Antes que naciera el Ro tenía la costumbre de ir al gimnasio por lo menos dos días a la semana. Hacia crossfit, bicicleta, pilates, tae-bo, pero después de tener a mi hijo se me hizo más difícil retomar la costumbre.
No solo por la fiaca que me daba volver a aquella rutina, sino también porque ahora, ya siendo madre, disponía de menos tiempo que antes. Si a la maternidad le sumamos el trabajo, la casa, mi marido y las "horas extras" (jaja) que me gusta hacer de vez en cuando, el gimnasio siempre quedaba relegado en mis órdenes de prioridades.
Pero hace unos días me llamaron para ofrecerme una promoción, por haber estado siempre al día con mis cuotas y para que volviera a formar parte de la familia de... (nombre del gimnasio)..., me ofrecían tres meses a mitad de precio. No tenía que hacer nada, solo con concurrir mi membresía se renovaría automáticamente. Quería decir que no, pero la chica que me llamó resultó tan insistente, que al final terminé aceptando con probar un mes, a ver si volvía a atacarme el bichito del deporte.
Los primeros días hice una rutina liviana, típica del que recién empieza o retoma la práctica después de algún tiempo, como yo. Pero la verdad es que no era como antes, me faltaban ganas, motivación, lo que fuera, la cuestión es que ya me había decidido a no disponer de los otros dos meses de la promoción, hasta que lo vi...
Onda dothraki, metro noventa, morocho, músculos bien marcados, el pelo largo atado en una cola, y una barba oscura y prolija. Me quede babeando al verlo, y no por la boca, precisamente.
Esa misma noche me masturbé en la ducha pensando en él.
Lo veía ejercitando con pesas de cien kilos y alucinaba con platinarme el pelo y convertirme en su khalessi.
No puedo ser tan calentona, dirán ustedes, pero lo soy. La diferencia con otras mujeres es que yo no reprimo lo que siento. Por eso desde el preciso instante en que lo vi me propuse garchármelo.
Para lograr mi objetivo empecé a ir más días al gimnasio, precisamente los mismos en que él concurría. Me ponía a entrenar cerca suyo, y a cruzar miradas que pretendían ser casuales, pero que estaban cargadas de absoluta intencionalidad. Así hasta que un día de esos en que la calentura resulta por demás apremiante, dejo lo que estoy haciendo y me acerco a preguntarle sobre una rutina que está realizando. Ése fue el primer paso. A partir de ese momento siempre nos parábamos a charlar entre rutinas, fue así que me enteré que se llama Juan, que está casado, que tiene una hija recién nacida y que aparte de la obsesión por las pesas es... (agarrense bien), modelo de ropa interior. Con ese físico la verdad es que no esperaba otra cosa.
Durante esas semanas en que entablamos cierta relación de conocidos del gimnasio, pasaron el hermano de Pablo, Franco y Benito. Quizás por eso terminé cogiendo con todos ellos, porque estaba caliente con él.
Eso hasta que un día coincidimos a la salida, aunque para ser sincera debo admitir que fui yo la que forzó el encuentro. Nos despedimos de los chicos de la recepción y salimos a la calle, caminando juntos hasta la esquina.
Ahora es él quién intenta forzar algo.
-Si tenés tiempo te invito a tomar algo- me propone.
Ésta es la mía, pensé. Entre nosotros ya había cierta complicidad, por lo que la contra propuesta resultó de lo más natural y previsible.
-¿Y por qué mejor no me invitás a un telo?- le digo entonces, sin darle más vueltas al tema. El tema de mi calentura, claro está.
-Es lo que los dos queremos, ¿no?- agrego sonriéndole en forma incitante.
-Desde hace rato- me asegura devolviéndome la sonrisa.
-Podemos ir a (nombre del telo), está acá a la vuelta- le sugiero refiriéndome a un albergue transitorio que por su proximidad es visitado por gran parte del staff del gimnasio.
-Me parece bien- asiente, así que nos dirigimos al telo en cuestión, el cuál no voy a nombrar ya que de hacerlo estaría revelando a que gimnasio asisto.
