Cuando anuncias que eres una pareja que busca un chico para un trío no es necesario esperar mucho para que aparezcan candidatos. Contactamos con algunos, que por un motivo u otro fuimos desechando. Con sus recién cumplidos 32 años, Leo era casado y ya tenía dos hijas. Músculos marcados, pero no exagerados y complexión similar a la mía. Él si tenía experiencia en trios, incluso con cierto toque bisex. A la lógica pregunta de si su mujer no participaba en estos temas, él aseguraba que alguna vez se lo había planteado, pero ella no estaba por la labor, así que se buscaba la vida fuera de casa.
Chateamos varias veces antes de decidirnos, comentamos nuestras fantasías, experiencias y lo que esperábamos del encuentro e intercambiábamos fotos, algunas subidas de tono. Finalmente nos vimos a través de la Webcams, donde por primera vez vimos sus “argumentos”, y le mostramos los nuestros. Visto lo visto, no dudamos y nos decidimos. Teníamos cierta experiencia en trios con chica (relato mi mujer y su hermana), pero con una chico era nuestra primera vez, y aunque en mi mente ver a Elena follada por otro hombre me (nos) excitaba muchísimo, era inevitable cierto nerviosismo.
Llegó el momento de encontrarnos un viernes por la tarde, en un bar cercano a nuestra casa, con las ideas claras de echar un polvo y una vez terminado “hasta luego, cocodrilo”. Según como fuera éste, ya repetiríamos en otro momento… o no. Llegamos cinco minutos antes y solo un par de minutos después llegó él. Nos presentamos y se sentó a nuestra mesa. Hablamos durante unos minutos entre risas nerviosas mientras nos tomamos una copa de vino. Elena y yo habíamos quedado en hacernos una señal en caso de que decidiéramos seguir adelante en aquel momento (tres golpecitos con el dedo en la pierna) o nada y despedirnos tal cual habíamos aparecido. Cuando los temas banales de turno (el tiempo, el trabajo, etc.) se habían agotado, miré a Elena a ver que decidíamos. Ella golpeó con su dedo las tres veces convenidas y yo hice la misma señal, así que le invitamos a ir a nuestro piso y él, como no, aceptó.
Mientra nos dirigíamos a nuestro piso en mi cabeza se sucedían imágenes de cómo resultaría aquello, intentando averiguar si a pesar de lo bien que se vive en la fantasía, el que un tio se follara a Elena me iba a resultar aceptable en la realidad. Pero el haberme tirado a la hermana de Elena, casi me obligaba a aceptarlo.
Apenas decíamos alguna tontería por el camino, pero así poco a poco fuimos calmando los nervios, con la inestimable ayuda también de la copita de vino que tan bien nos sentó. Entramos en el ascensor junto con una vecina (supongo, porque no la había visto anteriormente). La señora delante, de cara a la puerta, pues se bajaría antes que nosotros, y nosotros detrás, con Elena escoltada a los lados por nosotros. El silencio dentro del ascensor solo lo rompía su ruidoso motor. Me pareció el momento ideal para ir poniéndonos a tono, así que comencé a acariciar disimuladamente el culo de Elena sobre su faldita. Leo miró y me sonrió con cara de complicidad. Con un gesto le invité a acompañarme en la travesura, y puso su mano también sobre las nalgas de mi mujer, que intentaba disimular mordiéndose los labios y sin moverse ni un ápice. Bajé mi mano y fui subiéndola bajo su falda por el interior de su muslo. Leo me siguió. Elena nos facilitó la tarea abriendo ligeramente las piernas y con sus manos hacia atrás buscaba nuestros paquetes. Pude llegar a acariciar su rajita sobre el minúsculo tanga que llevaba puesto y con suavidad metí lentamente un dedo en su coño. Noté los dedos de Leo buscando lo mismo. Ella se inclinaba cada vez más hacia delante para facilitarnos la tarea y que llegásemos lo más adentro posible.
Cuando llegamos al destino de la señora retiramos nuestros dedos del chochito de Elena y con un educado “buenas tardes” la despedimos mientras ella salía del ascensor. Nada más cerrarse las puertas de nuevo, Elena se giró hacia nosotros. Su sujetador era incapaz de disimular sus endurecidos pezones, y con los ojos empapados en excitación nos dijo “que cabrones sois”. Magreando mi abultado paquete me besó unos segundos, repitiendo la misma acción con Leo un instante después.
Nos faltó poco para ponernos a follar allí mismo, pero resistimos hasta llegar a nuestro piso. Una vez allí, Elena se disculpó y fue al dormitorio mientras nosotros la esperábamos charlando y tomando otra copa de vino para terminar de desinhibirnos (como si fuera necesario ya!). El me confesó que lo del ascensor le puso muy caliente y deseando tirársela y yo que me moría de ganas de ver como se la follaba.
En nuestras conversaciones previas, el tema bisex lo habíamos tocado muy de pasada y aunque el motivo principal del encuentro era lógicamente tener a Elena follada por los dos, no descartamos cierto acercamiento entre él y yo, con la aprobación de ella, por supuesto. Leo, según contó, nunca había pasado de pajear o mamar y ni había sido penetrado por un hombre nunca ni él lo había hecho. Ni siquiera había besado a otro, tan solo se sentía atraído por las pollas, por lo que coincidíamos mucho en cuanto a mi incipiente curiosidad bisex, pero yo ni siquiera había tenido sus experiencias. Nunca había tenido contacto sexual con otro hombre y lo cierto es que en ese momento ni me imaginaba que en unos minutos iba a ser sodomizado casi con violencia ante mi esposa.
