Este filósofo que da clases en diversasfacultades de la Universidad de Buenos Aires y que dirige una revista ostentauna fama paradójica. No es la fama clásica, latina o griega, que recorre losterritorios y anuncia en voz alta la virtudes heroicas de un guerrero o elingenio de un pensador. Es una fama que se cuchichea, que se pasa de boca aoído en conversaciones en voz baja y confesionales y que además circulasolamente entre el género femenino. Es que el filósofo es cruel con las mujeresy las deja en tal estado que ellas sólo pueden descargarse evocándolo,celebrándolo, insultándolo. Saben que así no lo van a olvidar y, pese a que loodian, no quieren olvidarlo. El filósofo es audaz al punto de armar citas aciegas, hacer el amor en cualquier lado o invitarlas a la cama en el primerencuentro, cuando lo que se sabe del otro es muy poco. Es soberbio porque sabeque pocas mujeres se le resisten (y sabe, además, que esa fama secreta loacompaña). Es seguro de sí porque es alto, atractivo y no solo tiene una granpija que las mujeres adoran sino que es muy diestro en la cama. Pero es cruelporque prefiere, antes que ser fiel a una mujer, seducir a varias y probarlasuna tras otra como si fuera un catador de vinos. Su experiencia, por lo tanto,no es poca y buena parte de sus compañeras de facultad y buena parte de sus alumnashan conocido sus virtudes. Él ha disfrutado de todas y aún a las inexpertas(ciertas estudiantes que recién se iniciaban en las artes amatorias) ha sabidoguiarlas con sus destrezas. No faltaron las que se asustaron con el tamaño desu miembro, pero él siempre supo arreglarselas. De todos modos, si delcurriculum vitae (o sexual) estamos hablando, y si el filósofo tuviera queelegir alguna de sus tantas compañías, eligiría sin duda a Aída, una profesorade letras que si bien no le enseñó nada (quién le podía enseñar a él), estuvo ala altura de los desafíos y demostró una maestría por lo menos similar a la suya.
Perovayamos a la prehistoria de esa tarde calurosa fenomenal en la que el filósofoy la profesora de letras hicieron el amor hasta quedar exhaustos. Aída estabaen un momento de su vida muy especial: tenía una edad en la que sentía que lequedaban “sus últimos cartuchos” (era la expresión que usaba) y a la vez sesentía muy bien físicamente (la gimnasia la había vuelto más delgada y estabaespléndida). Es decir: los hombres todavía la miraban (la deseaban) y ellasentía que tenía que aprovecharlo. ¿Algunas características del curriculum de Aída? Tenía una gran boca,se ponía terriblemente audaz cuando bebía y consideraba que el tamaño erafundamental. Tal vez estas características no sean tan originales pero en ellaeran muy marcadas: cuando veía a un hombre, siempre pensaba en cómo podía sersexualmente, el simple hecho de pensar que ese hombre podía tener una pijamenor a la normal le quitaba todo interés. Pero vamos a la historia con elfilósofo así la podremos apreciar en plena acción.
Unanoche, Aída salió con dos amigas al teatro. Vamos a llamarlas Maggie y Lorrie Maggiees muy simpática (un modo de decir que no es tan linda) y Lorriees unaverdadera belleza, con una mirada triste y penetrante y una sonrisa que prometeparaísos. En la cena que sucedió al teatro, los temas fueron variados y porsupuesto las relaciones matrimoniales ocuparon su lugar. Maggie contó que le había hecho al marido un baileerótico, algo parecido al baile del caño, lo que suscitó varios comentarios de Aíday Lorrie Después pasaron al tema facultad (las tres eran profesoras), y cuando Lorriecontó de las reuniones de su grupo de investigación, Maggie le preguntó sobre…adivinen. Sí, claro, el filósofo, que había dado una charlas para el grupo de Lorrie.Maggie le comentó irónicamente “si las clases habían sido buenas”. Lorriese rióy Aída quedó como despistada. Evidentemente no sabía nada: preguntó quien era,sus nombre, qué hacía. Entonces Lorrie comenzó a contarle, una historia de unade sus compañeras con el filósofo y cómo había quedado fascinada con la pijadel filósofo, que era “hermosa”, “no entraba en la boca” y que la “llevaba deacá para allá”. Aída, que le brillaban los ojos, comentó: “voy a googlearlo”.La conversación pasó a otros temas pero a Aída le pegó la historia al punto deque cuando llegó a su casa, efectivamente lo buscó por Google, vio un video y ala noche, mientras hacía el amor con su marido, pensaba en el filósofo y en lasganas que tenía de estar con él.
Tiempodespués, Lorrie presentó un libro que había compilado y que mostraba que nosólo era hermosa sino también inteligente y laburadora.[1]El libro era sobre una escritora fascinante que poco a poco se iba descubriendoy que este libro ayudaba a volverla a recolocar en el canon literario. En lapresentación estaba todo el mundillo literario y por supuesto también Aída quehabía escrito en el libro. Cuando Aída se acercó a saludarla a Lorrie, estajusto se encontraba hablando con el filósofo. Lorrie los presentó y el filósofoque era un winner le dijo a Aída que no la conocía personalmente pero sí denombre porque había leído varias cosas de ella. El elogio bastó para que Aída aumentarasus deseos de conocer al filósofo pero cómo hacerlo. No había qué preocuparse,el filósofo –como dijimos– era un audaz. Y tal vez no le faltaba nada paraavanzar aunque necesitaba un pie, y Aída se lo dio: “en tu revista sacaste esto”.“Sí, claro, tengo todo ese material en casa, cuando quieras podés venir y te lomuestro”. Se quedaron hablando un montón, como si quisieran pasarse toda lainformación para después evitar preámbulos. No hacía falta más: acto seguido elfilósofo le pidió el número de celular y el mail y no había terminado lapresentación (que era un jueves), cuando A recibió en su celular un mensaje quedecía lo siguiente: “Este es mi número. Lunes y martes estoy todo el día encasa, avisáme cuando querés pasar. Vivo en…” y ahí estaba la dirección con elpiso y todo. Aída, esperó a que la presentación terminara y él se fuera pararesponderle: “OK te escribo domingo a la noche o lunes a la mañana”. Entre eljueves y el domingo, Aída pensó mucho en el filósofo, sabía que si iba a lacasa no era justamente para ver documentos. Hubiera querido ir el lunes a las 8de la mañana pero el lunes tenía unos compromisos y tampoco quería mostrarsetan ansiosa. El martes, en cambio, se presentaba ideal: tenía que ir al Rojas alas 2, después había quedado en ir al teórico que daba su compañera de cátedrapara ir a cenar juntas. Podía ir a las 2 al Rojas, hacer rápido lo que teníaque hacer, ir a casa del filósofo a las 3 y después ir a cenar con su amiga sinnecesidad de ir a ver al teórico (versión para el marido: mucho trabajo en elRojas, la tuvieron esperando un montón, después el teórico y a las nueves cenacon la amiga –lo único cierto). Mensaje entonces el domingo a la noche: “pasomartes a las tres”. Respuesta escueta: “Te espero”.
