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!La nena quiere la leche!

¡Hola chicos y chicas! Soy flopy, tengo 19 años y una vida normal, una hermana menor, dos gatos, una madre castradora, un padre ausente, buena conducta en la facu, algunos amigos, una colita sin estrenar y, unas tetas de las que me enorgullezco cuando me reconozco desnuda frente al espejo. Pero en especial, tengo una inagotable sed de leche todo el tiempo. El semen para mí es tan importante como los cuatro elementos para los humanos. 
Desde bien chiquita que todo lo que veía lo llevaba a mi boca. Mamá me dijo que usé chupete hasta ya entrado el jardín, y que armaba tremendos berrinches si me lo quitaba. Mi abuela, que me mimaba demasiado me preparaba la chocolatada en una mamadera rosa cuando ya había cumplido los cinco. Aprendí a caminar rápido, y dejé los pañales a los dos. Mis primeras palabras fueron abu, leche, mamá y teta. A los cuatro dice mi tía que era una cotorra parlanchina. Pero siempre me retaban por lo mismo. 
Todo lo que había en mis manos terminaba en mi boca. Cuando empecé a concurrir al club para hacer gimnasia y pileta, ya que para mami estaba muy gordita para el colegio de señoritas al que asistía, imaginaba a todas las personas desnudas. Nunca pude explicarme por qué. Por ese tiempo ya tenía cosquillitas en la chuchi cuando andaba en bici, cuando corría o saltaba la soga, o cuando me rozaba la bombacha al darme vueltas en la cama, o si veía besos profundos en las novelas con las que mami acompañaba sus matesitos. En ese período comencé a tener curiosidad por todo lo sexual que pudiera pescar de cualquier lado. Miraba las revistas eróticas en los kioskos, buscaba juegos para intentar besar a un chico en el club, y cuando tenía la oportunidad les bajaba los pantalones. También a las nenas. Pero todo lo hacía como una gracia. El primer pito que vi y toqué fue el de Mauricio. Ambos íbamos a quinto, era gordito como yo, tenía ojos verdes y una melena rubia que todavía conserva. Fue en el baño del club. Me mandé sin permiso mientras él hacía pipí, paradito, inmóvil, como casi todos los nenes, y cuando terminó le dí un chupón al tiempo que se la tocaba. Esa vez el profe de la colonia de verano me retó porque el muy cobarde me buchoneó. 
Pero a mí me bastó para comprender que una pija tenía poderes sobrenaturales en mí, y no deseaba cambiarlo. Estuve tranquila hasta que pasé a séptimo, donde me diplomé de pajerita siestera. Ahí empezaron mis andanzas, y la primera pija que me llevé a la boca fue la de mi primo Renzo. Estábamos en lo de la abu festejando la inauguración de su mercería. Nosotros en el patio jugábamos a las cartas. Hasta que en un momento me agaché a recoger algunas que se volaron caprichosas por el viento otoñal, y no lo soporté. Era una voz interior que clamaba en mi pecho la que me pedía que reaccione, y le obedecí. Apoyé mi cabeza en sus piernas y palpé su pene duro sobre su joguin. Lo imaginé sin calzoncillo y le pregunté si tenía. ¡Cómo no voy a tener nena!, ¿querés ver?, dijo extrañado. Yo misma le corrí el pantalón y saqué su pito gordo de su bóxer negro. Lo olí, lo toqué con mis dos manos, y al oírlo gemir le pasé la lengua por todos lados. Sentí que me mojaba hasta la cola cuando él me instruyó: ¡si querés te lo podés meter en la boquita, y lamerme las bolas también! Dudé en hacerlo porque supuse que no me cabía entero, y así fue nomás. Pero apenas me entró la puntita no dejé de chupar, lamer y absorber ese desconocido sabor para mi paladar, hasta que él de golpe dijo: ¡te la doy toda guachita!; y una sustancia blanca, espesa, caliente y con olor a hierba fresca invadió mi boca al punto de rebalsarla.¿Te gustó la lechita de tu primo nena?, aventuró a decir acomodándose la ropa, y yo no podía evitar saborear mis labios. Renzo tenía 18, y hasta hoy sigue estando riquísimo.A esa edad sobornaba a mis primitos más chicos hasta con alfajores para que me dejen tocar sus penes y no le cuenten a los grandes, y tenía éxito. Me volvía loca tocarlos y olerlos. A ellos les gustaban mis cosquillitas mientras yo aprovechaba en ocasiones a meterlos en mi boca. Me encantaba hasta el olor a pichí de sus calzoncillitos!
También le chupé la pija a mi vecinito del frente de casa. Se llama Ulises, hoy es futbolista y me lleva tres años. Esa tarde mami me mandó a su casa a llevarle unos buñuelos de membrillo que hizo para su madre, y él me atendió en short, en cuero y con un tremendo paquete erecto en su pubis. Apenas me dijo que estaba solo entré a la casa, cerré la puerta y le bajé todo para tomar esa pija en mis manos. Él solo dijo:
¡Epaa, sos chiquita para hacer estas cosas, pero me gusta!.
