Acostada boca arriba te dejabas hacer.
Te habías entregado a lo que mis manos pudiesen encontrar de placer en tu cuerpo desnudo. Perfecta en su imperfección, tu piel vibraba sedienta de goce con mis caricias. Tus tetas enormes con pezones rozados y suculentos, tu panza perfecta para llenar de besos, tu concha abierta entre tus muslos grandes y magicos como para acariciarlos eternamente.
Tenía tu clítoris apretado entre los dedos índice y pulgar de la mano derecha. Lo estaba pajeando despacio como si fuese una pequeña pija, de arriba a abajo en movimientos circulares. Lo sentía ponerse cada vez más duro entre mis dedos. Sentía la humedad de tus flujos saliendo de tu concha. Después te acaricié con la palma abierta, pasandola encima del clítoris y la vagina apenas tocándote, hasta llegar a tu ojete con la punta de los dedos. Otra vez ida y vuelta, agitando tu respiración.
A mi lado, sentía como tu lengua se metía en mi oreja, pasaba por el lóbulo y me volvía loco en su caricia. Tu respiración, tus jadeos, tus palabras sueltas y calientes instandome a seguir más y más, hasta que te empecé a meter dos dedos en la concha y lanzaste una especie de gritito gutural lleno de calentura que retumbó en las paredes rojas del motel que habías elegido para la ocasión.
Pero vos no mirabas nada. Querías pasar esos momentos con los ojos cerrados. Amarrocando esos segundos tuyos de placer solo para vos. Para que te taladren poco a poco el pensamiento, y te lleven a otro lugar, muy lejos, muy alto. Te veía revolverte de placer entre mis manos, agarrándote las tetas, pellizcándote los pezones y los ojos cerrados con la cabeza echada hacia atrás y sabía que estabas ahí, pero volando muy alto en el cielo de tu goce. Y yo te acompañaba y te empujaba cada vez más y más alto.
Me gustaba verte los pies mientras gozabas. Tensos, con los dedos enroscados hacia abajo, abriéndolos de vez en cuando y de vuelta a la tensión extrema.
Corrí con mi barbilla tu mano que pellizcaba el pezón y empecé a chuparte una teta al mismo tiempo. Vos me agarraste la cabeza por la nuca y me empujaste contra tu enorme mama aceptando la lengua que recorría voraz ese pezón enorme y rosado. Un manjar para mi calentura que devoraba hambriento de tu sexo mientras seguía pajeándote cada vez más rápido con los dedos dentro de tu cajeta. Un ruido como de aplauso húmedo venía de tu entrepierna y un jadeo cada vez más intenso de tu boca anhelante.
Y entonces entendí que era el momento. Me levanté con un codo apoyado en el colchón y señalándote dije:
- Ya está lista Ale. Toda tuya...-
Alejandro es un compañero de trabajo de ella. Hablamos mucho sobre su fantasía de que la cojieran dos hombres y pensando y pensando fué su elegido para el debut en el sexo grupal.
Fue extraña la elección. Es un hombre de unos 45 años. Petiso, bastante entrado en kilos, castaño, de piel blanca, pero peludo, como un poco colorado. Lo veía parado desnudo frente a nosotros en los pies de la cama matrimonial. Con la verga dura entre lasmanos, como si estuviese encendiendo el fuego con la verga, en una caricia de autosatisfacción que yo nunca había visto. Con su mirada fija en la concha de Daniela lo vi en su compartida imperfección con nosotros y me volví a preguntar. Su panza saliendo, sus tetas grandes, su pecho peludo y no entendía mucho.
- Me calientan su mirada y sus manos.- me dijo cuando le planteaba la duda sobre el elegido.
Y de todas maneras había algo muy sexual en ese hombre de mediana edad parado frente a nosotros. Como una especie de calentura enorme en potencia que emanaba de su piel, de la forma que jadeaba, de un montón de promesas de goce que salián de sus ojos inyectados de sexo mientras se pajeaba viendonos calentarnos.
Lo primero que hizo cuando le dí luz verde para sumarse fué ponerse el forro con una habilidad sorprendente y tirarse sobre Daniela y metérsela de una. Sin vueltas la empezó a cojer fuerte e intensamente.
Daniela recibió su primera pija que no fuese la mía con un placer enorme.
Nos conocimos en la secundaria y nos casamos muy jóvenes. Ella era virgen a los 17 cuando colonicé su himen adolescente y así seguimos siempre juntos.
