Todos tenemos una deuda pendiente en lo que al sexo se refiere. Puede ser aquel primer amor con el que no pasamos de unas simples caricias ó alguien que nos gustaba pero con quién no nos atrevimos a ir más allá.
En mi caso esa deuda pendiente era Benito.
¿Recuerdan esas primeras calenturas, las primeras pajas de la adolescencia?
Mis primeros sueños húmedos fueron con Benito como protagonista, fue el primero que me hizo sentir mariposas en el estómago, el primero con el que se me endurecieron los pezones y con quién la humedad de mi entrepierna pasó de unas pocas gotitas a convertirse en un manantial.
Benito es amigo de mi viejo. Tienen la misma edad, 64 años. Se conocen de toda la vida. Yo misma lo conozco desde que tengo uso de razón. Me acuerdo de haber compartido fiestas, celebraciones, cumpleaños, y también de cómo empezó a mirarme cuando me volví una jovencita con un cuerpo muy bien provisto.
Soltero empedernido, se le conocían mujeres por épocas, nunca una fija y todas siempre más jóvenes.
Siempre que pienso en esos tiempos, se me ocurre que de no haber sido mi tío quién me inició en el sexo, esa responsabilidad bien pudo haber recaído en Benito. Simplemente porque estaba ahí, me miraba con ganas, y yo a los 16ya estaba en mi punto justo de maduración. Sí, yo también fui una pendeja de 16 con la concha caliente, como dijo el pelado Cordera.
Benito fue siempre camionero, de esos que transportan cargas por todo el país.
"Camionero, peronista y amigo de Moyano", se presentaba y se sigue presentando aún hoy.
Me acuerdo cuando a escondidas lo escuchaba hablar de mujeres con mis hermanos y se me endurecían las tetas de solo imaginar las proezas sexuales que les relataba.
Mis primeras pajas lo tuvieron a él como inspiración, imaginándome a mí misma en la cucheta de su camión, en la “tumbadora”, como le decía, convertida en una más de sus “minitas”.
Y fue en ese camión, un Scania 112, donde cierta vez, hace ya tiempo, quiso llevarme "de rotation" como él mismo solía decir.
Yo ya estaba cogiendo con mi tío Carlos desde hace tiempo, cuando Benito me propone conocer el camión por dentro. Como buen putañero supongo que se debe haber dado cuenta que había algo distinto en mí. Por supuesto que yo también lo notaba. Después del debut, como que algo se activó en mí, no sé si las endorfinas, las feromonas o qué, pero me sentía más sensual, mas mujer pese a ser todavía una adolescente. Y me gustaba sentirme así, saberme seductora, tanto como para que un hombre como él, acostumbrado a transar con toda clase de mujeres, quisiera tener algo conmigo. Pero por alguna circunstancia que no recuerdo, la invitación no prosperó.
A mis veinte Benito se mudó a la Patagonia. En uno de sus tantos viajes conoció a una Santacruceña, se enamoró y se fue a vivir allá, aunque cada tanto venía de visita. Fue con la que más tiempo duró, hasta que volvió a las andadas. Se separó de "la pingüina", como él mismo le decía y regresó a San Justo, su lugar en el mundo.
Hacía tiempo que no lo veía, pero este fin de semana que fuimos a lo de mis viejos, ahí estaba. Mucho más avejentado, por supuesto, con ese característico e inamovible bigotazo ya salpicado de canas, pero con el mismo ánimo jovial de siempre. Cuando me vio me dió uno de sus abrazos de gol, y me miró sorprendido, sin poder creer que aquella adolescente de ayer se hubiera convertido en ésta mujer de hoy.
-Estás mucho más linda Marielita, y eso que antes ya eras preciosa- me halaga, mirándome con un dejo entre nostálgico y culposo, como lamentándose aún por la oportunidad perdida.
Le presento al Ro y a mi marido, que recién lo conocen.
-¡Pero que linda familia formaste!- exclama al saludarlos.
Los dejo charlando y me voy a saludar al resto de la family, tratando de disimular el impacto que me provoca volver a verlo.
Y es, como ya dije, Benito forma parte de esa etapa de mi vida en la cual se definió mi sexualidad, y aunque no haya tenido nada que ver en mi debut ni en mi aprendizaje posterior, siempre fue una presencia tentadora para mí. Incluso hoy en día, y de eso me acababa de dar cuenta.