Aídallegó a la casa del filósofo entusiasmada e intrigada. Por un lado, leencantaba la idea de tener una tarde de sexo, sexo puro, sin amor ni necesidadde decir te quiero o inventar afinidades que no sean la de los cuerpos. Porotro lado, intriga porque iba a saber si lo que le habían contado a Lorrie y a Maggieera cierto. El filósofo era grandote, tenía cara de tenerla grande también.Como hacía mucho calor, A estaba con una camisa, una pollera y muy liviana:lista para desnudarse caso de que fuera necesario.
“¿Caféo cerveza?”. El filósofo preguntó y era como si preguntara: ¿vamos a charlar ovamos a coger? Ella entró al departamento, pequeño pero luminoso, con una pequeñacocina abierta que da a un living, con un sofá y un escritorio con computadoray libros desperdigados. Por el pasillo, Aída adivinó un cuarto y un baño. En ellivinga estaba la biblioteca. El filósofo estaba muy informal, con unospantalones Adidas tipo jogging, zapatillas y una remera amarilla. Tenía lindasespaldas y lindos brazos. Era alto y eso a Aída le gustaba: cuando lo saludo,tuvo deseos de acariciarle el pecho pero obviamente se contuvo. Y a supregunta, respondió: “cerveza”. Mientras hablaban de banalidades y bebíancerveza Stella Artois, el filósofo fue sacando los libros de la biblioteca ymostrándoselos. Ella los hojeó y llegaron a acercarse: el ambiente estabaelectrizado. Mientras miraba los libros, acariciaba sus páginas, pensaba encómo encender la mecha. Miró de reojo las entrepiernas del filósofo y le subióalgo así como un calor. “Hace calor” dijo él y aunque era un lugar común, lacoincidencia fue lo que marcó toda la tarde: los dos se entregaron al juego delgoce y a hablar con el fin de excitarse más y más. El que empezó, no podía serde otra manera, fue él, el filósofo audaz y soberbio que sabía de sus encantosy sospechaba de su fama (hasta sabía que tenía un grupito de enemigas queinadvertidamente no hacían más que convertirlo en un macho de culto). Comenzóél:
-Hace unos años te vi leyendo en un Congreso y pensé cómo sería hacerte el amor.
Ellase rió nerviosa y dijo irónica: - ¿Hacerme el amor? Que romántico.
-Je –y se le acercó hasta apoyarse, los dos parados al lado del escritorio – sí,partirte en dos.
-Ah bueno, te tenés fe – dijo ella y el diálogo irónico marcaría toda la velada.
Altocomo era la abrazó bien fuerte (le llevaba por lo menos una cabeza) y la empujóhacia el sillón donde la hizo sentar mientras él, sin nunca dejar de abrazarlay llevarla, comenzó a besarla en el cuello y arrodillado en el piso a bajar porsus tetas, mordiéndole los pezones. Ella comenzó a gemir y a empujarlelevemente la cabeza para que siguiera con los pezones mientras se retorcía.
-Te voy a hacer gozar –susurró él.
-Mirá que yo necesito mucho –dijo Aída Y él siguió bajando hasta el borde delpantalón mientras le respondía con un “no te preocupes” entremezclado conlengüetazos y besos. Con su lengua grande (todo en él era grande) le chupó laconcha como hace mucho que no lo hacían. O tal vez sí, pero toda la situaciónera sumamente excitante: un primero encuentro, con alguien que venía envueltoen rumores y chismes y ella ya desnuda, entregada, mojada y con las piernasabiertas, sentada en un sillón de una casa de alguien que apenas conocíamientras esa persona le estaba metiendo la lengua hasta el fondo. Además losdiálogos la calentaban más…
Cerrólos ojos y se dejó llevar y cuando se mojó bien, abrió los ojos como sivolviera de un dulce sueño. Se reincorporó en el sillón y le sacó la remera amarillaal filósofo y con las manos lo tomó de la cintura para levantarlo y pararlopara que el bulto de él quedara a la altura de su cara. Comenzó entonces aacariciarle el jogging y sintió que ya estaba dura. Levantó los ojos y lo miró:“¿estás caliente?”
-Muy –respondió él.
-Vamos a ver si es como dicen… -dijo ella.
-No te va a entrar en la boca.
-Mirá que en mi boca entra todo –y era verdad que su boca era muy grande.
