Horas después la enfermera Tara y la Dra. Negri entraron de nuevo en la habitación. La enfermera llevaba su habitual ambo celeste, pero la Dra. Negri hoy tenía puesto un ambo de cirugía verde y un guardapolvos blanco abierto al frente. Ambas tenían barbijos colgando descuidadamente de sus cuellos. Se acercaron a mi cama y la enfermera quitó las mantas.
- La Dra. Schmidt lo quiere limpio para la operación, así que vamos a hacerle un lavaje de vejiga. Enfermera Tara, quite la bolsa de recolección, cierre la válvula y prepare solución salina. Empecemos con 1500 cc.
La enfermera acercó una bandeja y se puso un par de guantes de látex. Cerró la válvula del catéter y desenchufó la bolsa recolectora. Cargó una jeringa con 500 cc de solución estéril y se la ofreció a la Dra. Negri. La doctora sacó de sus bolsillos unos guantes de látex y se los colocó, asegurándose que cada dedo calzara perfectamente. Después tomó la jeringa y la conectó al catéter que entraba en mi uretra. La enfermera abrió la válvula y la doctora inyectó el agua en mi vejiga. La enfermera Tara volvió a cerrar la válvula y recibió la jeringa vacía de la Doctora para volver a llenarla. La llenó y repitieron el proceso. Ya tenía 1000cc en la vejiga y me sentía con bastante dolor.
- Una jeringa más, pera ver cómo reacciona el paciente - dijo la Dra. Negri.
- No! Por favor no Doctora! Voy a reventar! - supliqué. Pero la Dra. Negri me ignoró y le extendió la jeringa a la enfermera Tara para que prepare otra dosis y me advirtió - Las profesionales acá somos nosotras, no te atrevas a decirnos cómo hacer nuestro trabajo!
Me inyectaron otros 500cc y cerraron la válvula.
- Dejemos que la solución lo limpie bien, digamos por unos cinco minutos, y después lo drenamos a una bolsa de recolección nueva. Voy a ver que todo esté listo en el quirófano - dijo la Dra. Negri mientras descartaba sus guantes y salía de la habitación.
Yo intentaba rodar de lado a lado para hacer más soportable el dolor. La enfermera Tara fué hasta el lavatorio y humedeció una toalla, volvió y me la pasó por la frente y la cara. Miró un reloj y me dijo que sólo faltaban un par de minutos más. Quitó las bandas elásticas de mi pene y testículos y me pasó la toalla con agua tibia por la zona. Fue una sensación muy agradable y por primera vez en mucho tiempo pude sentir algo de placer. De no ser por el dolor en la vejiga, seguramente hubiera tenido una erección. Con alegría vi como la enfermera Tara conectaba una nueva bolsa de recolección al catéter.
- Cómo se dice? - me preguntó burlándose de mi.
- Oh, por favor señora enfermera, puede sacar el agua de mi vejiga.... por favor?
- Muy bien, estás aprendiendo a obedecer como corresponde - y abrió la válvula para que la solución corra por el tubo hasta la bolsa.
- Ahhh.... gracias... muchas gracias.... muchas gracias señora enfermera - suspiré y sonreí aliviado y en eterna gratitud. La solución corrió por un minuto y luego empezó a detenerse. Yo permanecí acostado, sintiendo como el líquido drenaba de mi pene y teniendo pensamientos agradables; la enfermera Tara juntaba los elementos que había usado y los colocaba de vuelta en la bandeja.
- Miguel, te voy a dejar que drene por un par de minutos. Después creo que te vamos a retirar el catéter y el plug de la cola y te vamos a dejar que te des una ducha. No la pasaste bien y lo mejor ahora es que te limpies. Ahora estoy sola y no quisiera tener que usar la "palabra mágica", hay mucho riesgo de que te lastimes, así que lo que voy a hacer es ponerte unas esposas. Y como con las esposas puestas no te vas a poder limpiar como corresponde, yo te voy a limpiar. Pero como no podemos permitir que mi ambo se moje, me lo voy a tener que quitar y me voy a poner un delantal plástico que es transparente, y vos me verías casi desnuda. Éso es inaceptable, de modo que también te voy a tener que colocar el antifaz ciego mientras te baño.
Yo me quedé mirando a mi angel de la merced, e hice todo lo que pude para no tener una erección pensando en ella desnuda. Ella me desinfectó el glande con un algodón con alcohol y cerró la válvula. Retiró y descartó la bolsa colectora y quitó el aire del globo que sostenía al catéter. Después, con movimientos muy suaves, empezó a retirar el catéter deslizándolo a través de mi uretra. A medida que salía el ardor aumentaba, pero finalmente estuvo fuera de mi pene. Seguía teniendo ganas de orinar, pero sabía que mi vejiga estaba vacía. Tara dejó el catéter usado en la bandeja y me acarició la mejilla. Un segundo después me esposaba la muñeca izquierda.
- Bueno mi amor, cuando libere tu mano izquierda de la cinta de sujección quiero que gires sobre tu lado derecho así te esposo la otra muñeca - liberó la cinta, levantó mi hombro y empujó para ayudarme a quedar con mi muñeca derecha lista para ser esposada y, cuando quedé boca abajo, cerró las esposas.
- Te voy a sacar el plug de la colita... pero no quiero que derrames ni una sola gota, está claro?
- Sí, señora enfermera
- Está claro?! - repreguntó, dándome una ruidosa palmada en la cola.
- Sí, sí, sí.... señora enfermera.... ni una sola gota - contenté.
Con un movimiento giratorio suave, fue quitando el plug de mi ano y realmente no dejé caer ni una gota manteniendo mis nalgas lo más cerradas que pude. Ni se me ocurría escapar porque ella realmente no me había dejado ninguna chance. Además porque la enfermera me estaba tratando mejor que nadie hasta ahora. Liberó mis piernas y me ayudó a sentarme en la cama para ir a la ducha. Me sostenía del hombro para darme estabilidad mientras íbamos al baño. Después de unos minutos en el inodoro donde me deshice de lo que hubiera quedado de vino en mi cuerpo, luché por ponerme de pié y caminar hasta la ducha. Tara me sostenía por el brazo. La ducha era realmente enorme.
- Lo mejor va a ser que te sientes - me dijo la enfermera Tara. Trajo una especie de banco metálico blanco y lo apoyó contra la pared de la ducha.
- Sentate acá - me señaló. Yo me senté y retrocedí cuando mi espalda hizo contacto con la fría pared de azulejos. Me adelanté un poco y ví como la enfermera Tara sacaba el antifaz ciego de uno de los bolsillos de su ambo.
- Vamos... cerrá los ojitos - me puso el antifaz ciego de goma y de nuevo quedé en la oscuridad. Esperaba que, durante el baño el antifaz se corriera lo suficiente para ver aunque sea una mínima oteada del hermoso cuerpo desnudo de Tara.
- Voy a quitarme el ambo y ponerme el delantal. En seguida vuelvo - la escuché moverse y atando las cintas del delantal. Sentí el típico sonido de los guantes de goma y traté de mover la cabeza a un lado y otro para tratar de verla desnudándose. Logré que un mínimo rayo de luz llegara a mis ojos. La escuché acercarse y encender la ducha.
- Quiero que esté tibia, así que la vamos a dejar correr un rato. Miguel, estoy segura que todavía no entendés qué es lo que te está pasando, pero en un par de días vas a aceptar tu situación. Creo que ya conociste a todo el grupo, y como en todo grupo, cada una tiene su personalidad. Algunas realmente disfrutan viendo sufrir a un hombre, a otras les parece muy estimulante someter al hombre para que alimente sus placeres sexuales, y después hay otras como yo que amamos provocar dolor y placer al mismo tiempo y nos encanta compartirlo con gente que tenga la mente abierta. Mi amor, la Dra. Negri pudo ver en lo más profundo de tu alma y descubrió que el dolor y el placer producen la máxima experiencia sexual para vos. A lo mejor, ella sabe de vos más que vos mismo. Lo mejor que podés hacer es imaginar qué mujer es la que mejor te va a dominar. Por mí, ya me calienta verte ahí sentado, a mi merced...
De repente el agua empezó a correr sobre mí y, a diferencia de la anterior, esta estaba a la temperatura perfecta. Todo mi cuerpo estaba mojado y sentí como dejaba la ducha en su lugar. Después sentí como Tara empezaba a pasar una esponja jabonosa por mi pecho. Podía sentir el aroma y la textura del delantal y los guantes cuando me rozaban. Continuó con mi cabeza y cuello.
- Levantá los brazos - ordenó. Cuando lo hice miré hacia abajo y pude ver un poco de su pié desnudo. Me sobresalté y levanté la cabeza levemente para ver si podía mirar sus piernas a través del delantal. Me lavó las axilas y dejó la esponja en un estante. Volvió a tomar la ducha y me enjuagó. El agua estaba tibia y con las imágenes del cuerpo desnudo de Tara en mi mente, empecé a tener una erección. Volvió a dejar la ducha y retomó la esponja para empezar a lavarme la piernas y pubis.
- Estás teniendo malos pensamientos bebé? - me susurró cuando notó que estaba totalmente erecto. Yo asentí con la cabeza justo en el momento que sus suaves guantes empezaban a lavarme el pene.
- Aaaahhhhh..... - suspiré de placer. Ella estaba disfrutando el efecto que producía en mi y deslizó su mano todo a lo largo de mi pene. Cada 30 segundos me soltaba para luego volver acariciarme con sus manos enguantadas llenas de jabón. Yo sabía que si ella continuaba yo iba a eyacular, pero mi enfermera parecía saber exactamente cuándo llegaba a mi límite y se detenía justo antes de llegar al punto sin retorno. Después de pasar el jabón por última vez, me dio un enjuague final por todo el cuerpo y me ayudó a salir de la ducha. Me dijo que la espere allí, que ella se iba a hacer cargo de mi. Pasaron unos minutos y estaba empezando a sentir frío cuando me quitó el antifaz ciego y la ví parada frente a mí con su ambo celeste y una toalla en la mano. Me secó, prestándole especial atención a mi pene. Yo estaba muy duro y ella me retaba diciéndome que yo era un "nene desobediente". Para regresar a la habitación, ella me llevó sosteniéndome el pene a través del pasillo.
- Lo mejor va ser que te meta en la cama y te prepare para la Dra. Negri - dijo Tara. Me senté en la cama y me acosté. Mientras me recostaba Tara dijo: "Sappho" y quedé paralizado de nuevo.
- Necesito trabajar rápido y no quiero correr el riesgo de que trates de escaparte Miguel - me quitó las esposas y me dejó boca arriba. Aseguró mis muñecas y tobillos a la cama, dejándome con las piernas abiertas. Estaba recobrando la sensibilidad en mis extremidades cuando me dijo que era hora que le recompense su amabilidad. Se quitó los pantalones del ambo, trepó en la cama y puso su vagina contra mi boca.
- Chupá bebé. Haceme acabar y a lo mejor te devuelvo el favor.
Empecé a chuparle la vagina con movimientos largos y lentos y pronto empezó a caer su dulce flujo en mi boca. Presionó su vagina contra mi boca y luego la levantó para permitirme respirar. Empecé a concentrarme en su clítoris y por cómo se movía me dí cuenta que estaba por acabar. Sus movimientos se volvieron más irregulares y acabó liberando su flujo en mi cara. Se estremeció y yo la seguí chupando hasta que se retiró. Se bajó de la cama y me susurró al oído.
- A lo mejor la Dra. Negri nos escuchó y no quiero que sepa lo que acabamos de hacer... o los dos la vamos a pasar realmente mal - se puso de nuevo los pantalones del ambo y me se calzó un par de guantes de látex. Me acarició el pene suavemente y yo casi que le estaba cogiendo los dedos y hubiera acabado si Tara de repente no me hubiera soltado.
- Miguel, te dije que tenés que aprender a respetar a tus doctoras y enfermeras, y ésa pija dura claramente me demuestra que no me estás obedeciendo como corresponde - en cuanto terminó de retarme la Dra. Negri entraba en la habitación. Obviamente Tara la había escuchado acercarse y empezó a disimular para aparentar.
- Cómo anda el paciente? - preguntó la Dra. Negri apenas entró en la habitación.
- Sigue sin poder controlar ése pene - contestó Tara suspirando. La Dra. Negri se acercó hasta la cama poniéndose un par de guantes de látex y me dio una buena palmada en el pene.
