Por una cosa o la otra el encuentro se fue retrasando interminablemente. El creía que todo había sido una simple fantasía que nunca se concretaría. Las imágenes entrecortadas de su cuerpo detrás de la pantalla de la computadora y las ardientes letras compartidas eran todo lo real que habían logrado. Ella existía evidentemente, pero sin el aroma de su piel, sin el ansia de sus gemidos y sus músculos contrayéndose de placer acabando no era lo msimo. La imaginó mil veces en anocheceres febriles, en amaneceres solitarios, entre la multitud del transporte público que lo llevaba a diario a su destino laboral.
La distancia hacía de todo ésto una aventura inverosímil. Qué poderosa fuerza de atracción lo llevaba a pensar una y otra vez en las maneras de viajar a zambullirse en los encantos de su sexo desconocido? Que cosa tan poderosa lo tiraba sin remordimientos hacia las profundidades de su concha? Ese poderoso centro de poder sexual desconocido pero adorado y deseado hasta agotarse a pajas noche a noche?
Finalmente una tarde de primavera se dejo llevar por tanta calentura acumulada y se subió con nervios al ómnibus indicado.
El destino estaba a unos kilómetros, no demasiados. Una horita y poco de viaje fué suficiente para llegar. Cuatro cuadras afiebradas lo separaban del destino del hotel indicado. Quedó parado en la puerta con las manos en los bolsillos del saco protegiéndolas del viento frío que venía del. Sur. Miró la hora, faltaban todavía cinco minutos para la hora señalada. No solo pasaron cinco minutos, sino veinte más. Estaba pensando en que había caído en una simple trampa del destino cuando la vió doblar la esquina. Vestía una pollera larga, botas hasta la rodilla y un extraño abrigo verde que le gustó al instante. Vió su sonrisa debajo del pelo revuelto por el viento. Conoció su rostro y entrevió las tetas conocidas debajo de la remera ceñida al cuerpo.
-Hola.- le dijo ella secamente y le dió un beso en la mejilla.
Ambos se quedaron parados mirándose y sin decir palabras. Se sonrieron cómplices.
-Vamos?.- le dijo él y entraron al hotel.
Sin palabras tomaron la llave del cuarto. En silencio subieron los escalones de dos tramos de escaleras un poco desvencijadas. Sin pronunciar palabra abrieron la puerta y la cerraron con llave detrás suyo.
Ella se apoyó en la pared al lado de la puerta esperándolo. El se acercó y rodeando su cadera la atrajo hacia sí dándole un profundo beso de lengua. Ella lo aceptó y entrecruzó su lengua a la de él. Ambos tenían la respiración muy agitada y se pegaban uno al otro, deseosos de ese cuerpo esperado.
Su aliento a cigarrillo le recordó a él su lucha contra la nicotina y lo poco que extrañaba sus efectos, sobre todo el olor. Pero su lengua era un fuego que lo abrasaba en cada roce. Su pelo ensortijado y arremolinado por el viento se interponía entre sus bocas deseosas. Practicamente se arrancaron las ropas entre tropezones torpes. Se pidieron disculpas un par de veces por roces inoportunos. Finalmente desnudos sobre la cama, él empezó a recorrerla, descubriendo su piel y cada uno de sus pliegues. Su cuello con aroma a una colonia floral barata, su pequeño dije violeta colgando entre sus enormes tetas cayendo a los lados del cuerpo. Las juntó con las manos y empezó a chuparlas una a una suavemente entre caricias. Ella gemía y se revolvía entre sus manos y lengua. El siguió bajando por su panza hasta llegar a una inesperada cicatriz de una cesárea cruzada por un tatuaje de tres corazones coloridos. El besó su panza y siguió hacia abajo, hacia el tesoro deseado y se encontró con que no se había depilado. Ya habían hablado de ello por vía virtual y él le había dicho que le calentaban los pelos. Rebuscó con la lengua entre el vello púbico hasta que encontró un pequeño clítoris latiendo de placer sobre su concha de labios gruesos. Le pareció grande. Ella se abrió los labios con las manos para que pudiese pasar la lengua por la parte interna de su cavidad. El le levantó las piernas dejando expuesta su concha y culo,. Empezó a lamer ambos con una enorme calentura que le iba subiendo cada vez más. Empezó a centrarse en el agujero del orto, metiendo cada vez más la lengua poco a poco.