Lebajó el jogging y lo dejó en boxer con un bulto muy prometedor que acaricióantes de bajarlo poco a poco hasta llegar al momento que más le gustaba: cuandola pija se asomaba y saltaba, después de haber estado apresada bajo el boxer. Ylo que salió –debió reconocerlo– le hacía justa fama al filósofo. Una pijagruesa y venosa, larga, con una hermosa cabeza rosada y con una buena mata depelos rubios que la rodeaba. Él se sonrojó, sabía lo que tenía y ella loacarició y la agarró de la base: apenas podía rodearla con la mano. Abrió laboca y comenzó a metersela y a moverse poco a poco, a rodearla con la lengua ya metersela cada vez muy adentro mientras él suspiraba y decía “muy bien, muybien” en voz baja. “La chupás muy bien”. Y ella seguía logrando cada vez metersemás adentro, aunque la mano seguía en la base del tronco o sea que ella nollegaba hasta el final como lo hacía habitualmente. Pero fue muy lejos y latuvo bien dura en la boca. Ahí estaba él parado, como un dios griego,totalmente desnudo y mirándola a ella a sus pies, que lo adoraba, le acariciabalas piernas, la cintura, el pecho, le tomaba sus enormes bolas y las apretabaun poquito. “Te gusta” afirmó él y ella asintió con la cabeza sin sacarsela dela boca. Entonces él se sentó en el sillón mientras ella no se la sacaba, eracomo si quisiera quedarse así para siempre, adosada a una pija como nunca anteshabía visto. Cuando él estuvo sentado, la sacó a ella de su pija y la tomó dela cintura y la hizo sentarse sobre él a horcajadas. Él sentado en el sillón yella bajando sobre él, sintiéndose llena y penetrada mientras él le besaba elcuerpo y la ayudaba a bajar hasta al final. Cuando ella la tuvo toda adentro,tembló un poco, sintió que todo su cuerpo lo envolvía y que un goce nuevo larecorría. Esta sensación fue mayor cuando él se levantó, se paró sosteniendolapor los glúteos y así, con ella en el aire, como empalada por esa lanza depunta dura, la llevó hasta su cuarto, caminando, mientras ella se aferraba aél, a sus espaldas anchas, y terminaba finamente en un cuarto luminoso, muylindo, donde él la arrojó sobre la cama sin haber salido de ella, y ella sintióel golpe seco cuando la apoyó en el colchón y sintió que la penetración era másprofunda. Ahí comenzó él a moverse con ritmos lentos primero mientras lehablaba al oído:
-Y, ¿vamos bien?
-Síiii…
-Vos sos mejor de lo que esperaba y eso que esperaba mucho. ¿Yo te defraudé?
-Nooo, está bien lo que me decían…
Ahícomenzó a acelerar y ella hablaba entrecortado porque estaba embriagada por lapija del filósofo.
-¿Querés que te acabe afuera?
-Sí en las tetas…
-Tengo mucha leche… mucha
-La quiero, la quiero, la quiero –comenzó a repetir ella mientras él le daba másy más fuerte – la quiero toda, toda, quiero esa leche…
Entoncesél dio unos embates magistrales, sacó su pija, la agarró con la mano, se paróal borde de la cama, ella se sentó, puso sus pechos bajo la poronga de él y elprimer chorro saltó con tanta fuerza que le cruzó la cara y le dejó una líneade semen que comenzó a bajarle por el mentón. Tomó ella esa pija y comenzó arefregarsele por las tetas mientras salían chorros espasmódicos, muchos,lechosos, que la dejaron toda enchastrada y feliz. Volvió a ponersela en laboca y sacó una última gota que le supo a néctar. Conn el dedo se sacó un pocoque le chorreaba del mentón y con el dedo lo pasó por la cabeza de la pija yvolvió a meteresala en la boca. Lo exprimió, le sacó hasta la última gota, losaboreó hasta que ella se tiró hacia atrás en la cama exhausta con ese polvo fenomenal.Pero la tarde recién empezaba.
-Ahí está el baño, ahora abro la ducha así nos bañamos.
Lafrase puede parecer fría pero no hizo más que hacer más calurosa la tarde:estaban ahí para coger, no para ningún romanticismo.
Ellafue el baño y se sentó en el inodoro para limpiarse. Pensó en cerrar la puertapero se dio cuenta de que no era acorde con lo que estaba pasando. Además, comoera de esperar, él se apareció desnudo, con su poronga colgando como un badajo.“Aún baja es grande” pensó ella mientras lo miraba sentada y lo veía ir haciala bañera para abrir la ducha, tomar unas toallas y abrir un pequeño armariodel que sacó un protector transparente de nylon para el pelo: él se lo mostró yle dijo que si lo necesitaba. Obviamente, quería mostrarle también el contenidode ese armario, lleno de frascos y recipientes. Aída llegó a ver un consoladornaranja bastante grande y se preguntó para qué lo necesitaba. “No gracias, novoy a usar nada para el pelo, me lo puedo mojar”. Él se dio vuelta, dejó lacapucha y sacó un frasco que puso sobre el banitory: “gel lubricante, muchas melo piden”. A lo que ella respondió rápido: “yo no lo necesité”. “Porque fue poradelante… pero por atrás no se atreve casi ninguna. Hace cosa de un mes –siguiómientras abría la cortina para que ella se metiera bajo la ducha – estuve conuna chica que le encantaba hacerlo por atrás, según me dijo un amigo, y me dijoque conmigo no le daba. Usó esa expresión: no le daba”. Aída respondió: “lefaltaba práctica o coraje y yo tengo las dos cosas”.
