Fue el miércoles por la tarde. Salía del telo con Benito, cuando recibo un mensaje de Pedro.
"¿Te van unos mates?".
Acababa de echarme unos polvos impresionantes con mi amigo camionero por lo que me parecía que lo más conveniente sería posponer la invitación para algún otro día. Para reponer energías. Ya me imaginaba lo que querría Pedro para acompañar esos mates, lo mismo que yo, claro, pero después de pasarme toda la tarde en un albergue transitorio, mis orificios me reclamaban una más que merecida tregua.
No fue el miércoles pero sí el viernes que salgo temprano de la oficina y me voy a Humberto Primo y Entre Ríos.
Me imagino que ya todos deben saber de mi relación con Pablo y su hermano.
Por el lazo fraternal que los une, creí que se llevaban bien, pero resultó todo lo contrario. Se llevan para el orto, no se pueden ni ver, y si Pedro está parando en su casa, es por ese problema que motivó el viaje de Pablo a Tucumán.
No puedo referirme públicamente a tales circunstancias sin quedar involucrada como cómplice o encubridora, basta con decir que se trata de algo grave, aunque cuando me lo contó, en una de esas tantas charlas luego del sexo, Pablo no me había dicho que el involucrado era su hermano. Solo se refirió a él como un familiar. Si ni yo sabía que tenía un hermano, lo supe cuando ya estaba cogiendo con él. De ahí pueden darse cuenta la estima que le tiene. Y yo que hasta había fantaseado con encamarme con los dos.
El caso es que había quedado bien en claro que si Pablo se daba cuenta de que su hermano me miraba con otra cosa que no fuera indiferencia, lo iba a "destripar a facazos", textuales palabras que yo misma escuché decirle. Pero como no hay peor sordo que el que no quiere oír, Pedro me siguió dando. O seguimos, mejor dicho, porque tampoco es que yo me hiciera mucho la difícil.
Claro que lo hacíamos a escondidas, cuando Pablo no estaba, ya que por ese problema que mencioné antes, para Pedro salir también representa un riesgo. Tiene una orden de captura librada en Tucumán, que seguramente fue ampliada ya a las demás provincias.
El asunto entonces era que, estando el tipo encerrado en la casa, no podíamos disponer de muchos momentos a solas. Podíamos garchar cuando Pablo no estaba, pero, ante las amenazas que había proferido, no queríamos correr el riesgo de que llegara y nos encontrara en plena faena.
Cogía con Pablo, sí, pero también quería coger con Pedro. Y más aún quería coger con los dos juntos. Que me hicieran sanguchito, que me reventaran a pijazos y me dejaran babeando a puro polvo.
¿Y por qué no?, me pregunté aquella tarde luego de recibir el mensaje de Pedro.
Podían odiarse todo lo que quisieran, pero mi cuerpo es mío, y puedo hacer con el lo que se me venga en gana. Y lo que quería era compartirlo con ambos.
Tardé en decidirme, después de todo son dos tipos con carácter, fuertes, impulsivos. Si me equivocaba, no solo ellos saldrían heridos. Pero como se dice habitualmente, quién no arriesga no gana, y aunque yo estaba arriesgando mucho, también era mucho lo que podía llegar a ganar.
El jueves aproveché para comprarme un conjunto de lencería color rojo deseo, con medias y portaligas, ideales para una noche de desenfreno. Sabía que no necesitaba de ningún aliciente para despertar los más bajos instintos de un hombre, pero considerando que me estaba por meter entre medio de dos volcanes en inminente estado de erupción, me pareció un lindo detalle. Una forma de fomentar y afianzar la fraternidad entre los hermanos.
La tarde en cuestión salgo antes de la oficina y me voy a tomar mate con Pedro, provista de una buena dotación de facturas, en especial de cañoncitos de dulce de leche que son sus preferidos.
Cuando llego ya me está esperando con el termo preparado, jaja...
Luego de un chape breve aunque intenso, le digo que tengo un regalo para darle.
-¡A ver...!- se entusiasma.
-Vas a tener que esperar a que me lo ponga- le aclaro y agarrando el bolso con el que había llegado me voy al cuarto.
Allí me quito toda la ropa y me pongo el conjuntito que compré muy especialmente para esa ocasión, con las medias, el portaligas y unos zapatos taco aguja del mismo color.
