El viernes por la mañana recibo una llamada de Claudia. ¿Se acuerdan? Es esa compañera de trabajo de la que ya les hable en su momento. La que pese a estar casada y ser madre de tres hijos, sufría de insatisfacción crónica.
No acostumbro a hacerlo, pero al notar su franca desesperación, decidí que debía ayudarla, razón por la cuál se la presenté al Cholo, quién la curó de todos sus males a puro polvo, en uno de los cuáles hasta fui invitada a participar.
Todo eso ya lo saben por sus respectivos relatos, lo que no les conté es que Claudia llegó a obsesionarse tanto con el Cholo que a punto estuvo de destruir su matrimonio, algo que, obviamente, yo no quería que ocurriera.
Si le presenté al Cholo fue para que de una vez por todas se sintiera satisfecha como mujer, lo cuál, dicho por ella misma, consiguió con creces. Pero con eso no le bastaba, no solo quería ser su amante, sino también convertirse en SU mujer. Inútiles fueron mis intentos por convencerla de lo contrario, diciéndole que el Cholo era un hombre para pasar el rato, para echarse un polvo (dos, tres quizás), y nada más. No me hizo caso y lo pagó caro.
El marido se enteró de sus infidelidades y la echó de casa, en un episodio que hasta involucró a la policía.
Hacía tiempo que no la veía, ya que debido a toda ésta situación se había visto obligada a renunciar a la Compañía, para dedicarle más tiempo a su familia.
Por lo poco que sabía, todavía estaba separada, aunque de a poco el marido estaba volviendo a aceptarla. Claro que le iba a llevar tiempo. Algunas cicatrices son más difíciles de cerrar que otras, y muchas nunca cierran. Pero por lo menos mantenía la ilusión.
Mientras tanto estaba en lo de su madre, adónde había ido a parar tras el rechazo sufrido.
Quedamos entonces en vernos allí, en Corrientes y Ecuador, para almorzar y ponernos al día.
Cuando llegué ya me estaba esperando en la puerta del edificio, fumando un cigarrillo.
-Vení, vamos acá a la vuelta que hay un lugar dónde vamos a estar tranquilas- me dice tras saludarme -No veo la hora de amigarme con Osvaldo (su esposo) solo para alejarme de mi vieja, está insoportable-
Entramos a un pequeño restaurante peruano del cuál parece ser habitué, ya que saluda alegremente a todos al entrar. Nos sentamos en una mesa del fondo, cercana al mostrador, y antes de que pueda apoyar el culo en mi silla, me pregunta:
-¿Sabés algo del Cholo?-
-¿Seguís con eso, boluda? ¿No te trajó ya suficientes problemas- le recrimino.
-Sí, ya sé, pero..., no sé, solo quería saber como está...- me mira entonces de forma acusatoria, y agrega -Te lo seguís cogiendo, ¿no?-
-¿En serio Claudia? ¿Para esto me llamaste, para hacerme una escena de celos?- le reclamo, levantándome ya de la mesa.
-No, tenés razón, perdonáme- me dice evitando que me vaya -Es que no contesta mis llamados y cuando voy a verlo nunca lo encuentro..., o no me abre la puerta, no sé-
-Mejor así Claudia, sabés que al Cholo no le gusta sentirse atado a una mujer, es un tipo libre, mujeriego, jodón, no es el candidato ideal para tener de pareja. Además..., respondiendo tu pregunta, hace rato que no lo veo, pero te prometo que la próxima vez que vaya por San Justo le hago una visita-
La camarera nos acerca la carta, pero antes de que podamos leerla, a Claudia le suena el celular.
-Es Osvaldo, mi marido...- me comenta al ver la pantalla -Tengo que atender-
Mientras sale a la calle para tener mayor privacidad, reviso la lista de comidas, pero no hay nada que conozca. Obviamente se trata de platos típicos del Perú, de lo cuál soy una absoluta neófita.
