A veces la vida teda sorpresas. A mi me pasó hace un par de meses.
Tengo 40 años yaunque ya no soy un chaval, todavía me conservo medianamente bien.Llevo más de diez años trabajando en la misma empresa. Es untrabajo monótono, con los mismos compañeros desde hace tiempo. Untrabajo donde no esperas que nada ni nadie te sorprenda. Casi nunca.
Hace un par de mesesuna compañera llamada Sandra apareció en mi despacho. Es una mujerde 30 años muy guapa; mide 1,70, delgada, buen tipo cuidado degimnasio y con el pelo moreno liso y corto.
Aquel día entró enmi despacho y cerró la puerta que está casi siempre abierta. Aunqueme extrañó un poco, creí que vendría a contarme algún cotilleode la oficina; que si fulano está liado con mengana o que si el otrosalió del armario. Lo raro era que se la veía como apurada, casicon miedo. Dejé el ordenador y la miré preocupado.
-¿Te pasa algo?Parece que tienes algún problema. Y hace un par de días que andascon cara preocupada
-Juan. ¿Cuanto haceque nos conocemos?
-Pues cinco años,si no me falla la memoria. Desde que entraste aquí. ¿Pasó algo?
-Es que eres lapersona con la que tengo más confianza. Sé que eres discreto y unbuen amigo.
Yo me estabaempezando a preocupar. Se me ocurrían mil cosas. Que se enterase deque nos iban a despedir, que el jefe la acosase, o incluso que lehubiesen descubierto una enfermedad incurable.
-A ver. ¿Que pasa?Déjate de rodeos.
-Primero prométemeque lo que te diga no saldrá de aquí.
-Eso ya lo sabes.Pero si te quedas más tranquila, prometido.
En ese momento bajóla cabeza para disimular el rubor que cubría su cara mientrasdisparaba una pregunta que no hubiese esperado en toda mi vida.
-¿Alguna vez haspracticado el sexo anal?
-¿Perdón?-pregunté con los ojos como platos.
-Sí. El sexo anal.Alguna vez..
-Si te refieres a sime gusta que me den, pues hija.. nunca he probado. Si te refieres asi lo he hecho con alguna mujer, pues sí. Pero, ¿a que viene eso?-pregunté aun en shock.
-Es que tengo muchacuriosidad.
-Para eso estágoogle -respondí inmediatamente-. Coges el ordenador, a Jose (sumarido) y hala: a practicar.
-Es que Jose noquiere saber nada del tema. Dice que le da asco. Es un aburrido queno sale del misionero. Encima es eyaculador precoz. Con él aun no hetenido ni un orgasmo.
-Sí que es rarito.Es buen chaval, pero rarito de cojones.
-Y yo mepreguntaba.. -aquí yo ya tragaba saliva-. Es que me da muchavergüenza.
-Miedo me das,Sandra -temía por donde podría salir aquello.
-De verdad que me damucha vergüenza. Pero eres la única persona a quien me atrevo apedírselo. ¿Lo harías conmigo? -preguntó ya de un tirón mirandoal suelo-.
A mi comenzaba aponerme nervioso la conversación. ¿Que necesidad tenía yo de saberde la vida sexual de nadie? Y encima que una tía venga a proponermeque le dé por el culo. Yo flipaba. Tenía que haber una cámaraoculta.
-¿Pero como mepides eso? Si estoy casado. Mi mujer y yo estuvimos en vuestra boda.¿Porque no te planteas comprarte un cosolador? -intentéescabullirme.
-Tú sabes que no eslo mismo. Por favor. Te juro que si supiese como buscaría otramanera de solucionarlo.
Por su tono de vozparecía a punto de llorar. Lo que no sabía era si por la vergüenzao por el dolor de que su marido no quisiese participar con ella desus ansias por descubrir nuevos placeres.
-Pero Sandra. Somosamigos, pero eso.. es muy fuerte.
-¿Crees que no soylo bastante guapa?
-No es eso. Y losabes. Eres muy guapa. Pero comprende que es una proposición muyrara.
