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Gloria me miraba tensa, apegada al otro extremo del sofá. Sus ojitos celestes brillaban y sus labios temblaban en nerviosismo. En cambio yo, al verla así, me desarmaba entero.
-¡No voy a negar que tengo deseos de tener sexo contigo!- le confesé de alguna manera.- Pero sé que te incomoda lo de Oscar… y puedes decirme que no.
Recuerdo que en esos momentos, sentía perder los cabales.
-¡Cielos, hoy te toqué el trasero!- me dije a mímismo, mirando mi mano sin poder creerlo.
Creo que Gloria me miraba confundida, pero a la vez, agradada. Era la primera vez que realmente, no sabía qué hacer o decir delante de ella…
Sin embargo, luego de suspirar y calmarme un poco, expuse mis sentimientos de unamanera coherente.
-¡Gloria, me gustas!- le confesé sin darle más vueltas, mirándola a los ojos.- y me encantaría hacerte el amor, ahora, aprovechando que estamos juntos y solos… pero si tú me dices que no, lo entenderé…
Ella también quedó un poco atontada con mis palabras y también necesitó unos segundos para dar una respuesta.
*¡Jefe, estás casado! ¡Y yo… estoy con Oscar!-respondió, sin darme una negativa.
Mi corazón dio un vuelco y volví a sonreír...
-¡Lo sé!... ¡Y sé que si uno de ellos estuvieran aquí, yo no te estaría pidiendo esto!... Pero al menos, me encantaría probar uno de tus besos…
Y aunque mis palabras le resultaban incómodas, era perceptible solo en sus gestos, mas no en su lenguaje corporal.
Es decir, estaba sentada al otro extremo del sillón blanco para 3 personas, con los brazos extendidos por el borde y con las piernas dobladas, como si formase una “C”, a diferencia de una posición más aprehensiva, donde ella ocultaría sus atributos para que no la contemplara con morbo, que no era el caso.
Aun así, me preocupaban esos gestos y a la vez, desataban mi lengua sin poderla controlar.
- Esos días que estuve preparándote… por poco y pierdo la cabeza.
Me miró con mayor atención y una suave sonrisa empezaba a dibujarse en sus lindos y apetitosos labios.
-¡Tenías un aroma maravilloso!- le dije, sentándome del otro extremo del sofá, con los hombros encogidos y más desamparado que ella.- Tu cabello olía a coco y otros días, a manzana; tu perfume era suave y atrayente y el brillo y perfume de tus labios, me recordaban las frutillas…
(En realidad, fue Marisol la que se dio cuenta de ello. Como les he mencionado, esos días tenía que contarle a mi mujer las cosas que hacíamos con mi secretaria y tenía que describirle cómo iba vestida. Mi esposa, sonriente, me preguntó que si acaso sus labios brillaban de una manera especial esos días que olía a frutillas, sintiendo una gran satisfacción cuando se lo confirmé. Entonces, me explicó que era una especie de esmalte que sirve para hacer verlos labios “besables”. Cuando le pregunté por qué ella no los usaba, mi esposa se sonrojó en el más maravilloso y sano rosado de sus mejillas y me respondió que no lo hacía por 2 razones: porque ya le gustaban los besos que yo le daba y porque a otros hombres también les parecía llamativo.)
-Y sé que sonará mal… pero mis ojos seguían tu trasero cuando te reclinabas… y algunas veces que revisaba tu trabajo, también me perdía en el escote de tus pechos…
Ahí fue que Gloria cambió de postura, encorvando sus brazos en sus rodillas y jugando con sus dedos, con una hermosa sonrisa. Aun no decía nada y esos labios me seguían cautivando.
-¡Mira, sé que es una obsesión mía y que no me dejará en paz hasta que lo haga!- le dije, tomando una resolución definitiva.-Gloria, somos adultos… y un beso no puede significar algo entre nosotros… pero créeme que a mí no me dejará tranquilo si no lo hago...
Y aunque en esos momentos, no lo procesé del todo, miró al costado y discretamente, empezó a chuparse los labios.
*¿Un solo beso?- preguntó ella, rubicunda de una manera deliciosa, cuando volvió a mirarme.
-Un solo beso… -respondí, pero al verla así de dispuesta, no pude evitar soltar un suspiro y agregar.- y después, veremos qué más pasa…
Nos empezamos a acercar mutuamente, despacio y nerviosos. Podía sentir cada micrómetro de desesperación, con tal de conseguir aquel contacto y ese beso llegó suave, delicioso y tranquilo.
Cuando le expliqué a Marisol, le dije que fue como un banco de niebla, que te sorprende y altera tus sentidos. Nuestros labios solamente se rozaban y lo comparaba con una obertura de una pieza magnifica de música o en términos que mi esposa pudiera comprender, como si se tratara de la crema de un helado, con centro de chocolate.
En un comienzo, no hubo lengua, solamente un juego seductivo de succiones entre nuestros labios y verdaderamente, me sentí en paz.
La lengua llegó cuando sus labios empezaron a abrirse un poco más. En realidad, fue la mía la que fue a visitar, pero estábamos inmersos en una atmosfera incomparable. No había rechazo y podía ver que, en sus ojos cerrados, lo estaba disfrutando tanto como yo. Nuestras respiraciones eran calmas, sin prisas y en esos momentos, nuestras manos estaban congeladas en el aire, indecisas si queríamos detener lo que acontecía entre nosotros.
Forcé mi cabeza un poco, torciendo la suya hacia abajo, porque deseaba acariciar su lengua tranquila con la mía. Como esperaba, su saliva tenía una tenue pizca defrutilla, que lentamente se combinaba con nuestra saliva.