Mientras hablábamos, su paquete se notaba a punto de reventar, y Leo se percató de mis furtivas miradas hacia él. Se lo acarició y me preguntó y quería tocarlo. Me acerqué a él y sobé el enorme bulto que escondían sus pantalones. Me sentí raro, pero muy muy caliente. Elena no llegaba y la tentación por sacarle la polla y tocársela era cada vez mayor. Puso su mano sobre la mía y dirigió la forma en la que quería que le sobara su paquete para, a continuación, hacer lo propio con el mío.
Por fin salió Elena. Se había puesto un picardías que yo ya no recordaba que tenía. Marcaba su bonita figura, dejando la mitad de sus nalgas a la vista y la otra mitad a la imaginación, y apenas cubría sus pechos, así que sus pezones se dibujaban con total claridad a través de la finísima tela blanca. Dando una vuelta sobre si misma ante nosotros nos pidió la aprobación de su idea. Leo y yo, aún con nuestras manos sobre el paquete del otro, casi babeamos ante aquella imagen tan hermosa como erótica. Elena no hizo ningún comentario o gesto al ver que nos metíamos mano sin estar ella presente. Directamente se sentó sobre Leo y se fundió en un húmedo beso con él, que además de comerle la boca a mi mujer, comenzó a sobar sus tetas. Siempre me resultó llamativo como aquella mujer recatada, tímida y muy pudorosa en su vida diaria se convertía en una zorra de lo más cachonda en cuanto se excitaba. Elena, mientras las manos de nuestro invitado le apretaban con fuerza sus pechos, me prohibió tocarme o desnudarme. “Quiero que de momento solo mires” me dijo. Ella bajó las tiras del picardías y sujetando sus pechos con sus manos invitó a Leo a chuparlas, quien aceptó gustoso la invitación y se lanzó a chuparlas y a pellizcar sus pezones con poca delicadeza, cosa que a Elena le encanta.
Me dolía la polla de la excitación, así que no pude más. Desabroché y bajé mi pantalón y mi polla saltó casi como un resorte, totalmente tiesa, y me hice una paja viendo a mi esposa sobada por él. Elena fue la primera en alargar su mano para acariciármela mientras Leo seguía disfrutando de los duros pezones de mi mujer, mordisqueando, chupando, lamiendo y apretándolos. Elena se centró de nuevo en Leo, desabrochó su camisa y fue escurriéndose por su cuerpo totalmente depilado. Sus labios y su lengua recorrían todo su pecho mientras le desabrochaba y bajaba ligeramente el pantalón. Bajo el slip que llevaba puesto, la verga de Leo se marcaba tiesa, larga y dura. Elena me miró mientras su mano la recorría entera sobre la ropa interior. Enseguida metió su mano por dentro para agarrar aquella polla que pedía a gritos una mamada de mi mujer. Por fin la sacó. La acariciaba y la observaba casi con fascinación hasta que poco a poco acercó su boca hacia ella. Primero con su lengua la recorrió desde los huevos hasta la punta varias veces y la besaba lentamente y con dulzura. Leo se derretía desesperado por recibir toda su boca. Ella no le defraudó. Abrió su boca y puso el hinchado glande de Leo entre sus labios, girando su cabeza a un lado y otro para saborearlo, y seguidamente la metió entera, haciéndole una mamada que arrancó largos suspiros de placer de nuestro invitado.
El disfrutaba de la boca de mi mujer en su polla resoplando y echando su cabeza hacia atrás, sujetando la de Elena por le pelo para que no dejara de chupar. Yo seguía pajeándome sin querer perderme ni un segundo de la mamada que mi mujer le hacía. Leo alargó su mano hacia mi, acarició mi cuerpo y bajó su mano hasta mi polla, que tocó lentamente primero, y con más rapidez a medida que Elena aceleraba también su recorrido a lo largo de la verga de Leo. No se que me excitaba más, si la paja que él me hacía o verla a ella con esa polla en la boca.
Elena dejó de chupar y ordenó a nuestro invitado que se desnudara del todo. Mientras él lo hacía, Elena se acercó a mi y me besó. Sus labios y su boca empapados tenían el sabor de la polla de Leo. Me ayudó a desnudarme mientras nos besamos y me tocó esta vez a mi recibir su mamada. Y era también mi turno para acariciar la polla de Leo, sentado ya desnudo junto a nosotros. Alargué mi mano hasta su muslo y fui acercándola hacia sus huevos. Mojada por mi mujer, su polla estaba muy caliente. Nunca había tenido la polla de otro hombre en mi mano, y lejos de resultarme extraño, estaba a mil masturbándole con Elena de testigo, que de vez en cuando dejaba de chupar para observarme como hacía esa paja.
Sujeté la cabeza de Elena para que parara de chupármela y no correrme aún. Ella acercó sus tetas a mi polla y mojó sus pezones con algunas gotas de semen que se escaparon al límite del orgasmo, y las acercó luego a mi boca para que las lamiera, como solía hacer cuando follábamos.
