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Siete por siete (198): Mis acuerdos con Lizzie… (IV)




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Compendio I


Tuvimos suerte.
En ningún momento, Lizzie se interpuso a mi matrimonio. Tampoco falló en tomarse los anticonceptivos o embarazarse a propósito y el sueldo que yo le pagaba, se lo ganaba de manera honesta y digna: puedo decir con orgullo que mis hijas aprendieron a dibujar gracias a nuestra niñera, en vista que ni Marisol ni yo tenemos demasiado talento para los pinceles.
Incluso, llevaba una vida ordenada y de una manera similar a mi esposa, también tenía sus conflictos no resueltos con el padre que nunca conoció, los cuales solventaba (al igual que Marisol) en extensas sesiones de sexo conmigo.
Por ese motivo, y a pesar de tenerme prisionero, con nuestros cuerpos bañados en una tenue capa de sudor, nos mirábamos con cierta comprensión a pesar del orgasmo que habíamos vivido.

-¡No pienses que quiero dejarte porque ya no te quiera!- le dije, con el nerviosismo propio y atropellado de un enamorado, en una situación que está pronta a arruinarse.- Es que no te puedo ofrecer nada…

Silencio eterno entre los 2.
También estaba avergonzada de mirarme. Sabía que lo que hacíamos “no estaba bien” o “no correspondía”: estaba casado, enamorado como loco de mi esposa y ella era mi niñera/amante.
No podía darle hijos, proponerle matrimonio o imaginar una vida junto a ella. Esa era nuestra limitante y por fortuna, Lizzie la respetaba.

*¡Está bien! ¡Te entiendo!- sentenció, con las mejillas coloradas.

-¡No, no lo creo!- insistí, al leer sus gestos.- Mira… tú sabes cómo soy… y también sabes cuánto trabajo da cuidar un hijo… si sigues conmigo, te voy a embarazar… y no quiero arruinarte la vida.

Ella rechistó, como si lo que dije fuera una gracia.

*¡Está bien! ¡Relájate!- y sentenció en un tono más bajo.- ¡Sé cuidarme sola!

No lo dijo con sarcasmo, resentimiento o desdén. Lo dijo con un tono de resignación, del cual no podía quedarme callado.

-¡Tal vez, podría seguir pagándote un tiempo!

El rostro de Lizzie se amargó en demasía.

*¡No necesito tus limosnas!

Ese aspecto de Lizzie me encantaba, puesto que tenía su orgullo.

-¡No es una limosna!- repliqué.- Piensa que es…una inversión.

Cuando las palabras dejaron mi boca, ella sonrió, dado que nadie había “invertido” en ella…

Sin embargo, gestó en mí, la más grata epifanía y el motivo del título de estos relatos.

*¿Una inversión?- repitió ella, en un tono suave y cautivador, de una gatita jugueteando con un ratón.

- Un negocio… me gustaría proponerte un negocio…

Su mirada cambió radicalmente, intrigada porque lo dije con mayor decisión en mis palabras.

*¿Qué clase de negocio?

Acaricié su mejilla con ternura, deslizando parte de su cabello.

- Que abrieras tu propia florería.

Quedó estática, al punto que tuvo que llevar sus manos a sus sonrosadas mejillas.

Por mi parte, comenzaba a hilvanar los primeros trazos de aquel proyecto…

Desde el momento que Marisol fue aceptada en la Universidad de Adelaide, empecé a ahorrar para comprarle un vehículo. Las constantes negativas de mi cónyuge hicieron que esos ahorros crecieran generosamente, al punto que al final de ese año, pudimos pagar la luna de miel en Japón que le debía a mi esposa y un viaje por placer a Indonesia. También nos permitió  viajar de visita a nuestra tierra (en compañía de Lizzie) y hasta finales del año pasado, eran tan cuantiosos para comprar 4 autos como el que finalmente le compré a mi esposa (motivo por el que nos tomamos unas vacaciones 5 estrellas en el verano y patrociné la boda de una amiga de mi esposa…).

Además, sabía que Lizzie había ahorrado gran parte de su sueldo (porque al igual que nosotros, no es de darse lujos a menudo) y sus gastos eran cubiertos por los gastos comunes de alimentación y servicios que la compañía pagaba.

-Podría arrendarte un local… una tienda… y venderías tus flores…

*¿Qué dices? ¡Tonto!- replicó ella, sin poder creer mi oferta.

Podía sentir cómo se contraía de la emoción (seguía prisionero en ella), pero la miraba desconcertado, al ver que lloraba desconsolada.

-¿No me crees?

Ella trató de sonreír entre lágrimas.

*¿Por qué querrías hacer eso por mí?