Enla ducha se abrazaron y ella se sorprendió con lo rápido que volvió aendurecerse. Se besaron, se pasaron jabón, la penetraron, se chuparon, gozaron.Ella salió primero para secarse y cuando él salió comenzó a secarlo con latoalla y a secarle con especial énfasis los huevos y la pija. Comenzó amasturbarlo y agarró el envase de gel y comenzó a pasarselo mientras loacariciaba. Él le sacó el gel de la mano…y con cierta brusquedad la dio vueltay la puso de cara al espejo. Desde atrás le dijo, “agarráte fuerte porque te lavoy a meter por atrás… si te animás”. Ella se agarró del banitory, se inclinóun poco levantando la cola y cerró los ojos mientras él con un dedo le pasabael gel. Acariciaba en crículos y de repente metía un poco el dedo y ella yaestaba gimiendo porque le gustaba, le dolía un poco más cuando entraban dosdedos, pero enseguida el cuerpo se amoldaba. Abrió los ojos y lo vio a él,detrás de ella, mirando hacia abajo y pasando, con una actitud de alguien queestá leyendo a Hegel y se concentra mucho en lo que está hacieno, el gel poratrás. También vio esa pija parada y se preguntó si realmente la cosafuncionaría. Sin darse una respuesta volvió a cerrar los ojos y con la cabezagacha le preguntó: “pocas se animan, ¿no?”. Él respondió fríamente como siestuviera dando clases sobre el noumenoen Kant: “sí, pero vos se nota que tenés experiencia…ahí voy”. Le agarró deatrás las caderas y apoyó su pija entre los cachetes de modo que estos loenvolvieran y comenzó a empujar, ayudado por el gel y los movimientos de Aídaque parecían ansiosos por engullirla entera. Poco se fueron moviendo hasta queen un movimiento inesperado el glande logró entrar y abrirse paso. Aída pegó ungrito de dolor: le había dolido mucho. Casi automáticamente le dijo: “pará,pará, esperá”. Para el que la conoce íntimamente y ya le ha hecho el anal, esafrase es típica. Y el filósofo se lamentó, a él le hubiese encantado romper másculos, pero las chicas casi nunca se le animaban. Ahora que parecía que todoiba bien, él se tuvo que detener. Pero lo que no sabía es que comenzaba otrotrabajo de Aída, unos movimientos lentos que mientras decían (“pará, quedátequieto, esperá”) iban acogiendo poco a poco a la serpiente pitón de nuestroamigo. “Ahí va” dijo ella cuando casi la mitad estaba adentro. Él no pudoevitar moverse un poco y ella contratatacó con otro movimiento suave facilitadopor el gel que a él le llegaba hasta la base del tronco. Entonces ella, quétenía los talones un poco levantados, se dejó caer, apoyó la planta de los piesy la pija entró todavía más. Ella volvió a cerrar los ojos porque esa pija noterminaba más y le dolía un poco. “¿Falta mucho?”, preguntó. “No” dijo él,mientras comenzó con unos movimientos suaves y ella también y de repente nosolo la tenía toda adentro sino que ya no le dolía sino que sentía un placerinmenso. “Dale, -le dijo- dame con todo, ahora sí”. Entonces él comenzó amoverse, cada vez más rápido y con más fuerza. Ella gritaba, casi se diría queaullaba, y cuando podía soltaba un “más”, “qué hijo de puta”, “qué pija”,“dale, seguí”. Por momentos el la levantó del suelo y hacía movimientos bruscoscomo si le diera bronca que ella hubiera podido con él. Ella cada tanto mirabaal espejo y ahora sí veía la cara de sacado de él y también la suya propia conla boca abierta y sintiendo cada embate pero ya acostumbrada a ese miembrovenoso y duro, listo a estallar. Hasta que él salió y con la mano se ayudó aeyacular sobre la espalda de ella que otra vez sintió su chorro que le subiópor la espalda y comenzó a caerle por los costados y por las piernas. Cuandoterminó, ella inclinado sobre el banitory y con la cabeza casi metida en labacha, él la apoyó en su espalda y la dejó fláccida pero todavía grande,cayendo con suavidad y con los lubricantes de la batalla ganada. Ella pensó“qué bueno es tener una buena pija así como está” pero no dijo nada, no queríaseguir alimentando el mito del filósofo. Se dieron un baño y se secaron y setiraron en la cama. A se pudo contenta cuando vio que no era tan tarde, queparecía que había pasado un siglo pero todo se había concentrado en unas horas.Descansaron media hora, hablaron y antes de dejar el departamento, lo acaricióy garcharon una vez más: ahora había otra persona dispuesta a fomentar ysostener la fama del filósofo.
[1] Lorrienunca llegó a cruzarse con el filósofo y tampoco le interesaba si bien lahistoria que había escuchado le sirvió para otros fines. Ya hace algún tiempoque estaba chateando por Facebook con alguien de la facultad pero que no era deFilosofía sino de Letras. Vamos a llamarlo Profe y vamos a decir que L. lecontó la historia del filósofo, que había salido con una compañera suya, queella se había vuelto loca con el filósofo y que le había hecho varias veces elamor, una vez en un baño del quinto piso de la facultad. L. había conseguidocalentar muchísimo al Profe con esta historia pero había muchas razones por lasque si bien el Profe le gustaba prefería no avanzar. Demasiadas relaciones enel medio hacían que la concreción amorosa fuera imposible. Pero los chatsfueron subiendo en temperatura y cuando parecía que la cosa desembocaba en ungoce a través de la red, Lorrie cambiaba de tema y preguntaba cosas como “quécomiste hoy” o “te dejo trabajar”. Eso frustraba mucho al Profe que un día leenvío a Lorrie una foto en la que no estaba totalmente desnudo pero se veíaparte de su pija. Estaba acostado, mirando a la cámara y sobre su sunga un poco corrida hacia abajo seveía una mata de pelos y el nacimiento de su pija. Lorrie se negó a ver lafoto, pasó su mirada por encima y dejó en claro que no le interesaba ver nadade eso, que para ella no había diferencias entre lo real y lo virtual. Así ytodo, le siguió calentando la pava al pobre Profe que solía abandonar el chatcon un fuerte dolor en la ingle y en los huevos. Pero es verdad que Lorrie nohabía visto la foto: a la mañana siguiente, cuando estaba sola frente alteclado, comenzó a contemplar la foto y a calentarse al punto de que terminómetiéndose la mano bajo la bombacha y así, sentada y viendo en la pantalla delcomputador ese pedazo de carne que dejaba adivinar una linda pija, acabó y semojó la mano. Recordó entonces la anécdota del filósofo (la cita a ciegas y elencuentro en el baño del quinto piso) y le envió un mensaje al celular delProfe un día que sabía que estaba dando clases en la facultad. Intrigado por elmensaje, subió las escaleras y cuando llegó al 5to piso (ya era tarde y habíapoca gente) vio un mensaje en el celular que le decía que siguiera por elpasillo hasta el final y abriera la puerta de la derecha. Eso hizo, intrigado yexcitado, llegó a la puerta y entró cuando escuchó: “cerrá la puerta”. Lacerró, giró la llave y cuando iba a encender la luz una mano lo paró y sindecirle nada le dio un beso con toda la lengua. El profe no sabía comoreaccionar y cuando iba a decir algo, ella bajó acariciándole todo el cuerpo yuna vez arrodillada le puso la mano en el bulto del pantalón y comenzó aacariciarselo. El profe estaba tan descolocado como excitado y se sintió en lasnubes cuando sintió la lengua chupandole la pija y literalmente devorándola.Ella estaba feliz de tenerla en la boca, le parecía grande y gruesa y adoró esacabeza que se marcaba muy bien y le empujaba el cachete. Ella comenzó a moverla cabeza hasta que él no pudo más y comenzó a gemir, con miedo de que alguiende afuera lo escuchara. Sin detenerse en su fellatio, ella le tapó la boca. Québien que la chupaba, sentía sus labios y si bien tenía miedo de la audacia de Lorrie,se excitó tanto que largó un chorro de semen que Lorrie tragó sin dejar ni unagota. Es más, con la lengua y con gran cariño le limpió todo el pena y volvió ameterselo en la boca ya un poco fláccido aunque para su sopresa volvió aendurecerse. Sorprendida porque ya de nuevo estuviera parada y apuntandole(estaba oscuro al principio pero ahora podían verse mejor las formas una vezque el ojo se acostumbró a la luz). Lorrie se paró, se puso de espaldas y lepidió que se la metiera. Perdón, le ordenó. Cosa que él hizo con gusto,mientras le acariciaba y le besaba el cuello. Fue un gran polvo en el que semezcló todo: excitación, complicidad, entrega, goce. Cuando terminaron, ella sedio vuelta, le dio un largo beso, se acomodó la bombacha y sin que él pudierareaccionar, abrió la puerta del baño y le dijo: “esto nunca sucedió”.