Elena tomó la mano de Leo, se recostó en el sofá de al lado y le dijo: “Fóllame. Quiero correrme contigo”. Se desnudó y Leo, de rodillas en el suelo, se lanzó a lamer y chupar su coño. Metía primero uno, luego otro y hasta tres dedos en el chochito sin dejar de lamer y morder su hinchado clítoris. Ella se retorcía de gusto, gemía, jadeaba, le pedía más, se abría de piernas al máximo y apretaba sus pezones. Yo, controlando la paja que me hacía para no correrme, me moría por participar, pero ella no me dejaba. Quería que solo mirara como se la follaba. Leo estaba haciéndola disfrutar muchísimo, y verla así me hacía disfrutar a mi también. Los dedos de Leo entraban y salían del coño y el culo de Elena y su lengua lo lamía todo, hasta que subió y sorprendió a Elena clavándole de golpe su polla hasta el fondo. Ella lanzó un grito de placer, con los ojos más abiertos que nunca y él empujaba hasta el fondo con dureza y agarrado fuertemente a sus tetas. Con cada embestida, Elena ponía los ojos en blanco y lanzaba gemidos. “dame polla!” repetía una y otra vez mientras aquel enorme rabo la llenaba. Yo ya había dejado de tocarme, pues cualquier roce haría que me corriera irremediablemente. Clavó sus uñas en los brazos de Leo y comenzó a retorcerse gritando “me corro”. Su corrida duró una eternidad y quedó sudorosa y desencajada de placer mientras Leo seguía follándola a pesar de que ella ya había terminado, y hacía que con sus embestidas a Elena se le cortara la respiración. La sacó de golpe y diciéndole “traga, puta” la llevó hasta la boca de ella para enseguida inundársela de leche. Elena no daba abasto para tragar los chorros que salían de aquella polla, y se rebosaba por todas partes. Cuando terminó de darle leche a mi mujer se abrazó a ella y se besaron.
Después de unos segundos, Elena se dirigió a mi, viendo que aún no me había corrido. Me hizo sitio entre los dos y me hizo un paja mientras me contaba lo bien que se lo había pasado follando con Leo delante de mi. El primer chorro de mi corrida salpicó hasta mi cara y luego Elena los dirigió hacia sus tetas, que una vez cubiertas de mi semen puso en mi boca para que las chupara de nuevo.
Leo nos dejó solos para ir al servicio, y ella y yo nos abrazamos y besamos. Aquella primera experiencia había superado nuestras expectativas, pero aún quedaba más, mucho más.
Tras asearnos y refrescarnos los tres, con total naturalidad nos fuimos al dormitorio y nos quedamos desnudos hablando. El nos contó algunas anécdotas de sus experiencias. Mientras hablábamos, Elena y yo nos acariciábamos y de vez en cuando ella alargaba su brazo para acariciarlo también a él. Comenzamos a bromear sobre quién le daría por el culo a ella primero. La sodomización no era precisamente la práctica favorita de Elena. Decía que mi polla era demasiado gorda y a pesar de lubricarla bien, realmente le hacía daño las muy pocas veces que lo hicimos. Yo había descartado esa opción en este trio, pero entre bromas y porque, como ya habréis advertido, a ella le encanta tener el mando en la cama, Elena planteó un “acuerdo”:
- “Yo dejo que me enculen los dos” – nos propuso – “pero con la condición de que antes deben hacer entre ustedes todo lo que yo les diga”. Leo y yo nos miramos intrigados por aquella propuesta. ¿En qué estará pensando?.
- “Antes,” - dijo él – “tengo que probar la mercancía”.
Entre risas por la ocurrencia, Elena se colocó boca abajo entre los dos y él comenzó a acariciar y apretar su culo. Separó sus nalgas, lamió unos segundos su ano y sentenció: “Por follarme este culo hago lo que sea”. “Estoy de acuerdo” apuntillé yo. Eso si, ni me imaginaba lo que tenía en mente la putita de mi mujer.
Seguimos acariciando y besando todo su cuerpo desde su cuello a sus tobillos con ella boca abajo. Conseguimos en poco tiempo que a ella se le volviera a humedecer su coño, y nosotros estábamos ya empalmados y listos para darle todo el placer que ella merecía.
Entonces llegó su propuesta. Se dio la vuelta, cogió nuestras pollas con sus manos y masturbándonos muy despacio nos ordenó: “besaros”. Dudé unos segundos mirando a Leo, así que él se inclinó hacia a mi, besó mi cuello y poco a poco fue subiendo hasta que puso sus labios sobre los míos. Si esto es todo lo que pide por dejarnos encularla, vale la pena, pensaba yo. Iluso de mi!.
Elena se apartó y se sentó apoyada en la cabecera de la cama, abierta de piernas y tocándose. “Quiero verlos follar” nos dijo. Quedamos Leo y yo de rodillas, besándonos y pajeándonos mutuamente. Era una sensación extraña, pero excitante. Leo puso su mano sobre mi cabeza y empujó ligeramente para que yo fuera bajando por su cuerpo con mi boca hasta quedar a cuatro patas frente a su polla. “Si nunca te has comido una polla, ahora es el momento” me dijo. Miré a Elena que seguía con atención nuestra actuación sin dejar de tocarse, y seguidamente me metí su polla enla boca. Su capullo se sentía en mi lengua suave y caliente. Con cierta torpeza por la inexperiencia comencé a mamársela, pero sus indicaciones me iban dirigiendo y poco a poco fui arrancando de él gemidos de gusto.
Estaba tan concentrado en chupársela bien y al mismo tiempo disfrutando de ello que no me di cuenta que Elena se había colocado detrás de mi, y mientras palmeaba mi culo le dijo a Leo: “Si quieres darme por el culo tendrás que romperle el suyo antes”. Con mi polla colgando, ella me ordeñaba mientras lubricaba mi culo con su lengua, introduciendo el dedo para abrirlo y preparándome para lo que se me venía encima (o dentro, mejor dicho). Leo se movía follándome por la boca y Elena me rociaba con vaselina. Yo no estaba muy seguro de aquello.
