote, de una mano de hombre fuerte y áspera. El pobre aún me buscaba las cosquillas y yo me preguntaba dónde habría aprendido a hacerlas.
Esta vez mi gemido fue perfectamente audible. Aunque sonó más como un quejido.
—¿Te ha dolido? —preguntó Carlos, muy atento.
—Noooh… —logré responder con un gemido.
Su dedo salió delicadamente de mi intimidad. Aliviada porque todo esto se había terminado. Suspiré tranquila y me relajé un poco por fin. Sin embargo, me extrañé al notar que la mano que Carlos apoyaba en mis costillas, rozando mi pecho, bajó hasta tocar mi culito. Lo sujetó con fuerza y tiró del mismo hacia arriba, provocando que me quedara aún más horizontal. Mis piernas seguían rodeando las suyas. Mis manos seguían apoyadas en los muslos de Nacho y Pedro.
Ahora podía ver mis pechos recortando la superficie del agua, coronados por mis endurecidos pezones. Mi respiración, entrecortada, se aceleraba por momentos. Carlos, muy cerca frente a mí, lucía sus pectorales húmedos por el agua y brillantes ante la tenue luz de la luna. Su mano izquierda sostenía mi culito. Su mano derecha se perdía bajo el agua, sujetando algo en la profundidad que no conseguía ver.
Noté de nuevo un calor que empujaba en mi entrepierna. Por un momento creí que era su dedo otra vez. Cuando empezó a presionar entendí que era otra cosa de un tamaño mucho más grande. Intenté abrir mis labios para explicarle que el juego había acabado, que así no conseguiría hacerme cosquillas. Sin embargo no dije nada, no pude.
Entonces noté el cristal frío de mi teléfono móvil pegado en mi oreja.
Narra él:
Me había pasado la última media hora mirando petrificado por la ventana sin saber qué hacer, sin poder llamar a mi novia e intentando convencerme de que no pasaba nada, que ella estaría bien. Compaginando un aluvión de pensamientos de todo tipo, finalmente el corazón me dió un vuelco al oír sonar mi teléfono. Rápidamente respondí a la llamada, era de Susana.
Al principio no se escuchaba nada, era solo sonido ambiente, y supuse que me habría llamado por accidente. Se oían los pasos de alguien caminar, como sobre piedras, y con rumor de las olas del mar a cierta distancia. Escuché una lejana conversación. “¿Te ha dolido?”, preguntaba un chico. “Nooooh…” escuché como respuesta. Era la voz de mi novia, aunque algo distorsionada.
—¿Hola? —grité al teléfono.
Escuché un suave chapoteo de agua.
—¿Hola? ¿Susana? —pero nada, tuve silencio por respuesta—. Responde, joder… Susana.
Oí un ligero ruido, como si se estuvieran pasando el teléfono de una mano a otra. Otro chapoteo de agua.
—Hola… —por fin respondió Susana, y tras un silencio continuó—, amor…
—¿Qué pasa? ¿Donde estás? ¿Por qué no me has llamado antes? ¿Con quién estás?
La respuesta fue casi un silencio sepulcral y digo casi porque escuchaba un ligero vaivén del agua y la respiración entrecortada de mi novia. Entendí que eran demasiadas preguntas, al fin y al cabo tampoco quería agobiarla. No quería discutir con ella.
—¿Estás bien, Susana?
—Ahamm… —suspiró como asintiendo, y luego no dijo nada por otro instante—. Hmm… sí, estoy bien amor… No te… mmmpf… no te preocupes…
Me parecía muy raro todo esto. Parecía que Susana no estaba prestando mucha atención a la conversación, como que estaba ocupada con otras cosas. Y no entendía por qué hablaba con tanta dificultad.
—¿Vais a volver pronto, amor? —insistí.
Otra vez ese silencio, sólamente ese sonido de fondo del agua chapoteando rítmicamente.
—El teléfono, Soco… ahhh… llévatelo… —oí decir a mi novia.
Yo no entendía nada. Luego el sonido del agua chapoteando se fue alejando, se oía cada vez más lejano. Subí el volumen de mi teléfono. Se oía menos claro, pero más alto. Podía escuchar algo parecido a mi novia respirando muy fuerte. Habría jurado que estaba como jadeando.