Cuándo al fin estamos solos, aquello que había imaginado, lo que había fantaseado, todo eso que había anhelado, terminó siendo mucho mejor cuando estuve entre sus brazos. Como si fuera algo para lo que estábamos predestinados, nos besamos por un largo rato, sin apurarnos, disfrutando el momento, saboreándonos con una avidez sofocante, dejando que labios y lengua sean los receptores de toda esa pasión que ninguno de los dos quería contener por mucho más tiempo.
Ambos estamos aún con la ropa del gimnasio puesta, ligera, fácil de sacar, por lo que en apenas un instante quedamos desnudos, frotándonos el uno contra el otro, contagiándonos ese calor que venimos alimentando desde la primera vez que nos vimos, ya que como él mismo me diría más adelante, también desde ese primer instante en que me vió tuvo ganas de tenerme así, como me tenía en ese momento.
Sin mirársela todavía, le agarro la pija y se la acaricio a todo lo largo, sintiéndola dura y erguida, caliente y palpitante, ostentando un tamaño que en las publicidades de ropa interior debe marcar un más que atractivo bulto.
Mientras lo pajeo, él me amasa los pechos, recorriendo con sus dedos la circunferencia de mis areolas, apretándome despacito los pezones, como esperando que me salga leche. Imagino que eso le hará a su esposa y al ser ella una reciente madre, ahí si encontrará lo que busca. Pero conmigo..., él tiene que darme la leche a mí.
Me pongo de cuclillas en el suelo y ahora sí la tengo ante mí, prepotente e incontenible, rebosante de vigor, henchida de virilidad, las venas bien marcadas, la cabeza gorda y colorada, la fuerza y energía primigenia del Universo contenida en esos casi 18 centímetros de carne.
Le doy una buena lamida de huevos, y de ahí subo con la lengua, dejándole un surco de baba a todo lo largo.
Llego a la punta y le chupo la cabeza con chupaditas cortas pero incitantes, sorbiendo las saladas lagrimitas que le brotan por ese omnipotente tercer ojo.
Mi semental dothraki pega un grito de batalla cuando me la meto en la boca y le doy una mamada digna de la dinastía Targaryen.
Desde abajo puedo ver cómo esboza mil y un gestos de placer, suspirando ahogadamente, tratando de controlarse para no acabarme en la boca. Yo tampoco quiero que acabe tan rápido, todavía quiero seguir disfrutando de esa privilegiada dureza, así que retiro los labios y me levanto.
Lo beso en la boca y moviendo sensualmente mis caderas voy hacia la cama. Me echo de rodillas y me pongo en cuatro, toda abierta y anhelante. Juan viene hacía mí y me chupa la concha con el oficio de quién sabe muy bien lo que hace, aplicando la lengua allí en dónde la sensibilidad es más intensa. Mi cuerpo responde de la única manera que sabe, encendiéndose aun más.
Entonces se levanta y lo que siento ya no es su lengua, sino su pija, ya con el forro puesto, apoyándose en la entrada y presionando con relativa fuerza. Ahí sí que ya no sé si es él quién me penetra, o yo la que lo absorbe y lo mantiene de rehén en mi interior, aunque no por mucho tiempo, ya que enseguida empieza a moverse.
Me sujeta de la cintura y me coge con enviones largos y profundos. Dieciocho centímetros de Gloria me atraviesan hasta lo más recóndito de mi ser. Dieciocho a simple vista, claro está, porque podrían ser más, aunque no menos.
Entonces le digo que me agarre del pelo y me coja más duro. Lo hace, me agarra un mechón y tirándome la cabeza hacia atrás, acentúa la vehemencia de sus descargas. Yo misma me golpeo la cola y le pido que él también lo haga.
¡¡¡PLAP-PLAP-PLAP-PLAP...!!!
Las nalgadas que me aplica, de uno y otro lado, resuenan estruendosas por encima de mis gemidos y jadeos. Solo falta que me diga "Luna de mi vida" y la dicha sería completa.