- Asiiiiiiiii.- gritó al aire tirando la cabeza hacia atrás y recibiendo el bombeo alocado de Alejandro con esas ansias reprimidas durante tantos años de querer que ésto le estuviese pasando.
Ella se agarró del respaldo de la cama tirando los brazos hacia atrás, dejando expuestas sus enormes tetas blancas a nuestras miradas y angurria. Alejandro se lanzó sobre una de ellas para chuparla, yo apretujaba la otra con mi mano derecha mientras me pajeaba con la izquierda.
Al principio no sabía bien dónde ponerme. Los veía cojer tan intensamente y me puse arrodillado con la verga cerca de la cara de Daniela, pajeandome. La veía gozando igual o más que entre mis brazos y a Alejandro machacandole sin piedad la concha y una sensación muy extraña mezcla de calentura, sorpresa y celos me empezó a recorrer el cuerpo. Una sensación nueva y que me hacía hervir la sangre. Sin darme cuenta me fuí pajeando cada vez más fuerte hasta que no pude más y acabé sin querer entre el hombro y el cachete de Daniela que ni se dió cuenta del chorro de guasca que le cayó en la cara de tanto que estaba metida en la verga que se hundía cada vez más profundamente en su sexo.
Pero en ese momento hubo algo que volvió loca a Daniela. Alejandro acercó su boca al cachete enchastrado de ella y lamió mi leche, pasándosela, escupiéndosela dentro de su boca. Ahí abrió los ojos, sintió el amargo del esperma dentro de su boca, lo lamió, y me arrimó para darme un profundo beso de lengua lleno de mi guasca y la sentí acabar como no lo hacía hace años. Intensamente, gritando con mi lengua dentro de su boca y las dos jugueteando con la viscosa leche de mi verga. Apretándome hacia ella y las olas de placer yendo y viniendo por su cuerpo dos o tres veces en espasmos violentos que la hacían temblar.
Después volvió a tirar la cabeza hacia atras y dijo:
- Seguí, Ale, seguí.- Cosa que Alejandro cumplió al pie de la letra, dándole sin piedad en la cajeta. Y yo que solo atiné a sentarme en el borde de la cama con la verga hecha una piedra vibrante de sangre que me corría a raudales de punta a punta de mis nervios.
Alejandro la sacó sólo para decirle que se ponga en cuatro. Daniela obedeció enseguida. Estaba calentándose de nuevo y gozaba de la calentura reprimida por años de cojerse a su compañero de trabajo delante mío. Le dió el espectáculo de su culo abierto y la concha deseosa. Apoyó los codos en el colchón con la frente apoyada también en las sábanas y se dispuso a seguir disfrutando de la cojida memorable que estaba recibiendo.
Alejandro me miraba fijo mientras le daba verga a mi mujer por la concha. Ella gemía, gritaba de vez en cuando, pedía más entre su respiración agitada agarrando fuerte la sábana con los puños muy apretados. Y los ojos fijos de Alejandro puestos en mi verga que se sacudía con los movimientos de mi manos. Yo también lo miraba. No nos decíamos nada, solamente gozabamos del espectáculo del otro haciendo lo que estaba haciendo.
De repente me dijo.
- Dale el culo para que te lo chupe. - Guiñándome un ojo y señalando el lugar en que quería que me ponga.
Dudamos con Daniela unos segundos. Nunca lo habíamos hecho. Incluso ella se había negado a hacerlo el par de veces que tuve ganas.
Pero la voz autoritaria de Alejandro no nos dejó otra opoción. Yo me puse en cuatro delante de Daniela, acercando lo más que pude mi orto a su cara. Ella se incorporó apoyada en las manos y hundió su boca entre mis nalgas. Sentí la lengua buscando a ciegas el lugar indicado y el movimiento de ida y vuelta provocado por el bombeo de Alejandro que no paraba. Entre gemidos finalmente acertó en meterme la lengua en el orto. Un espasmo de placer recorrió mi cuerpo y gemí profundamente. Ella la metía y sacaba en cada vaivén de la bombeada de Alejandro, de manera que era él el que guiaba el movimiento de los tres. Daniela como pudo también empezó a pajearme torpemente, pero lo suficiente como para que me volviera loco y no quisiera nada más en el mundo que la lengua de mi esposa clavándose y abriéndome el orto.