-Porque no te preparás unos mates, Marielita- me dice Benito, asomándose a la cocina, con su característico vozarrón, gentileza de dos de sus principales aficiones, la ginebra y los cigarrillos negros.
Lo preparo y mientras les cebo a él y a mi viejo en el patio, volvemos a mirarnos como en aquellos años, como si guardásemos un secreto que solo nosotros dos compartimos. Resulta hasta mágico, como si el tiempo no hubiera pasado.
-¿Así que trabajás en una Compañía de seguros?- comenta en cierto momento -Podrías asegurarme el camión, lo estoy poniendo a punto para volver a la ruta-
Por alguna misteriosa aunque significativa razón, no le digo que en mi oficina no aseguramos camiones.
-Tendría que verlo para hacerte una cotización- le digo.
-Lo tengo en el corralón del Turco, cuando quieras podemos pasarnos- me informa.
-Dale, a la tarde si hay tiempo- le sugiero.
-¿Porque no van ahora?- interviene mi mamá -Aprovechen que el Ro está tranquilo-
-Sí, andá, después del almuerzo te agarra fiaca y no te vas a querer mover por nada del mundo- agrega mi esposo.
-Si no es hoy puede ser cualquier otro día, no te preocupés- advierte Benito.
-No, está bien, vamos- le digo, levantándome y dejándole la cebada de mate a mi mamá -Lo que se deja pendiente, después jamás se concreta- agrego en forma de mensaje subliminal.
El corralón del Turco está a tres cuadras de la casa de mis viejos. Es domingo, así que el lugar está vacío, y como Benito guarda su camión ahí, tiene un juego de llaves.
Mientras caminamos prende un Parisienne y me mira disimulado el culo. No lo dice pero adivino lo que piensa.
-Así que la pingüina ya fue- comento como para distender la situación.
-Sí, es una buena mina pero ya sabés como soy-
-No, no lo sé, ¿como sos?-
-Jaja- se ríe -No puedo estar con los pantalones puestos-
Qué casualidad pienso, a mí me pasa lo mismo, pero con la bombacha.
-Todos pensamos que finalmente habías sentado cabeza- le comento.
-Yo también, pero bueno, la Naturaleza llama-
No se lo digo pero lo entiendo perfectamente.
Llegamos al corralón, abre la puerta y entramos. El camión está en la parte de atrás, aquel viejo Scania en el que alguna vez me invitó a subirme. De repente vuelvo a sentirme como esa adolescente ávida de sexo, ansiosa por explorar el mundo de sensaciones que se expande frente a ella.
Abre la puerta del camión, del lado del acompañante, y en mi rol de productora de Seguros, me subo, poniéndome a propósito en una posición en la que se me marque bien el culo. Y es que no pienso tenerle piedad.
-¿No vas a subir?- le pregunto, viendo que se queda abajo, haciendo esfuerzos por no mirar hacia dónde yo quiero que mire.
-Ehhh..., es que no quería estorbarte-
-Dale, subite- le insisto mientras comienzo a sacar algunas fotos con el celular.
Le da una última pitada a su cigarrillo, lo tira y dando la vuelta se sube por la puerta del chofer. Se acomoda frente al volante y suelta un suspiro de satisfacción.
-¡Nada se compara a esto!- exclama - El "mionca", la ruta y...- se interrumpe al mirarme.
-¿Y...?- lo aliento a seguir.
-Y una linda minita al lado- se sonríe.
-¡Jaja!- me rió -¿Sabés de lo que me acabo de acordar? De esa vez que me invitaste a dar un paseo-
-Un paseo no, una "rotation"- me aclara levantando las cejas.
-Sí, eso, ¿y qué carajo es una rotation?-
-Si hubieras subido lo sabrías- me responde enigmático.
-Estuve a punto te diré...- le confieso.
-Pensé que te habías asustado o algo, porque después de eso como que te ví poco y nada-
-No me asustaste, solo que..., no era el momento-
-¿Y será alguna vez "el momento", o ya pasó mi hora?-
No le respondo directamente, sino de una forma que él sabrá muy bien interpretar.
