Soy un ama de casa corriente y aburrida. Mi marido no me hace el amor más que un par de veces al mes, y aunque soy madre de cuatro hijos, solamente tengo 33 años. La verdad es que si me arreglo un poquito, me veo bastante buena, es lo que dicen.
Mi vecina Charo es viuda y está embarazada. Es madre de un bebé precioso de once meses y de Toño, un chico de 18 años, muy lindo también, pero que por un problema que tuvo al nacer tiene un pronunciado retraso mental y pese a su cuerpo de hombre bien formado y sensual, tiene una edad intelectual de seis o siete años a lo sumo.
Charo se tomó una tarde el café que le ofrecí en mi casa y me pidió que la ayudara en un asunto muy vergonzoso que no se atrevía a contárselo ni siquiera a sus mejores amigas, y mucho menos a sus familiares más directos.
Le pregunté qué le pasaba y mi vecina se echó a llorar, diciéndome:
-Estoy embarazada de mi hijo Toño.
Me quede atónita, no sabía como reaccionar ante semejante confesión. Estuve a punto de levantarme indignada, hasta un tanto asqueada, pero al verla tan triste cambié de actitud. Llorando, me contó que Toño se lo pasaba acosándola, la perseguía por toda la casa tocándole el culo, las tetas o besándola en la boca, y que una noche, mientras ella dormía, se metió en su cama, la abrazó con fuerza y la violó sin que ella pudiera intentar resistirse. Siguió contándome, sin parar de llorar, que después de esa noche el chico no volvió a molestarla durante el día, pero que a la noche, invariablemente se colaba en su cama y la sometía sin que pudiera resistirse y que como eso lo calmaba, ella se resignó y empezó a tomarlo como algo natural. Se justificaba diciéndome que su hijo tenía una sexualidad poderosa, que lo hacía sufrir y que ella había asumido que, como madre, era la única que podía satisfacerle el terrible llamado de sus instintos descarriados. También me confesó, muy compungida, que Toño estaba fenomenalmente dotado, que la cogía como un salvaje y que lo que más culpa le provocaba era que la hacía gozar como jamás se imaginaba que podía disfrutar una mujer; me aseguraba que los embates violentos de su hijo retrasado le provocaban unos orgasmos incontenibles, y que eso la tenía angustiada al borde de la desesperación, pero no podía resistirse.
La consolé y le pedí paciencia, porque su hijo no tenía raciocinio y por lo tanto no era responsable de sus actos. Charo tenía miedo a ir a la clínica a dar a luz, ya que un hijo como Toño no podía confiárselo a ninguna otra mujer y entonces me explicó, ahondando sus confesiones, lo que les había hecho el muchacho a su suegra y a su cuñada.
Me contó que una vez que tuvo que irse a Córdoba a cuidar a su madre que estaba muy enferma, no quiso llevarse a Toño porque iba a ser un estorbo y fue su suegra, la madre de su difunto esposo, la que aceptó quedarse a cuidar su nieto. La señora es una mujer de cincuenta y pico, muy agradable y con un cuerpo que envidiaría cualquier jovencita. Ella vive con Sole, su hija soltera de 28 años, que con dos amigas es la dueña de un gimnasio con salón de belleza muy acreditado. Como Sole es muy jodona, decidió vestir a su sobrino de mujer para gastarle una broma a sus empleadas. Así, tras desnudar entre la madre e hija a Toño, que es muy bonito a pesar de su discapacidad, le depilaron todo el cuerpo y ambas se quedaron muy impresionadas -según le contaron después a Charo- al ver el tamaño y grosor de su herramienta sexual.
Cuando lo vistieron de mujer, le colocaron una peluca rubia y lo maquillaron adecuadamente; se lo llevaron al salón de belleza y le ordenaron que limpiara los baños sauna.
Después, en el gimnasio femenino, que se comunicaba con el salón, donde hacían aeróbicos muchas mujeres, se encargó de barrer y ordenar adecuadamente, como una señora de la limpieza, ese recinto femenino en el que se encontraban ajenas a lo que sucedía varias señoras y señoritas duchándose e ignorando que estaban desnudas ante un auténtico semental ataviado con unas ropas femeninas y que engañaba hasta la más perspicaz, puesto que al vivir durante tantos años con su madre, conocía las poses y las actitudes de las mujeres, comportándose como una fémina ante las dientas del gimnasio de su tía.
La contemplación de traseros, senos y sexos femeninos de todas las formas y dimensiones lo excitó, y el problema surgió cuando al irse al aseo de señoras a masturbarse, se encontraba guardando fila Maruja, una empleada del salón de belleza que, tratando de ser amable con la sobrina de su jefa, le permitió entrar con ella al baño. Maruja, una morena de 40 años muy hermosa, comentó después el grave incidente que protagonizó con Toño, pues convencida de que él era mujer, no tuvo reparos en quitarse los calzones y sentarse en la taza, ya que por el exceso de trabajo llevaba varias horas sin orinar.