Cambiaron sus lugares y una vez Leo se puso un condón, se colocó tras de mi. Elena abierta delante de mi me empujó la cabeza para que le comiera el coño. Sentí las fuertes manos de Leo sujetando mis nalgas y las abrió. Yo estaba tenso. Elena ya había utilizado un arnés conmigo y me había penetrado con el consolador varias veces, pero el tamaño del artilugio no tenía nada que ver con el de la polla de nuestro semental. En ese momento no sabía si realmente quería ser follado, pero no me dio tiempo de arrepentirme. “espera”, intenté decir, pero enseguida noté un dolor como si realmente mi culo se rompiera. Estaba empezando a penetrarme. Su glande entró sin mucha resistencia y mi culo se abría al máximo al paso de su verga. No tuvo piedad de mi. Sin apenas pausa empujó toda aquella polla adentro, abriéndome y haciendo más intenso aún el dolor. Instintivamente intenté hacerme hacia delante, huyendo de aquella verga que se me hacía inmensa e interminable en ese momento, pero me era imposible porque Elena me sujetaba por el pelo, apretando mi cara contra su coño y Leo me sujetaba con fuerza tirando de mi hacia él. Elena tiró de mi pelo levantando mi cabeza y con cara de pura lujuria le decía: “fóllate bien a mi maricón”. En ese momento era yo el que se sentía como una puta…. y me gustaba. A pesar de todo, ya no quería que parara. Estaba a cuatro patas, a merced de lo que él quisiera hacer. Es una sensación de vulnerabilidad e indefensión realmente excitante. Gemía de dolor con mi boca pegada al coño de mi mujer y me arqueaba buscando una postura en la que me doliera menos, pero no había manera. Leo entraba y salía de mi culo, me la clavaba hasta el fondo o se movía muy rápido. Le oía gemir y resoplar también y cada vez empujaba más violentamente mientras palmeaba mis nalgas. De vez en cuando yo intentaba detener su empuje poniendo mi mano como tope hacia atrás, pero Leo la retiraba bruscamente para follarme con más ímpetu todavía. En algunos momentos, el dolor parecía aliviarse unos segundos, y en esos momentos sentía un placer como nunca antes.
Yo ya no aguantaba más y supliqué que pararan. Aún así, Leo siguió follándome un poco más antes de sacarla. Cuando lo hizo no pude evitar lanzar un pequeño grito de dolor. Sentía mi maltrecho culo dolorido, ardiendo y tan abierto que me parecía que me había follado un toro. Caí sobre la cama intentando recomponerme y ambos se acercaron y me besaron. Con todo, yo me sentía excitado pero mi polla estaba fláccida. Leo se encargó de solucionarlo chupándomela mientras Elena me “consolaba” con sus besos. “Siempre quise ver como te daban por el culo” me decía “Ha sido bestial”.
Me levanté y Leo quedó comiéndose el coño de Elena. Yo quería venganza. Quería que le hiciera lo mismo a mi puta, y le quité el condón que había usado en mi follada, le chupé la polla para ponerla de nuevo lo más grande posible y yo mismo le puse un nuevo condón. La zorra de Elena seguía suspirando, abierta de piernas y restregando su chochito por la boca de Leo. Cuando le rocié la polla con vaselina, Elena intentó convencernos de no encularla. “Me va a doler” decía. “Lo se” le contesté. Ella dudaba, pero entre los dos la colocamos como una perrita.
Mientras ella estaba a cuatro patas, con su cara casi enterrada en la almohada y con pocas ganas de ser follada por el culo, nosotros la magreábamos y metíamos nuestros dedos en sus agujeritos. Nos besábamos mientras ella era ahora un juguete en nuestro poder. “Joder, que ganas tengo de romperte el culo” le decía Leo mientras la penetraba con sus dedos. El tamaño de su polla daba fe de ello. Yo me tumbé boca arriba y Elena se sentó sobre mi polla, la metió toda en su coño y me cabalgaba con sus tetas moviéndose arriba y abajo. La abracé para pegarla a mi, de forma que quedara con su culo lo más levantado y abierto posible. Él seguía trabajándoselo con su lengua y ella, con carita de dar pena me dice “No estoy lista aún”. Casi no había terminado la frase cuando Leo la reventó clavándosela hasta el fondo. Lanzó un grito como si la torturaran.
Yo sentía la polla de él entrando de golpe en el culo de Elena y la abracé sujetándola firmemente contra mi para que no escapara de aquella semi-violación. Se le saltó alguna lágrima por el dolor, pero Leo, sin compasión ninguna, seguía llevando sus huevos hasta la misma entrada del culo de mi esposa, que poco a poco fue encontrando el placer moviéndose ligeramente y rozando su clítoris contra mi. Yo apenas podía moverme, pero eso no bajó un ápice mi excitación. Por los jadeos y gemidos de ella, se notaba que le había encontrado rápidamente el gusto a ser sodomizada, a pesar del mal trago inicial. “Si llego a saber que una follada doble era así de rica no espero tanto, joder” me decía entre jadeos.
Tras unos momentos de tregua en el que él bajó el ritmo, Leo no pudo aguantar más y se corrió. “Que… maravilla” tartamudeaba mientras vaciaba sus huevos con toda la polla metida en el culo de mi mujer. Elena le siguió inmediatamente, moviéndose para tenerlas lo más adentro posible mientras se corría. Nunca la había visto correrse así. No podía ni articular palabra, simplemente con su boca muy abierta y los ojos apretados lanzaba pequeño chillidos de placer, acompañados con el sonido de lo golpes de Leo en su culo mientras lo taladraba.
Una vez Leo se salió del culo de Elena, yo pude comenzar a moverme y tardé muy poco en correrme yo también dentro de ella. Besos y caricias continuas de Elena a los dos que eran como un agradecimiento por haberle dado tanto placer. “Esto hay que repetirlo algún día” dijo para dar por terminada la sesión de esa tarde.