- No estás respondiendo al tratamiento Miguel, qué vamos a hacer para que aprendas a obedecer? Creo que voy a intentar con algo de hipnosis a ver si podemos avanzar con tu tratamiento. Enfermera, traiga la lámpara. Lo voy a poner en trance.
La enfermera Tara trajo una lámpara de cirugía y la encendió apuntando directo a mis ojos. La Dra. Negri se sentó frente a mí y me ordenó que la mire fijamente. Ella me miraba y me dijo que sólo me concentre en sus palabras. Yo realmente quería evitar entrar en trance y no estaba seguro de lo que ella haría conmigo, pero de repente pronunció alguna palabra clave que me puso en un estado de completa inconsciencia.
En cuanto perdí contacto con la realidad la Dra. Negri procedió a explicarle a la enfermera Tara.
- Ahora sabés que lo que en realidad buscamos es justo lo opuesto de lo que le pedimos a Miguel, lo queremos en un permanente estado de excitación y frustración sexual - la Dra. Negri tomó mi pene entre sus dedos enguantados y continuó - No está completamente erecto. Enfermera, inyéctele una dosis de Viagra. Después de todo, lo queremos con toda la sensibilidad posible durante sus tratamientos - dijo sonriente la Dra. Negri. La enfermera Tara levantó una jeringa de la bandeja e inyectó el Viagra en la vía que entraba en mi vena. Yo seguía inconsciente y desprevenido de lo que estaba pasando. Una vez satisfechas, me sacaron del trance y una vez más quedé bajo la observación de estas dos mujeres.
- Miguel, parece que seguís rechazando el tratamiento, por qué? - preguntó la Dra. Negri.
- Yo... yo... no quiero rechazar nada Doctora.... yo quiero... colaborar... Doctora... - fue mi respuesta.
- Paciente, esto es un claro rechazo al tratamiento! - me dijo mientras me agarraba firmemente el pene y lo abofeteaba - El paciente no ve el problema. A lo mejor tenemos que hacerlo más visible. Enfermera, la bomba de vacío.
La enfermera salió de la habitación y regresó poco después con una bandeja de acero inoxidable con un aparato de vacío. En seguida la Dra. Negri inició el nuevo procedimiento.
- Lubricante - solicitó, extendiendo su mano. La enfermera Tara le entregó una pinza con algodón embebido en lubricante quirúrgico que la doctora pronto empezó a deslizar a lo largo de mi pene. Si bien se sentía frío, también era extremadamente suave y espeso y se deslizaba de manera fluida. Era muy agradable y mi pene se puso muy erecto. La doctora observó satisfecha.
- Perfecto - dijo, y en seguida devolvió la pinza y pidió - bomba de vacío.
La enfermera levantó de la mesa un tubo transparente de unos 10 cms de diámetro por 30 cms de largo y con cuidado se lo dio a la Dra. Negri. Ella tomó mi pene completamente erecto entre sus dedos y lo deslizó dentro del tubo. Para cuando había terminado la enfermera la estaba esperando con una manguera de goma corta con una especie de gatillo en el extremo. La doctora agarró la manguera, mientras la enfermera Tara sostenía el tubo con mi pene dentro, y conectó el otro extremo al tubo.
- Estamos listas para empezar - anunció la Dra, Negri y me miró - Ahora voy a extraer el aire de la probeta. Por diferencia de presión la sangre va a llegar las cavidades venosas de tu pene - y agregó sonriendo - haciéndolo que aumente de tamaño.
La doctora presionó un par de veces el gatillo y de inmediato sentí como si una enorme fuerza estuviera succionando mi pene. Tuve un sobresalto y la doctora y la enfermera empezaron a reír.
- Este tipo de tratamiento normalmente se usa en pacientes con problemas para mantener una erección - explicó la Dra. Negri - Cuando se aplica en un caso como el tuyo, los tejidos del pene deben resistir una tremenda presión... al límite de lo tolerable - y apretó el gatillo dos veces más. No sólo sentía sino que podía ver a mi pene agrandándose a un tamaño impensado dentro del tubo, pero el dolor también era enorme.
- Aaaagggghhhhh..... ba.... basta.... por favor, doctora.... bastaaaa!!!
- Naturalmente tu cuerpo también percibe el mayor flujo de sangre a tu pene y comienza a producir más semen que se va a almacenar en tus testículos - entregándole el gatillo a la enfermera, en seguida recibió a cambio unos anillos de goma negra que colocó muy ajustados entre la base de mi pene y del escroto, mientras agregaba - Esto va a impedir que la sangre retroceda, por lo que vamos a tener una buena erección por un rato.... para que puedas verla bien.
- Noooo.... por favor doctora, no.... se lo ruegoooo.... - susurré, pero sólo conseguí que la enfermera Tara apretara una vez más el gatillo, aumentando el tamaño de mi pene y mi dolor - aaaaaaahhhhhh....
- Suficiente - decretó la Dra. Negri desconectando la manguera del tubo que permanecía al vacío, provocándome gran dolor. La enfermera Tara me examinó los testículos.
- Ya empiezan a manifestarse los primeros síntomas, doctora - dijo.
- Aumenta el volumen y la temperatura? - consultó la Dra, Negri.
- Correcto.
- Muy bien... Quiero que mires bien tu pene Miguel. Y aprovechá para reflexionar - la doctora me acarició la cara antes de quitarse los guantes - Tenés que empezar a obedecer o te vamos a tener que operar, Miguel.
- Noooo doctora!.... Por favor.... no....
La Dra. Negri sólo sonrió y se fue dejándome con la enfermera Tara que se acercó y me acariciaba suavemente los testículos.
- En un rato volvemos, mi amor - me dijo, y salió de la habitación quitándose los guantes y suspirando, sabiendo que yo quedaba totalmente indefenso y adolorido. Traté de moverme y retorcerme pero el efecto fue que el dolor en mi pene y testículos aumentara, a medida que más y más sangre fluía a mis zonas erógenas. Permanecí de ése modo por una media hora. Escuché voces en el pasillo y levanté la cabeza para ver quién se acercaba. Entraron la Dra. Schmidt, la Dra. Negri, la enfermera Tara y la enfermera Adriana. Todas se ubicaron alrededor de la cama y me observaban y conversaban entre ellas.
- Lo mejor va a ser quitarle la bomba y dejarlo para que ceda la erección - todas se pusieron sus guantes de látex y la Dra. Schmidt lentamente me liberó el pene y testículos de los aros de goma mientras la Dra. Negri abría una válvula del tubo, terminando el vacío y dejando mi pene suelto, pero muy erecto. Apenas empezaron a examinar mis testículos, me quejé del dolor.
- Aaaaaahhhhh.....
- Qué te parece? - preguntó la Dra. Negri.
- Están completamente llenos de semen. Vamos a tener que liberarlos - contestó la Dra. Schmidt y después me miró - Quiero hacerte un tratamiento prostático. Vamos a probar con algo completamente distinto.
La Dra. Negri miró a las enfermeras y ordenó:
- Llévenlo a "Proctología"
- Sí Doctora - contestaron al unísono.
Las enfermeras me pusieron el antifaz ciego, me agarraron una de cada brazo y me guiaron a través de un largo pasillo. Entramos a un lugar que tenía un fuerte aroma a desinfectante y me quitaron el antifaz. La sala era amplia y parecía un consultorio común y corriente, con azulejos de piso a techo, mesas y gabinetes con instrumental médico por todas partes y una camilla rara en el centro. Tenía la forma de una especie de reclinatorio, pero con cintas de sujección para mis brazos, piernas y espalda. Yo me quedé petrificado y con la boca abierta, pero la enfermera Adriana me dió una palmada bastante fuerte en mi cola, como para que siga avanzando.
- Vamos, no nos hagas perder tiempo - me dijo mientras aplicaba el golpe - De rodillas!
Sin oponer más resistencia me arrodillé en la camilla y mis tobillos y piernas fueron eficazmente sujetados. Pasaron una cinta que ajustaba mi espalda y me obligaba a apoyar el abdomen contra la plana superficie de la camilla. Las enfermeras Tara y Adriana agarraron cada uno de mis brazos, los estiraron frente a mi y los sujetaron desde las muñecas. Alguna de las dos pisó un comando y toda la camilla se inclinó un poco. Quedé con la cabeza hacia abajo y mi ano completamente expuesto.
- Tratá de relajarte - me aconsejó Tara. Ambas fueron hasta un lavatorio y empezaron a lavarse las manos.
Unos minutos después entraron las doctoras. Se habían quitado los guardapolvos blancos y sólo tenían sus ambos verdes y los barbijos colgando del cuello. Venían conversando despreocupadamente y se detuvieron al verme frente a ellas.
- Qué linda colita... - comentó la Dra. Negri. Las doctoras y las enfermeras se terminaron de lavar las manos y tomaron de unos ganchos en la pared unos delantales que parecían ser de algún material plástico o de goma, se los colocaron y ataron a la espalda. El color blancuzco de los delantales contrataba con claras manchas que iban del amarillo al marrón, pasando por el rojo, claros recuerdos de procedimientos practicados anteriormente. Yo abrí muy grande mis ojos y empecé a asustarme.
- Por.... favor... noooo - dije casi suplicando.
Colgando del lavatorio había varios pares de guantes para exámenes ginecológicos, un poco más gruesos que los de látex y más oscuros y que llegan hasta el codo. Todas tomaron un par y se los pusieron.
- Tenemos que protegernos bien - arrancó la Dra. Schmidt - Digamos que vamos a entrar en un terreno un poco más... sucio - y todas compartieron una risita cómplice mientras se ubicaban a mi alrededor. La Dra. Schmidt me tomó el rostro con ambas manos, haciéndome que la mire directamente - Todavía tenés la pija muy dura, Miguel.
- Sí, sí, sí, doctora - le contesté, esperando un poco de alivio.
- Bueno, vamos a proceder con el tratamiento prostático - dijo la doctora, y miró a la Dra. Negri - Querés empezar?
- Con gusto - respondió la Dra. Negri y ordenó - Enfermeras, expónganlo!
De inmediato sentí las manos de las enfermeras Adriana y Tara abriéndome los glúteos hasta dejar mi orificio anal totalmente a la vista. La Dra. Negri empezó a deslizar sus dedos, penetrándome y girando dentro mío.
- Aaaaayyyyyy...!!! - grité de dolor, pero la Dra. Schmidt sostuvo mi cara apretada contra su delantal, que olía a goma y mugre.
- Tranquilo, tranquilo... dejá que la doctora te revise - me consoló la Dra. Schmidt.
- Tiene la próstata levemente agrandada, me gustaría que vos también la revises - sentí que decía la Dra. Negri mientras sus dedos jugueteaban con mis órganos internos. De repente empecé a sentir una incontrolable necesidad de eyacular, pero no era como siempre, era una sensación completamente nueva.
- Ay... ay... qué... qué pasa?.. Qué me está pasando? - pregunté asustado.
- Quietito bebé, quietito.... ahora tu culito es mío - me dijo la Dra. Negri mientras me seguía masajeando la próstata y ahora también agarraba mi pene con la otra mano y me retraía el prepucio - y esta pijita tambien!
- Aaaaaggghhhhh..... - era mi queja entre dolor y placer, ya que mi glande expuesto era muy sensible.
- A ver Miguel, portate bien - me dijo la Dra. Schmidt mientras me presionaba contra el inmundo delantal y me acariciaba suavemente el glande con su mano cubierta por sus guantes - Mostranos cuanta lechita tenés!
Y entonces sentí algo completamente nuevo. Fue como si la Dra. Negri estuviera controlando por completo mi capacidad para eyacular y, cuando ella quiso, de repente de mi pene empezó a brotar el semen, pero no en forma espasmódica como pasa habitualmente, era un flujo continuo y sin placer alguno para mi. Una enorme sensación de frustración y vacío.
- Aaaaagghhhhhhh..... maaaammaaaaaá! - grité entre angustiado y desesperado. Mi llamado causó gracia en el consultorio.
- Doctora! No quiere adoptar al bebé? - dijo entre risas y bromas la enfermera Tara.
- Mmmm.... Tener mi propio bebé internado en la clínica, qué tentador! - dijo la Dra. Negri mientras me quitaba lentamente los dedos del recto para terminar junto a la Dra. Schmidt frente a mi. Podía ver sus delantales y guantes ahora cubiertos por mi propia sangre y semen.