Pero la intensidad del garche es tan brutal y elocuente que enseguida siento como la contención del preservativo se llena al máximo. Dejándomela clavada bien adentro, Juan, mi Khal Drogo argento, acaba como si no hubiera un mañana. Y yo acabo con él, sumergiéndonos ambos en un letargo extático y maravilloso.
Tras el polvo rodamos sobre la cama y nos quedamos tendidos de espalda, mirándonos en el espejo del techo, una sonrisa satisfecha iluminándonos la cara.
Sin decirnos nada nos acercamos el uno al otro y volvemos a besarnos, intensa, apasionadamente. Mientras yo sigo tendida ahí, sintiendo aún los estremecimientos del orgasmo, Juan se agarra la pija, que decreció su volumen luego de la descarga, y se pajea, ansioso por volver a metérmela.
-Dejame a mí- le digo y agarrándosela ahora yo, se la chupo hasta ponérsela en estado crítico.
Se pone otro forro y acomodándose encima mío, por entre mis piernas, me vuelve a penetrar de un modo que me hace soltar un sentido jadeo. Pero no se mueve, se queda ahí adentro, cálido y palpitante, comiéndome la boca cada vez que la abro para liberar esa tensión que se me acumula en las entrañas.
-¡Cogeme..., dale, cogeme!- le reclamo suplicante, empujando mis caderas hacia arriba.
De nuevo las embestidas, los golpes, mi vientre contra el suyo, el sudor de ambos mezclándose, formando una sola esencia.
Cuando la pija se sale, en uno de esos tantos arrebatos, se la agarro y en vez de volver a ponérmela en la concha, la guío hacia mi culito. Juan me mira sorprendido aunque sabiendo entender mi deseo.
Dispuesto a complacerme me abre en una forma deliciosa, como si aquel fuera su lugar en el mundo, arrancándome más gemidos cuando empieza a culearme con penetraciones largas y profundas, de esas que parecen llegarme hasta el alma.
Manejando el ritmo y la cadencia, me hace el orto con una pericia encomiable, agrandándome lo justo y necesario, como para que me entren sus 18 centímetros de verga.
Me llena, me rebalsa el culo, su cuerpo sobre el mío, dándonos y recibiéndonos, imprimiéndonos el uno en el otro, haciendo de aquel momento, simple, casual, la consumación plena y absoluta de todos nuestros anhelos.
De nuevo el polvo compartido, la explosión mutua, el goce supremo de los sentidos que nos envuelve y aprieta, convirtiéndonos por ese momento en uno solo, un solo éxtasis, un solo placer.
Cuando se retira de mi culo y se quita el forro, le doy una última chupadita, limpiando los restos de semen que impregnan su superficie.
-¡Me encantó!- exclamo luego relamiéndome los labios, y no me refiero solo a su leche.
-¡A mí también, desde que te vi por primera vez en el gimnasio que tenía ganas de...!-
-¿De qué...?- lo aliento a continuar.
-De garcharte toda...- completa con una sonrisa que debe ser una de sus mejores armas de seducción, aparte del cuerpo, claro.
Tras la ducha de rigor, nos vestimos y salimos de la habitación, esta vez sí me lavo el pelo, ya que luego de hacer ejercicio no resulta extraño llegar a casa con el cabello mojado.
En el vestíbulo nos cruzamos con otra pareja del gimnasio, tramposos como nosotros, el instructor de artes marciales y Fabiola, odontóloga y madre de cuatro..., ¡¿como hace?!
Salimos con Juan del telo, caminamos hasta la esquina y allí nos despedimos hasta la próxima, aunque como los Khal Drogo y Daenerys de la ficción, lo nuestro también habría de ser efímero. Ya me había sacado las ganas, y aunque su desempeño amoroso merecería que se invente una nota superior a 10, esa fascinación inicial que sentía ya había empezado a disiparse. Después de todo, no solo de dothrakis se vive en los siete reinos.