-Lo sé. Perdóname.Comprendo que puedas mosquearte conmigo, pero no sé a quien máspuedo acudir. Te lo juro.
Lo cierto es que laproposición no dejaba de tener morbo. Aunque nunca me habíaplanteado un lio ni con Sandra ni con ninguna otra compañera, debíareconocer que estaba muy bien y tenía un culo de lo más apetecible.
Le prometí que lopensaría más por librarme de ella esperando que se olvidaría deltema y lo cierto es que, aunque cuando nos cruzábamos se sonrojaba,nuestra relación pareció volver a la normalidad.
Hasta que dossemanas después nos enviaron a cuatro compañeros a otra ciudaddurante cuatro días a hacer un curso sobre una nueva aplicación.Nos alojaron en un hotel cerca de la empresa donde aprenderíamos ausar el programa y cada uno tuvo su propia habitación.
El primer díallegamos a mediodia. Nos instalamos cada uno en su habitación ysalimos a comer todos juntos. La tarde la teníamos libre, así queaproveché para charlar con mi mujer y dar un paseo antes de quedartodos de nuevo para cenar.
Después de cenarsubí a mi habitación, me lavé los dientes y me pegué una ducha.Estaba a punto me meterme en cama cuando alguien llamó a la puerta.Intrigado, me puse el albornoz y abrí.
Allí estaba Sandra,vestida con unos vaqueros, zapatos de tacón, una camisa ajustada yuna cazadora.
-Hola Sandra. Dime.¿Pasó algo?
-¿Puedo entrar?
-Claro. ¿Que pasó?
Debí haberlosospechado cuando la vi quede nuevo se sonrojaba.
-¿Pensaste enaquello que te pedí?
Lo cierto era que mehabía olvidado del tema. Y esperaba que ella también se hubieseolvidado.
-Ah, pues.. -nosabía por donde salir-. No mucho, la verdad..
Sandra habíaentrado ya en la habitación y cerró la puerta.
-Por favor -dijomientras dejaba la cazadora sobre un taburete-.
Yo no sabía quehacer. Por un lado quería evitarla sin causarle más dolor overgüenza de la que parecía sentir y por otro no podía evitarsentirme excitado sabiendo que se me estaba ofreciendo en bandeja.
Sandra se acercó ami hasta que pude sentir su olor. Su rostro seguía ruborizado, peroa pesar de ello estaba dispuesta a seguir hasta el final con tal deconocer el placer del sexo anal. Yo no sabía que hacer. Por ganaralgo de tiempo solo se me ocurrió ofrecerle una copa del mueble bar.Aceptó enseguida. Seguramente pensando en que era por romper elhielo. Nos tomamos una copa mientras hablábamos, ella sentada sobrela cama y yo en la única butaca que había.
Finalmente, apurósu copa, se puso en pie y soltó el pantalón. Yo no me había dadocuenta de que mientras hablábamos se había despojado ya de loszapatos. Sin darme tiempo a reaccionar, allí estaba ante mi; elpantalón en los tobillos, un tanga minúsculo negro y una camisaapretando un pecho que merecía ser sobado y besado a conciencia.
No pude evitar unaerección y ella lo notó. Repitió -Por favor, házmelo-. Y se diola vuelta para ponerse a cuatro patas sobre la cama mostrándome elculo con aquel hilo en medio. Su cabeza estaba gacha, comoavergonzada de verse en esa postura.
Lentamente, como sino fuese consciente de mis actos, me puse en pie y me acerqué aella. Ella lo notó y agarró la colcha como temiendo ya laembestida. Le puse una mano sobre la cadera y le dije:
-Así no- al tiempoque la ayudaba a darse la vuelta y ponerse en pie.
Mi boca buscó lasuya pero ella intentó apartarla.
-No quiero engañara Jose. Solo quiero que me lo hagas por detrás.
-Si no estássuficientemente excitada te dolerá. Imagínate que hoy yo soy Jose.
