parte 1
http://www.poringa.net/posts/relatos/3045719/El-Clan-de-los-placeres.html#comment-143504
—¿Qué esperan? Desnúdense ya —exigió mamá, una vez llegamos a las puertas del templo de Erina. Aquél era un sitio sagrado, y para acceder necesitábamos hacerlo como la diosa nos había traído al mundo.
Lentamente, mamá se bajó la falda de cuero y se deshizo de la blusa de seda. Sus turgentes senos de pezones marrones se bambolearon alegremente. Pese a su edad, casi cerca de los cuarenta años, su madurez era un sinónimo de belleza. El coño, al igual que el de todas las mujeres del clan, lo llevaba sin una brizna de vello, y sus fuertes muslos lucían tatuajes rúnicos que evidenciaban su posición como fémina master: una mujer que había cumplido con la orden de compartir su vida con tres hombres y haber engendrado un hijo con cada uno.
Mis hermanas y yo nos quitamos toda la ropa. Emelia no perdió tiempo de burlarse del escaso pecho de Jeneh. Nuestra hermana menor no se dejó, y atacó diciendo que al menos ella no tenía una fea cicatriz en la espalda. Emelia enrojeció de la vergüenza, y sin decir nada, cruzó el umbral del templo, cercado por una cortina de agua fría y cristalina que caía día y noche, y cuyo propósito era limpiar las impurezas de aquellos que ponían un pie dentro del santuario.
—Ustedes nunca dejarán de pelear —se lamentó mamá con los ojos en blanco.
Empapadas y con un poco de frío, las tres entramos al sacro yacimiento de la matriarca. Dos hileras de columnas altas, adornadas con pinturas que mostraban actos de hermosa sexualidad sostenían un techo abovedado, del cual pendían sarcófagos atados por cadenas, y que encerraban a las antiguas matriarcas y patriarcas que habían dirigido el Clan de la Noche a lo largo del medio milenio de su fundación por la enviada de la Diosa.
Flotaba un aroma exótico que penetraba en nuestras fosas nasales y activaba zonas erógenas de nuestra psique. Jeneh, al ser la menor de las hermanas, no estaba acostumbrada a la influencia de tales sustancias y se sonrojó; me bastó una mirada para saber que su mente divagaba hacia imágenes de ella entregándose en los muchos rituales que le esperaban. Incluso yo me sentí de la misma forma: excitada, caliente y con ganas de meterme algo por cada agujero de mi cuerpo.
Sólo mamá y Emelia permanecieron imperturbables, caminando a la par con pasos decididos y sus maravillosas nalgas sacudiéndose con firmeza. No demostraban excitación alguna, o puede que los estimulantes ya no fueran efectivos en ellas debido a sus amplias trayectorias en las artes amatorias.
Otras mujeres de todas las edades estaban reunidas alrededor del alto trono de la matriarca. El mar de cuerpos nos aplastó a mí y a Jeneh entre grandes pechos, puntiagudos pezones y cabelleras negras y lanudas que caracterizaban a las hembras de nuestro clan. Nos abrimos paso como pudimos, pasando incluso entre las piernas de algunas muchachas y buscando un sitio cercano a nuestra máxima líder.
—De rodillas, hijas mías —dijo la matriarca, y al instante, las doscientas mujeres se arrodillaron y bajaron las cabezas. Sólo Jeneh y yo quedamos momentáneamente de pie, hasta que mamá nos dio sendos pellizcos en las nalgas y nos hizo postrarnos—. Gracias. Me honran con su respeto. Por favor, levanten la mirada.
Keira llevaba tan sólo un año como mandataria, pero tenía casi la misma edad que mamá. Su rostro ovalado quedaba pulcramente marcado por su lacia melena de pelo negro que caía y tapaba dócilmente sus grandes senos. Sobre la piel de sus piernas cruzadas brillaban tatuajes rúnicos que no sólo dejaban evidencia de sus tres maridos y las crías que había producido con ellos, sino que también había otros con cargas ceremoniales y sellos de pureza labrados por las manos expertas de nuestros tatuadores. La única prenda que llevaba era una corona de oro, ornamentada con flores de Nen, que producían un aroma igual de intenso y afrodisiaco.
Movió la mano para abarcarnos a todas, y al hacerlo, una colección de cadenas y fetiches de hueso y jade brilló alrededor de sus muñecas.
—Mírense. Tan hermosas y tan seguras de sí mismas. Puede que los hombres no nos aprecien como guerreras. No somos como las bárbaras amazonas que comanda mi hermana Nátura, pero sin nosotras para producir hijos ¿qué sería de nuestra estirpe? Hijas, se acercan tiempos difíciles. Las fuerzas de los bárbaros se aproximan a nuestro país, y nuestro rey nos pide estar preparadas. Algunas de ustedes serán elegidas para viajar con nuestras compañías de guerreros para proveerles placeres y atenciones que necesitarán en el campo de batalla. Aquellas que estén dispuestas, por favor diríjanse con la capitana Rafaela, de mi guardia personal.
Una mujer alta y con armadura de piel endurecida y placas de metal ligero se acercó por la derecha. Portaba una lanza cuya hoja llameaba con una energía espectral. Una sola de sus miradas bastó para que muchas de nosotras nos intimidáramos.
—Sin pena, queridas —mencionó la matriarca.
Algún impulso hizo que mi hermana Jeneh quisiera ir con las otras chicas, pero mamá la tomó de la mano y discretamente movió la cabeza en señal de negación.
En total, siete muchachas que no tenían ningún tatuaje, y que todavía no se habían hecho adultas mediante el ritual, acudieron al llamado. Las mayores se miraron confusas, y poco después, tres adultas fémina master las acompañaron. Rafaela asintió, satisfecha, y se llevó a las chicas a la parte trasera del santuario.
