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Vacaciones con mis primos VII

Día 17. Lunes.

—Dilan, cariño… —le susurré, acariciándole la mejilla.

De costado, tumbada en la cama frente a mi primo, observé cómo abría los ojos, cruzándose nuestras miradas.

—¿Qué hora es? —me preguntó.

—Temprano.

Nos quedamos unos segundos mirándonos, sin decir nada. Recordé la conversación que tuvimos el día anterior y me invadió una nueva oleada de amor por ese hombrecillo.

—¿Qué te parece si nos levantamos pronto y vamos a la playa?

—¿Tú y yo solos? —me hizo reír.

—¡Qué va! No seas idiota —sonreí, dejándome lisonjear.

—Lástima… —se desperezó.

—¡Venga, arriba! —le animé, activándome yo también.

Exceptuando la jornada de la cala, no habíamos ido a la playa por la mañana ningún día, así que me apeteció cambiar un poco de aires. Para poder coger sitio era preciso ir pronto. Aún así, cuando llegamos ya había bastante gente en la arena. Nos colocamos en un hueco lo suficientemente amplio que había a unos cuantos metros del mar, cerca de una tumbona con sombrilla que estaba momentáneamente sin dueño.

Llevaba un buen rato metida en el agua con mis primos cuando decidí salir, dejando a Siscu y Fer en la orilla, jugando a dejarse empujar por las olas. Dilan se había marchado hacia el fondo del mar y estaba tan lejos que casi ni le veía. Al llegar a la toalla, me fijé en el hombre que ocupaba la tumbona junto a la sombrilla. Debía rondar los 45 años, con pelo y barba canosa, lo que le confería una atractiva madurez. Tenía buen cuerpo.

—Encantado de que me mires —me sonrió, supuse que auscultándome a través de las gafas de sol.

—Disculpa —sentí cómo me ruborizaba—, ha sido un lapsus.

—No tienes de lo que disculparte —no perdió la sonrisa—. ¿Estás de vacaciones?

—Sí —contesté escuetamente, procurando no darle pie a continuar.

—¿Primer día? No te había visto antes.

—Solemos venir por las tardes —sonreí amablemente.

—¡Vaya! Me equivoqué de horario. —Esta vez me sacó una sonrisa sincera.

Comencé a mantener una agradable conversación con el hombre. Era evidente que intentaba ligar conmigo, pero parecía caballeroso y no me importunaba.

—¿Estas toallas son de tus hermanos?

—Primos —le corregí.

—Estaba seguro de que no eran tus hijos.

—¡Claro que no! —reí coquetamente, comenzando a sentirme ligeramente atraída por la cautivadora expresión del apuesto desconocido.

—¿Sabes lo que creo?

—¿El qué?

—Que tus primos son afortunados.

—¿Por? —me hice la tonta.

El hombre no me contestó. Se removió en la tumbona, quedándose sentado frente a mí, con las piernas ligeramente abiertas. Se llevó una mano al bañador y, disimuladamente, separó una de las perneras, dejando a mi elección echar un vistazo a lo que había al fondo.

—Por pasar las vacaciones contigo a solas —respondió finalmente, como si nada.

—No estamos solos —sonreí con malicia—. Estoy casada —le quise frenar definitivamente.

—Y yo —rio, abriendo aún más el hueco del pantalón, casi obligándome a verle los genitales.

—¿Estás intentando enseñarme algo? —le desafié, segura de mí misma.

—Vero, ¿te está molestando este gilipollas? —Dilan apareció al rescate, aunque realmente no necesitaba que nadie me salvara.

—Deja hablar a los mayores, mocoso.

—A que te inflo a hostias, subnormal…

—Niñato… —soltó con desprecio.

Dilan levantó el puño, acercándome a la taquicardia.

—Eh, eh… —intenté disuadirlo, poniéndome delante—, que solo estábamos hablando.

—Ya… —mi primo, malhumorado, no pareció conforme, pero se calmó, sentándose en una de las toallas, a mi lado, entre el desconocido y yo.

El hombre me miró, risueño, y gesticuló como aceptando la situación. Me guiñó un ojo y yo, instintivamente, le sonreí. Ciertamente el cuarentón estaba bastante bueno y la conversación que habíamos tenido había sido agradable. Pero la cosa quedó en eso, uno más de la larga lista de oportunidades para ser infiel que había rechazado.