-¿Ésta es la famosa "tumbadora"?- le pregunto volteándome para mirar la cucheta en donde, según le contaba a mis hermanos, "pasaba por las armas" a cuanta mujer se le pusiera a tiro.
"Me la llevé a la tumbadora y le di masa", como olvidar esa frase, cuando en la soledad de mi cuarto deseaba que me diera masa a mí.
Sin dudarlo me paso atrás, me recuesto en la célebre tumbadora, y mirándolo en forma incitante, deslizo una mano sobre el espacio vacío que queda junto a mí, como señalándole el lugar donde él debería estar.
-Mariela, conozco a tu viejos desde antes que nacieras, me considero amigo de tus hermanos, no quisiera meter la pata y arruinar la amistad que tengo con ellos- hace una pausa y piensa seriamente lo que va a decir a continuación -No quisiera malinterpretar lo que...-
-Vos y yo nos debemos un buen polvo, ¿no te parece?- lo interrumpo despejando cualquier posible malentendido.
¿Para qué fingir? ¿Porque negar lo que sentimos? Los dos somos de la misma especie, tenemos la misma sangre caliente, los mismos deseos y anhelos, dos depredadores sexuales enfrentados en una batalla postergada durante tanto tiempo.
Cierra la puerta y viene conmigo, acomodándose a mi lado. Nos quedamos mirándonos, como reconociéndonos a través del tiempo. Aunque una diferencia de 30 años nos separa, la pasión y la cucheta del Scania nos unen.
-Este es el momento...- le digo en un susurro.
El beso que nos damos es fiel reflejo de la calentura contenida durante tanto tiempo. Nos besamos en forma ávida y descontrolada, saboreándonos con el arrebato propio de quienes sienten que se debían algo.
Con una de sus manos me agarra una teta y me la aprieta a través de la ropa.
-¡Por Dios...!- exclama -¡Como me volvían loco éstas tetitas...!-
Me le subo encima, de rodillas, cuidando de no golpearme la cabeza contra el techo de la cucheta, y sacándome el buzo y el corpiño, le sacudo las tetas delante de la cara.
-¿Te volvían...?- le replico.
-¡Me vuelven..., me vuelven loco!- se corrige, agarrándomelas y pegándoles tremenda chupada.
Me deja los pezones babeados y entumecidos. Los pechos palpitando de calentura.
-¡A mí también me vuelve loca esto!- le digo tocándole la pija por encima del pantalón.
Sin perder tiempo (ya habíamos perdido demasiado) le desabrocho el cinturón, le bajo el cierre y metiendo la mano dentro de la bragueta, se la agarro y la saco afuera, frotándola en forma suave y acompasada.
Tiene una pija gorda y renegrida, rodeada de una espesa pelambre aún más oscura.
Los huevos están perdidos en ese Matogroso en miniatura, por lo que los busco con la lengua, encontrándolos duros e hinchados, palpitando ya de excitación. Se los chupo y mordisqueo, llenándome la boca de escroto y pelos, mascando esa dureza ígnea que me resulta por demás deliciosa.
Le suelto los huevos, se los escupo y subo lamiendo por entre los pendejos hasta la punta para comerle la cabeza y chupársela con una avidez que tuvo que esperar décadas para expresarse.
¿Cómo sería chupársela a un tipo como él?, solía preguntarme cuando escuchaba, a escondidas, como le contaba a mis hermanos los petes que le hacían las minas que se levantaba en la ruta. Ahora lo sabía..., yo misma le estaba haciendo uno.
Le succionaba la cabeza haciendo ruidito de sopapa, CHUP - CHUP - CHUP, mordiéndole la punta como si estuviera degustando una delicatessen.
Benito se agarra la cabeza y suspira complacido, asegurándome que es el mejor " petiso" que le han hecho en años. Que un tipo experimentado como él me lo diga, me llena de orgullo. Porque sí, yo estoy orgullosa de mis mamadas. No cualquiera puede llevarse una pija a la boca y sacarle lustre con la pasión y el empeño que yo le pongo.
Además, debo admitir, quería impresionar a Benito, mostrarle en carne propia lo que se había perdido en todos éstos años. Y por la forma en que suspiraba, creo que lo estaba logrando.
Me saco el pantalón del jogging, la bombacha, y refregándome la cabeza de la pija por toda la concha, le digo:
-Espero que tengas forros...-
-¿Tiene rayas el tigre?- repone sacando uno del bolsillo de su pantalón y dándomelo.