—Bien. Ahora pasemos a asuntos de menos importancia, pero que nos conciernen a todas. La ceremonia de la séptima luna está lista, y necesitamos que algunas voluntarias viajen a través del valle para traer a mi hermana gemela, Estrid, que teme cruzar el Bosque de los Sueños.
—Sería una buena misión para ustedes —mencionó mamá a nuestros oídos, y casi inmediatamente, Jeneh y yo levantamos la mano. Una madre y su hija también se unieron a nosotras.
—Perfecto —sonrió la matriarca—. Rafaela les dará todo lo necesario. Les estoy muy agradecida.
La boca de mamá se expandió para dar cabida al miembro de mi papá. El pene, erecto y fulminante en todo su esplendor, entró fácilmente y se deslizó por la húmeda garganta. Sólo la práctica podría dar esos resultados.
—Así que el Bosque de los sueños —dijo papá, acariciando amorosamente la cabeza de su esposa, que estaba arrodillada y chupaba sin cesar y con absoluta devoción. Verla mamar era hipnotizador. Había aprendido desde temprana edad, entrenada por mi abuela que en paz descanse.
—Sí, papá —asentí, y metí un poco de ropa en mi mochila.
—¿Mamá? ¿En dónde están mis flechas? —preguntó Jeneh, entrando hecha una furia al dormitorio. Sin dejar de comer el miembro, mamá señaló hacia la derecha. Una aljaba de piel colgaba de una percha. Mi hermanita se apresuró a tomarla y salió de la habitación.
—¿No crees que es peligroso llevar a Jeneh?
—Por favor, Dedric —replicó Reynard, que estaba en un rincón, sobándose la polla—. ¿A caso insinúas que mi hija es una cobarde? Jeneh es la mejor arquera del clan, y su puntería es envidiable.
—Lo sé, lo sé. No tienes qué repetírmelo. Pero en serio te lo digo: ella no nació para ser una guerrera. Debe cumplir su misión como hembra del clan.
—Y lo hará —aseguró el papá de Jeneh y el tercer esposo de mi mamá—. Tendrá los hijos que quiera después de su ritual de iniciación, pero mientras tanto, pondrá flechas en los corazones de todos los que se le pongan en su camino. ¿Por qué no obligaron a Emelia a ir?
—Ella tiene responsabilidades con sus esposos —mamá se limpió un poco de saliva y descansó la mandíbula mientras tiraba del miembro y lo pasaba por toda su cara.
—Más bien se fue con Anrod a cazar —mencioné—. Ella y su papá siguen estando muy unidos, e incluso participa en las orgías familiares que se monta mi hermana con sus dos esposos.
—Eso está prohibido —replicó el papá de Jeneh, expulsando una generosa cantidad de semen y manchándose la mano con él—. Nuestro hermano no puede follar con su hija y tomar el papel del tercer hombre. Es inaudito.
—Por favor —replicó mamá—. Mi padre, que en paz descanse, cogió con todos nosotros antes de marcharse ¿Se han olvidado?
—El querido suegro —sonrió Reynard con tristeza. Todos extrañábamos al abuelo. Se decía que incluso había tenido un romance con la matriarca, pero aquél era un tema tabú. Tras una batalla, el abuelo había sido destruido en una explosión y nunca encontramos un solo rastro de él—. Oye ¿no crees que es mi turno?
—Acabas de eyacular, y eres el que se queda aquí cuando Anrod y yo nos vamos de cacería. Vamos —sonrió mi papá—. Se supone que como esposos de Jenn somos hermanos, y debemos aprender a compartir.
—Sí, tío —dije y gateé para lamer el semen que se derramaba sobre sus piernas y sus huevos.
—Qué sobrina tan atenta —rió, relajándose y permitiendo que le limpiara toda la leche evacuada—. Escuché que ya has hecho la iniciación. Jenn ¿amor? Puedo montarla. Dime que sí, vamos.
La melodiosa voz de mi tío hizo sonreír a mamá.
—No sé a tu padre.
—Mm… está bien, pero que sea rápido.
—Oh, hermano, tan egoísta como siempre.
—Así es papá —reí, colocándome a gatas. Desde mi posición pude admirar la desnuda espalda de mamá, y la forma de las curvas de sus nalgas. Incluso su delicado ano quedaba a la vista, pues estaba en cuclillas y sus glúteos se realzaban más frondosas y deliciosas.
Apreté la quijada cuando el pene de mi tío perforó por mi abertura vaginal, llenando por completo cada centímetro de mi coño. Sonreí cuando él bombeó y casi me hizo perder el equilibrio. A pesar de que apenas acababa de eyacular, estaba listo para una nueva descarga. Cerré los puños alrededor de la alfombra para soportar el suave dolor de un inmenso pene perforándome. Sus grandes manos me tomaron del culo y metieron un dedo en mi fresco ano. Gemí y gemí. Mamá se giró para mirarme, sonriendo y con saliva cayéndole de la comisura de la boca.
—¿Qué? ¿Qué… pasa? —pregunté.
—Nada —dijo asintiendo con aprobación—. Aprendes rápido, Katrina.
—Gracias.
Volvió a la polla de papá, mientras la del papá de Jeneh lo hacía con mi vagina. El hombre movió las caderas en círculos, provocando estragos en mi interior y haciéndome gritar con gran placer. Todavía estaba un poco cerrada, pero con la práctica, mi vagina podría aguantar más penes. Tantos penes que, como hembra del clan, estaba casi obligada a probar y a seleccionar. No podía esperar al festival de la Séptima Luna. Sería una orgía pública en la que participarían todos los habitantes de nuestra aldea.
La mente se me quedó en blanco cuando una fuerte nalgada me selló el culo. Vi que papá le lanzaba una mirada acusatoria a Reynard. Él se disculpó, y alejando su miembro, me dejó en cuatro y cubrió mi clítoris con la boca. Arqueé la espalda y una gota de saliva me rodó fuera de la boca.