Antes de volver con Pedro, saco el celular de la cartera, me tomo una selfie y se la mando a Pablo con un más que incitante mensaje:
"¡Esperándote..., on fire!".
Cuando vuelvo a la sala Pedro casi se atraganta con la bombilla del mate al verme.
-¡Ufffff..., cada vez estás más perra, Marita! Vení que te cojo acá mismo sobre la mesa- se entusiasma, frotándose groseramente la entrepierna.
Me acerco a él caminando sensualmente, sin apurarme, permitiéndole apreciar cada curva de mi cuerpo.
-Me vas a coger todo lo que quieras, pero antes quiero lo que me gusta- le digo deslizando una mano por encima de su bragueta.
Sin esperar a que se lo repita, se lo desabrocha, revelando ante mí la Gloria hecha carne.
Eso es lo que quiero, lo que anhelo, lo que me puede y ante lo que no tengo forma de resistirme.
Me pongo de rodillas en el suelo, sometida y subyugada por lo que tengo ante mí, la supremacía viril en su máxima expresión.
Se la chupo con todas mis ganas, tratando de comérmela hasta los pelos, lo cuál, considerando el estado de gracia en que se encuentra, representa todo un desafío. Pero lo consigo, me gano un par de arcadas y unas cuántas lágrimas en el intento, pero me la devoro por completo, sintiéndola vibrar y estremecerse en mi garganta.
Cada vez que la suelto, la pija emerge de entre mis labios toda mojada por mis babas, caliente, entumecida, ostentando esa dureza que me resulta tan necesaria.
Me levanto, relamiéndome gustosamente, lo tomo de la mano y así, entre besos y caricias, nos vamos al dormitorio, él con la pija parada, el jean a medio bajar, yo con lencería erótica y zapatos de taco aguja.
Ya en el cuarto me arroja sobre la cama, de espalda y con las piernas abiertas, meneándosela con rudeza mientras me mira como un sátiro a punto de asaltar a una ninfa.
Sonriéndole en forma cómplice, me acaricio la entrepierna, mostrándole la incitante abertura que divide mi tanga en dos, dejando mi ya mojada conchita al descubierto.
Obnubilado por ese vórtice de lujuria que se abre ante él, Pedro se agacha, me suelta un par de escupidas justo en el centro, y me hunde los dedos hasta lo más profundo.
Me retuerzo toda al sentir como me explora por dentro, como si buscara algún tesoro escondido, acompañando los movimientos de su mano con toda la fuerza de su robusto antebrazo.
Estoy tan mojada que mis fluidos salpican por doquier a causa de los cucharazos que Pedro me aplica con tanto entusiasmo. Pero ahora no son solo sus dedos los que me recorren íntimamente, sino también su lengua, con la que me puntea y sacude el clítoris.
La chupada de concha cumple más que satisfactoriamente su cometido, dejándome suplicando por una buena cogida.
Como si me leyera el pensamiento, Pedro se levanta, se pone un forro que saca de la billetera y echándose sobre mí, desliza la pija a través de la abertura de mi tanga y entra a cogerme con ese vigor que ya parece venirle de familia.
Pablo es igual, intenso, desenfrenado, un macho desbocado en posesión de su hembra.
Me muevo con él, sintiéndolo entrar profundamente, llenándome con esa delicia que late con tanta fuerza que me estremece toda por dentro.
Nos besamos casi con furia, chupándonos, lamiéndonos, hasta mordiéndonos, enroscados el uno en el otro.
Cuando me la saca, mi concha se resiste a cerrarse, como si necesitara con urgencia esa fuerza y pulsión en su interior.
Entre roncos jadeos, Pedro se echa a un costado, la pija enardecida, refulgente de vigor apuntando hacia el techo.
Me levanto y me le subo encima, dándole la espalda, clavándome toda esa longitud de una sola vez. Apoyo las manos en el colchón, a ambos lados de su cuerpo, los pies en el suelo y empiezo a moverme, arriba y abajo, llenándome de carne y placer, subiendo y bajando con un ritmo que se vuelve cada vez más frenético y desquiciado.
Estoy teniendo un orgasmo cuando escucho que la puerta de entrada se abre y Pablo comienza a llamarme:
-¡No sabés como me calentaste con esa foto, putita! Te voy a dejar chueca de tanto que te voy a culear! Pero eso es lo que querías, ¿no?-
El corazón se me empieza a acelerar a medida que su voz y sus pasos se hacen más cercanos.