Cerró los ojos ydejó que la besase. Primero lentamente, pero enseguida buscó milengua con ansia. Mis manos buscaron los botones de su camisamientras seguía besándola. Al principio opuso una ligeraresistencia, pero pronto me dejó hacer mientras ella abría elcinturón de mi albornoz y lo empujaba sobre mis hombros paralibrarme de el.
Yo le quité lacamisa y tomé uno de sus pechos sobre el sujetador. Los pezonesestaban ya duros, esperando ser chupados, así que no la hice esperary busqué el cierre. Este saltó enseguida y el sujetador acompañóa la camisa. Descendí hasta tomar uno de los pezones con mi boca.Podía oir la respiración entrecortada de Sandra que acariciaba mipecho bajando poco a poco hasta encontrarse con mi miembro. Yo estabaya totalmente excitado cuando comenzó a mover su mano poco a pocomasturbándome.
Con suavidad, laempujé de espaldas sobre la cama. No opuso ninguna resistencia. Suboca entreabierta dejaba escapar gemidos mientras yo iba dibujando uncamino con la punta de la lengua hasta su pubis. Cuando tomé eltanga para sacarlo, ella levantó ligeramente la cadera paraayudarme.
El pubis estabadepilado formando un pequeño triangulo que me mostraba el caminohacia el paraíso, así que no lo hice esperar. Con dos dedos abrísus labios al tiempo que mi boca buscaba el clítoris. Un gemido deSandra me indicó que estaba disfrutando de la situación, así queme apliqué en proporcionarle el mayor placer posible. Durante variosminutos seguí lamiendo y chupando su clítoris mientras introducíados dedos en su húmeda vagina hasta que vi que su excitación estabaen su punto álgido. Ella gemía mientras aguantaba sus piernaslevantadas sobre mis hombros con las manos.
Llegado a este puntocreí que era ya el momento, así que seguí bajando con la lenguahasta acariciar el perineo al tiempo que poco a poco, con cuidadometí un dedo en su ano. Sandra dejó escapar un gemido más grandeque los anteriores al tiempo que su cuerpo tenía un estremecimientode placer. Dejé un segundo mi dedo quieto hasta que enseguida fueella quien comenzó a mover la cadera en movimientos circulares.Pronto mi dedo estaba todo dentro de ella y parecía pedir más, asíque introduje un segundo dedo, que fue tan bien acogido como elanterior. Su ano iba relajándose poco a poco mientras ella seguíaexcitada ante la inmiente penetración.
-¿Estás preparada?-Le pregunté.
-Sí. Métemelo ya.Todo -me apremió ella al borde del orgasmo.
La puse de nuevo acuatro patas y mojé la punta de mi miembro en la entrada de suvagina para que entrase sin dificultad.
-Por ahí no. por elculo -protestó ella retirando el cuerpo.
-Solo lo estabalubricando -la tranquilicé
Acto seguido apoyéla punta sobre la entrada de su culo y presioné un poco. Despacio,el glande fue entrando arrancando pequeños gritos de Sandra. Cuandoel glande estuvo ya dentro me pidió que parase un momento.
-¿Quieres que lasaque? -pregunté.
-No. Solo espera unsegundo.
Yo esperé con unamano apoyada en su cadera mientras con la otra buscaba de nuevo suclítoris para excitarla de nuevo. Enseguida ella comenzó a empujarsu cuerpo contra mi para introducirse ella misma aquella verga quetanto había deseado tener allí dentro. Su ano estaba ya totalmenterelajado, así que comencé a moverme hasta que un par de minutosdespués noté las convulsiones de Sandra en el momento de llegar alorgasmo. Aquello hizo que yo no pudiese tampoco aguantar más ydescargase a mi vez dentro de ella todo cuanto tenía guardado.
El cuerpo de Sandra,repentinamente relajado, cayó hacia delante arrastrándome con ellaen su caída.
Así, boca abajo,relajada, con la cabeza de lado, sonrió y musitó cuando yo dejé unbeso sobre su sien -Gracias. Ha sido fantástico.
-Ha sido un placer-contesté con sinceridad.