-Porque me preocupas, tengo dinero y sé que te irá bien…

Sus ojos se dilataron más con lo último.

-Lizzie, ¿Realmente te parezco un tonto?-  pregunté intrigado.

No se atrevía a responderme, porque sus lágrimas eran tan profusas y no teníamos pañuelo a mano para que se limpiara la nariz.

-¿Tú crees que no confío en ti? ¿Que no pienso que te pueda ir bien?

Su mirada escapaba hacia los murales de la pared. No quería creerlo o tal vez, no quería escucharlo. Pero tomando con dulzura su rostro, la enfoqué nuevamente en mí.

-¿Crees que pague tus cursos de Ikebana porque sí? ¿Porque lo vi como un pasatiempo?

Y en realidad, desde que descubrí que Lizzie tiene talento para el arte (un día que preparaba un boceto de mis niñas, cuando todavía eran bebes. Ella lo consideró como un fracaso, pero al ver el parecido con mi linda Verito y la delicadeza de sus trazos, supe que estaba en presencia de una aritsta), que hice lo posible por ayudarle.

Desafortunadamente, no podía zafarse: sus lindas y ardientes mejillas eran adornadas por pequeñas perlas, las cuales rodaban sin parar. Se veía hermosa, con su delgada cintura y esos lindos pechos que eran todo un espectáculo.

Tomé su muñeca con delicadeza y la ubiqué sobre mi corazón, concentrándome en la forma de sus dedos para que no intentara escapar.

-¡No, yo creo que tienes talento!

Y una deliciosa sonrisa juvenil apareció en sus labios, con suaves besos para complementarlo.

*¿De verdad harías eso por mí?

Le obligué que me mirara a los ojos…

-Solamente, por unos meses. Hasta que me puedas devolver parte de la deuda… y si no resulta (porque también existía esa posibilidad…), al menos tendrás algo entretenido que hacer.

Sonrió y me besó con delicadeza, ansiosa por lo que le prometía y la certeza de ella de saber que soy un tipo de palabra. Finalmente, sucedió lo que tenía que pasar y nos despegamos.

Su rostro mostraba tal satisfacción y sus ojitos brillaban por ver mi hombría todavía hinchada, pero expectante.

*¡Esto es lo que más voy a extrañar!- sentenció jubilosa, para darme una suculenta chupada que me hacía estremecer desde la base de la espalda.

Aun pienso que era ella la que disfrutaba más de la felación, porque al igual que mi esposa, su estilo particular de lamida ya no se trataba de hacerme acabar lo más rápido posible.

Se tomaba su tiempo lamiendo, tragando y degustando mi sabor. A ratos, se la metía a la mitad. En otros, jugueteaba lamiendo mi puntita y succionándola con afán. Luego, unas cuantos besos a mis hinchados testículos, contenta que pudiese ocultar la mitad de su rostro con mi falo y la volvía a lamer, desde la base hasta la punta.

Y mientras ella se divertía jugando conmigo, yo hacía lo mismo con ella, deslizando mis dedos en sus oquedades inferiores, sin ningún recato.

En particular, ella disfrutaba con mis 2 dedos más largos, serpenteando en el interior de su apretado templo del placer, gimiendo con suavidad y ternura, mientras estrujaba otro poco más mi rabo y lo depositaba a la altura de sus pezones.

Yo ya estaba de vuelta animado y ella lo sabía, porque su coqueta sonrisa no paraba de seguirme y mis movimientos por intentar acomodarme eran cada vez, más seguidos.

-¡Apóyate en la pared!

Seguía sonriendo, mientras se colocaba en 4 patas, imaginando lo que se le avecinaba y con una voz sensual y cautivadora, me preguntó:

*¿Qué quieres hacer? ¿Qué quieres hacer con eso tan grande?

Lo que yo no sabía era que mi esposa no había aguantado la curiosidad y estaba al lado de nuestra puerta, sentada en el suelo y brindándose placer de la misma manera que me quebraba la mente, pero que Lizzie sí se había dado cuenta.

Y para ella (Al igual que a mí), era algo que comenzaba a habituarse de mi esposa.

*¡Nooo! ¡No metas eso tremendo en mí!- sentenció en un tono levemente más alto.- ¿Qué pensará tu esposa… si nos ve follando?

Posteriormente, Marisol me confesaría que aquello le tocó un nervio, que incluso casi le hace acabar al instante.

*¡Es taan grande! ¡No la metas así!- me pedía, cuando la embestía suavemente, afirmándome de sus hermosas caderas.

Ella se quejaba de una manera deliciosa y sus movimientos, su calentura y humedad, eran un placer incomparable para mí.