- En el culo no, chupame la concha.- le dijo ella entre gemidos y un poco incómoda por la caricia no deseada.
El dejó caer sus piernas sobre el colchón y siguió con lamidas en el clítoris que empezaba a crecer con la calentura. Ella apoyó los tobillos en sus hombros para dejar más expuesto su sexo a la lengua que tanto placer le estaba dando. El le agarró las nalgas con las manos y las masajeaba mientras sentía que la cara se llenaba de sus flujos viscosos. Una dulce sensación de humedad le llenaba la boca. Cuando se levantó una gruesa gota de flujo le colgaba de la barbilla. El se la sacó con el revés de la mano y ambos se rieron.
La hizo dar vuelta. La vió boca abajo. Su culo grande y con un poco de celulitis moviéndose caliente con las piernas juntas. Sus anchas caderas, su espalda más bien estrecha, su pelo revoltijeado tapándole la cara. Vió su imperfecto cuerpo de mujer real y sintió que era mucho mejor que cualquier fantasía que hubiese vivido en ese tiempo de calentura virtual. Le acarició la espaldo y culo largos minutos de silencio y calentura. Ella gemía y se revolvía. El tenía la verga que le estallaba.
- Ponemela de una buena vez.- casi protestó ella, tirándolo boca arriba en el colchón y subiéndose ensartándose con ansias. Su verga era un poco pequeña para su concha. Lo sintieron ambos ni bien la penetró, pero siguieron como si nada. Todo lo perfecto de el momento se iba derrumbando ante la incompatibilidad de tamaños. Ella igual lo cabalgó con fuerza, con calentura, con todo su impetu hasta sacarle un orgasmo chato y tranquilizador.
Se bajó y empezó a chuparlo. Así sintieron que estaban mejor. Que chupandose y acariciándose se daban más placer.
Se metió la verga casi hasta la garganta. Tuvo una arcada. El sexo oral no era lo suyo, siempre intentó esquivar la chupada de pija. Había algo en el ritmo del sexo oral que no lograba domar. El le pidió que mejor lo pajee. Lo hizo haciéndolo revolver de placer y hacerlo acabar en tres largos chorros de semen que cayeron sobre su panza. Ella había visto en varias películas porno que las actrices se tragaban el semen. Lo lamió y sintió un poco de asco al sentir un sabor bastante amargo y lechoso en la boca. Prefirió dejarlo así y se acostó a su lado. Los dos mirando al techo y resoplando.
Intercambiaron un par de palabras. Cosas del tiempo y el trabajo.
Después de unos minutos, él sintió que se le volvía a poner tiesa la poronga al ver sus tetas enormes moverse con su respiración. Le dijo si estaba para otro round. Ella acepto sin demasiadas ganas.
El se subió sobre ella en un clásico misionero sin ninguna acrobacia. Se puso otro forro, apoyó la verga en la entrada de la concha y la dejó deslizar lentamente hasta el fondo. Sintió otra vez que su concha era demasiado grande para su pene, pero empezó a bombearla despacio, casi tiernamente. La abrazó y se fueron acomodando cada uno al nuevo cuerpo desconocido. De a poco encontraron una posición en la que ella sentía como debía el roce exacto y el se dejaba abrazar la pija por los músculos de su cajeta. Así, de a poco la calentura empezó a subir. Sin estridencias ni poses extraordinarias, ni gritos atolondrados fueron entrando en un tranquilo extasis de goce mutuo. De ida y vuelta de placer entre sus sexos entrecruzados hasta acabar juntos en una sensación muy parecida a la felicidad según le contó él a un amigo al otro día.
El teléfono sonó mientras miraban un viejo capítulo de una serie policial en la tele una hora más tarde. Se reían de lo ridículo de los trajes. Se vistieron y salieron riéndose juntos por la puerta principal. En la esquina se saludaron.