Cuando mis otros dos primos salieron del agua, el sol empezaba a picar de lo lindo. Decidimos recoger y volver para el apartamento.

—Nosotros nos vamos ya —me despedí del hombre de la tumbona.

—Un placer. Espero volver a verte. Pero la próxima vez sin críos de por medio —volvió a guiñarme un ojo.

—Aún te vas calentito a casa —le amenazó Dilan, comenzando a caminar en dirección a las duchas de la playa.

—Discúlpale —le solté en voz baja—, es que me ha salido un poco rebelde —bromeé con cierta complicidad.

Una vez en el apartamento preparamos una refrescante ensalada de verano y, tras la comida, hicimos la sobremesa en el salón.

—¿Qué ha pasado con el señor ese de la playa? —se interesó Siscu.

—Pues que estaba molestando a la tata —afirmó Dilan.

—¡Eso no es cierto! —me quejé.

—Ah, ¿no? —parecía ofendido—. O sea que el tío te enseña la polla como si nada y a ti no te molesta.

—¿¡Pero qué dices!? —No sabía que mi primo se hubiera percatado de ese detalle.

—¿Te la ha enseñado? —preguntó Fer, que parecía descolocado.

—No. Bueno sí. A ver…

—¿Se la has visto o no? —insistió el peque.

—Me la ha enseñado, pero no he visto nada —confesé, hastiada—, ¿contentos?

Tras unos segundos de silencio, los dos menores se miraron y comenzaron a reír. Su risa era pegadiza y Dilan y yo no pudimos evitar sonreír viendo cómo se descojonaban.

—¡Era tan chica que ni se la has visto! —carcajeó Siscu, haciendo que el veinteañero y yo también acabáramos riendo.

—No es eso… bueno, o sí, porque he mirado y no he visto nada.

A los cuatro nos entró un ataque de risa, que nos duró unos cuantos minutos.

—Pero, a ver, tata, ¿a ti te gustan grandes? —el peque continuó la conversación, una vez calmados.

—Bueno… —pensé la respuesta—. El tamaño no importa. Lo que importa es…

—Claro —me cortó Dilan—, mientras sea grande no importa —me hizo sonreír, pues no le faltaba razón.

—A ver, lo que quiero decir es…

—¿Con cuántos tíos has estado? —me volvió a cortar el veinteañero.

—Pues… trece —respondí sin pudor a la cuestión que días atrás había rechazado contestar.

—Y de esos trece, ¿cuántos tenían una buena polla?

—¡Dilan! —me quejé de la pregunta.

Pensé que la conversación había subido de tono más de lo que debería para estar hablando con unos críos. Y más si esos niños eran mis primos. Pero, por otro lado, me estaba divirtiendo.

Recordé que ya había tenido pequeñas charlas sobre sexo con Siscu y Fer en las que me habían confesado su escaso bagaje sexual. Sin embargo, aunque suponía que Dilan debía tener una dilatada experiencia, no tenía detalles.

—Y tú, ¿con cuántas has estado?

—¡Uf! —resopló—. Supongo que entre cincuenta y sesenta, más o menos.

—¡Hala! —Sus hermanos, haciendo gestos de admiración, se asombraron, sorpresa a la que me sumé.

Estaba convencida de que, con lo guapo que era y la vida que llevaba, mi primo habría follado mucho, pero nunca pensé que tanto en tan poco tiempo. Recordé que hacía tan solo unos pocos años no era más que un mocoso virgen al que trataba como si fuera mi hermano pequeño. Una sensación escalofriante me recorrió el cuerpo, provocándome un incipiente ardor en la entrepierna.

—Oye, tata, podríamos ir a una playa nudista mañana —propuso Siscu, insistiendo en el tema que ya sacó el día de la cala.

—¿Lo dices en serio? —sonreí, sorprendida, pues estaba convencida de que la primera vez lo había dicho de broma.

—¡Claro!

Por un momento lo pensé. Sin duda sería divertido y, por qué no decirlo, incluso podía apetecerme ver a los chicos desnudos. Pero precisamente por eso no me pareció una buena idea. Decidí desviar la atención con cualquier excusa.

