Pese a que La Academia no se destacaban particularmente por su excelencia académica, gozaba de cierta reputación por lograr resultados con estudiantes que hubieran manifestado dificultades actitudinales en otras instituciones. Fundada originalmente como una escuela para varones a fines del siglo diecinueve, la escuela le abrió sus puertas a las damas en los sesenta y hoy ya posee un interesante campus de población femenina que se mantiene cuidadosamente separada del edificio de los caballeros. La Academia se ubicaba en un valle arbolado a unos ocho kilómetros de la población más cercana y una alta pared de ladrillos rodeaba la propiedad y dividía los campus de los muchachos y las muchachas. Un imponente edificio de administración, que alguna vez había alojado a toda la escuela, unía ambas alas en una sola institución.
Cuando inscribieron a Tomás Hernández en la Academia para que cursara su último año, la institución era dirigida por la Dra. Honoria Bazán, una rígida educadora, orgullosa de la disciplina que supo imponer en el cuerpo del estudiantado. Con sus impecables credenciales y un formidable prestigio entre sus colegas, les aseguró a los padres de Tomás que muy pronto se adaptaría a la estricta y demandante rutina que diariamente gobernaba la vida en la escuela. Tomás, que recientemente había sido expulsado de otra escuela privada después de haberse visto envuelto en un incidente de cigarrillos de marihuana en su propio dormitorio, no estaba muy entusiasmado acerca del cambio. Sin embargo, después de sus dos primeras semanas en La Academia, se dio cuenta que el lugar no era tan malo y empezó a hacer amigos entre los otros estudiantes. Las clases no eran más difíciles que en su anterior escuela y, aunque había un montón de nuevas regulaciones y reglas que debían ser observadas, no tuvo problemas con el lugar.
Una tarde durante su tercer semana en la escuela, notó las dos largas estructuras detrás del edificio de la Administración. Las había visto antes sin darles demasiada importancia y le preguntó a un amigo qué hacían allí.
- La unidad especial - contestó su amigo sin más explicaciones.
- Qué es éso? - preguntó Tomás señalando el edificio.
- Otra parte de la escuela - contestó el muchacho - Es donde llevan a los alumnos especiales.
- Los malos? - preguntó Tomás. Su amigo movió la cabeza.
- No, no... Creo que a los muy buenos.
- Y... Qué hacen ahí? - quería saber Tomás.
- Qué sé yo... No sé - contestó - Cuando te llevan allá nadie te vuelve a ver hasta que terminás la escuela - esta respuesta no hizo más que alimentar las especulaciones en la mente de Tomás, pero la cuestión fue rápidamente resuelta cuando sonó la campana llamando a clase y pronto todo fue olvidado.
Una semana más tarde el tema de la unidad especial apareció de nuevo.
- Sr. Hernández, repórtese a la oficina de la Sra. Directora - le ordenaron ésa tarde a Tomás que sitió el pinchazo de la ansiedad. Su experiencia pasada le dictaba que este tipo de reuniones invariablemente resultaban de incidentes por mala conducta y, pese a que no se le ocurría nada malo que pudiera haber hecho, no podía evitar los nervios y aprehensión ante la perspectiva de la reunión. Trató de preguntar cuál era el motivo pero sólo consiguió advertencias sobre no dejar esperando a la Directora.
Unos veinte minutos más tarde Tomás se encontraba en el esplendoroso despacho de la Dra. Bazán en el edificio de la administración. Una secretaria le dijo que espere en una gran silla de madera frente al imponente escritorio. Trataba de imaginar qué había hecho para merecer esta reunión. Se estaba poniendo realmente nervioso cuando la Directora entró en la oficina.
- Ah... Sr. Hernández - sonrió la Dra. Bazán mientras Tomás de ponía de pie. A sus cuarenta ella todavía era una mujer atractiva con una figura armoniosa y un hermoso cabello negro atado en un rígido rodete. Lo rodeó, le señaló la silla y tomó asiento detrás del escritorio.
- Entonces... cómo se está adaptando joven? - le preguntó ella agradablemente.
- Eh... eh, bien - pudo contestar Tomás sintiendo la boca seca. La Dra. Bazán sonrió con la respuesta y empezó a preguntarle acerca de su trabajo en la escuela y sus experiencias anteriores. Así siguió por unos diez minutos cuando golpearon la puerta interrumpiendo la reunión. La Dra. Bazán pulsó el portero eléctrico y entró una joven con unas carpetas.
- Los archivos que pidió, doctora - dijo la chica mientras se acercaba al escritorio. Era una chica alta, de unos diecinueve años y pelo largo y rubio cayendo sobre sus hombros. Su figura era deliciosa pese al estricto uniforme negro y Tomás quedó impactado por lo que era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Dejó los archivos sobre el escritorio de la Directora.
- Gracias Tanya - dijo la Dra. Bazán. La chica asintió con la cabeza y dándole apenas una mirada a Tomás, abandonó la oficina. Tomás, sin poder creer lo que veía, se quedó mirándola y la Directora sonrió por el efecto que la chica había causado.
- Ahora... respecto al objeto de esta reunión - comenzó la Dra. Bazán - Después de una semanas de observación, hemos decidido transferirlo a la unidad especial.
Hizo una pausa para dejar decantar la información. Tomás tragó saliva.
- La... la unidad especial? - preguntó Tomás vacilante - Qué voy a hacer allá?
- Es sólo un agregado a la currícula habitual - explicó la Dra. Bazán - Y quiero que te instales en la unidad hoy mismo. Una vez instalado, te vamos a explicar cómo funciona el programa.
La Directora se puso de pié y oprimió un botón en el intercomunicador.
- Envíen a la Sra. Denise por favor - dijo.
Tomás quería preguntar más cosas pero antes de poder formular la primer pregunta la puerta se abrió y una mujer muy hermosa vestida con un guardapolvos blanco entró en la oficina. Tenía cabello largo y morocho, anteojos de marco muy fino que encajaban perfectamente con sus delicadas facciones.
- Este es Tomás Hernandez - le dijo la Dra. Bazán a la mujer - Vamos a transferirlo ya mismo a la unidad especial.
- Al sector académico o la clínica? - preguntó la mujer.
- La clínica... - contestó la Dra. Bazán sentándose nuevamente detrás de su escritorio. Esta información pareció agradarle a la Sra. Denise.
- Excelente - dijo radiante. Le hizo una seña a Tomás - Acompáñeme joven. - Fue la orden. Tomás se puso de pié sintiéndose cada vez un poco más nervioso y fue conducido fuera de la oficina por la bella mujer.
- La Dra. Bazán... dijo algo de una clínica? - preguntó mientras lo llevaban por un corredor hacia la parte trasera del edificio. La Sra. Denise sólo asintió.
- Pero... yo no estoy enfermo - protestó.
- Mejor - contestó la Sra. Denise mientras llegaban a una entrada - Te necesitamos bien sanito.
Ella abrió la puerta y empezaron a cruzar un corto pasillo que llevaba al edificio de la unidad especial.
- Y mis cosas? - preguntó Tomás. La Sra. Denise sacudió la cabeza.
- No las vas a necesitar - le informó en un tono terminante que abortó cualquier otra conversación. Llegaron a la unidad especial y la Sra. Denise abrió la puerta y le indicó al nervioso joven que pase. Entró y vió una gran escalera que subía y otra que se dirigía hacia abajo.