-Te recomiendo el lomo saltado- me dice alguien al notar, seguramente, mi desconcierto.
Me doy la vuelta y lo veo ahí sentado, en la mesa que está a mi espalda. Un tipo joven, en sus treinta, morocho, el pelo corto tipo afro pese a que no resulta ser negro.
-Acompañado de chicha morada es la mejor carta de presentación del Perú- agrega.
Le devuelvo la carta a la camarera y le pido lo que aquel otro comensal me había sugerido: Lomo saltado y chicha morada.
-Bien helada- le recalca él directamente a la chica.
Le agradezco la sugerencia justo cuando Claudia vuelve a entrar, pero solo para decirme que se tiene que ir, que su marido acaba de invitarla a almorzar para hablar.
-Me siento mal por dejarte- se lamenta.
-Para nada, vos andá y ojalá todo se arregle, yo ya pedí así que me quedo a almorzar- le digo, quitándole dramatismo a su plantón.
Me da un beso y se va, prometiendo llamarme para contarme como le fue.
Cuando traen mi comida, el tipo que me había asesorado tan gentilmente, me consulta:
-Ya que los dos estamos solos, ¿puedo acompañarte?-
-Si, esta bien, la verdad es que no me gusta comer sola- le digo, aceptando su compañía.
Cuándo se levanta para pasarse a mi mesa, veo que tiene puesta una camiseta de la selección peruana. No soy muy futbolera, pero esa sí la reconozco, sobre todo por el último partido que jugamos contra ellos por la eliminatoria.
-Marlon...- se presenta, tendiéndome la mano.
-Mariela...- le correspondo estrechándosela.
-¿Y a que se debe tanto fulgor futbolero?- le pregunto en obvia alusión a la camiseta que lleva puesta -La eliminatoria ya terminó-
-Para nosotros no, esta noche jugamos contra Nueva Zelanda por el repechaje- me comenta -Así que toda ésta semana llevo a Perú en la piel-
-¿Y tienen posibilidades?- le pregunto.
-Jugamos allá, pero estoy seguro que esta vez sí la hacemos-
Me explica entonces que hace ya más de 30 años que su país no va a un Mundial, desde el 82 si no entendí mal, por lo que estaba muy ansioso por esta oportunidad que se les presentaba, ya que por lo que él podía recordar, nunca había visto a Perú pelear la eliminatoria hasta esta instancia.
-Suerte entonces, prometo alentarlos- le digo.
-¡Uffff..., con ese aliento ya estamos clasificados, entonces-
Le sonrío sintiendo ya esa pulsión animal que me hace hervir la sangre, claro que trato de disimularlo, ya que no es cuestión de andar mostrando la hilacha con cuanto tipo se te ponga adelante.
-¡Mmmhhh...! ¡Delicioso!- exclamo al probar mi plato.
-¿No habías probado antes comida peruana?-
-Nunca, soy mas de asados y pastas-
-Bueno, si te vuelves aficionada a la gastronomía peruana, te aseguro que no te vas a arrepentir-
-Sí, ya no me estoy arrepintiendo-
-¿Te gustaría probar mi plato?- me pregunta entonces, tratando seguramente de ganar una mayor confianza.
-A ver...- digo y untando con mi propio tenedor un poco su comida, la pruebo y vuelvo a soltar otra gustosa exclamación.
-Es ají de gallina, mi plato preferido- me dice y levantando su vaso con una bebida amarillenta, agrega -Con su inca cola-
Esta vez sin que él me lo sugiera, le quito el vaso y pruebo un sorbo.
-También muy rica- le digo, devolviéndole el vaso -Mis felicitaciones a la señora Vicky-
-¿La señora Vicky?- se sorprende.
-Sí, me imagino que debe ser la cocinera, ¿no?- le digo indicándole el cartel con el nombre del restaurante: "La rica Vicky".