—Yo pensaba veros mañana estrenando los bañadores nuevos —sonreí, recordando que estaban tendidos después de haberlos lavado y dándome cuenta al instante de lo estúpida que sonaba la evasiva.

—Podemos ir con ellos hasta la nudista —intervino Dilan, descolocándome.

—¿Tú también? —le miré, asombrada—. Además, vosotros no sabríais comportaros —me dirigí a los dos menores.

—¿Por? —preguntó Fer.

—Poneros de pie —les insté.

El adolescente se ruborizó mientras su hermano pequeño sonreía nerviosamente.

—¡Vamos! —les apremié.

Los chicos me hicieron caso, alzándose torpemente y quedándose ligeramente encorvados, sin poder disimular las empalmadas bajo los pantalones. Dilan rio.

—No podéis estar así en una playa nudista —les aleccioné.

—Es que nos falta práctica —aseguró Fer.

—¿Qué quieres decir? —me intrigó.

—Tenemos que acostumbrarnos a estar desnudos.

Siscu me hizo reír a carcajadas una vez más. ¿Estaba sugiriendo que querían desnudarse delante de mí? Sin duda el pequeñajo era mucho más pillo de lo que me podía imaginar. Aunque estaba claro que no iba a permitirlo, la sola idea de que lo hicieran, quedándome rodeada de los dos menores en pelotas como el día de la piscina pero sin agua de por medio, me hizo mojar ligeramente las braguitas, provocándome un pequeño descontrol.

—Si queréis podéis probaros los bañadores ahora. Así os vais acostumbrando —les insinué que podían hacerlo delante de mí.

No había terminado de decir la frase cuando los dos niños salieron corriendo. Dilan me miró, sonriente.

—¿Yo también? —me preguntó.

—Por supuesto.

Observé al veinteañero marchando con parsimonia en busca de la prenda mientras comenzaba a pensar en lo que estaba permitiendo. Tenía claro que no iba a ser más que un juego, pero nada me impedía disfrutar del festín visual que iba a pegarme. Me relamí, empezando a dibujar en mi mente las vergas de mis primos. Y tenía especialmente ganas de ver una, la única que aún no había contemplado con detalle, la del tímido Fernando.

Los tres hermanos no tardaron en regresar. Se pusieron frente a mí, uno al lado del otro, y se bajaron los pantalones. Los dos pequeños seguían completamente empalmados mientras que Dilan la tenía ligeramente altiva. Yo les observaba, ensimismada, viendo cómo las pollas de mis primos bailaban de un lado a otro a medida que gesticulaban para quitarse una prenda y ponerse otra. Mi nivel de excitación iba en aumento.

Aunque estaba claro que la verga de Fer era más alargada que la de Siscu, me quedé con las ganas de vérsela con mayor detenimiento. Los bruscos movimientos para cambiarse de bañador no me habían permitido cuantificar lo que realmente tenía entre las piernas.

—Los vais a reventar —me quejé, observando los paquetes de mis primos tensionando la tela de los bañadores, que sin duda eran más prietos que los que solían llevar—. Mejor quitároslos.

Sin cortarme ni un pelo, decidida a contemplársela de una vez por todas, me acerqué a Fer, arrodillándome frente a él para asirle la prenda por los costados. Comencé a bajarla hasta que de golpe salió disparado un pedazo de rabo que casi me golpea en el rostro. Me retiré instintivamente, asombrada. Intuía que mi primito la tenía grande, pero no me había percatado del auténtico pollón con el que en esos instantes me estaba apuntando directamente a la cara.

La monstruosa verga debía rondar los 23 centímetros. De entre los rizados y oscuros pelos del pubis emergían un par de gruesas venas que recorrían casi todo el tronco hasta desaparecer cerca de la punta, incomprensiblemente aún cubierta por el prepucio. Me entraron ganas de agarrársela para estirarle la piel y observar el glande, pero me contuve.

Me retiré ligeramente, tremendamente cachonda, y observé a mis otros dos primos que también se habían desnudado. La verga del peque seguía tiesa mientras que la de Dilan estaba completamente flácida. Me invadió una sensación de gratificante satisfacción por lo extraordinariamente bien dotados que estaban los tres niños.

