—Es grave. Algo tenemos que hacer. Hablemos con tu hermano, ¡hoy mismo!
—Sí, ya lo llamo así llega antes de que Paola vuelva.
Sergio, luego de recibir la llamada, notó el tono de preocupación de su hermana. ¿Se habría enterado de algo? Enseguida tomó el auto y salió.
En su cabeza volvían uno a uno los recuerdos. Paola siempre fue muy cariñosa con él y desde que era chiquita salían juntos a la calesita, al cine, a pasear. Por eso no sorprendió a nadie que tomara el hábito de quedarse a dormir los viernes en su casa: él tenía computadora, playstation, un lindo jardín y muchas anécdotas que contar. Y a medida que los años pasaban y las hormonas adolescentes se despertaban, Sergio también se convirtió en su fantasía sexual. Además, sus compañeras del colegio no paraban de hablarle sobre lo fuerte que estaba su tío. Pero él nunca se dejó llevar por las miradas de interés que recibía de su sobrina.
Sin embargo, su respuesta empezó a cambiar el viernes en que volvió antes a su casa y encontró a Paola en su habitación mirando una película porno. Tenía el volumen tan alto que los gemidos le habían impedido a la jovencita oír a su tío entrando a la casa. Sergio eligió irse en silencio; dio un par de vueltas con el auto, y regresó a la hora de siempre.
Esa noche Paola le lanzó una avalancha de preguntas sobre sus novias, qué hacían, cuánto tiempo estaban juntos, dónde. Con mucha paciencia y evitando los detalles, él contestó. Finalmente, por lo que estaba rememorando o quizá por la actitud demandante de Paola, y más aún, sabiendo que miraba sus películas condicionadas, Sergio tuvo una erección. Intentó disimular quedándose quieto pero enseguida encontró a Paola con la mirada fija en su entrepierna. Él la miró a los ojos mientras con una mano se acariciaba por sobre el pantalón. Luego de unos segundos tomó la mano de su sobrina y la hizo imitar el movimiento original. Ella accedió contenta y después la curiosidad pudo más: “¿Puedo ver?”. Él se puso de pie y ante la mirada de emoción y lascivia de Paola liberó su pene, que se mantenía erguido, y le pidió que volviera a las caricias originales. “¿Puedo hacer más?”. Sergio comenzó a guiarla. Hizo que su inexperta boca bese, saboree y succione hasta desarmar el helado caliente que sostenía en su mano. En unos instantes Paola no tuvo nada que envidiar a las mujeres de la película condicionada. Disfrutaba con los extraños gestos de su tío ante los vaivenes de sus labios y su lengua y luego se asustó cuando su boca casi explota al recibir el elixir del placer, que era sangre de su sangre, y que pronto aprendió a disfrutar como un licor cremoso, espeso, de sabor fuerte y muy adictivo.
La sesión continuó con una devolución de favores. Sergio quitó prenda por prenda la ropa de Paola, la recostó en el sillón y armó en su piel un camino de besos hasta llegar a su vientre. Con su rostro dibujó un espiral desde afuera hacia el centro hasta encontrar sus labios rosados. Allí se perdió y recorrió a ciegas con su lengua; luego se encontró, ayudado por sus dedos inquietos. Paola disfrutaba de la boca de su tío ignorando que había más. Él subió unos centímetros y sobre el botón que crecía escribió con saliva cada una de las respuestas que Paola estaba buscando. Y esa revelación hizo que ella conociera, por primera vez, una sensación exquisita, acompañada de un temblor suave, cosquillas en todo el cuerpo y sobretodo muchas ganas de gritar y morder. Luego se abrazaron y se besaron profundamente hasta quedar dormidos.
Las visitas se hicieron más frecuentes; varios días de la semana Paola lo esperaba lista para disfrutarse mutuamente.
Por eso la reunión lo atemorizaba: podría ser el fin de sus planes y el inicio de un montón de problemas.