- Tenés que estar muy contento de tener una mamá doctora que te puede revisar - me dijo sonriendo la Dra. Schmidt.
- Me gustaría saber su opinión sobre la próstata del "nene", doctora - respondió con otra sonrisa la Dra. Negri - yo me ocupo de "contener" al bebé.
- Enfermeras, expongan! - ordenó la Dra. Schmidt mientras salía de mi vista ajustándose sus guantes y las enfermeras volvían a separar mis glúteos. La Dra. Negri tomó mi cara con sus manos enguantados y me presionó contra su delantal que ahora estaba sucio de mi propia sangre y semen. Me dí cuenta que todo iba a empezar de nuevo.
- Noooo.... por favor..... - supliqué.
- Quieto! Mami quiere que otra doctora te revise la cola.... vamos portate bien - fue la respuesta que obtuve de la Dra. Negri, mientras empezaba a sentir como me invadían uno tras otro los dedos de la Dra, Schmidt, entrando y saliendo y retorciéndose dentro me ano hasta llegar a la próstata y otra vez generar ésa necesidad incontenible de eyacular. Mi pene estaba muy muy duro, pude sentir como empezaba a drenar fluido pre eyaculatorio y entonces llegó la más absoluta de las frustraciones, porque la doctora lentamente empezó a retirar sus dedos de ni ano, uno por uno.
- Noooo.... por favor.... terminen... por favor - pedí, pero sólo obtuve una caricia en la cara.
- Shhhh.... ahora calladito que las doctoras tenemos que conversar - me dijo la Dra. Negri mientras la Dra. Schmidt volvía a aparecer a su lado - Y, qué te parece?
Hubo un silencio de unos segundos y las dos se quedaron observándome.
- Lo voy a operar - sentenció la Dra. Schmidt.
- Totalmente de acuerdo - confirmó la Dra. Negri - Hay que remover ésa próstata.
- Perfecto, empiecen con los preparativos - dijo la Dra. Schmidt mientras todas se quitaban los delantales y los guantes. Cuando pasó a mi lado para abandonar la sala vio mi pene duro y comentó - Parece que el nene sigue sin responder a su tratamiento.
- No nos estás haciendo caso, no nos obedecés como corresponde. - Me dijo muy seria la Dra. Negri.
- Yo no... puedo... - intenté explicar.
- Qué vamos a hacer con vos, Miguel? Qué se hace con los chicos desobedientes? - preguntó con clara ironía la doctora.
- Hay que... castigarlos...? - pregunté, temeroso de la respuesta.
- Hay que castigarlos - sostuvo la Dra. Schmidt - Y estoy segura que mamita se va a hacer cargo, no es así Dra. Negri?
- Deje el asunto en mis manos doctora - finalizó la Dra. Negri mientras ambas intercambiaban sonrisas cómplices. Pronto volvieron a ponerme el antifaz ciego y me devolvieron a un consultorio. Me quitaron el antifaz y las cuatro mujeres me observaban como un lobo mira a la oveja.
- Miguel, tenés que bañarte de nuevo y después te quiero acá en seguida - dijo la Dra. Negri - Enfermeras, acompáñenlo.
Me llevaron a la ducha de nuevo y esta vez pude bañarme por mis propios medios. Las dos enfermeras me controlaron y me dieron una toalla cuando terminé. Caminamos de vuelta al consultorio donde habían quedado las doctoras.
- A la silla ginecológica Miguel, con los pies en los estribos! Te vamos a asegurar. - Me avisó Adriana y ajustó cintas asegurándome las piernas. También mis muñecas fueron aseguradas a ambos lados de la camilla. La enfermera Adriana apretó un botón en un control y toda la silla se reclinó automáticamente. La Dra. Negri se acercó con una especie de máscara de goma negra que podía cubrir toda mi cabeza, y me ayudó a colocármela. Parecía ésas viejas máscaras de gas de la segunda guerra mundial. En la zona de la boca tenía un agujero con rosca como para adosarle un filtro o algún otro artefacto. Por el momento, lo dejaron libre y yo podía respirar con normalidad. La Dra. Schmidt acercó un equipo de estimulación nerviosa transcutanea por electrodos, se calzó un par de guantes de látex y empezó a desinfectar toda la zona de mi pene y testículos con alcohol. Después pegó los electrodos autoadesivos a mis testículos, mi perineo, la base y el tronco de mi pene. Obviamente, mientras hacía esto mi erección crecía. Conectó los cables y encendió el equipo. Pequeños como pinchazos de electricidad pasaban de un electrodo a otro. La enfermera Tara también se puso sus guantes de látex antes de agarrar un vibrador y empezar a pasármelo por mi pene. Cada vez que me pasaba el vibrador por el glande me llevaba al borde de la eyaculación. Pero, por supuesto, lo retiraba antes que éso pudiera pasar.
- Adriana. andá a buscar a Alexa - dijo la Dra. Schmidt.
Adriana dejó el consultorio y las otras mujeres siguieron trabajando en mi. La Dra. Negri después de ponerse sus guantes de látex agarró una pinza y la abrochó a mi tetilla derecha. La apretó y me retorció la tetilla hasta dejarla púrpura. Me la dejó colgando del pecho y agarró otra. Esta vez la abrochó a la tetilla izquierda produciendo el mismo efecto. Un rato después, entraron Alexa y Adriana. Observaron a las doctoras esperando instrucciones.
- Alexa, sacate la bombacha y hacé pis acá - le dijo la Dra. Schmidt dándole un recipiente - Mucho pis... pis tibio...
La hermosa enfermera se bajó la bombacha por sus bellas caderas redondeadas y dejó a la vista una conchita depilada. Se sentó en un banco y se acercó el recipiente. Un segundo después el spray salió de la concha llenando más de mitad del recipiente rapidamente. Más allá de los estímulos y atenciones que estaba recibiendo en mis propios centros de placer, no podía quitar la mirada de ésa conchita brillante. Se levantó y le devolvió a la Dra. Schmidt el recipiente lleno de pis. La doctora volcó el contenido en otro recipiente que roscó a una máquina de asistencia respiratoria. La Dra. Schmidt agarró el tubo de la máquina de asistencia respiratoria y lo roscó a la apertura de mi máscara. De inmediato, mi oxígeno se redujo a la mitad y tenía que hacer grandes esfuerzos para respirar a través de la máscara. El fuerte olor al pis de Alexa me llenó la nariz y la boca. Y la Dra. Negri empezó a modular el nivel de electricidad que llegaba a mi pene. Cuando aumentó, me sacudí tanto como pude. Mi pene palpitaba a medida que Tara le pasaba el vibrador por el glande. Mi cabeza se sacudía y estaba a punto de explotar. La Dra. Schmidt me acarició el pecho, deteniéndose para retorcer mis tetillas inflamadas. Le hizo una seña a la enfermera Adriana y la enfermera humedeció un trozo de algodón con el contenido de una botella marrón. Quitó la tapa del respirador que me estaba proporcionando el oxígeno, dejó el algodón dentro y volvió a cerrarlo. Una sensación tibia me invadió cuando sentí un aroma dulzón y afrodisíaco. La Dra. Schmidt acercó su boca a mi oído para susurrar.
- Miguel, estás indefenso. Estás totalmente a nuestra merced. Queremos hacerte acabar, porque así vamos a poder torturarte a un nivel mucho mayor. Si querés evitar ése tremendo dolor, simplemente no acabes.... pero no vas a poder evitarlo! - todas empezaron a reír y le dijo a Tara - Estimulale la pija y pasale el vibrador por las bolas!
- Sí doctora - Tara antes de obedecer la orden se lubricó sus manos enguantadas y me empezó a masturbar. La Dra. Negri tambien reía y aumentaba y disminuía la potencia de los electrodos a voluntad. Yo respiraba cada vez más rápido y me invadía el olor del pis de Alexa y la sustancia afrodisíaca. Podía sentir cómo el esperma se acumulaba en mis testículos y realmente estaba tratando de mantenerlo allí. Sabía que la Dra. Schmidt hablaba en serio cuando se refería a torturarme. Pero Tara tenía un objetivo y sabía exactamente cómo llevarme más allá de mi capacidad de control. Lenta, lentamente se dedicó a excitar cada nervio de mi cuerpo mientras la Dra. Schmidt me susurraba.
- Miguel, ya no tenés más el control... acabá... date el gusto... y dame el gusto... entregá tu cuerpo en sacrificio! entregate a nosotras! ya!
Soltó la pinza de mi tetilla derecha y después la de la izquierda y el dolor me llevó al delirio. El dolor combinado con el intenso placer me llevó más allá de los límites. Mi cuerpo tembló y de repente un pequeño chorro blancuzco saltó en el aire. Todos los estímulos aumentaron por diez segundos y las manos de Tara exprimían y bombeaban. A medida que el semen seguía brotando de mi pene una mirada de satisfacción invadió a las mujeres.
- Límpienlo y llévenlo de vuelta a la cama. La Dra. Negri y yo tenemos que descansar. Y Miguel también, quiero que descanse bien antes de la cirugía - dijo la Dra. Schmidt sonriendo. Usaron una toalla húmeda tibia para limpiarme, me liberaron de las ataduras y me llevaron a mi cama donde enseguida noté que me dejaron sujetado con las fijaciones que usan para los enfermos mentales. Me colocaron el antifaz ciego y escuché como todas dejaban la habitación. Estaba exhausto y, aunque le tenía mucho miedo a lo que pudiera pasar, más que nada lo que necesitaba era dormir.
Me despertaron horas más tarde, no sé cuantas, pero sentí que me sacaban el antifaz de la cara. Allí estaban las enfermeras Susana y Karen, las dos con ambos verdes de cirugía, cofias y sus barbijos colgando del cuello.
- Hora de despertarse Miguel - dijo Susana - Hoy te tenemos preparado un día muy ocupado. La Dra. Negri programó una cirugía muy especial para vos, pero tenemos que prepararte primero. Te tenemos que dejar bien limpito y listo para poder cortar...
Las dos enfermeras se sonrieron del comentario y supe que era una referencia a la advertencia que me había hecho la Dra. Schmidt.
- Vamos al baño para poder limpiarte y todo lo demás - dijo la enfermera Karen con una sonrisa. Después de liberarme, me agarraron de ambos brazos y me llevaron por el pasilllo hasta el baño. Allí me esposaron a la pared con mis brazos sobre mi cabeza. Podía ver a las dos mujeres preparándose no sé para qué. Estaba corriendo agua tibia y había cintas de goma y esposas listas al lado de una camilla.
- Te tenemos que dejar bien limpito, vamos a la bañera - me dijo Susana con un tono autoritario. Me liberó de las esposas y me acompañó hasta la bañera. Estaba llena de agua tibia y se sitió agradable apenas puse mis pies dentro. Yo me senté y las dos enfermeras se pusieron unos guantes de goma.
- Pies - me demandó la enfermera Karen. Me agarró el pié derecho, lo sacó por sobre el borde de la bañera y lo aseguró con una cinta de goma. El otro extremo de la cinta lo fijó a una silla, que me obligaba a mantener mi pierna en ésa posición. Repitió el proceso con mi pierna izquierda y con ambos brazos. Quedé de espaldas y con mis brazos y pernas extendidos.
- Ahora abrí grande la boquita - dijo la enfermera Susana mientras me pasaba una cinta alrededor de la cabeza - No queremos que te muerdas la legua, sabés?
La parte que entraba en mi boca tenía una especie de embudo de goma. Ahora entendía cuáles eran sus intenciones, pero era demasiado tarde para intentar nada. Supliqué con mi mirada y algunos balbuceos, pero no me prestaron atención.
- La verdad es que no sabía si íbamos a terminar antes de reventar - dijo Karen - sostenele la cabeza que tengo que empezar.
Las manos con guantes de goma de Susana sostuvieron firmemente mi cabeza contra la bañera y Karen se quitó calzado y bombacha y se ubicó justo sobre mi cabeza. Miré su concha flotando unos centímetros sobre mi cara y ví el primer chorro de pis saliendo y corriendo por el embudo directo a mi boca. Tragué el líquido acre y me preparé para recibir más. Mucho más fue lo que recibí en un chorro continuo. Traté de retorcerme, pero Susana me mantenía la cabeza en su lugar y me pellizcaba brutalmente las orejas como castigo a mi resistencia. Debe haber orinado más de un cuarto litro y suspiró de alivio al terminar.