- Por acá - indicó la Sra. Denise mostrándole la escalera que descendía. Y un rato después Tomás se encontraba en un largo corredor de baldosas blancas. Había puertas todo a lo largo del corredor y le indicaron a Tomás que entrara por una de las puertas a su izquierda, Adentro había un escritorio y varios gabinetes de archivos y una línea de ganchos que sostenían unas batas como las que les dan a los pacientes en los hospitales. La Sra. Denise señaló la línea de ganchos.
- Desnudate y ponete una bata - ordenó - Yo vuelvo en seguida.
Salió y dejó a Tomás confundido e inseguro en la pequeña habitación. Dudó por unos minutos, preguntándose si debía tratar de escapar, pero en seguida se dio cuenta de la inútil de este tipo de intento, se resignó en empezó a quitarse la ropa. Ni la más larga de las batas que se probó se extendía más de cinco centímetros por debajo de su entrepierna y se sintió expuesto mientras se ataba las cintas a la espalda. Su trasero quedaba casi totalmente a la vista sin importar cuanto ajustara las cintas y temía que cualquier movimiento poco calculado dejara sus testículos sacudiéndose libremente. Así quedó, con la espalda contra la pared hasta que la Sra. Denise regresó.
- Excelente - sonrió la mujer cuando entró en ka habitación. Se sentó en el escritorio, escribió algo en un libro, se puso de pié y le señaló a Tomás - Vamos... vamos a llevarte a tu habitación.
Guió a Tomás por un corredor. Notó que las puertas a la derecha eran dobles y con vidrios en la parte superior. Trató de mirar dentro pero en todos los casos las luces estaban apagadas o muy bajas. A la izquierda las puertas eran simples y sin ventanas. Más o menos la primer media docena de puertas estaba cerrada pero la séptima estaba abierta y a medida que se acercaron pudo mirar adentro. Lo que vio lo hizo ahogar un grito. Había un chico más o menos de su edad, completamente desnudo, atado a una pequeña cama. Tenía los ojos tapados, cintas atando sus brazos y piernas y un brillante cilindro metálico le atrapaba el pene. Dos tubos de goma salían del extremo del cilindro, uno hacia un recipiente de vidrio en el piso y el otro cruzaba su cuerpo hasta un extraño artefacto en una pequeña mesa al lado de la cama. Frente a esta mesa una mujer con guardapolvos blanco de espaldas a la puerta manipulaba controles y el chico de golpe empezaba a retorcerse y doblaba la espalda tratando de liberar su pene. Los dedos del chico apretaban las sábanas y su rostro se ponía tenso, Tomás no podía saber si era por placer o por dolor. En horrible fascinación Tomás apuró sus pasos hasta llegar a una gran puerta y sintió cómo la Sra. Denise le daba un golpe en su trasero.
- Adentro Sr. Hernandez.
Llevó a Tomás por un corredor, cruzaron unas puertas y lo empujó en un habitación exactamente igual a la que había visto. La Sra. Denise le dijo que espere allí y sin darle más información cerró la puerta y lo abandonó. Las pulsaciones de Tomás seguían subiendo cuando se sentó en la pequeña cama y puso sus manos sobre sus piernas. No se podía sacar de la cabeza la imagen del chico desnudo y sintiéndose solo se preguntó en qué se había metido.
Pasó casi una hora antes que volviera la Sra. Denise. Cuando volvió estaba vestida con un ambo de cirugía verde, cofia y un barbijo le colgaba del cuello, le hizo una seña a Tomás y lo llevó por un pasillo hasta encontrar una puerta doble. Abrió las puertas y se puso a un lado para dejar pasar a Tomás que se encontró en una habitación con azulejos blancos de piso a techo con la alarmante apariencia de una sala de operaciones. Se notaba un espacio bastante grande y estaba separado por unas bandas plásticas anchas y semi transparentes, notó que había otras personas en el otro lado de la habitación. Por un rato, Tomas no podía definir las imágenes, pero después vio, con sobresalto, que una de las figuras era Tanya, la linda chica que había visto en la oficina de la Directora más temprano. Pero ahora estaba vestida con una bata de cirugía, cofia y barbijo y llevaba puestos ajustados guantes de látex. Ni siquiera levantó la mirada cuando Tomás entró a la sala de operaciones. Al lado de Tanya había otra mujer vestida exactamente igual y con guantes de látex de espaldas a Tomás y, aunque él no podía verle el rostro, supo que se trataba de la Dra. Bazán. Ambas mujeres parecían muy concentradas en su trabajo sobre la mesa de operaciones y siguieron mirando a su paciente. Tomás sólo pudo ver un par de piernas desnudas atadas a la mesa de operaciones.
- El Sr. Hernandez está acá Doctora - anunció la Sra. Denise colocándose el barbijo que llevaba colgando del cuello.
- Muy bien... prepárenlo - contestó la Directora sin levantar la cabeza.
Llevaron a Tomás a un pequeño consultorio en la parte trasera de la sala de operaciones, y mientras lo llevaban pudo observar otra camilla contra la pared trasera. Era claramente una camilla ginecológica con estribos y soportes para atar brazos y piernas del paciente. La observó nerviosamente a medida que pasaba, preguntándose si tendría algo que ver con su presencia en el lugar. El pequeño consultorio del otro lado de la puerta tenía un inodoro contra una pared y a su lado una pequeña plataforma de azulejos con varias canillas. También había tres canillas sobre la plataforma y la del medio tenía adosada un gran tubo de goma.
La Sra. Denise levantó el tubo para examinarlo y, cuando lo hizo, Tomás vio la cánula de goma negra al final del tubo. Era parecida a la que había visto unos años atrás y de verla sintió que el corazón se le comprimía.
- Oh.... no... por favor - empezó a protestar - Yo no necesito.... no necesito éso...
La Sra. Denise respondió impaciente.
- Vamos Tomás - dijo firmemente - Es parte del procedimiento.
Le señaló la plataforma indicándole que lo quería allí arriba. Unos tres años atrás habían tenido que internar a Tomás por problemas intestinales y le habían hecho una enema como parte del tratamiento. No se acordaba mucho del procedimiento porque había estado bastante enfermo, pero podía acordarse que había sido bastante incómodo. No tenía ningún apuro en repetir la experiencia pero sabía que su resistincia sólo conduciría a cosas desagradables y, a pesar suyo, se trepó y apoyó sus rodillas en la plataforma.
- Ya te hicieron una enema? - preguntó la Sra. Denise. Le empujó la espalda, obligándolo a quedar en cuatro patas con los codos apoyados en la plataforma.
- Una vez... - respondió Tomás miserablemente.
Escuchó el típico sonido de la Sra. Denise poniéndose un par de guantes de goma y luego un silencio mientras ella trabajaba en uno de los lavatorios.
