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http://www.poringa.net/posts/relatos/3046669/El-Clan-de-los-placeres-cap-2.html
Salimos de la cueva por la mañana, cuando el sol apenas comenzaba a asomar por detrás de la Cordillera Blanca. Jeneh comentó que se sentía cansada para continuar, y que se estaba muriendo de hambre. Quería que nos detuviéramos a comer con tranquilidad, pero no podíamos darnos ese lujo. No se trataba de cualquier persona: era la hermana de nuestra matriarca, y teníamos que cumplir con ello.
Jeneh iba detrás de nuestro equipo, siempre atenta a todo lo que había a su alrededor y con una flecha dentro de su arco. Había sido educada así por su papá, pues desde una tierna edad, ambos salían al bosque a practicar sus habilidades con las armas. En el fondo, creo que Reynard quería que su pequeña fuera una guerrera, y no una mujer del clan como las demás, que viviera para entregarse a su marido y tener crías.
—¿Nos falta mucho para llegar? —preguntó la hija de Alva, Kala.
—Después de cruzar este río.
Sus aguas eran tranquilas, aunque profundas. Se decía que estaban llenas de cocodrilos, pero sólo durante las épocas reproductoras.
—Bien, fuera ropa —sugerí, y las cuatro nos desnudamos lentamente. Metimos la ropa en un saco impermeable hecho de piel que Alva llevaba al hombro.
—Cómo se nota que no sacaste las tetas de tu mamá —el comentario de Alva afectó a Jeneh, y por su cara, vi que estaría dispuesta a meterle una flecha en el ojo a la mujer.
—No le hagan caso —dijo Kala, susurrándonos cuando su mamá se metió al río—. Me parece que tu pecho es hermoso, Jeneh. Mamá sólo tiene un agrio sentido del humor.
—Aunque es cierto que no tengo ni tendré las dotes de mis hermanas —se lamentó la arquera con un triste suspiro.
—Podría ser peor —le di una suave caricia en la espalda y luego le eché una mirada de reojo a Kala. Era muy bonita, con el pelo un poco más claro que el nuestro y un tatuaje de adorno justo encima del Monte de Venus. Su coñito estaba cerrado, inequívoca señal de que seguía siendo una de las pocas vírgenes del clan. Por lo demás, sus senos de pezones oscuros estaban tapados por su cabellera, contrario a mí, que los mostraba a cualquiera. Jeneh, cohibida por sus pocas carnes, se tapó el busto con dos largos mechones de cabello, y acomodó la pequeña corona de flores que llevaba.
Nos lanzamos al agua helada, y salimos poco después, con los pezoncitos erectos y temblando de frío. Apuramos a vestirnos con nuestros abrigos, y el viaje continuó durante poco más de dos horas.
—Esperen. Escucho algo —dijo Jeneh. Alva y las demás nos agazapamos detrás de unas rocas y miramos lo que había al otro lado de los setos.
Un bárbaro.
Al menos uno de la Tribu Osk. Estaba desnudo, con el pene erecto delante de una chica bajita y de apariencia inocente, que mamaba en medio de un mar de lágrimas el miembro que se le ofrecía. Se veía su desesperación y el temor de ser ejecutada por el hacha rudimentaria que el bárbaro llevaba en la mano.
—¿Es del clan? —pregunté.
—No lo es —dijo Alva—. Vámonos. No nos corresponde hacer nada.
—Será su esclava —Kala hizo un mohín de pesar, y continuamos con nuestro camino, desviándonos de lo que estaba haciendo aquél bárbaro. Meternos con ellos no sería buena idea. Aunque estuviera solo, cabría la posibilidad de que nos matara. Por sí mismos, los guerreros de Osk eran muy fuertes, muy poderosos, muy crueles y…
—¡Le di! —gritó Jeneh, y las tres nos giramos de un solo movimiento. Volvimos a donde estaba mi hermanita, que ya saltaba por encima de las rocas y corría hacia la muchacha desnuda y el cuerpo del bárbaro.
—¡¿Qué has hecho, mocosa?! —gritó Alva, sujetando fuertemente el brazo de mi hermana. Jeneh se liberó y de dos grandes zancadas, se lanzó sobre la chica que estaba siendo ultrajada. Cayó sobre su desnudo cuerpo, y se apresuró a calmarla.
—¡Estás a salvo! ¡Ya pasó!
La flecha había perforado el oído del bárbaro, y la punta asomaba en el otro extremo del cráneo. Un buen tiro a casi quince metros. Aquella era toda una muestra de habilidad.
—¿Está herida? —pregunté, agachándome al lado de la chica herida.
—Casi, aunque parece que no tiene gran daño. Ya… ya…
—Culrash ig non ¡leh! ¡leh!
—¿Qué idioma es ese? —quiso saber Kala.
—No tengo ni idea —respondí, acariciándole la cara a la muchachita. El semen del bárbaro le caía espeso por el mentón. Jeneh había decidido esperar a que el hombre se corriera para dispararle.