Perovayamos a la prehistoria de esa tarde calurosa fenomenal en la que el filósofoy la profesora de letras hicieron el amor hasta quedar exhaustos. Aída estabaen un momento de su vida muy especial: tenía una edad en la que sentía que lequedaban “sus últimos cartuchos” (era la expresión que usaba) y a la vez sesentía muy bien físicamente (la gimnasia la había vuelto más delgada y estabaespléndida). Es decir: los hombres todavía la miraban (la deseaban) y ellasentía que tenía que aprovecharlo. ¿Algunas características del curriculum de Aída? Tenía una gran boca,se ponía terriblemente audaz cuando bebía y consideraba que el tamaño erafundamental. Tal vez estas características no sean tan originales pero en ellaeran muy marcadas: cuando veía a un hombre, siempre pensaba en cómo podía sersexualmente, el simple hecho de pensar que ese hombre podía tener una pijamenor a la normal le quitaba todo interés. Pero vamos a la historia con elfilósofo así la podremos apreciar en plena acción.
Unanoche, Aída salió con dos amigas al teatro. Vamos a llamarlas Maggie y Lorrie Maggiees muy simpática (un modo de decir que no es tan linda) y Lorriees unaverdadera belleza, con una mirada triste y penetrante y una sonrisa que prometeparaísos. En la cena que sucedió al teatro, los temas fueron variados y porsupuesto las relaciones matrimoniales ocuparon su lugar. Maggie contó que le había hecho al marido un baileerótico, algo parecido al baile del caño, lo que suscitó varios comentarios de Aíday Lorrie Después pasaron al tema facultad (las tres eran profesoras), y cuando Lorriecontó de las reuniones de su grupo de investigación, Maggie le preguntó sobre…adivinen. Sí, claro, el filósofo, que había dado una charlas para el grupo de Lorrie.Maggie le comentó irónicamente “si las clases habían sido buenas”. Lorriese rióy Aída quedó como despistada. Evidentemente no sabía nada: preguntó quien era,sus nombre, qué hacía. Entonces Lorrie comenzó a contarle, una historia de unade sus compañeras con el filósofo y cómo había quedado fascinada con la pijadel filósofo, que era “hermosa”, “no entraba en la boca” y que la “llevaba deacá para allá”. Aída, que le brillaban los ojos, comentó: “voy a googlearlo”.La conversación pasó a otros temas pero a Aída le pegó la historia al punto deque cuando llegó a su casa, efectivamente lo buscó por Google, vio un video y ala noche, mientras hacía el amor con su marido, pensaba en el filósofo y en lasganas que tenía de estar con él.
Tiempodespués, Lorrie presentó un libro que había compilado y que mostraba que nosólo era hermosa sino también inteligente y laburadora.[1]El libro era sobre una escritora fascinante que poco a poco se iba descubriendoy que este libro ayudaba a volverla a recolocar en el canon literario. En lapresentación estaba todo el mundillo literario y por supuesto también Aída quehabía escrito en el libro. Cuando Aída se acercó a saludarla a Lorrie, estajusto se encontraba hablando con el filósofo. Lorrie los presentó y el filósofoque era un winner le dijo a Aída que no la conocía personalmente pero sí denombre porque había leído varias cosas de ella. El elogio bastó para que Aída aumentarasus deseos de conocer al filósofo pero cómo hacerlo. No había qué preocuparse,el filósofo –como dijimos– era un audaz. Y tal vez no le faltaba nada paraavanzar aunque necesitaba un pie, y Aída se lo dio: “en tu revista sacaste esto”.“Sí, claro, tengo todo ese material en casa, cuando quieras podés venir y te lomuestro”. Se quedaron hablando un montón, como si quisieran pasarse toda lainformación para después evitar preámbulos. No hacía falta más: acto seguido elfilósofo le pidió el número de celular y el mail y no había terminado lapresentación (que era un jueves), cuando A recibió en su celular un mensaje quedecía lo siguiente: “Este es mi número. Lunes y martes estoy todo el día encasa, avisáme cuando querés pasar. Vivo en…” y ahí estaba la dirección con elpiso y todo. Aída, esperó a que la presentación terminara y él se fuera pararesponderle: “OK te escribo domingo a la noche o lunes a la mañana”. Entre eljueves y el domingo, Aída pensó mucho en el filósofo, sabía que si iba a lacasa no era justamente para ver documentos. Hubiera querido ir el lunes a las 8de la mañana pero el lunes tenía unos compromisos y tampoco quería mostrarsetan ansiosa. El martes, en cambio, se presentaba ideal: tenía que ir al Rojas alas 2, después había quedado en ir al teórico que daba su compañera de cátedrapara ir a cenar juntas. Podía ir a las 2 al Rojas, hacer rápido lo que teníaque hacer, ir a casa del filósofo a las 3 y después ir a cenar con su amiga sinnecesidad de ir a ver al teórico (versión para el marido: mucho trabajo en elRojas, la tuvieron esperando un montón, después el teórico y a las nueves cenacon la amiga –lo único cierto). Mensaje entonces el domingo a la noche: “pasomartes a las tres”. Respuesta escueta: “Te espero”.
