El fin de semana de la familia Blanco no parecía nada atrevido sino más bien todo lo contrario. Un camping familiar que prometía algo de tranquilidad y un desenchufe de la rutina de Esteban y Melina, dos profesores maduros, junto a sus tres hijos.
Para ellos era un buen plan, al igual que para Mateo su hijo mayor que tenía un estilo bastante hippie y le encantaban esa clase de situaciones. La que no estaba para nada de acuerdo era Candelaria, la hija, quien prefería pasar el fin de semana de fiesta con sus amigas y había sido obligada a acompañar al grupo familiar. El que sin dudas estaba en su salsa era Bruno, el menor de los hermanos Blanco. Brunito solo pensaba en una cosa por su juventud e inexperiencia: en mujeres. Ir a un lugar en el que encontraría chicas descontroladas era la mejor idea que le podían proponer.
Apenas llegaron se instalaron en dos carpas. Una para el matrimonio y otra un poco más grande para los hijos. El camping estaba repleto y los demás turistas eran de los más variados. Desde familias, grupos de jóvenes y algunos personajes bastante pintoresco, como los artesanos de al lado, con los que Mateo socializó rápidamente. Esa carpa era una chimenea que lo atraía. Su padre sólo pudo advertirle que no se metiera en problemas, al ver sus nuevas amistades.
Mientras le advertía se distrajo viendo una hermosa pelirroja que salió de esa carpa. Era toda una belleza, tendría más o menos la edad de su hija pero no la miraba para nada con ojos paternales, nada más alejado.
La joven tenía un vestido blanco bastante transparente con bordados, y debajo se adivinaba un cuerpo de lo más exuberante. Pechos grandes, una cintura pronunciada y unas caderas redondas. Lo que se podría decir todo un hembrón. La chica se acercó a un grupo que tocaba la guitarra y se quedó sentada en un tronco que usaban de banco. Al sentarse Esteban vio como el vestido se levantaba y esos carnosos muslos quedaban casi al desnudo para su deleite. No iba a ser tan desagradable tener a ese grupo al lado, pensó.
Melina por su lado estaba ayudando a Bruno a acomodar la carpa de los chicos. Era su hijo consentido por ser el menor y estaba siempre en todos los detalles para que nada le falte. También trataba de levantarle el ánimo a su hija Candelaria hablándole de los muchachos tratando de establecer una complicidad entre chicas que Cande no le seguía para nada ya que estaba totalmente contrariada con participar de esa salida familiar.
Bruno casi no les prestaba atención. Si bien no había notado la presencia de la espectacular pelirroja que tenían en la carpa de la izquierda si estaba enloquecido con las mulatas que había a la derecha. Un par de chicas morenas que al parecer estaban solas en plan de diversión. Eran dos y sus cuerpos eran imponentes. Una tenía el cabello muy ondulado y unos labios gruesos que invitaban a volar la imaginación del joven, la segunda igual de morocha que la otra pero de rasgos más delicados, tenía el pelo lacio y unos ojos verdes que eran un imán. Esta última notó, la mirada penetrante de Brunito y le regaló una sonrisa encantadora que hizo que el menor de los Blanco se pusiera rojo. Se puso nervioso y se metió lo antes posible a la carpa.
Melina en su afán por animar a su hija, estaba pasando de entusiasta a cargosa por lo que Candelaria finalmente se cansó y se fue a caminar sola. Estaba molesta y necesitaba despejar su mente por lo que caminó sin rumbo durante mucho tiempo, pensando que en ese momento podría estar divirtiéndose con sus amigas y no atascada en una carpa con su familia, sin internet, sin televisión, sin todas las comodidades que tenía en su hogar. En un momento miró a su alrededor y no tenía idea donde estaba. Recién entonces notó que en su enojo se había ido con lo puesto y ni su teléfono había agarrado empezó a caminar entre las carpas buscando alguna referencia. Vestía un pareo corto que apenas tapaba su hermosa cola y una blusa que por ser fresca también era muy fina y traslucía el bikini que apretaba sus firmes pechos. Esa piel tan blanca sufría el calor pero ella no lo notaba ya que su preocupación principal comenzaban a ser los silbidos y los groseros comentarios que salían de varios acampes al ver esa sensual rubia sola merodeando por ahí.