Entonces Toño se levantó la falda y sacó un falo enorme que le metió a Maruja en la boca, tras agarrarle la cabeza con violencia. La mujer se encontró con ese palo de carne erecta y no sabía qué hacer. No obstante, observando la actitud violenta de esa falsa muchacha, optó por chupar ese miembro mucho más grande que el de su marido, y aunque le daba asco hacerle una mamada a su esposo, no tuvo reparos de comerse ese grueso pene que amenazaba con ahogarla, dadas sus dimensiones y la erección monstruosa que tenía.
Cuando él le llenó la boca de su semen, la mujer se quedó indefensa sin poder evitar que Toño le acariciase los pechos, de igual forma que lo hacía con su madre cada día. También le apretó los pezones y excitada, Maruja se levantó de la taza para que él se sentara en el inodoro con la verga altiva y la obligara a montarse a caballo sobre su miembro, que se coló hasta los testículos en su vagina empapada de flujo.
Se la cogió y gozó con ella todo lo que quiso. Cuando salieron del baño, Maruja había arreglado las ropas de ese varón disfrazado de mujer, y con dignidad salió altiva, aunque estaba llena de un semen abundante que mojaba sus calzones, dándole un placer que al parecer jamás había obtenido.
Cuando Maruja le contó a su jefa Paquita la aventura sexual que había tenido con su sobrino, ésta le dio 20 mil pesos de gratificación para que guardase silencio, y de esa forma se sellaron los labios de esa víctima inocente de la broma de la abuela y de la tía de Toño.
Por esa travesura sexual de Toño, su madre que lo adoraba, no quiso que el chico violara a mujeres inocentes, a cualquier señora o señorita que se cruzase en su canmino y así se convirtió en su amante, en la compañera fiel que satisfacía sus necesidades, hasta que por un descuido en sus métodos anticonceptivos había quedado encinta de su propio hijo.
Seis meses después de nuestra conversación, sin pensarlo dos veces me ofrecí a cuidar del hijo mayor de Charo cuando la llevaron a la clínica para dar a luz. Toño y yo cenamos un delicioso menú que le preparé y luego le puse diversas películas porno que alquilé para excitarlo. Así pude ver cómo se le alzaba su pantalón como una tienda de campaña, síntoma evidente de que estaba excitadísimo.
Me fui al baño, me desnudé, y vestida con un camisón muy corto y provocativo, me | dirigí a la cama; él se acostó | desnudo a mi lado, con ese aparato salvaje que llevaba erguido entre las piernas. | Me quité mi negligé dejándome llevar por un impulso y traté al gigantón de Toño como si fuera un bebé al que ofrecí maternal uno de mis pezones. Él aceptó mi invitación y dejé que me chupara el botón que me puso a mil, notando escalofríos en mi sexo, muy agradables por cierto.
Luego él se soltó de mi abrazo y me puso su glande despejado, grueso y con la punta empapada de un líquido blanco a escasos centímetros de mi boca. Casi me volví loca de gusto al aspirar ese olor acre, un poco fuerte que brotaba de su verga juvenil erguida.
Lami con deseo ese glande prominente y después lo introduje en mi boca, notando cómo se hinchaba sobre mi lengua, sumiendo en un éxtasis brutal a Toño, que me agarraba la cabeza con fuerza hasta hacerme daño.
Entonces pensé en lo que sufriría esa señora, la tal Maruja, cuando él le hizo algo similar a lo que me hacía a mí durante la mamada increíble a la que me sometió ese animalote.
Cuando me llenó de leche la boca, cuello y pechos, levanté las piernas, abrí los muslos y él se colocó delante de mi pepita. Orientó su glande en mi vagina húmeda, avanzó su cuerpo y su verga enorme y me penetró a fondo.
Apretó mis nalgas con sus fuertes y grandes manos y sentí cómo me clavaba el rabo entero. Entonces creo que aullé de gusto, agitando gozosa la pelvis mientras cogíamos a lo bestia.
Noté cómo él contraía las nalgas para presionarme más y como yo estaba fuera de mí, grité su nombre y ambos nos escurrimos a la vez.
Mi goce fue el máximo que jamás me había proporcionado un hombre. Yo también me descuidé y a los nueve meses, para mi sorpresa, me convertí en la madre de una hija de Toño, el semental de mi barrio, ya que cuando se cansa de Charo, su madre, se coge a otra vecina.