Lo abro y se lo pongo. Le acomodo la pija en su sitio predilecto, y me la voy ensartando de a poco, gozando finalmente algo por lo que, sin saberlo, había esperado toda mi vida.
Benito cierra los ojos y se deja arrastrar por esas sensaciones que nos mantienen a los dos de rehenes, sumiéndonos en un disfrute que, aunque postergado, no deja de resultarnos intenso y maravilloso.
Siempre cuidando de no reventarme la cabeza contra el techo, empiezo a montarlo, subiendo y bajando con una cadencia firme y sostenida, metiéndomela toda, hasta los pelos, entregándome por completo a ese hombre que no solo tiene la edad de mi viejo, sino que también forma de mi propia familia. No será un pariente sanguíneo, pero es como si lo fuera.
No me había dado cuenta hasta ese momento, pero es como estar garchando con un tío..., otro más, me digo a mí misma.
Agarrándome bien de las ancas, mi tío postizo no deja de chuparme las gomas, dejando que me mueva a gusto y placer, mojándome con la misma intensidad que lo hubiera hecho aquella jovencita de haber aceptado la sugerida "rotation". Empujando mis caderas atrás y adelante, estallo en mil y un gemidos, cuando el eternamente pospuesto orgasmo por fin me arrincona y me revolea por los aires.
Caigo derrumbada sobre su cuerpo, sintiendo como la marea del éxtasis se filtra por cada rincón de mi ser.
-¡Que rico acabaste, Marielita!- me susurra, acariciándome con unos modos paternales que me erizan la piel.
Me quedo un rato como idiotizada, frotándome las tetas contra su pecho peludo y acalorado, disfrutando con todos mis sentidos ese polvo que se había demorado casi veinte años en llegar.
Le busco la boca por debajo del frondoso bigote y lo beso con pasión y locura, mordiéndole la lengua, chupándosela, sintiendo en la mía el sabor denso y cargado del tabaco negro.
Me bajo de encima suyo y me pongo de costado, dándole la espalda, de modo que su pija queda entre mis nalgas. Me pego bien a él, mis omóplatos contra su pecho y levanto una pierna por encima de la suya. La penetración resulta inmediata, ponerla apenas, empujar, y la humedad de mi sexo se encarga del resto.
Bien metido en mí, Benito se agarra de mis tetas y empieza a moverse, rebotando contra mis nalgas cada vez que me la manda hasta el fondo. Y aunque no tiene una pija de proporciones descollantes, siento que me llena por completo, que me rebalsa no solo de carne sino también de vigor y virilidad.
Esta vez estallamos juntos, envueltos en un manto de excelsa agonía.
Si por mí fuera me quedaría a vivir ahí en la cucheta del Scania, entre sus brazos y con su pija adentro, pero ¿quién dijo que la vida sea justa?
Me levanto, me paso a la cabina y mientras él se saca el forro lleno de leche y le hace un nudito, empiezo a vestirme. Él hace lo propio en la cucheta, subiéndose el pantalón y abotonándose la camisa.
Nos bajamos del camión y nos arreglamos, buscando el visto bueno en la mirada del otro.
Caminamos hacia la puerta del corralón en silencio, y aunque no me lo dice, puedo adivinar en el semblante de Benito que se siente culpable de lo sucedido, como si me hubiera obligado o algo así.
-Yo quise hacerlo- le digo antes de salir y volver a nuestra realidad -Desde que tenía 16 años que tenía ganas de estar así con vos-le confirmo, rubricando mis palabras con un apasionado y jugoso beso.
Ahora sí salimos del corralón del Turco y volvemos a lo de mis viejos. Cuando llegamos ya están mis hermanos, que reciben al viejo amigo con una festiva bienvenida, apurándolo para que les cuente acerca de sus últimas conquistas amorosas, aunque bien sabemos que de la última no van a enterarse jamás.
35 comentarios - Deuda saldada...
Buen relato, van mis últimos ocho puntos del día
Excelente !
Felicitaciones como siempre querida, un gran y cachondo relato, digno solo de la mejor, osea TU!! +10
Besos hermosa
LEON
Me encantaría ser un relato tuyo y garcharte ferozmente