El corazón de Cande latía fuerte. Estaba asustada por estar extraviada pero también porque se sabía indefensa y vulnerable ante la cantidad de voces masculina que la acosaban a esa altura. Un grupo de pibes bastante borrachos a pesar de ser apenas la tarde empezaron a gritarle. Eran tipos grandes y fornidos que con su metro cincuenta y cinco le parecían gigantes. Se quedó unos segundos paralizada escuchando todo lo que pretendían hacerle y luego bajó la cabeza y pensó en seguir pero de repente una mano grande tomó su hombro. En ese instante la imagen de los cuatro tipos desnudandola de la forma más brutal se le vino a la mente.
Para su sorpresa era un hombre de unos treinta y tantos que con gesto amable le preguntó si estaba perdida. Ella le dijo que sí, con la cabeza y el le señaló un motorhome en el que estaba con su esposa. Le ofreció su teléfono para que se comunique con su familia. El alivio para Cande fue tal que su enojo se fue. Se comunicó con la familia y les envió su ubicación con el gps. Se quedó esperando a su padre mientras su salvador que se presentó como Andrés y su esposa Lucía, le ofrecieron una bebida para refrescarla.
Al poco tiempo Esteban apareció a buscar a su hija que de ser por ella se hubiera quedado todo el día en ese cómodo vehículo.
La encontró recostada en un sillón en el interior, con una bebida en su mano, mirando televisión. Cande saludo muy afectuosa. Para Estaban no fue un dato menor el abrazo que le dio Andrés. Como hombre se dio cuenta la forma en la que ese tipo miraba a su hija y no le agradó para nada. Tanto él como su esposa le remarcaron que volviera cuando quiera de visita. Para Candelaria que extrañaba la comodidad era como si le estuvieran ofreciendo pepitas de oro. A Esteban no le atraía para nada esa idea.
Mientras tanto en el campamento familiar, aprovechando la ausencia de Cande y de Mateo. Bruno estaba recordando la bella sonrisa de su vecina ocasional mientras se complacía con una frenética paja. Había puesto el cierre a la carpa y sacudía su mano por todo el tronco de su verga. Pensaba en las piernas morenas de esas dos mujeres. En los sensuales labios de la primera recorriendo su verga como si fuera un helado en esa calurosa tarde de verano, imaginaba los hermosos ojos verdes de la otra apareciendo de abajo y su lengua acariciando suavemente sus huevos. Esa pornográfica escena que pasaba por su mente como una película lo llenaban de placer.
Cuando más gozaba y hasta en medio de algunos gemidos, sintió el cierre de la carpa. Guardó rápido su verga en el traje de baño y vio a su hermano mayor asomarse. Este le preguntó que hacía ya que lo vio agitado y rojo. Su negativa a responder le causó gracia y le advirtió que tuviera cuidado con pajearse ahí adentro porque Cande estaba volviendo y no iba a ser tan contemplativa como él. Salió muerto de risa, con su mochila harapienta y se fue de nuevo con sus amigos hippies. Bruno se quedó avergonzado. Toda la situación le había quitado la calentura así que se frustró. Al salir se encontró a su madre sentada en una reposera y la morocha de rulos que se llamaba Sasha estaba haciéndole unas trenzas en el pelo.
"Que te parece? Las vecinas tienen habilidad para las manualidades, no?" le dijo Melina. Bruno miró a esa tremenda mina con esos enormes pechos agachada tras su pálida madre y la calentura volvió como si le hubieran prendido una hornalla bajo sus pies. Mientras llegaban Esteban que de reojo miró el voluptuoso cuerpo de la mulata, con la cansada Cande. Sasha le dijo que su amiga Dalia podía hacerle unas trenzas a ella también si quería y Candelaria no pareció molestarle pero le dijo que antes iba a darse una ducha porque estaba muerta por la larga caminata. A esa altura ni ella ni nadie de su familia se imaginaba lo que pasaría unas horas después en ese mismo campamento.
Sigue en:
Campamento Familiar II
9 comentarios - Campamento Familiar I (Introducción)