Por la noche, ya ella y yo a solas, hablamos de cómo había ido esa primera experiencia, de Leo, de su polla, de lo que sentimos con cada postura y coincidiendo ambos en que superó con creces todo lo que habíamos imaginado. Cerramos el capítulo haciendo el amor lenta, suave y dulcemente para quedarnos dormidos abrazados.
Chateamos varias veces antes de decidirnos, comentamos nuestras fantasías, experiencias y lo que esperábamos del encuentro e intercambiábamos fotos, algunas subidas de tono. Finalmente nos vimos a través de la Webcams, donde por primera vez vimos sus “argumentos”, y le mostramos los nuestros. Visto lo visto, no dudamos y nos decidimos. Teníamos cierta experiencia en trios con chica (relato mi mujer y su hermana), pero con una chico era nuestra primera vez, y aunque en mi mente ver a Elena follada por otro hombre me (nos) excitaba muchísimo, era inevitable cierto nerviosismo.
Llegó el momento de encontrarnos un viernes por la tarde, en un bar cercano a nuestra casa, con las ideas claras de echar un polvo y una vez terminado “hasta luego, cocodrilo”. Según como fuera éste, ya repetiríamos en otro momento… o no. Llegamos cinco minutos antes y solo un par de minutos después llegó él. Nos presentamos y se sentó a nuestra mesa. Hablamos durante unos minutos entre risas nerviosas mientras nos tomamos una copa de vino. Elena y yo habíamos quedado en hacernos una señal en caso de que decidiéramos seguir adelante en aquel momento (tres golpecitos con el dedo en la pierna) o nada y despedirnos tal cual habíamos aparecido. Cuando los temas banales de turno (el tiempo, el trabajo, etc.) se habían agotado, miré a Elena a ver que decidíamos. Ella golpeó con su dedo las tres veces convenidas y yo hice la misma señal, así que le invitamos a ir a nuestro piso y él, como no, aceptó.
Mientra nos dirigíamos a nuestro piso en mi cabeza se sucedían imágenes de cómo resultaría aquello, intentando averiguar si a pesar de lo bien que se vive en la fantasía, el que un tio se follara a Elena me iba a resultar aceptable en la realidad. Pero el haberme tirado a la hermana de Elena, casi me obligaba a aceptarlo.
Apenas decíamos alguna tontería por el camino, pero así poco a poco fuimos calmando los nervios, con la inestimable ayuda también de la copita de vino que tan bien nos sentó. Entramos en el ascensor junto con una vecina (supongo, porque no la había visto anteriormente). La señora delante, de cara a la puerta, pues se bajaría antes que nosotros, y nosotros detrás, con Elena escoltada a los lados por nosotros. El silencio dentro del ascensor solo lo rompía su ruidoso motor. Me pareció el momento ideal para ir poniéndonos a tono, así que comencé a acariciar disimuladamente el culo de Elena sobre su faldita. Leo miró y me sonrió con cara de complicidad. Con un gesto le invité a acompañarme en la travesura, y puso su mano también sobre las nalgas de mi mujer, que intentaba disimular mordiéndose los labios y sin moverse ni un ápice. Bajé mi mano y fui subiéndola bajo su falda por el interior de su muslo. Leo me siguió. Elena nos facilitó la tarea abriendo ligeramente las piernas y con sus manos hacia atrás buscaba nuestros paquetes. Pude llegar a acariciar su rajita sobre el minúsculo tanga que llevaba puesto y con suavidad metí lentamente un dedo en su coño. Noté los dedos de Leo buscando lo mismo. Ella se inclinaba cada vez más hacia delante para facilitarnos la tarea y que llegásemos lo más adentro posible.
Cuando llegamos al destino de la señora retiramos nuestros dedos del chochito de Elena y con un educado “buenas tardes” la despedimos mientras ella salía del ascensor. Nada más cerrarse las puertas de nuevo, Elena se giró hacia nosotros. Su sujetador era incapaz de disimular sus endurecidos pezones, y con los ojos empapados en excitación nos dijo “que cabrones sois”. Magreando mi abultado paquete me besó unos segundos, repitiendo la misma acción con Leo un instante después.
Nos faltó poco para ponernos a follar allí mismo, pero resistimos hasta llegar a nuestro piso. Una vez allí, Elena se disculpó y fue al dormitorio mientras nosotros la esperábamos charlando y tomando otra copa de vino para terminar de desinhibirnos (como si fuera necesario ya!). El me confesó que lo del ascensor le puso muy caliente y deseando tirársela y yo que me moría de ganas de ver como se la follaba.
En nuestras conversaciones previas, el tema bisex lo habíamos tocado muy de pasada y aunque el motivo principal del encuentro era lógicamente tener a Elena follada por los dos, no descartamos cierto acercamiento entre él y yo, con la aprobación de ella, por supuesto. Leo, según contó, nunca había pasado de pajear o mamar y ni había sido penetrado por un hombre nunca ni él lo había hecho. Ni siquiera había besado a otro, tan solo se sentía atraído por las pollas, por lo que coincidíamos mucho en cuanto a mi incipiente curiosidad bisex, pero yo ni siquiera había tenido sus experiencias. Nunca había tenido contacto sexual con otro hombre y lo cierto es que en ese momento ni me imaginaba que en unos minutos iba a ser sodomizado casi con violencia ante mi esposa.
Mientras hablábamos, su paquete se notaba a punto de reventar, y Leo se percató de mis furtivas miradas hacia él. Se lo acarició y me preguntó y quería tocarlo. Me acerqué a él y sobé el enorme bulto que escondían sus pantalones. Me sentí raro, pero muy muy caliente. Elena no llegaba y la tentación por sacarle la polla y tocársela era cada vez mayor. Puso su mano sobre la mía y dirigió la forma en la que quería que le sobara su paquete para, a continuación, hacer lo propio con el mío.