—¡Madre mía, chicos! —les adulé, sonriendo lascivamente.

—¿Te gustan? —me preguntó Siscu.

—Pues claro —sonreí, haciendo que las vergas de los menores respingaran y que la polla de Dilan comenzara a cobrar vida—. No son precisamente pequeñas. Y a las mujeres nos gustan grandes —confesé finalmente, con cierto coqueteo.

Los dos pequeños sonrieron, supuse que satisfechos con mis palabras de alabanza.

—Tú también nos gustas —el peque me hizo reír por enésima vez.

—¿Sí? —me hice la ingenua—. ¿A todos?

—A mí sí —cercioró Siscu moviendo la cabeza afirmativamente.

—Uhm… supongo que entonces habrá caído alguna pajilla pensando en mí… —solté sin cortarme ni un pelo, recordando el día que me duché delante de él, dejándolo en el cuarto de baño con una erección de aúpa.

—Varias —me hizo reír a carcajadas.

—¿Y tú? —le pregunté a Fer.

El chico se puso rojo como un tomate y movió la cabeza ligeramente.

—¿Eso es que sí?

—Sí… —balbuceó.

—Vaya… —reaccioné, más que satisfecha, girando el rostro hacia Dilan.

—¿Sinceramente? No.

Lo cierto es que me cortó un poco el rollo. Me había encantado saber que era la inspiración onanista de mis primos menores y no me hubiera importado serlo del pequeño hombrecillo al que antaño había considerado como mi hermano. Me sentí ligeramente decepcionada.

—¿Y tú te has masturbado alguna vez pensando en alguno de nosotros? —me soltó el veinteañero, con todo el descaro.

Sí, me había tocado pensando en Dilan y él lo sabía, pero no podía confesarlo. Eso no.

—Yo no hago esas cosas. Soy una señorita —mentí jocosamente, provocando los abucheos de mis primos.

Se nos hizo de noche entre bromas picantes y conversaciones íntimas en la que los chicos, siempre desnudos, se llevaron alguna que otra anécdota sexual por mi parte. Me gustaba observar cómo la verga del mayor de edad iba creciendo y menguando según las circunstancias. Siscu y Fer no perdieron la erección en ningún momento.

Disfruté muchísimo de la morbosa situación y, aunque lo sucedido no era inconfesable, decidí que era mejor que a partir de ese momento Alejandro no se enterara de nada de lo que ocurría en el apartamento durante su ausencia. Esa noche no dejé que ninguno de mis primos durmiera conmigo, pues empezaba a temer que acabara pasando algo de lo que realmente debiera arrepentirme.

Día 18. Martes.

—¿Qué hacéis levantados? —me sorprendí al salir al salón y encontrarme con mis tres primos despiertos.

—Vamos a la nudista, ¿no? —soltó Dilan, dejándome a cuadros.

—No habíamos quedado en nada —cercioré.

—Bueno, pues lo decidimos ahora —insistió.

—Además, que no. Que no puede ser —me cerré en banda.

La tarde anterior ya había llegado a la conclusión de que era mejor evitar pasar un día en la playa todos desnudos, pero mis primos insistieron.

—Primero —argumenté—, no tengo ni idea de dónde hay una playa nudista. Y segundo, no podemos ir y que vosotros dos os empalméis —le recriminé a los dos menores.

—Podríamos ir a la cala que fuimos con Alejandro —soltó Fer—. Hoy es martes, supongo que habrá menos gente que el fin de semana.

—Cierto. Seguramente no haya nadie —añadió Dilan—, con lo que podremos desnudarnos. Y si viene alguien pues nos vestimos y ya está.

Mis primos me estaban haciendo el lío. Por suerte no teníamos vehículo propio con lo que su propuesta tampoco era viable.

—Lo siento, chicos, pero me temo que sin coche eso es imposible —sonreí, satisfecha.

—Eso lo resuelvo yo —soltó el veinteañero antes de salir pitando, sin opción a que pudiera replicarle.

Dilan no tardó en regresar y lo hizo conduciendo un Ford Focus de color azul. ¿De dónde lo habría sacado? Lo cierto es que, debido a las insistencias, empezaba a saberme mal no darles el capricho. Pensé que seguramente habría alguien en la cala y me aferré a esa idea para no acabar desnuda junto a mis primos pequeños tal y como mi tía los habían traído a este mundo, es decir, en pelota picada.