Aídallegó a la casa del filósofo entusiasmada e intrigada. Por un lado, leencantaba la idea de tener una tarde de sexo, sexo puro, sin amor ni necesidadde decir te quiero o inventar afinidades que no sean la de los cuerpos. Porotro lado, intriga porque iba a saber si lo que le habían contado a Lorrie y a Maggieera cierto. El filósofo era grandote, tenía cara de tenerla grande también.Como hacía mucho calor, A estaba con una camisa, una pollera y muy liviana:lista para desnudarse caso de que fuera necesario.
“¿Caféo cerveza?”. El filósofo preguntó y era como si preguntara: ¿vamos a charlar ovamos a coger? Ella entró al departamento, pequeño pero luminoso, con una pequeñacocina abierta que da a un living, con un sofá y un escritorio con computadoray libros desperdigados. Por el pasillo, Aída adivinó un cuarto y un baño. En ellivinga estaba la biblioteca. El filósofo estaba muy informal, con unospantalones Adidas tipo jogging, zapatillas y una remera amarilla. Tenía lindasespaldas y lindos brazos. Era alto y eso a Aída le gustaba: cuando lo saludo,tuvo deseos de acariciarle el pecho pero obviamente se contuvo. Y a supregunta, respondió: “cerveza”. Mientras hablaban de banalidades y bebíancerveza Stella Artois, el filósofo fue sacando los libros de la biblioteca ymostrándoselos. Ella los hojeó y llegaron a acercarse: el ambiente estabaelectrizado. Mientras miraba los libros, acariciaba sus páginas, pensaba encómo encender la mecha. Miró de reojo las entrepiernas del filósofo y le subióalgo así como un calor. “Hace calor” dijo él y aunque era un lugar común, lacoincidencia fue lo que marcó toda la tarde: los dos se entregaron al juego delgoce y a hablar con el fin de excitarse más y más. El que empezó, no podía serde otra manera, fue él, el filósofo audaz y soberbio que sabía de sus encantosy sospechaba de su fama (hasta sabía que tenía un grupito de enemigas queinadvertidamente no hacían más que convertirlo en un macho de culto). Comenzóél:
-Hace unos años te vi leyendo en un Congreso y pensé cómo sería hacerte el amor.
Ellase rió nerviosa y dijo irónica: - ¿Hacerme el amor? Que romántico.
-Je –y se le acercó hasta apoyarse, los dos parados al lado del escritorio – sí,partirte en dos.
-Ah bueno, te tenés fe – dijo ella y el diálogo irónico marcaría toda la velada.
Altocomo era la abrazó bien fuerte (le llevaba por lo menos una cabeza) y la empujóhacia el sillón donde la hizo sentar mientras él, sin nunca dejar de abrazarlay llevarla, comenzó a besarla en el cuello y arrodillado en el piso a bajar porsus tetas, mordiéndole los pezones. Ella comenzó a gemir y a empujarlelevemente la cabeza para que siguiera con los pezones mientras se retorcía.
-Te voy a hacer gozar –susurró él.
-Mirá que yo necesito mucho –dijo Aída Y él siguió bajando hasta el borde delpantalón mientras le respondía con un “no te preocupes” entremezclado conlengüetazos y besos. Con su lengua grande (todo en él era grande) le chupó laconcha como hace mucho que no lo hacían. O tal vez sí, pero toda la situaciónera sumamente excitante: un primero encuentro, con alguien que venía envueltoen rumores y chismes y ella ya desnuda, entregada, mojada y con las piernasabiertas, sentada en un sillón de una casa de alguien que apenas conocíamientras esa persona le estaba metiendo la lengua hasta el fondo. Además losdiálogos la calentaban más…
Cerrólos ojos y se dejó llevar y cuando se mojó bien, abrió los ojos como sivolviera de un dulce sueño. Se reincorporó en el sillón y le sacó la remera amarillaal filósofo y con las manos lo tomó de la cintura para levantarlo y pararlopara que el bulto de él quedara a la altura de su cara. Comenzó entonces aacariciarle el jogging y sintió que ya estaba dura. Levantó los ojos y lo miró:“¿estás caliente?”
-Muy –respondió él.
-Vamos a ver si es como dicen… -dijo ella.
-No te va a entrar en la boca.
-Mirá que en mi boca entra todo –y era verdad que su boca era muy grande.
Lebajó el jogging y lo dejó en boxer con un bulto muy prometedor que acaricióantes de bajarlo poco a poco hasta llegar al momento que más le gustaba: cuandola pija se asomaba y saltaba, después de haber estado apresada bajo el boxer. Ylo que salió –debió reconocerlo– le hacía justa fama al filósofo. Una pijagruesa y venosa, larga, con una hermosa cabeza rosada y con una buena mata depelos rubios que la rodeaba. Él se sonrojó, sabía lo que tenía y ella loacarició y la agarró de la base: apenas podía rodearla con la mano. Abrió laboca y comenzó a metersela y a moverse poco a poco, a rodearla con la lengua ya metersela cada vez muy adentro mientras él suspiraba y decía “muy bien, muybien” en voz baja. “La chupás muy bien”. Y ella seguía logrando cada vez metersemás adentro, aunque la mano seguía en la base del tronco o sea que ella nollegaba hasta el final como lo hacía habitualmente. Pero fue muy lejos y latuvo bien dura en la boca. Ahí estaba él parado, como un dios griego,totalmente desnudo y mirándola a ella a sus pies, que lo adoraba, le acariciabalas piernas, la cintura, el pecho, le tomaba sus enormes bolas y las apretabaun poquito. “Te gusta” afirmó él y ella asintió con la cabeza sin sacarsela dela boca. Entonces él se sentó en el sillón mientras ella no se la sacaba, eracomo si quisiera quedarse así para siempre, adosada a una pija como nunca anteshabía visto. Cuando él estuvo sentado, la sacó a ella de su pija y la tomó dela cintura y la hizo sentarse sobre él a horcajadas. Él sentado en el sillón yella bajando sobre él, sintiéndose llena y penetrada mientras él le besaba elcuerpo y la ayudaba a bajar hasta al final. Cuando ella la tuvo toda adentro,tembló un poco, sintió que todo su cuerpo lo envolvía y que un goce nuevo larecorría. Esta sensación fue mayor cuando él se levantó, se paró sosteniendolapor los glúteos y así, con ella en el aire, como empalada por esa lanza depunta dura, la llevó hasta su cuarto, caminando, mientras ella se aferraba aél, a sus espaldas anchas, y terminaba finamente en un cuarto luminoso, muylindo, donde él la arrojó sobre la cama sin haber salido de ella, y ella sintióel golpe seco cuando la apoyó en el colchón y sintió que la penetración era másprofunda. Ahí comenzó él a moverse con ritmos lentos primero mientras lehablaba al oído:
-Y, ¿vamos bien?