Tengo 40 años yaunque ya no soy un chaval, todavía me conservo medianamente bien.Llevo más de diez años trabajando en la misma empresa. Es untrabajo monótono, con los mismos compañeros desde hace tiempo. Untrabajo donde no esperas que nada ni nadie te sorprenda. Casi nunca.
Hace un par de mesesuna compañera llamada Sandra apareció en mi despacho. Es una mujerde 30 años muy guapa; mide 1,70, delgada, buen tipo cuidado degimnasio y con el pelo moreno liso y corto.
Aquel día entró enmi despacho y cerró la puerta que está casi siempre abierta. Aunqueme extrañó un poco, creí que vendría a contarme algún cotilleode la oficina; que si fulano está liado con mengana o que si el otrosalió del armario. Lo raro era que se la veía como apurada, casicon miedo. Dejé el ordenador y la miré preocupado.
-¿Te pasa algo?Parece que tienes algún problema. Y hace un par de días que andascon cara preocupada
-Juan. ¿Cuanto haceque nos conocemos?
-Pues cinco años,si no me falla la memoria. Desde que entraste aquí. ¿Pasó algo?
-Es que eres lapersona con la que tengo más confianza. Sé que eres discreto y unbuen amigo.
Yo me estabaempezando a preocupar. Se me ocurrían mil cosas. Que se enterase deque nos iban a despedir, que el jefe la acosase, o incluso que lehubiesen descubierto una enfermedad incurable.
-A ver. ¿Que pasa?Déjate de rodeos.
-Primero prométemeque lo que te diga no saldrá de aquí.
-Eso ya lo sabes.Pero si te quedas más tranquila, prometido.
En ese momento bajóla cabeza para disimular el rubor que cubría su cara mientrasdisparaba una pregunta que no hubiese esperado en toda mi vida.
-¿Alguna vez haspracticado el sexo anal?
-¿Perdón?-pregunté con los ojos como platos.
-Sí. El sexo anal.Alguna vez..
-Si te refieres a sime gusta que me den, pues hija.. nunca he probado. Si te refieres asi lo he hecho con alguna mujer, pues sí. Pero, ¿a que viene eso?-pregunté aun en shock.
-Es que tengo muchacuriosidad.
-Para eso estágoogle -respondí inmediatamente-. Coges el ordenador, a Jose (sumarido) y hala: a practicar.
-Es que Jose noquiere saber nada del tema. Dice que le da asco. Es un aburrido queno sale del misionero. Encima es eyaculador precoz. Con él aun no hetenido ni un orgasmo.
-Sí que es rarito.Es buen chaval, pero rarito de cojones.
-Y yo mepreguntaba.. -aquí yo ya tragaba saliva-. Es que me da muchavergüenza.
-Miedo me das,Sandra -temía por donde podría salir aquello.
-De verdad que me damucha vergüenza. Pero eres la única persona a quien me atrevo apedírselo. ¿Lo harías conmigo? -preguntó ya de un tirón mirandoal suelo-.
A mi comenzaba aponerme nervioso la conversación. ¿Que necesidad tenía yo de saberde la vida sexual de nadie? Y encima que una tía venga a proponermeque le dé por el culo. Yo flipaba. Tenía que haber una cámaraoculta.
-¿Pero como mepides eso? Si estoy casado. Mi mujer y yo estuvimos en vuestra boda.¿Porque no te planteas comprarte un cosolador? -intentéescabullirme.
-Tú sabes que no eslo mismo. Por favor. Te juro que si supiese como buscaría otramanera de solucionarlo.
Por su tono de vozparecía a punto de llorar. Lo que no sabía era si por la vergüenzao por el dolor de que su marido no quisiese participar con ella desus ansias por descubrir nuevos placeres.
-Pero Sandra. Somosamigos, pero eso.. es muy fuerte.
-¿Crees que no soylo bastante guapa?
-No es eso. Y losabes. Eres muy guapa. Pero comprende que es una proposición muyrara.
-Lo sé. Perdóname.Comprendo que puedas mosquearte conmigo, pero no sé a quien máspuedo acudir. Te lo juro.