Pedro se mantiene expectante, sudando la gota gorda, aunque sin perder tan magnífica erección.
Como en esas películas de terror en que el asesino abre lentamente la puerta para sorprender a su víctima, la puerta del cuarto parece no terminar de abrirse jamás. Puedo escuchar hasta el rechinar de las bisagras. Entonces me detengo, con toda la poronga de Pedro palpitando dentro de mi concha, y me quedo mirándolo, ahí parado, en el umbral de la puerta, las venas del cuello a punto de explotarle, los puños ya preparados y amenazantes. Parece el marido cornudo que llega a casa y sorprende a su esposa con el amante, que para colmo de males resulta ser su peor enemigo. Los ojos se le inyectan de violencia y venganza.
"Bueno, hasta acá llegué", me digo a mí misma, imaginándome destrozada en medio de una pelea mortal entre hermanos. "Esto me pasa por puta".
Pero entre la bronca y exaltación que refleja su mirada, alcanzo a percibir un brillo de lujuria.
" Quizás no esté todo perdido ", pienso.
Me levanto apenas, como para que la pija de su hermano salga de mi concha y agarrándola por entre mis piernas, me la meto en el culo, sin lubricarme ni nada. Igual, con lo mojada que está, entra a la primera. Después mi culito hace el resto.
Sin dejar de mirarlo sigo montando a su hermano, acariciándome al mismo tiempo la concha, abriéndomela y ofreciéndosela, haciéndole saber sin necesidad de palabra alguna, que pese a las diferencias que pueda tener con el otro contendiente, allí también hay lugar para él.
Pese al enojo y el rencor, no se puede resistir.
Enseguida se pone en bolas y ostentando una superlativa erección, viene hacia mí..., bueno, hacia nosotros.
Se coloca arriba, y haciendo aún más grande la abertura de la tanga, me la mete así, en carne viva, sin forro.
Cuando los tengo por fin a los dos adentro, suelto un largo y complacido suspiro, entregándome por completo a ese par de maníacos sexuales que, sin decirlo, parecen haber pactado una momentánea tregua, solo para disfrutarme.
Ahora sí, que me despedacen si quieren. Que me masacren a pijazo limpio. Eso era lo que quería, estar con los dos, y finalmente lo había conseguido, pese al susto que me llevé cuando Pablo se nos quedó mirando como si fuera Jack, el destripador.
Dejando de lado cualquier rispidez, los dos se mueven al unísono, revolucionando todo mi interior, lacerándome los intestinos y las entrañas con esos viriles combazos con los cuales parecen querer destrozarme.
Dentro y fuera, entrando y saliendo, metiendo y sacando, me cogen y culean con una potencia demoledora, haciendo de mis orificios solo un lugar de tránsito, por donde deben pasar para alcanzar la Gloria, esa misma que yo también deseo sentir en plenitud.
Bien plantado frente a mí, Pablo me arranca el corpiño, como con bronca y me aprieta las tetas, mirándome en todo momento con esa cara de pervertido que tanto me puede.
Me taladran, me perforan, bombeando pura exquisitez a través de cada uno de mis conductos, rompiéndome la bombacha a puro embiste. Así me cogen, con esa furia.
Con los ojos inyectados, Pablo me saca la pija y hace que me de la vuelta. Eso hago, me volteo, le saco el forro a Pedro y me le subo encima, de frente, metiéndomela en carne viva. Mientras me ensarto y me muevo sobre su hermano, Pablo me palmea fuerte la cola, como castigándome, y me avanza por detrás. ¡Ahhhhhh...! ¡Se siente tan rico!
Tener dos buenas porongas adentro no tiene precio, es..., no sé, tienen que probarlo para saberlo. Que dos tipos que te gustan, por los que sentís, no digo amor, pero por los que sentís algo, calentura, lujuria, como quieran llamarlo, te posean de esa manera, es algo incomparable. Me mojaba continuamente de solo sentirlos, tan imponentes y soberbios. La virilidad en su estado más puro y extremo.
Inmersa en un goce de proporciones épicas, resbalo entre sus cuerpos empapados de sudor, tan llena de carne que no me queda ningún resquicio libre.