-Síiii…
-Vos sos mejor de lo que esperaba y eso que esperaba mucho. ¿Yo te defraudé?
-Nooo, está bien lo que me decían…
Ahícomenzó a acelerar y ella hablaba entrecortado porque estaba embriagada por lapija del filósofo.
-¿Querés que te acabe afuera?
-Sí en las tetas…
-Tengo mucha leche… mucha
-La quiero, la quiero, la quiero –comenzó a repetir ella mientras él le daba másy más fuerte – la quiero toda, toda, quiero esa leche…
Entoncesél dio unos embates magistrales, sacó su pija, la agarró con la mano, se paróal borde de la cama, ella se sentó, puso sus pechos bajo la poronga de él y elprimer chorro saltó con tanta fuerza que le cruzó la cara y le dejó una líneade semen que comenzó a bajarle por el mentón. Tomó ella esa pija y comenzó arefregarsele por las tetas mientras salían chorros espasmódicos, muchos,lechosos, que la dejaron toda enchastrada y feliz. Volvió a ponersela en laboca y sacó una última gota que le supo a néctar. Conn el dedo se sacó un pocoque le chorreaba del mentón y con el dedo lo pasó por la cabeza de la pija yvolvió a meteresala en la boca. Lo exprimió, le sacó hasta la última gota, losaboreó hasta que ella se tiró hacia atrás en la cama exhausta con ese polvo fenomenal.Pero la tarde recién empezaba.
-Ahí está el baño, ahora abro la ducha así nos bañamos.
Lafrase puede parecer fría pero no hizo más que hacer más calurosa la tarde:estaban ahí para coger, no para ningún romanticismo.
Ellafue el baño y se sentó en el inodoro para limpiarse. Pensó en cerrar la puertapero se dio cuenta de que no era acorde con lo que estaba pasando. Además, comoera de esperar, él se apareció desnudo, con su poronga colgando como un badajo.“Aún baja es grande” pensó ella mientras lo miraba sentada y lo veía ir haciala bañera para abrir la ducha, tomar unas toallas y abrir un pequeño armariodel que sacó un protector transparente de nylon para el pelo: él se lo mostró yle dijo que si lo necesitaba. Obviamente, quería mostrarle también el contenidode ese armario, lleno de frascos y recipientes. Aída llegó a ver un consoladornaranja bastante grande y se preguntó para qué lo necesitaba. “No gracias, novoy a usar nada para el pelo, me lo puedo mojar”. Él se dio vuelta, dejó lacapucha y sacó un frasco que puso sobre el banitory: “gel lubricante, muchas melo piden”. A lo que ella respondió rápido: “yo no lo necesité”. “Porque fue poradelante… pero por atrás no se atreve casi ninguna. Hace cosa de un mes –siguiómientras abría la cortina para que ella se metiera bajo la ducha – estuve conuna chica que le encantaba hacerlo por atrás, según me dijo un amigo, y me dijoque conmigo no le daba. Usó esa expresión: no le daba”. Aída respondió: “lefaltaba práctica o coraje y yo tengo las dos cosas”.
Enla ducha se abrazaron y ella se sorprendió con lo rápido que volvió aendurecerse. Se besaron, se pasaron jabón, la penetraron, se chuparon, gozaron.Ella salió primero para secarse y cuando él salió comenzó a secarlo con latoalla y a secarle con especial énfasis los huevos y la pija. Comenzó amasturbarlo y agarró el envase de gel y comenzó a pasarselo mientras loacariciaba. Él le sacó el gel de la mano…y con cierta brusquedad la dio vueltay la puso de cara al espejo. Desde atrás le dijo, “agarráte fuerte porque te lavoy a meter por atrás… si te animás”. Ella se agarró del banitory, se inclinóun poco levantando la cola y cerró los ojos mientras él con un dedo le pasabael gel. Acariciaba en crículos y de repente metía un poco el dedo y ella yaestaba gimiendo porque le gustaba, le dolía un poco más cuando entraban dosdedos, pero enseguida el cuerpo se amoldaba. Abrió los ojos y lo vio a él,detrás de ella, mirando hacia abajo y pasando, con una actitud de alguien queestá leyendo a Hegel y se concentra mucho en lo que está hacieno, el gel poratrás. También vio esa pija parada y se preguntó si realmente la cosafuncionaría. Sin darse una respuesta volvió a cerrar los ojos y con la cabezagacha le preguntó: “pocas se animan, ¿no?”. Él respondió fríamente como siestuviera dando clases sobre el noumenoen Kant: “sí, pero vos se nota que tenés experiencia…ahí voy”. Le agarró deatrás las caderas y apoyó su pija entre los cachetes de modo que estos loenvolvieran y comenzó a empujar, ayudado por el gel y los movimientos de Aídaque parecían ansiosos por engullirla entera. Poco se fueron moviendo hasta queen un movimiento inesperado el glande logró entrar y abrirse paso. Aída pegó ungrito de dolor: le había dolido mucho. Casi automáticamente le dijo: “pará,pará, esperá”. Para el que la conoce íntimamente y ya le ha hecho el anal, esafrase es típica. Y el filósofo se lamentó, a él le hubiese encantado romper másculos, pero las chicas casi nunca se le animaban. Ahora que parecía que todoiba bien, él se tuvo que detener. Pero lo que no sabía es que comenzaba otrotrabajo de Aída, unos movimientos lentos que mientras decían (“pará, quedátequieto, esperá”) iban acogiendo poco a poco a la serpiente pitón de nuestroamigo. “Ahí va” dijo ella cuando casi la mitad estaba adentro. Él no pudoevitar moverse un poco y ella contratatacó con otro movimiento suave facilitadopor el gel que a él le llegaba hasta la base del tronco. Entonces ella, quétenía los talones un poco levantados, se dejó caer, apoyó la planta de los piesy la pija entró todavía más. Ella volvió a cerrar los ojos porque esa pija noterminaba más y le dolía un poco. “¿Falta mucho?”, preguntó. “No” dijo él,mientras comenzó con unos movimientos suaves y ella también y de repente nosolo la tenía toda adentro sino que ya no le dolía sino que sentía un placerinmenso. “Dale, -le