Lo cierto es que laproposición no dejaba de tener morbo. Aunque nunca me habíaplanteado un lio ni con Sandra ni con ninguna otra compañera, debíareconocer que estaba muy bien y tenía un culo de lo más apetecible.
Le prometí que lopensaría más por librarme de ella esperando que se olvidaría deltema y lo cierto es que, aunque cuando nos cruzábamos se sonrojaba,nuestra relación pareció volver a la normalidad.
Hasta que dossemanas después nos enviaron a cuatro compañeros a otra ciudaddurante cuatro días a hacer un curso sobre una nueva aplicación.Nos alojaron en un hotel cerca de la empresa donde aprenderíamos ausar el programa y cada uno tuvo su propia habitación.
El primer díallegamos a mediodia. Nos instalamos cada uno en su habitación ysalimos a comer todos juntos. La tarde la teníamos libre, así queaproveché para charlar con mi mujer y dar un paseo antes de quedartodos de nuevo para cenar.
Después de cenarsubí a mi habitación, me lavé los dientes y me pegué una ducha.Estaba a punto me meterme en cama cuando alguien llamó a la puerta.Intrigado, me puse el albornoz y abrí.
Allí estaba Sandra,vestida con unos vaqueros, zapatos de tacón, una camisa ajustada yuna cazadora.
-Hola Sandra. Dime.¿Pasó algo?
-¿Puedo entrar?
-Claro. ¿Que pasó?
Debí haberlosospechado cuando la vi quede nuevo se sonrojaba.
-¿Pensaste enaquello que te pedí?
Lo cierto era que mehabía olvidado del tema. Y esperaba que ella también se hubieseolvidado.
-Ah, pues.. -nosabía por donde salir-. No mucho, la verdad..
Sandra habíaentrado ya en la habitación y cerró la puerta.
-Por favor -dijomientras dejaba la cazadora sobre un taburete-.
Yo no sabía quehacer. Por un lado quería evitarla sin causarle más dolor overgüenza de la que parecía sentir y por otro no podía evitarsentirme excitado sabiendo que se me estaba ofreciendo en bandeja.
Sandra se acercó ami hasta que pude sentir su olor. Su rostro seguía ruborizado, peroa pesar de ello estaba dispuesta a seguir hasta el final con tal deconocer el placer del sexo anal. Yo no sabía que hacer. Por ganaralgo de tiempo solo se me ocurrió ofrecerle una copa del mueble bar.Aceptó enseguida. Seguramente pensando en que era por romper elhielo. Nos tomamos una copa mientras hablábamos, ella sentada sobrela cama y yo en la única butaca que había.
Finalmente, apurósu copa, se puso en pie y soltó el pantalón. Yo no me había dadocuenta de que mientras hablábamos se había despojado ya de loszapatos. Sin darme tiempo a reaccionar, allí estaba ante mi; elpantalón en los tobillos, un tanga minúsculo negro y una camisaapretando un pecho que merecía ser sobado y besado a conciencia.
No pude evitar unaerección y ella lo notó. Repitió -Por favor, házmelo-. Y se diola vuelta para ponerse a cuatro patas sobre la cama mostrándome elculo con aquel hilo en medio. Su cabeza estaba gacha, comoavergonzada de verse en esa postura.
Lentamente, como sino fuese consciente de mis actos, me puse en pie y me acerqué aella. Ella lo notó y agarró la colcha como temiendo ya laembestida. Le puse una mano sobre la cadera y le dije:
-Así no- al tiempoque la ayudaba a darse la vuelta y ponerse en pie.
Mi boca buscó lasuya pero ella intentó apartarla.
-No quiero engañara Jose. Solo quiero que me lo hagas por detrás.
-Si no estássuficientemente excitada te dolerá. Imagínate que hoy yo soy Jose.
Cerró los ojos ydejó que la besase. Primero lentamente, pero enseguida buscó milengua con ansia. Mis manos buscaron los botones de su camisamientras seguía besándola. Al principio opuso una ligeraresistencia, pero pronto me dejó hacer mientras ella abría elcinturón de mi albornoz y lo empujaba sobre mis hombros paralibrarme de el.