Yo también estoy empapada y no solo de sudor, también de leche, ya que Pablo no puede controlarse más y me acaba adentro del culo, acompañado enseguida por su hermano que también me acaba adentro. Yo también acabo, obvio, mojándome con ellos, estallando en un arrebato de gemidos y jadeos. Me deshago de placer, y ahí mismo, bien ensartada por ambos lados, los beso a ambos. Jugosa y ávidamente, demostrándoles en una forma más que explícita que la unión sí hace la fuerza.
Cuándo salen de mis agujeros, me quedo como partida al medio, sintiendo que cada una de las partes en que se divide mi cuerpo se va con ellos.
Sin decir nada nos quedamos ahí acostados, yo en el medio, claro, disfrutando la balsámica ebullición que me recorre toda por dentro, aunque temerosa de que la tregua hubiese llegado a su fin.
Por suerte se trata de dos hombres que no se conforman fácilmente, por lo que sus vergas seguían en estado de alerta.
Así que, antes de que alguno de los dos diga algo que destruya ese mágico momento, se las agarro, una con cada mano y me pongo a meneárselas. Todavía están impregnadas del polvo reciente, por lo que mis manos resbalan con fluidez, produciendo ese sonido húmedo que debe estar entre los más agradables que existen.
¡CHAS - CHAS - CHAS - CHAS - CHAS!
Los dos se endurecen entre mis dedos, por lo que me levanto y poniéndome en cuatro, atravesada por entre sus cuerpos, empiezo a chuparlos con el mayor de los deleites.
Ya me conocen, cuando se trata de chupar, no me guardo nada.
Voy de uno a otro con la misma avidez, chupándoles también las bolas que ya parecen haber entrado en ebullición.
Estoy ahí, atragantándome de pija, cuándo de repente, Pedro me agarra, me voltea de espalda, y arremetiendo por entre mis piernas, me pega flor de cepillada.
Cuando sale, dejándome babeando del gusto, Pablo toma su lugar, sometiéndome a un vaivén demoledor, tratando de superar incluso la reciente performance de su hermano.
Así me tienen por un buen rato, turnándose para cogerme, dándome cada cual más fuerte que el otro, como si compitieran entre ellos para ver quién me fisura primero los huesos de la pelvis.
Pero no solo me cogen, también me culean, utilizando mis agujeros como campo de batalla para resolver sus propios conflictos personales. Como si fueran dos pendejos en el pináculo de su pubertad, juegan a ver quién es mas macho y quién me coge mejor.
Tras dejarme casi catatónica de tanto garche, Pedro me llena la concha con una descarga tan abundante, que cuando me la saca, su leche se me sale a borbotones.
Pablo lo secunda con igual efusividad, llenándome, al igual que su hermano, hasta el último rincón disponible.
-¡Por favor, invitame a tomar mate más seguido!- le digo luego a Pedro en tono jocoso, recordando como fue que se gestó tan apasionado encuentro.
Sin decir nada, Pablo se levanta, y con la pija todavía medio morcillona oscilando entre sus piernas, sale del cuarto.
-¿Que crees que vaya a hacer ahora?- le pregunto a Pedro, preocupada por tan atemorizante silencio.
-Nada, pero no creo que esté dispuesto a repetirlo- responde.
-¡Lástima...!- me lamento con un resignado suspiro.
Espero un rato y luego de que los dos hayan pasado por el baño, voy y me pego una ducha, sola. En general me gusta ducharme con mi amante, cualquiera que éste sea, y hubiese sido genial hacerlo con los dos, que me enjabonaran a cuatro manos, pero tras la fastidiosa salida de Pablo, necesitaba un momento a solas, para reflexionar sobre lo sucedido.
El trío que acabábamos de consumar ya se situaba bien arriba de mi Top Ten de experiencias sexuales. Y a diferencia del Gangbang con los amigos de Pablo, esto era algo que deseaba experimentar no una, sino varias veces.
Quiero tener a los dos de amantes, que los dos sean mis machos. Yo estoy más que dispuesta a complacer a ambos y dedicarme a ellos casi en exclusividad. Claro que para ello debo saber que piensa Pablo al respecto. Pedro está dispuesto, con tal de ponérmela dice, no tiene problema. El conflictivo acá es Pablo, que desde aquella tarde no me contesta los mensajes.
Sin embargo no pienso cejar en mi cometido, cueste lo que me cueste...