- Mi turno. De mirarte me dieron unas ganas tremendas - dijo Susana. Las mujeres cambiaron sus lugares y Susana se inclinó sobre mí de espaldas a Karen. Mientras me preparaba para otro asalto, sentí la mano enguantada de Susana masturbándome. Un chorro de pis arrancó un momento después, y tragué lo más rápido que pude para no atragantarme. Susana orinó al menos lo mismo que Karen y yo sentía mucho líquido en mis tripas. Flotó justo frente a mi cara cuando terminó permitiéndome verle la concha y cómo me masturbaba al mismo tiempo.
- Mirá qué dura que se le pone Karen! Es asqueroso! Limpiémoslo y empecemos a prepararlo. Este nene necesita que lo operemos cuanto antes.
Abrieron el desagüe de la bañera y el agua y un poco de pis empezaron a drenar. Karen prendió la ducha de mano y me lavó. Me enjuagaron con agua tibia y me liberaron. Mientras Susana me secaba Karen trajo una camisa de fuerza. Me empujaron a una silla y allí hice mi intento de escape. Esperaba que ninguna de las enfermeras conociera la "palabra mágica", pero pronto supe que estaba equivocado y me encontraba de cara contra el piso de mosaico. Me pusieron la camisa de fuerza y me llevaron tirando de mis testículos hasta una cama hasta que recuperé mi movilidad. Susana me pegó varias cachetadas en la cara y me retó por ser un "nene desobediente". Me dejaron atado y a oscuras. Pasó una hora en la que me pregunté que me iba a pasar. Me sobresalté cuando cuatro mujeres entraron en la habitación y encendieron las luces.
- A cirugía! El nene va a pagar por todos esos malos pensamientos...
Me pusieron de pié y me tiraron a una silla de ruedas. Me llevaron a través de varios pasillos hasta llegar a una puerta doble con un cartel que indicaba: "Quirófanos". Allí se detuvieron y todas se levantaron sus barbijos cubriendo sus caras. Yo me asusté.
- No... no... por favor!.. no...
- Hora de operar... procedamos - dijo una de las mujeres y cruzamos las puertas hasta llegar a la sala de operaciones. Tenía azulejos verdes de piso a techo y una mesa de operaciones de acero inoxidable justo en el medio, con varias lámparas redondas todo alrededor. Había un par de gabinetes metálicos contra la pared, llenos de instrumental médico. Me levantaron de la silla, me quitaron la camisa de fuerza y me tiraron completamente desnudo sobre la mesa de operaciones.
La Dra. Schmidt se inclinó a mi lado y murmuró en mi oído.
- "Sappho"
Me desmayé sobre la mesa y rápidamente Karen y Tara aseguraron mis manos por sobre mi cabeza y mis piernas a los estribos muy abiertas. Pusieron una máscara de oxígeno sobre mi cara y trajeron unos tanques hasta el costado de la mesa. Ubicaron las luces de modo que mi pene, testículos y ano quedaron expuestos e iluminados. Todas se pusieron batas de cirugía verdes y se calzaron guantes de cirugía, tomándose su tiempo para asegurarse que calzaran perfectamente a sus manos. La Dra. Negri se paró a mi lado sosteniendo sus manos sobre su cintura.
- Cómo te sentís bebé? - me preguntó detrás de su barbijo.
- Por favor.... no me operen.... - supliqué
- No tengas miedo, ahora solamente te voy a revisar la colita
- Noooo.... mamita nooo... por favor!!!! - y todas se rieron.
- Shhhhh.... mamita y la Dra. Schmidt te van a operar... portate bien - la Dra. Negri se ubicó entre mis piertas y extendió su mano - Lubricante!
La enfermera Karen derramó un gel transparente y espeso en el guante de la Dra, Negri. Sentí si dedo penetrándome el recto y girando dentro mío. Un segundo y un tercer dedo entraron y revolvieron en mi interior. Después los dedos deslizándose hacia afuera y la sensación de vacío. La Dra. Negri descartó el guante.
- Está limpio - anunció al grupo, mientras se ponía el nuevo guante - las enemas hicieron efecto.
- Entonces procedamos con el retractor anal - dijo la Dra. Schmidt mientras levantaba una gran herramienta metálica y brillante y se posicionaba entre mis piernas.
- Miguel, tenés un culito muy estrecho.
- Pobrecito mi bebé! - contestó la Dra. Negri - Lo mejor va a ser que soluciones ése problemita.
- Vamos a dilatarlo un poquito, a ver si lo hacemos más flexible - la Dra. Schmidt lubricó el instrumento y me lo insertó en el ano. Lo deslizó hasta bien adentro y, una vez allí, empezó a abrirlo. Podía sentirlo expandirse dentro mío y cuando estuvo abierto al máximo, ella procedió a girar unos tornillos que lo hicieron abrirse todavía más. Yo empecé a suplicar, pero todas me ignoraban. Cuando estuvo conforme con mi dilatación la Dra. Schmidt agarró un algodón húmedo con unas pinzas y me lo introdujo por el ano. Lo sentí tocando mis órganos internos y un momento después empezó el ardor. Yo me sacudí.
- Tranquilito... tranquilito... es un poco de aceite de canela para mantenerte despierto.... Señoras, vamos a proceder con la operación. Traigan el instrumental!
La Dra. Negri se paró al lado de la Dra. Schmidt y revisando el instrumento en mi ano comentó:
- Qué te parece si le dejamos el retractor colocado antes que yo inicie el procedimiento rectal?
- Perfecto! - adhirió la Dra. Schmidt y me miró - Mami se va a ocupar de tu colita.
- Mami... me va a doler? - le pregunté a la Dra. Negri.
- Tranquilo mi amor, - me respondió con dulzura - antes mami y la doctora te vamos a operar para extirparte la próstata.
- Noooooo.... por favorrrrr noooooo!!!!! - grité desesperado. Pero en medio de risas una gran actividad empezó a desplegarse en la sala de operaciones. Trajeron varias bandejas con instrumental quirúrgico cubiertas por toallas verdes y las colocaron prolijamente alrededor de la mesa de operaciones.
Las doctoras se ubicaron entre mis piernas y me desinfectaron toda el área del perineo, el ano, los testículos y el pene. La enfermera Tara preparó una jeringa y se la entregó a la Dra. Schmidt. La doctora verificó que no quedara aire en la jeringa y procedió a inyectarme. Sólo sentí el pinchazo y a partir de ése momento no hubo más dolor en el área. Pero podía verlas mientras me operaban.
- Bisturí!
- Separadores!
- Clips!
- Pinzas!
- La próstata parece estar sana... pero igual la vamos a extirpar...
- Tijeras!
- Sutura!
Todo el procedimiento se llevó a cabo sin piedad. Yo me quejaba y les pedía que me dejaran ir, pero me ignoraban. De repente las doctoras abandonaron su lugar entre mis piernas y se ubicaron una a cada lado de mi cara. De modo que pude verlas, con sus guantes y batas cubiertas por mi sangre. Empecé a llorar.
- Cómo estás bebé? - me preguntó la Dra. Negri.
- Me duele... mamá... - contesté.
- La doctora te extirpó la próstata. La operación fue un éxito.
- Gra... gracias doctora - dije entre lágrimas.
- Miguel, pese a la operación, no veo progreso en tu patología - manifestó la Dra. Schmidt mientras me retiraba el prepucio y dejaba expuesto mi glande, provocando mi inmediata erección.
- Ahhhhh.... no, no, no.... por favor mamá.... no me toquen más.... por favor! - les pedí. Pero de inmediato la Dra. Negri me empezo a estimular el glande.
- Los síntomas son muy claros, lo voy a tener que intervenir ahora mismo - dijo la Dra. Negri y levantó la cabeza para consultar con la Dra. Schmidt - Me asistís?
- Con gusto, va a ser un honor - respondió la Dra. Schmidt y las dos mi miraron sonrientes.
- Mamita te va a operar Miguel. No te asustes - anunció la Dra. Negri.
- Noooooooo.... por favor!!! - lloré.
- Señoras, desinfecten el área. Guantes nuevos para operar!
Todas se cambaron los guantes y pronto Tara me estaba pasando un algodón con alcohol por el pene, testículo y perineo. Ardía.
- Karen, dale óxido nitroso. Lo quiero relajado, pero totalmente consciente y despierto - dijo la Dra. Negri. La enfermera Karen giró una válvula y en seguida escuché el soplido. Me invadió un sentimiento cálido y me sentía como flotando. Al mismo tiempo la Dra. Negri levantó unas pinzas Foerster, me las mostró y las atrapóla piel de mi escroto. La Dra. Schmidt levantó una pinza con una aguja de sutura y me la mostró.
- Miguel, esto te va a doler a vos más que a nosotras - y riendo acercó la aguja al escroto que sostenía la Dra. Negri. En seguida, atravesó mi escroto. La Dra. Negri usó de nuevo la pinza para atrapar un poc más de piel, y con la aguja la cosieron al punto anterior. Yo me sobresaltaba de dolor, de una extraña manera podía sentir lo que me estaba pasando y me sentía evadido de la realidad al mismo tiempo. La Dra. Negri me agarró el glande y lo introdujo en la "bolsita" que habían hecho cosiendo la piel de mi escroto. Así me hicieron media docena de puntos más entre el escroto y el pene y de pronto sólo el orificio de mi pene había quedado a la vista.
- Con esto te vamos a controlar ésas erecciones. - dijo la Dra. Negri - Ahora volvamos a concentrarnos en el culito del nene.
Desatornilló el retractor anal y lo cerró mientras todavía estaba en mi recto. Lo deslizó lentamente hacia afuera y lo depositó en una bandeja. Trajeron otra bandeja de acero inoxidable con un juego completo de plugs anales de goma y empezaron a lubricar el primero. Se lo entregaron a la Dra. Negri y ella lo apoyó contra mi ano. Con un movimiento rápido me penetró. Yo empecé a jadear y aspirar óxido nitroso. Me sacaron el plug y empezaron a lubricar otro más grande.
- Dale gas afrodisíaco Karen - y la enfermera cerró unas válvulas y abrió otras y de inmediato nuevos sentimientos me invadieron.
- Señoras, mientras lo penetro rectalmente ustedes procedan con las agujas - dijo la Dra. Negri.
- Gran idea! - dijo la otra doctora y prepararon una bandeja con media docena de agujas, Tara y Karen también trajeron agujas de acupuntura y pronto estuvieron listas.
La Dra. Negri empezó a penetrarme lentamente pero cada vez más profundo, deslizándolo hacia adentro y hacia afuera y la Dra. Schmidt y las enfermeras se preparaban para empezar a clavarme las agujas. La doctora me agarró una tetilla y lentamente la atravesó con una aguja. Mientras tanto, la enfermera Tara empezaba a clavar las agujas de acupuntura alrededor de mi pene y testículos y la enfermera Karen clavaba sus agujas de acupuntura en mi escroto. Yo estaba con un dolor intolerable, me sacudí pero no pude moverme ni medio centímetro. Seis agujas atrevesaron mis tetillas y al menos una docena de agujas de acupuntura estaban insertadas por toda la zona de mi pubis. Cuando clavaron la última aguja la Dra. Negri me penetró con fuerza por última vez apretando el plug dentro de mi ano. Casi me desmayo.
- Está listo para la extracción de semen. Mostrémosle que está a nuestra merced - se rió la Dra. Schmidt. Tara levantó un vibrador y lo empezó a pasar por el pedacito de glande que ya asomaba por entre la piel de mi escroto. A medida que el vibrador se movía por mi glande mi pene se agrandaba más y más asomando entre la bolsa que formaba mi escroto cosido. La enfermera Karen se ubicó a mi lado y me empezó a acariciar el rostro con manos tibias por la sangre que cubría sus suaves guantes y me susurraba.
- Vamos, entregate.... no podés resistirte... acá, en la sala de operaciones, sos nuestro... tu cuerpo pertenece a las doctoras....
La Dra. Negri se acercó para estimular mis tetillas y la Dra. Schmidt me acariciaba los testículos. Sentía como el semen se acumulaba dentro mío, pero el dolor de mi pene contraído evitaba la liberación. Yo gritaba y lloraba y me debatía entre el dolor y el placer. Cuando eyaculé tuve una gran sacudida porque llegó de repente. Un espeso chorro de semen salió de mi pene y derramo por mi pierna. Respiraba agitado cuando la ví a Tara y las demás mujeres bajando sus barbijos. La Dra. Schmidt sacó de uno de los gabinetes una botellita con un líquido transparente. Cargó una jeringa y la inyectó en la vía.