En el colectivo de vuelta él no sabía si la volvería a ver. Si, que ese día había aprendido que la realidad siempre es mucho menos espectacular que la fantasía. Pero más real!
La distancia hacía de todo ésto una aventura inverosímil. Qué poderosa fuerza de atracción lo llevaba a pensar una y otra vez en las maneras de viajar a zambullirse en los encantos de su sexo desconocido? Que cosa tan poderosa lo tiraba sin remordimientos hacia las profundidades de su concha? Ese poderoso centro de poder sexual desconocido pero adorado y deseado hasta agotarse a pajas noche a noche?
Finalmente una tarde de primavera se dejo llevar por tanta calentura acumulada y se subió con nervios al ómnibus indicado.
El destino estaba a unos kilómetros, no demasiados. Una horita y poco de viaje fué suficiente para llegar. Cuatro cuadras afiebradas lo separaban del destino del hotel indicado. Quedó parado en la puerta con las manos en los bolsillos del saco protegiéndolas del viento frío que venía del. Sur. Miró la hora, faltaban todavía cinco minutos para la hora señalada. No solo pasaron cinco minutos, sino veinte más. Estaba pensando en que había caído en una simple trampa del destino cuando la vió doblar la esquina. Vestía una pollera larga, botas hasta la rodilla y un extraño abrigo verde que le gustó al instante. Vió su sonrisa debajo del pelo revuelto por el viento. Conoció su rostro y entrevió las tetas conocidas debajo de la remera ceñida al cuerpo.
-Hola.- le dijo ella secamente y le dió un beso en la mejilla.
Ambos se quedaron parados mirándose y sin decir palabras. Se sonrieron cómplices.
-Vamos?.- le dijo él y entraron al hotel.
Sin palabras tomaron la llave del cuarto. En silencio subieron los escalones de dos tramos de escaleras un poco desvencijadas. Sin pronunciar palabra abrieron la puerta y la cerraron con llave detrás suyo.
Ella se apoyó en la pared al lado de la puerta esperándolo. El se acercó y rodeando su cadera la atrajo hacia sí dándole un profundo beso de lengua. Ella lo aceptó y entrecruzó su lengua a la de él. Ambos tenían la respiración muy agitada y se pegaban uno al otro, deseosos de ese cuerpo esperado.
Su aliento a cigarrillo le recordó a él su lucha contra la nicotina y lo poco que extrañaba sus efectos, sobre todo el olor. Pero su lengua era un fuego que lo abrasaba en cada roce. Su pelo ensortijado y arremolinado por el viento se interponía entre sus bocas deseosas. Practicamente se arrancaron las ropas entre tropezones torpes. Se pidieron disculpas un par de veces por roces inoportunos. Finalmente desnudos sobre la cama, él empezó a recorrerla, descubriendo su piel y cada uno de sus pliegues. Su cuello con aroma a una colonia floral barata, su pequeño dije violeta colgando entre sus enormes tetas cayendo a los lados del cuerpo. Las juntó con las manos y empezó a chuparlas una a una suavemente entre caricias. Ella gemía y se revolvía entre sus manos y lengua. El siguió bajando por su panza hasta llegar a una inesperada cicatriz de una cesárea cruzada por un tatuaje de tres corazones coloridos. El besó su panza y siguió hacia abajo, hacia el tesoro deseado y se encontró con que no se había depilado. Ya habían hablado de ello por vía virtual y él le había dicho que le calentaban los pelos. Rebuscó con la lengua entre el vello púbico hasta que encontró un pequeño clítoris latiendo de placer sobre su concha de labios gruesos. Le pareció grande. Ella se abrió los labios con las manos para que pudiese pasar la lengua por la parte interna de su cavidad. El le levantó las piernas dejando expuesta su concha y culo,. Empezó a lamer ambos con una enorme calentura que le iba subiendo cada vez más. Empezó a centrarse en el agujero del orto, metiendo cada vez más la lengua poco a poco.