- Bueno... esto no es tan terrible - dijo acercándose a Tomás mientras se ajustaba los guantes. Apartó la bata provocándole escalofríos de vergüenza al dejar expuesto todo su trasero. Hubo una pequeña pausa y después sintió los dedos de la Sra. Denise deslizándose entre los cachetes de su trasero y untándole el ano con una crema espesa, acariciándolo con lentos movimientos circulares. La sensación no era para nada desagradable y, más allá de la incomodidad, sintió un familiar hormigueo en su entrepierna. La Sra. Denise lo masejeó por un rato, metiéndole crema dentro del ano con la punta de sus dedos y después retiró la mano. Un momento más tarde Tomás sintió la cánula que había visto antes presionando contra su ano y, cuando dejó escapar un leve quejido, la mujer se la introdujo firmemente, con evidente práctica. Hubo un corto sentimiento de incomodidad a medida que el bulbo de la cánula le penetraba el esfínter y en seguida el resto del instrumento se deslizó profundo dentro del recto. No había sido tan doloroso como recordaba de su experiencia anterior y, para su sorpresa y humillación, descubrió que estaba totalmente erecto y duro.
- No te preocupes por esto - sonrió la Sra. Denise jugueteando con su pene - Les pasa a todos los chicos.
La Sra. Denise se paró al borde de la plataforma y abrió una de las canillas. Un momento más tarde Tomás sintió un chorro de agua fría corriendo dentro de él y se sacudió. El chorro era continuo pero no muy intenso y le produjo una curiosa pero agradable sensación en lo más profundo, haciendo que su pene palpite pesadamente entre sus piernas. Así siguió por un minuto y medio y Tomás empezó a sentir su estómago lleno y empezó a gemir de dolor.
- Un poquito más... - dijo la Sra. Denise. Dejó correr el agua por unos segundos más hasta que la presión se volvió demasiado intensa y rápidamente cerró la canilla. Esperó un rato y agarró la cánula.
- Cuando te saque la cánula de la colita quiero que bajes rápido al inodoro - le dijo - Vas a poder?
- Sí... sí... creo que sí... - murmuró Tomás, apretando los diente por la presión que sentía.
Hábilmente la Sra. Denise retiró el implemento del recto de Tomás que rápidamente bajó de la plataforma y se arrojó agradecido al inodoro cercano. Casi inmediatamente empezó a defecar el contenido de sus intestinos en un chorro de líquido y experimentó alivio. Era vergonzoso hacer esto frente a una extraña pero la Sra. Denise parecía estar acostumbrada al procedimiento y se mantuvo ocupada en una lavatorio del otro lado del consultorio mientras Tomás continuaba expulsando la enema.
Estaba terminando con el poco líquido que le quedaba cuando ella lo miró y él pudo ver alarmado, que sostenía una navaja y un pote de crema de afeitar.
- Ahora te vamos a dejar bien limpito y prolijito - sonrió acercándose. Se paró frente al chico y lo empujó contra el tanque del inodoro de manera que su pene todavía erecto quedó a la vista sacudiéndose. Tomás se puso colorado.
- Es... necesario? - preguntó temeroso.
- Me temo que sí - fue la respuesta de la Sra. Denise.
Ella agarró una buena cantidad de crema de afeitar y se la espació por todo el bello púbico. A medida que pasaba la crema y acariciaba con sus manos la erección de Tomás, él se sobresaltaba por el estímulo. Era la primera vez que alguien le tocaba sus partes privadas desde que era un bebé y se sentía tremendamente ruborizado.
- Bueno, hagamos esto - dijo la Sra. Denise. Rápidamente la mujer pasó la navaja por toda la zona genital de Tomás, desnudándolo de su naciente vello púbico. Con la mano libre movía el pene de Tomás de acá para allá, y todas estas manipulaciones lo excitaban cada vez más. Sentía el glande palpitando dentro del prepucio mientras miraba para abajo y experimentaba una tremenda excitación al ver su nuevo suave y brillante pubis afeitado.
- Así... - anunció la Sra. Denise y se asomó por la puerta - Está listo - dijo.
Hubo un silencio y después la Directora contestó.
- Muy bien... vamos a medirlo.
Volvieron a llevar a Tomás a la sala de operaciones y quedó de pié esperando y viendo a través de la cortina plástica semi transparente. Tanya, parada del otro lado de la mesa de operaciones, alzó su cabeza para mirarlo y casi automáticamente sus ojos se detuvieron en la entrepierna de Tomás. La erección había cedido un poco dejándolo ahora sólo semi erecto, y él se sonrojó cuando notó una mueca de diversión en las bellas facciones que se veían sobre el barbijo de la joven. Ella giró sosteniendo sus manos enguantadas sobre su cintura, casi ignorándolo y se puso a revisar ciertos instrumentos médicos.
- Bueno... a la plataforma - le dijo la Sra. Denise. Señaló una pequeña plataforma de azulejos cerca de la cortina de tiras plásticas y él se acercó y se trepó a los veinticinco centímetros de la plataforma. Apenas trepó pudo ver por un momento a través de las cintas plásticas a otro chico atado de pies y manos a la mesa de operaciones. El chico, que se parecía mucho al que Tomás había visto antes, tenía una impresionante erección que apuntaba a un receptáculo de vidrio sobre su pene. Era una visión curiosa, y aunque a Tomás ni remotamente lo había motivado sexualmente otro hombre, el panorama de la erección de este chico le producía ciertos latidos de erección en el propio pene, poniéndolo nuevamente erecto.
Por un rato se quedó mirando hasta que la Dra. Bazán se acercó a él desde la otra punta de la sala de operaciones, con sus manos sobre la cintura de la bata de cirugía y ajustándose los guantes de látex.
- Bueno, vamos a revisarte - dijo. Sonriendo detrás de su barbijo, satisfecha con la erección de Tomás, hizo una seña con la cabeza y le entregaron un calibre.
- Doce centímetros - anunció mientras medía el largo del pene de Tomás. Cuando le agarró el pene el chico se sobresaltó.
- Lindo prepucio - observó y se dirigió a la Sra. Denise - Le limpiaste el prepucio? - preguntó.
- Todavía no doctora - contestó la Sra. Denise.
- No importa... yo lo limpio - sonrió bajo su barbijo la Dra. Bazán. Le indicó a Tomás que baje de la plataforma y, al hacerlo él pudo ver a Tanya acercarce al otro chico, con las manos cubiertas por guantes de cirugía. Por un momento lo miró a los ojos antes de volver a dedicarse a su tarea.
- Acá arriba, vamos! - le dijo la Dra. Bazán a Tomás mostrándole la camilla. Tomás se recostó. Nada demasiado terrible le había sucedido hasta ahora pero cuando la Dra. Bazán le agarró el pene con una mano y le deslizó el prepucio con la otra, empezó a temblar. La doctora parecía estar satisfecha con lo que veía y lentamente deslizó el prepucio hacia arriba y hacia abajo varias veces, dejando expuesta y recontra expuesta el brillante glande en una rápida sucesión, como si estuviera realizando algún tipo de estudio. Después lo liberó. Buscó sobre una de las bandejas de instrumental médico algunos objetos y los comparaba con las dimensiones del pene de Tomás, eligió uno y dejó los demás en la bandeja. El objeto consistía en una jaula de metal cilíndrica de unos cuatro centímetros u no más de dos centímetros y medio de diámetro con un grueso anillo de metal al final.