Así estuvo unos segundos. La oía respirar fuerte, gemir. Un silencio. Otra vez gemir. Y siempre el chapoteo del agua.
—Es… solo… un juego... —dijo Susana entrecortadamente.
—¿Qué juego? ¿Qué hacéis? ¿Por qué estás así de rara? —grité desesperado a mi teléfono.
—¡¡¡Aaaaah…!!!
Joder, eso había sido un grito. Ahora si que estaba preocupado de verdad.
—¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha pasado?
—Una… mmmph… es una… —Susana no conseguía formar sus palabras.
—Una culebra —escuché decir una voz masculina cerca del teléfono.
Al instante escuché las risas de varios chicos.
—Sí… una culebra… amor… —respondió Susana por fin.
Volví a escuchar cómo se reían todos.
—Ten cuidado amor, que no te haga daño —exclamé.
—¡Y con veneno! —dijo la voz masculina al otro lado de teléfono.
Se volvieron a reír, aunque mi novia no se reía y seguía dando pequeños grititos. Pobrecita, pensé, ella pasando miedo por una culebra y ellos riéndose de ella y aprovechándose para meterle miedo.
—No te preocupes amor, no les hagas caso… —intenté animarla—. Tranquilízate.
—Mmm… sí… —la oí decir.
Se oyó ahora sí un silencio sepulcral. Fuera lo que fuera que estuviesen haciendo, pararon y se quedaron completamente callados. No había chapoteo del agua ni ninguna señal de movimiento. Oí a alguien gruñir, uno de los chicos, y Susana suspiró un par de veces y contestó como asustada.
—¿Es muy grande? —pregunté con seriedad.
—No… ¿grande? ¿Qué…? —apenas conseguía pronunciar nada.
—¿Es grande la culebra?
Entonces una voz masuclina dijo algo como “ostias, que igual nos está viendo”. No entendí nada.
—La culebra, Susana, que si es muy grande, porque las grandes no tienen veneno —insistí.
Volvieron a reírse, ya me pareció que de una manera casi macabra. Incluso Susana se estaba riendo con ellos ahora. Parece que dije algo divertido, pero no le vi nada de divertido al hecho de que estuvieran jugando con una culebra.
—Ahora dale tú con la culebra, Pedro —oí a alguien decir.
El chapoteo del agua volvió a oirse, al igual que los suspiros de mi novia, supongo que del miedo a la culebra. Malditos hijos de puta, dando miedo a una pobre chica indefensa con una culebra, y con el peligro que tienen. A ver si al final la iba a picar y todo.
—Sí… sí… mi amor… aaah… —suspiró Susana.
—¿Qué pasa, Susana? —pregunté preocupado.
—Esta sí que es grande… pero no… no me…
No dijo nada otra vez durante un momento, y ahora el chapoteo del agua se oía más cerca.
—¿No te qué, amor?
—¡Joder pero qué grande! —dijo medio gritando, casi histérica.
Realmente debían estar metiéndole una buena ración de miedo para que estuviera así, los muy capullos.
—Sí, eso me has dicho amor, que es grande. ¿Pero no te qué...?
—Susana… dile que… oohh… —era la voz de un chico esta vez, entrecortada—. Dile que no… te hace… daño…
—Amoooor… —ahora sí era otra vez Susana—. No… me hace… daño…
—Joder, ¿y porqué estás así? Estás muy rara…
—Solo es un juego…
—¿Qué juego? ¿De qué hablas?
Mi pregunta otra vez quedó sin respuesta. El ruido ambiente parecía muy lejano, como cuando alguien tapa el micrófono del teléfono con la mano. Supongo que sería una distorsión de la conexión, porque aún podía oír a Susana gimiendo a un volumen considerable.
Por supuesto que en ese momentos los peores temores pasaron por mi cabeza. Y la verdad me habría escandalizado si no fuera porque sabía muy bien que Susana apenas gime cuando estamos haciéndolo, ni siquiera en los momentos más apasionados. Me tranquilizó, porque sabía que esos gemidos los producía otra cosa. Quizá la dichosa culebra la habría picado, o quizá era simplemente la distorsión del teléfono.