Por fin salió Elena. Se había puesto un picardías que yo ya no recordaba que tenía. Marcaba su bonita figura, dejando la mitad de sus nalgas a la vista y la otra mitad a la imaginación, y apenas cubría sus pechos, así que sus pezones se dibujaban con total claridad a través de la finísima tela blanca. Dando una vuelta sobre si misma ante nosotros nos pidió la aprobación de su idea. Leo y yo, aún con nuestras manos sobre el paquete del otro, casi babeamos ante aquella imagen tan hermosa como erótica. Elena no hizo ningún comentario o gesto al ver que nos metíamos mano sin estar ella presente. Directamente se sentó sobre Leo y se fundió en un húmedo beso con él, que además de comerle la boca a mi mujer, comenzó a sobar sus tetas. Siempre me resultó llamativo como aquella mujer recatada, tímida y muy pudorosa en su vida diaria se convertía en una zorra de lo más cachonda en cuanto se excitaba. Elena, mientras las manos de nuestro invitado le apretaban con fuerza sus pechos, me prohibió tocarme o desnudarme. “Quiero que de momento solo mires” me dijo. Ella bajó las tiras del picardías y sujetando sus pechos con sus manos invitó a Leo a chuparlas, quien aceptó gustoso la invitación y se lanzó a chuparlas y a pellizcar sus pezones con poca delicadeza, cosa que a Elena le encanta.
Me dolía la polla de la excitación, así que no pude más. Desabroché y bajé mi pantalón y mi polla saltó casi como un resorte, totalmente tiesa, y me hice una paja viendo a mi esposa sobada por él. Elena fue la primera en alargar su mano para acariciármela mientras Leo seguía disfrutando de los duros pezones de mi mujer, mordisqueando, chupando, lamiendo y apretándolos. Elena se centró de nuevo en Leo, desabrochó su camisa y fue escurriéndose por su cuerpo totalmente depilado. Sus labios y su lengua recorrían todo su pecho mientras le desabrochaba y bajaba ligeramente el pantalón. Bajo el slip que llevaba puesto, la verga de Leo se marcaba tiesa, larga y dura. Elena me miró mientras su mano la recorría entera sobre la ropa interior. Enseguida metió su mano por dentro para agarrar aquella polla que pedía a gritos una mamada de mi mujer. Por fin la sacó. La acariciaba y la observaba casi con fascinación hasta que poco a poco acercó su boca hacia ella. Primero con su lengua la recorrió desde los huevos hasta la punta varias veces y la besaba lentamente y con dulzura. Leo se derretía desesperado por recibir toda su boca. Ella no le defraudó. Abrió su boca y puso el hinchado glande de Leo entre sus labios, girando su cabeza a un lado y otro para saborearlo, y seguidamente la metió entera, haciéndole una mamada que arrancó largos suspiros de placer de nuestro invitado.
El disfrutaba de la boca de mi mujer en su polla resoplando y echando su cabeza hacia atrás, sujetando la de Elena por le pelo para que no dejara de chupar. Yo seguía pajeándome sin querer perderme ni un segundo de la mamada que mi mujer le hacía. Leo alargó su mano hacia mi, acarició mi cuerpo y bajó su mano hasta mi polla, que tocó lentamente primero, y con más rapidez a medida que Elena aceleraba también su recorrido a lo largo de la verga de Leo. No se que me excitaba más, si la paja que él me hacía o verla a ella con esa polla en la boca.
Elena dejó de chupar y ordenó a nuestro invitado que se desnudara del todo. Mientras él lo hacía, Elena se acercó a mi y me besó. Sus labios y su boca empapados tenían el sabor de la polla de Leo. Me ayudó a desnudarme mientras nos besamos y me tocó esta vez a mi recibir su mamada. Y era también mi turno para acariciar la polla de Leo, sentado ya desnudo junto a nosotros. Alargué mi mano hasta su muslo y fui acercándola hacia sus huevos. Mojada por mi mujer, su polla estaba muy caliente. Nunca había tenido la polla de otro hombre en mi mano, y lejos de resultarme extraño, estaba a mil masturbándole con Elena de testigo, que de vez en cuando dejaba de chupar para observarme como hacía esa paja.
Sujeté la cabeza de Elena para que parara de chupármela y no correrme aún. Ella acercó sus tetas a mi polla y mojó sus pezones con algunas gotas de semen que se escaparon al límite del orgasmo, y las acercó luego a mi boca para que las lamiera, como solía hacer cuando follábamos.
Elena tomó la mano de Leo, se recostó en el sofá de al lado y le dijo: “Fóllame. Quiero correrme contigo”. Se desnudó y Leo, de rodillas en el suelo, se lanzó a lamer y chupar su coño. Metía primero uno, luego otro y hasta tres dedos en el chochito sin dejar de lamer y morder su hinchado clítoris. Ella se retorcía de gusto, gemía, jadeaba, le pedía más, se abría de piernas al máximo y apretaba sus pezones. Yo, controlando la paja que me hacía para no correrme, me moría por participar, pero ella no me dejaba. Quería que solo mirara como se la follaba. Leo estaba haciéndola disfrutar muchísimo, y verla así me hacía disfrutar a mi también. Los dedos de Leo entraban y salían del coño y el culo de Elena y su lengua lo lamía todo, hasta que subió y sorprendió a Elena clavándole de golpe su polla hasta el fondo. Ella lanzó un grito de placer, con los ojos más abiertos que nunca y él empujaba hasta el fondo con dureza y agarrado fuertemente a sus tetas. Con cada embestida, Elena ponía los ojos en blanco y lanzaba gemidos. “dame polla!” repetía una y otra vez mientras aquel enorme rabo la llenaba. Yo ya había dejado de tocarme, pues cualquier roce haría que me corriera irremediablemente. Clavó sus uñas en los brazos de Leo y comenzó a retorcerse gritando “me corro”. Su corrida duró una eternidad y quedó sudorosa y desencajada de placer mientras Leo seguía follándola a pesar de que ella ya había terminado, y hacía que con sus embestidas a Elena se le cortara la respiración. La sacó de golpe y diciéndole “traga, puta” la llevó hasta la boca de ella para enseguida inundársela de leche. Elena no daba abasto para tragar los chorros que salían de aquella polla, y se rebosaba por todas partes. Cuando terminó de darle leche a mi mujer se abrazó a ella y se besaron.
