Nuevo relato dedicado exclusivamente para @dara351!
A Vero la conocí dando un curso en una Universidad de Córdoba. Yo iba dos días, una vez al mes, y a la quinta visita, penúltima, consumé la conquista. Era la más brillante alumna del grupo. Tenía 22 años, y era de mediana estatura,grandes ojos color café, cara sonriente y cabello castaño oscuro. De cuerpo estaba aún mejor: fuertes y blancas piernas que solía enfundar en ajustados jeans o presumir bajo pequeñas minifaldas, un culo que podía hablar en varios idiomas y unas grandes tetas sobre una cintura de sueño. Usaba blusas tejidas que apenas contenían sus pechos, que yo, mientras daba clase, no podía dejar de verlos.
La materia que yo estaba dando las daba los jueves en la tarde y los viernes en la mañana, y la penúltima semana terminé a eso de la una de la tarde. Se quedaron dos estudiantes y Vero, que tras responder las dudas de ellos, ella empezó a plantearme las suyas, que no eran de respuesta sencilla, así que nos dio casi las tres de la tarde. Aquel día llevaba sus ceñidos jeans y una remera de algodón con el cuello tejido que dejaba desnudos su cuello y sus brazos, y apenas cubría sus redondos pechos, yo decidí que, después de tanto desearla,esa noche sería mía (ella tampoco era de la ciudad, sino de otra una en el otro extremo de la provincia, y viajaba expresamente para la clase que daba), así que la invité a comer.
Comimos charlando de la tesis que estaba por terminar, de sus intereses por obtener una beca de posgrado en capital, que se yo… la comida era buena, el vino abundante y aún mejor, y yo la miraba a los ojos sin darle tregua. Salimos bastante alegres, cerca de las cinco de la tarde. Yo llevaba su mochila, pues se suponía que tomaría el micro de regreso a su ciudad. Caminábamos rumbo a la estación, conversando ella del novio con el que había roto, mientras yo le contaba de que mi vida“emocional” no iba del todo bien, cuando llegamos a una esquina maravillosa, con cuatro preciosos edificios coloniales, nos paramos un momento para admirarlos. Entonces la tomé del brazo y le dije:
“Vero: quedate a dormir conmigo”. Me miró extrañada y yo se lo dije otra vez, igual, o casi:
“Por favor. Me encantas… quedate a dormir conmigo”. Ella me respondió con un beso, un beso prolongado y ardiente bajo el tibio sol, en una esquina maravillosa. El resto de la tarde, estuvimos besándonos y acariciándonos como dos adolescentes,la pasamos de plaza en plaza y de bar en bar, admirando aquella ciudad y bebiendo cerveza. No había prisa: teníamos todo el día por delante y estábamos ambos dulcemente excitados.
Llegamos a mi hotel, y en la habitación fue cuando empecé a besarla, de repente se zafó, sacó del armario una toalla y empezó a desvestirse:
“Quiero darme un baño largo”, dijo-
“Quiero dármelo con vos”, añadió, y empezó a llenar la bañera. Pocas veces he visto con tanto placer cómo se desnuda una chica: sus grandes, blancas y firmes tetas con unos pequeños pezoncitos rosados, su duro estómago, sus caderas, la delgada línea de vello púbico color negro que había escapado a la depilación del resto…así desnuda se encaminó al baño, yo sin ser lerdo me desnudé rápidamente y la seguí.
El baño fue largo y relajante, aunque la pija no disminuyó de nivel. A un lado y otro de la bañera nos acariciábamos y dábamos largas sumergidas. Con el pie, levanté el tapón de la bañera. El agua empezó a irse muy lentamente, me levanté y la atraje sobre mi. Volví a besarla como al principio.
La cargué y saliendo del baño la deposité en la cama, viéndola acostada, con las piernas abiertas, dispuesta para mi entrada, pero en lugar de eso, bajé a su concha.
La misma estaba casi en la orilla de la cama, de modo que yo me arrodillé en el suelo, mi cabeza quedó a la altura de su templo, y empecé a chupar. Mi lengua recorrió primero sus labios vaginales y hurgó un poco en la entrada de su vagina.Iba de uno a otro, acariciando y succionando, sin prisa y con amor. Luego subí al clítoris, pequeño y rígido para entonces, y lo empecé a besar, a succionar,a acariciar como un niño a su helado.