Me quedé mucho más tranquilo, no tuve dudas que era una de esas dos cosas. El sonido de la batería del móvil me avisó de que la llamada acabaría pronto.
—Tengo que colgarte, se me acaba la batería —logré decir—. Por favor, vuelve pronto.
—Tranquilo tío, que ya estamos acabando —dijo una voz masculina que reconocí como la del socorrista.
Oí a Susana gemir muy fuerte, y otra vez me asusté.
—¿Que ha pasado? —pregunté.
—Joder, ya os vale… —oí decir al socorrista—. Nada, bueno, creo que le ha picado la culebra, pero no te preocupes que ya venimos.
Entonces la comunicación se cortó.
Más tranquilo me tumbé en la cama de la enfermería, a pesar de que la llamada había sido bastante poco ortodoxa. Me sentí como un tonto por haber desconfiado de ella, y me prometí disculparme al día siguiente, aunque caí en la cuenta de que tampoco le había montado ninguna escena de celos. De manera que quizá no sería necesaria ninguna disculpa.
También pensé que aunque le hubiera picado la culebra, si era tan grande como decía, no habría problema de que se intoxicara. Y seguro que el socorrista podría ocuparse de ella si fuera necesario. Me alegré que alguien responsable y preparado como él en primeros auxilios se hubiera ido con ellos.
Lo único que no entendía era a qué se refería con lo de "solo es un juego". Estuve pensando un buen rato, pero el cansancio hizo mella en mí y acabé completamente dormido.
Horas más tarde me despertó Susana acariciándome. Estaba recién duchada, y olía genial al perfume del gel de baño. Estaba muy seria, incluso una lagrimita parecía aferrarse a sus ojos, sin llegar a caer.
La observé pensativo. Sin saber qué decir o qué hacer, no me esperaba en absoluto esa situación, y mucho menos recién levantado.
—Siento mucho lo de anoche, amor… —dijo sin lograr mirarme a los ojos—. No sé qué me pasó... sé que no es excusa, pero estaba algo bebida, aunque no quiero justificarme con ello, pero lo estaba. En el momento disfruté mucho, lo reconozco, pero no quería hacerte daño. Si quieres, te puedo jurar que nunca más volveré a estar con Carlos, o con Pedro. Y también he de decirte, que pienses lo que pienses, contigo disfruto muchísimo más, amor, porque a tí te amo de verdad.
Yo no entendía nada del discursito. Me quedé pensativo un rato mirándola. Ella seguía mirando hacia abajo. La veía preciosa.
—¿Con Carlos? ¿Qué pasó con Carlos? ¿O con Pedro?
—Amor… ya sabes… no me hagas decirlo en voz alta. Me da mucha vergüenza.
—Sí, y sé lo que pasó, no soy tonto —dije firmemente—. Cuando el socorrista me encerró aquí, al principio pensé que lo que quería era librarse de mí para ir todos vosotros de fiesta. Pero… ¡mira!
Mi novia seguía con la mirada baja…
—¡Mira, Susana, mira! —repetí.
—¿Qué quieres que mire? —dijo ella levantando ligeramente la vista.
—¡Joder, pues que ya no estoy quemado! —dije casi saltando de alegría—. Gracias al socorrista estoy curado. Le debo una disculpa, la verdad. Lo que no he entendido es qué problema hay con Carlos o con Pedro…
—Por favor amor, no me hagas pasar por esto, me da mucha vergüenza, ya escuchaste qué pasó por el teléfono. Si tú quieres, te prometo no volver a verlos nunca.
—Aaah, ok… ahora entiendo… —dije—. Fueron ellos los que te metieron miedo con la culebra, ¿no?
Mi novia se quedó callada unos instantes. Frunció el ceño pensativa. Poco a poco levantó su mirada, hasta encontrarse con la mía. Su gesto mostró alivio al ver que yo no estaba enfadado, y me regaló una sonrisa.
Intentó decir algo, pero calló. Parecía dudar. Al final se atrevió a decir algo:
—Sí, amor… me estuvieron metiendo “miedo” con la culebra.
—¿Y te picó?