—Bueno, hay que unirse —dijo papá, poniendo a mamá a gatas. Ella se acercó a mí, con sus enormes senos temblándole y su mojada cabellera negra cayéndole por encima de los hombros. Quedamos muy juntas, cara a cara. Sus labios tintados de rojo lucían tan sensuales que cuando sonrió, sentí que quería fundirme con mamá.
—¿No le das un beso a mami?
Reí y lo hice. Mi lengua buscó la suya. No tenía el menor asco. A las chicas del clan se nos fomentaba la bisexualidad desde siempre, de modo que creciéramos sin tabú ni nada parecido. Era una libertad increíble de la que disfrutaba incluso con mi hermana mayor.
Noté los movimientos de mamá que empujaba hacia mí cuando mi papá le zampó la verga por la entrada del útero. A mí me hubiera dolido tener semejante trozo de carne. Ella lo aguantó con una sonrisa, y me acarició la mejilla dulcemente.
—Quiero que cuides a tu hermanita ¿vale?
—Más bien, Jeneh me cuidará a mí. Tiene una puntería endiablada.
—Pero es traviesa e inmadura.
—Me encargaré de ella… mamá. ¡Ah! Dios… ¡Sí! ¡Qué rico se siente! ¡Qué rico se siente tener todo dentro de mí! ¿Podemos intentar una doble penetración?
—No, querida. Primero tienes que prepararte. Cuando vuelvas, usaremos las herramientas ¿vale?
—Vale… vale. Lo haré.
Los ojos de mamá se movieron a su tercer esposo. En sus negras pupilas no vi más que amor. Un amor que ella derramaba en partes iguales para los tres hombres con los que había decidido formar una familia. Me llené de felicidad, y busqué su lengua. Intercambiar saliva con mamá era tan dulce y placentero. Una conexión especial me quitaba toda la vergüenza.
Casi al mismo tiempo, papá Dedric y tío Reynard eyacularon dentro. Mamá y yo nos seguimos besando, y después de permitir que se nos llenara de la caliente semilla, nos recostamos y nos apresuramos a expulsar el semen. Vi como una gran cantidad surgía de su vagina, mezclado con sus fluidos.
—¡Ja! Mira eso. Descarga completa —rió papá, orgulloso.
—Te dejé ganar, hermano —la alegre expresión de Reynard era algo que lo caracterizaba. Se pasó uno de sus largos mechones de pelo oscuro detrás de su oreja—. Vamos. Acompáñame a pescar y traeremos la cena para nuestra hermosa esposa.
—Vayan, vayan, queridos. Yo limpio.
Partiríamos por la mañana, apenas saliera el sol, así que mamá y sus dos esposos habían preparado una deliciosa cena para nosotras. Todos estábamos en la mesa, disfrutando de una agradable charla y luciendo nuestras nuevas prendas que la confeccionista del clan había hecho. Jeneh, por ejemplo, mostraba su abdomen gracias a un corto top de piel de conejo, mientras que mamá presumía una cortísima falda con rebordes de hilo cocido y formando figuras de personas realizando actos reproductivos. Emelia iba desnuda de la cintura para abajo, y sólo estaba cubierta por una delgada banda de seda tapándole los pezones. Por floja y no lavar mi ropa, ni pagar a tiempo, no tenía nada lindo que ponerme, así que estaba desnuda. Igualmente hacía calor, por lo que no me molestaba. De todos modos el nudismo era algo que se enseñaba en casa, y era obligatorio en el libro de Erina.
—¿En dónde estará mi papá? —replicó Emelia, cruzando sus finos brazos bajo sus tetas blancas—. Es tan impuntual.
—Ya sabes lo solitario que es —dijo Mival, su segundo esposo.
—Sí, aunque así tendremos más comida para nosotros —rió alegremente Jeras, el primero con el que había contado.
—Déjale de todos modos. El cazó este rico venado.
Mamá amaba y defendía a Anrod. Era el primero con el que se había juntado. Ella decía que él solía ser un niño alegre, pero que la muerte de sus padres lo había dejado con un trauma y prefería la soledad. Era un excelente amante. Yo le había chupado el pene en alguna que otra ocasión, y su miembro rebasaba por algunos centímetros el de papá y el de tío Reynard.
—Bueno, ya váyanse a dormir, que mañana saldrán muy temprano.
Despertar a Jeneh fue toda una odisea, y peor aún despegarla de los brazos de Darvan. Nos dimos un baño con agua fresca, y después de desayunar, yo y las otras dos mujeres nos encaminamos hacia la puerta Norte, que era uno de los cuatro accesos que permitían a travesar nuestras murallas defensivas.
Frente a nosotras sólo quedó el amplio bosque. Alva, la única fémina master de las cuatro, tomó a su hija de la mano y emprendieron el camino, dejándonos atrás por varios metros. Ambas provenían de una familia que tenía ciertas riñas inofensivas con la nuestra, y no nos querían cerca.
Algunas horas más adelante, una tormenta nos alcanzó, y las cuatro corrimos a refugiarnos en una de las cuevas del Bosque de los Sueños, bautizado así por la gran cantidad de hongos alucinógenos que crecían en él. Jeneh y Alva encendieron una fogata, mientras que Kala y yo cortamos algunas frutas que recolectamos para hacer una especie de ensalada.
—Quítense la ropa, o se van a enfermar. Están empapadas —advirtió la fémina master, y todas accedimos a desnudarnos inmediatamente.
Los tres tatuajes de Alva eran muy bellos, y tenía un lindo arete en el coño, justo por encima del clítoris. Su hija tenía los pezones perforados. Estaban a la moda. Yo y mis hermanas queríamos hacernos lo mismo, pero mamá no nos lo permitía.