—Está bien —acepté finalmente—, pero conduzco yo —hice valer mi condición de adulta y responsable de los críos.

Tras cargar el coche con todo lo necesario para pasar el día en la playa, me senté en el asiento del conductor. Extrañamente mi primo había dejado el motor encendido, pero en seguida averigüé el motivo. No había llave. ¡El pequeño delincuente lo había robado haciéndole el puente! Instantáneamente me invadió una sensación de rechazo, pero rápidamente se transformó en un agradable gusanillo en el estómago, provocado por la adrenalina de saber que, sin querer, estaba siendo cómplice de un delito. Me temblaban hasta las manos.

—Mejor llévalo tú —le ofrecí a Dilan de mala gana, no queriendo descubrirlo ante sus hermanos.

El muy cabrito me respondió con una sonrisa burlesca. Sin duda no era la primera vez que hacía algo parecido.

—No te preocupes —me susurró en secreto al pasar a mi lado, sin dejar de sonreír—, que cuando volvamos lo devuelvo.

No serenó mi irremediable mal estar. Sin embargo, me sentí tranquila al percibir la seguridad con la que actuaba el macarra. Empezaba a descubrir una parte del nuevo Dilan que extrañamente me gustaba y no quería que se perdiera. La mezcla de bondad del pasado y de chulería del presente era explosiva. Atrás había quedado su inocencia y lo cierto es que ya no la echaba de menos.

Recorrimos el trayecto en coche, atravesamos el sendero de la arboleda y descendimos el terraplén para llegar a la cala. Al descubrir que estábamos completamente solos me invadió una sensación de zozobra. Había aceptado llegar hasta ahí con lo que ahora ya no podía dar marcha atrás. Tuve que asumir lo que iba a pasar. Siscu y Fer corrieron para escoger sitio y comenzar a desnudarse.

—¡Chicos, acordaros de poneros crema en vuestras cositas! —grité, observando el contraste de la piel morena de los críos con el color blanquecino que predominaba en sus entrepiernas.

Los dos pequeños me hicieron caso mientras su hermano y yo caminábamos por la caliente arena en dirección al lugar en el que habían depositado las toallas.

—¡¿Cómo se te ocurre robar un coche?! —me quejé, ahora dirigiéndome a Dilan, aprovechando que los otros no nos escuchaban.

—¿A qué no sabes de quién es? —¡Y qué importaba eso!, pensé, exasperándome—. De mi amiguita —confesó con un gesto malicioso, sorprendiéndome y provocándome una estúpida sonrisa que, muy a mi pesar, no pude evitar.

—Se lo merece —concluí.

Los dos menores, con las vergas brincando en estado morcillón, ya reían y jugaban, bromeando sobre su desnudez, cuando Dilan y yo llegamos junto a las toallas. El veinteañero comenzó a desvestirse.

—Es una suerte que estemos solos —inició una nueva conversación.

—Anda, no te olvides de ponerte crema —le ignoré, acercándole el frasco.

—¿Por qué no me ayudas a ponérmela? —me propuso, sonriente, rechazando el pote que le extendía.

Eché un rápido vistazo al sexo de mi primo, que estaba en completo reposo. Recordé brevemente la noche que se lo toqué y un pequeño impulso me empujó a hacerle caso. De todas formas, ya tenía asumido que ciertos roces iban a ser ineludibles. Giré el rostro rápidamente y, depositando un poco de crema sobre los dedos de mi mano, mientras controlaba con la vista a sus dos hermanos, unté el protector solar sobre el pubis masculino. Sin decir nada, bajé la mano, extendiendo la crema a lo largo de la polla de Dilan, acariciándosela.

Era un tacto más que placentero. Noté el ligero alzamiento del carnoso miembro al mismo tiempo que escuchaba el incremento de la intensidad en la respiración de mi primo. Observé a los dos pequeños dirigiéndose hacia nosotros y solté rápidamente la verga.

—Termina de ponértela tú —le insté, echándole un nuevo vistazo para comprobar que se le había empinado levemente.

—Tata, ¿tú no te desnudas?

