Vivir en un country tiene sus ventajas. Una puede disfrutar del espacio, de los árboles, del sonido de los pájaros al amanecer; pero también puede enterarse de que hace o deja de hacer tu vecino más cercano.
Desde mi ventana, podía ver la casa de mi vecino Marco. Sabía por mis padres que había enviudado hacia un tiempo y que salía poco, a excepción de algunas mañanas en las que se dedicaba a trotar por los jardines, para mantener su estado físico y disfrutar del aire fresco de aquella primavera.
Para un hombre de su edad, su cuerpo era atlético y bien formado. Desde mi punto de observación privilegiada lo miraba saliendo a correr con su remera empapada en sudor y adherida a su cuerpo, que lo transformaba en alguien muy atractivo.
Sabía también que era ingeniero y que se había jubilado hacía algunos meses, situación que según mi madre lo tenía algo deprimido.
Algunas veces lo miraba desde mi ventana sentarse en su sillón a rallas a mirar papeles o talvez viejas fotos, para después detener su mirada en algún punto indefinido del horizonte, pensativo y distante.
Debo admitir que me daba cierta pena pero además mucha curiosidad.
A medida que los días primaverales avanzaban y el calor se hacía más intenso las salidas matutinas de mi vecino se hicieron más esporádicas. Talvez estaba enfermo.
Les pregunté a mis padres si sabían algo, aparentando una falaz inocencia, puesto que entendí aquellos días que aquél hombre me atraía mucho más por otras razones que por las circunstanciales de vecindad.
A días de cumplir 25 años y a pocos meses de recibirme de médica, mi experiencia sexual se reducía a un noviazgo adolescente que, si bien sirvió para romper mi virginidad, no fue lo que se dice satisfactorio.
Mis oscuros pensamientos imaginaban que una persona madura, con suficientes años de experiencia, me daría la satisfacción que mis emociones y mi sexo esperaban.
Muchas noches, debo admitirlo, lo soñaba casi vívidamente sacándose aquella remera sudada y caminando hacia un fantasmal baño donde el vapor no dejaba ver con claridad.
Mi mirada inconsciente bajaba por su cuerpo, desde su pecho hasta su pubis, pero al momento de llegar allí, donde podría ver aunque más no sea en mis ensoñaciones su pija, me despertaba abruptamente, sudorosa y con mi bombacha húmeda de flujos.
No sabía qué hacer, estaba paralizada entre mis obscenos sueños y las reales intenciones que rondaban por mi afiebrada cabeza.
Cómo podría comparar la realidad de mi experiencia adolescente, la dulce y delgada verga de aquel novio del pasado con su precoz eyaculación o las imágenes que vi mientras estudiaba con la pija imaginaria de mí vecino que sacudía mi mente.
La imaginaba, por supuesto, algo más grande que la de mi amor adolescente, quizás algo más gruesa y con mucho vello pubiano circundándola.
Tenía que tomar una decisión, buscar una oportunidad para verlo era algo indispensable si quería sacar los fantasmas del sexo de mi cabeza.
La oportunidad estuvo de mi lado cuando mis padres me dijeron que viajarían el fin de semana siguiente. Yo tenía que quedarme a estudiar pues tenía un examen para mitad de semana.
Después de las despedidas de rigor y las recomendaciones pertinentes, sabiendo que mis padres no volverían en dos días, me dispuse a elaborar mi plan.
Dicen que no hay mejor lugar para pensar que el baño, así que llené la bañera y sumergida en la tibieza del agua, me dejé llevar.
Al tiempo que elaboraba mi estrategia sentía en mi interior como el deseo se iba apoderando de mí.
El calor que sentía en mi vagina era incontenible a pesar de la espumosa y refrescante agua que bañaba mi cuerpo.
Me paré y entre pompas de jabón posé uno de mis dedos sobre mi clítoris, la excitación me hizo dar un respingo. Entonces bajé mi mano y comencé a frotar mi sexo metiendo de tanto en tanto mis dedos en lo profundo de mi concha hirviente.
Un suspiro de satisfacción y placer invadió el aire dominado por el intenso vapor y me dejé llevar por los movimientos acompasados de mi mano hasta el orgasmo.
Cuando abrí los ojos, relajada y limpia, ya estaba dispuesta a todo.