—Continuaremos cuando pase la tormenta —comenté, examinando el cielo con atención—. Está tan nublado…
—Quizá no pare hasta el anochecer, y es peligroso salir. Mejor relajémonos. Yo cuidaré de ustedes, niñas.
—No somos niñas, mamá —protestó Kala. Alva le sonrió.
—Sólo Katrina ha pasado por la iniciación, así que hasta que no lo hagan ustedes, no vengan a decir esas cosas.
Qué orgullo ser considerada una mujer al fin. Sólo me faltaba tener tres esposos, y dar a luz a tres crías para ascender al rango máximo.
Las cuatro nos recostamos aburridas, mirando al exterior que llovía y calentándonos por el fuego. Jeneh se acurrucó conmigo, abrazándome amorosamente. Alva y Kala hicieron lo mismo, y tras un rato, madre e hija comenzaron a besarse. La mano de la fémina master bajó hasta el coño de su pequeña, y jugó con su clítoris para proporcionarle placer. Era una escena maravillosa y llena de ternura, y yo hice lo mismo con Jeneh, sobándole la estrecha abertura para relajarla.
Entre las mujeres del clan, las que ya habían pasado por el proceso de iniciación, tenían casi la obligación de proteger a las que todavía no llegaban a ese momento, y brindarles placer estaba entre esos deberes. Fueran hermanas, tías, abuelas o madres, las mujeres de cada familia acostumbraban practicar el lesbianismo con total naturalidad.
Jeneh sonrió al sentir mis dedos sobre su rico botoncito del placer. Aunque me gustaba brindarle delicias a mi chaparra hermana, la verdad es que no era nada nuevo para mí, y estaba más que acostumbrada a eso. Dejé que ella gozara mientras yo observaba con asombro el bosque de allá afuera, preguntándome si de verdad quería pasar el resto de mi vida entre las murallas de la aldea o aventurarme como lo habían hecho las valientes hembras, que decidieron acompañar a los soldados hacia la batalla.
—Más fuerte… —pidió Jeneh, y brindándole un beso en la frente, agité mis manos. Sus jugos virginales manchaban mis dedos, funcionando como lubricante. Frente a nosotras, Kala chupaba las tetas frondosas de su madre y también le estimulaba el coño, introduciendo varios dedos en aquella dilatada abertura. Su hija la besaba, mamándole la lengua y dejando que hilos de saliva dulce escurrieran de una boca a otra. Aquella práctica no me gustaba mucho, pero mamá y Emelia intercambiaban saliva porque teníamos la costumbre de que los fluidos de nuestros padres nos brindaban su bendición. Claro, fluidos que no fueran de desecho, o de lo contrario, sería aberrante. Sólo las tribus Sin Nombre llevaban a cabo esa clase de cosas, y entre nuestra gente, bendecida por la diosa Erina, no estaba bien visto. Claro, se practicaba en secreto, aunque nadie quería hablar sobre eso.
El coño de Jeneh se sentía muy estrecho. Pinché el himen y la hice sonrojar. Abrió los ojos y me observó con tanto amor, que me fue difícil no pensar en ella como mi hermana menor. La última hija de la familia, porque sólo se permitía a cada mujer tener tres descendencias. Si se quería tener más, se necesitaría despedirse de alguno de los esposos.
Sin poder contenerse, Kala dejó los pezones de su mamá, y bajó para sorber los jugos de su vagina. Con una sonrisa de complacencia, vi a la joven pasar toda la boca por la estrecha entrada de su madre, al mismo tiempo que le metía tres de sus delgados dedos por dentro.
—¿Quieres hacer eso? —le pregunté a Jeneh, y ella asintió.
Separé las piernas para darle espacio, y mi hermana lamió sin vergüenza toda mi intimidad. Su habilidad con la lengua le serviría mucho cuando hiciera el ritual de iniciación. Sus dedos, que eran más delgados que los míos, cupieron perfectamente dentro de mi recién abierta vagina, y mordió mis labios con sus pequeños dientes delanteros. Sobándome los pechos y disfrutando de una cálida lengüita bebiendo de mí, me sumergí en un placentero orgasmo que me hizo apretar las piernas alrededor de la cabeza de mi hermana. Acaricié la lacia cabellera suya durante un rato más, dejando que ella se saciara por completo.
Luego, acomodándose de nuevo entre mis brazos y frotándonos mutuamente las manos por nuestros senos, nos quedamos mirando cómo el acto de amor lésbico más lindo llevaba a madre e hija a un valiente orgasmo. La cueva se llenó del sonido de los gemidos de Alva, cuyos pezones se erectaron de inmediato.
—Se me antojan —dijo Jeneh a mis oídos.
—Olvídalo. No nos llevamos muy bien y no tenemos la suficiente confianza. Aguántate y chupa los míos.
—Bueno —dijo alegremente, y como un bebé, lamió y mamó de mis tetas con una gran fuerza que me causó cierto dolor placentero. Los senos eran considerados una bendición muy especial. Se les veneraba. Cuando una niña comenzaba a desarrollarlos, la familia hacia una gran cena. Con la primera menstruación, se notificaba a la matriarca que una nueva mujer estaba en camino y se le protegía; se le enviaban regalos que necesitaría para su futura vida adulta y comenzaba con los rezos hacia Erina para pedirle que todo marchara a la perfección.
Hacía tiempo que Jeneh había pasado por eso, y como todas las mujeres del mundo, fue una etapa difícil. Acaricié la cabeza de mi hermana para brindarle más placer y ella tiró de mi otra puntita, arrugándola y pinchándola entre sus manos.
El gemido de Alva dejó en evidencia su orgasmo chorreante. Yo tuve el mío pocos segundos después. Cansadas y satisfechas, las cuatro nos quedamos abrazadas.
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Qué opinan de la historia hasta ahora? les gusta el clan? qué piensan de sus costumbres y su cultura? xD gracias por leer.