No solo por la fiaca que me daba volver a aquella rutina, sino también porque ahora, ya siendo madre, disponía de menos tiempo que antes. Si a la maternidad le sumamos el trabajo, la casa, mi marido y las "horas extras" (jaja) que me gusta hacer de vez en cuando, el gimnasio siempre quedaba relegado en mis órdenes de prioridades.
Pero hace unos días me llamaron para ofrecerme una promoción, por haber estado siempre al día con mis cuotas y para que volviera a formar parte de la familia de... (nombre del gimnasio)..., me ofrecían tres meses a mitad de precio. No tenía que hacer nada, solo con concurrir mi membresía se renovaría automáticamente. Quería decir que no, pero la chica que me llamó resultó tan insistente, que al final terminé aceptando con probar un mes, a ver si volvía a atacarme el bichito del deporte.
Los primeros días hice una rutina liviana, típica del que recién empieza o retoma la práctica después de algún tiempo, como yo. Pero la verdad es que no era como antes, me faltaban ganas, motivación, lo que fuera, la cuestión es que ya me había decidido a no disponer de los otros dos meses de la promoción, hasta que lo vi...
Onda dothraki, metro noventa, morocho, músculos bien marcados, el pelo largo atado en una cola, y una barba oscura y prolija. Me quede babeando al verlo, y no por la boca, precisamente.
Esa misma noche me masturbé en la ducha pensando en él.
Lo veía ejercitando con pesas de cien kilos y alucinaba con platinarme el pelo y convertirme en su khalessi.
No puedo ser tan calentona, dirán ustedes, pero lo soy. La diferencia con otras mujeres es que yo no reprimo lo que siento. Por eso desde el preciso instante en que lo vi me propuse garchármelo.
Para lograr mi objetivo empecé a ir más días al gimnasio, precisamente los mismos en que él concurría. Me ponía a entrenar cerca suyo, y a cruzar miradas que pretendían ser casuales, pero que estaban cargadas de absoluta intencionalidad. Así hasta que un día de esos en que la calentura resulta por demás apremiante, dejo lo que estoy haciendo y me acerco a preguntarle sobre una rutina que está realizando. Ése fue el primer paso. A partir de ese momento siempre nos parábamos a charlar entre rutinas, fue así que me enteré que se llama Juan, que está casado, que tiene una hija recién nacida y que aparte de la obsesión por las pesas es... (agarrense bien), modelo de ropa interior. Con ese físico la verdad es que no esperaba otra cosa.
Durante esas semanas en que entablamos cierta relación de conocidos del gimnasio, pasaron el hermano de Pablo, Franco y Benito. Quizás por eso terminé cogiendo con todos ellos, porque estaba caliente con él.
Eso hasta que un día coincidimos a la salida, aunque para ser sincera debo admitir que fui yo la que forzó el encuentro. Nos despedimos de los chicos de la recepción y salimos a la calle, caminando juntos hasta la esquina.
Ahora es él quién intenta forzar algo.
-Si tenés tiempo te invito a tomar algo- me propone.
Ésta es la mía, pensé. Entre nosotros ya había cierta complicidad, por lo que la contra propuesta resultó de lo más natural y previsible.
-¿Y por qué mejor no me invitás a un telo?- le digo entonces, sin darle más vueltas al tema. El tema de mi calentura, claro está.
-Es lo que los dos queremos, ¿no?- agrego sonriéndole en forma incitante.
-Desde hace rato- me asegura devolviéndome la sonrisa.
-Podemos ir a (nombre del telo), está acá a la vuelta- le sugiero refiriéndome a un albergue transitorio que por su proximidad es visitado por gran parte del staff del gimnasio.
-Me parece bien- asiente, así que nos dirigimos al telo en cuestión, el cuál no voy a nombrar ya que de hacerlo estaría revelando a que gimnasio asisto.
Cuándo al fin estamos solos, aquello que había imaginado, lo que había fantaseado, todo eso que había anhelado, terminó siendo mucho mejor cuando estuve entre sus brazos. Como si fuera algo para lo que estábamos predestinados, nos besamos por un largo rato, sin apurarnos, disfrutando el momento, saboreándonos con una avidez sofocante, dejando que labios y lengua sean los receptores de toda esa pasión que ninguno de los dos quería contener por mucho más tiempo.