—Vete… —rió mi hermana menor, y la muchacha le sonrió como una especie de agradecimiento, y emprendió desnuda, la veloz huida hacia el bosque.
Le quitamos algunas cosas útiles al cadáver antes de dejarlo allí para que los animales se lo comieran.
Alva no nos dirigió la palabra el resto del trayecto, pues estaba enojada de que Jeneh hubiera desobedecido. Iba muy por delante, con su hija tomada de la mano y casi arrastrándola.
Yo, por el contrario, acariciaba a mi hermanita por la espalda baja y le hacía ver lo orgullosa que estaba al haber salvado la vida de esa chica. Erina enseñaba la bondad, y la bondad era parte integral de una mujer. En ese sentido, Jeneh había obrado bien, aunque irónicamente, quitarle la vida a alguien no era algo bien visto, a menos que se tratase de tiempos de guerra.
Una hora más tarde, llegamos al fin delante del séquito de la hermana de la matriarca. Se llamaba Estrid, y resultó ser casi una niña en comparación con la amada Keira de nuestro clan, cuya presencia imponía un gran respeto.
La pequeña matriarca, recién entrando a la edad adulta, demostró ser todo un martirio y un dolor de cabeza mientras la guiábamos a ella y a sus soldados a través del bosque. Se negaba a caminar, por lo que un grupo de seis esclavos la llevaban sobre una plataforma de madera labrada y ornamentada.
—No puedo creer que mi hermana no haya mandado a talar estos malditos árboles —gruñó para todos—. Es horrible. Demasiada sombra. Este bronceado no todas lo pueden tener ¿sabían?
No contestamos. No era nuestra misión.
—Alto —dijo la joven y se apresuró a bajarse de su plataforma. Corrió hacia la orilla de una caverna, dentro de la cual había un cenote con cristalinas aguas azules y poco profundas—. ¡Oh, maravilloso! Ordeno un descanso.
Jeneh y yo nos sentamos sobre una piedra, casi a la orilla del cenote. La caverna sobre nuestras cabezas estaba oscura, pero la poca luz entraba gracias a una gran abertura superior y alumbraba buena parte del agua. Dos hombres altos desnudaron a Estrid, y para nuestra sorpresa, ya tenía un tatuaje rúnico, señal de que estaba casada. La marca le rodeaba la pierna derecha y apenas era visible por su piel de bronce. Sus senos eran medianos, casi del tamaño de los de Jeneh, con unas puntitas café claro y muy bonitos a la vista.
Los hombres, desnudos por supuesto, mantenían sus penes flácidos y vinieron a sentarse al lado de nosotras. Jeneh intentó hablarles, pero para nuestra desagradable sorpresa, les habían cortado la lengua. Así no faltarían al respeto a Estrid. Al menos no de un modo verbal.
—¡Vengan acá! —gritó la chica hacia nosotras, y accedimos a entrar con ella al agua. Los dos mudos también nos acompañaron.
—¡Brr! Está fría —exclamó mi hermanita, tapándose los senos con los brazos.
—Está perfecta —la cara de Estrid mostraba una particular alegría al estar tan cerca de Jeneh, y sin decir nada, la tomó de la mano y se la llevó un poco más lejos. Intenté seguirlas, pero los hombres me lo impidieron y me señalaron la orilla—. Puedes divertirte con ellos —señaló Estrid—. Más bien, lo ordeno.
—Sí, sí… —suspiré, fastidiada. Miré a ambos mudos, y sonriéndoles, les pedí que me siguieran a la fangosa orilla del cenote.
Una vez los dos estuvieron tumbados uno al lado del otro, me acomodé entre ellos y comencé a tirar de sus penes para que se les parara. Para mi sorpresa, no tardó casi nada, y sus dos largas vergas negras quedaron a merced de mi boca. Estaba hambrienta, por supuesto. Hambrienta de comida, pero al menos podría engañar a mi estómago con algo de semen caliente. Inclinándome sobre el primero, hundí su verga dentro de mi garganta, la cual tuve que estirar para dar cabida al trozo de carne. Paseé la lengua por toda su cabeza roja, asegurándome de que quedara completamente empapada de saliva, y luego iba a por la otra polla, ligeramente más gruesa. Abrí y cerré la boca varias veces para estirar la mandíbula, y mamé con fuerza, tratando de meterme todo hasta la base.
Difícil, claro. Sus huevos se agitaban felices dentro de sus bolsas y jugar con ellos era muy divertido. Lamí el espacio la base del pene y los testículos, y luego subí por su vientre hasta su boca, para besarlo con un poco de intercambio de saliva. Se sentía raro al no tener ellos una lengua, así que tampoco me quedé allí mucho rato.