"¿Te van unos mates?".
Acababa de echarme unos polvos impresionantes con mi amigo camionero por lo que me parecía que lo más conveniente sería posponer la invitación para algún otro día. Para reponer energías. Ya me imaginaba lo que querría Pedro para acompañar esos mates, lo mismo que yo, claro, pero después de pasarme toda la tarde en un albergue transitorio, mis orificios me reclamaban una más que merecida tregua.
No fue el miércoles pero sí el viernes que salgo temprano de la oficina y me voy a Humberto Primo y Entre Ríos.
Me imagino que ya todos deben saber de mi relación con Pablo y su hermano.
Por el lazo fraternal que los une, creí que se llevaban bien, pero resultó todo lo contrario. Se llevan para el orto, no se pueden ni ver, y si Pedro está parando en su casa, es por ese problema que motivó el viaje de Pablo a Tucumán.
No puedo referirme públicamente a tales circunstancias sin quedar involucrada como cómplice o encubridora, basta con decir que se trata de algo grave, aunque cuando me lo contó, en una de esas tantas charlas luego del sexo, Pablo no me había dicho que el involucrado era su hermano. Solo se refirió a él como un familiar. Si ni yo sabía que tenía un hermano, lo supe cuando ya estaba cogiendo con él. De ahí pueden darse cuenta la estima que le tiene. Y yo que hasta había fantaseado con encamarme con los dos.
El caso es que había quedado bien en claro que si Pablo se daba cuenta de que su hermano me miraba con otra cosa que no fuera indiferencia, lo iba a "destripar a facazos", textuales palabras que yo misma escuché decirle. Pero como no hay peor sordo que el que no quiere oír, Pedro me siguió dando. O seguimos, mejor dicho, porque tampoco es que yo me hiciera mucho la difícil.
Claro que lo hacíamos a escondidas, cuando Pablo no estaba, ya que por ese problema que mencioné antes, para Pedro salir también representa un riesgo. Tiene una orden de captura librada en Tucumán, que seguramente fue ampliada ya a las demás provincias.
El asunto entonces era que, estando el tipo encerrado en la casa, no podíamos disponer de muchos momentos a solas. Podíamos garchar cuando Pablo no estaba, pero, ante las amenazas que había proferido, no queríamos correr el riesgo de que llegara y nos encontrara en plena faena.
Cogía con Pablo, sí, pero también quería coger con Pedro. Y más aún quería coger con los dos juntos. Que me hicieran sanguchito, que me reventaran a pijazos y me dejaran babeando a puro polvo.
¿Y por qué no?, me pregunté aquella tarde luego de recibir el mensaje de Pedro.
Podían odiarse todo lo que quisieran, pero mi cuerpo es mío, y puedo hacer con el lo que se me venga en gana. Y lo que quería era compartirlo con ambos.
Tardé en decidirme, después de todo son dos tipos con carácter, fuertes, impulsivos. Si me equivocaba, no solo ellos saldrían heridos. Pero como se dice habitualmente, quién no arriesga no gana, y aunque yo estaba arriesgando mucho, también era mucho lo que podía llegar a ganar.
El jueves aproveché para comprarme un conjunto de lencería color rojo deseo, con medias y portaligas, ideales para una noche de desenfreno. Sabía que no necesitaba de ningún aliciente para despertar los más bajos instintos de un hombre, pero considerando que me estaba por meter entre medio de dos volcanes en inminente estado de erupción, me pareció un lindo detalle. Una forma de fomentar y afianzar la fraternidad entre los hermanos.
La tarde en cuestión salgo antes de la oficina y me voy a tomar mate con Pedro, provista de una buena dotación de facturas, en especial de cañoncitos de dulce de leche que son sus preferidos.
Cuando llego ya me está esperando con el termo preparado, jaja...
Luego de un chape breve aunque intenso, le digo que tengo un regalo para darle.
-¡A ver...!- se entusiasma.
-Vas a tener que esperar a que me lo ponga- le aclaro y agarrando el bolso con el que había llegado me voy al cuarto.
Allí me quito toda la ropa y me pongo el conjuntito que compré muy especialmente para esa ocasión, con las medias, el portaligas y unos zapatos taco aguja del mismo color.
Antes de volver con Pedro, saco el celular de la cartera, me tomo una selfie y se la mando a Pablo con un más que incitante mensaje:
"¡Esperándote..., on fire!".