Ambos estamos aún con la ropa del gimnasio puesta, ligera, fácil de sacar, por lo que en apenas un instante quedamos desnudos, frotándonos el uno contra el otro, contagiándonos ese calor que venimos alimentando desde la primera vez que nos vimos, ya que como él mismo me diría más adelante, también desde ese primer instante en que me vió tuvo ganas de tenerme así, como me tenía en ese momento.
Sin mirársela todavía, le agarro la pija y se la acaricio a todo lo largo, sintiéndola dura y erguida, caliente y palpitante, ostentando un tamaño que en las publicidades de ropa interior debe marcar un más que atractivo bulto.
Mientras lo pajeo, él me amasa los pechos, recorriendo con sus dedos la circunferencia de mis areolas, apretándome despacito los pezones, como esperando que me salga leche. Imagino que eso le hará a su esposa y al ser ella una reciente madre, ahí si encontrará lo que busca. Pero conmigo..., él tiene que darme la leche a mí.
Me pongo de cuclillas en el suelo y ahora sí la tengo ante mí, prepotente e incontenible, rebosante de vigor, henchida de virilidad, las venas bien marcadas, la cabeza gorda y colorada, la fuerza y energía primigenia del Universo contenida en esos casi 18 centímetros de carne.
Le doy una buena lamida de huevos, y de ahí subo con la lengua, dejándole un surco de baba a todo lo largo.
Llego a la punta y le chupo la cabeza con chupaditas cortas pero incitantes, sorbiendo las saladas lagrimitas que le brotan por ese omnipotente tercer ojo.
Mi semental dothraki pega un grito de batalla cuando me la meto en la boca y le doy una mamada digna de la dinastía Targaryen.
Desde abajo puedo ver cómo esboza mil y un gestos de placer, suspirando ahogadamente, tratando de controlarse para no acabarme en la boca. Yo tampoco quiero que acabe tan rápido, todavía quiero seguir disfrutando de esa privilegiada dureza, así que retiro los labios y me levanto.
Lo beso en la boca y moviendo sensualmente mis caderas voy hacia la cama. Me echo de rodillas y me pongo en cuatro, toda abierta y anhelante. Juan viene hacía mí y me chupa la concha con el oficio de quién sabe muy bien lo que hace, aplicando la lengua allí en dónde la sensibilidad es más intensa. Mi cuerpo responde de la única manera que sabe, encendiéndose aun más.
Entonces se levanta y lo que siento ya no es su lengua, sino su pija, ya con el forro puesto, apoyándose en la entrada y presionando con relativa fuerza. Ahí sí que ya no sé si es él quién me penetra, o yo la que lo absorbe y lo mantiene de rehén en mi interior, aunque no por mucho tiempo, ya que enseguida empieza a moverse.
Me sujeta de la cintura y me coge con enviones largos y profundos. Dieciocho centímetros de Gloria me atraviesan hasta lo más recóndito de mi ser. Dieciocho a simple vista, claro está, porque podrían ser más, aunque no menos.
Entonces le digo que me agarre del pelo y me coja más duro. Lo hace, me agarra un mechón y tirándome la cabeza hacia atrás, acentúa la vehemencia de sus descargas. Yo misma me golpeo la cola y le pido que él también lo haga.
¡¡¡PLAP-PLAP-PLAP-PLAP...!!!
Las nalgadas que me aplica, de uno y otro lado, resuenan estruendosas por encima de mis gemidos y jadeos. Solo falta que me diga "Luna de mi vida" y la dicha sería completa.
Pero la intensidad del garche es tan brutal y elocuente que enseguida siento como la contención del preservativo se llena al máximo. Dejándomela clavada bien adentro, Juan, mi Khal Drogo argento, acaba como si no hubiera un mañana. Y yo acabo con él, sumergiéndonos ambos en un letargo extático y maravilloso.
