Me levanté dando unos pasos por el estudio hacia la cocina. Mientras lo hacía pensaba en mi vida, en el profundo amor que sentía por Armando, pero como un embrujo los textos de Carlos volvían a mi memoria, bestiales, brutalmente cargados del sexo que mis libros jamás tuvieron.
Serví dos tazas y colocándolas sobre una bandeja regresé al estudio. Carlos me esperaba impávidamente sentado frente al escritorio, mirándome dulcemente.
Apoyé la bandeja, mirando con desdén la oscura pantalla de la computadora vacía de ideas, y como impulsada por algo que iba más allá de mis pudores di un par de pasos hacia atrás dejando caer mi bata al piso.
- Esto querías ver?
Sentí los ojos brillantes de Carlos llenos de lujuria recorrer mi cuerpo. Bajando y subiendo, una y otra vez por mí desnudez. Deteniéndose en mis senos, en mis robustas caderas, en mi velludo sexo.
A pesar de mi edad, la naturaleza me había favorecido conservando mis curvas y la firmeza de mi carne. Estaba entregada a la encrucijada de sus deseos carnales y mi curiosidad literaria.
Sin vacilar, Carlos se puso de pie y acercándose a mí, me pidió que me arrodillara. Lo hice lentamente, con cierto temor y una extraña excitación en aumento. Mientras lo hacía mi nariz se fue llenando de la frescura ardiente del césped mutilado que su pantalón traía adherido.
Caminó en mi derredor, sin tocarme, varias veces hasta detenerse a mi espalda. Apoyó sus manos en mis hombros y sus rústicos dedos bajaron por mi pecho hasta rozar los erguidos pezones de mis senos.
- Cierre los ojos, señora… por favor…
Su voz y su tacto eran como un narcótico. Abandonó mis senos y subió sus manos hasta que sus dedos se enredaron en mi pelo jugando con mi cabellera. Después, solo pude salir de aquel trance cuando la vos de Carlos golpeaba mis oídos como un eco lejano.
- Ahora, señora, escriba su novela…. escriba su novela… escriba…
Cuando abrí los ojos ya no estaba. Arrodillada, mirando el verde jardín, sentía el impulso incontenible de escribir. Me levanté y comencé a tipiar sobre el teclado con un salvajismo que jamás había sentido.
Cuando creí que había terminado y mis dedos dejaron de moverse alocados, una gota de espeso líquido cayó sobre mi mano regresándome abruptamente a la realidad.
Incliné mi cabeza observando mi cuerpo desnudo y sudoroso, no pudiendo salir de mi asombro. Corrí hasta el baño. Mi imagen reflejada en el espejo no daba lugar a dudas. Era una más de las que con glotonería había leído en los textos de Carlos. Mis senos estaban cubiertos de esperma, incluso la piel de mi rostro aún conservaba adheridos los restos de su semen.
Como una posesa, como uno de sus alocados personajes, levanté mis manos y esparcí ese viscoso elemento sobre mis pechos, sobre mis pezones aún turgentes, sobre mi cuello y mis pómulos. Incluso mis labios se humedecieron y mi lengua emergió curiosa para recorrerlos.
Estaba tan feliz como confundida. Apresuradamente regresé a mi escritorio para releer qué había escrito. No daban crédito mis ojos a aquello que veían. Con ansiedad releí una a una mis palabras.
“Caí de rodillas frente a él. Bajo el influjo de su hipnótico aroma a hierba fresca, mi mirada se incrustó en su desnudez. Era irresistible no hacerlo. Ante mí se desplegaba su miembro laxo, desplomándose entre sus piernas. Detrás asomaban, como dos bulbos, sus robustas bolas tapizadas de sedosas vellosidades. Desde ellas parecían emerger, como brotes injertados en su piel, un racimo de venas que, como ramas desordenadas, trepaban por el tronco de su enorme verga.
Nunca había ansiado tanto palpar el órgano sexual de un hombre como en aquel momento. Mis manos jamás habían sujetado un sexo masculino de tales proporciones y, de solo considerarlo, sudaban sobresaltadas.