Lo gracioso es que casi todas las mujeres de la casa han tenido su verga en el culo. Es un semental magnífico y lo adoro. También las vecinas.
Mi vecina Charo es viuda y está embarazada. Es madre de un bebé precioso de once meses y de Toño, un chico de 18 años, muy lindo también, pero que por un problema que tuvo al nacer tiene un pronunciado retraso mental y pese a su cuerpo de hombre bien formado y sensual, tiene una edad intelectual de seis o siete años a lo sumo.
Charo se tomó una tarde el café que le ofrecí en mi casa y me pidió que la ayudara en un asunto muy vergonzoso que no se atrevía a contárselo ni siquiera a sus mejores amigas, y mucho menos a sus familiares más directos.
Le pregunté qué le pasaba y mi vecina se echó a llorar, diciéndome:
-Estoy embarazada de mi hijo Toño.
Me quede atónita, no sabía como reaccionar ante semejante confesión. Estuve a punto de levantarme indignada, hasta un tanto asqueada, pero al verla tan triste cambié de actitud. Llorando, me contó que Toño se lo pasaba acosándola, la perseguía por toda la casa tocándole el culo, las tetas o besándola en la boca, y que una noche, mientras ella dormía, se metió en su cama, la abrazó con fuerza y la violó sin que ella pudiera intentar resistirse. Siguió contándome, sin parar de llorar, que después de esa noche el chico no volvió a molestarla durante el día, pero que a la noche, invariablemente se colaba en su cama y la sometía sin que pudiera resistirse y que como eso lo calmaba, ella se resignó y empezó a tomarlo como algo natural. Se justificaba diciéndome que su hijo tenía una sexualidad poderosa, que lo hacía sufrir y que ella había asumido que, como madre, era la única que podía satisfacerle el terrible llamado de sus instintos descarriados. También me confesó, muy compungida, que Toño estaba fenomenalmente dotado, que la cogía como un salvaje y que lo que más culpa le provocaba era que la hacía gozar como jamás se imaginaba que podía disfrutar una mujer; me aseguraba que los embates violentos de su hijo retrasado le provocaban unos orgasmos incontenibles, y que eso la tenía angustiada al borde de la desesperación, pero no podía resistirse.
La consolé y le pedí paciencia, porque su hijo no tenía raciocinio y por lo tanto no era responsable de sus actos. Charo tenía miedo a ir a la clínica a dar a luz, ya que un hijo como Toño no podía confiárselo a ninguna otra mujer y entonces me explicó, ahondando sus confesiones, lo que les había hecho el muchacho a su suegra y a su cuñada.
Me contó que una vez que tuvo que irse a Córdoba a cuidar a su madre que estaba muy enferma, no quiso llevarse a Toño porque iba a ser un estorbo y fue su suegra, la madre de su difunto esposo, la que aceptó quedarse a cuidar su nieto. La señora es una mujer de cincuenta y pico, muy agradable y con un cuerpo que envidiaría cualquier jovencita. Ella vive con Sole, su hija soltera de 28 años, que con dos amigas es la dueña de un gimnasio con salón de belleza muy acreditado. Como Sole es muy jodona, decidió vestir a su sobrino de mujer para gastarle una broma a sus empleadas. Así, tras desnudar entre la madre e hija a Toño, que es muy bonito a pesar de su discapacidad, le depilaron todo el cuerpo y ambas se quedaron muy impresionadas -según le contaron después a Charo- al ver el tamaño y grosor de su herramienta sexual.
Cuando lo vistieron de mujer, le colocaron una peluca rubia y lo maquillaron adecuadamente; se lo llevaron al salón de belleza y le ordenaron que limpiara los baños sauna.
Después, en el gimnasio femenino, que se comunicaba con el salón, donde hacían aeróbicos muchas mujeres, se encargó de barrer y ordenar adecuadamente, como una señora de la limpieza, ese recinto femenino en el que se encontraban ajenas a lo que sucedía varias señoras y señoritas duchándose e ignorando que estaban desnudas ante un auténtico semental ataviado con unas ropas femeninas y que engañaba hasta la más perspicaz, puesto que al vivir durante tantos años con su madre, conocía las poses y las actitudes de las mujeres, comportándose como una fémina ante las dientas del gimnasio de su tía.
La contemplación de traseros, senos y sexos femeninos de todas las formas y dimensiones lo excitó, y el problema surgió cuando al irse al aseo de señoras a masturbarse, se encontraba guardando fila Maruja, una empleada del salón de belleza que, tratando de ser amable con la sobrina de su jefa, le permitió entrar con ella al baño. Maruja, una morena de 40 años muy hermosa, comentó después el grave incidente que protagonizó con Toño, pues convencida de que él era mujer, no tuvo reparos en quitarse los calzones y sentarse en la taza, ya que por el exceso de trabajo llevaba varias horas sin orinar.