Entonces, uno de los hombres se levantó, y separándome las nalgas, penetró hasta el fondo de mi útero. Grité, por supuesto, aunque el acto de chuparle la verga al otro logró que me callara. Aquél que me estaba cogiendo me dio unas fuertes nalgadas sobre mi piel de canela, mientras el otro no paraba de acariciarme la cara. Mi saliva resbalaba de la comisura de mi boca, y al sacar su pene y verlo, me encantó la forma en la que mis jugos bucales chorreaban de él. Lamí con más fuerza, recogiendo mi propia saliva y volviendo a tirarla sobre el pene.
Miré detrás de mi espalda, y vi, además del tipo que me la metía, una sorprendente escena de Jeneh comiéndole la concha a Estrid. ¡Estrid, la hija de la matriarca! Aquello era raro, y me sacó de mis casillas un momento. Tocar a las mujeres de la alta cuna era algo muy malo, y Jeneh lo sabía bien. Sin embargo, parecía algo encantada con semejante clítoris entre sus dientes.
—¿Hermana? —pregunté, desde mi posición.
—Todo está bien —dijo Estrid, riendo y haciendo rizos con su pelo castaño—. Le he dado permiso de limpiarme la vagina con su lengua. Es un honor.
Respiré, más tranquila. Aquello en verdad era un honor para Jeneh, y hasta me sentí un poco celosa. Volví mi atención a la polla que comía. El sujeto se puso de rodillas, por lo que mi cuello tuvo que hacer una torsión para seguir chupando. Yo tenía la lengua afuera, dejando que me penetrara a voluntad.
El de atrás siguió nalgueándome mediamente fuerte, hasta que experimenté una descarga de semen dentro de mi útero. Fue demasiado, y casi al mismo tiempo, la polla que chupaba me llenó la boca de caliente fluido blanco. Sabía algo salado, pero me apresuré a revolverlo con saliva y a tragarlo de una vez por todas.
Ambas pijas salieron de mi cuerpo, y me acosté, rendida, sobre la arena. Abriéndome la vagina, recogí el poco semen que pude y también lo comí, aunque su sabor era algo raro al estar mezclada con mi orgasmo.
Tranquilamente supervié la tarea de mi hermana menor. Los pequeños pezones de Estrid estaban ahora en su boca, y aunque el lesbianismo era practicado a fuerzas y con naturalidad por todas y cada una de las mujeres del clan, pocas sentían realmente atracción por las de su mismo sexo. El placer con el que mi pequeña hermana comía de aquellos medianos melones parecía evidenciar un gusto más allá del de todo sentido de obediencia. Con una mano tiraba de la puntita derecha, y con sus dientecitos tiraba del izquierdo. Luego intercambiaba y juntaba ambos globos para llenarlos de saliva.
—Tenemos que irnos, mi señora —dijo Alva, entrando a la caverna.
—¡Pff! Está bien. Andando.
La llegada a la ciudad estuvo plagada de alegrías, porque todos estaban reunidos y esperando a la hermana de la matriarca. La plaza, adornada con flores y candiles de incienso, estaba bordeada de guardianas comandadas por Rafaela, exuberante y sensual detrás de su uniforme que dejaba a la vista más carne de la que protegía. La gente bramaba y el coro de niñas del santuario cantaba una pegajosa melodía mientras eran dirigidas por su maestra. Algunas jovencitas danzaban felizmente con cintas de colores atadas a sus muñecas y tobillos, mientras que los hombres participaban en exhibiciones de fuerza y lucha. En el aire flotaba el aroma de las flores afrodisiacas, y mezclado con el rico olor de la carne asada y las verduras al vapor para el banquete, terminaron por abrirme el apetito.
—¡Mamá! —grité en cuanto la vi. Ella estaba entre el público y casi al igual que todas las demás, desnuda de la cintura para arriba. Lo que sí, sus pezones iban pintados con pequeños puntos en forma de cruz.
—¿En dónde te metiste? Reynard está peleando.
Y Jeneh lo miraba con devoción mientras un señor le pasaba un pequeño pincel por los pechos para adornárselos con motivos florales. Reynard, el más guapo de los tres esposos de mamá, y uno de los hombres más gallardos y carismáticos de la ciudad, se batía en duelo de espada con otro sujeto, que tremenda coincidencia, resultó ser uno de los maridos de Alva.
—¡Vamos, papá! —gritó Jeneh.
—¡Véncelo, amor! —saltó Alva y Kala al otro lado de la arena, que estaba apartada del público por una reja de madera y metal para impedir que los espectadores interrumpieran. El combate no era a muerte, claro. Las espadas eran de madera, pero con todo seguían siendo dolorosas.
—Pff. Mi papá podría darles unos buenos golpes a los dos —sonrió mi hermana mayor, Emelia, llegando solita.
—¿Y tus hombres? —preguntó mamá.
—Por allá, peleando para impresionar a las demás. Es una linda fiesta ¿verdad?
—Sí. Demasiado alegre.
—¿Ya fueron a beber algo?
—No —conté —¿vamos?
—Claro. Mamá, llevaré a Katrina para que pruebe un poco de licor.
Mamá asintió con seriedad. Estaba muy concentrada en el combate de su hombre.