A pesar de mi estupor, lejos de acrecentarse, mi inquietud se disipó cuando lo sujeté con una de mis manos. La otra se obstinó en acariciar los bultos ardientes que colgaban insinuantes y voluminosos. No obstante sostener buena parte de aquella carne, otra, no menos importante, sobresalía del borde de mi mano y levemente inclinada dejaba al descubierto una hendija por donde florecían, brillantes y delicadas, unas gotas de savia que se precipitaban desde el interior de ese ofidio de piel humana.
La fragancia silvestre y penetrante de aquel falo me sobrecogió y antes que el zumo se desprendiera, para inevitablemente caer al piso, acerqué mi boca abierta embuchando la bermeja testa supurante de la pija de ese hombre.
Cuanto placer! Ese trozo perdido en la jugosa caverna de mi boca era delicioso. Con el mismo deleite , mi mano percibía la singular movilidad del resto de esa verga atrapada en mi palma, adquiriendo volumen y dureza.
La succioné alocadamente, apreciando la esencia que manaba de ella, profusa y gomosa, sobre mi lengua. Una golosina exquisita que se licuaba en mi boca y se extraviaba en mi garganta.
Cuanto más la sorbía, más se fortalecía. Intenté ahondar mi acometida pero dos cosas lo impidieron, el volumen de su extremo en constante crecimiento que llenaba mi boca y el empeine de su pie sobándome la entrepierna.
Sin abandonar mi faena, abrí mis piernas hasta que el roce de su extremidad partió los labios de mi vulva de par en par bañándose en mis jugos. Los dedos de su pie humedecidos buscaban el refugio cálido de mi vagina. Grité de placer cuando su grueso pulgar me penetró. Muy a mi pesar, liberé la verga sabrosa de mi amante que sorbía mi boca.
Deseé en ese momento que la insertara, chorreante de saliva, en mi concha, pero ya era demasiado tarde. El macizo tronco convulsionaba indomable y desde la ranura de aquella golosina, que había deleitado mis fauces, se desprendía con violencia la savia blancuzca que contenía regando mi cuerpo.
Mi deseo incumplido me dejó contrariada, pero más insatisfecha quedé cuando los dedos de su pie abandonaron también mi ardiente vagina. Cerré mis ojos suplicantes, pero nada ocurrió. Al abrirlos, mi amante había desaparecido… o eso pensé”
Dejé abruptamente la lectura. No podía creer que mi sutil pluma, plagada de inocente erotismo, se hubiese transformado de ese modo. Incliné mi cabeza, agotada, y observé una vez más mis senos aún brillantes por el esperma de Carlos esparcido que los decoraban.
Una amalgama de sensaciones me invadía. La angustia por mi infidelidad hacia Armando se combinaba con la alegría deparada por Carlos, la angustia se eclipsaba ante mis dedos iluminados por el sexo.
Sin dudar, abrí mi correo y envié lo escrito a mi editor. Luego, caminé sonriendo hasta el baño donde me esperaba una ducha reparadora y relajante.
Cuando regresé al estudio, una pequeña nota me esperaba sobre el escritorio.
“Mañana a las nueve, si quiere, puedo ayudarla con su novela otra vez. Carlos”
Mi editor también había dejado un mensaje en mi correo. Lo abrí con cierto temor y leí.
“Es extraordinario. Justo lo que te estaba pidiendo, Marta. A la gente le va a encantar. Dale forma a tu novela pero de lo que enviaste no quiero que toqués ni una coma. Quiero más”
Mi insatisfacción pesó más que mi angustia. Mi infidelidad pesó menos que mis deseos. Mis musas recuperadas pudieron más que mis temores. El sexo de Carlos, inundando aún el aire de mi estudio, era irresistible y yo también “quería más”.
Exhausta, me deslicé en la cama después de cenar y dormí profundamente, como hacía tiempo no lo hacía.
CONTINUARÁ...
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