- Dulces sueños.
La visión de las cuatro mujeres se fue desvaneciendo hasta desaparecer.
- La Dra. Schmidt lo quiere limpio para la operación, así que vamos a hacerle un lavaje de vejiga. Enfermera Tara, quite la bolsa de recolección, cierre la válvula y prepare solución salina. Empecemos con 1500 cc.
La enfermera acercó una bandeja y se puso un par de guantes de látex. Cerró la válvula del catéter y desenchufó la bolsa recolectora. Cargó una jeringa con 500 cc de solución estéril y se la ofreció a la Dra. Negri. La doctora sacó de sus bolsillos unos guantes de látex y se los colocó, asegurándose que cada dedo calzara perfectamente. Después tomó la jeringa y la conectó al catéter que entraba en mi uretra. La enfermera abrió la válvula y la doctora inyectó el agua en mi vejiga. La enfermera Tara volvió a cerrar la válvula y recibió la jeringa vacía de la Doctora para volver a llenarla. La llenó y repitieron el proceso. Ya tenía 1000cc en la vejiga y me sentía con bastante dolor.
- Una jeringa más, pera ver cómo reacciona el paciente - dijo la Dra. Negri.
- No! Por favor no Doctora! Voy a reventar! - supliqué. Pero la Dra. Negri me ignoró y le extendió la jeringa a la enfermera Tara para que prepare otra dosis y me advirtió - Las profesionales acá somos nosotras, no te atrevas a decirnos cómo hacer nuestro trabajo!
Me inyectaron otros 500cc y cerraron la válvula.
- Dejemos que la solución lo limpie bien, digamos por unos cinco minutos, y después lo drenamos a una bolsa de recolección nueva. Voy a ver que todo esté listo en el quirófano - dijo la Dra. Negri mientras descartaba sus guantes y salía de la habitación.
Yo intentaba rodar de lado a lado para hacer más soportable el dolor. La enfermera Tara fué hasta el lavatorio y humedeció una toalla, volvió y me la pasó por la frente y la cara. Miró un reloj y me dijo que sólo faltaban un par de minutos más. Quitó las bandas elásticas de mi pene y testículos y me pasó la toalla con agua tibia por la zona. Fue una sensación muy agradable y por primera vez en mucho tiempo pude sentir algo de placer. De no ser por el dolor en la vejiga, seguramente hubiera tenido una erección. Con alegría vi como la enfermera Tara conectaba una nueva bolsa de recolección al catéter.
- Cómo se dice? - me preguntó burlándose de mi.
- Oh, por favor señora enfermera, puede sacar el agua de mi vejiga.... por favor?
- Muy bien, estás aprendiendo a obedecer como corresponde - y abrió la válvula para que la solución corra por el tubo hasta la bolsa.
- Ahhh.... gracias... muchas gracias.... muchas gracias señora enfermera - suspiré y sonreí aliviado y en eterna gratitud. La solución corrió por un minuto y luego empezó a detenerse. Yo permanecí acostado, sintiendo como el líquido drenaba de mi pene y teniendo pensamientos agradables; la enfermera Tara juntaba los elementos que había usado y los colocaba de vuelta en la bandeja.
- Miguel, te voy a dejar que drene por un par de minutos. Después creo que te vamos a retirar el catéter y el plug de la cola y te vamos a dejar que te des una ducha. No la pasaste bien y lo mejor ahora es que te limpies. Ahora estoy sola y no quisiera tener que usar la "palabra mágica", hay mucho riesgo de que te lastimes, así que lo que voy a hacer es ponerte unas esposas. Y como con las esposas puestas no te vas a poder limpiar como corresponde, yo te voy a limpiar. Pero como no podemos permitir que mi ambo se moje, me lo voy a tener que quitar y me voy a poner un delantal plástico que es transparente, y vos me verías casi desnuda. Éso es inaceptable, de modo que también te voy a tener que colocar el antifaz ciego mientras te baño.
Yo me quedé mirando a mi angel de la merced, e hice todo lo que pude para no tener una erección pensando en ella desnuda. Ella me desinfectó el glande con un algodón con alcohol y cerró la válvula. Retiró y descartó la bolsa colectora y quitó el aire del globo que sostenía al catéter. Después, con movimientos muy suaves, empezó a retirar el catéter deslizándolo a través de mi uretra. A medida que salía el ardor aumentaba, pero finalmente estuvo fuera de mi pene. Seguía teniendo ganas de orinar, pero sabía que mi vejiga estaba vacía. Tara dejó el catéter usado en la bandeja y me acarició la mejilla. Un segundo después me esposaba la muñeca izquierda.
- Bueno mi amor, cuando libere tu mano izquierda de la cinta de sujección quiero que gires sobre tu lado derecho así te esposo la otra muñeca - liberó la cinta, levantó mi hombro y empujó para ayudarme a quedar con mi muñeca derecha lista para ser esposada y, cuando quedé boca abajo, cerró las esposas.
- Te voy a sacar el plug de la colita... pero no quiero que derrames ni una sola gota, está claro?
- Sí, señora enfermera
- Está claro?! - repreguntó, dándome una ruidosa palmada en la cola.
- Sí, sí, sí.... señora enfermera.... ni una sola gota - contenté.
Con un movimiento giratorio suave, fue quitando el plug de mi ano y realmente no dejé caer ni una gota manteniendo mis nalgas lo más cerradas que pude. Ni se me ocurría escapar porque ella realmente no me había dejado ninguna chance. Además porque la enfermera me estaba tratando mejor que nadie hasta ahora. Liberó mis piernas y me ayudó a sentarme en la cama para ir a la ducha. Me sostenía del hombro para darme estabilidad mientras íbamos al baño. Después de unos minutos en el inodoro donde me deshice de lo que hubiera quedado de vino en mi cuerpo, luché por ponerme de pié y caminar hasta la ducha. Tara me sostenía por el brazo. La ducha era realmente enorme.
- Lo mejor va a ser que te sientes - me dijo la enfermera Tara. Trajo una especie de banco metálico blanco y lo apoyó contra la pared de la ducha.
- Sentate acá - me señaló. Yo me senté y retrocedí cuando mi espalda hizo contacto con la fría pared de azulejos. Me adelanté un poco y ví como la enfermera Tara sacaba el antifaz ciego de uno de los bolsillos de su ambo.
- Vamos... cerrá los ojitos - me puso el antifaz ciego de goma y de nuevo quedé en la oscuridad. Esperaba que, durante el baño el antifaz se corriera lo suficiente para ver aunque sea una mínima oteada del hermoso cuerpo desnudo de Tara.
- Voy a quitarme el ambo y ponerme el delantal. En seguida vuelvo - la escuché moverse y atando las cintas del delantal. Sentí el típico sonido de los guantes de goma y traté de mover la cabeza a un lado y otro para tratar de verla desnudándose. Logré que un mínimo rayo de luz llegara a mis ojos. La escuché acercarse y encender la ducha.
- Quiero que esté tibia, así que la vamos a dejar correr un rato. Miguel, estoy segura que todavía no entendés qué es lo que te está pasando, pero en un par de días vas a aceptar tu situación. Creo que ya conociste a todo el grupo, y como en todo grupo, cada una tiene su personalidad. Algunas realmente disfrutan viendo sufrir a un hombre, a otras les parece muy estimulante someter al hombre para que alimente sus placeres sexuales, y después hay otras como yo que amamos provocar dolor y placer al mismo tiempo y nos encanta compartirlo con gente que tenga la mente abierta. Mi amor, la Dra. Negri pudo ver en lo más profundo de tu alma y descubrió que el dolor y el placer producen la máxima experiencia sexual para vos. A lo mejor, ella sabe de vos más que vos mismo. Lo mejor que podés hacer es imaginar qué mujer es la que mejor te va a dominar. Por mí, ya me calienta verte ahí sentado, a mi merced...
De repente el agua empezó a correr sobre mí y, a diferencia de la anterior, esta estaba a la temperatura perfecta. Todo mi cuerpo estaba mojado y sentí como dejaba la ducha en su lugar. Después sentí como Tara empezaba a pasar una esponja jabonosa por mi pecho. Podía sentir el aroma y la textura del delantal y los guantes cuando me rozaban. Continuó con mi cabeza y cuello.
- Levantá los brazos - ordenó. Cuando lo hice miré hacia abajo y pude ver un poco de su pié desnudo. Me sobresalté y levanté la cabeza levemente para ver si podía mirar sus piernas a través del delantal. Me lavó las axilas y dejó la esponja en un estante. Volvió a tomar la ducha y me enjuagó. El agua estaba tibia y con las imágenes del cuerpo desnudo de Tara en mi mente, empecé a tener una erección. Volvió a dejar la ducha y retomó la esponja para empezar a lavarme la piernas y pubis.
- Estás teniendo malos pensamientos bebé? - me susurró cuando notó que estaba totalmente erecto. Yo asentí con la cabeza justo en el momento que sus suaves guantes empezaban a lavarme el pene.
- Aaaahhhhh..... - suspiré de placer. Ella estaba disfrutando el efecto que producía en mi y deslizó su mano todo a lo largo de mi pene. Cada 30 segundos me soltaba para luego volver acariciarme con sus manos enguantadas llenas de jabón. Yo sabía que si ella continuaba yo iba a eyacular, pero mi enfermera parecía saber exactamente cuándo llegaba a mi límite y se detenía justo antes de llegar al punto sin retorno. Después de pasar el jabón por última vez, me dio un enjuague final por todo el cuerpo y me ayudó a salir de la ducha. Me dijo que la espere allí, que ella se iba a hacer cargo de mi. Pasaron unos minutos y estaba empezando a sentir frío cuando me quitó el antifaz ciego y la ví parada frente a mí con su ambo celeste y una toalla en la mano. Me secó, prestándole especial atención a mi pene. Yo estaba muy duro y ella me retaba diciéndome que yo era un "nene desobediente". Para regresar a la habitación, ella me llevó sosteniéndome el pene a través del pasillo.
- Lo mejor va ser que te meta en la cama y te prepare para la Dra. Negri - dijo Tara. Me senté en la cama y me acosté. Mientras me recostaba Tara dijo: "Sappho" y quedé paralizado de nuevo.
- Necesito trabajar rápido y no quiero correr el riesgo de que trates de escaparte Miguel - me quitó las esposas y me dejó boca arriba. Aseguró mis muñecas y tobillos a la cama, dejándome con las piernas abiertas. Estaba recobrando la sensibilidad en mis extremidades cuando me dijo que era hora que le recompense su amabilidad. Se quitó los pantalones del ambo, trepó en la cama y puso su vagina contra mi boca.
- Chupá bebé. Haceme acabar y a lo mejor te devuelvo el favor.
Empecé a chuparle la vagina con movimientos largos y lentos y pronto empezó a caer su dulce flujo en mi boca. Presionó su vagina contra mi boca y luego la levantó para permitirme respirar. Empecé a concentrarme en su clítoris y por cómo se movía me dí cuenta que estaba por acabar. Sus movimientos se volvieron más irregulares y acabó liberando su flujo en mi cara. Se estremeció y yo la seguí chupando hasta que se retiró. Se bajó de la cama y me susurró al oído.
- A lo mejor la Dra. Negri nos escuchó y no quiero que sepa lo que acabamos de hacer... o los dos la vamos a pasar realmente mal - se puso de nuevo los pantalones del ambo y me se calzó un par de guantes de látex. Me acarició el pene suavemente y yo casi que le estaba cogiendo los dedos y hubiera acabado si Tara de repente no me hubiera soltado.
- Miguel, te dije que tenés que aprender a respetar a tus doctoras y enfermeras, y ésa pija dura claramente me demuestra que no me estás obedeciendo como corresponde - en cuanto terminó de retarme la Dra. Negri entraba en la habitación. Obviamente Tara la había escuchado acercarse y empezó a disimular para aparentar.
- Cómo anda el paciente? - preguntó la Dra. Negri apenas entró en la habitación.
- Sigue sin poder controlar ése pene - contestó Tara suspirando. La Dra. Negri se acercó hasta la cama poniéndose un par de guantes de látex y me dio una buena palmada en el pene.
- No estás respondiendo al tratamiento Miguel, qué vamos a hacer para que aprendas a obedecer? Creo que voy a intentar con algo de hipnosis a ver si podemos avanzar con tu tratamiento. Enfermera, traiga la lámpara. Lo voy a poner en trance.