Paseando por el festival en honor a Estrid y bebiendo un poco de licor, mi vista se quedó en una clase pública sobre felación. Una fémina master enseñaba a un reducido grupo de novatas cómo chupar un pene, y todas parecían muy atentas ante las indicaciones.
—Tú ya sabes todo sobre eso —dijo mi hermana, acariciándome una nalga.
—Sí, pero no está mal recordar.
La fémina tenía el miembro en una mano, y con la otra masajeaba los huevos. Dictaba instrucciones a las chicas, fascinadas ante el tamaño del pene y los constantes movimientos.
—¿Puedo chupar? —preguntó una pequeña rubia, cuyo color de pelo resaltaba entre las demás.
—No —dijo la fémina—. No has estado poniendo la debida atención.
—Pero es que se ve tan rico —protestó—. Pasemos a la práctica.
—No. Primero la teoría. Como les decía, el pene es algo hermoso y necesario para nosotras. Nacimos con el cuerpo y los órganos necesarios para darle cábida a los hombres. Nuestra misión es esa: asegurar la reproducción. Se nos recompensa con placeres inigualables. El clítoris, chicas, es nuestra recompensa.
—Disculpe —dijo una joven de trenzas—. Mi mami dice que un orgasmo femenino es diez veces más placentero que uno masculino.
—Y es totalmente cierto, querida. Aprenderás, cuando tengas tu iniciación, que no hay nada mejor que ello. Sólo tenemos que servir y Erina nos recompensará con esta clase de sensaciones.
—¿Puedo chupar? Por favor —pidió la rubia.
—¡Ay! Está bien, pero sólo una probada —aceptó la master, y ofreció el pene a la chica.
Las demás, encantadas ante la debilidad de la mujer, se lanzaron en masa a por el pobre hombre, que ya no pudo salir de ese mar de bocas y lenguas que querían comerle la pija.
—Vámonos, antes de que esas hambrientas vengan por nuestras vaginas.
—Pues hace tiempo no me dejas comerte la tuya, hermana.
Emelia me miró sorprendida, y luego suspiró.
—Está bien. Está bien. No me va mucho el lesbianismo, pero si quieres…
Se sentó en una banca, al lado de otras tres chicas que tenían a sus parejas comiéndoles el coño. Mi hermana se abrió las piernas y mostró su hermosa raja y su rosado anito. Me lancé a por ambos sin contemplaciones, disfrutando de los jugos de Emelia, que eran más ricos que los de mamá y Jeneh. Además, su coño ya estaba preparado, y tenía los labios un poco grandes, por lo que era fácil tomarlos con mi boca y jugar con ellos.
Emelia dio un sorbo a su bebida y abrió más sus muslos. Su cara se sonrojó y rió un poco más cuando la penetré con mis dedos. A mi lado, un hombre se la metía a su novia, y del otro, dos chicas se masturbaban juntas a la vista de los demás. Claro que en el clan esto era tan natural que la gente pasaba sin prestarles atención.
El interior de mi hermana estaba caliente y mojado. Me gustaba sentir un coño. De hecho, siempre me había gustado. Comencé con el de mamá, claro. Seguido de mi hermana Emelia y luego probando el de Jeneh. Mis amigas también me ofrecían sus carnes, y me gustaba un poco más que mamar una pija. No es que fuera lesbiana, pero aunque comer una polla era rico, cansaba la boca. Una vagina era diferente y tierna.
—Oh… así se hace, Katrina. Aprendes bien…
—Lo he hecho desde siempre —dije entre dientes, sin despegar mi cara de su entrepierna y mordiendo sus labios.
—Lo sé… pero me encanta como lo haces.
—Tú también deberías hacerlo.
—Prefiero que me lo hagan —sonrió con un dedo en el labio.
Chupé de su coño un rato más, lamiendo incluso el espacio entre su vaginita y su anito. Finalmente, mi hermana tuvo un orgasmo a causa de aquella lamida tan pegajosa que le di, pero no me detuve y seguí con ella.
—Oigan —dijo una chica que pasaba por allí—. La matriarca va a hablar. Vamos.
—Oh, sí. Enseguida.
Todos nos fuimos al centro de la plaza y nos pusimos de rodillas ante nuestra hermosa y sensual matriarca Keira, que apareció completamente desnuda para nosotros. No así su pequeña hermana Estrid, que llevaba un vestido ceremonial.
—Pronto, hijos mías, comenzará el festival. Será mañana por la noche, así que los preparativos comenzarán por la tarde de hoy. Espero que todas y todos asistan y se diviertan.
Sonreí con alegría. Esperaba el festival con ansias.
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Bien! recuerden comentar, que con eso me ayudan muchisimo para inspirarme. ¿qué opinan de lahistoria? es un poco mas... construido el mundo a comparación de todas las demás xD. cabe mencionar que todas las chicas que tienen sepso son mayores de edad (auqnue eso es obvio, ya que estamos en poringa) así que si los adjetivos "pequeña" "jovencita" les confunden, allá ustedes jjaja.