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—¿Qué esperan? Desnúdense ya —exigió mamá, una vez llegamos a las puertas del templo de Erina. Aquél era un sitio sagrado, y para acceder necesitábamos hacerlo como la diosa nos había traído al mundo.
Lentamente, mamá se bajó la falda de cuero y se deshizo de la blusa de seda. Sus turgentes senos de pezones marrones se bambolearon alegremente. Pese a su edad, casi cerca de los cuarenta años, su madurez era un sinónimo de belleza. El coño, al igual que el de todas las mujeres del clan, lo llevaba sin una brizna de vello, y sus fuertes muslos lucían tatuajes rúnicos que evidenciaban su posición como fémina master: una mujer que había cumplido con la orden de compartir su vida con tres hombres y haber engendrado un hijo con cada uno.
Mis hermanas y yo nos quitamos toda la ropa. Emelia no perdió tiempo de burlarse del escaso pecho de Jeneh. Nuestra hermana menor no se dejó, y atacó diciendo que al menos ella no tenía una fea cicatriz en la espalda. Emelia enrojeció de la vergüenza, y sin decir nada, cruzó el umbral del templo, cercado por una cortina de agua fría y cristalina que caía día y noche, y cuyo propósito era limpiar las impurezas de aquellos que ponían un pie dentro del santuario.
—Ustedes nunca dejarán de pelear —se lamentó mamá con los ojos en blanco.
Empapadas y con un poco de frío, las tres entramos al sacro yacimiento de la matriarca. Dos hileras de columnas altas, adornadas con pinturas que mostraban actos de hermosa sexualidad sostenían un techo abovedado, del cual pendían sarcófagos atados por cadenas, y que encerraban a las antiguas matriarcas y patriarcas que habían dirigido el Clan de la Noche a lo largo del medio milenio de su fundación por la enviada de la Diosa.
Flotaba un aroma exótico que penetraba en nuestras fosas nasales y activaba zonas erógenas de nuestra psique. Jeneh, al ser la menor de las hermanas, no estaba acostumbrada a la influencia de tales sustancias y se sonrojó; me bastó una mirada para saber que su mente divagaba hacia imágenes de ella entregándose en los muchos rituales que le esperaban. Incluso yo me sentí de la misma forma: excitada, caliente y con ganas de meterme algo por cada agujero de mi cuerpo.
Sólo mamá y Emelia permanecieron imperturbables, caminando a la par con pasos decididos y sus maravillosas nalgas sacudiéndose con firmeza. No demostraban excitación alguna, o puede que los estimulantes ya no fueran efectivos en ellas debido a sus amplias trayectorias en las artes amatorias.
Otras mujeres de todas las edades estaban reunidas alrededor del alto trono de la matriarca. El mar de cuerpos nos aplastó a mí y a Jeneh entre grandes pechos, puntiagudos pezones y cabelleras negras y lanudas que caracterizaban a las hembras de nuestro clan. Nos abrimos paso como pudimos, pasando incluso entre las piernas de algunas muchachas y buscando un sitio cercano a nuestra máxima líder.
—De rodillas, hijas mías —dijo la matriarca, y al instante, las doscientas mujeres se arrodillaron y bajaron las cabezas. Sólo Jeneh y yo quedamos momentáneamente de pie, hasta que mamá nos dio sendos pellizcos en las nalgas y nos hizo postrarnos—. Gracias. Me honran con su respeto. Por favor, levanten la mirada.
Keira llevaba tan sólo un año como mandataria, pero tenía casi la misma edad que mamá. Su rostro ovalado quedaba pulcramente marcado por su lacia melena de pelo negro que caía y tapaba dócilmente sus grandes senos. Sobre la piel de sus piernas cruzadas brillaban tatuajes rúnicos que no sólo dejaban evidencia de sus tres maridos y las crías que había producido con ellos, sino que también había otros con cargas ceremoniales y sellos de pureza labrados por las manos expertas de nuestros tatuadores. La única prenda que llevaba era una corona de oro, ornamentada con flores de Nen, que producían un aroma igual de intenso y afrodisiaco.
Movió la mano para abarcarnos a todas, y al hacerlo, una colección de cadenas y fetiches de hueso y jade brilló alrededor de sus muñecas.
—Mírense. Tan hermosas y tan seguras de sí mismas. Puede que los hombres no nos aprecien como guerreras. No somos como las bárbaras amazonas que comanda mi hermana Nátura, pero sin nosotras para producir hijos ¿qué sería de nuestra estirpe? Hijas, se acercan tiempos difíciles. Las fuerzas de los bárbaros se aproximan a nuestro país, y nuestro rey nos pide estar preparadas. Algunas de ustedes serán elegidas para viajar con nuestras compañías de guerreros para proveerles placeres y atenciones que necesitarán en el campo de batalla. Aquellas que estén dispuestas, por favor diríjanse con la capitana Rafaela, de mi guardia personal.
Una mujer alta y con armadura de piel endurecida y placas de metal ligero se acercó por la derecha. Portaba una lanza cuya hoja llameaba con una energía espectral. Una sola de sus miradas bastó para que muchas de nosotras nos intimidáramos.
—Sin pena, queridas —mencionó la matriarca.
Algún impulso hizo que mi hermana Jeneh quisiera ir con las otras chicas, pero mamá la tomó de la mano y discretamente movió la cabeza en señal de negación.
En total, siete muchachas que no tenían ningún tatuaje, y que todavía no se habían hecho adultas mediante el ritual, acudieron al llamado. Las mayores se miraron confusas, y poco después, tres adultas fémina master las acompañaron. Rafaela asintió, satisfecha, y se llevó a las chicas a la parte trasera del santuario.