—¿Cómo?
—¿Te picó la culebra?
—Ehm… sí, un poco.
—Pues son unos imbéciles… porque esas cosas no se hacen. Te podrían haber hecho mucho daño… —dije algo alterado.
—Bueno… no pasa nada, era solo un juego…
—Pero si te picó, eso es serio, ¿no?
—Ya, pero no me hizo daño, cariño, no te preocupes.
—Mejor que el socorrista le heche un vistazo antes de irnos, no quiero que tomes riesgos mi amor.
—Entonces, ¿no te enfadas conmigo? —dijo dibujando una sonrisa.
—No. ¿Por qué me iba a enfadar? Me molesta un poco que tus amigos sean tan imbéciles, pero bueno, tampoco me voy a enfadar.
—¿De verdad no te enfadas? —insistió como incrédula.
—Que no, pesada…
—Y… ¿no te molestaría si volviese a estar con ellos…?
—¿Volver a "estar” con ellos…? —pregunté haciendo hincapié en la expresión.
—Sí, bueno, me refiero a quedar, y sabes… en general… No sólo con Carlos o Pedro. Bueno, con Nacho también, pero no sólo con él, sino con todos… ya sabes…
Parecía nerviosa, me hacía gracia verla, siempre se vuelve muy coqueta cuando se pone así.
—Claro, tonta… ya sabes que confío en tí.
Se abalanzó sobre mí para abrazarme y darme besos en la cara.
—Oh amor, eres un cielo…
8 – Antes de irnos
Después de reencontrarme con Susana, volvimos a nuestra parcela para empezar a recoger. Teníamos un par de horas antes de tener que coger el autobús. Nuestros vecinos no estaban. Mi novia me dijo que se habían ido a la playa, pero que no pasaba nada porque ya se había despedido de ellos.
Yo, la verdad, me desilusioné un poco porque me hubiera gustado recriminarles haberle metido miedo a mi novia con una culebra y que luego dejaran que la picara, aunque no fuera venenosa. Pero casi mejor así, porque no me hubiera gustado montar una escena delante de Susana, sobretodo después de cómo nos habíamos reconciliado esa mañana.
Pregunté a Susana si todavía le dolía la picadura de serpiente. Ella evasiva me decía que no, que no me preocupara. Pero eso solo conseguía que me preocupara más. Cuando terminamos de empacar, le pedí por favor que antes de irnos fuéramos a ver al socorrista para que se asegurara de que no corría ningún riesgo.
—¿Pero qué tendrá que ver él con eso, si no es médico? —me decía, intentando escabullirse.
—Mírame, ¿no ves? —repliqué casi ofendido—. Si me ha podido curar la quemadura tan rápido, algo debe de saber, ¿no?
—Ya pero… puedo ir a ver al médico mañana ya en la ciudad.
—Susana, estas cosas pueden llegar a ser muy serias, y no puedes esperar tanto tiempo. Si tienes algo de veneno tienes que ir a curarte enseguida, ¡cada hora cuenta!
Al final no tuvo más remedio que hacerme caso. Cargados con nuestras mochilas nos dirigimos a la piscina donde sabíamos que estaría el socorrista. Le conté todo y le pedí que por favor si podía revisar a Susana antes de irnos para estar seguros de que no corría peligro. Me molestó un poco que al principio el se puso a reír, como si hubiera contado algún chiste. Pero luego se puso ya más serio cuando vió que hablaba en serio.
Susana y él intercambiaron unas sonrisas cómplices cuando me preguntó si quería en serio que revisara la picadura de culebra de mi novia. Pero seguí sin entender por qué le costaba tanto comprenderme.
Nos llevó a la misma enfermería donde me había hecho pasar la noche. Entramos todos y echó el pestillo a la puerta al cerrar, supongo que para evitar alguna visita inoportuna mientras se ocupaba de revisar a mi novia. Una vez dentro pidió a Susana que se sentara en la camilla, y él fué a lavarse las manos de una manera muy profesional. La verdad que solo le faltaba la bata para parecer un doctor de verdad, lo que me daba bastante confianza, aunque en realidad iba solamente vestido con su bañador rojo de uniforme y unas chanclas.