dijo- dame con todo, ahora sí”. Entonces él comenzó amoverse, cada vez más rápido y con más fuerza. Ella gritaba, casi se diría queaullaba, y cuando podía soltaba un “más”, “qué hijo de puta”, “qué pija”,“dale, seguí”. Por momentos el la levantó del suelo y hacía movimientos bruscoscomo si le diera bronca que ella hubiera podido con él. Ella cada tanto mirabaal espejo y ahora sí veía la cara de sacado de él y también la suya propia conla boca abierta y sintiendo cada embate pero ya acostumbrada a ese miembrovenoso y duro, listo a estallar. Hasta que él salió y con la mano se ayudó aeyacular sobre la espalda de ella que otra vez sintió su chorro que le subiópor la espalda y comenzó a caerle por los costados y por las piernas. Cuandoterminó, ella inclinado sobre el banitory y con la cabeza casi metida en labacha, él la apoyó en su espalda y la dejó fláccida pero todavía grande,cayendo con suavidad y con los lubricantes de la batalla ganada. Ella pensó“qué bueno es tener una buena pija así como está” pero no dijo nada, no queríaseguir alimentando el mito del filósofo. Se dieron un baño y se secaron y setiraron en la cama. A se pudo contenta cuando vio que no era tan tarde, queparecía que había pasado un siglo pero todo se había concentrado en unas horas.Descansaron media hora, hablaron y antes de dejar el departamento, lo acaricióy garcharon una vez más: ahora había otra persona dispuesta a fomentar ysostener la fama del filósofo.
[1] Lorrienunca llegó a cruzarse con el filósofo y tampoco le interesaba si bien lahistoria que había escuchado le sirvió para otros fines. Ya hace algún tiempoque estaba chateando por Facebook con alguien de la facultad pero que no era deFilosofía sino de Letras. Vamos a llamarlo Profe y vamos a decir que L. lecontó la historia del filósofo, que había salido con una compañera suya, queella se había vuelto loca con el filósofo y que le había hecho varias veces elamor, una vez en un baño del quinto piso de la facultad. L. había conseguidocalentar muchísimo al Profe con esta historia pero había muchas razones por lasque si bien el Profe le gustaba prefería no avanzar. Demasiadas relaciones enel medio hacían que la concreción amorosa fuera imposible. Pero los chatsfueron subiendo en temperatura y cuando parecía que la cosa desembocaba en ungoce a través de la red, Lorrie cambiaba de tema y preguntaba cosas como “quécomiste hoy” o “te dejo trabajar”. Eso frustraba mucho al Profe que un día leenvío a Lorrie una foto en la que no estaba totalmente desnudo pero se veíaparte de su pija. Estaba acostado, mirando a la cámara y sobre su sunga un poco corrida hacia abajo seveía una mata de pelos y el nacimiento de su pija. Lorrie se negó a ver lafoto, pasó su mirada por encima y dejó en claro que no le interesaba ver nadade eso, que para ella no había diferencias entre lo real y lo virtual. Así ytodo, le siguió calentando la pava al pobre Profe que solía abandonar el chatcon un fuerte dolor en la ingle y en los huevos. Pero es verdad que Lorrie nohabía visto la foto: a la mañana siguiente, cuando estaba sola frente alteclado, comenzó a contemplar la foto y a calentarse al punto de que terminómetiéndose la mano bajo la bombacha y así, sentada y viendo en la pantalla delcomputador ese pedazo de carne que dejaba adivinar una linda pija, acabó y semojó la mano. Recordó entonces la anécdota del filósofo (la cita a ciegas y elencuentro en el baño del quinto piso) y le envió un mensaje al celular delProfe un día que sabía que estaba dando clases en la facultad. Intrigado por elmensaje, subió las escaleras y cuando llegó al 5to piso (ya era tarde y habíapoca gente) vio un mensaje en el celular que le decía que siguiera por elpasillo hasta el final y abriera la puerta de la derecha. Eso hizo, intrigado yexcitado, llegó a la puerta y entró cuando escuchó: “cerrá la puerta”. Lacerró, giró la llave y cuando iba a encender la luz una mano lo paró y sindecirle nada le dio un beso con toda la lengua. El profe no sabía comoreaccionar y cuando iba a decir algo, ella bajó acariciándole todo el cuerpo yuna vez arrodillada le puso la mano en el bulto del pantalón y comenzó aacariciarselo. El profe estaba tan descolocado como excitado y se sintió en lasnubes cuando sintió la lengua chupandole la pija y literalmente devorándola.Ella estaba feliz de tenerla en la boca, le parecía grande y gruesa y adoró esacabeza que se marcaba muy bien y le empujaba el cachete. Ella comenzó a moverla cabeza hasta que él no pudo más y comenzó a gemir, con miedo de que alguiende afuera lo escuchara. Sin detenerse en su fellatio, ella le tapó la boca. Québien que la chupaba, sentía sus labios y si bien tenía miedo de la audacia de Lorrie,se excitó tanto que largó un chorro de semen que Lorrie tragó sin dejar ni unagota. Es más, con la lengua y con gran cariño le limpió todo el pena y volvió ameterselo en la boca ya un poco fláccido aunque para su sopresa volvió aendurecerse. Sorprendida porque ya de nuevo estuviera parada y apuntandole(estaba oscuro al principio pero ahora podían verse mejor las formas una vezque el ojo se acostumbró a la luz). Lorrie se paró, se puso de espaldas y lepidió que se la metiera. Perdón, le ordenó. Cosa que él hizo con gusto,mientras le acariciaba y le besaba el cuello. Fue un gran polvo en el que semezcló todo: excitación, complicidad, entrega, goce. Cuando terminaron, ella sedio vuelta, le dio un largo beso, se acomodó la bombacha y sin que él pudierareaccionar, abrió la puerta del baño y le dijo: “esto nunca sucedió”.
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