—Bien. Ahora pasemos a asuntos de menos importancia, pero que nos conciernen a todas. La ceremonia de la séptima luna está lista, y necesitamos que algunas voluntarias viajen a través del valle para traer a mi hermana gemela, Estrid, que teme cruzar el Bosque de los Sueños.
—Sería una buena misión para ustedes —mencionó mamá a nuestros oídos, y casi inmediatamente, Jeneh y yo levantamos la mano. Una madre y su hija también se unieron a nosotras.
—Perfecto —sonrió la matriarca—. Rafaela les dará todo lo necesario. Les estoy muy agradecida.
La boca de mamá se expandió para dar cabida al miembro de mi papá. El pene, erecto y fulminante en todo su esplendor, entró fácilmente y se deslizó por la húmeda garganta. Sólo la práctica podría dar esos resultados.
—Así que el Bosque de los sueños —dijo papá, acariciando amorosamente la cabeza de su esposa, que estaba arrodillada y chupaba sin cesar y con absoluta devoción. Verla mamar era hipnotizador. Había aprendido desde temprana edad, entrenada por mi abuela que en paz descanse.
—Sí, papá —asentí, y metí un poco de ropa en mi mochila.
—¿Mamá? ¿En dónde están mis flechas? —preguntó Jeneh, entrando hecha una furia al dormitorio. Sin dejar de comer el miembro, mamá señaló hacia la derecha. Una aljaba de piel colgaba de una percha. Mi hermanita se apresuró a tomarla y salió de la habitación.
—¿No crees que es peligroso llevar a Jeneh?
—Por favor, Dedric —replicó Reynard, que estaba en un rincón, sobándose la polla—. ¿A caso insinúas que mi hija es una cobarde? Jeneh es la mejor arquera del clan, y su puntería es envidiable.
—Lo sé, lo sé. No tienes qué repetírmelo. Pero en serio te lo digo: ella no nació para ser una guerrera. Debe cumplir su misión como hembra del clan.
—Y lo hará —aseguró el papá de Jeneh y el tercer esposo de mi mamá—. Tendrá los hijos que quiera después de su ritual de iniciación, pero mientras tanto, pondrá flechas en los corazones de todos los que se le pongan en su camino. ¿Por qué no obligaron a Emelia a ir?
—Ella tiene responsabilidades con sus esposos —mamá se limpió un poco de saliva y descansó la mandíbula mientras tiraba del miembro y lo pasaba por toda su cara.
—Más bien se fue con Anrod a cazar —mencioné—. Ella y su papá siguen estando muy unidos, e incluso participa en las orgías familiares que se monta mi hermana con sus dos esposos.
—Eso está prohibido —replicó el papá de Jeneh, expulsando una generosa cantidad de semen y manchándose la mano con él—. Nuestro hermano no puede follar con su hija y tomar el papel del tercer hombre. Es inaudito.
—Por favor —replicó mamá—. Mi padre, que en paz descanse, cogió con todos nosotros antes de marcharse ¿Se han olvidado?
—El querido suegro —sonrió Reynard con tristeza. Todos extrañábamos al abuelo. Se decía que incluso había tenido un romance con la matriarca, pero aquél era un tema tabú. Tras una batalla, el abuelo había sido destruido en una explosión y nunca encontramos un solo rastro de él—. Oye ¿no crees que es mi turno?
—Acabas de eyacular, y eres el que se queda aquí cuando Anrod y yo nos vamos de cacería. Vamos —sonrió mi papá—. Se supone que como esposos de Jenn somos hermanos, y debemos aprender a compartir.
—Sí, tío —dije y gateé para lamer el semen que se derramaba sobre sus piernas y sus huevos.
—Qué sobrina tan atenta —rió, relajándose y permitiendo que le limpiara toda la leche evacuada—. Escuché que ya has hecho la iniciación. Jenn ¿amor? Puedo montarla. Dime que sí, vamos.
La melodiosa voz de mi tío hizo sonreír a mamá.
—No sé a tu padre.
—Mm… está bien, pero que sea rápido.
—Oh, hermano, tan egoísta como siempre.
—Así es papá —reí, colocándome a gatas. Desde mi posición pude admirar la desnuda espalda de mamá, y la forma de las curvas de sus nalgas. Incluso su delicado ano quedaba a la vista, pues estaba en cuclillas y sus glúteos se realzaban más frondosas y deliciosas.
Apreté la quijada cuando el pene de mi tío perforó por mi abertura vaginal, llenando por completo cada centímetro de mi coño. Sonreí cuando él bombeó y casi me hizo perder el equilibrio. A pesar de que apenas acababa de eyacular, estaba listo para una nueva descarga. Cerré los puños alrededor de la alfombra para soportar el suave dolor de un inmenso pene perforándome. Sus grandes manos me tomaron del culo y metieron un dedo en mi fresco ano. Gemí y gemí. Mamá se giró para mirarme, sonriendo y con saliva cayéndole de la comisura de la boca.
—¿Qué? ¿Qué… pasa? —pregunté.
—Nada —dijo asintiendo con aprobación—. Aprendes rápido, Katrina.
—Gracias.
Volvió a la polla de papá, mientras la del papá de Jeneh lo hacía con mi vagina. El hombre movió las caderas en círculos, provocando estragos en mi interior y haciéndome gritar con gran placer. Todavía estaba un poco cerrada, pero con la práctica, mi vagina podría aguantar más penes. Tantos penes que, como hembra del clan, estaba casi obligada a probar y a seleccionar. No podía esperar al festival de la Séptima Luna. Sería una orgía pública en la que participarían todos los habitantes de nuestra aldea.
La mente se me quedó en blanco cuando una fuerte nalgada me selló el culo. Vi que papá le lanzaba una mirada acusatoria a Reynard. Él se disculpó, y alejando su miembro, me dejó en cuatro y cubrió mi clítoris con la boca. Arqueé la espalda y una gota de saliva me rodó fuera de la boca.