—Así que te picó una culebra, ¿eh…? —prosiguió dirigiéndose a ella.
—Sí… —dijo Susana, a quien casi se le escapa una carcajada, creo que como riendo por los nervios.
Pobrecita, a veces le pasa eso cuando se pone muy nerviosa y le entra una risa tonta.
—No te preocupes Susanita, que el socorrista sabrá que hacer, mi amor… —le dije para darle confianza.
—Veamos, ¿dónde te picó la culebra…? —preguntó él.
—Aquí abajo… —dijo mi novia señalando vagamente la falda de su vestido blanco de verano.
—¿Dónde?
—Aquí… en el medio… —y Susana apuntó de nuevo a través del vestido.
—A ver Susana, muéstrale que así no llegamos a ninguna parte —dije yo impaciente.
Susana poco a poco fue levantándose el vestido hasta dejarlo arrugado a la altura de su vientre.
—¿Donde te picó la culebra, corazón? —preguntó el socorrista.
Me molestaba que siguiera dirigiéndose a ella de una manera tan familiar, pero no era lo más importante en ese momento, así que no dije nada. Susana no dijo nada, simplemente llevó un dedo justo al centro de sus braguitas blancas, separando al mismo tiempo las piernas para que pudiera verlo mejor.
—¿Aquí…? —dijo él, acercando a su vez un dedo para palpar la zona afectada directamente.
—Aha… —dijo suavemente mi novia, y luego soltó una especie de gemido.
—¡Ahí debe ser! Parece que aún le duele… ¿no es así mi amor? —me animé a decir.
—Sí… —contestó ella casi sin voz, muy tensa reprimiendo el “dolor” mientras el socorrista seguía palpando en el centro de su entrepierna.
—Pues habrá que inspeccionar la zona, señorita —dijo el socorrista de una manera muy profesional.
Susana levantó su culito para permitir al socorrista sacarle la pequeña prenda blanca que impedía consultar la picadura en cuestión. Ya sin las braguitas el doctor improvisado le pidió que se pusiera con el culo bien al borde de la camilla, con las piernas muy abiertas apoyándose con las rodillas flexionadas. Pude ver como el coñito de Susana estaba muy hinchado y de un color rojizo.
—¡Mira! ¡Ahí le debió picar la culebra, porque nunca se lo había visto así! —dije yo preocupado.
El socorrista simplemente procedió a seguir palpando la zona afectada con una mano, mientras mi pobre novia se mordía un labio intentando no gritar, probablemente por el dolor.
—¿Y ahora que hay que hacer? —pregunté.
—Pues mira, en casos como estos, lo primero de todo es chupar el veneno para que la infección no se extienda más —dijo el socorrista muy serio.
El chico fué a buscar un taburete que había junto a un pequeño escritorio y se colocó sentado directamente frente a mi novia, entre sus piernas abiertas. Mi novia me miraba con una cara muy tensa, realmente parecía que le dolía, y yo le sonreí de vuelta para tranquilizarla. En ese momento me alegré de haberla obligado a hacérselo mirar, porque si hubiéramos esperado al día siguiente seguro se le habría extendido la hinchazón aún más.
El socorrista hundió su cara entre las piernas de Susana, y como se suele hacer con las picaduras de serpiente, empezó a succionar para extraer cualquier resto de veneno que hubiera podido quedar dentro. La pobre empezó a gritar, realmente le debía doler, así que para solidarizarme con ella me acerqué a su lado y le ofrecí mi brazo para que se apoyara en mí mientras el socorrista la curaba.
Susana me miró y ví que una lagrimita le saltaba casi de uno de sus ojos, y con una mirada llena de amor se me agarró muy fuerte mientras soportaba las chupadas del socorrista directamente ahí donde la culebra le había picado.
Al cabo de unos minutos el chico paró, y pude ver como sus morros estaban muy húmedos de haberle estado sacando el veneno. Entonces dijo:
—La infección se extiende también hacia dentro… he podido notarlo con mi lengua… —hizo una pausa para enjuagarse la boca con uno de sus velludos antebrazos—. Me temo que habrá que hacer una inspección más profunda, a ver hasta dónde llega…
—Lo que haga falta, pero ayúdala, igual que me has ayudado a mí con mi quemadura —le pedí.