—Te llamamos porque Paola no está pasando un buen momento y creemos saber la razón —el tío tragó saliva—. Nosotros la criamos con valores, le damos lo mejor. ¡Y no permitiremos que pierda el rumbo! —dijo el padre y miró a su mujer, cediéndole la palabra.
Sergio escuchaba y a la vez ensayaba su respuesta: de cuánto la quería, que también buscaba lo mejor para ella... Miró a su hermana.
—Desde hace más de un mes, las notas de Paola bajaron. Pensamos que está perdiendo mucho tiempo en tu casa, distrayéndose con la computadora y los juegos. Yo creo que tendría que ir menos o aprovechar para estudiar ahí, como hacía antes.
Sergio volvió a respirar. Respondió rápido, pero fue muy preciso:
—Bueno, a todos nos ha pasado alguna vez. Les propongo algo: yo hablaré con ella, acordaré que sólo use la compu y los juegos una vez a la semana y sólo si sus notas mejoran. También puedo ayudarla con las materias si tiene dificultades. Ah... y si quiere que venga a casa a estudiar con alguna amiga, así se distrae menos.
—Me alegro que entiendas Sergio —aprobó el padre, levantándose de la mesa—, voy a poner la pava que no te ofrecimos nada.
—Gracias hermanito. Prefiero que esté con vos antes que en la calle. ¡Pasan tantas cosas! Encima los jóvenes de hoy son un desastre —ella giró su rostro y miró hacia la habitación y cuando Sergio también observó la cama, continuó—. Sé que en tus manos Pao estará bien: siempre supiste como cuidarla.
Al ver la cama Sergio saboreó los planes para esa noche: darían un paso más, vivirían la experiencia completa. “Sentirte entrar en mi cuerpo”, decía Pao.
—Paola me cuenta todo, incluso... todo —remarcó su hermana, separando las manos y levantando las cejas.
Sergio sonrió satisfecho y siguió recordando las palabras de su sobrina: “...y me gustaría invitar a una de mis compañeras para que aprenda lo mismo que yo”.
—Sí, ya lo llamo así llega antes de que Paola vuelva.
Sergio, luego de recibir la llamada, notó el tono de preocupación de su hermana. ¿Se habría enterado de algo? Enseguida tomó el auto y salió.
En su cabeza volvían uno a uno los recuerdos. Paola siempre fue muy cariñosa con él y desde que era chiquita salían juntos a la calesita, al cine, a pasear. Por eso no sorprendió a nadie que tomara el hábito de quedarse a dormir los viernes en su casa: él tenía computadora, playstation, un lindo jardín y muchas anécdotas que contar. Y a medida que los años pasaban y las hormonas adolescentes se despertaban, Sergio también se convirtió en su fantasía sexual. Además, sus compañeras del colegio no paraban de hablarle sobre lo fuerte que estaba su tío. Pero él nunca se dejó llevar por las miradas de interés que recibía de su sobrina.
Sin embargo, su respuesta empezó a cambiar el viernes en que volvió antes a su casa y encontró a Paola en su habitación mirando una película porno. Tenía el volumen tan alto que los gemidos le habían impedido a la jovencita oír a su tío entrando a la casa. Sergio eligió irse en silencio; dio un par de vueltas con el auto, y regresó a la hora de siempre.