—Claro —sonreí, con unas inusitadas ganas de dejarlos patidifusos.

Al sentir cómo todas las miradas se clavaban en mí, me invadió una tremenda e inesperada sensación de regocijo. Empecé a desnudarme. Me deshice de la camiseta, mostrando la parte de arriba del bikini de color negro especialmente escogido para tal ocasión. Me quité el pareo, descubriendo la parte de abajo a juego, en forma de tanga, dejando a la vista gran parte de mis nalgas.

Eché una ojeada a mis primos, que me admiraban absortos, sin decir ni mu. Comprobé que ya había alzado las vergas de Siscu y Fer, mientras que la de Dilan seguía a media asta.

—¿Me ayudas con esto? —me dirigí al quinceañero, el único del que me fiaba, dándome la vuelta para permitir que me desabrochara la parte de arriba como excusa para ofrecerles un primer vistazo de mi culo.

Oí los cuchicheos de los chicos mientras, de reojo, observaba a mi primo, tímido como siempre, dando un paso inseguro al frente. Sin hablar y con el rostro pintado de rojo, se acercó hacia mí. Antes de que sus temblorosas manos alcanzaran mi bikini, hubo otra parte de su cuerpo que llegó antes. Su pollón me golpeó en una de las nalgas.

—¡Fer! —me quejé, risueña.

—Lo siento…

—Controla esa cosa tan larga, machote… —le reprendí jocosamente, pues tenía claro que había sido sin querer.

El adolescente tiró del cierre del bikini, haciendo que se deslizara por mi cuerpo hasta caer en la arena. Me giré, quedándome nuevamente frente a los chicos para mostrarles la ostentosa libertad de mis tetas.

—¿Puedo quitarte yo la parte de abajo? —soltó Siscu con voz de pena, haciéndome reír a carcajadas, lo que provocó que mis senos bailaran ante la atenta mirada de mis primos, que no me quitaban ojo.

Tras rechazar la propuesta del peque, con sumo cuidado de no enseñar más de lo debido, me deshice de la única prenda que me quedaba, agachándome con el culo en pompa para bajar el tanga hasta mis tobillos. Si alguien hubiera estado a mi espalda habría disfrutado del espectáculo, un bonito primer plano de mi coño ligeramente humedecido.

—Si quieres, puedo ponerte crema ahí —me sorprendió Fer, con el rostro incendiado mirando en dirección a mi bajo vientre.

 —Gracias, mejor me la pongo yo misma —le sonreí con dulzura.

Ya estábamos los cuatro desnudos. La mañana transcurrió llena de miradas indiscretas, divertidas insinuaciones y alguna que otra metida de mano durante el rato que estuvimos en el agua. Yo disfrutaba tanto de la visión de mis jóvenes primos como de los intencionados roces que nos regalábamos mutuamente. Pero lo que más me sorprendió fue el descubrimiento de que me gustaba mucho más de lo que me hubiera imaginado el sentirme observada.

Durante la comida nos sentamos formando un círculo alrededor de los tuppers que habíamos preparado antes de salir. Yo, imitando la postura de una sirena, sentada medio de lado con las piernas ligeramente estiradas y completamente selladas para no mostrar más de lo debido, ya comenzaba a estar acostumbrada al paisaje y no me incomodaba comer mientras observaba las vergas de mis primos.

La de Dilan estaba reposada sobre uno de sus muslos y, de vez en cuando, según cómo se moviera, el piercing reflejaba los rayos del sol, deslumbrándome. El pollón de Fer, que estaba en frente mío, se encontraba en estado morcillón, pero de vez en cuando ganaba cierto volumen, coincidiendo con las miradas lujuriosas que me pegaba disimuladamente. El peque seguía empalmado y, con las piernas completamente abiertas, tenía los enormes testículos incrustados en el ardiente suelo. Me sorprendía que no se quemara y reí para mis adentros pensando que tal vez debía tener los huevos más calientes que la propia arena.