*¡Nooo!... ¡No la metas tan adentro!... ¡Que me vas a embarazar!- solicitaba ella a ratos, pero a la vez, deslizando su mano hacia mi trasero, para asegurarse que no la fuera a sacar.

Y para Marisol, eso desencadenaba orgasmo tras orgasmo, ya que según me comentaba, la idea que yo embarazase a cualquiera de ellas salía con frecuencia en las conversaciones y que prácticamente, a ninguna de las 2 molestaba, puesto que sabían que mi trato sería el mismo con ambas y que no las dejaría de lado.

No obstante, aunque se trataba de un espectáculo montado para el regocijo de Marisol, también había momentos que me dedicaba comentarios honestos.

*¡No!... ¡No lamas así mi cuello!...- sentenciaba en otro tono de voz, mucho más gozoso y femenino.- ¡No, por favor!... ¡No pellizques así mis pechos!... ¡Ohhh!... ¡Se siente tan maravilloso!

Recuerdo que mis embates eran profundos y seguidos, porque llegaba a estirar parte de la matriz de Lizzie y más que el teatro que montaba para mi esposa, el placer era verdaderamente genuino para ella.

*¡No pares!... ¡No pares!... ¡Por favor!... ¡Acábame adentro!... ¡Embarázame!... ¡Embarázame, por favor!

Y mis arremetidas se tornaron más y más profundas. Acabé lo más profundo que pude y extasiados, nos quedamos pegados.

Marisol también quedó agotada con la contienda y por poco, se queda dormida en la alfombra, pero luego de un rato de medio dormitar, mi esposa escuchó cómo volvíamos a la acción…

*¡No lamas eso! ¡Está sucio!- se quejaba de forma jocosa Lizzie, mientras deslizaba mi lengua en su retaguardia.

En realidad, las chicas eran bastante limpias y preocupadas por oler bien, así que no había verdaderos problemas con que lamiera su ojete.

Lamía con mucha pausa su surco trasero y a pesar de sus protestas y movimientos, podía darme cuenta que Lizzie lo disfrutaba. Con mis dedos, me empapaba con la miel que emanaba entre sus piernas.

*¡Eres un pervertido! ¡Te gusta darme por atrás!-se quejaba ella deliciosa, pero no oponiéndose a mis intentos.

Eventualmente, llegamos al punto donde tanto ella como yo queríamos que entrara y ya sin tantas quejas y sabiendo bastante bien cómo iba la cosa, se resignó a su destino con demasiado entusiasmo.

Otro nuevo estremecimiento de su parte y el lento avance empezaba una vez más…

*¡Es tan gorda!... ¡Eres mejor que Fred en esto!

Y si bien, su antiguo novio/jefe la había debutado analmente, el verdadero placer de disfrutarlo por detrás lo aprendió con su servidor.

Incluso, sin importar que la juventud jugase a favor del hippie fracasado y temperamental, donde también podía recuperarse rápidamente tras una acabada, sus sesiones sexuales con suerte podían durar 45 minutos las más extensas, mientras que conmigo, podían durar 2 horas mínimo y la misma satisfacción que le rompieran la cola que tiene Marisol.

*¡No pares!... ¡No pares!... ¡Más fuerte!

Según comentaba Marisol, también coreaba lo mismo a pesar que no podía vernos y es que mi maravillosa esposita se estaba dando su festín privado con sus dedos.

-¡Oh, Lizzie!... ¡Oh, Lizzie!... ¡Ya no aguanto!... ¡Ya no aguanto!- le avisé.

*¡Sí!... ¡Síiii!... ¡Lléname el culo otra vez!...¡Quiero tu leche!... ¡Quiero tu leche!... ¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡Ahhhhh!...

Y los 3 colapsamos, agotados. Marisol no podía aguantar más el cansancio y se arrastró de nuevo hasta nuestro dormitorio matrimonial.

Por la mañana, Lizzie no me dio una mamada para despertarme como lo hace mi esposa, sino que aprovechó de llenar el interior de su vientre de una forma más productiva y aunque esa no fue la última vez que dormí con Lizzie (el último trio que tuvimos con Marisol fue lejos, el mejor…), sí fue el pie de arranque para otra conquista para mí y una nueva etapa en su vida, para mi niñera.


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1 comentarios - Siete por siete (198): Mis acuerdos con Lizzie… (IV)

pepeluchelopez +1
delicioso! buena ide de la floreria. un abrazo
metalchono +1
Pero no creas que fue facil. Considera que en esos momentos, Marisol estaba con su examen de titulo, yo terminando mi trabajo en la mina y viendo dónde nos ibamos a cambiar, por lo que la inversión era una parte pequeña de todo. Saludos y un abrazo.