Cuando vuelvo a la sala Pedro casi se atraganta con la bombilla del mate al verme.
-¡Ufffff..., cada vez estás más perra, Marita! Vení que te cojo acá mismo sobre la mesa- se entusiasma, frotándose groseramente la entrepierna.
Me acerco a él caminando sensualmente, sin apurarme, permitiéndole apreciar cada curva de mi cuerpo.
-Me vas a coger todo lo que quieras, pero antes quiero lo que me gusta- le digo deslizando una mano por encima de su bragueta.
Sin esperar a que se lo repita, se lo desabrocha, revelando ante mí la Gloria hecha carne.
Eso es lo que quiero, lo que anhelo, lo que me puede y ante lo que no tengo forma de resistirme.
Me pongo de rodillas en el suelo, sometida y subyugada por lo que tengo ante mí, la supremacía viril en su máxima expresión.
Se la chupo con todas mis ganas, tratando de comérmela hasta los pelos, lo cuál, considerando el estado de gracia en que se encuentra, representa todo un desafío. Pero lo consigo, me gano un par de arcadas y unas cuántas lágrimas en el intento, pero me la devoro por completo, sintiéndola vibrar y estremecerse en mi garganta.
Cada vez que la suelto, la pija emerge de entre mis labios toda mojada por mis babas, caliente, entumecida, ostentando esa dureza que me resulta tan necesaria.
Me levanto, relamiéndome gustosamente, lo tomo de la mano y así, entre besos y caricias, nos vamos al dormitorio, él con la pija parada, el jean a medio bajar, yo con lencería erótica y zapatos de taco aguja.
Ya en el cuarto me arroja sobre la cama, de espalda y con las piernas abiertas, meneándosela con rudeza mientras me mira como un sátiro a punto de asaltar a una ninfa.
Sonriéndole en forma cómplice, me acaricio la entrepierna, mostrándole la incitante abertura que divide mi tanga en dos, dejando mi ya mojada conchita al descubierto.
Obnubilado por ese vórtice de lujuria que se abre ante él, Pedro se agacha, me suelta un par de escupidas justo en el centro, y me hunde los dedos hasta lo más profundo.
Me retuerzo toda al sentir como me explora por dentro, como si buscara algún tesoro escondido, acompañando los movimientos de su mano con toda la fuerza de su robusto antebrazo.
Estoy tan mojada que mis fluidos salpican por doquier a causa de los cucharazos que Pedro me aplica con tanto entusiasmo. Pero ahora no son solo sus dedos los que me recorren íntimamente, sino también su lengua, con la que me puntea y sacude el clítoris.
La chupada de concha cumple más que satisfactoriamente su cometido, dejándome suplicando por una buena cogida.
Como si me leyera el pensamiento, Pedro se levanta, se pone un forro que saca de la billetera y echándose sobre mí, desliza la pija a través de la abertura de mi tanga y entra a cogerme con ese vigor que ya parece venirle de familia.
Pablo es igual, intenso, desenfrenado, un macho desbocado en posesión de su hembra.
Me muevo con él, sintiéndolo entrar profundamente, llenándome con esa delicia que late con tanta fuerza que me estremece toda por dentro.
Nos besamos casi con furia, chupándonos, lamiéndonos, hasta mordiéndonos, enroscados el uno en el otro.
Cuando me la saca, mi concha se resiste a cerrarse, como si necesitara con urgencia esa fuerza y pulsión en su interior.
Entre roncos jadeos, Pedro se echa a un costado, la pija enardecida, refulgente de vigor apuntando hacia el techo.
Me levanto y me le subo encima, dándole la espalda, clavándome toda esa longitud de una sola vez. Apoyo las manos en el colchón, a ambos lados de su cuerpo, los pies en el suelo y empiezo a moverme, arriba y abajo, llenándome de carne y placer, subiendo y bajando con un ritmo que se vuelve cada vez más frenético y desquiciado.
Estoy teniendo un orgasmo cuando escucho que la puerta de entrada se abre y Pablo comienza a llamarme:
-¡No sabés como me calentaste con esa foto, putita! Te voy a dejar chueca de tanto que te voy a culear! Pero eso es lo que querías, ¿no?-
El corazón se me empieza a acelerar a medida que su voz y sus pasos se hacen más cercanos.