-¡Jaja! No...- se ríe -La rica Vicky es por un distrito de Lima, barrio le dicen ustedes, se llama La Victoria, pero los que somos de ahí, con cariño le decimos "La rica Vicky"-
-¡Ah! Tengo que aprender más cosas de Perú entonces, la verdad es que lo único que sé de tu país es que está Machi Pichu, las líneas de Nazca y que ahí nació Vargas Llosa-
-Me ofrezco a enseñarte, entonces-
-Mmmm..., ¿desinteresadamente?- le pregunto mirándolo con suspicacia.
-Lo mío es puro interés por difundir las bondades de mi tierra- contesta haciéndose el inocente.
-Si es así, acepto tu ofrecimiento- pienso un momento y agrego -¿Que otras comidas me sugerís? Para venir con mi marido, digo-
-Bueno, tienes que probar el ceviche, también el ají de gallina, la papa a la huancaína, el seco, el pollo a la brasa, pero aparte de la comida, si te gustan las bebidas con alcohol, te sugiero que pruebes el pisco-
-Podemos pedir...- le digo mirando hacia el mostrador.
-No...- me frena -El que sirven acá no es una buena marca- me explica bajando la voz -En mi casa tengo uno de primera, si quieres podemos ir y tomarnos un trago-
Me lo dijo más por aprovechar el momento de confianza e intimidad que se había forjado entre nosotros, que por creer realmente que aceptaría una invitación semejante siendo que apenas nos conocíamos. O para ser más claros, ni siquiera nos conocíamos.
-Si, me gustaría, la verdad es que hasta ahora tus recomendaciones vienen siendo de mi agrado, parece que vas a resultar ser un buen guía- le digo y aunque lo había sorprendido al aceptar su invitación, trata de disimular de la mejor manera el impacto.
-Solo espero que no vivas lejos, porque tengo que volver a trabajar- agrego mientras él llama a la camarera para pagarle su almuerzo y el mío.
-Vivo acá enfrente, solo tenemos que cruzar la calle- asiente.
Y así fue, salimos del restaurante, cruzamos la calle, y traspasando una puerta tipo reja, que está junto a una agencia de viajes y un local de regalos, accedemos al pasillo de un edificio viejo pero bien conservado. Entramos por una de las puertas y subiendo la escalera, llegamos al departamento de Marlon. Entramos, me invita a sentarme en el sofá y mientras lo hago, saca de un mueble una botella y dos vasos. Sirve la bebida, cristalina, tipo vodka y acercándose con ambos vasos, me tiende uno. Lo recibo, brindamos y bebemos, y mientras lo hacemos se queda parado, frente a mí, que estoy sentada, de modo que su entrepierna está a la altura de mi cara.
-Mmmhhh..., interesante- afirmo tras beber un sorbo, a la vez que le clavo la mirada en la bragueta, por lo que no queda en claro si me refiero a la bebida o a lo que palpita debajo de su ropa.
Me gusta Marlon, me gusta el color de su piel, el tono de su voz, el desenfado que mostró al invitarme a su departamento.
-¿Te gusta?- me pregunta.
-¡Me encanta!- exclamo complacida.
-Es el trago bandera de Perú...- me comenta.
-¡Ah! ¿Te referías a la bebida? Si, también me encanta- le digo con una sonrisa traviesa, volviendo a mirar ese paquete que no para de crecer.
Marlon agarra mi vaso, junto al suyo lo deja en la mesa y sin ocultar ya la erección que le abulta el pantalón, se sienta a mi lado y me besa. Nos besamos, ya que mi boca se abre receptiva y gustosa, para recibir su lengua y enredarla con la mía, mezclando en nuestro paladar no solo el calor del alcohol, sino también de la pasión.
Intuyendo en mis labios el deseo, se desabrocha el pantalón, se baja el cierre y pelando una verga firme y oscura, de prominentes dimensiones, me la ofrece como si se tratase de otra de las bondades tipicas de su país. Se la agarro con una mano, la sacudo, la estiro, la aprieto y sonriéndole pecaminosa, me la meto en la boca y se la chupo, disfrutando de lo que para mí resulta el mejor plato del día: pura carne peruana.