—Bueno, hay que unirse —dijo papá, poniendo a mamá a gatas. Ella se acercó a mí, con sus enormes senos temblándole y su mojada cabellera negra cayéndole por encima de los hombros. Quedamos muy juntas, cara a cara. Sus labios tintados de rojo lucían tan sensuales que cuando sonrió, sentí que quería fundirme con mamá.
—¿No le das un beso a mami?
Reí y lo hice. Mi lengua buscó la suya. No tenía el menor asco. A las chicas del clan se nos fomentaba la bisexualidad desde siempre, de modo que creciéramos sin tabú ni nada parecido. Era una libertad increíble de la que disfrutaba incluso con mi hermana mayor.
Noté los movimientos de mamá que empujaba hacia mí cuando mi papá le zampó la verga por la entrada del útero. A mí me hubiera dolido tener semejante trozo de carne. Ella lo aguantó con una sonrisa, y me acarició la mejilla dulcemente.
—Quiero que cuides a tu hermanita ¿vale?
—Más bien, Jeneh me cuidará a mí. Tiene una puntería endiablada.
—Pero es traviesa e inmadura.
—Me encargaré de ella… mamá. ¡Ah! Dios… ¡Sí! ¡Qué rico se siente! ¡Qué rico se siente tener todo dentro de mí! ¿Podemos intentar una doble penetración?
—No, querida. Primero tienes que prepararte. Cuando vuelvas, usaremos las herramientas ¿vale?
—Vale… vale. Lo haré.
Los ojos de mamá se movieron a su tercer esposo. En sus negras pupilas no vi más que amor. Un amor que ella derramaba en partes iguales para los tres hombres con los que había decidido formar una familia. Me llené de felicidad, y busqué su lengua. Intercambiar saliva con mamá era tan dulce y placentero. Una conexión especial me quitaba toda la vergüenza.
Casi al mismo tiempo, papá Dedric y tío Reynard eyacularon dentro. Mamá y yo nos seguimos besando, y después de permitir que se nos llenara de la caliente semilla, nos recostamos y nos apresuramos a expulsar el semen. Vi como una gran cantidad surgía de su vagina, mezclado con sus fluidos.
—¡Ja! Mira eso. Descarga completa —rió papá, orgulloso.
—Te dejé ganar, hermano —la alegre expresión de Reynard era algo que lo caracterizaba. Se pasó uno de sus largos mechones de pelo oscuro detrás de su oreja—. Vamos. Acompáñame a pescar y traeremos la cena para nuestra hermosa esposa.
—Vayan, vayan, queridos. Yo limpio.
Partiríamos por la mañana, apenas saliera el sol, así que mamá y sus dos esposos habían preparado una deliciosa cena para nosotras. Todos estábamos en la mesa, disfrutando de una agradable charla y luciendo nuestras nuevas prendas que la confeccionista del clan había hecho. Jeneh, por ejemplo, mostraba su abdomen gracias a un corto top de piel de conejo, mientras que mamá presumía una cortísima falda con rebordes de hilo cocido y formando figuras de personas realizando actos reproductivos. Emelia iba desnuda de la cintura para abajo, y sólo estaba cubierta por una delgada banda de seda tapándole los pezones. Por floja y no lavar mi ropa, ni pagar a tiempo, no tenía nada lindo que ponerme, así que estaba desnuda. Igualmente hacía calor, por lo que no me molestaba. De todos modos el nudismo era algo que se enseñaba en casa, y era obligatorio en el libro de Erina.
—¿En dónde estará mi papá? —replicó Emelia, cruzando sus finos brazos bajo sus tetas blancas—. Es tan impuntual.
—Ya sabes lo solitario que es —dijo Mival, su segundo esposo.
—Sí, aunque así tendremos más comida para nosotros —rió alegremente Jeras, el primero con el que había contado.
—Déjale de todos modos. El cazó este rico venado.
Mamá amaba y defendía a Anrod. Era el primero con el que se había juntado. Ella decía que él solía ser un niño alegre, pero que la muerte de sus padres lo había dejado con un trauma y prefería la soledad. Era un excelente amante. Yo le había chupado el pene en alguna que otra ocasión, y su miembro rebasaba por algunos centímetros el de papá y el de tío Reynard.
—Bueno, ya váyanse a dormir, que mañana saldrán muy temprano.
Despertar a Jeneh fue toda una odisea, y peor aún despegarla de los brazos de Darvan. Nos dimos un baño con agua fresca, y después de desayunar, yo y las otras dos mujeres nos encaminamos hacia la puerta Norte, que era uno de los cuatro accesos que permitían a travesar nuestras murallas defensivas.
Frente a nosotras sólo quedó el amplio bosque. Alva, la única fémina master de las cuatro, tomó a su hija de la mano y emprendieron el camino, dejándonos atrás por varios metros. Ambas provenían de una familia que tenía ciertas riñas inofensivas con la nuestra, y no nos querían cerca.
Algunas horas más adelante, una tormenta nos alcanzó, y las cuatro corrimos a refugiarnos en una de las cuevas del Bosque de los Sueños, bautizado así por la gran cantidad de hongos alucinógenos que crecían en él. Jeneh y Alva encendieron una fogata, mientras que Kala y yo cortamos algunas frutas que recolectamos para hacer una especie de ensalada.
—Quítense la ropa, o se van a enfermar. Están empapadas —advirtió la fémina master, y todas accedimos a desnudarnos inmediatamente.
Los tres tatuajes de Alva eran muy bellos, y tenía un lindo arete en el coño, justo por encima del clítoris. Su hija tenía los pezones perforados. Estaban a la moda. Yo y mis hermanas queríamos hacernos lo mismo, pero mamá no nos lo permitía.
—Continuaremos cuando pase la tormenta —comenté, examinando el cielo con atención—. Está tan nublado…
—Quizá no pare hasta el anochecer, y es peligroso salir. Mejor relajémonos. Yo cuidaré de ustedes, niñas.