Ese beso se me hizo eterno, que cuando mucho, habrá durado un minuto. Pero cuando se lo expliqué a mi esposa, le dije lo mucho que me recordaba su primer beso y la manera en que los labios de Marisol quedaron apegados a los míos, en un lazo.
A su vez, Marisol me confesó que aquel primer beso que nos dimos, le hizo acabar. Colorada, hermosa y como la tímida amiga a la que le hacía clases, me revelaba que había esperado tanto tiempo por aquel mágico momento, que “entregó todo”. Sonriendo, preciosa y exquisita, reconoció que si yo hubiese intentado tomar su virginidad, ella me lo habría permitido… pero para aquel maravilloso encuentro, pasarían algunos meses.
La culminación de aquel beso también fue eterna. Contaba los siglos, mientras nuestros rostros se separaban.
Gloria estaba sobreseída. Sus ojos permanecían cerrados y su respiración permanecía lenta, habiendo disfrutado lo acaecido entre nosotros.
-¡Eso estuvo mejor de lo que esperaba!- confesé, casi en un susurro.
*¡Sí, así fue!- reconoció ella.
-¿Te importaría si te beso otra vez?
*¡No!- respondió ella, inconsciente de lo ocurrido, a lo que arremetí, antes que se fuera a retractar.
Marisol se rió cuando le dije que su segundo fue como “nuestro segundo beso”: el sabor de la boca de la que terminó convirtiéndose en mi mujer me encantó e inesperado para ella, la volví a besar con mayor ansiedad.
La diferencia, eso sí, fue que en esta oportunidad, mis manos sí sabían qué hacer con una mujer y tenían claro lo que buscaban.
La forcé nuevamente hacia el otro extremo del sofá, con mis manos palpando sus hombros y tanteando sus costados, hasta llegar a sus pechos.
-¡Lo siento, Gloria, no puedo evitarlo!- le dije, aunque a ella, una vez más, no le importaba.
Se dejaba llevar por mis labios y apoyaba sus brazos en mis hombros, para impedir que nos separásemos.
Empecé a descubrirla de forma apresurada y tal como lo había imaginado en la mañana, un hermoso sostén color blanco, anunciaba el portento que ocultaba en su interior.
Mis manos, febriles y sudorosas, acariciaban esas maleables estructuras, arrebatándole leves suspirillos que eran procesados por mi boca, al notar cómo su lengua se restregaba con la mía.
Empecé a lamerla por los costados de su rostro, en una cabalgata loca y acalorada hacia su cuello, tal cual lo hago con Marisol, a lo que ella se afirmaba más a mi espalda y suspiraba agradecida, sobre mi hombro.
Cuando liberé la prenda que cubría su intimidad, quedé pasmado viéndolas: eran 2 preciosos pezones, con forma de chupón, del porte de las falanges de mis meñiques.
Tenían un rosado impoluto. Como si nunca, un par de labios se hubiese posado en ellos.
Gloria me miraba curiosa por mi actitud…
-¡Gloria, si no tuvieses a Oscar, los mordería hasta dejarle marcas!- le avisé, mesmerizado.
Y arremetí rápidamente, besándolos sin parar por sus contornos. Mi secretaria se quejaba gustosa y sin ella misma darse cuenta, abrió sus piernas, dejándome campo abierto a la mano sudorosa que se colaba entre su falda.
Gloria lanzó un clamor esplendido al sentir mi anular y el dedo del corazón introducirse por su anegada hendidura, haciendo el quite hábilmente a la prenda que resguardaba su feminidad. Llevaba un ritmo enérgico, mientras me encargaba de bombardear la mayor superficie de sus puritanos pechos y lamiendo con la punta de mi lengua la punta de sus pezones, haciéndola vibrar del placer.
Tenía las piernas abiertas y yo, ya bombeaba en seco sobre mi secretaria, que exhalaba más y más a medida que mis dedos avanzaban en su interior.
Y fue entonces, cuando detecté un poderoso, inminente y largo orgasmo, donde incrusté mis dedos hasta el fondo y los mantuve dentro de ella, mientras acababa estrepitosamente en mi mano.
No dejé que me soltara y seguí sus movimientos, lo que la hizo literalmente aullar de gusto. Sus espasmos fueron violentos y su succión, poderosa, pero como toda gran tormenta femenina, acababa con una belleza increíble y relajada en su rostro.
Sus cabellos estaban despeinados y su sonrisa era jubilosa. Podía sentirme satisfecho…
La seguí besando un poco más, restregando mi prisionera hombría sobre su entrepierna. No protestaba, puesto que estaba muy entretenida besándome sin parar y mis manos, ya habían levantado su riquísima falda y aprovechaban de agarrar sus exuberantes muslos con completa libertad.
-¡Bien, Gloria!- le anuncié, tras un largo suspiro…-hasta aquí puedo llegar.
*¿Por qué, Jefe? ¿Ya acabaste?- consultó, claramente alterada.
Y de hecho, era tanto su terror, que no me cabían dudas que ella tuvo frustrantes experiencias en el pasado.
-¡No, al contrario!- le aclaré, tomando su mano para que me palpara.- Si te sigo besando, tendré que usar condones y los tengo en mi dormitorio…
Y luego de hacer una breve expresión con sus ojos, como si la idea de usar preservativos jamás se le cruzó por la cabeza, sus lindos ojos se dilataron en asombro, al sentir que la más fuerte de mis molestias se quejaba dolorosa y terriblemente hinchada bajo mi pantalón, demandando ser liberada al instante.
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1 comentarios - Tocando la Gloria en Sydney… (V)
saludos