Me sonrió mientras asentía y se disponía a hurgar en la rajita hinchada de mi novia con un par de dedos. Susana me miraba con su cara desfigurada y se aferraba tan fuerte como podía a mi brazo mientras era inspeccionada.
—Pues me temo que no llego a alcanzar hasta el fondo. Voy a necesitar algo más largo para determinar hasta dónde se extiende la infección.
—¿Y cómo vas a hacer eso? —pregunté intrigado.
—Pues mira, normalmente en un hospital tienen instrumentos adecuados, pero aquí solo tenemos lo mínimo, así que cuando hay que actuar de emergencia como ahora pues hay otros procedimientos…
No dejaba de hurgar con varios dedos, intentando tocar lo más a dentro posible, pero eso solo provocaba que a Suanita se le escaparan más y más grititos que intentaba ahogar sin mucho éxito.
—Lo que sea, pero haz algo porque mira como grita de dolor la pobre. No quiero que le pase nada a mi amorcito, por favor…
Entonces el socorrista un un santiamén se deshizo el nudo del bañador y lo hizo caer a sus pies, exhibiendo una muy notable erección que me sorprendió.
—¡Oye! Ni te atrevas a usar eso… —empecé a quejarme, pero él me cortó enseguida como enfadado.
—¿¡Quieres que la cure o no!? Porque esto es lo que hay, y hay que actuar ya antes de que la infección le alcance algún órgano vital, ¿¡de acuerdo!?
—Pero es que con el pene… me parece poco ordinario… —dije en voz baja.
—Se necesita poder palpar directamente la zona para evaluar la gravedad… —dijo él algo más calmado—. Ya sé que parece poco ortodoxo, pero es como la medicina siempre lo ha hecho tradicionalmente antes de tener instrumentos más modernos. El tacto es vital para determinar la envergadura de la inflamación. Es como lo del boca a boca, parece raro, pero es así como hay que actuar en caso de emergencia…
—Vale, vale… lo que haga falta —me rendí convencido.
Poco a poco el socorrista se fue acercando, y poco a poco, la fue penetrando. Mi novia, seguramente pasando mucha vergüenza porque no se atrevía a mirarme a la cara, se agarró a mí mientras le entraba ese cacho de carne. Me sentí un poco mal porque era bastante más grande que la mía, y claro, no podía estar acostumbrada a algo de ese tamaño. Maldecí a aquellos niñatos por haber provocado que pasara por ese mal trago.
—Pobrecita amor mío, cuánto te duele… —le dije como para tranquilizarla, acariciando sus cabellos.
—Sí… está todo inflamado hasta el fondo… —dijo el socorrista, que iba entrando y saliendo como en círculos lentamente para inspeccionar cada rincón de la intimidad de mi novia.
—¿Y ahora qué hay que hacer? —pregunté.
—Por suerte tengo aquí un ungüento que sirve justo para este tipo de picaduras, pero habrá que aplicarlo y frotarlo bien por toda la zona afectada.
Acto seguido se separó de Susana y se dirigió a un armario conteniendo una variedad de botellas y medicamentos varios para primeros auxilios. Buscó un segundo y al final agarró algo que me pareció un simple frasco de leche hidratante.
—Eh… eso parece crema hidratante… —dije dubitativo.
—Es que el medicamento viene en botes muy grandes, así que lo distribuimos en estos otros botes que nos sobran para poder aplicarlo más fácilmente.
—Ah… vale, muy inteligente…
—Sí… —contestó con una risita algo fanfarrona—. Como decía, tendré que aplicar el producto sobre toda la zona afectada, incluso en el interior.
El socorrista descargó un chorro de ese ungüento en la mano y empezó a frotarlo por el chocho hinchado de mi novia. No se salvó ni un rincón, y lo hizo de forma tan exhaustiva que cuando terminó estaba todo cubierto de una fina capa blanca. Entonces echó otro chorro de esa loción en su mano y se embadurnó la polla entera con ella.
—Ahora… ahora hay que ponerle la pomada por dentro… —dijo algo nervioso.