Agarrando de nuevo el pene de Tomás, tiró el prepucio hacia atrás por una última vez y deslizó el anillo de metal por el brillante glande, empujándolo hasta dejarlo alrededor de la corona, y con la jaula cubriendo todo el glande. Por un momento se detuvo y después, para sorpresa de Tomás, empezó a cubrir con el grueso prepucio todo alrededor de la jaula. La sensación de estiramiento era muy intensa y la transpiración cubrió la frente de Tomás a medida que la Dra. Bazán le manipulaba el prepucio, deslizándolo como un capuchón, milímetro a milímetro, alrededor del instrumento metálico.
El tratamiento llevó varios minutos y al final Tomás se vio obligado a enfrentar su prepucio completamente expandido por el extraño dispositivo. Su prepucio, que normalmente envolvía su glande ahora se expandía verticalmente, tan ancho como su pene a todo su largo, y con una abertura de casi un centímetro de diámetro al final de la jaula.
- Perfecto... - dijo para sí la Dra. Bazán. Buscó en la bandeja y levantó una fina manguera de goma con una pequeña canilla. A Tomás le pareció el tipo que los dentistas usan para limpieza bucal, cuando la Dra. Bazán activó la canilla lanzando un poderoso y fino chorro de agua al aire, y se dio cuenta que tenía exactamente la misma función. Ella hizo un ajuste en el pico y el chorro se hizo un poco más potente y después lo miró a Tomás.
- Esto te va a arder al principio - le informó - Pero en seguida te vas a acostumbrar.
Pusieron un recipiente de acero inoxidable entre sus piernas, sobre su escroto, y le agarró firmemente el pene por la base apuntando la canilla al orificio del pene de Tomás. Esperó unos segundos, suficientes para examinar la uretra y activó la canilla.
- Oh.... Oh Nooooo! - gritó Tomás asustado.
El fino chorro de agua golpeó la superficie de su sensible glande como miles de agujas clavándose en la piel sin piedad. En un momento el recipiente creado por el prepucio de Tomás se llenó de agua y rebalsó po su pene hasta el recipiente entre sus piernas. Varias veces la Dra. Bazán volteaba su pene para vaciar el agua y después continuaba escurriendo el interior, ajustando el chorro una y otra vez a la brillante superficie. Efectivamente al principio dolió, pero luego a medida que el procedimiento avanzó, se tornó bastante placentero y Tomás empezó a temer que no pasara mucho tiempo antes de sufrir la vergüenza de una eyaculación. Sentía crecer la presión desde su interior y luego, justo cuando alcanzaba el punto sin retorno, la directora apagó el chorro de golpe y devolvió la canilla a la bandeja.
- Exelente... - concluyó la directora sonriendo bajo su barbijo - Ahora vamos a proceder con la prueba de volumen.
Ella notó una mirada de consternación en el rostro de Tomás y le acarició los testículos.
- No te preocupes - le dijo - A todos les gusta esta parte...
Alejándose de Tomás, la Dra. Bazán fue hasta la mesa con el instrumental y levantó un cilindro de vidrio con marcas de medida todo a lo largo. En un extremo tenía forma de botella, terminando en la abertura con una especie de tubo más angosto y, en el otro extremo una base metálica. A mitad del cilindro, había una especie de pequeña manguera de goma con un bulbo. La Dra. Bazán examinó el instrumento y, conforme se acerco hasta su nervioso paciente.
- Bueno - le dijo - Vamos a conectarte...
Agarrándole otra vez el pene todavía erecto de Tomás, la directora insertó el extremo más angosto del cilindro de vidrio por el orificio creado por la jaula que mantenía abierto el prepucio. La empujó contra el glande de Tomás y bombeando el bulbo un par de veces, provocó que el cilindro se adhiera firmemente al pene, haciendo un vacío que mantenía al instrumento en el lugar deseado. Después de probar la succión y quedar conforme, desconectó el tubo de goma y le ordenó a Tomás que se levante. En cuanto bajó de la camilla, el cilindro con su pesada base metálica, empujó su pene hacia abajo haciéndolo mover de un lado a otro. Era una sensación rara y Tomás sintió poniéndose más duro todavía a medida que el peso del instrumento le tiraba el pene. Cruzó la sala en dirección a la Dra. Bazán y se paró de nuevo en la plataforma de azulejos cerca de la cortina de tiras plásticas semi transparentes.
- Separá los pies - le ordenaron. Desde la plataforma Tomás pudo ver lo que pasaba del otro lado de la cortina otra vez. El otro chico todavía estaba sobre la mesa de operaciones, con los ojos cerrados en obvio placer mientra Tanya seguía "operando" en su área genital. Ahora la chica estaba de espaldas a Tomás, ocultando su trabajo, pero él podía ver cómo el brazo izquierdo de ella hurgaba en el "paciente" moviéndose rítmicamente mientras el otro parecía manipula algo en el ano. Tomás observaba fascinado hasta que la Dra. Bazán lo hizo inclinarse, apoyando ambas manos en un sostén sobre la plataforma y con el tronco casi paralelo al piso. El pene de Tomás fue estirado entre sus piernas y su trasero quedó completamente expuesto.
Esperó ansioso y, emitiendo un suspiro, se sobresaltó cuando sintió la fría y suave mano cubierta por los guantes de látex de la directora viniendo desde atrás y pasando por sus piernas para manosear la tensa piel de su escroto. Lo acarició suavemente por un momento y luego, con su mano libre le agarró el pene con los dedos índice y pulgar y lo empezó a masturbar. Habiendo soportado el agradable tormento de la limpieza del pene casi al límite de eyacular, Tomás rápidamente llegó al orgasmo. La Dra. Bazán empleaba una deliciosa técnica de manipulación, tomando la piel externa del prepucio, tensándola y deslizándola arriba y abajo rápidamente sobre el tejido erecto. En unos pocos segundos Tomás emitió un quejido de placer y sintió como eyaculaba dentro del cilindro. Su cadera empujó unas tres veces con cada emisión de esperma, hasta que la Dra. Bazán lo forzó a emitir hasta la última gota dentro del recipiente. Cuando terminó, la Dra. Bazán liberó el vacío y cuidadosamente liberó el pene de Tomás. Quitó la jaula del prepucio y le dijo que bajara de la plataforma mientras observaba el cilindro al trasluz.
- Mmm... treinta centímetros cúbicos - murmuró - Nada mal.
Después miró a Tomás y sonrió bajo su barbijo
- Estoy segura que te vamos a mejorar, chiquito.
Y, tan pronto la directora pronunció estas palabras una repentina conmoción se produjo detrás de las cortinas plásticas. Un quejido, seguido de una serie de gritos guturales y una exclamación de sorpresa de Tanya. La Dra. Bazán mantuvo su postura quirúrgica, con las manos enguantadas sobre su cintura, pero en seguida cruzó al otro lado de la sala mientras Tomás escuchaba con considerable interés.
- Casi doscientos mililitros doctora - dijo Tanya.
- Doscientos? - consultó la directora - Excelente! Uno de nuestros mejores resultados hasta ahora.
Hubo una larga pausa y Tomás no pudo escuchar la conversación que siguió entre las dos doctoras.