Ella gemía y me decía despacito:
“Que perverso, que perverso sos…”, y a su vigésimo perverso subí y le ensarté la pija,que se deslizó suavemente en su cálida caverna. Fui dibujando ochos con mi cadera, sobre ella, sin dejar de besarla, mientras ella gemía:
“Dame clase, sensei, dame clase”. Se vino, finalmente, en medio de agudos grititos.
Me tendí sobre ella, manchándome de mis propios jugos, mientras la besaba y le mordía las tetas. La viscosidad del semen y la suavidad de su piel fueron parándomela otra vez; pero ella se movió, fue al frigobar y sacó dos cervezas, dos más. Me tiró a la bañadera, que no había terminado de vaciarse, y me lavó la verga, que, fría como estaba el agua, hizo que se me encogiera. Entonces me sentó y dijo “quiero más birra”, y me pidió que semiacostado, dejara escurrir muy despacio el líquido de la otra sobre mi estómago, hacia abajo. Cuando terminó la cerveza ya estaba yo firme otra vez, quise pararme, pero ella siguió chupando hasta beberse todo. Destapó entonces la bañera y abrió las llaves del agua, enjabonándome todo y comiéndome a besos. Así bañados nos fuimos a acostar, yo la hubiera cogido otra vez, pero mi “hijo” estimado no respondió. Así que la abracé y pegándome a su culo, me fui quedando dormido.
Al día siguiente me maravillé al despertar con ella al lado, desnuda y despatarrada en la ancha cama. La admiré y la acaricié con mucho cuidado. Abrí un bote de gel y empecé a aplicárselo en el ano, y sin despertarla, le fui abriendo los cachetes y le metí la cabeza de la verga con mucho cuidado. Una vez dirigida, se la metí de a poco, aunque me lastimé un poco. Ella dio un gritito, abrió los ojos, y al verme susurró:
“Despacito ahí, sensei!”
Continuará!
A Vero la conocí dando un curso en una Universidad de Córdoba. Yo iba dos días, una vez al mes, y a la quinta visita, penúltima, consumé la conquista. Era la más brillante alumna del grupo. Tenía 22 años, y era de mediana estatura,grandes ojos color café, cara sonriente y cabello castaño oscuro. De cuerpo estaba aún mejor: fuertes y blancas piernas que solía enfundar en ajustados jeans o presumir bajo pequeñas minifaldas, un culo que podía hablar en varios idiomas y unas grandes tetas sobre una cintura de sueño. Usaba blusas tejidas que apenas contenían sus pechos, que yo, mientras daba clase, no podía dejar de verlos.
La materia que yo estaba dando las daba los jueves en la tarde y los viernes en la mañana, y la penúltima semana terminé a eso de la una de la tarde. Se quedaron dos estudiantes y Vero, que tras responder las dudas de ellos, ella empezó a plantearme las suyas, que no eran de respuesta sencilla, así que nos dio casi las tres de la tarde. Aquel día llevaba sus ceñidos jeans y una remera de algodón con el cuello tejido que dejaba desnudos su cuello y sus brazos, y apenas cubría sus redondos pechos, yo decidí que, después de tanto desearla,esa noche sería mía (ella tampoco era de la ciudad, sino de otra una en el otro extremo de la provincia, y viajaba expresamente para la clase que daba), así que la invité a comer.
Comimos charlando de la tesis que estaba por terminar, de sus intereses por obtener una beca de posgrado en capital, que se yo… la comida era buena, el vino abundante y aún mejor, y yo la miraba a los ojos sin darle tregua. Salimos bastante alegres, cerca de las cinco de la tarde. Yo llevaba su mochila, pues se suponía que tomaría el micro de regreso a su ciudad. Caminábamos rumbo a la estación, conversando ella del novio con el que había roto, mientras yo le contaba de que mi vida“emocional” no iba del todo bien, cuando llegamos a una esquina maravillosa, con cuatro preciosos edificios coloniales, nos paramos un momento para admirarlos. Entonces la tomé del brazo y le dije:
“Vero: quedate a dormir conmigo”. Me miró extrañada y yo se lo dije otra vez, igual, o casi:
“Por favor. Me encantas… quedate a dormir conmigo”. Ella me respondió con un beso, un beso prolongado y ardiente bajo el tibio sol, en una esquina maravillosa. El resto de la tarde, estuvimos besándonos y acariciándonos como dos adolescentes,la pasamos de plaza en plaza y de bar en bar, admirando aquella ciudad y bebiendo cerveza. No había prisa: teníamos todo el día por delante y estábamos ambos dulcemente excitados.