—No somos niñas, mamá —protestó Kala. Alva le sonrió.
—Sólo Katrina ha pasado por la iniciación, así que hasta que no lo hagan ustedes, no vengan a decir esas cosas.
Qué orgullo ser considerada una mujer al fin. Sólo me faltaba tener tres esposos, y dar a luz a tres crías para ascender al rango máximo.
Las cuatro nos recostamos aburridas, mirando al exterior que llovía y calentándonos por el fuego. Jeneh se acurrucó conmigo, abrazándome amorosamente. Alva y Kala hicieron lo mismo, y tras un rato, madre e hija comenzaron a besarse. La mano de la fémina master bajó hasta el coño de su pequeña, y jugó con su clítoris para proporcionarle placer. Era una escena maravillosa y llena de ternura, y yo hice lo mismo con Jeneh, sobándole la estrecha abertura para relajarla.
Entre las mujeres del clan, las que ya habían pasado por el proceso de iniciación, tenían casi la obligación de proteger a las que todavía no llegaban a ese momento, y brindarles placer estaba entre esos deberes. Fueran hermanas, tías, abuelas o madres, las mujeres de cada familia acostumbraban practicar el lesbianismo con total naturalidad.
Jeneh sonrió al sentir mis dedos sobre su rico botoncito del placer. Aunque me gustaba brindarle delicias a mi chaparra hermana, la verdad es que no era nada nuevo para mí, y estaba más que acostumbrada a eso. Dejé que ella gozara mientras yo observaba con asombro el bosque de allá afuera, preguntándome si de verdad quería pasar el resto de mi vida entre las murallas de la aldea o aventurarme como lo habían hecho las valientes hembras, que decidieron acompañar a los soldados hacia la batalla.
—Más fuerte… —pidió Jeneh, y brindándole un beso en la frente, agité mis manos. Sus jugos virginales manchaban mis dedos, funcionando como lubricante. Frente a nosotras, Kala chupaba las tetas frondosas de su madre y también le estimulaba el coño, introduciendo varios dedos en aquella dilatada abertura. Su hija la besaba, mamándole la lengua y dejando que hilos de saliva dulce escurrieran de una boca a otra. Aquella práctica no me gustaba mucho, pero mamá y Emelia intercambiaban saliva porque teníamos la costumbre de que los fluidos de nuestros padres nos brindaban su bendición. Claro, fluidos que no fueran de desecho, o de lo contrario, sería aberrante. Sólo las tribus Sin Nombre llevaban a cabo esa clase de cosas, y entre nuestra gente, bendecida por la diosa Erina, no estaba bien visto. Claro, se practicaba en secreto, aunque nadie quería hablar sobre eso.
El coño de Jeneh se sentía muy estrecho. Pinché el himen y la hice sonrojar. Abrió los ojos y me observó con tanto amor, que me fue difícil no pensar en ella como mi hermana menor. La última hija de la familia, porque sólo se permitía a cada mujer tener tres descendencias. Si se quería tener más, se necesitaría despedirse de alguno de los esposos.
Sin poder contenerse, Kala dejó los pezones de su mamá, y bajó para sorber los jugos de su vagina. Con una sonrisa de complacencia, vi a la joven pasar toda la boca por la estrecha entrada de su madre, al mismo tiempo que le metía tres de sus delgados dedos por dentro.
—¿Quieres hacer eso? —le pregunté a Jeneh, y ella asintió.
Separé las piernas para darle espacio, y mi hermana lamió sin vergüenza toda mi intimidad. Su habilidad con la lengua le serviría mucho cuando hiciera el ritual de iniciación. Sus dedos, que eran más delgados que los míos, cupieron perfectamente dentro de mi recién abierta vagina, y mordió mis labios con sus pequeños dientes delanteros. Sobándome los pechos y disfrutando de una cálida lengüita bebiendo de mí, me sumergí en un placentero orgasmo que me hizo apretar las piernas alrededor de la cabeza de mi hermana. Acaricié la lacia cabellera suya durante un rato más, dejando que ella se saciara por completo.
Luego, acomodándose de nuevo entre mis brazos y frotándonos mutuamente las manos por nuestros senos, nos quedamos mirando cómo el acto de amor lésbico más lindo llevaba a madre e hija a un valiente orgasmo. La cueva se llenó del sonido de los gemidos de Alva, cuyos pezones se erectaron de inmediato.
—Se me antojan —dijo Jeneh a mis oídos.
—Olvídalo. No nos llevamos muy bien y no tenemos la suficiente confianza. Aguántate y chupa los míos.
—Bueno —dijo alegremente, y como un bebé, lamió y mamó de mis tetas con una gran fuerza que me causó cierto dolor placentero. Los senos eran considerados una bendición muy especial. Se les veneraba. Cuando una niña comenzaba a desarrollarlos, la familia hacia una gran cena. Con la primera menstruación, se notificaba a la matriarca que una nueva mujer estaba en camino y se le protegía; se le enviaban regalos que necesitaría para su futura vida adulta y comenzaba con los rezos hacia Erina para pedirle que todo marchara a la perfección.
Hacía tiempo que Jeneh había pasado por eso, y como todas las mujeres del mundo, fue una etapa difícil. Acaricié la cabeza de mi hermana para brindarle más placer y ella tiró de mi otra puntita, arrugándola y pinchándola entre sus manos.
El gemido de Alva dejó en evidencia su orgasmo chorreante. Yo tuve el mío pocos segundos después. Cansadas y satisfechas, las cuatro nos quedamos abrazadas.
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Qué opinan de la historia hasta ahora? les gusta el clan? qué piensan de sus costumbres y su cultura? xD gracias por leer.
5 comentarios - El Clan de los placeres cap 2