Se quedó ahí, su erección había cedido y todavía se estaba preguntando qué estaba pasando. Se habían referido a doscientos mililitros de semen? La cabeza de Tomás se debatía tratando de entender. Sabía que semejando volumen representaba casi una taza completa y no podía comprender que nadie, ni siquiera un joven de su edad, pudiera producir semejante descarga. De repente pensó en el comentario de la directora diciendo que lo iban a mejorar y sintió un golpe de interés en su pene. Todavía estaba considerando esta interesante posibilidad cuando la Sra. Denise volvió y lo llevó otra vez a su habitación.
Cuando inscribieron a Tomás Hernández en la Academia para que cursara su último año, la institución era dirigida por la Dra. Honoria Bazán, una rígida educadora, orgullosa de la disciplina que supo imponer en el cuerpo del estudiantado. Con sus impecables credenciales y un formidable prestigio entre sus colegas, les aseguró a los padres de Tomás que muy pronto se adaptaría a la estricta y demandante rutina que diariamente gobernaba la vida en la escuela. Tomás, que recientemente había sido expulsado de otra escuela privada después de haberse visto envuelto en un incidente de cigarrillos de marihuana en su propio dormitorio, no estaba muy entusiasmado acerca del cambio. Sin embargo, después de sus dos primeras semanas en La Academia, se dio cuenta que el lugar no era tan malo y empezó a hacer amigos entre los otros estudiantes. Las clases no eran más difíciles que en su anterior escuela y, aunque había un montón de nuevas regulaciones y reglas que debían ser observadas, no tuvo problemas con el lugar.
Una tarde durante su tercer semana en la escuela, notó las dos largas estructuras detrás del edificio de la Administración. Las había visto antes sin darles demasiada importancia y le preguntó a un amigo qué hacían allí.
- La unidad especial - contestó su amigo sin más explicaciones.
- Qué es éso? - preguntó Tomás señalando el edificio.
- Otra parte de la escuela - contestó el muchacho - Es donde llevan a los alumnos especiales.
- Los malos? - preguntó Tomás. Su amigo movió la cabeza.
- No, no... Creo que a los muy buenos.
- Y... Qué hacen ahí? - quería saber Tomás.
- Qué sé yo... No sé - contestó - Cuando te llevan allá nadie te vuelve a ver hasta que terminás la escuela - esta respuesta no hizo más que alimentar las especulaciones en la mente de Tomás, pero la cuestión fue rápidamente resuelta cuando sonó la campana llamando a clase y pronto todo fue olvidado.
Una semana más tarde el tema de la unidad especial apareció de nuevo.
- Sr. Hernández, repórtese a la oficina de la Sra. Directora - le ordenaron ésa tarde a Tomás que sitió el pinchazo de la ansiedad. Su experiencia pasada le dictaba que este tipo de reuniones invariablemente resultaban de incidentes por mala conducta y, pese a que no se le ocurría nada malo que pudiera haber hecho, no podía evitar los nervios y aprehensión ante la perspectiva de la reunión. Trató de preguntar cuál era el motivo pero sólo consiguió advertencias sobre no dejar esperando a la Directora.
Unos veinte minutos más tarde Tomás se encontraba en el esplendoroso despacho de la Dra. Bazán en el edificio de la administración. Una secretaria le dijo que espere en una gran silla de madera frente al imponente escritorio. Trataba de imaginar qué había hecho para merecer esta reunión. Se estaba poniendo realmente nervioso cuando la Directora entró en la oficina.
- Ah... Sr. Hernández - sonrió la Dra. Bazán mientras Tomás de ponía de pie. A sus cuarenta ella todavía era una mujer atractiva con una figura armoniosa y un hermoso cabello negro atado en un rígido rodete. Lo rodeó, le señaló la silla y tomó asiento detrás del escritorio.
- Entonces... cómo se está adaptando joven? - le preguntó ella agradablemente.
- Eh... eh, bien - pudo contestar Tomás sintiendo la boca seca. La Dra. Bazán sonrió con la respuesta y empezó a preguntarle acerca de su trabajo en la escuela y sus experiencias anteriores. Así siguió por unos diez minutos cuando golpearon la puerta interrumpiendo la reunión. La Dra. Bazán pulsó el portero eléctrico y entró una joven con unas carpetas.
- Los archivos que pidió, doctora - dijo la chica mientras se acercaba al escritorio. Era una chica alta, de unos diecinueve años y pelo largo y rubio cayendo sobre sus hombros. Su figura era deliciosa pese al estricto uniforme negro y Tomás quedó impactado por lo que era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Dejó los archivos sobre el escritorio de la Directora.
- Gracias Tanya - dijo la Dra. Bazán. La chica asintió con la cabeza y dándole apenas una mirada a Tomás, abandonó la oficina. Tomás, sin poder creer lo que veía, se quedó mirándola y la Directora sonrió por el efecto que la chica había causado.
- Ahora... respecto al objeto de esta reunión - comenzó la Dra. Bazán - Después de una semanas de observación, hemos decidido transferirlo a la unidad especial.
Hizo una pausa para dejar decantar la información. Tomás tragó saliva.
- La... la unidad especial? - preguntó Tomás vacilante - Qué voy a hacer allá?
- Es sólo un agregado a la currícula habitual - explicó la Dra. Bazán - Y quiero que te instales en la unidad hoy mismo. Una vez instalado, te vamos a explicar cómo funciona el programa.
La Directora se puso de pié y oprimió un botón en el intercomunicador.
- Envíen a la Sra. Denise por favor - dijo.
Tomás quería preguntar más cosas pero antes de poder formular la primer pregunta la puerta se abrió y una mujer muy hermosa vestida con un guardapolvos blanco entró en la oficina. Tenía cabello largo y morocho, anteojos de marco muy fino que encajaban perfectamente con sus delicadas facciones.
- Este es Tomás Hernandez - le dijo la Dra. Bazán a la mujer - Vamos a transferirlo ya mismo a la unidad especial.
- Al sector académico o la clínica? - preguntó la mujer.
- La clínica... - contestó la Dra. Bazán sentándose nuevamente detrás de su escritorio. Esta información pareció agradarle a la Sra. Denise.
- Excelente - dijo radiante. Le hizo una seña a Tomás - Acompáñeme joven. - Fue la orden. Tomás se puso de pié sintiéndose cada vez un poco más nervioso y fue conducido fuera de la oficina por la bella mujer.
- La Dra. Bazán... dijo algo de una clínica? - preguntó mientras lo llevaban por un corredor hacia la parte trasera del edificio. La Sra. Denise sólo asintió.
- Pero... yo no estoy enfermo - protestó.
- Mejor - contestó la Sra. Denise mientras llegaban a una entrada - Te necesitamos bien sanito.
Ella abrió la puerta y empezaron a cruzar un corto pasillo que llevaba al edificio de la unidad especial.
- Y mis cosas? - preguntó Tomás. La Sra. Denise sacudió la cabeza.
- No las vas a necesitar - le informó en un tono terminante que abortó cualquier otra conversación. Llegaron a la unidad especial y la Sra. Denise abrió la puerta y le indicó al nervioso joven que pase. Entró y vió una gran escalera que subía y otra que se dirigía hacia abajo.
- Por acá - indicó la Sra. Denise mostrándole la escalera que descendía. Y un rato después Tomás se encontraba en un largo corredor de baldosas blancas. Había puertas todo a lo largo del corredor y le indicaron a Tomás que entrara por una de las puertas a su izquierda, Adentro había un escritorio y varios gabinetes de archivos y una línea de ganchos que sostenían unas batas como las que les dan a los pacientes en los hospitales. La Sra. Denise señaló la línea de ganchos.