Incómoda por la postura, me removí, fijándome en el pequeño respingo que dio la verga del quinceañero. Me di cuenta de que el motivo había sido el mínimo instante en el que había separado ligeramente las piernas. Pensé que era imposible que el chico hubiera vista nada e intuí que le podía la imaginación calenturienta. Traviesa, volví a moverme, repitiendo el gesto, con idéntico resultado. La enorme polla de Fer volvió a tambalearse. Sonreí, cambiando de posición. Me coloqué recta frente a mi tímido primo, que contemplaba mis maniobras con expectación. Seguía sentada con las piernas completamente cerradas, pero ahora las tenía recogidas con las rodillas más o menos a la altura de mis pechos.

Disimuladamente, muy poco a poco, comencé a separar los pies. La verga del niño crecía al mismo tiempo que mis muslos se distanciaban. Pasados unos largos segundos, comencé a sentir la ligera brisa refrescándome los labios vaginales, señal de que mi lubricada raja debía estar a la vista de mi primo, que ya tenía el pollón a punto de reventar. Junté las rodillas de golpe, impidiéndole la visión y contemplando el susto impregnado en el rostro de Fernando. Me lo estaba pasando pipa.

Por la tarde decidí quedarme tomando el sol mientras los chicos se daban un baño. Fue en ese momento, tumbada de espaldas, cuando empecé a darle vueltas a todo lo que estaba sucediendo. Era consciente de que mi comportamiento no era el más adecuado, pero el constante hormigueo que tenía en el estómago me decía todo lo contrario. Estaba volviendo a experimentar sensaciones vividas en mis primeros años de pubertad, cuando comenzaba a descubrir el sexo.

Me di la vuelta, colocándome boca abajo, mientras mi cabeza seguía echando humo. Me puse en la piel de mis primos y, haciendo mías las palabras de Alejandro, pensé que no se habían visto nunca en una así, al menos los dos menores de edad. No creía que para ellos nada de lo que se llevaran ese verano fuera algo precisamente malo, más bien lo contrario. Esa idea me reconfortaba. Yo me divertía y ellos disfrutaban de la mejor experiencia de sus vidas.

Envuelta en mis pensamientos, no me di cuenta de que los chicos habían regresado y, sentados en sus toallas, contemplaban mi desnudez.

—¿Estaba buena el agua? —pregunté, girando el rostro para echar una mirada hacia atrás, donde estaban mis primos.

—No tanto como tú —me piropeó Siscu, provocándome una sincera sonrisa.

—Tonto…

—Ha sido un día fabuloso —afirmó Fer.

—Pero si aún no ha acabado… —me sorprendí a mí misma con la contestación.

Se hizo el silencio. Volví a girar el rostro, recuperando la posición natural. Aunque no los veía, sentía las miradas de los niños clavándose en mi culo. Momentáneamente me corté, pues hasta ese instante no habían tenido una visión tan directa de mi anatomía femenina. Pero a los pocos segundos comencé a sentir un subidón de autoestima, provocado por la sensación de sentirme tan deseada.

Comencé a jugar con los pies, enterrándolos en la arena antes de doblar las rodillas, alzándolos. Subrepticiamente, separé un poco las piernas, dejando que los pequeños comenzaran a intuir lo que había entre medio. Las abrí aún más, sin pasarme de guarra, pero lo suficiente como para que pudieran verme el coño, que ya babeaba. Las supuestas aviesas miradas de mis primos me ponían a mil.

Estuve un rato en esa postura, sin dejar de jugar con los pies en el aire para disimular, cuando un curioso sonido rompió el silencio que acompañaba al sonoro mar de fondo. Me concentré en el ruido, comenzando a intuir que probablemente uno de mis primos se la estaba cascando. Me giré al instante.

—¡Siscu! —me quejé al ver al peque haciéndose una paja.

Me alcé rápidamente, confusa y ligeramente molesta.

—Ya te vale. ¡Nos vamos! —me enfadé.

Antes de recoger las cosas para vestirme observé que mis otros dos primos estaban empalmados. Lo de Fer era normal, pero me halagó saber que a Dilan le había gustado el bonito espectáculo que les había regalado.

—¡Venga! —les apremié.

—Vero, ahora no te vayas a hacer la mártir —me replicó el veinteañero, levantándose con desgana.

Le iba a contestar, pero no tuve cuerpo. Lo cierto es que tenía razón. Yo les había provocado y eso había hecho que el peque comenzara a masturbarse. Aún así, debía mantener las formas. Por lo tanto, continué haciéndome la ofendida, pues para ellos debía aparentar ser toda una dama. Reí con esa idea. La verdad es que estaba siendo más bien un poco puta.