Pedro se mantiene expectante, sudando la gota gorda, aunque sin perder tan magnífica erección.
Como en esas películas de terror en que el asesino abre lentamente la puerta para sorprender a su víctima, la puerta del cuarto parece no terminar de abrirse jamás. Puedo escuchar hasta el rechinar de las bisagras. Entonces me detengo, con toda la poronga de Pedro palpitando dentro de mi concha, y me quedo mirándolo, ahí parado, en el umbral de la puerta, las venas del cuello a punto de explotarle, los puños ya preparados y amenazantes. Parece el marido cornudo que llega a casa y sorprende a su esposa con el amante, que para colmo de males resulta ser su peor enemigo. Los ojos se le inyectan de violencia y venganza.
"Bueno, hasta acá llegué", me digo a mí misma, imaginándome destrozada en medio de una pelea mortal entre hermanos. "Esto me pasa por puta".
Pero entre la bronca y exaltación que refleja su mirada, alcanzo a percibir un brillo de lujuria.
" Quizás no esté todo perdido ", pienso.
Me levanto apenas, como para que la pija de su hermano salga de mi concha y agarrándola por entre mis piernas, me la meto en el culo, sin lubricarme ni nada. Igual, con lo mojada que está, entra a la primera. Después mi culito hace el resto.
Sin dejar de mirarlo sigo montando a su hermano, acariciándome al mismo tiempo la concha, abriéndomela y ofreciéndosela, haciéndole saber sin necesidad de palabra alguna, que pese a las diferencias que pueda tener con el otro contendiente, allí también hay lugar para él.
Pese al enojo y el rencor, no se puede resistir.
Enseguida se pone en bolas y ostentando una superlativa erección, viene hacia mí..., bueno, hacia nosotros.
Se coloca arriba, y haciendo aún más grande la abertura de la tanga, me la mete así, en carne viva, sin forro.
Cuando los tengo por fin a los dos adentro, suelto un largo y complacido suspiro, entregándome por completo a ese par de maníacos sexuales que, sin decirlo, parecen haber pactado una momentánea tregua, solo para disfrutarme.
Ahora sí, que me despedacen si quieren. Que me masacren a pijazo limpio. Eso era lo que quería, estar con los dos, y finalmente lo había conseguido, pese al susto que me llevé cuando Pablo se nos quedó mirando como si fuera Jack, el destripador.
Dejando de lado cualquier rispidez, los dos se mueven al unísono, revolucionando todo mi interior, lacerándome los intestinos y las entrañas con esos viriles combazos con los cuales parecen querer destrozarme.
Dentro y fuera, entrando y saliendo, metiendo y sacando, me cogen y culean con una potencia demoledora, haciendo de mis orificios solo un lugar de tránsito, por donde deben pasar para alcanzar la Gloria, esa misma que yo también deseo sentir en plenitud.
Bien plantado frente a mí, Pablo me arranca el corpiño, como con bronca y me aprieta las tetas, mirándome en todo momento con esa cara de pervertido que tanto me puede.
Me taladran, me perforan, bombeando pura exquisitez a través de cada uno de mis conductos, rompiéndome la bombacha a puro embiste. Así me cogen, con esa furia.
Con los ojos inyectados, Pablo me saca la pija y hace que me de la vuelta. Eso hago, me volteo, le saco el forro a Pedro y me le subo encima, de frente, metiéndomela en carne viva. Mientras me ensarto y me muevo sobre su hermano, Pablo me palmea fuerte la cola, como castigándome, y me avanza por detrás. ¡Ahhhhhh...! ¡Se siente tan rico!
Tener dos buenas porongas adentro no tiene precio, es..., no sé, tienen que probarlo para saberlo. Que dos tipos que te gustan, por los que sentís, no digo amor, pero por los que sentís algo, calentura, lujuria, como quieran llamarlo, te posean de esa manera, es algo incomparable. Me mojaba continuamente de solo sentirlos, tan imponentes y soberbios. La virilidad en su estado más puro y extremo.
Inmersa en un goce de proporciones épicas, resbalo entre sus cuerpos empapados de sudor, tan llena de carne que no me queda ningún resquicio libre.