Yo le quité lacamisa y tomé uno de sus pechos sobre el sujetador. Los pezonesestaban ya duros, esperando ser chupados, así que no la hice esperary busqué el cierre. Este saltó enseguida y el sujetador acompañóa la camisa. Descendí hasta tomar uno de los pezones con mi boca.Podía oir la respiración entrecortada de Sandra que acariciaba mipecho bajando poco a poco hasta encontrarse con mi miembro. Yo estabaya totalmente excitado cuando comenzó a mover su mano poco a pocomasturbándome.
Con suavidad, laempujé de espaldas sobre la cama. No opuso ninguna resistencia. Suboca entreabierta dejaba escapar gemidos mientras yo iba dibujando uncamino con la punta de la lengua hasta su pubis. Cuando tomé eltanga para sacarlo, ella levantó ligeramente la cadera paraayudarme.
El pubis estabadepilado formando un pequeño triangulo que me mostraba el caminohacia el paraíso, así que no lo hice esperar. Con dos dedos abrísus labios al tiempo que mi boca buscaba el clítoris. Un gemido deSandra me indicó que estaba disfrutando de la situación, así queme apliqué en proporcionarle el mayor placer posible. Durante variosminutos seguí lamiendo y chupando su clítoris mientras introducíados dedos en su húmeda vagina hasta que vi que su excitación estabaen su punto álgido. Ella gemía mientras aguantaba sus piernaslevantadas sobre mis hombros con las manos.
Llegado a este puntocreí que era ya el momento, así que seguí bajando con la lenguahasta acariciar el perineo al tiempo que poco a poco, con cuidadometí un dedo en su ano. Sandra dejó escapar un gemido más grandeque los anteriores al tiempo que su cuerpo tenía un estremecimientode placer. Dejé un segundo mi dedo quieto hasta que enseguida fueella quien comenzó a mover la cadera en movimientos circulares.Pronto mi dedo estaba todo dentro de ella y parecía pedir más, asíque introduje un segundo dedo, que fue tan bien acogido como elanterior. Su ano iba relajándose poco a poco mientras ella seguíaexcitada ante la inmiente penetración.
-¿Estás preparada?-Le pregunté.
-Sí. Métemelo ya.Todo -me apremió ella al borde del orgasmo.
La puse de nuevo acuatro patas y mojé la punta de mi miembro en la entrada de suvagina para que entrase sin dificultad.
-Por ahí no. por elculo -protestó ella retirando el cuerpo.
-Solo lo estabalubricando -la tranquilicé
Acto seguido apoyéla punta sobre la entrada de su culo y presioné un poco. Despacio,el glande fue entrando arrancando pequeños gritos de Sandra. Cuandoel glande estuvo ya dentro me pidió que parase un momento.
-¿Quieres que lasaque? -pregunté.
-No. Solo espera unsegundo.
Yo esperé con unamano apoyada en su cadera mientras con la otra buscaba de nuevo suclítoris para excitarla de nuevo. Enseguida ella comenzó a empujarsu cuerpo contra mi para introducirse ella misma aquella verga quetanto había deseado tener allí dentro. Su ano estaba ya totalmenterelajado, así que comencé a moverme hasta que un par de minutosdespués noté las convulsiones de Sandra en el momento de llegar alorgasmo. Aquello hizo que yo no pudiese tampoco aguantar más ydescargase a mi vez dentro de ella todo cuanto tenía guardado.
El cuerpo de Sandra,repentinamente relajado, cayó hacia delante arrastrándome con ellaen su caída.
Así, boca abajo,relajada, con la cabeza de lado, sonrió y musitó cuando yo dejé unbeso sobre su sien -Gracias. Ha sido fantástico.
-Ha sido un placer-contesté con sinceridad.
8 comentarios - Ayudando a una compañera de trabajo
A mi, con que me mire más de dos o tres veces me doy cuenta que la mina quiere guerra....está recontramal cogida.... al menos, le chupaste la concha...?
Hubo más...? ah!, está bueno el relato..