Una vez en el apartamento, por la noche, antes de meterme en la ducha, volví a mandar a cada uno de mis primos a sus respectivas camas, pues pensaba volver a dormir sola. Sin embargo, al salir del cuarto de baño de la habitación de matrimonio, me encontré al peque acostado en el lugar de Alejandro.

—¿Se puede saber qué haces? —le recriminé.

—No puedo dormir…

—¿Y qué quieres que yo haga? Anda, vete a la otra habitación.

El chico, que estaba de costado, mirándome, se movió, colocándose boca arriba.

—¡Madre mía, peque!

Aunque le había visto desnudo durante todo el día, me sorprendió comprobar la erección que se apreciaba claramente bajo la fina sábana. ¿No se le había bajado en ningún momento? ¿Cuántas horas seguidas llevaría empalmado? Empecé a preocuparme ligeramente.

—¿Puedo quedarme? —insistió.

Pensé en pedirle que fuera a aliviarse, pero sospeché que si no lo había hecho ya es porque no quería. Me acosté en la cama, a su lado.

—Si me prometes cerrar los ojos e intentar relajarte. Ya verás cómo se te pasa…

—Vale.

Apagué la luz, girándome para quedarme de costado, dándole la espalda.

—Tata…

—¿Qué?

—No me relajo.

—Es pronto. No pienses en nada. Deja la mente en blanco. Ya verás… —fui bajando el tono de voz poco a poco.

—Tata…

No contesté. Y, tras aproximadamente cinco minutos de silencio, pensé que Siscu por fin se habría calmado.

—Tata…

Me estaba poniendo de los nervios. Seguí sin contestar.

—Vero…

—Peque, duérmete —reaccioné imperativamente.

—No puedo dormir…

—¡Ay, dios!

Hastiada, encendí la luz, me giré hacia mi primo y retiré la sábana que le cubría. Agarré el pantalón de deporte por la cintura y tiré de él, descubriendo el erecto falo del niño. Solté la prenda e, impulsada por su cansina actitud, rodeé el tronco de la verga con la mano, comenzando a cascársela para aliviarlo definitivamente. ¡Pero qué gorda la tenía! Casi no podía abarcarla completamente. Los ojos de mi primo se pusieron en blanco.

Seguramente, de haberlo pensado durante un instante, no lo habría hecho. Pero ya no había marcha atrás. Había conseguido desquiciarme y lo único que quería es que el peque se callara y se durmiera. La polla de Siscu estaba tan dura como la primera vez que se la toqué en la ducha. La diferencia es que esta vez pude recrearme en el tacto, aunque no tanto como me hubiera gustado. En tan solo unos segundos, el niño comenzó a temblar.

—Chis… tranquilo —le calmé, dejando de tocarle el cipote, que respingaba descontroladamente mientras le masajeaba con delicadeza los desproporcionados testículos.

Pero el inexperto muchacho no aguantó más. No pudo controlar el placer que le había provocado y comenzó a eyacular sobre su propio cuerpo. Me quedé absorta viendo cómo el pequeñín se corría, soltando cantidades ingentes de semen, acordes al tamaño de sus enormes pelotas. Cuando mi primo empezó a recuperar la acompasada respiración, me alcé de la cama, retirándome hacia el cuarto de baño.

Volví con una caja de toallitas húmedas. Me senté junto al peque y comencé a limpiarle. La mayoría del acuoso esperma se había acumulado en su bajo vientre, así que con una mano retiré la verga, ya ligeramente menguada, colocándola hacia su lado natural, y con la otra aseé toda la zona.

—¿Ya estás más relajado?

—Sí. Gracias, tata.

—Esto ha sido solo para que pudieras dormir. ¿Está claro? —Siscu afirmó con la cabeza.

Pero ahora la que no podía dormir era yo. Diez minutos después me encontraba acostada junto a mi primo, con los ojos abiertos de par en par en la oscuridad de la noche veraniega.

—Peque…

Pero el niño ya dormía.

2 comentarios - Vacaciones con mis primos VII

rom123lopz
Tremendo relato! Hacía mucho no leía algo tan bien descrito, gracias por compartir!