- Desnudate y ponete una bata - ordenó - Yo vuelvo en seguida.
Salió y dejó a Tomás confundido e inseguro en la pequeña habitación. Dudó por unos minutos, preguntándose si debía tratar de escapar, pero en seguida se dio cuenta de la inútil de este tipo de intento, se resignó en empezó a quitarse la ropa. Ni la más larga de las batas que se probó se extendía más de cinco centímetros por debajo de su entrepierna y se sintió expuesto mientras se ataba las cintas a la espalda. Su trasero quedaba casi totalmente a la vista sin importar cuanto ajustara las cintas y temía que cualquier movimiento poco calculado dejara sus testículos sacudiéndose libremente. Así quedó, con la espalda contra la pared hasta que la Sra. Denise regresó.
- Excelente - sonrió la mujer cuando entró en ka habitación. Se sentó en el escritorio, escribió algo en un libro, se puso de pié y le señaló a Tomás - Vamos... vamos a llevarte a tu habitación.
Guió a Tomás por un corredor. Notó que las puertas a la derecha eran dobles y con vidrios en la parte superior. Trató de mirar dentro pero en todos los casos las luces estaban apagadas o muy bajas. A la izquierda las puertas eran simples y sin ventanas. Más o menos la primer media docena de puertas estaba cerrada pero la séptima estaba abierta y a medida que se acercaron pudo mirar adentro. Lo que vio lo hizo ahogar un grito. Había un chico más o menos de su edad, completamente desnudo, atado a una pequeña cama. Tenía los ojos tapados, cintas atando sus brazos y piernas y un brillante cilindro metálico le atrapaba el pene. Dos tubos de goma salían del extremo del cilindro, uno hacia un recipiente de vidrio en el piso y el otro cruzaba su cuerpo hasta un extraño artefacto en una pequeña mesa al lado de la cama. Frente a esta mesa una mujer con guardapolvos blanco de espaldas a la puerta manipulaba controles y el chico de golpe empezaba a retorcerse y doblaba la espalda tratando de liberar su pene. Los dedos del chico apretaban las sábanas y su rostro se ponía tenso, Tomás no podía saber si era por placer o por dolor. En horrible fascinación Tomás apuró sus pasos hasta llegar a una gran puerta y sintió cómo la Sra. Denise le daba un golpe en su trasero.
- Adentro Sr. Hernandez.
Llevó a Tomás por un corredor, cruzaron unas puertas y lo empujó en un habitación exactamente igual a la que había visto. La Sra. Denise le dijo que espere allí y sin darle más información cerró la puerta y lo abandonó. Las pulsaciones de Tomás seguían subiendo cuando se sentó en la pequeña cama y puso sus manos sobre sus piernas. No se podía sacar de la cabeza la imagen del chico desnudo y sintiéndose solo se preguntó en qué se había metido.
Pasó casi una hora antes que volviera la Sra. Denise. Cuando volvió estaba vestida con un ambo de cirugía verde, cofia y un barbijo le colgaba del cuello, le hizo una seña a Tomás y lo llevó por un pasillo hasta encontrar una puerta doble. Abrió las puertas y se puso a un lado para dejar pasar a Tomás que se encontró en una habitación con azulejos blancos de piso a techo con la alarmante apariencia de una sala de operaciones. Se notaba un espacio bastante grande y estaba separado por unas bandas plásticas anchas y semi transparentes, notó que había otras personas en el otro lado de la habitación. Por un rato, Tomas no podía definir las imágenes, pero después vio, con sobresalto, que una de las figuras era Tanya, la linda chica que había visto en la oficina de la Directora más temprano. Pero ahora estaba vestida con una bata de cirugía, cofia y barbijo y llevaba puestos ajustados guantes de látex. Ni siquiera levantó la mirada cuando Tomás entró a la sala de operaciones. Al lado de Tanya había otra mujer vestida exactamente igual y con guantes de látex de espaldas a Tomás y, aunque él no podía verle el rostro, supo que se trataba de la Dra. Bazán. Ambas mujeres parecían muy concentradas en su trabajo sobre la mesa de operaciones y siguieron mirando a su paciente. Tomás sólo pudo ver un par de piernas desnudas atadas a la mesa de operaciones.
- El Sr. Hernandez está acá Doctora - anunció la Sra. Denise colocándose el barbijo que llevaba colgando del cuello.
- Muy bien... prepárenlo - contestó la Directora sin levantar la cabeza.
Llevaron a Tomás a un pequeño consultorio en la parte trasera de la sala de operaciones, y mientras lo llevaban pudo observar otra camilla contra la pared trasera. Era claramente una camilla ginecológica con estribos y soportes para atar brazos y piernas del paciente. La observó nerviosamente a medida que pasaba, preguntándose si tendría algo que ver con su presencia en el lugar. El pequeño consultorio del otro lado de la puerta tenía un inodoro contra una pared y a su lado una pequeña plataforma de azulejos con varias canillas. También había tres canillas sobre la plataforma y la del medio tenía adosada un gran tubo de goma.
La Sra. Denise levantó el tubo para examinarlo y, cuando lo hizo, Tomás vio la cánula de goma negra al final del tubo. Era parecida a la que había visto unos años atrás y de verla sintió que el corazón se le comprimía.
- Oh.... no... por favor - empezó a protestar - Yo no necesito.... no necesito éso...
La Sra. Denise respondió impaciente.
- Vamos Tomás - dijo firmemente - Es parte del procedimiento.
Le señaló la plataforma indicándole que lo quería allí arriba. Unos tres años atrás habían tenido que internar a Tomás por problemas intestinales y le habían hecho una enema como parte del tratamiento. No se acordaba mucho del procedimiento porque había estado bastante enfermo, pero podía acordarse que había sido bastante incómodo. No tenía ningún apuro en repetir la experiencia pero sabía que su resistincia sólo conduciría a cosas desagradables y, a pesar suyo, se trepó y apoyó sus rodillas en la plataforma.
- Ya te hicieron una enema? - preguntó la Sra. Denise. Le empujó la espalda, obligándolo a quedar en cuatro patas con los codos apoyados en la plataforma.
- Una vez... - respondió Tomás miserablemente.
Escuchó el típico sonido de la Sra. Denise poniéndose un par de guantes de goma y luego un silencio mientras ella trabajaba en uno de los lavatorios.
- Bueno... esto no es tan terrible - dijo acercándose a Tomás mientras se ajustaba los guantes. Apartó la bata provocándole escalofríos de vergüenza al dejar expuesto todo su trasero. Hubo una pequeña pausa y después sintió los dedos de la Sra. Denise deslizándose entre los cachetes de su trasero y untándole el ano con una crema espesa, acariciándolo con lentos movimientos circulares. La sensación no era para nada desagradable y, más allá de la incomodidad, sintió un familiar hormigueo en su entrepierna. La Sra. Denise lo masejeó por un rato, metiéndole crema dentro del ano con la punta de sus dedos y después retiró la mano. Un momento más tarde Tomás sintió la cánula que había visto antes presionando contra su ano y, cuando dejó escapar un leve quejido, la mujer se la introdujo firmemente, con evidente práctica. Hubo un corto sentimiento de incomodidad a medida que el bulbo de la cánula le penetraba el esfínter y en seguida el resto del instrumento se deslizó profundo dentro del recto. No había sido tan doloroso como recordaba de su experiencia anterior y, para su sorpresa y humillación, descubrió que estaba totalmente erecto y duro.