Tras el polvo rodamos sobre la cama y nos quedamos tendidos de espalda, mirándonos en el espejo del techo, una sonrisa satisfecha iluminándonos la cara.
Sin decirnos nada nos acercamos el uno al otro y volvemos a besarnos, intensa, apasionadamente. Mientras yo sigo tendida ahí, sintiendo aún los estremecimientos del orgasmo, Juan se agarra la pija, que decreció su volumen luego de la descarga, y se pajea, ansioso por volver a metérmela.
-Dejame a mí- le digo y agarrándosela ahora yo, se la chupo hasta ponérsela en estado crítico.
Se pone otro forro y acomodándose encima mío, por entre mis piernas, me vuelve a penetrar de un modo que me hace soltar un sentido jadeo. Pero no se mueve, se queda ahí adentro, cálido y palpitante, comiéndome la boca cada vez que la abro para liberar esa tensión que se me acumula en las entrañas.
-¡Cogeme..., dale, cogeme!- le reclamo suplicante, empujando mis caderas hacia arriba.
De nuevo las embestidas, los golpes, mi vientre contra el suyo, el sudor de ambos mezclándose, formando una sola esencia.
Cuando la pija se sale, en uno de esos tantos arrebatos, se la agarro y en vez de volver a ponérmela en la concha, la guío hacia mi culito. Juan me mira sorprendido aunque sabiendo entender mi deseo.
Dispuesto a complacerme me abre en una forma deliciosa, como si aquel fuera su lugar en el mundo, arrancándome más gemidos cuando empieza a culearme con penetraciones largas y profundas, de esas que parecen llegarme hasta el alma.
Manejando el ritmo y la cadencia, me hace el orto con una pericia encomiable, agrandándome lo justo y necesario, como para que me entren sus 18 centímetros de verga.
Me llena, me rebalsa el culo, su cuerpo sobre el mío, dándonos y recibiéndonos, imprimiéndonos el uno en el otro, haciendo de aquel momento, simple, casual, la consumación plena y absoluta de todos nuestros anhelos.
De nuevo el polvo compartido, la explosión mutua, el goce supremo de los sentidos que nos envuelve y aprieta, convirtiéndonos por ese momento en uno solo, un solo éxtasis, un solo placer.
Cuando se retira de mi culo y se quita el forro, le doy una última chupadita, limpiando los restos de semen que impregnan su superficie.
-¡Me encantó!- exclamo luego relamiéndome los labios, y no me refiero solo a su leche.
-¡A mí también, desde que te vi por primera vez en el gimnasio que tenía ganas de...!-
-¿De qué...?- lo aliento a continuar.
-De garcharte toda...- completa con una sonrisa que debe ser una de sus mejores armas de seducción, aparte del cuerpo, claro.
Tras la ducha de rigor, nos vestimos y salimos de la habitación, esta vez sí me lavo el pelo, ya que luego de hacer ejercicio no resulta extraño llegar a casa con el cabello mojado.
En el vestíbulo nos cruzamos con otra pareja del gimnasio, tramposos como nosotros, el instructor de artes marciales y Fabiola, odontóloga y madre de cuatro..., ¡¿como hace?!
Salimos con Juan del telo, caminamos hasta la esquina y allí nos despedimos hasta la próxima, aunque como los Khal Drogo y Daenerys de la ficción, lo nuestro también habría de ser efímero. Ya me había sacado las ganas, y aunque su desempeño amoroso merecería que se invente una nota superior a 10, esa fascinación inicial que sentía ya había empezado a disiparse. Después de todo, no solo de dothrakis se vive en los siete reinos.
12 comentarios - Khalessi...
"empieza a culearme con penetraciones largas y profundas, de esas que parecen llegarme hasta el alma."[/i]
Que buena manera de retomar los "ejercicios", si ya eres muy hermosa, vas a quedar con un cuerpo más que envidiable...jajaja
Muy buen relato querida...FELICITACIONES!! +10
Besitos hermosa
LEON