Siempre me atrajo la mujer de mi amigo. Pelo azabache, piel bronceada todo el año, boca grande y sensual, dientes perfectos que asoman en la sonrisa siempre dispuesta, alta, delgada, pechos medianos y turgentes y una cola exuberante.
Desde el primer día que la vi, sentí una atracción sólo frenada por el hecho de ser la mujer de mi mejor amigo.
Amante de las fantasías, en más de una ocasión me encontré haciendo el amor con mi mujer mientras mi mente la dibujaba entre mis brazos. Para colmo mi amigo se explayaba sobre sus escenas de cama, describiéndome los gustos de ella como desenfrenados, amante de los gritos y el sexo fuerte.
Ella no era ajena al deseo que yo sentía, y en las reuniones que compartíamos yo sentía su mirada que me seguía, primero con cuidado, y luego con el transcurrir del tiempo de manera desembozada.
Educado en el espíritu de la lealtad, ignoraba mis ganas y las de ellas y sólo daba pie a mi mente para el gozo imaginativo. Mi mujer se dio cuenta del deseo de ella y me previno sobre las consecuencias en nuestro matrimonio. Comenzamos un distanciamiento entre las parejas, pero yo seguía viéndome con mi amigo y soñando encontrarme con ella.
Dio la casualidad de cruzarme con ellos un día que mi mujer había viajado por trabajo y me invitaron a comer en su casa. Acepté de inmediato, aunque imaginaba que pasaría la noche en una situación que sería difícil de sortear con naturalidad.
A la hora indicada, estaba tocando el timbre con dos botellas de champagne heladas y un ramo de flores para la anfitriona. Tenía miedo de este último detalle, que si bien me parecía una galantería normal, podría ser mal interpretado por mi amigo. Pero no fue así, él hizo hincapié en lo gentil de mi gesto y ella lo reafirmó con un beso en mi mejilla que sorprendentemente rozó la mitad de mis labios.
Esto hizo que me corriera una electricidad por todo el cuerpo, que se amplió al verla en un sencillo vestido negro, de finos breteles, corta falda y muy pegado al cuerpo, que resaltaba su belleza al contraste de su piel.
Comimos lentamente, dejando correr el extra brut, al amparo de la música suave y la luz tenue.
Por debajo de la mesa sentía el roce de la pierna de Daniela, mientras mi amigo, aparentemente ajeno a esta circunstancia, le acariciaba la cara cada tanto besándola suavemente en el cuello.
“No cuenten dinero delante de los pobres”, les dije sonriendo. Roberto me devolvió la sonrisa y ella tomó mi mano y la apretó con fuerza.
Decir que estaba excitado era poco. Mi mente pintaba mil fantasías, pero no veía cómo podrían llevarse a cabo.
Terminamos la cena y nos sentamos en un gran sillón; Daniela fue por más bebida y se sentó entre ambos rozando con sus caderas nuestros cuerpos. La charla derivó en la vida conyugal, el sexo entre ambos, la apatía que estaban sintiendo y yo los animé a buscarse, a abrirse a nuevas experiencias, a amarse en plenitud.
Mis palabras parecieron ser un detonante. Daniela se inclinó sobre Roberto y comenzó a besarlo con pasión. Roberto pareció rechazar el embate, pero luego se dejó hacer, devolviéndole el beso. Sus lenguas se buscaron y se encontraron. Por la posición, el vestido de Daniela subió por sus muslos esbozando el diseño de sus nalgas. Mi mano se desplazó hacia su culo y lo acaricié primero con timidez, después recorriendo la raya y a los pocos segundos ya decididamente buscando su agujero. Lejos de rechazar la situación, ella acomodó su cuerpo contra el mío, mientras su mano buscaba el sexo de su marido, masajeándolo por sobre el pantalón. Me desplacé para besar su espalda, mientras enganchaba con mis dedos su bretel dejando libre su hombro por donde pasé mi lengua con esmero. Este último movimiento le dejó casi libre un pecho, el que rápidamente desapareció en la boca de Roberto.