Con la punta de la lengua voy cincelando esa dureza exquisita, subiendo y bajando, extendiéndome incluso hasta los huevos que se agitan convulsionados ante el arrebato de mi promiscuidad.
Tomándome un breve respiro, me quito la camisa, el corpiño y se la acuno por entre medio de mis pechos, logrando que se le ponga mucho más dura todavía.
Con esa sonrisa torva e incitante que los tipos siempre muestran en momentos como esos, en donde la calentura prevalece por sobre cualquier otra sensación, me tumba de espalda en el sofá, y metiendo las manos por debajo de mi falda, me saca la bombacha, la cual se frota por toda la cara, oliéndola y hasta chupándola.
Me separa las piernas y zambulléndose entre ellas, me come la concha con un furor agresivo aunque satisfactorio, siendo su turno ahora de probar nuestras delicias autóctonas.
Sin poder ya resistirse a la pulsión del placer, se levanta, y amaga con quitarse la camiseta, pero se lo impido.
-No te la saques, quedátela, quiero que me cojas con la camiseta de tu selección puesta-
Se pone entonces un forro y volviéndose a acomodar entre mis húmedos y acalorados muslos, me apunta ya no con la lengua, sino con su virilidad.
Un empuje y su verga resbala cómodamente por entre mis labios, los cuáles absorben golosos esa dureza exquisita, elocuente, primordial que con solo estar ahí sabe dispensarme los placeres más intensos.
-¿Como se le dice a coger en tu país?- le pregunto, deslizando las manos por debajo de su remera y acariciándole la espalda.
-Cachar-
-¡Cachame..., cachame rico!- le digo en un susurro, sintiendo como empieza a moverse, primero en forma suave y acompasada, luego más fuerte e irregular, golpeándome con su pelvis cada vez que se entierra por completo en mí.
Los dos estamos tan excitados que acabamos al poco de empezar, estallando en un orgasmo mutuo, tan intenso y emotivo que nos quedamos sin habla por un buen rato, solo suspirando, gimiendo, dejando que ese poder vivo se filtre por cada resquicio de nuestro ser.
Casi a la par, buscamos nuestras bocas y nos besamos, enredados, fusionado el uno en el otro, sintiendo muy íntimamente que el colapso definitivo aún está por venir.
Mareada todavía por el impacto, veo que se levanta, se deshace del preservativo, lleno a rebosar de leche, y quitándose ahora sí la camiseta peruana, se tiende desnudo al lado mío.
-¿Te cachaste muchas argentinas?- lo interrogo, usando su léxico.
-No muchas, eres la primera-
-No te creo-
-Aunque haya otras, eres y serás siempre la mejor- me dice y aunque sé que me está verseando, me agrada sentirme su favorita.
Mientras me cuenta de su reciente llegada al país para hacer un posgrado, de su "enamorada", así la llamó, que está en Lima y con la cuál se conecta cada noche vía Skype, su verga empieza a engrosarse de nuevo, adquiriendo un tamaño que me resulta incluso mayor que la primera vez.
Me levanto, me desprendo de la falda que había quedado enrollada en torno a mi cintura, y haciendo que se siente, me acomodo de rodillas en el suelo, por entre sus piernas, y arremeto contra sus huevos que, pese a la descarga, siguen inflamados y calientes.
Le agarro la pija con una mano, la derecha, y sacudiéndosela, le chupo y rechupo esos globos cargados de testosterona que parecen deshacerse bajo el influjo de mi lengua. Con la mano izquierda me pajeo, sintiendo como el néctar de mi sexo se diluye entre mis dedos.
Subo por ese tronco caliente, besando y lamiendo todo en derredor. Al llegar a la punta, le chupeteo el glande y abriendo la boca, vuelvo a comérmela con avidez y entusiasmo, llenándome la boca con el mayor de los tesoros incaicos.