Entonces Toño se levantó la falda y sacó un falo enorme que le metió a Maruja en la boca, tras agarrarle la cabeza con violencia. La mujer se encontró con ese palo de carne erecta y no sabía qué hacer. No obstante, observando la actitud violenta de esa falsa muchacha, optó por chupar ese miembro mucho más grande que el de su marido, y aunque le daba asco hacerle una mamada a su esposo, no tuvo reparos de comerse ese grueso pene que amenazaba con ahogarla, dadas sus dimensiones y la erección monstruosa que tenía.
Cuando él le llenó la boca de su semen, la mujer se quedó indefensa sin poder evitar que Toño le acariciase los pechos, de igual forma que lo hacía con su madre cada día. También le apretó los pezones y excitada, Maruja se levantó de la taza para que él se sentara en el inodoro con la verga altiva y la obligara a montarse a caballo sobre su miembro, que se coló hasta los testículos en su vagina empapada de flujo.
Se la cogió y gozó con ella todo lo que quiso. Cuando salieron del baño, Maruja había arreglado las ropas de ese varón disfrazado de mujer, y con dignidad salió altiva, aunque estaba llena de un semen abundante que mojaba sus calzones, dándole un placer que al parecer jamás había obtenido.
Cuando Maruja le contó a su jefa Paquita la aventura sexual que había tenido con su sobrino, ésta le dio 20 mil pesos de gratificación para que guardase silencio, y de esa forma se sellaron los labios de esa víctima inocente de la broma de la abuela y de la tía de Toño.
Por esa travesura sexual de Toño, su madre que lo adoraba, no quiso que el chico violara a mujeres inocentes, a cualquier señora o señorita que se cruzase en su canmino y así se convirtió en su amante, en la compañera fiel que satisfacía sus necesidades, hasta que por un descuido en sus métodos anticonceptivos había quedado encinta de su propio hijo.
Seis meses después de nuestra conversación, sin pensarlo dos veces me ofrecí a cuidar del hijo mayor de Charo cuando la llevaron a la clínica para dar a luz. Toño y yo cenamos un delicioso menú que le preparé y luego le puse diversas películas porno que alquilé para excitarlo. Así pude ver cómo se le alzaba su pantalón como una tienda de campaña, síntoma evidente de que estaba excitadísimo.
Me fui al baño, me desnudé, y vestida con un camisón muy corto y provocativo, me | dirigí a la cama; él se acostó | desnudo a mi lado, con ese aparato salvaje que llevaba erguido entre las piernas. | Me quité mi negligé dejándome llevar por un impulso y traté al gigantón de Toño como si fuera un bebé al que ofrecí maternal uno de mis pezones. Él aceptó mi invitación y dejé que me chupara el botón que me puso a mil, notando escalofríos en mi sexo, muy agradables por cierto.
Luego él se soltó de mi abrazo y me puso su glande despejado, grueso y con la punta empapada de un líquido blanco a escasos centímetros de mi boca. Casi me volví loca de gusto al aspirar ese olor acre, un poco fuerte que brotaba de su verga juvenil erguida.
Lami con deseo ese glande prominente y después lo introduje en mi boca, notando cómo se hinchaba sobre mi lengua, sumiendo en un éxtasis brutal a Toño, que me agarraba la cabeza con fuerza hasta hacerme daño.
Entonces pensé en lo que sufriría esa señora, la tal Maruja, cuando él le hizo algo similar a lo que me hacía a mí durante la mamada increíble a la que me sometió ese animalote.
Cuando me llenó de leche la boca, cuello y pechos, levanté las piernas, abrí los muslos y él se colocó delante de mi pepita. Orientó su glande en mi vagina húmeda, avanzó su cuerpo y su verga enorme y me penetró a fondo.
Apretó mis nalgas con sus fuertes y grandes manos y sentí cómo me clavaba el rabo entero. Entonces creo que aullé de gusto, agitando gozosa la pelvis mientras cogíamos a lo bestia.
Noté cómo él contraía las nalgas para presionarme más y como yo estaba fuera de mí, grité su nombre y ambos nos escurrimos a la vez.
Mi goce fue el máximo que jamás me había proporcionado un hombre. Yo también me descuidé y a los nueve meses, para mi sorpresa, me convertí en la madre de una hija de Toño, el semental de mi barrio, ya que cuando se cansa de Charo, su madre, se coge a otra vecina.
Lo gracioso es que casi todas las mujeres de la casa han tenido su verga en el culo. Es un semental magnífico y lo adoro. También las vecinas.
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