(Con fotos de ella)
Aquella noche esperaba a mi amiga Marcela, a quien no veía desde hacía año y medio. Una hora antes me había llamado por teléfono, con voz llorosa, para preguntarme si podía visitarme.
- ¡Por supuesto! ¿Qué te pasa?
- Algo tonto, pero quiero charlar con vos – me dijo entristecida.
- Dale, vení. Dejo la puerta sin llave. Te espero con una rica comida…
Estaba colando los ravioles cuando apareció Marcela en la cocina. A los 34 años, tenía un aspecto juvenil y un cuerpazo espectacular. Llegó vestida con minifalda y transparente camisa corta, sin corpiño, por lo que traslucían sus ricas tetas. Me excité.
Marcela me había confesado que no podía estar sin sexo diario. Pedía coger, como mínimo tres veces diarias. Cuando su pareja no la satisfacía, buscaba quien lo haga, sea hombre o mujer. Si no, se masturbaba.
Podría pensarse que cualquiera quisiera estar con una mujer linda y tan sexual. Además, según comentarios suyos y de amigos, era una experta cogiendo, entregaba y hacia todo.
Sin embargo, como Marcela era una romántica y no una trabajadora sexual, no había hombre que pudiese seguirle el ritmo. Ni que tolerase ser cornudo.
- Bueno, contame que te pasa…
- Lo de siempre. Carlos se había ido de viaje por tres días y cuando llegó me encontró acostada con su amigo Joaquín. Esto fue anteayer, estoy sola desde anteayer… Así que imaginate como estoy, triste y sin novio… - sostuvo con tono melancólico y seductor.
Era fácil imaginar su situación. Debía estar más caliente y mojada que empanada salteña.
- ¿Tenés vino para convidarme? Tal vez así me tranquilizo…
Fui hasta la heladera para sacar una botella. Al darme vuelta vi que se estaba desprendiendo la camisa.
- Vos sos el único amigo que tengo… ¿Te puedo pedir algo? – preguntó, suplicante.
- Precisamente porque soy tu amigo podes pedirme lo que quieras.
- Gracias… Sos un dulce… Este… Bueno… Yo se que vos nunca serías mi novio; vos me gustás, pero no te pido eso. ¿Sabés qué? Necesito un hombre cerca, olerlo, aunque sea que me mire pajeándome… Esto te pido… - sostuvo, y dejó caer la minifalda.
Se me paró la pija. Ella tenía los pezones duros, su vientre era una planicie deliciosa, y la conchita se abría coronada por una cuidad mata de vellos.
- Marce, no entiendo que querés decir con eso de “aunque sea”…
- Mirame cuando me pajeo. Tocame, besame, hacé lo que quieras. Yo empiezo a acabar enseguida, entonces, si tenés ganas, estando bien mojada, me cogés por delante o por atrás. Sino querés, no importa, con que me mirés me conformo… ¿Me hacés este favor, desde ahora?
- ¡Dale! Empezá a pajearte, mojate, mostrame el orto… Dos cogidas te doy seguro…
Aquella noche esperaba a mi amiga Marcela, a quien no veía desde hacía año y medio. Una hora antes me había llamado por teléfono, con voz llorosa, para preguntarme si podía visitarme.
- ¡Por supuesto! ¿Qué te pasa?
- Algo tonto, pero quiero charlar con vos – me dijo entristecida.
- Dale, vení. Dejo la puerta sin llave. Te espero con una rica comida…
Estaba colando los ravioles cuando apareció Marcela en la cocina. A los 34 años, tenía un aspecto juvenil y un cuerpazo espectacular. Llegó vestida con minifalda y transparente camisa corta, sin corpiño, por lo que traslucían sus ricas tetas. Me excité.
Marcela me había confesado que no podía estar sin sexo diario. Pedía coger, como mínimo tres veces diarias. Cuando su pareja no la satisfacía, buscaba quien lo haga, sea hombre o mujer. Si no, se masturbaba.
Podría pensarse que cualquiera quisiera estar con una mujer linda y tan sexual. Además, según comentarios suyos y de amigos, era una experta cogiendo, entregaba y hacia todo.
Sin embargo, como Marcela era una romántica y no una trabajadora sexual, no había hombre que pudiese seguirle el ritmo. Ni que tolerase ser cornudo.
- Bueno, contame que te pasa…
- Lo de siempre. Carlos se había ido de viaje por tres días y cuando llegó me encontró acostada con su amigo Joaquín. Esto fue anteayer, estoy sola desde anteayer… Así que imaginate como estoy, triste y sin novio… - sostuvo con tono melancólico y seductor.
Era fácil imaginar su situación. Debía estar más caliente y mojada que empanada salteña.
- ¿Tenés vino para convidarme? Tal vez así me tranquilizo…
Fui hasta la heladera para sacar una botella. Al darme vuelta vi que se estaba desprendiendo la camisa.
- Vos sos el único amigo que tengo… ¿Te puedo pedir algo? – preguntó, suplicante.
- Precisamente porque soy tu amigo podes pedirme lo que quieras.
- Gracias… Sos un dulce… Este… Bueno… Yo se que vos nunca serías mi novio; vos me gustás, pero no te pido eso. ¿Sabés qué? Necesito un hombre cerca, olerlo, aunque sea que me mire pajeándome… Esto te pido… - sostuvo, y dejó caer la minifalda.
Se me paró la pija. Ella tenía los pezones duros, su vientre era una planicie deliciosa, y la conchita se abría coronada por una cuidad mata de vellos.
- Marce, no entiendo que querés decir con eso de “aunque sea”…
- Mirame cuando me pajeo. Tocame, besame, hacé lo que quieras. Yo empiezo a acabar enseguida, entonces, si tenés ganas, estando bien mojada, me cogés por delante o por atrás. Sino querés, no importa, con que me mirés me conformo… ¿Me hacés este favor, desde ahora?
- ¡Dale! Empezá a pajearte, mojate, mostrame el orto… Dos cogidas te doy seguro…
7 comentarios - Mi amiga me pide que mire como se pajea