Estaba dura, mojada en la punta y sus huevos parecían tener fiebre.
¡Escupime la pija y pajeame!, dijo, y después de ensalivar mi mano comencé a subir y bajar de su falo como él me indicaba. Primero ayudando a mi mano con la suya, pero cuando me dejó hacerlo sola supe que acelerando el ritmo se ponía más loquito. Luego, de la nada y sin que me lo pida me la metí en la boca y se la succioné mientras seguía friccionando esa verga que no paraba de endurecerse, hasta que sus chorros de leche fueron mi merienda. Me la tragué toda, y no solo porque él lo quisiera. Esa fue mi segunda lechita.
Mauri venía seguido a casa, y después de estudiar jugábamos a ser novios. Apenas mami se iba de compras nos encerrábamos en el placard y yo le chupaba el pito. Eso lo hicimos desde que él me contó que ya se pajeaba.
Renzo y Ulises fueron mis pijas recurrentes durante casi dos años. Pero ya en la secundaria no medí ninguna consecuencia. Además contaba con el desarrollo de mis gomas para atraer. ¡no estaba nada mal, 97 de busto para una pendeja de mi edad!
Una vez estaba esperando el colectivo, tipo 9 de la noche para ir a lo de mi tía. No había nadie en la parada. Solo un pibe de unos 25 vestido con jean, zapatillas y una remera de una banda metalera. Apenas vi que me miraba las tetas le pregunté si le gustaban. El pibe se fijó la hora y dijo:
¡Perdón, no sé qué micro tomás!.
Yo le insistí:
¿Te gustan mis gomas?, ¿no querés que te haga un buen pete?
Hacía días que no mamaba una pija, y no era yo la que ocupaba mi cuerpo sin eso. Pensé que me iba a mandar a la mierda. Pero fuimos a una arboleda a media cuadra de allí, me quedé en corpiño y le hice caer jean y bóxer de un solo tirón.
¡Che nenita, ¿estás segura de que sabés chupar pija?! Fue todo lo que dijo antes de enganchar su verga entre mi corpiño y el hueco de mis lolas. Las apretaba contra ella como apurado, nervioso o ansioso, y se movía junto a mí que permanecía hincada en el pastito.
¡Chupale la cabecita pendeja!, dijo, y para mí su palabra era ley. Le lamí el glande mientras seguía haciéndole la turca, y antes de acabar gritó:
¡abrí bien la boquita putita villera!, y me encremó desde la cara a la pancita con un estallido de leche fatal. Salí corriendo porque casi pierdo el colectivo, y porque él quería cogerme, y ese no era el trato.
Otra vuelta se la chupe al hermano de una amiga. Me había quedado a dormir en su casa, y esa noche ella se durmió antes que yo. Como no tenía sueño bajé al living a ver un poco de tele, y justo me encontré con Maxi, que merodeaba en calzoncillo con su edad del pavo recién bañado.
¡Hey nene, vení al sillón conmigo, que tengo muchas ganas de que me toquen la cola y las tetitas!, le dije en voz baja, y él, que es un pajero como cualquiera a su edad, obedeció. Le saqué el slip para olerlo y le hice la pajita mientras él me toqueteaba, sabiendo que alguien podría descubrirnos.
¡Tocame la cola puerquito!, le decía, y pronto me devoré su pene tiernito pero duro y suave de un bocado. Acabó enseguida mientras me confiaba que se pajea pensando que su hermana y yo nos masturbamos juntitas en la cama.
¡Casi quedo libre en el cole desde que empecé a ratearme en busca de nuevos chupetines. Así conocí a Gabi, un pibe de 18 que siempre ayudaba a un viejo con su puesto de revistas en la plaza. La primera mañana nomás lo avancé. Mientras le compraba caramelos me hice la descompuesta y, en cuanto mi simulación surtió efecto, el divino me acurrucó en sus brazos y entramos al kiosquito. Como sabía que el viejo vendría al mediodía, ni bien se fue la mujer con sus puchos pelé las tetas amedrentándolo. Gabi cerró la ventana y me las re manoseó diciendo:
¡Así que te hacés la enfermita putona!.
Me subió la falda, y antes de que intentase tomar la iniciativa me hinqué para bajarle el joguin, fregue mi cara en su bóxer negro que se estiraba con la erección de su verga ancha aunque no muy larga, se lo escupí, le mordí suavecito la cabecita, junté mis tetas a su pedazo mientras le bajaba la prenda y me dediqué a mamársela con desesperación. Le saqué dos ricas lechitas, y la segunda llegó más rápido que la primera, porque descubrí que le gustaba que a la vez que se la chupaba le arrancara los vellos del pubis, se la escupa y me cachetee la cara con su músculo. La segunda me la tragué, y la primera explotó en mis gomas cuando algunas personas afuera bufaban porque nadie las atendía.