Después de unos segundos, Elena se dirigió a mi, viendo que aún no me había corrido. Me hizo sitio entre los dos y me hizo un paja mientras me contaba lo bien que se lo había pasado follando con Leo delante de mi. El primer chorro de mi corrida salpicó hasta mi cara y luego Elena los dirigió hacia sus tetas, que una vez cubiertas de mi semen puso en mi boca para que las chupara de nuevo.
Leo nos dejó solos para ir al servicio, y ella y yo nos abrazamos y besamos. Aquella primera experiencia había superado nuestras expectativas, pero aún quedaba más, mucho más.
Tras asearnos y refrescarnos los tres, con total naturalidad nos fuimos al dormitorio y nos quedamos desnudos hablando. El nos contó algunas anécdotas de sus experiencias. Mientras hablábamos, Elena y yo nos acariciábamos y de vez en cuando ella alargaba su brazo para acariciarlo también a él. Comenzamos a bromear sobre quién le daría por el culo a ella primero. La sodomización no era precisamente la práctica favorita de Elena. Decía que mi polla era demasiado gorda y a pesar de lubricarla bien, realmente le hacía daño las muy pocas veces que lo hicimos. Yo había descartado esa opción en este trio, pero entre bromas y porque, como ya habréis advertido, a ella le encanta tener el mando en la cama, Elena planteó un “acuerdo”:
- “Yo dejo que me enculen los dos” – nos propuso – “pero con la condición de que antes deben hacer entre ustedes todo lo que yo les diga”. Leo y yo nos miramos intrigados por aquella propuesta. ¿En qué estará pensando?.
- “Antes,” - dijo él – “tengo que probar la mercancía”.
Entre risas por la ocurrencia, Elena se colocó boca abajo entre los dos y él comenzó a acariciar y apretar su culo. Separó sus nalgas, lamió unos segundos su ano y sentenció: “Por follarme este culo hago lo que sea”. “Estoy de acuerdo” apuntillé yo. Eso si, ni me imaginaba lo que tenía en mente la putita de mi mujer.
Seguimos acariciando y besando todo su cuerpo desde su cuello a sus tobillos con ella boca abajo. Conseguimos en poco tiempo que a ella se le volviera a humedecer su coño, y nosotros estábamos ya empalmados y listos para darle todo el placer que ella merecía.
Entonces llegó su propuesta. Se dio la vuelta, cogió nuestras pollas con sus manos y masturbándonos muy despacio nos ordenó: “besaros”. Dudé unos segundos mirando a Leo, así que él se inclinó hacia a mi, besó mi cuello y poco a poco fue subiendo hasta que puso sus labios sobre los míos. Si esto es todo lo que pide por dejarnos encularla, vale la pena, pensaba yo. Iluso de mi!.
Elena se apartó y se sentó apoyada en la cabecera de la cama, abierta de piernas y tocándose. “Quiero verlos follar” nos dijo. Quedamos Leo y yo de rodillas, besándonos y pajeándonos mutuamente. Era una sensación extraña, pero excitante. Leo puso su mano sobre mi cabeza y empujó ligeramente para que yo fuera bajando por su cuerpo con mi boca hasta quedar a cuatro patas frente a su polla. “Si nunca te has comido una polla, ahora es el momento” me dijo. Miré a Elena que seguía con atención nuestra actuación sin dejar de tocarse, y seguidamente me metí su polla enla boca. Su capullo se sentía en mi lengua suave y caliente. Con cierta torpeza por la inexperiencia comencé a mamársela, pero sus indicaciones me iban dirigiendo y poco a poco fui arrancando de él gemidos de gusto.
Estaba tan concentrado en chupársela bien y al mismo tiempo disfrutando de ello que no me di cuenta que Elena se había colocado detrás de mi, y mientras palmeaba mi culo le dijo a Leo: “Si quieres darme por el culo tendrás que romperle el suyo antes”. Con mi polla colgando, ella me ordeñaba mientras lubricaba mi culo con su lengua, introduciendo el dedo para abrirlo y preparándome para lo que se me venía encima (o dentro, mejor dicho). Leo se movía follándome por la boca y Elena me rociaba con vaselina. Yo no estaba muy seguro de aquello.
