Yo estaba con mis hijos y él con los suyos, como siempre que suceden estas cosas los niños fueron invitándose uno a otros con sus juegos en tanto que nosotros, los padres, simulábamos muy bien nuestra mutua indiferencia. Si bien era época primaveral, el calor se hacía notar. Él estaba ahí, un par de miradas me alcanzaron para darme cuenta que tenía ojos claros, celestes, lo cual lo hacía más interesante. Pero había un problema, era calvo y a mí los tipos pelados me dan cosa, digamos miedo. No es que se tratara de un tipo que se hubiera cortado pelo al ras, no, era pelado y su pelada brillaba al sol del domingo sentado a unos bancos más allá del mío.
De pronto la tragedia, una hamaca que va y que viene columpiando a un niño que otro empuja, un chiquito de tres años que decide cruzar en el momento justo que retrocede la hamaca y le da de lleno en la cabeza tirándolo, para colmo, a un metro o dos del lugar. Madres que corremos, gente que curiosea, aunque en realidad es poco el auténtico interés por la suerte corrida por el pobrecito que no deja de llorar mientras su madre, muy asustada, trata de consolarlo.
La algarabía se apaga por un momento, después todos volvemos a nuestras cosas, los niños a jugar, los padres a sus charlas, entonces el pelado, que se ha acercado a ver a sus hijos para aprovechar dar algunas recomendaciones sobre su propia seguridad, se acerca a mí y como si tal cosa se sienta en mi banco aprovechando la ocasión para iniciar una conversación sobre aventuras y desventuras que se suceden en las plazas. Así es que él me relata algo de su infancia que me hace gracia a pesar de que me lo cuenta con seriedad, luego yo hago lo mismo; después me dice que me parezco a una novia que tuvo en la escuela primaria, le digo que se deje de macanas, insiste, será pelado pero tiene una sonrisa fantástica, le brillan los ojos cuando lo hace, los niños continúan jugando, al chico golpeado se lo han llevado, la tarde dominguera languidece, el pelado y yo hablamos de muchas cosas, para entonces ya he tomado la sabia decisión de encamarme con él.
Cuando me pregunta si volveremos a vernos, le respondo que sí y que espero sea en mejores circunstancias. y paso......
Boca abajo, en una cama de hotel, la pija se abre paso en mi recto, ni siquiera me lo ha dilatado ni chupado, me la empuja con fuerza, yo me quejo y estoy a punto de llorar, es bien cierto que tengo el culo super roto, pero él me lo despedaza al hacerlo de esa forma. Cuando me tiene bien enculada, espera que se me dilate un poco, no por mí, sino por él para que se pueda deslizar mientras la saca casi toda para empujarla por completo hasta los pelos. Siento cómo me lija con los pelos de su pubis en mis nalgas, los huevos se estrellan en mis labios vaginales, me pone en cuatro pero después quiere que clave la cabeza en la almohada, sus manos se afirman en mis caderas, con toda la fuerza que puede me sacude y en cada sacudida me empuja más adentro su terrible erección. Vuelvo a quejarme, me duele, es terrible pero ni loca quiero que me la saque, una culeada de esa no se vive todos los días, menos con un marido, sólo los amantes hacen eso, los maridos no pueden por más que quieran. En mi caso, en el primer "ay" mi esposo se detendría, preguntaría si estoy bien, si quiero que me la saque, después empujaría despacio hasta llegar al fondo; no, un tipo que no es tu marido te rompe bien roto el culo, te empuja las tripas hasta el estómago por más que le rogués que te la saque. Y lo que menos querés es que te la saquen.
Tengo muy sensible el clítoris, lo primero que me chupó, besó, lengüeteó fue mi mojado sexo, mi tierno botoncito lujurioso está algo dolido, lo han obligado a darme todo el placer del que es capaz; como siempre no me ha defraudado pero está resentido, no quiere ni siquiera que lo rocen, pero es lo único que puede hacer que esa terrible culeada, cuya verga me da la impresión de que su glande va a salirme por la boca, sea más llevadera, es tocarme, tratar de sentir algo de placer en medio del doloroso goce de estar empalada, inmóvil, sin posibilidad de ir a ningún lado y sabiendo que por más grito que dé, nadie va a venir a salvarme porque en los hoteles todo el mundo grita, después de todo para eso uno va a lugares como esos, a soltarse, a ser cogida como no se la cogen ni culean en la casa, en el lecho matrimonial, con el marido, al menos.