De repente Daniela dejó de chuparme el culo. Cayo con la cara contra las sábanas, solo tenía ganas de gozar de la verga de Alejandro penetrándola una y otra vez. Yo quedé en cuatro, con el culo mirando hacia Alejandro. Y no se por qué me calentó quedarme así. Mostrándole el espectáculo de mi culo abierto y lleno de saliva. Me abrí las nalgas con las manos y metí un dedo adentro del ojete y empecé a pajearme el orto como nunca antes lo había hecho en la vida. Detrás mío escuchaba los gemidos de Daniela y los de Alejandro cada vez más fuertes. Lo imaginaba con sus ojos fijos en mi culo lleno de mis dedos que entraban cada vez un poco más adentro y su chota en la concha de mi mujer yendo y yendo hasta lo más profundo que pudiese. Me calenté y me revolvía así en cuatro con mi pija entre los dedos y mi orto abierto por mis otros dedos.
De repente escuché un largo gemido grave y profundo, como de animal muriendo, signo inequívoco de que Alejandro había descargado todo su leche en el forro y dentro de mi mujer hasta vaciar esos huevos enormes. Bufando salió de dentro de Daniela y se fué al baño sin decir palabras.
Ella me hizo dar vuelta en la cama hasta quedar boca arriba. Me abrió las piernas y metió sus dedos en la boca ensalivándolos hasta quedar empapados. Después los fué introduciendo en mi ano con una presteza sorprendente. Parecía que estuviese acostumbrada a hacerlo. El canal estaba abierto de antes por mis dedos, así que los suyos entraron sin demasiado esfuerzo. Una vez adentro empezó a juguetear con las paredes del canal y yo que no podía creer las sensaciones nuevas que me inundaban en ese momento. Se me nublaba la vista, casi gritaba con las manos pellizcándome los pezones. Ella en ese momento me aplicó el golpe maestro y me empezó a chupar con sus dedos dentro del culo.
Duré unos instantes eternos hasta que no aguanté más y le acabé dentro de la boca de una manera violenta, diferente, con una especie de electricidad desconocida en mi. Acabé en tres o cuatro chorros de leche caliente que llenaron su boca. Ella escupió el líquido sobre la sábana y se recostó a mi lado apoyando la cabeza en mi hombro. Yo resoplaba intentando recuperar el aire cuando se abrió la puerta del baño.
Alejandro venía desnudo, con la verga dura nuevamente y una sonrisa extraña en su rostro.
- Así los quería agarrar...- Con Daniela nos miramos, supimos que la velada estaba recién comenzando.
CONTINUARA....
Te habías entregado a lo que mis manos pudiesen encontrar de placer en tu cuerpo desnudo. Perfecta en su imperfección, tu piel vibraba sedienta de goce con mis caricias. Tus tetas enormes con pezones rozados y suculentos, tu panza perfecta para llenar de besos, tu concha abierta entre tus muslos grandes y magicos como para acariciarlos eternamente.
Tenía tu clítoris apretado entre los dedos índice y pulgar de la mano derecha. Lo estaba pajeando despacio como si fuese una pequeña pija, de arriba a abajo en movimientos circulares. Lo sentía ponerse cada vez más duro entre mis dedos. Sentía la humedad de tus flujos saliendo de tu concha. Después te acaricié con la palma abierta, pasandola encima del clítoris y la vagina apenas tocándote, hasta llegar a tu ojete con la punta de los dedos. Otra vez ida y vuelta, agitando tu respiración.
A mi lado, sentía como tu lengua se metía en mi oreja, pasaba por el lóbulo y me volvía loco en su caricia. Tu respiración, tus jadeos, tus palabras sueltas y calientes instandome a seguir más y más, hasta que te empecé a meter dos dedos en la concha y lanzaste una especie de gritito gutural lleno de calentura que retumbó en las paredes rojas del motel que habías elegido para la ocasión.
Pero vos no mirabas nada. Querías pasar esos momentos con los ojos cerrados. Amarrocando esos segundos tuyos de placer solo para vos. Para que te taladren poco a poco el pensamiento, y te lleven a otro lugar, muy lejos, muy alto. Te veía revolverte de placer entre mis manos, agarrándote las tetas, pellizcándote los pezones y los ojos cerrados con la cabeza echada hacia atrás y sabía que estabas ahí, pero volando muy alto en el cielo de tu goce. Y yo te acompañaba y te empujaba cada vez más y más alto.
Me gustaba verte los pies mientras gozabas. Tensos, con los dedos enroscados hacia abajo, abriéndolos de vez en cuando y de vuelta a la tensión extrema.