Pronto se me hizo habitual llevar varones a casa, y con la excusa de hacer láminas, trabajos de investigación, monografías o lo que fuere, me ocupaba de que nunca me falte mi lechita para la merienda. Si mi vieja no estaba, el ritual era sencillo. Después de unos mates o juguito con galletitas, yo pelaba las tetas y me les sentaba encima para fregar mi orto en sus masas de penes latiendo y moverme sin tregua. Rara vez me bajaba el pantalón, y si andaba con calcitas apretadas los nenes llegaban a aullar de calentura. Luego de eso me arrodillaba y se las mamaba hasta que escuchara ruidos de llaves. Siempre me apropiaba de varias estampidas seminales.
Pero una de esas veces, en la que mi boquita no podía pensar más que en esa golosina de nenes calientes, mi tío Enrique me sorprendió arrodillada en el piso de mi cuarto, rodeada de cuatro pitos babeados, en corpiño, descalza y con los ojos cerrados. Sólo gozaba peteando como la más sucia de las hembras, y ni me percaté ese día que el tío estaba terminando de construir una medianera en casa. Mucho menos que la puerta de mi pieza estaba abierta. No pude disimular las gotas de leche en mi rostro, ni la excitación que sentí al ser descubierta por ese cuarentón enojado, mientras los chicos trataban de acomodarse la ropa lo más rápido posible. Aunque Matías, uno de ellos se acabó en el calzoncillo cuando el tío me gritoneaba:
¡Qué hacés, pendeja asquerosa!. Qué hacen estos guachos alzados con vos, putita, sos una sucia… y ustedes son unos pajeros de mierda… se me mandan a mudar ya boluditos!
Si lo que el tío buscaba era asustarme no lo consiguió. Aunque sí logró disipar a los bebitos. Apenas estuve asolas con él me sentí rara, pero en cuanto me subió la pollerita con un dedo y se agachó para olfatearme el culo como un perro alzado, sentí en mi sangre como un hechizo impulsarme a las ganas de cogérmelo ahí nomás. Enseguida me chirloteó la cola sobre la bombacha, me la corrió y a la vez que me decía:
¿Desde cuándo haces esto vos, no te da vergüenza meterte los pitos de los pibes en la boca?, ¡tu madre lo va a saber!.
Entonces, decidí ponerme a lloriquear para implorarle que no se lo contara, sabiendo que a cambio me pediría que se la ordeñe con la boquita. Me lo exigió con la mejor cara de puerquito que tienen los hombres en esas instancias, y ni bien su slip a punto de reventar por el tamaño de su pija transpirada estuvo frente a mis ojos, me arrodillé lanzada y con la bombachita en la mano para comérsela de a sorbitos. Le lamí todo el tronco, se lo estrangulé un poco con los elásticos de mi tanguita húmeda, degusté sus huevos grandes y calientes, lo pajeaba a la vez que le rozaba la cabecita con la lengua y, pronto subía y bajaba de su mástil adentro de mi boca, sujetada con el roce de mis dientitos, y emputecida por sus manotazos a mis tetas enlechadas de nenes. Su primer lechita, mucho más abundante de lo que imaginaba me hizo atragantar cada gemido que el placer me arrancaba, y entonces, así como estaba me llevó al bañito del fondo. Ni bien entramos y me senté en el inodoro, mientras hacía pipí el cerdo juntaba su pistola contra mis tetas, me las escupía y me hacía lamerle la puntita de esa carne otra vez durísima, me juraba que me iba a hacer flor de fiestita con sus amigos del taller y apenas me atreví a decir:
¿Y todos me van a dar la lechita hasta por la cola?, él me sostuvo de la cabeza y no paró de cogerme la garganta con severidad. Me hacía oler su slip y repetía insoportable:
¡Chupá nena, cometela toda chiquitita asquerosa!, me desquiciaba con alguna cachetada demás y me derretía cuando me sacaba la pija de la boca para pasearla por toda mi cara, como si fuese un pincel.
Finalmente lo hice acabar entre mis tetas, y como puedo lamerme los pezones le mostré como saboreaba su leche. El guacho, aprovechando que aún seguía sentada puso su pija cada vez más tiernita entre mis piernas y se limpió la puntita en la entrada de mi conchita en llamas para luego hacer pis.
Desde entonces, todos los días que puedo le cambio al tío unos ricos petes por algunas golosinas, o para callar mi mala conducta ante mis padres.
A pesar de que ya probé la leche de dos de sus amigotes en el taller y me encantó, no puedo dejar de tomarle la leche a los nenes del cole. Fin.

4 comentarios - !La nena quiere la leche!

CallmeMike +1
Lo mejor que leí en poringa hace años.