La enfermera Tara trajo una lámpara de cirugía y la encendió apuntando directo a mis ojos. La Dra. Negri se sentó frente a mí y me ordenó que la mire fijamente. Ella me miraba y me dijo que sólo me concentre en sus palabras. Yo realmente quería evitar entrar en trance y no estaba seguro de lo que ella haría conmigo, pero de repente pronunció alguna palabra clave que me puso en un estado de completa inconsciencia.
En cuanto perdí contacto con la realidad la Dra. Negri procedió a explicarle a la enfermera Tara.
- Ahora sabés que lo que en realidad buscamos es justo lo opuesto de lo que le pedimos a Miguel, lo queremos en un permanente estado de excitación y frustración sexual - la Dra. Negri tomó mi pene entre sus dedos enguantados y continuó - No está completamente erecto. Enfermera, inyéctele una dosis de Viagra. Después de todo, lo queremos con toda la sensibilidad posible durante sus tratamientos - dijo sonriente la Dra. Negri. La enfermera Tara levantó una jeringa de la bandeja e inyectó el Viagra en la vía que entraba en mi vena. Yo seguía inconsciente y desprevenido de lo que estaba pasando. Una vez satisfechas, me sacaron del trance y una vez más quedé bajo la observación de estas dos mujeres.
- Miguel, parece que seguís rechazando el tratamiento, por qué? - preguntó la Dra. Negri.
- Yo... yo... no quiero rechazar nada Doctora.... yo quiero... colaborar... Doctora... - fue mi respuesta.
- Paciente, esto es un claro rechazo al tratamiento! - me dijo mientras me agarraba firmemente el pene y lo abofeteaba - El paciente no ve el problema. A lo mejor tenemos que hacerlo más visible. Enfermera, la bomba de vacío.
La enfermera salió de la habitación y regresó poco después con una bandeja de acero inoxidable con un aparato de vacío. En seguida la Dra. Negri inició el nuevo procedimiento.
- Lubricante - solicitó, extendiendo su mano. La enfermera Tara le entregó una pinza con algodón embebido en lubricante quirúrgico que la doctora pronto empezó a deslizar a lo largo de mi pene. Si bien se sentía frío, también era extremadamente suave y espeso y se deslizaba de manera fluida. Era muy agradable y mi pene se puso muy erecto. La doctora observó satisfecha.
- Perfecto - dijo, y en seguida devolvió la pinza y pidió - bomba de vacío.
La enfermera levantó de la mesa un tubo transparente de unos 10 cms de diámetro por 30 cms de largo y con cuidado se lo dio a la Dra. Negri. Ella tomó mi pene completamente erecto entre sus dedos y lo deslizó dentro del tubo. Para cuando había terminado la enfermera la estaba esperando con una manguera de goma corta con una especie de gatillo en el extremo. La doctora agarró la manguera, mientras la enfermera Tara sostenía el tubo con mi pene dentro, y conectó el otro extremo al tubo.
- Estamos listas para empezar - anunció la Dra, Negri y me miró - Ahora voy a extraer el aire de la probeta. Por diferencia de presión la sangre va a llegar las cavidades venosas de tu pene - y agregó sonriendo - haciéndolo que aumente de tamaño.
La doctora presionó un par de veces el gatillo y de inmediato sentí como si una enorme fuerza estuviera succionando mi pene. Tuve un sobresalto y la doctora y la enfermera empezaron a reír.
- Este tipo de tratamiento normalmente se usa en pacientes con problemas para mantener una erección - explicó la Dra. Negri - Cuando se aplica en un caso como el tuyo, los tejidos del pene deben resistir una tremenda presión... al límite de lo tolerable - y apretó el gatillo dos veces más. No sólo sentía sino que podía ver a mi pene agrandándose a un tamaño impensado dentro del tubo, pero el dolor también era enorme.
- Aaaagggghhhhh..... ba.... basta.... por favor, doctora.... bastaaaa!!!
- Naturalmente tu cuerpo también percibe el mayor flujo de sangre a tu pene y comienza a producir más semen que se va a almacenar en tus testículos - entregándole el gatillo a la enfermera, en seguida recibió a cambio unos anillos de goma negra que colocó muy ajustados entre la base de mi pene y del escroto, mientras agregaba - Esto va a impedir que la sangre retroceda, por lo que vamos a tener una buena erección por un rato.... para que puedas verla bien.
- Noooo.... por favor doctora, no.... se lo ruegoooo.... - susurré, pero sólo conseguí que la enfermera Tara apretara una vez más el gatillo, aumentando el tamaño de mi pene y mi dolor - aaaaaaahhhhhh....
- Suficiente - decretó la Dra. Negri desconectando la manguera del tubo que permanecía al vacío, provocándome gran dolor. La enfermera Tara me examinó los testículos.
- Ya empiezan a manifestarse los primeros síntomas, doctora - dijo.
- Aumenta el volumen y la temperatura? - consultó la Dra, Negri.
- Correcto.
- Muy bien... Quiero que mires bien tu pene Miguel. Y aprovechá para reflexionar - la doctora me acarició la cara antes de quitarse los guantes - Tenés que empezar a obedecer o te vamos a tener que operar, Miguel.
- Noooo doctora!.... Por favor.... no....
La Dra. Negri sólo sonrió y se fue dejándome con la enfermera Tara que se acercó y me acariciaba suavemente los testículos.
- En un rato volvemos, mi amor - me dijo, y salió de la habitación quitándose los guantes y suspirando, sabiendo que yo quedaba totalmente indefenso y adolorido. Traté de moverme y retorcerme pero el efecto fue que el dolor en mi pene y testículos aumentara, a medida que más y más sangre fluía a mis zonas erógenas. Permanecí de ése modo por una media hora. Escuché voces en el pasillo y levanté la cabeza para ver quién se acercaba. Entraron la Dra. Schmidt, la Dra. Negri, la enfermera Tara y la enfermera Adriana. Todas se ubicaron alrededor de la cama y me observaban y conversaban entre ellas.
- Lo mejor va a ser quitarle la bomba y dejarlo para que ceda la erección - todas se pusieron sus guantes de látex y la Dra. Schmidt lentamente me liberó el pene y testículos de los aros de goma mientras la Dra. Negri abría una válvula del tubo, terminando el vacío y dejando mi pene suelto, pero muy erecto. Apenas empezaron a examinar mis testículos, me quejé del dolor.
- Aaaaaahhhhh.....
- Qué te parece? - preguntó la Dra. Negri.
- Están completamente llenos de semen. Vamos a tener que liberarlos - contestó la Dra. Schmidt y después me miró - Quiero hacerte un tratamiento prostático. Vamos a probar con algo completamente distinto.
La Dra. Negri miró a las enfermeras y ordenó:
- Llévenlo a "Proctología"
- Sí Doctora - contestaron al unísono.
Las enfermeras me pusieron el antifaz ciego, me agarraron una de cada brazo y me guiaron a través de un largo pasillo. Entramos a un lugar que tenía un fuerte aroma a desinfectante y me quitaron el antifaz. La sala era amplia y parecía un consultorio común y corriente, con azulejos de piso a techo, mesas y gabinetes con instrumental médico por todas partes y una camilla rara en el centro. Tenía la forma de una especie de reclinatorio, pero con cintas de sujección para mis brazos, piernas y espalda. Yo me quedé petrificado y con la boca abierta, pero la enfermera Adriana me dió una palmada bastante fuerte en mi cola, como para que siga avanzando.
- Vamos, no nos hagas perder tiempo - me dijo mientras aplicaba el golpe - De rodillas!
Sin oponer más resistencia me arrodillé en la camilla y mis tobillos y piernas fueron eficazmente sujetados. Pasaron una cinta que ajustaba mi espalda y me obligaba a apoyar el abdomen contra la plana superficie de la camilla. Las enfermeras Tara y Adriana agarraron cada uno de mis brazos, los estiraron frente a mi y los sujetaron desde las muñecas. Alguna de las dos pisó un comando y toda la camilla se inclinó un poco. Quedé con la cabeza hacia abajo y mi ano completamente expuesto.
- Tratá de relajarte - me aconsejó Tara. Ambas fueron hasta un lavatorio y empezaron a lavarse las manos.
Unos minutos después entraron las doctoras. Se habían quitado los guardapolvos blancos y sólo tenían sus ambos verdes y los barbijos colgando del cuello. Venían conversando despreocupadamente y se detuvieron al verme frente a ellas.
- Qué linda colita... - comentó la Dra. Negri. Las doctoras y las enfermeras se terminaron de lavar las manos y tomaron de unos ganchos en la pared unos delantales que parecían ser de algún material plástico o de goma, se los colocaron y ataron a la espalda. El color blancuzco de los delantales contrataba con claras manchas que iban del amarillo al marrón, pasando por el rojo, claros recuerdos de procedimientos practicados anteriormente. Yo abrí muy grande mis ojos y empecé a asustarme.
- Por.... favor... noooo - dije casi suplicando.
Colgando del lavatorio había varios pares de guantes para exámenes ginecológicos, un poco más gruesos que los de látex y más oscuros y que llegan hasta el codo. Todas tomaron un par y se los pusieron.
- Tenemos que protegernos bien - arrancó la Dra. Schmidt - Digamos que vamos a entrar en un terreno un poco más... sucio - y todas compartieron una risita cómplice mientras se ubicaban a mi alrededor. La Dra. Schmidt me tomó el rostro con ambas manos, haciéndome que la mire directamente - Todavía tenés la pija muy dura, Miguel.
- Sí, sí, sí, doctora - le contesté, esperando un poco de alivio.
- Bueno, vamos a proceder con el tratamiento prostático - dijo la doctora, y miró a la Dra. Negri - Querés empezar?
- Con gusto - respondió la Dra. Negri y ordenó - Enfermeras, expónganlo!
De inmediato sentí las manos de las enfermeras Adriana y Tara abriéndome los glúteos hasta dejar mi orificio anal totalmente a la vista. La Dra. Negri empezó a deslizar sus dedos, penetrándome y girando dentro mío.
- Aaaaayyyyyy...!!! - grité de dolor, pero la Dra. Schmidt sostuvo mi cara apretada contra su delantal, que olía a goma y mugre.
- Tranquilo, tranquilo... dejá que la doctora te revise - me consoló la Dra. Schmidt.
- Tiene la próstata levemente agrandada, me gustaría que vos también la revises - sentí que decía la Dra. Negri mientras sus dedos jugueteaban con mis órganos internos. De repente empecé a sentir una incontrolable necesidad de eyacular, pero no era como siempre, era una sensación completamente nueva.
- Ay... ay... qué... qué pasa?.. Qué me está pasando? - pregunté asustado.
- Quietito bebé, quietito.... ahora tu culito es mío - me dijo la Dra. Negri mientras me seguía masajeando la próstata y ahora también agarraba mi pene con la otra mano y me retraía el prepucio - y esta pijita tambien!
- Aaaaaggghhhhh..... - era mi queja entre dolor y placer, ya que mi glande expuesto era muy sensible.
- A ver Miguel, portate bien - me dijo la Dra. Schmidt mientras me presionaba contra el inmundo delantal y me acariciaba suavemente el glande con su mano cubierta por sus guantes - Mostranos cuanta lechita tenés!
Y entonces sentí algo completamente nuevo. Fue como si la Dra. Negri estuviera controlando por completo mi capacidad para eyacular y, cuando ella quiso, de repente de mi pene empezó a brotar el semen, pero no en forma espasmódica como pasa habitualmente, era un flujo continuo y sin placer alguno para mi. Una enorme sensación de frustración y vacío.
- Aaaaagghhhhhhh..... maaaammaaaaaá! - grité entre angustiado y desesperado. Mi llamado causó gracia en el consultorio.
- Doctora! No quiere adoptar al bebé? - dijo entre risas y bromas la enfermera Tara.
- Mmmm.... Tener mi propio bebé internado en la clínica, qué tentador! - dijo la Dra. Negri mientras me quitaba lentamente los dedos del recto para terminar junto a la Dra. Schmidt frente a mi. Podía ver sus delantales y guantes ahora cubiertos por mi propia sangre y semen.
- Tenés que estar muy contento de tener una mamá doctora que te puede revisar - me dijo sonriendo la Dra. Schmidt.
- Me gustaría saber su opinión sobre la próstata del "nene", doctora - respondió con otra sonrisa la Dra. Negri - yo me ocupo de "contener" al bebé.