Muerdo y saboreo cada pedazo, sintiendo en mis labios y en la palma de mi lengua, el furioso palpitar de ese entramado de venas que le confieren a su verga un aspecto mucho más amenazante.
Le pongo otro forro, me levanto y dándome la vuelta, lo monto de espalda, clavándome esa magnífica verga una y otra vez, hasta lo más profundo, hasta que parece rebotarme contra las paredes del útero.
Grito, me estremezco, pataleo, sintiendo como toda mi concha se disuelve en torno a tan gratificante herramienta.
Desde atrás y entre plácidos estremecimientos, Marlon me acaricia las tetas, retorciéndome con saña los pezones. En eso se parece a cualquier otro macho argento, para los cuales mis pezones parecen ejercer cierta inusual atracción.
Me salgo de un salto, dejándole la pija vibrando en el aire, y dándome la vuelta, vuelvo a montarlo, pero esta vez de frente, restregándole las tetas por toda la cara.
Tengo uno, dos, hasta tres orgasmos seguidos, encadenado el uno al otro, eslabones todos de una misma cadena que parece envolverme y apretarme hasta deshacerme de puro placer.
No sé como pero termino en cuatro en el suelo, aguantando con mis nalgas las aceleradas embestidas del peruano.
Brutal, intenso, apasionado, me coge (me cacha) con una fuerza imparable, descollante, un tren en marcha que parece querer arrasar con todo a su paso.
De tanto ímpetu me tumba de costado, y sin dejar de bombearme, me lleva a lomo de su pija, a un nuevo estallido, permitiéndome degustar la frutilla del postre.
Entre arrobados suspiros, nos quedamos tendidos en el suelo, abrochados todavía, dejando que el placer alcance hasta nuestras extremidades más lejanas.
-¡Ufffff...! ¿Todos los peruanos cogen así?- le pregunto entre medio de un largo y profuso suspiro.
-No todos, solo los que somos de La Victoria-
-De la rica Vicky- concuerdo.
Se levanta, se deshace del forro, nuevamente repleto, y me ayuda a levantarme. Apenas me pongo de pie, caigo derrumbada en el sofá, con las piernas flojas por todo ese rato que estuve en cuatro aguantando sus embestidas.
Vuelve a llenar los vasos y me alcanza uno, proponiéndome un brindis:
-Por las argentinas hermosas como tú-
-Por el Perú, su comida, el pisco y..., por habernos conocido- le retribuyó, chocando su vaso con el mío.
Brindamos y tras volver a besarnos con esa pasión que parece fluir tan naturalmente entre nosotros, me propone:
-Te invito a ver el partido, estoy seguro de que nos vas a traer suerte-
Le digo, por supuesto, que estoy casada, que tengo un hijo y que me resultaría difícil ausentarme de mi casa sin una buena razón.
-Inventate una- me sugiere.
-No es tan fácil- repongo.
Ya me había dado cuenta, al igual que él, que éste no era un levante más. Que entre ambos se había forjado una conexión especial que incluso iba más allá del sexo. Por eso nos pasamos los números de celular, para mantener el contacto, siempre con la correspondiente recomendación de ser prudentes con las llamadas y los mensajes, despidiéndonos ahora sí, con otro de esos besos con los cuáles queremos devorarnos las bocas.
Esa noche Perú empató con Nueva Zelanda. El partido termina bien tarde, pero haciéndome una escapada al baño, reviso la información, que dice que el partido de vuelta se juega en Lima. Le mando entonces un mensaje, que aparte del consabido aliento también constituye una promesa:
"El miércoles te acompaño para la revancha".
18 comentarios - El repechaje...
en mi epoca de estudiante vivia en Ecuador y Corrientes asi que ademas, el contexto lo conozco bien...
si le gusta lo exotico, aqui hay un hincha no fanatico de Ferro que la espera!
Buen relato, van ocho puntos
Excelente relato como siempre querida Mary!! +10
Besos
LEON