Llegamos a mi hotel, y en la habitación fue cuando empecé a besarla, de repente se zafó, sacó del armario una toalla y empezó a desvestirse:
“Quiero darme un baño largo”, dijo-
“Quiero dármelo con vos”, añadió, y empezó a llenar la bañera. Pocas veces he visto con tanto placer cómo se desnuda una chica: sus grandes, blancas y firmes tetas con unos pequeños pezoncitos rosados, su duro estómago, sus caderas, la delgada línea de vello púbico color negro que había escapado a la depilación del resto…así desnuda se encaminó al baño, yo sin ser lerdo me desnudé rápidamente y la seguí.
El baño fue largo y relajante, aunque la pija no disminuyó de nivel. A un lado y otro de la bañera nos acariciábamos y dábamos largas sumergidas. Con el pie, levanté el tapón de la bañera. El agua empezó a irse muy lentamente, me levanté y la atraje sobre mi. Volví a besarla como al principio.
La cargué y saliendo del baño la deposité en la cama, viéndola acostada, con las piernas abiertas, dispuesta para mi entrada, pero en lugar de eso, bajé a su concha.
La misma estaba casi en la orilla de la cama, de modo que yo me arrodillé en el suelo, mi cabeza quedó a la altura de su templo, y empecé a chupar. Mi lengua recorrió primero sus labios vaginales y hurgó un poco en la entrada de su vagina.Iba de uno a otro, acariciando y succionando, sin prisa y con amor. Luego subí al clítoris, pequeño y rígido para entonces, y lo empecé a besar, a succionar,a acariciar como un niño a su helado.
Ella gemía y me decía despacito:
“Que perverso, que perverso sos…”, y a su vigésimo perverso subí y le ensarté la pija,que se deslizó suavemente en su cálida caverna. Fui dibujando ochos con mi cadera, sobre ella, sin dejar de besarla, mientras ella gemía:
“Dame clase, sensei, dame clase”. Se vino, finalmente, en medio de agudos grititos.
Me tendí sobre ella, manchándome de mis propios jugos, mientras la besaba y le mordía las tetas. La viscosidad del semen y la suavidad de su piel fueron parándomela otra vez; pero ella se movió, fue al frigobar y sacó dos cervezas, dos más. Me tiró a la bañadera, que no había terminado de vaciarse, y me lavó la verga, que, fría como estaba el agua, hizo que se me encogiera. Entonces me sentó y dijo “quiero más birra”, y me pidió que semiacostado, dejara escurrir muy despacio el líquido de la otra sobre mi estómago, hacia abajo. Cuando terminó la cerveza ya estaba yo firme otra vez, quise pararme, pero ella siguió chupando hasta beberse todo. Destapó entonces la bañera y abrió las llaves del agua, enjabonándome todo y comiéndome a besos. Así bañados nos fuimos a acostar, yo la hubiera cogido otra vez, pero mi “hijo” estimado no respondió. Así que la abracé y pegándome a su culo, me fui quedando dormido.
Al día siguiente me maravillé al despertar con ella al lado, desnuda y despatarrada en la ancha cama. La admiré y la acaricié con mucho cuidado. Abrí un bote de gel y empecé a aplicárselo en el ano, y sin despertarla, le fui abriendo los cachetes y le metí la cabeza de la verga con mucho cuidado. Una vez dirigida, se la metí de a poco, aunque me lastimé un poco. Ella dio un gritito, abrió los ojos, y al verme susurró:
“Despacito ahí, sensei!”
Continuará!
1 comentarios - Con Vero II, con gifs!