Yo también estoy empapada y no solo de sudor, también de leche, ya que Pablo no puede controlarse más y me acaba adentro del culo, acompañado enseguida por su hermano que también me acaba adentro. Yo también acabo, obvio, mojándome con ellos, estallando en un arrebato de gemidos y jadeos. Me deshago de placer, y ahí mismo, bien ensartada por ambos lados, los beso a ambos. Jugosa y ávidamente, demostrándoles en una forma más que explícita que la unión sí hace la fuerza.
Cuándo salen de mis agujeros, me quedo como partida al medio, sintiendo que cada una de las partes en que se divide mi cuerpo se va con ellos.
Sin decir nada nos quedamos ahí acostados, yo en el medio, claro, disfrutando la balsámica ebullición que me recorre toda por dentro, aunque temerosa de que la tregua hubiese llegado a su fin.
Por suerte se trata de dos hombres que no se conforman fácilmente, por lo que sus vergas seguían en estado de alerta.
Así que, antes de que alguno de los dos diga algo que destruya ese mágico momento, se las agarro, una con cada mano y me pongo a meneárselas. Todavía están impregnadas del polvo reciente, por lo que mis manos resbalan con fluidez, produciendo ese sonido húmedo que debe estar entre los más agradables que existen.
¡CHAS - CHAS - CHAS - CHAS - CHAS!
Los dos se endurecen entre mis dedos, por lo que me levanto y poniéndome en cuatro, atravesada por entre sus cuerpos, empiezo a chuparlos con el mayor de los deleites.
Ya me conocen, cuando se trata de chupar, no me guardo nada.
Voy de uno a otro con la misma avidez, chupándoles también las bolas que ya parecen haber entrado en ebullición.
Estoy ahí, atragantándome de pija, cuándo de repente, Pedro me agarra, me voltea de espalda, y arremetiendo por entre mis piernas, me pega flor de cepillada.
Cuando sale, dejándome babeando del gusto, Pablo toma su lugar, sometiéndome a un vaivén demoledor, tratando de superar incluso la reciente performance de su hermano.
Así me tienen por un buen rato, turnándose para cogerme, dándome cada cual más fuerte que el otro, como si compitieran entre ellos para ver quién me fisura primero los huesos de la pelvis.
Pero no solo me cogen, también me culean, utilizando mis agujeros como campo de batalla para resolver sus propios conflictos personales. Como si fueran dos pendejos en el pináculo de su pubertad, juegan a ver quién es mas macho y quién me coge mejor.
Tras dejarme casi catatónica de tanto garche, Pedro me llena la concha con una descarga tan abundante, que cuando me la saca, su leche se me sale a borbotones.
Pablo lo secunda con igual efusividad, llenándome, al igual que su hermano, hasta el último rincón disponible.
-¡Por favor, invitame a tomar mate más seguido!- le digo luego a Pedro en tono jocoso, recordando como fue que se gestó tan apasionado encuentro.
Sin decir nada, Pablo se levanta, y con la pija todavía medio morcillona oscilando entre sus piernas, sale del cuarto.
-¿Que crees que vaya a hacer ahora?- le pregunto a Pedro, preocupada por tan atemorizante silencio.
-Nada, pero no creo que esté dispuesto a repetirlo- responde.
-¡Lástima...!- me lamento con un resignado suspiro.
Espero un rato y luego de que los dos hayan pasado por el baño, voy y me pego una ducha, sola. En general me gusta ducharme con mi amante, cualquiera que éste sea, y hubiese sido genial hacerlo con los dos, que me enjabonaran a cuatro manos, pero tras la fastidiosa salida de Pablo, necesitaba un momento a solas, para reflexionar sobre lo sucedido.
El trío que acabábamos de consumar ya se situaba bien arriba de mi Top Ten de experiencias sexuales. Y a diferencia del Gangbang con los amigos de Pablo, esto era algo que deseaba experimentar no una, sino varias veces.
Quiero tener a los dos de amantes, que los dos sean mis machos. Yo estoy más que dispuesta a complacer a ambos y dedicarme a ellos casi en exclusividad. Claro que para ello debo saber que piensa Pablo al respecto. Pedro está dispuesto, con tal de ponérmela dice, no tiene problema. El conflictivo acá es Pablo, que desde aquella tarde no me contesta los mensajes.
Sin embargo no pienso cejar en mi cometido, cueste lo que me cueste...
13 comentarios - Hermanos...
Muy bien Mary y parece que habrá segunda parte!!
Besos linda
LEON