Daniela ya tenía la verga de su marido en la boca, lamiéndola a lo largo del tronco, mientras con su mano libre luchaba con mi bragueta por liberar la mía. Me apuré en ayudarla y desplazarme para buscar su pubis que estaba lubricado de tal manera que indicaba un orgasmo en silencio y prematuro.
Me introduje en ella y comencé el rítmico movimiento con fuerza. Sentía el choque de mi cuerpo contra el suyo y golpeaba cada tanto sus nalgas con mis manos; ella parecía atragantarse en su marido, quien con los ojos cerrados soltó su orgasmo. Yo bombeé y bombeé escuchando sus gritos, viendo cómo sus uñas se clavaban en el otro cuerpo dejando surcos rojos, hasta que con un alarido de tigresa acabó sacudiéndose interminablemente. Le di vuelta la cara tirando por los pelos y toda mi pija fue a su boca a descargar el semen.
Me dejé caer en el piso tratando de recuperar el aliento y entender lo que estaba sucediendo, pero su cuerpo se desplazó sobre el mío sin darme respiro, acariciándome y lamiéndome todo. Roberto, otra vez al palo se vino por atrás, le levantó las nalgas y la penetró por el culo. Ahora era yo quien recibía los arañazos mientras me chupaba enroscando su lengua por mi pija. Otro orgasmo casi junto de los tres y otra vuelta a empezar sin respiro de Daniela.
Casi amaneciendo, busqué mi ropa para irme.
La invitación de Roberto fue para la próxima semana, esta vez con mi mujer.
-Discúlpame, mi mujer no entra, es imposible que se prenda, me mataría si se lo insinúo. -le dije sin convicción.
-Entonces no hay otra vez. Olvídate que esto pasó.
-Es una pena. -respondí con tristeza y resignación.
Menos mal que Daniela no es de fácil olvido, y volvimos al juego varias veces reemplazando a Roberto por cada uno de nuestros comunes amigos.
Desde el primer día que la vi, sentí una atracción sólo frenada por el hecho de ser la mujer de mi mejor amigo.
Amante de las fantasías, en más de una ocasión me encontré haciendo el amor con mi mujer mientras mi mente la dibujaba entre mis brazos. Para colmo mi amigo se explayaba sobre sus escenas de cama, describiéndome los gustos de ella como desenfrenados, amante de los gritos y el sexo fuerte.
Ella no era ajena al deseo que yo sentía, y en las reuniones que compartíamos yo sentía su mirada que me seguía, primero con cuidado, y luego con el transcurrir del tiempo de manera desembozada.
Educado en el espíritu de la lealtad, ignoraba mis ganas y las de ellas y sólo daba pie a mi mente para el gozo imaginativo. Mi mujer se dio cuenta del deseo de ella y me previno sobre las consecuencias en nuestro matrimonio. Comenzamos un distanciamiento entre las parejas, pero yo seguía viéndome con mi amigo y soñando encontrarme con ella.
Dio la casualidad de cruzarme con ellos un día que mi mujer había viajado por trabajo y me invitaron a comer en su casa. Acepté de inmediato, aunque imaginaba que pasaría la noche en una situación que sería difícil de sortear con naturalidad.
A la hora indicada, estaba tocando el timbre con dos botellas de champagne heladas y un ramo de flores para la anfitriona. Tenía miedo de este último detalle, que si bien me parecía una galantería normal, podría ser mal interpretado por mi amigo. Pero no fue así, él hizo hincapié en lo gentil de mi gesto y ella lo reafirmó con un beso en mi mejilla que sorprendentemente rozó la mitad de mis labios.
Esto hizo que me corriera una electricidad por todo el cuerpo, que se amplió al verla en un sencillo vestido negro, de finos breteles, corta falda y muy pegado al cuerpo, que resaltaba su belleza al contraste de su piel.