Esa noche Paola le lanzó una avalancha de preguntas sobre sus novias, qué hacían, cuánto tiempo estaban juntos, dónde. Con mucha paciencia y evitando los detalles, él contestó. Finalmente, por lo que estaba rememorando o quizá por la actitud demandante de Paola, y más aún, sabiendo que miraba sus películas condicionadas, Sergio tuvo una erección. Intentó disimular quedándose quieto pero enseguida encontró a Paola con la mirada fija en su entrepierna. Él la miró a los ojos mientras con una mano se acariciaba por sobre el pantalón. Luego de unos segundos tomó la mano de su sobrina y la hizo imitar el movimiento original. Ella accedió contenta y después la curiosidad pudo más: “¿Puedo ver?”. Él se puso de pie y ante la mirada de emoción y lascivia de Paola liberó su pene, que se mantenía erguido, y le pidió que volviera a las caricias originales. “¿Puedo hacer más?”. Sergio comenzó a guiarla. Hizo que su inexperta boca bese, saboree y succione hasta desarmar el helado caliente que sostenía en su mano. En unos instantes Paola no tuvo nada que envidiar a las mujeres de la película condicionada. Disfrutaba con los extraños gestos de su tío ante los vaivenes de sus labios y su lengua y luego se asustó cuando su boca casi explota al recibir el elixir del placer, que era sangre de su sangre, y que pronto aprendió a disfrutar como un licor cremoso, espeso, de sabor fuerte y muy adictivo.
La sesión continuó con una devolución de favores. Sergio quitó prenda por prenda la ropa de Paola, la recostó en el sillón y armó en su piel un camino de besos hasta llegar a su vientre. Con su rostro dibujó un espiral desde afuera hacia el centro hasta encontrar sus labios rosados. Allí se perdió y recorrió a ciegas con su lengua; luego se encontró, ayudado por sus dedos inquietos. Paola disfrutaba de la boca de su tío ignorando que había más. Él subió unos centímetros y sobre el botón que crecía escribió con saliva cada una de las respuestas que Paola estaba buscando. Y esa revelación hizo que ella conociera, por primera vez, una sensación exquisita, acompañada de un temblor suave, cosquillas en todo el cuerpo y sobretodo muchas ganas de gritar y morder. Luego se abrazaron y se besaron profundamente hasta quedar dormidos.
Las visitas se hicieron más frecuentes; varios días de la semana Paola lo esperaba lista para disfrutarse mutuamente.
Por eso la reunión lo atemorizaba: podría ser el fin de sus planes y el inicio de un montón de problemas.
—Te llamamos porque Paola no está pasando un buen momento y creemos saber la razón —el tío tragó saliva—. Nosotros la criamos con valores, le damos lo mejor. ¡Y no permitiremos que pierda el rumbo! —dijo el padre y miró a su mujer, cediéndole la palabra.
Sergio escuchaba y a la vez ensayaba su respuesta: de cuánto la quería, que también buscaba lo mejor para ella... Miró a su hermana.
—Desde hace más de un mes, las notas de Paola bajaron. Pensamos que está perdiendo mucho tiempo en tu casa, distrayéndose con la computadora y los juegos. Yo creo que tendría que ir menos o aprovechar para estudiar ahí, como hacía antes.
Sergio volvió a respirar. Respondió rápido, pero fue muy preciso:
—Bueno, a todos nos ha pasado alguna vez. Les propongo algo: yo hablaré con ella, acordaré que sólo use la compu y los juegos una vez a la semana y sólo si sus notas mejoran. También puedo ayudarla con las materias si tiene dificultades. Ah... y si quiere que venga a casa a estudiar con alguna amiga, así se distrae menos.
—Me alegro que entiendas Sergio —aprobó el padre, levantándose de la mesa—, voy a poner la pava que no te ofrecimos nada.
—Gracias hermanito. Prefiero que esté con vos antes que en la calle. ¡Pasan tantas cosas! Encima los jóvenes de hoy son un desastre —ella giró su rostro y miró hacia la habitación y cuando Sergio también observó la cama, continuó—. Sé que en tus manos Pao estará bien: siempre supiste como cuidarla.
Al ver la cama Sergio saboreó los planes para esa noche: darían un paso más, vivirían la experiencia completa. “Sentirte entrar en mi cuerpo”, decía Pao.
—Paola me cuenta todo, incluso... todo —remarcó su hermana, separando las manos y levantando las cejas.
Sergio sonrió satisfecho y siguió recordando las palabras de su sobrina: “...y me gustaría invitar a una de mis compañeras para que aprenda lo mismo que yo”.
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