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Salimos de la cueva por la mañana, cuando el sol apenas comenzaba a asomar por detrás de la Cordillera Blanca. Jeneh comentó que se sentía cansada para continuar, y que se estaba muriendo de hambre. Quería que nos detuviéramos a comer con tranquilidad, pero no podíamos darnos ese lujo. No se trataba de cualquier persona: era la hermana de nuestra matriarca, y teníamos que cumplir con ello.
Jeneh iba detrás de nuestro equipo, siempre atenta a todo lo que había a su alrededor y con una flecha dentro de su arco. Había sido educada así por su papá, pues desde una tierna edad, ambos salían al bosque a practicar sus habilidades con las armas. En el fondo, creo que Reynard quería que su pequeña fuera una guerrera, y no una mujer del clan como las demás, que viviera para entregarse a su marido y tener crías.
—¿Nos falta mucho para llegar? —preguntó la hija de Alva, Kala.
—Después de cruzar este río.
Sus aguas eran tranquilas, aunque profundas. Se decía que estaban llenas de cocodrilos, pero sólo durante las épocas reproductoras.
—Bien, fuera ropa —sugerí, y las cuatro nos desnudamos lentamente. Metimos la ropa en un saco impermeable hecho de piel que Alva llevaba al hombro.
—Cómo se nota que no sacaste las tetas de tu mamá —el comentario de Alva afectó a Jeneh, y por su cara, vi que estaría dispuesta a meterle una flecha en el ojo a la mujer.
—No le hagan caso —dijo Kala, susurrándonos cuando su mamá se metió al río—. Me parece que tu pecho es hermoso, Jeneh. Mamá sólo tiene un agrio sentido del humor.
—Aunque es cierto que no tengo ni tendré las dotes de mis hermanas —se lamentó la arquera con un triste suspiro.
—Podría ser peor —le di una suave caricia en la espalda y luego le eché una mirada de reojo a Kala. Era muy bonita, con el pelo un poco más claro que el nuestro y un tatuaje de adorno justo encima del Monte de Venus. Su coñito estaba cerrado, inequívoca señal de que seguía siendo una de las pocas vírgenes del clan. Por lo demás, sus senos de pezones oscuros estaban tapados por su cabellera, contrario a mí, que los mostraba a cualquiera. Jeneh, cohibida por sus pocas carnes, se tapó el busto con dos largos mechones de cabello, y acomodó la pequeña corona de flores que llevaba.
Nos lanzamos al agua helada, y salimos poco después, con los pezoncitos erectos y temblando de frío. Apuramos a vestirnos con nuestros abrigos, y el viaje continuó durante poco más de dos horas.
—Esperen. Escucho algo —dijo Jeneh. Alva y las demás nos agazapamos detrás de unas rocas y miramos lo que había al otro lado de los setos.
Un bárbaro.
Al menos uno de la Tribu Osk. Estaba desnudo, con el pene erecto delante de una chica bajita y de apariencia inocente, que mamaba en medio de un mar de lágrimas el miembro que se le ofrecía. Se veía su desesperación y el temor de ser ejecutada por el hacha rudimentaria que el bárbaro llevaba en la mano.
—¿Es del clan? —pregunté.
—No lo es —dijo Alva—. Vámonos. No nos corresponde hacer nada.
—Será su esclava —Kala hizo un mohín de pesar, y continuamos con nuestro camino, desviándonos de lo que estaba haciendo aquél bárbaro. Meternos con ellos no sería buena idea. Aunque estuviera solo, cabría la posibilidad de que nos matara. Por sí mismos, los guerreros de Osk eran muy fuertes, muy poderosos, muy crueles y…
—¡Le di! —gritó Jeneh, y las tres nos giramos de un solo movimiento. Volvimos a donde estaba mi hermanita, que ya saltaba por encima de las rocas y corría hacia la muchacha desnuda y el cuerpo del bárbaro.
—¡¿Qué has hecho, mocosa?! —gritó Alva, sujetando fuertemente el brazo de mi hermana. Jeneh se liberó y de dos grandes zancadas, se lanzó sobre la chica que estaba siendo ultrajada. Cayó sobre su desnudo cuerpo, y se apresuró a calmarla.
—¡Estás a salvo! ¡Ya pasó!
La flecha había perforado el oído del bárbaro, y la punta asomaba en el otro extremo del cráneo. Un buen tiro a casi quince metros. Aquella era toda una muestra de habilidad.
—¿Está herida? —pregunté, agachándome al lado de la chica herida.
—Casi, aunque parece que no tiene gran daño. Ya… ya…
—Culrash ig non ¡leh! ¡leh!
—¿Qué idioma es ese? —quiso saber Kala.
—No tengo ni idea —respondí, acariciándole la cara a la muchachita. El semen del bárbaro le caía espeso por el mentón. Jeneh había decidido esperar a que el hombre se corriera para dispararle.