Cambiaron sus lugares y una vez Leo se puso un condón, se colocó tras de mi. Elena abierta delante de mi me empujó la cabeza para que le comiera el coño. Sentí las fuertes manos de Leo sujetando mis nalgas y las abrió. Yo estaba tenso. Elena ya había utilizado un arnés conmigo y me había penetrado con el consolador varias veces, pero el tamaño del artilugio no tenía nada que ver con el de la polla de nuestro semental. En ese momento no sabía si realmente quería ser follado, pero no me dio tiempo de arrepentirme. “espera”, intenté decir, pero enseguida noté un dolor como si realmente mi culo se rompiera. Estaba empezando a penetrarme. Su glande entró sin mucha resistencia y mi culo se abría al máximo al paso de su verga. No tuvo piedad de mi. Sin apenas pausa empujó toda aquella polla adentro, abriéndome y haciendo más intenso aún el dolor. Instintivamente intenté hacerme hacia delante, huyendo de aquella verga que se me hacía inmensa e interminable en ese momento, pero me era imposible porque Elena me sujetaba por el pelo, apretando mi cara contra su coño y Leo me sujetaba con fuerza tirando de mi hacia él. Elena tiró de mi pelo levantando mi cabeza y con cara de pura lujuria le decía: “fóllate bien a mi maricón”. En ese momento era yo el que se sentía como una puta…. y me gustaba. A pesar de todo, ya no quería que parara. Estaba a cuatro patas, a merced de lo que él quisiera hacer. Es una sensación de vulnerabilidad e indefensión realmente excitante. Gemía de dolor con mi boca pegada al coño de mi mujer y me arqueaba buscando una postura en la que me doliera menos, pero no había manera. Leo entraba y salía de mi culo, me la clavaba hasta el fondo o se movía muy rápido. Le oía gemir y resoplar también y cada vez empujaba más violentamente mientras palmeaba mis nalgas. De vez en cuando yo intentaba detener su empuje poniendo mi mano como tope hacia atrás, pero Leo la retiraba bruscamente para follarme con más ímpetu todavía. En algunos momentos, el dolor parecía aliviarse unos segundos, y en esos momentos sentía un placer como nunca antes.
Yo ya no aguantaba más y supliqué que pararan. Aún así, Leo siguió follándome un poco más antes de sacarla. Cuando lo hizo no pude evitar lanzar un pequeño grito de dolor. Sentía mi maltrecho culo dolorido, ardiendo y tan abierto que me parecía que me había follado un toro. Caí sobre la cama intentando recomponerme y ambos se acercaron y me besaron. Con todo, yo me sentía excitado pero mi polla estaba fláccida. Leo se encargó de solucionarlo chupándomela mientras Elena me “consolaba” con sus besos. “Siempre quise ver como te daban por el culo” me decía “Ha sido bestial”.
Me levanté y Leo quedó comiéndose el coño de Elena. Yo quería venganza. Quería que le hiciera lo mismo a mi puta, y le quité el condón que había usado en mi follada, le chupé la polla para ponerla de nuevo lo más grande posible y yo mismo le puse un nuevo condón. La zorra de Elena seguía suspirando, abierta de piernas y restregando su chochito por la boca de Leo. Cuando le rocié la polla con vaselina, Elena intentó convencernos de no encularla. “Me va a doler” decía. “Lo se” le contesté. Ella dudaba, pero entre los dos la colocamos como una perrita.
Mientras ella estaba a cuatro patas, con su cara casi enterrada en la almohada y con pocas ganas de ser follada por el culo, nosotros la magreábamos y metíamos nuestros dedos en sus agujeritos. Nos besábamos mientras ella era ahora un juguete en nuestro poder. “Joder, que ganas tengo de romperte el culo” le decía Leo mientras la penetraba con sus dedos. El tamaño de su polla daba fe de ello. Yo me tumbé boca arriba y Elena se sentó sobre mi polla, la metió toda en su coño y me cabalgaba con sus tetas moviéndose arriba y abajo. La abracé para pegarla a mi, de forma que quedara con su culo lo más levantado y abierto posible. Él seguía trabajándoselo con su lengua y ella, con carita de dar pena me dice “No estoy lista aún”. Casi no había terminado la frase cuando Leo la reventó clavándosela hasta el fondo. Lanzó un grito como si la torturaran.
Yo sentía la polla de él entrando de golpe en el culo de Elena y la abracé sujetándola firmemente contra mi para que no escapara de aquella semi-violación. Se le saltó alguna lágrima por el dolor, pero Leo, sin compasión ninguna, seguía llevando sus huevos hasta la misma entrada del culo de mi esposa, que poco a poco fue encontrando el placer moviéndose ligeramente y rozando su clítoris contra mi. Yo apenas podía moverme, pero eso no bajó un ápice mi excitación. Por los jadeos y gemidos de ella, se notaba que le había encontrado rápidamente el gusto a ser sodomizada, a pesar del mal trago inicial. “Si llego a saber que una follada doble era así de rica no espero tanto, joder” me decía entre jadeos.
Tras unos momentos de tregua en el que él bajó el ritmo, Leo no pudo aguantar más y se corrió. “Que… maravilla” tartamudeaba mientras vaciaba sus huevos con toda la polla metida en el culo de mi mujer. Elena le siguió inmediatamente, moviéndose para tenerlas lo más adentro posible mientras se corría. Nunca la había visto correrse así. No podía ni articular palabra, simplemente con su boca muy abierta y los ojos apretados lanzaba pequeño chillidos de placer, acompañados con el sonido de lo golpes de Leo en su culo mientras lo taladraba.
Una vez Leo se salió del culo de Elena, yo pude comenzar a moverme y tardé muy poco en correrme yo también dentro de ella. Besos y caricias continuas de Elena a los dos que eran como un agradecimiento por haberle dado tanto placer. “Esto hay que repetirlo algún día” dijo para dar por terminada la sesión de esa tarde.
Por la noche, ya ella y yo a solas, hablamos de cómo había ido esa primera experiencia, de Leo, de su polla, de lo que sentimos con cada postura y coincidiendo ambos en que superó con creces todo lo que habíamos imaginado. Cerramos el capítulo haciendo el amor lenta, suave y dulcemente para quedarnos dormidos abrazados.
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