Corrí con mi barbilla tu mano que pellizcaba el pezón y empecé a chuparte una teta al mismo tiempo. Vos me agarraste la cabeza por la nuca y me empujaste contra tu enorme mama aceptando la lengua que recorría voraz ese pezón enorme y rosado. Un manjar para mi calentura que devoraba hambriento de tu sexo mientras seguía pajeándote cada vez más rápido con los dedos dentro de tu cajeta. Un ruido como de aplauso húmedo venía de tu entrepierna y un jadeo cada vez más intenso de tu boca anhelante.
Y entonces entendí que era el momento. Me levanté con un codo apoyado en el colchón y señalándote dije:
- Ya está lista Ale. Toda tuya...-
Alejandro es un compañero de trabajo de ella. Hablamos mucho sobre su fantasía de que la cojieran dos hombres y pensando y pensando fué su elegido para el debut en el sexo grupal.
Fue extraña la elección. Es un hombre de unos 45 años. Petiso, bastante entrado en kilos, castaño, de piel blanca, pero peludo, como un poco colorado. Lo veía parado desnudo frente a nosotros en los pies de la cama matrimonial. Con la verga dura entre lasmanos, como si estuviese encendiendo el fuego con la verga, en una caricia de autosatisfacción que yo nunca había visto. Con su mirada fija en la concha de Daniela lo vi en su compartida imperfección con nosotros y me volví a preguntar. Su panza saliendo, sus tetas grandes, su pecho peludo y no entendía mucho.
- Me calientan su mirada y sus manos.- me dijo cuando le planteaba la duda sobre el elegido.
Y de todas maneras había algo muy sexual en ese hombre de mediana edad parado frente a nosotros. Como una especie de calentura enorme en potencia que emanaba de su piel, de la forma que jadeaba, de un montón de promesas de goce que salián de sus ojos inyectados de sexo mientras se pajeaba viendonos calentarnos.
Lo primero que hizo cuando le dí luz verde para sumarse fué ponerse el forro con una habilidad sorprendente y tirarse sobre Daniela y metérsela de una. Sin vueltas la empezó a cojer fuerte e intensamente.
Daniela recibió su primera pija que no fuese la mía con un placer enorme.
Nos conocimos en la secundaria y nos casamos muy jóvenes. Ella era virgen a los 17 cuando colonicé su himen adolescente y así seguimos siempre juntos.
- Asiiiiiiiii.- gritó al aire tirando la cabeza hacia atrás y recibiendo el bombeo alocado de Alejandro con esas ansias reprimidas durante tantos años de querer que ésto le estuviese pasando.
Ella se agarró del respaldo de la cama tirando los brazos hacia atrás, dejando expuestas sus enormes tetas blancas a nuestras miradas y angurria. Alejandro se lanzó sobre una de ellas para chuparla, yo apretujaba la otra con mi mano derecha mientras me pajeaba con la izquierda.
Al principio no sabía bien dónde ponerme. Los veía cojer tan intensamente y me puse arrodillado con la verga cerca de la cara de Daniela, pajeandome. La veía gozando igual o más que entre mis brazos y a Alejandro machacandole sin piedad la concha y una sensación muy extraña mezcla de calentura, sorpresa y celos me empezó a recorrer el cuerpo. Una sensación nueva y que me hacía hervir la sangre. Sin darme cuenta me fuí pajeando cada vez más fuerte hasta que no pude más y acabé sin querer entre el hombro y el cachete de Daniela que ni se dió cuenta del chorro de guasca que le cayó en la cara de tanto que estaba metida en la verga que se hundía cada vez más profundamente en su sexo.
Pero en ese momento hubo algo que volvió loca a Daniela. Alejandro acercó su boca al cachete enchastrado de ella y lamió mi leche, pasándosela, escupiéndosela dentro de su boca. Ahí abrió los ojos, sintió el amargo del esperma dentro de su boca, lo lamió, y me arrimó para darme un profundo beso de lengua lleno de mi guasca y la sentí acabar como no lo hacía hace años. Intensamente, gritando con mi lengua dentro de su boca y las dos jugueteando con la viscosa leche de mi verga. Apretándome hacia ella y las olas de placer yendo y viniendo por su cuerpo dos o tres veces en espasmos violentos que la hacían temblar.
Después volvió a tirar la cabeza hacia atras y dijo:
- Seguí, Ale, seguí.- Cosa que Alejandro cumplió al pie de la letra, dándole sin piedad en la cajeta. Y yo que solo atiné a sentarme en el borde de la cama con la verga hecha una piedra vibrante de sangre que me corría a raudales de punta a punta de mis nervios.