—Vete… —rió mi hermana menor, y la muchacha le sonrió como una especie de agradecimiento, y emprendió desnuda, la veloz huida hacia el bosque.
Le quitamos algunas cosas útiles al cadáver antes de dejarlo allí para que los animales se lo comieran.
Alva no nos dirigió la palabra el resto del trayecto, pues estaba enojada de que Jeneh hubiera desobedecido. Iba muy por delante, con su hija tomada de la mano y casi arrastrándola.
Yo, por el contrario, acariciaba a mi hermanita por la espalda baja y le hacía ver lo orgullosa que estaba al haber salvado la vida de esa chica. Erina enseñaba la bondad, y la bondad era parte integral de una mujer. En ese sentido, Jeneh había obrado bien, aunque irónicamente, quitarle la vida a alguien no era algo bien visto, a menos que se tratase de tiempos de guerra.
Una hora más tarde, llegamos al fin delante del séquito de la hermana de la matriarca. Se llamaba Estrid, y resultó ser casi una niña en comparación con la amada Keira de nuestro clan, cuya presencia imponía un gran respeto.
La pequeña matriarca, recién entrando a la edad adulta, demostró ser todo un martirio y un dolor de cabeza mientras la guiábamos a ella y a sus soldados a través del bosque. Se negaba a caminar, por lo que un grupo de seis esclavos la llevaban sobre una plataforma de madera labrada y ornamentada.
—No puedo creer que mi hermana no haya mandado a talar estos malditos árboles —gruñó para todos—. Es horrible. Demasiada sombra. Este bronceado no todas lo pueden tener ¿sabían?
No contestamos. No era nuestra misión.
—Alto —dijo la joven y se apresuró a bajarse de su plataforma. Corrió hacia la orilla de una caverna, dentro de la cual había un cenote con cristalinas aguas azules y poco profundas—. ¡Oh, maravilloso! Ordeno un descanso.
Jeneh y yo nos sentamos sobre una piedra, casi a la orilla del cenote. La caverna sobre nuestras cabezas estaba oscura, pero la poca luz entraba gracias a una gran abertura superior y alumbraba buena parte del agua. Dos hombres altos desnudaron a Estrid, y para nuestra sorpresa, ya tenía un tatuaje rúnico, señal de que estaba casada. La marca le rodeaba la pierna derecha y apenas era visible por su piel de bronce. Sus senos eran medianos, casi del tamaño de los de Jeneh, con unas puntitas café claro y muy bonitos a la vista.
Los hombres, desnudos por supuesto, mantenían sus penes flácidos y vinieron a sentarse al lado de nosotras. Jeneh intentó hablarles, pero para nuestra desagradable sorpresa, les habían cortado la lengua. Así no faltarían al respeto a Estrid. Al menos no de un modo verbal.
—¡Vengan acá! —gritó la chica hacia nosotras, y accedimos a entrar con ella al agua. Los dos mudos también nos acompañaron.
—¡Brr! Está fría —exclamó mi hermanita, tapándose los senos con los brazos.
—Está perfecta —la cara de Estrid mostraba una particular alegría al estar tan cerca de Jeneh, y sin decir nada, la tomó de la mano y se la llevó un poco más lejos. Intenté seguirlas, pero los hombres me lo impidieron y me señalaron la orilla—. Puedes divertirte con ellos —señaló Estrid—. Más bien, lo ordeno.
—Sí, sí… —suspiré, fastidiada. Miré a ambos mudos, y sonriéndoles, les pedí que me siguieran a la fangosa orilla del cenote.
Una vez los dos estuvieron tumbados uno al lado del otro, me acomodé entre ellos y comencé a tirar de sus penes para que se les parara. Para mi sorpresa, no tardó casi nada, y sus dos largas vergas negras quedaron a merced de mi boca. Estaba hambrienta, por supuesto. Hambrienta de comida, pero al menos podría engañar a mi estómago con algo de semen caliente. Inclinándome sobre el primero, hundí su verga dentro de mi garganta, la cual tuve que estirar para dar cabida al trozo de carne. Paseé la lengua por toda su cabeza roja, asegurándome de que quedara completamente empapada de saliva, y luego iba a por la otra polla, ligeramente más gruesa. Abrí y cerré la boca varias veces para estirar la mandíbula, y mamé con fuerza, tratando de meterme todo hasta la base.
Difícil, claro. Sus huevos se agitaban felices dentro de sus bolsas y jugar con ellos era muy divertido. Lamí el espacio la base del pene y los testículos, y luego subí por su vientre hasta su boca, para besarlo con un poco de intercambio de saliva. Se sentía raro al no tener ellos una lengua, así que tampoco me quedé allí mucho rato.
Entonces, uno de los hombres se levantó, y separándome las nalgas, penetró hasta el fondo de mi útero. Grité, por supuesto, aunque el acto de chuparle la verga al otro logró que me callara. Aquél que me estaba cogiendo me dio unas fuertes nalgadas sobre mi piel de canela, mientras el otro no paraba de acariciarme la cara. Mi saliva resbalaba de la comisura de mi boca, y al sacar su pene y verlo, me encantó la forma en la que mis jugos bucales chorreaban de él. Lamí con más fuerza, recogiendo mi propia saliva y volviendo a tirarla sobre el pene.