- No te preocupes por esto - sonrió la Sra. Denise jugueteando con su pene - Les pasa a todos los chicos.
La Sra. Denise se paró al borde de la plataforma y abrió una de las canillas. Un momento más tarde Tomás sintió un chorro de agua fría corriendo dentro de él y se sacudió. El chorro era continuo pero no muy intenso y le produjo una curiosa pero agradable sensación en lo más profundo, haciendo que su pene palpite pesadamente entre sus piernas. Así siguió por un minuto y medio y Tomás empezó a sentir su estómago lleno y empezó a gemir de dolor.
- Un poquito más... - dijo la Sra. Denise. Dejó correr el agua por unos segundos más hasta que la presión se volvió demasiado intensa y rápidamente cerró la canilla. Esperó un rato y agarró la cánula.
- Cuando te saque la cánula de la colita quiero que bajes rápido al inodoro - le dijo - Vas a poder?
- Sí... sí... creo que sí... - murmuró Tomás, apretando los diente por la presión que sentía.
Hábilmente la Sra. Denise retiró el implemento del recto de Tomás que rápidamente bajó de la plataforma y se arrojó agradecido al inodoro cercano. Casi inmediatamente empezó a defecar el contenido de sus intestinos en un chorro de líquido y experimentó alivio. Era vergonzoso hacer esto frente a una extraña pero la Sra. Denise parecía estar acostumbrada al procedimiento y se mantuvo ocupada en una lavatorio del otro lado del consultorio mientras Tomás continuaba expulsando la enema.
Estaba terminando con el poco líquido que le quedaba cuando ella lo miró y él pudo ver alarmado, que sostenía una navaja y un pote de crema de afeitar.
- Ahora te vamos a dejar bien limpito y prolijito - sonrió acercándose. Se paró frente al chico y lo empujó contra el tanque del inodoro de manera que su pene todavía erecto quedó a la vista sacudiéndose. Tomás se puso colorado.
- Es... necesario? - preguntó temeroso.
- Me temo que sí - fue la respuesta de la Sra. Denise.
Ella agarró una buena cantidad de crema de afeitar y se la espació por todo el bello púbico. A medida que pasaba la crema y acariciaba con sus manos la erección de Tomás, él se sobresaltaba por el estímulo. Era la primera vez que alguien le tocaba sus partes privadas desde que era un bebé y se sentía tremendamente ruborizado.
- Bueno, hagamos esto - dijo la Sra. Denise. Rápidamente la mujer pasó la navaja por toda la zona genital de Tomás, desnudándolo de su naciente vello púbico. Con la mano libre movía el pene de Tomás de acá para allá, y todas estas manipulaciones lo excitaban cada vez más. Sentía el glande palpitando dentro del prepucio mientras miraba para abajo y experimentaba una tremenda excitación al ver su nuevo suave y brillante pubis afeitado.
- Así... - anunció la Sra. Denise y se asomó por la puerta - Está listo - dijo.
Hubo un silencio y después la Directora contestó.
- Muy bien... vamos a medirlo.
Volvieron a llevar a Tomás a la sala de operaciones y quedó de pié esperando y viendo a través de la cortina plástica semi transparente. Tanya, parada del otro lado de la mesa de operaciones, alzó su cabeza para mirarlo y casi automáticamente sus ojos se detuvieron en la entrepierna de Tomás. La erección había cedido un poco dejándolo ahora sólo semi erecto, y él se sonrojó cuando notó una mueca de diversión en las bellas facciones que se veían sobre el barbijo de la joven. Ella giró sosteniendo sus manos enguantadas sobre su cintura, casi ignorándolo y se puso a revisar ciertos instrumentos médicos.
- Bueno... a la plataforma - le dijo la Sra. Denise. Señaló una pequeña plataforma de azulejos cerca de la cortina de tiras plásticas y él se acercó y se trepó a los veinticinco centímetros de la plataforma. Apenas trepó pudo ver por un momento a través de las cintas plásticas a otro chico atado de pies y manos a la mesa de operaciones. El chico, que se parecía mucho al que Tomás había visto antes, tenía una impresionante erección que apuntaba a un receptáculo de vidrio sobre su pene. Era una visión curiosa, y aunque a Tomás ni remotamente lo había motivado sexualmente otro hombre, el panorama de la erección de este chico le producía ciertos latidos de erección en el propio pene, poniéndolo nuevamente erecto.
Por un rato se quedó mirando hasta que la Dra. Bazán se acercó a él desde la otra punta de la sala de operaciones, con sus manos sobre la cintura de la bata de cirugía y ajustándose los guantes de látex.
- Bueno, vamos a revisarte - dijo. Sonriendo detrás de su barbijo, satisfecha con la erección de Tomás, hizo una seña con la cabeza y le entregaron un calibre.
- Doce centímetros - anunció mientras medía el largo del pene de Tomás. Cuando le agarró el pene el chico se sobresaltó.
- Lindo prepucio - observó y se dirigió a la Sra. Denise - Le limpiaste el prepucio? - preguntó.
- Todavía no doctora - contestó la Sra. Denise.
- No importa... yo lo limpio - sonrió bajo su barbijo la Dra. Bazán. Le indicó a Tomás que baje de la plataforma y, al hacerlo él pudo ver a Tanya acercarce al otro chico, con las manos cubiertas por guantes de cirugía. Por un momento lo miró a los ojos antes de volver a dedicarse a su tarea.
- Acá arriba, vamos! - le dijo la Dra. Bazán a Tomás mostrándole la camilla. Tomás se recostó. Nada demasiado terrible le había sucedido hasta ahora pero cuando la Dra. Bazán le agarró el pene con una mano y le deslizó el prepucio con la otra, empezó a temblar. La doctora parecía estar satisfecha con lo que veía y lentamente deslizó el prepucio hacia arriba y hacia abajo varias veces, dejando expuesta y recontra expuesta el brillante glande en una rápida sucesión, como si estuviera realizando algún tipo de estudio. Después lo liberó. Buscó sobre una de las bandejas de instrumental médico algunos objetos y los comparaba con las dimensiones del pene de Tomás, eligió uno y dejó los demás en la bandeja. El objeto consistía en una jaula de metal cilíndrica de unos cuatro centímetros u no más de dos centímetros y medio de diámetro con un grueso anillo de metal al final.
Agarrando de nuevo el pene de Tomás, tiró el prepucio hacia atrás por una última vez y deslizó el anillo de metal por el brillante glande, empujándolo hasta dejarlo alrededor de la corona, y con la jaula cubriendo todo el glande. Por un momento se detuvo y después, para sorpresa de Tomás, empezó a cubrir con el grueso prepucio todo alrededor de la jaula. La sensación de estiramiento era muy intensa y la transpiración cubrió la frente de Tomás a medida que la Dra. Bazán le manipulaba el prepucio, deslizándolo como un capuchón, milímetro a milímetro, alrededor del instrumento metálico.