Comimos lentamente, dejando correr el extra brut, al amparo de la música suave y la luz tenue.
Por debajo de la mesa sentía el roce de la pierna de Daniela, mientras mi amigo, aparentemente ajeno a esta circunstancia, le acariciaba la cara cada tanto besándola suavemente en el cuello.
“No cuenten dinero delante de los pobres”, les dije sonriendo. Roberto me devolvió la sonrisa y ella tomó mi mano y la apretó con fuerza.
Decir que estaba excitado era poco. Mi mente pintaba mil fantasías, pero no veía cómo podrían llevarse a cabo.
Terminamos la cena y nos sentamos en un gran sillón; Daniela fue por más bebida y se sentó entre ambos rozando con sus caderas nuestros cuerpos. La charla derivó en la vida conyugal, el sexo entre ambos, la apatía que estaban sintiendo y yo los animé a buscarse, a abrirse a nuevas experiencias, a amarse en plenitud.
Mis palabras parecieron ser un detonante. Daniela se inclinó sobre Roberto y comenzó a besarlo con pasión. Roberto pareció rechazar el embate, pero luego se dejó hacer, devolviéndole el beso. Sus lenguas se buscaron y se encontraron. Por la posición, el vestido de Daniela subió por sus muslos esbozando el diseño de sus nalgas. Mi mano se desplazó hacia su culo y lo acaricié primero con timidez, después recorriendo la raya y a los pocos segundos ya decididamente buscando su agujero. Lejos de rechazar la situación, ella acomodó su cuerpo contra el mío, mientras su mano buscaba el sexo de su marido, masajeándolo por sobre el pantalón. Me desplacé para besar su espalda, mientras enganchaba con mis dedos su bretel dejando libre su hombro por donde pasé mi lengua con esmero. Este último movimiento le dejó casi libre un pecho, el que rápidamente desapareció en la boca de Roberto.
Daniela ya tenía la verga de su marido en la boca, lamiéndola a lo largo del tronco, mientras con su mano libre luchaba con mi bragueta por liberar la mía. Me apuré en ayudarla y desplazarme para buscar su pubis que estaba lubricado de tal manera que indicaba un orgasmo en silencio y prematuro.
Me introduje en ella y comencé el rítmico movimiento con fuerza. Sentía el choque de mi cuerpo contra el suyo y golpeaba cada tanto sus nalgas con mis manos; ella parecía atragantarse en su marido, quien con los ojos cerrados soltó su orgasmo. Yo bombeé y bombeé escuchando sus gritos, viendo cómo sus uñas se clavaban en el otro cuerpo dejando surcos rojos, hasta que con un alarido de tigresa acabó sacudiéndose interminablemente. Le di vuelta la cara tirando por los pelos y toda mi pija fue a su boca a descargar el semen.
Me dejé caer en el piso tratando de recuperar el aliento y entender lo que estaba sucediendo, pero su cuerpo se desplazó sobre el mío sin darme respiro, acariciándome y lamiéndome todo. Roberto, otra vez al palo se vino por atrás, le levantó las nalgas y la penetró por el culo. Ahora era yo quien recibía los arañazos mientras me chupaba enroscando su lengua por mi pija. Otro orgasmo casi junto de los tres y otra vuelta a empezar sin respiro de Daniela.
Casi amaneciendo, busqué mi ropa para irme.
La invitación de Roberto fue para la próxima semana, esta vez con mi mujer.
-Discúlpame, mi mujer no entra, es imposible que se prenda, me mataría si se lo insinúo. -le dije sin convicción.
-Entonces no hay otra vez. Olvídate que esto pasó.
-Es una pena. -respondí con tristeza y resignación.
Menos mal que Daniela no es de fácil olvido, y volvimos al juego varias veces reemplazando a Roberto por cada uno de nuestros comunes amigos.
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