Yo, que soy una coqueta bárbara y que cuido todo los detalles, me miro en el espejo que hay en el espaldar de la cama, ni rastro del maquillaje, algo de rimel que se ha corrido en mi rostro y nada más. Sé que lo que tenía de lápiz labial lo dejé en la mamada que tuve que hacerle al Pelado mientras me acariciaba la nuca y me decía "Así, nena, dale, chupá, a ver, mirame a los ojos" pero estoy irreconocible, no soy Sofía, esa que está ahí con el rostro desencajado de placer, de absoluto sometimiento, despeinada, con rictus de dolor y humillación que ni por casualidad quiero dejar de sentir, me mira, me parece una perfecta desconocida.
Sus hábiles manos aprietan mis tetas, pellizcan mis pezones, me duelen de tantas veces que lo ha hecho. Ahí también su lengua hizo un trabajo maravilloso, me ha pegado una chupada de tetas que no digo que sea la mejor, pero sí me atrevo a decir que será inolvidable, fueron tan intensas que me vi obligada a masturbarme en dos ocasiones mientras lo hacía. El Pelado me abre con sus manos las nalgas hasta que la raya del culo desaparece, entonces empuja más, tal vez sea un centímetro lo que gana pero adentro de los intestinos parece un metro, siento la falsa sensación de que su glande roza mi garganta.
Y sabe, eh, sabe mucho, no me suelta, no me acaba, espera dejarme exhausta, hacerme su esclava sexual, no me pide que le ruegue, sabe cómo hacer que una mujer tenga la furiosa necesidad de que él se vuelva de vital importancia, por eso pega esos pijazos terribles. No necesita insultar, ni pegar, ni tirar de los cabellos, te domina con su hombría, con su sexo, con su arrogancia masculina; es un macho alfa sin duda alguna.
Entonces le ruego que me la saque, no puedo más, es la pura verdad, ese tipo me ha llenado de sexo viril como pocos. Me llena el culo de leche, siento las palpitaciones de las sucesivas eyaculaciones, me siento morir y sé que no ha terminado ni la primera parte del tiempo que queda para completar nuestro turno en aquel hotel de la Panamericana.
Sofía (Vicente López)
De pronto la tragedia, una hamaca que va y que viene columpiando a un niño que otro empuja, un chiquito de tres años que decide cruzar en el momento justo que retrocede la hamaca y le da de lleno en la cabeza tirándolo, para colmo, a un metro o dos del lugar. Madres que corremos, gente que curiosea, aunque en realidad es poco el auténtico interés por la suerte corrida por el pobrecito que no deja de llorar mientras su madre, muy asustada, trata de consolarlo.
La algarabía se apaga por un momento, después todos volvemos a nuestras cosas, los niños a jugar, los padres a sus charlas, entonces el pelado, que se ha acercado a ver a sus hijos para aprovechar dar algunas recomendaciones sobre su propia seguridad, se acerca a mí y como si tal cosa se sienta en mi banco aprovechando la ocasión para iniciar una conversación sobre aventuras y desventuras que se suceden en las plazas. Así es que él me relata algo de su infancia que me hace gracia a pesar de que me lo cuenta con seriedad, luego yo hago lo mismo; después me dice que me parezco a una novia que tuvo en la escuela primaria, le digo que se deje de macanas, insiste, será pelado pero tiene una sonrisa fantástica, le brillan los ojos cuando lo hace, los niños continúan jugando, al chico golpeado se lo han llevado, la tarde dominguera languidece, el pelado y yo hablamos de muchas cosas, para entonces ya he tomado la sabia decisión de encamarme con él.
Cuando me pregunta si volveremos a vernos, le respondo que sí y que espero sea en mejores circunstancias. y paso......