Se la clavó sin miramientos, para poder llegar al fondo de la infección.
—Hay que frotar muy fuerte para que tenga efecto… —me dijo, y empezó a entrar y salir enérgicamente.
De tanto frotarla, hacía que toda la camilla se balanceara. El vestido de Susana no paraba de caerse por delante y entrometerse en la labor del socorrista, así que me pidió por favor que se lo sacara. Como mi chica no había previsto la parada en la enfermería, no se había puesto sostén, por lo que quedó completamente desnuda.
La pobre no paraba de gritar, y de la violencia con la que el socorrista le frotaba la pomada en su interior sus enormes tetas rebotaban en todos los sentidos de una manera que me hipnotizaba. Me sentí mal porque me excité un poco viéndola, y me dije que era un pervertido por calentarme mientras la pobre estaba sufriendo.
—Si es que le duele mucho, pobrecita… —murmuré.
—No… no te preocupes… —dijo el socorrista entrecortadamente sin parar de moverse—. Ya… ya verás que después del tratamiento… se le va a pasar…
—Claro, claro —dije—. Confío plenamente en tí. La crema que me diste ayer me curó la quemada de maravilla…
El tratamiento duró bastante tiempo, se me hizo eterno. Susana cada vez se agarraba más fuerte a mi brazo mientras no podía parar de gritar, tanto que me dejó unas marcas con sus uñas.
—Ya casi está… mmm… sí… ya casi… —dijo el socorrista algo alterado—. Casi llego al fondo… hay que frotar fuerte… que si no no tendrá efecto… mmm… un poco más…
Susana aplastó su cara contra mí reprimiendo sus gritos. Ahora él la penetraba muy rápido y mi novia se movía mucho con la camilla. Así que para que no se moviera tanto y poder continuar con el tratamiento, el socorrista la agarró por la cintura para sujetarla. A medida que seguía, sus manos se fueron desplazando hacia arriba, colocándolas sobre sus pechos, evitando así también que se movieran en todas direcciones, lo que entiendo podía resultar una distracción.
—¡Sí… sí… ya casi…! —gritó el socorrista—. Sí…
Entonces se paró de repente. Había acabado el tratamiento y no quiso aprovecharse de la situación ni un segundo más, quedando completamente inmovilizado. Poco a poco fue sacando su instrumento hasta que se le quedó colgando, ya no tan erecto como antes, goteando de crema blanca. Mi novia respiraba muy fuerte por la boca, y me miraba directamente a los ojos, agotada.
—Creo que ya… con eso… no debería haber ningún problema —dijo el socorrista recogiendo su bañador del suelo y volviéndoselo a poner.
La pomada empezó a sobresalir de la rajita de mi novia en mucha cantidad. Me pareció raro porque no me había parecido que pusiera tanto.
—Oye, que se le sale la pomada hacia afuera. ¿No pasa nada? —pregunte algo preocupado.
—Ehm… no… —dijo el socorrista—. Lo importante era frotar…
—¿Te encuentras mejor, cariño? —pregunté.
—Sí… mucho mejor —dijo algo avergonzada.
—¿Ves? Ya te lo he dicho… —dijo el chico con cierto desdén.
Volviendo a la normalidad, mi novia se vistió de nuevo, mientras yo no paraba de agradecerle al socorrista que le hubiera curado la picadura.
Antes de irnos pregunté si había que seguir algún tipo de cuidado o tratamiento especial, y me respondió que sí, que era muy importante que no la penetrara durante al menos una semana para que la zona se curara adecuadamente. Luego se puso a reír mientras se despedía de nosotros, lo que me hizo dudar si iba en serio o me lo había dicho de broma. Pero está claro que no quise jugármela y lo cumplí a raja tabla.
Dormimos casi todo el viaje de vuelta a la ciudad, y aunque estaba triste porque se nos acababan esas pequeñas vacaciones, me quedé con una sensación de bienestar, porque lo vivido con Susana en esos días creo que nos acercó más el uno del otro. La observé mientras dormía durante un rato, pensando en lo mucho que la quería, y me sentí el hombre más afortunado del mundo.
FIN
5 comentarios - En el camping con mi novia IV