- Enfermeras, expongan! - ordenó la Dra. Schmidt mientras salía de mi vista ajustándose sus guantes y las enfermeras volvían a separar mis glúteos. La Dra. Negri tomó mi cara con sus manos enguantados y me presionó contra su delantal que ahora estaba sucio de mi propia sangre y semen. Me dí cuenta que todo iba a empezar de nuevo.
- Noooo.... por favor..... - supliqué.
- Quieto! Mami quiere que otra doctora te revise la cola.... vamos portate bien - fue la respuesta que obtuve de la Dra. Negri, mientras empezaba a sentir como me invadían uno tras otro los dedos de la Dra, Schmidt, entrando y saliendo y retorciéndose dentro me ano hasta llegar a la próstata y otra vez generar ésa necesidad incontenible de eyacular. Mi pene estaba muy muy duro, pude sentir como empezaba a drenar fluido pre eyaculatorio y entonces llegó la más absoluta de las frustraciones, porque la doctora lentamente empezó a retirar sus dedos de ni ano, uno por uno.
- Noooo.... por favor.... terminen... por favor - pedí, pero sólo obtuve una caricia en la cara.
- Shhhh.... ahora calladito que las doctoras tenemos que conversar - me dijo la Dra. Negri mientras la Dra. Schmidt volvía a aparecer a su lado - Y, qué te parece?
Hubo un silencio de unos segundos y las dos se quedaron observándome.
- Lo voy a operar - sentenció la Dra. Schmidt.
- Totalmente de acuerdo - confirmó la Dra. Negri - Hay que remover ésa próstata.
- Perfecto, empiecen con los preparativos - dijo la Dra. Schmidt mientras todas se quitaban los delantales y los guantes. Cuando pasó a mi lado para abandonar la sala vio mi pene duro y comentó - Parece que el nene sigue sin responder a su tratamiento.
- No nos estás haciendo caso, no nos obedecés como corresponde. - Me dijo muy seria la Dra. Negri.
- Yo no... puedo... - intenté explicar.
- Qué vamos a hacer con vos, Miguel? Qué se hace con los chicos desobedientes? - preguntó con clara ironía la doctora.
- Hay que... castigarlos...? - pregunté, temeroso de la respuesta.
- Hay que castigarlos - sostuvo la Dra. Schmidt - Y estoy segura que mamita se va a hacer cargo, no es así Dra. Negri?
- Deje el asunto en mis manos doctora - finalizó la Dra. Negri mientras ambas intercambiaban sonrisas cómplices. Pronto volvieron a ponerme el antifaz ciego y me devolvieron a un consultorio. Me quitaron el antifaz y las cuatro mujeres me observaban como un lobo mira a la oveja.
- Miguel, tenés que bañarte de nuevo y después te quiero acá en seguida - dijo la Dra. Negri - Enfermeras, acompáñenlo.
Me llevaron a la ducha de nuevo y esta vez pude bañarme por mis propios medios. Las dos enfermeras me controlaron y me dieron una toalla cuando terminé. Caminamos de vuelta al consultorio donde habían quedado las doctoras.
- A la silla ginecológica Miguel, con los pies en los estribos! Te vamos a asegurar. - Me avisó Adriana y ajustó cintas asegurándome las piernas. También mis muñecas fueron aseguradas a ambos lados de la camilla. La enfermera Adriana apretó un botón en un control y toda la silla se reclinó automáticamente. La Dra. Negri se acercó con una especie de máscara de goma negra que podía cubrir toda mi cabeza, y me ayudó a colocármela. Parecía ésas viejas máscaras de gas de la segunda guerra mundial. En la zona de la boca tenía un agujero con rosca como para adosarle un filtro o algún otro artefacto. Por el momento, lo dejaron libre y yo podía respirar con normalidad. La Dra. Schmidt acercó un equipo de estimulación nerviosa transcutanea por electrodos, se calzó un par de guantes de látex y empezó a desinfectar toda la zona de mi pene y testículos con alcohol. Después pegó los electrodos autoadesivos a mis testículos, mi perineo, la base y el tronco de mi pene. Obviamente, mientras hacía esto mi erección crecía. Conectó los cables y encendió el equipo. Pequeños como pinchazos de electricidad pasaban de un electrodo a otro. La enfermera Tara también se puso sus guantes de látex antes de agarrar un vibrador y empezar a pasármelo por mi pene. Cada vez que me pasaba el vibrador por el glande me llevaba al borde de la eyaculación. Pero, por supuesto, lo retiraba antes que éso pudiera pasar.
- Adriana. andá a buscar a Alexa - dijo la Dra. Schmidt.
Adriana dejó el consultorio y las otras mujeres siguieron trabajando en mi. La Dra. Negri después de ponerse sus guantes de látex agarró una pinza y la abrochó a mi tetilla derecha. La apretó y me retorció la tetilla hasta dejarla púrpura. Me la dejó colgando del pecho y agarró otra. Esta vez la abrochó a la tetilla izquierda produciendo el mismo efecto. Un rato después, entraron Alexa y Adriana. Observaron a las doctoras esperando instrucciones.
- Alexa, sacate la bombacha y hacé pis acá - le dijo la Dra. Schmidt dándole un recipiente - Mucho pis... pis tibio...
La hermosa enfermera se bajó la bombacha por sus bellas caderas redondeadas y dejó a la vista una conchita depilada. Se sentó en un banco y se acercó el recipiente. Un segundo después el spray salió de la concha llenando más de mitad del recipiente rapidamente. Más allá de los estímulos y atenciones que estaba recibiendo en mis propios centros de placer, no podía quitar la mirada de ésa conchita brillante. Se levantó y le devolvió a la Dra. Schmidt el recipiente lleno de pis. La doctora volcó el contenido en otro recipiente que roscó a una máquina de asistencia respiratoria. La Dra. Schmidt agarró el tubo de la máquina de asistencia respiratoria y lo roscó a la apertura de mi máscara. De inmediato, mi oxígeno se redujo a la mitad y tenía que hacer grandes esfuerzos para respirar a través de la máscara. El fuerte olor al pis de Alexa me llenó la nariz y la boca. Y la Dra. Negri empezó a modular el nivel de electricidad que llegaba a mi pene. Cuando aumentó, me sacudí tanto como pude. Mi pene palpitaba a medida que Tara le pasaba el vibrador por el glande. Mi cabeza se sacudía y estaba a punto de explotar. La Dra. Schmidt me acarició el pecho, deteniéndose para retorcer mis tetillas inflamadas. Le hizo una seña a la enfermera Adriana y la enfermera humedeció un trozo de algodón con el contenido de una botella marrón. Quitó la tapa del respirador que me estaba proporcionando el oxígeno, dejó el algodón dentro y volvió a cerrarlo. Una sensación tibia me invadió cuando sentí un aroma dulzón y afrodisíaco. La Dra. Schmidt acercó su boca a mi oído para susurrar.
- Miguel, estás indefenso. Estás totalmente a nuestra merced. Queremos hacerte acabar, porque así vamos a poder torturarte a un nivel mucho mayor. Si querés evitar ése tremendo dolor, simplemente no acabes.... pero no vas a poder evitarlo! - todas empezaron a reír y le dijo a Tara - Estimulale la pija y pasale el vibrador por las bolas!
- Sí doctora - Tara antes de obedecer la orden se lubricó sus manos enguantadas y me empezó a masturbar. La Dra. Negri tambien reía y aumentaba y disminuía la potencia de los electrodos a voluntad. Yo respiraba cada vez más rápido y me invadía el olor del pis de Alexa y la sustancia afrodisíaca. Podía sentir cómo el esperma se acumulaba en mis testículos y realmente estaba tratando de mantenerlo allí. Sabía que la Dra. Schmidt hablaba en serio cuando se refería a torturarme. Pero Tara tenía un objetivo y sabía exactamente cómo llevarme más allá de mi capacidad de control. Lenta, lentamente se dedicó a excitar cada nervio de mi cuerpo mientras la Dra. Schmidt me susurraba.
- Miguel, ya no tenés más el control... acabá... date el gusto... y dame el gusto... entregá tu cuerpo en sacrificio! entregate a nosotras! ya!
Soltó la pinza de mi tetilla derecha y después la de la izquierda y el dolor me llevó al delirio. El dolor combinado con el intenso placer me llevó más allá de los límites. Mi cuerpo tembló y de repente un pequeño chorro blancuzco saltó en el aire. Todos los estímulos aumentaron por diez segundos y las manos de Tara exprimían y bombeaban. A medida que el semen seguía brotando de mi pene una mirada de satisfacción invadió a las mujeres.
- Límpienlo y llévenlo de vuelta a la cama. La Dra. Negri y yo tenemos que descansar. Y Miguel también, quiero que descanse bien antes de la cirugía - dijo la Dra. Schmidt sonriendo. Usaron una toalla húmeda tibia para limpiarme, me liberaron de las ataduras y me llevaron a mi cama donde enseguida noté que me dejaron sujetado con las fijaciones que usan para los enfermos mentales. Me colocaron el antifaz ciego y escuché como todas dejaban la habitación. Estaba exhausto y, aunque le tenía mucho miedo a lo que pudiera pasar, más que nada lo que necesitaba era dormir.
Me despertaron horas más tarde, no sé cuantas, pero sentí que me sacaban el antifaz de la cara. Allí estaban las enfermeras Susana y Karen, las dos con ambos verdes de cirugía, cofias y sus barbijos colgando del cuello.
- Hora de despertarse Miguel - dijo Susana - Hoy te tenemos preparado un día muy ocupado. La Dra. Negri programó una cirugía muy especial para vos, pero tenemos que prepararte primero. Te tenemos que dejar bien limpito y listo para poder cortar...
Las dos enfermeras se sonrieron del comentario y supe que era una referencia a la advertencia que me había hecho la Dra. Schmidt.
- Vamos al baño para poder limpiarte y todo lo demás - dijo la enfermera Karen con una sonrisa. Después de liberarme, me agarraron de ambos brazos y me llevaron por el pasilllo hasta el baño. Allí me esposaron a la pared con mis brazos sobre mi cabeza. Podía ver a las dos mujeres preparándose no sé para qué. Estaba corriendo agua tibia y había cintas de goma y esposas listas al lado de una camilla.
- Te tenemos que dejar bien limpito, vamos a la bañera - me dijo Susana con un tono autoritario. Me liberó de las esposas y me acompañó hasta la bañera. Estaba llena de agua tibia y se sitió agradable apenas puse mis pies dentro. Yo me senté y las dos enfermeras se pusieron unos guantes de goma.
- Pies - me demandó la enfermera Karen. Me agarró el pié derecho, lo sacó por sobre el borde de la bañera y lo aseguró con una cinta de goma. El otro extremo de la cinta lo fijó a una silla, que me obligaba a mantener mi pierna en ésa posición. Repitió el proceso con mi pierna izquierda y con ambos brazos. Quedé de espaldas y con mis brazos y pernas extendidos.
- Ahora abrí grande la boquita - dijo la enfermera Susana mientras me pasaba una cinta alrededor de la cabeza - No queremos que te muerdas la legua, sabés?
La parte que entraba en mi boca tenía una especie de embudo de goma. Ahora entendía cuáles eran sus intenciones, pero era demasiado tarde para intentar nada. Supliqué con mi mirada y algunos balbuceos, pero no me prestaron atención.
- La verdad es que no sabía si íbamos a terminar antes de reventar - dijo Karen - sostenele la cabeza que tengo que empezar.
Las manos con guantes de goma de Susana sostuvieron firmemente mi cabeza contra la bañera y Karen se quitó calzado y bombacha y se ubicó justo sobre mi cabeza. Miré su concha flotando unos centímetros sobre mi cara y ví el primer chorro de pis saliendo y corriendo por el embudo directo a mi boca. Tragué el líquido acre y me preparé para recibir más. Mucho más fue lo que recibí en un chorro continuo. Traté de retorcerme, pero Susana me mantenía la cabeza en su lugar y me pellizcaba brutalmente las orejas como castigo a mi resistencia. Debe haber orinado más de un cuarto litro y suspiró de alivio al terminar.
- Mi turno. De mirarte me dieron unas ganas tremendas - dijo Susana. Las mujeres cambiaron sus lugares y Susana se inclinó sobre mí de espaldas a Karen. Mientras me preparaba para otro asalto, sentí la mano enguantada de Susana masturbándome. Un chorro de pis arrancó un momento después, y tragué lo más rápido que pude para no atragantarme. Susana orinó al menos lo mismo que Karen y yo sentía mucho líquido en mis tripas. Flotó justo frente a mi cara cuando terminó permitiéndome verle la concha y cómo me masturbaba al mismo tiempo.