Boca abajo, en una cama de hotel, la pija se abre paso en mi recto, ni siquiera me lo ha dilatado ni chupado, me la empuja con fuerza, yo me quejo y estoy a punto de llorar, es bien cierto que tengo el culo super roto, pero él me lo despedaza al hacerlo de esa forma. Cuando me tiene bien enculada, espera que se me dilate un poco, no por mí, sino por él para que se pueda deslizar mientras la saca casi toda para empujarla por completo hasta los pelos. Siento cómo me lija con los pelos de su pubis en mis nalgas, los huevos se estrellan en mis labios vaginales, me pone en cuatro pero después quiere que clave la cabeza en la almohada, sus manos se afirman en mis caderas, con toda la fuerza que puede me sacude y en cada sacudida me empuja más adentro su terrible erección. Vuelvo a quejarme, me duele, es terrible pero ni loca quiero que me la saque, una culeada de esa no se vive todos los días, menos con un marido, sólo los amantes hacen eso, los maridos no pueden por más que quieran. En mi caso, en el primer "ay" mi esposo se detendría, preguntaría si estoy bien, si quiero que me la saque, después empujaría despacio hasta llegar al fondo; no, un tipo que no es tu marido te rompe bien roto el culo, te empuja las tripas hasta el estómago por más que le rogués que te la saque. Y lo que menos querés es que te la saquen.
Tengo muy sensible el clítoris, lo primero que me chupó, besó, lengüeteó fue mi mojado sexo, mi tierno botoncito lujurioso está algo dolido, lo han obligado a darme todo el placer del que es capaz; como siempre no me ha defraudado pero está resentido, no quiere ni siquiera que lo rocen, pero es lo único que puede hacer que esa terrible culeada, cuya verga me da la impresión de que su glande va a salirme por la boca, sea más llevadera, es tocarme, tratar de sentir algo de placer en medio del doloroso goce de estar empalada, inmóvil, sin posibilidad de ir a ningún lado y sabiendo que por más grito que dé, nadie va a venir a salvarme porque en los hoteles todo el mundo grita, después de todo para eso uno va a lugares como esos, a soltarse, a ser cogida como no se la cogen ni culean en la casa, en el lecho matrimonial, con el marido, al menos.
Yo, que soy una coqueta bárbara y que cuido todo los detalles, me miro en el espejo que hay en el espaldar de la cama, ni rastro del maquillaje, algo de rimel que se ha corrido en mi rostro y nada más. Sé que lo que tenía de lápiz labial lo dejé en la mamada que tuve que hacerle al Pelado mientras me acariciaba la nuca y me decía "Así, nena, dale, chupá, a ver, mirame a los ojos" pero estoy irreconocible, no soy Sofía, esa que está ahí con el rostro desencajado de placer, de absoluto sometimiento, despeinada, con rictus de dolor y humillación que ni por casualidad quiero dejar de sentir, me mira, me parece una perfecta desconocida.
Sus hábiles manos aprietan mis tetas, pellizcan mis pezones, me duelen de tantas veces que lo ha hecho. Ahí también su lengua hizo un trabajo maravilloso, me ha pegado una chupada de tetas que no digo que sea la mejor, pero sí me atrevo a decir que será inolvidable, fueron tan intensas que me vi obligada a masturbarme en dos ocasiones mientras lo hacía. El Pelado me abre con sus manos las nalgas hasta que la raya del culo desaparece, entonces empuja más, tal vez sea un centímetro lo que gana pero adentro de los intestinos parece un metro, siento la falsa sensación de que su glande roza mi garganta.
Y sabe, eh, sabe mucho, no me suelta, no me acaba, espera dejarme exhausta, hacerme su esclava sexual, no me pide que le ruegue, sabe cómo hacer que una mujer tenga la furiosa necesidad de que él se vuelva de vital importancia, por eso pega esos pijazos terribles. No necesita insultar, ni pegar, ni tirar de los cabellos, te domina con su hombría, con su sexo, con su arrogancia masculina; es un macho alfa sin duda alguna.
Entonces le ruego que me la saque, no puedo más, es la pura verdad, ese tipo me ha llenado de sexo viril como pocos. Me llena el culo de leche, siento las palpitaciones de las sucesivas eyaculaciones, me siento morir y sé que no ha terminado ni la primera parte del tiempo que queda para completar nuestro turno en aquel hotel de la Panamericana.
Sofía (Vicente López)
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