- En el culo no, chupame la concha.- le dijo ella entre gemidos y un poco incómoda por la caricia no deseada.
El dejó caer sus piernas sobre el colchón y siguió con lamidas en el clítoris que empezaba a crecer con la calentura. Ella apoyó los tobillos en sus hombros para dejar más expuesto su sexo a la lengua que tanto placer le estaba dando. El le agarró las nalgas con las manos y las masajeaba mientras sentía que la cara se llenaba de sus flujos viscosos. Una dulce sensación de humedad le llenaba la boca. Cuando se levantó una gruesa gota de flujo le colgaba de la barbilla. El se la sacó con el revés de la mano y ambos se rieron.
La hizo dar vuelta. La vió boca abajo. Su culo grande y con un poco de celulitis moviéndose caliente con las piernas juntas. Sus anchas caderas, su espalda más bien estrecha, su pelo revoltijeado tapándole la cara. Vió su imperfecto cuerpo de mujer real y sintió que era mucho mejor que cualquier fantasía que hubiese vivido en ese tiempo de calentura virtual. Le acarició la espaldo y culo largos minutos de silencio y calentura. Ella gemía y se revolvía. El tenía la verga que le estallaba.
- Ponemela de una buena vez.- casi protestó ella, tirándolo boca arriba en el colchón y subiéndose ensartándose con ansias. Su verga era un poco pequeña para su concha. Lo sintieron ambos ni bien la penetró, pero siguieron como si nada. Todo lo perfecto de el momento se iba derrumbando ante la incompatibilidad de tamaños. Ella igual lo cabalgó con fuerza, con calentura, con todo su impetu hasta sacarle un orgasmo chato y tranquilizador.
Se bajó y empezó a chuparlo. Así sintieron que estaban mejor. Que chupandose y acariciándose se daban más placer.
Se metió la verga casi hasta la garganta. Tuvo una arcada. El sexo oral no era lo suyo, siempre intentó esquivar la chupada de pija. Había algo en el ritmo del sexo oral que no lograba domar. El le pidió que mejor lo pajee. Lo hizo haciéndolo revolver de placer y hacerlo acabar en tres largos chorros de semen que cayeron sobre su panza. Ella había visto en varias películas porno que las actrices se tragaban el semen. Lo lamió y sintió un poco de asco al sentir un sabor bastante amargo y lechoso en la boca. Prefirió dejarlo así y se acostó a su lado. Los dos mirando al techo y resoplando.
Intercambiaron un par de palabras. Cosas del tiempo y el trabajo.
Después de unos minutos, él sintió que se le volvía a poner tiesa la poronga al ver sus tetas enormes moverse con su respiración. Le dijo si estaba para otro round. Ella acepto sin demasiadas ganas.
El se subió sobre ella en un clásico misionero sin ninguna acrobacia. Se puso otro forro, apoyó la verga en la entrada de la concha y la dejó deslizar lentamente hasta el fondo. Sintió otra vez que su concha era demasiado grande para su pene, pero empezó a bombearla despacio, casi tiernamente. La abrazó y se fueron acomodando cada uno al nuevo cuerpo desconocido. De a poco encontraron una posición en la que ella sentía como debía el roce exacto y el se dejaba abrazar la pija por los músculos de su cajeta. Así, de a poco la calentura empezó a subir. Sin estridencias ni poses extraordinarias, ni gritos atolondrados fueron entrando en un tranquilo extasis de goce mutuo. De ida y vuelta de placer entre sus sexos entrecruzados hasta acabar juntos en una sensación muy parecida a la felicidad según le contó él a un amigo al otro día.
El teléfono sonó mientras miraban un viejo capítulo de una serie policial en la tele una hora más tarde. Se reían de lo ridículo de los trajes. Se vistieron y salieron riéndose juntos por la puerta principal. En la esquina se saludaron.
En el colectivo de vuelta él no sabía si la volvería a ver. Si, que ese día había aprendido que la realidad siempre es mucho menos espectacular que la fantasía. Pero más real!
3 comentarios - Tarde ardiente.