- Mirá qué dura que se le pone Karen! Es asqueroso! Limpiémoslo y empecemos a prepararlo. Este nene necesita que lo operemos cuanto antes.
Abrieron el desagüe de la bañera y el agua y un poco de pis empezaron a drenar. Karen prendió la ducha de mano y me lavó. Me enjuagaron con agua tibia y me liberaron. Mientras Susana me secaba Karen trajo una camisa de fuerza. Me empujaron a una silla y allí hice mi intento de escape. Esperaba que ninguna de las enfermeras conociera la "palabra mágica", pero pronto supe que estaba equivocado y me encontraba de cara contra el piso de mosaico. Me pusieron la camisa de fuerza y me llevaron tirando de mis testículos hasta una cama hasta que recuperé mi movilidad. Susana me pegó varias cachetadas en la cara y me retó por ser un "nene desobediente". Me dejaron atado y a oscuras. Pasó una hora en la que me pregunté que me iba a pasar. Me sobresalté cuando cuatro mujeres entraron en la habitación y encendieron las luces.
- A cirugía! El nene va a pagar por todos esos malos pensamientos...
Me pusieron de pié y me tiraron a una silla de ruedas. Me llevaron a través de varios pasillos hasta llegar a una puerta doble con un cartel que indicaba: "Quirófanos". Allí se detuvieron y todas se levantaron sus barbijos cubriendo sus caras. Yo me asusté.
- No... no... por favor!.. no...
- Hora de operar... procedamos - dijo una de las mujeres y cruzamos las puertas hasta llegar a la sala de operaciones. Tenía azulejos verdes de piso a techo y una mesa de operaciones de acero inoxidable justo en el medio, con varias lámparas redondas todo alrededor. Había un par de gabinetes metálicos contra la pared, llenos de instrumental médico. Me levantaron de la silla, me quitaron la camisa de fuerza y me tiraron completamente desnudo sobre la mesa de operaciones.
La Dra. Schmidt se inclinó a mi lado y murmuró en mi oído.
- "Sappho"
Me desmayé sobre la mesa y rápidamente Karen y Tara aseguraron mis manos por sobre mi cabeza y mis piernas a los estribos muy abiertas. Pusieron una máscara de oxígeno sobre mi cara y trajeron unos tanques hasta el costado de la mesa. Ubicaron las luces de modo que mi pene, testículos y ano quedaron expuestos e iluminados. Todas se pusieron batas de cirugía verdes y se calzaron guantes de cirugía, tomándose su tiempo para asegurarse que calzaran perfectamente a sus manos. La Dra. Negri se paró a mi lado sosteniendo sus manos sobre su cintura.
- Cómo te sentís bebé? - me preguntó detrás de su barbijo.
- Por favor.... no me operen.... - supliqué
- No tengas miedo, ahora solamente te voy a revisar la colita
- Noooo.... mamita nooo... por favor!!!! - y todas se rieron.
- Shhhhh.... mamita y la Dra. Schmidt te van a operar... portate bien - la Dra. Negri se ubicó entre mis piertas y extendió su mano - Lubricante!
La enfermera Karen derramó un gel transparente y espeso en el guante de la Dra, Negri. Sentí si dedo penetrándome el recto y girando dentro mío. Un segundo y un tercer dedo entraron y revolvieron en mi interior. Después los dedos deslizándose hacia afuera y la sensación de vacío. La Dra. Negri descartó el guante.
- Está limpio - anunció al grupo, mientras se ponía el nuevo guante - las enemas hicieron efecto.
- Entonces procedamos con el retractor anal - dijo la Dra. Schmidt mientras levantaba una gran herramienta metálica y brillante y se posicionaba entre mis piernas.
- Miguel, tenés un culito muy estrecho.
- Pobrecito mi bebé! - contestó la Dra. Negri - Lo mejor va a ser que soluciones ése problemita.
- Vamos a dilatarlo un poquito, a ver si lo hacemos más flexible - la Dra. Schmidt lubricó el instrumento y me lo insertó en el ano. Lo deslizó hasta bien adentro y, una vez allí, empezó a abrirlo. Podía sentirlo expandirse dentro mío y cuando estuvo abierto al máximo, ella procedió a girar unos tornillos que lo hicieron abrirse todavía más. Yo empecé a suplicar, pero todas me ignoraban. Cuando estuvo conforme con mi dilatación la Dra. Schmidt agarró un algodón húmedo con unas pinzas y me lo introdujo por el ano. Lo sentí tocando mis órganos internos y un momento después empezó el ardor. Yo me sacudí.
- Tranquilito... tranquilito... es un poco de aceite de canela para mantenerte despierto.... Señoras, vamos a proceder con la operación. Traigan el instrumental!
La Dra. Negri se paró al lado de la Dra. Schmidt y revisando el instrumento en mi ano comentó:
- Qué te parece si le dejamos el retractor colocado antes que yo inicie el procedimiento rectal?
- Perfecto! - adhirió la Dra. Schmidt y me miró - Mami se va a ocupar de tu colita.
- Mami... me va a doler? - le pregunté a la Dra. Negri.
- Tranquilo mi amor, - me respondió con dulzura - antes mami y la doctora te vamos a operar para extirparte la próstata.
- Noooooo.... por favorrrrr noooooo!!!!! - grité desesperado. Pero en medio de risas una gran actividad empezó a desplegarse en la sala de operaciones. Trajeron varias bandejas con instrumental quirúrgico cubiertas por toallas verdes y las colocaron prolijamente alrededor de la mesa de operaciones.
Las doctoras se ubicaron entre mis piernas y me desinfectaron toda el área del perineo, el ano, los testículos y el pene. La enfermera Tara preparó una jeringa y se la entregó a la Dra. Schmidt. La doctora verificó que no quedara aire en la jeringa y procedió a inyectarme. Sólo sentí el pinchazo y a partir de ése momento no hubo más dolor en el área. Pero podía verlas mientras me operaban.
- Bisturí!
- Separadores!
- Clips!
- Pinzas!
- La próstata parece estar sana... pero igual la vamos a extirpar...
- Tijeras!
- Sutura!
Todo el procedimiento se llevó a cabo sin piedad. Yo me quejaba y les pedía que me dejaran ir, pero me ignoraban. De repente las doctoras abandonaron su lugar entre mis piernas y se ubicaron una a cada lado de mi cara. De modo que pude verlas, con sus guantes y batas cubiertas por mi sangre. Empecé a llorar.
- Cómo estás bebé? - me preguntó la Dra. Negri.
- Me duele... mamá... - contesté.
- La doctora te extirpó la próstata. La operación fue un éxito.
- Gra... gracias doctora - dije entre lágrimas.
- Miguel, pese a la operación, no veo progreso en tu patología - manifestó la Dra. Schmidt mientras me retiraba el prepucio y dejaba expuesto mi glande, provocando mi inmediata erección.
- Ahhhhh.... no, no, no.... por favor mamá.... no me toquen más.... por favor! - les pedí. Pero de inmediato la Dra. Negri me empezo a estimular el glande.
- Los síntomas son muy claros, lo voy a tener que intervenir ahora mismo - dijo la Dra. Negri y levantó la cabeza para consultar con la Dra. Schmidt - Me asistís?
- Con gusto, va a ser un honor - respondió la Dra. Schmidt y las dos mi miraron sonrientes.
- Mamita te va a operar Miguel. No te asustes - anunció la Dra. Negri.
- Noooooooo.... por favor!!! - lloré.
- Señoras, desinfecten el área. Guantes nuevos para operar!
Todas se cambaron los guantes y pronto Tara me estaba pasando un algodón con alcohol por el pene, testículo y perineo. Ardía.
- Karen, dale óxido nitroso. Lo quiero relajado, pero totalmente consciente y despierto - dijo la Dra. Negri. La enfermera Karen giró una válvula y en seguida escuché el soplido. Me invadió un sentimiento cálido y me sentía como flotando. Al mismo tiempo la Dra. Negri levantó unas pinzas Foerster, me las mostró y las atrapóla piel de mi escroto. La Dra. Schmidt levantó una pinza con una aguja de sutura y me la mostró.
- Miguel, esto te va a doler a vos más que a nosotras - y riendo acercó la aguja al escroto que sostenía la Dra. Negri. En seguida, atravesó mi escroto. La Dra. Negri usó de nuevo la pinza para atrapar un poc más de piel, y con la aguja la cosieron al punto anterior. Yo me sobresaltaba de dolor, de una extraña manera podía sentir lo que me estaba pasando y me sentía evadido de la realidad al mismo tiempo. La Dra. Negri me agarró el glande y lo introdujo en la "bolsita" que habían hecho cosiendo la piel de mi escroto. Así me hicieron media docena de puntos más entre el escroto y el pene y de pronto sólo el orificio de mi pene había quedado a la vista.
- Con esto te vamos a controlar ésas erecciones. - dijo la Dra. Negri - Ahora volvamos a concentrarnos en el culito del nene.
Desatornilló el retractor anal y lo cerró mientras todavía estaba en mi recto. Lo deslizó lentamente hacia afuera y lo depositó en una bandeja. Trajeron otra bandeja de acero inoxidable con un juego completo de plugs anales de goma y empezaron a lubricar el primero. Se lo entregaron a la Dra. Negri y ella lo apoyó contra mi ano. Con un movimiento rápido me penetró. Yo empecé a jadear y aspirar óxido nitroso. Me sacaron el plug y empezaron a lubricar otro más grande.
- Dale gas afrodisíaco Karen - y la enfermera cerró unas válvulas y abrió otras y de inmediato nuevos sentimientos me invadieron.
- Señoras, mientras lo penetro rectalmente ustedes procedan con las agujas - dijo la Dra. Negri.
- Gran idea! - dijo la otra doctora y prepararon una bandeja con media docena de agujas, Tara y Karen también trajeron agujas de acupuntura y pronto estuvieron listas.
La Dra. Negri empezó a penetrarme lentamente pero cada vez más profundo, deslizándolo hacia adentro y hacia afuera y la Dra. Schmidt y las enfermeras se preparaban para empezar a clavarme las agujas. La doctora me agarró una tetilla y lentamente la atravesó con una aguja. Mientras tanto, la enfermera Tara empezaba a clavar las agujas de acupuntura alrededor de mi pene y testículos y la enfermera Karen clavaba sus agujas de acupuntura en mi escroto. Yo estaba con un dolor intolerable, me sacudí pero no pude moverme ni medio centímetro. Seis agujas atrevesaron mis tetillas y al menos una docena de agujas de acupuntura estaban insertadas por toda la zona de mi pubis. Cuando clavaron la última aguja la Dra. Negri me penetró con fuerza por última vez apretando el plug dentro de mi ano. Casi me desmayo.
- Está listo para la extracción de semen. Mostrémosle que está a nuestra merced - se rió la Dra. Schmidt. Tara levantó un vibrador y lo empezó a pasar por el pedacito de glande que ya asomaba por entre la piel de mi escroto. A medida que el vibrador se movía por mi glande mi pene se agrandaba más y más asomando entre la bolsa que formaba mi escroto cosido. La enfermera Karen se ubicó a mi lado y me empezó a acariciar el rostro con manos tibias por la sangre que cubría sus suaves guantes y me susurraba.
- Vamos, entregate.... no podés resistirte... acá, en la sala de operaciones, sos nuestro... tu cuerpo pertenece a las doctoras....
La Dra. Negri se acercó para estimular mis tetillas y la Dra. Schmidt me acariciaba los testículos. Sentía como el semen se acumulaba dentro mío, pero el dolor de mi pene contraído evitaba la liberación. Yo gritaba y lloraba y me debatía entre el dolor y el placer. Cuando eyaculé tuve una gran sacudida porque llegó de repente. Un espeso chorro de semen salió de mi pene y derramo por mi pierna. Respiraba agitado cuando la ví a Tara y las demás mujeres bajando sus barbijos. La Dra. Schmidt sacó de uno de los gabinetes una botellita con un líquido transparente. Cargó una jeringa y la inyectó en la vía.
- Dulces sueños.
La visión de las cuatro mujeres se fue desvaneciendo hasta desaparecer.
2 comentarios - Internado (segunda parte - final)