Alejandro la sacó sólo para decirle que se ponga en cuatro. Daniela obedeció enseguida. Estaba calentándose de nuevo y gozaba de la calentura reprimida por años de cojerse a su compañero de trabajo delante mío. Le dió el espectáculo de su culo abierto y la concha deseosa. Apoyó los codos en el colchón con la frente apoyada también en las sábanas y se dispuso a seguir disfrutando de la cojida memorable que estaba recibiendo.
Alejandro me miraba fijo mientras le daba verga a mi mujer por la concha. Ella gemía, gritaba de vez en cuando, pedía más entre su respiración agitada agarrando fuerte la sábana con los puños muy apretados. Y los ojos fijos de Alejandro puestos en mi verga que se sacudía con los movimientos de mi manos. Yo también lo miraba. No nos decíamos nada, solamente gozabamos del espectáculo del otro haciendo lo que estaba haciendo.
De repente me dijo.
- Dale el culo para que te lo chupe. - Guiñándome un ojo y señalando el lugar en que quería que me ponga.
Dudamos con Daniela unos segundos. Nunca lo habíamos hecho. Incluso ella se había negado a hacerlo el par de veces que tuve ganas.
Pero la voz autoritaria de Alejandro no nos dejó otra opoción. Yo me puse en cuatro delante de Daniela, acercando lo más que pude mi orto a su cara. Ella se incorporó apoyada en las manos y hundió su boca entre mis nalgas. Sentí la lengua buscando a ciegas el lugar indicado y el movimiento de ida y vuelta provocado por el bombeo de Alejandro que no paraba. Entre gemidos finalmente acertó en meterme la lengua en el orto. Un espasmo de placer recorrió mi cuerpo y gemí profundamente. Ella la metía y sacaba en cada vaivén de la bombeada de Alejandro, de manera que era él el que guiaba el movimiento de los tres. Daniela como pudo también empezó a pajearme torpemente, pero lo suficiente como para que me volviera loco y no quisiera nada más en el mundo que la lengua de mi esposa clavándose y abriéndome el orto.
De repente Daniela dejó de chuparme el culo. Cayo con la cara contra las sábanas, solo tenía ganas de gozar de la verga de Alejandro penetrándola una y otra vez. Yo quedé en cuatro, con el culo mirando hacia Alejandro. Y no se por qué me calentó quedarme así. Mostrándole el espectáculo de mi culo abierto y lleno de saliva. Me abrí las nalgas con las manos y metí un dedo adentro del ojete y empecé a pajearme el orto como nunca antes lo había hecho en la vida. Detrás mío escuchaba los gemidos de Daniela y los de Alejandro cada vez más fuertes. Lo imaginaba con sus ojos fijos en mi culo lleno de mis dedos que entraban cada vez un poco más adentro y su chota en la concha de mi mujer yendo y yendo hasta lo más profundo que pudiese. Me calenté y me revolvía así en cuatro con mi pija entre los dedos y mi orto abierto por mis otros dedos.
De repente escuché un largo gemido grave y profundo, como de animal muriendo, signo inequívoco de que Alejandro había descargado todo su leche en el forro y dentro de mi mujer hasta vaciar esos huevos enormes. Bufando salió de dentro de Daniela y se fué al baño sin decir palabras.
Ella me hizo dar vuelta en la cama hasta quedar boca arriba. Me abrió las piernas y metió sus dedos en la boca ensalivándolos hasta quedar empapados. Después los fué introduciendo en mi ano con una presteza sorprendente. Parecía que estuviese acostumbrada a hacerlo. El canal estaba abierto de antes por mis dedos, así que los suyos entraron sin demasiado esfuerzo. Una vez adentro empezó a juguetear con las paredes del canal y yo que no podía creer las sensaciones nuevas que me inundaban en ese momento. Se me nublaba la vista, casi gritaba con las manos pellizcándome los pezones. Ella en ese momento me aplicó el golpe maestro y me empezó a chupar con sus dedos dentro del culo.
Duré unos instantes eternos hasta que no aguanté más y le acabé dentro de la boca de una manera violenta, diferente, con una especie de electricidad desconocida en mi. Acabé en tres o cuatro chorros de leche caliente que llenaron su boca. Ella escupió el líquido sobre la sábana y se recostó a mi lado apoyando la cabeza en mi hombro. Yo resoplaba intentando recuperar el aire cuando se abrió la puerta del baño.
Alejandro venía desnudo, con la verga dura nuevamente y una sonrisa extraña en su rostro.
- Así los quería agarrar...- Con Daniela nos miramos, supimos que la velada estaba recién comenzando.
CONTINUARA....
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