Miré detrás de mi espalda, y vi, además del tipo que me la metía, una sorprendente escena de Jeneh comiéndole la concha a Estrid. ¡Estrid, la hija de la matriarca! Aquello era raro, y me sacó de mis casillas un momento. Tocar a las mujeres de la alta cuna era algo muy malo, y Jeneh lo sabía bien. Sin embargo, parecía algo encantada con semejante clítoris entre sus dientes.
—¿Hermana? —pregunté, desde mi posición.
—Todo está bien —dijo Estrid, riendo y haciendo rizos con su pelo castaño—. Le he dado permiso de limpiarme la vagina con su lengua. Es un honor.
Respiré, más tranquila. Aquello en verdad era un honor para Jeneh, y hasta me sentí un poco celosa. Volví mi atención a la polla que comía. El sujeto se puso de rodillas, por lo que mi cuello tuvo que hacer una torsión para seguir chupando. Yo tenía la lengua afuera, dejando que me penetrara a voluntad.
El de atrás siguió nalgueándome mediamente fuerte, hasta que experimenté una descarga de semen dentro de mi útero. Fue demasiado, y casi al mismo tiempo, la polla que chupaba me llenó la boca de caliente fluido blanco. Sabía algo salado, pero me apresuré a revolverlo con saliva y a tragarlo de una vez por todas.
Ambas pijas salieron de mi cuerpo, y me acosté, rendida, sobre la arena. Abriéndome la vagina, recogí el poco semen que pude y también lo comí, aunque su sabor era algo raro al estar mezclada con mi orgasmo.
Tranquilamente supervié la tarea de mi hermana menor. Los pequeños pezones de Estrid estaban ahora en su boca, y aunque el lesbianismo era practicado a fuerzas y con naturalidad por todas y cada una de las mujeres del clan, pocas sentían realmente atracción por las de su mismo sexo. El placer con el que mi pequeña hermana comía de aquellos medianos melones parecía evidenciar un gusto más allá del de todo sentido de obediencia. Con una mano tiraba de la puntita derecha, y con sus dientecitos tiraba del izquierdo. Luego intercambiaba y juntaba ambos globos para llenarlos de saliva.
—Tenemos que irnos, mi señora —dijo Alva, entrando a la caverna.
—¡Pff! Está bien. Andando.
La llegada a la ciudad estuvo plagada de alegrías, porque todos estaban reunidos y esperando a la hermana de la matriarca. La plaza, adornada con flores y candiles de incienso, estaba bordeada de guardianas comandadas por Rafaela, exuberante y sensual detrás de su uniforme que dejaba a la vista más carne de la que protegía. La gente bramaba y el coro de niñas del santuario cantaba una pegajosa melodía mientras eran dirigidas por su maestra. Algunas jovencitas danzaban felizmente con cintas de colores atadas a sus muñecas y tobillos, mientras que los hombres participaban en exhibiciones de fuerza y lucha. En el aire flotaba el aroma de las flores afrodisiacas, y mezclado con el rico olor de la carne asada y las verduras al vapor para el banquete, terminaron por abrirme el apetito.
—¡Mamá! —grité en cuanto la vi. Ella estaba entre el público y casi al igual que todas las demás, desnuda de la cintura para arriba. Lo que sí, sus pezones iban pintados con pequeños puntos en forma de cruz.
—¿En dónde te metiste? Reynard está peleando.
Y Jeneh lo miraba con devoción mientras un señor le pasaba un pequeño pincel por los pechos para adornárselos con motivos florales. Reynard, el más guapo de los tres esposos de mamá, y uno de los hombres más gallardos y carismáticos de la ciudad, se batía en duelo de espada con otro sujeto, que tremenda coincidencia, resultó ser uno de los maridos de Alva.
—¡Vamos, papá! —gritó Jeneh.
—¡Véncelo, amor! —saltó Alva y Kala al otro lado de la arena, que estaba apartada del público por una reja de madera y metal para impedir que los espectadores interrumpieran. El combate no era a muerte, claro. Las espadas eran de madera, pero con todo seguían siendo dolorosas.
—Pff. Mi papá podría darles unos buenos golpes a los dos —sonrió mi hermana mayor, Emelia, llegando solita.
—¿Y tus hombres? —preguntó mamá.
—Por allá, peleando para impresionar a las demás. Es una linda fiesta ¿verdad?
—Sí. Demasiado alegre.
—¿Ya fueron a beber algo?
—No —conté —¿vamos?
—Claro. Mamá, llevaré a Katrina para que pruebe un poco de licor.
Mamá asintió con seriedad. Estaba muy concentrada en el combate de su hombre.