El tratamiento llevó varios minutos y al final Tomás se vio obligado a enfrentar su prepucio completamente expandido por el extraño dispositivo. Su prepucio, que normalmente envolvía su glande ahora se expandía verticalmente, tan ancho como su pene a todo su largo, y con una abertura de casi un centímetro de diámetro al final de la jaula.
- Perfecto... - dijo para sí la Dra. Bazán. Buscó en la bandeja y levantó una fina manguera de goma con una pequeña canilla. A Tomás le pareció el tipo que los dentistas usan para limpieza bucal, cuando la Dra. Bazán activó la canilla lanzando un poderoso y fino chorro de agua al aire, y se dio cuenta que tenía exactamente la misma función. Ella hizo un ajuste en el pico y el chorro se hizo un poco más potente y después lo miró a Tomás.
- Esto te va a arder al principio - le informó - Pero en seguida te vas a acostumbrar.
Pusieron un recipiente de acero inoxidable entre sus piernas, sobre su escroto, y le agarró firmemente el pene por la base apuntando la canilla al orificio del pene de Tomás. Esperó unos segundos, suficientes para examinar la uretra y activó la canilla.
- Oh.... Oh Nooooo! - gritó Tomás asustado.
El fino chorro de agua golpeó la superficie de su sensible glande como miles de agujas clavándose en la piel sin piedad. En un momento el recipiente creado por el prepucio de Tomás se llenó de agua y rebalsó po su pene hasta el recipiente entre sus piernas. Varias veces la Dra. Bazán volteaba su pene para vaciar el agua y después continuaba escurriendo el interior, ajustando el chorro una y otra vez a la brillante superficie. Efectivamente al principio dolió, pero luego a medida que el procedimiento avanzó, se tornó bastante placentero y Tomás empezó a temer que no pasara mucho tiempo antes de sufrir la vergüenza de una eyaculación. Sentía crecer la presión desde su interior y luego, justo cuando alcanzaba el punto sin retorno, la directora apagó el chorro de golpe y devolvió la canilla a la bandeja.
- Exelente... - concluyó la directora sonriendo bajo su barbijo - Ahora vamos a proceder con la prueba de volumen.
Ella notó una mirada de consternación en el rostro de Tomás y le acarició los testículos.
- No te preocupes - le dijo - A todos les gusta esta parte...
Alejándose de Tomás, la Dra. Bazán fue hasta la mesa con el instrumental y levantó un cilindro de vidrio con marcas de medida todo a lo largo. En un extremo tenía forma de botella, terminando en la abertura con una especie de tubo más angosto y, en el otro extremo una base metálica. A mitad del cilindro, había una especie de pequeña manguera de goma con un bulbo. La Dra. Bazán examinó el instrumento y, conforme se acerco hasta su nervioso paciente.
- Bueno - le dijo - Vamos a conectarte...
Agarrándole otra vez el pene todavía erecto de Tomás, la directora insertó el extremo más angosto del cilindro de vidrio por el orificio creado por la jaula que mantenía abierto el prepucio. La empujó contra el glande de Tomás y bombeando el bulbo un par de veces, provocó que el cilindro se adhiera firmemente al pene, haciendo un vacío que mantenía al instrumento en el lugar deseado. Después de probar la succión y quedar conforme, desconectó el tubo de goma y le ordenó a Tomás que se levante. En cuanto bajó de la camilla, el cilindro con su pesada base metálica, empujó su pene hacia abajo haciéndolo mover de un lado a otro. Era una sensación rara y Tomás sintió poniéndose más duro todavía a medida que el peso del instrumento le tiraba el pene. Cruzó la sala en dirección a la Dra. Bazán y se paró de nuevo en la plataforma de azulejos cerca de la cortina de tiras plásticas semi transparentes.
- Separá los pies - le ordenaron. Desde la plataforma Tomás pudo ver lo que pasaba del otro lado de la cortina otra vez. El otro chico todavía estaba sobre la mesa de operaciones, con los ojos cerrados en obvio placer mientra Tanya seguía "operando" en su área genital. Ahora la chica estaba de espaldas a Tomás, ocultando su trabajo, pero él podía ver cómo el brazo izquierdo de ella hurgaba en el "paciente" moviéndose rítmicamente mientras el otro parecía manipula algo en el ano. Tomás observaba fascinado hasta que la Dra. Bazán lo hizo inclinarse, apoyando ambas manos en un sostén sobre la plataforma y con el tronco casi paralelo al piso. El pene de Tomás fue estirado entre sus piernas y su trasero quedó completamente expuesto.
Esperó ansioso y, emitiendo un suspiro, se sobresaltó cuando sintió la fría y suave mano cubierta por los guantes de látex de la directora viniendo desde atrás y pasando por sus piernas para manosear la tensa piel de su escroto. Lo acarició suavemente por un momento y luego, con su mano libre le agarró el pene con los dedos índice y pulgar y lo empezó a masturbar. Habiendo soportado el agradable tormento de la limpieza del pene casi al límite de eyacular, Tomás rápidamente llegó al orgasmo. La Dra. Bazán empleaba una deliciosa técnica de manipulación, tomando la piel externa del prepucio, tensándola y deslizándola arriba y abajo rápidamente sobre el tejido erecto. En unos pocos segundos Tomás emitió un quejido de placer y sintió como eyaculaba dentro del cilindro. Su cadera empujó unas tres veces con cada emisión de esperma, hasta que la Dra. Bazán lo forzó a emitir hasta la última gota dentro del recipiente. Cuando terminó, la Dra. Bazán liberó el vacío y cuidadosamente liberó el pene de Tomás. Quitó la jaula del prepucio y le dijo que bajara de la plataforma mientras observaba el cilindro al trasluz.
- Mmm... treinta centímetros cúbicos - murmuró - Nada mal.
Después miró a Tomás y sonrió bajo su barbijo
- Estoy segura que te vamos a mejorar, chiquito.
Y, tan pronto la directora pronunció estas palabras una repentina conmoción se produjo detrás de las cortinas plásticas. Un quejido, seguido de una serie de gritos guturales y una exclamación de sorpresa de Tanya. La Dra. Bazán mantuvo su postura quirúrgica, con las manos enguantadas sobre su cintura, pero en seguida cruzó al otro lado de la sala mientras Tomás escuchaba con considerable interés.
- Casi doscientos mililitros doctora - dijo Tanya.
- Doscientos? - consultó la directora - Excelente! Uno de nuestros mejores resultados hasta ahora.
Hubo una larga pausa y Tomás no pudo escuchar la conversación que siguió entre las dos doctoras.
Se quedó ahí, su erección había cedido y todavía se estaba preguntando qué estaba pasando. Se habían referido a doscientos mililitros de semen? La cabeza de Tomás se debatía tratando de entender. Sabía que semejando volumen representaba casi una taza completa y no podía comprender que nadie, ni siquiera un joven de su edad, pudiera producir semejante descarga. De repente pensó en el comentario de la directora diciendo que lo iban a mejorar y sintió un golpe de interés en su pene. Todavía estaba considerando esta interesante posibilidad cuando la Sra. Denise volvió y lo llevó otra vez a su habitación.
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