Paseando por el festival en honor a Estrid y bebiendo un poco de licor, mi vista se quedó en una clase pública sobre felación. Una fémina master enseñaba a un reducido grupo de novatas cómo chupar un pene, y todas parecían muy atentas ante las indicaciones.
—Tú ya sabes todo sobre eso —dijo mi hermana, acariciándome una nalga.
—Sí, pero no está mal recordar.
La fémina tenía el miembro en una mano, y con la otra masajeaba los huevos. Dictaba instrucciones a las chicas, fascinadas ante el tamaño del pene y los constantes movimientos.
—¿Puedo chupar? —preguntó una pequeña rubia, cuyo color de pelo resaltaba entre las demás.
—No —dijo la fémina—. No has estado poniendo la debida atención.
—Pero es que se ve tan rico —protestó—. Pasemos a la práctica.
—No. Primero la teoría. Como les decía, el pene es algo hermoso y necesario para nosotras. Nacimos con el cuerpo y los órganos necesarios para darle cábida a los hombres. Nuestra misión es esa: asegurar la reproducción. Se nos recompensa con placeres inigualables. El clítoris, chicas, es nuestra recompensa.
—Disculpe —dijo una joven de trenzas—. Mi mami dice que un orgasmo femenino es diez veces más placentero que uno masculino.
—Y es totalmente cierto, querida. Aprenderás, cuando tengas tu iniciación, que no hay nada mejor que ello. Sólo tenemos que servir y Erina nos recompensará con esta clase de sensaciones.
—¿Puedo chupar? Por favor —pidió la rubia.
—¡Ay! Está bien, pero sólo una probada —aceptó la master, y ofreció el pene a la chica.
Las demás, encantadas ante la debilidad de la mujer, se lanzaron en masa a por el pobre hombre, que ya no pudo salir de ese mar de bocas y lenguas que querían comerle la pija.
—Vámonos, antes de que esas hambrientas vengan por nuestras vaginas.
—Pues hace tiempo no me dejas comerte la tuya, hermana.
Emelia me miró sorprendida, y luego suspiró.
—Está bien. Está bien. No me va mucho el lesbianismo, pero si quieres…
Se sentó en una banca, al lado de otras tres chicas que tenían a sus parejas comiéndoles el coño. Mi hermana se abrió las piernas y mostró su hermosa raja y su rosado anito. Me lancé a por ambos sin contemplaciones, disfrutando de los jugos de Emelia, que eran más ricos que los de mamá y Jeneh. Además, su coño ya estaba preparado, y tenía los labios un poco grandes, por lo que era fácil tomarlos con mi boca y jugar con ellos.
Emelia dio un sorbo a su bebida y abrió más sus muslos. Su cara se sonrojó y rió un poco más cuando la penetré con mis dedos. A mi lado, un hombre se la metía a su novia, y del otro, dos chicas se masturbaban juntas a la vista de los demás. Claro que en el clan esto era tan natural que la gente pasaba sin prestarles atención.
El interior de mi hermana estaba caliente y mojado. Me gustaba sentir un coño. De hecho, siempre me había gustado. Comencé con el de mamá, claro. Seguido de mi hermana Emelia y luego probando el de Jeneh. Mis amigas también me ofrecían sus carnes, y me gustaba un poco más que mamar una pija. No es que fuera lesbiana, pero aunque comer una polla era rico, cansaba la boca. Una vagina era diferente y tierna.
—Oh… así se hace, Katrina. Aprendes bien…
—Lo he hecho desde siempre —dije entre dientes, sin despegar mi cara de su entrepierna y mordiendo sus labios.
—Lo sé… pero me encanta como lo haces.
—Tú también deberías hacerlo.
—Prefiero que me lo hagan —sonrió con un dedo en el labio.
Chupé de su coño un rato más, lamiendo incluso el espacio entre su vaginita y su anito. Finalmente, mi hermana tuvo un orgasmo a causa de aquella lamida tan pegajosa que le di, pero no me detuve y seguí con ella.
—Oigan —dijo una chica que pasaba por allí—. La matriarca va a hablar. Vamos.
—Oh, sí. Enseguida.
Todos nos fuimos al centro de la plaza y nos pusimos de rodillas ante nuestra hermosa y sensual matriarca Keira, que apareció completamente desnuda para nosotros. No así su pequeña hermana Estrid, que llevaba un vestido ceremonial.
—Pronto, hijos mías, comenzará el festival. Será mañana por la noche, así que los preparativos comenzarán por la tarde de hoy. Espero que todas y todos asistan y se diviertan.
Sonreí con alegría. Esperaba el festival con ansias.
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Bien! recuerden comentar, que con eso me ayudan muchisimo para inspirarme. ¿qué opinan de lahistoria? es un poco mas... construido el mundo a comparación de todas las demás xD. cabe mencionar que todas las chicas que tienen sepso son mayores de edad (auqnue eso es obvio, ya que estamos en poringa) así que si los adjetivos "pequeña" "jovencita" les confunden, allá ustedes jjaja.
5 comentarios - El clan de los placeres cap 3
Espero la continuación