Aquel sábado el calor comenzó a elevar la temperatura del ambiente desde temprano. Me puse una fresca solera y mi impecable bombacha blanca. Desayuné convenientemente, me peiné y perfume todo mi cuerpo.
Salí de casa y mientras cruzaba el jardín que me llevaba hacia la casa de mi vecino rondaron por mi cabeza mil hipótesis.
Al llegar a la puerta dudé, pero ya no podía volver atrás. La sensación de curiosidad y deseo contenido me embriagaba como un narcótico. Tomé valor y toqué el timbre. La puerta se abrió y dejó ver a Marco, con un indudable gesto de asombro, sus brillantes anteojos y su impecable barba recortada.
- Hola Martina, tenés algún problema?
- No, es que mis papás salieron por un par de días, iba a desayunar y no encuentro azúcar en toda la casa. – dije estúpidamente.
- Ah, bueno, si es por eso no hay problema, yo debo tener, pasá…
Todo en el interior estaba impecablemente ordenado como debe corresponder a toda casa de un ingeniero, pensé.
- Sentate - me dijo señalando el sillón a rallas que veía desde mi ventana.
- Sabés? Hace tanto tiempo que somos vecinos y sin embargo….
- Sí, casi no nos conocemos… - dije sin dejarlo terminar. –Pero, todas las mañanas lo veía salir a trotar y hace unos días que no lo veo…
- Ahhh… sí… claro… hace unos días que no salgo, es que desde que me jubilaron no tengo muchas ganas… además… mi mujer… vos sabés…
Claro que sabía, su mujer había fallecido hacía dos años y jamás lo había observado acompañado de otra mujer. Dos años sin tocar a una mujer, pensé, sintiendo un torbellino en mi interior. No podía dejar escapar ese momento. Era la oportunidad exacta para darle a entender mis intenciones.
- Claro, lo entiendo…. – dije mientras abría mis piernas sutilmente para dejar ver mi bombacha y me movía en el sillón acercándome.
- Lo entiendo… - repetí mientras mi mano se apoyaba como poseída sobre su pantalón y sentía a través de la tela el roce de su pija.
Volvió a mirarme, esta vez con asombro, pero nada dijo.
- Sabe? Usted me atrae mucho… - alcancé a murmurar. El solo calló y me dejó hacer.
Sonreí apenada, esperando que me dijese lo mucho que me deseaba o que deseaba estar con una mujer, pero no lo hizo. Mi mano apoyada en su entrepierna sentía como aquella pija parecía tomar vida propia. Como una especie de culebra enjaulada empezó a dar pequeños brincos y a moverse y crecer con cada sacudida.
Sin reparos, apreté con mi mano su pija una vez más, aún tenía cierta flacidez. Después desanudé su corbata, desabotoné su camisa acariciando su velludo pecho, mientras él recorría suave y lentamente mis muslos con sus manos casi hasta mi bombacha. Un profundo sofocón me invadió y sentí como el interior de mi concha se llenaba de jugos al tiempo que los labios de mi vulva se abrían esperanzados y húmedos.
Después me dispuse a descubrir el contenido de aquel bulto que mis dedos habían tocado ansiosamente. Casi con desesperación bajé el cierre de su bragueta e introduje mi mano. Bajé un poco su pantalón con un poco de su ayuda y ante mis ojos empezó a desplegarse su verga y sus huevos. Era mucho más que aquello que mi imaginación me había entregado. Aquel rollo de carne era enorme y muy grueso. El tronco estaba surcado por venas inyectadas que partían en la base y terminaban en una enorme cabeza cubierta de piel.
Mis ojos no daban crédito a lo que veían, corrió lentamente el prepucio, la visión de aquel gigantesco glande llenó mi boca de saliva mientras pensaba qué sentiría al saborearla con mi lengua. Sus huevos eran también enormes y la bolsa estirada que los contenía era tan larga como su verga y estaba rozagante y velluda. Su pija y sus bolas ardían. La piel rugosa estaba sudada y emanaba un perfume particular. Esa mixtura de aromas, entre perfume y sudor, me excitó tremendamente.
Acaricie su verga interminable y sus bolas ardientes. Aquella pija estaba endureciéndose pero todavía tenía cierta flacidez. No dejaba de pensar que tamaño alcanzaría cuando estuviera definitivamente dura.
Mientras manoseaba su verga, él corrió mi vestido dejando al descubierto mis tetas. Empezó a chupar mis pezones. Sentí el calor de su lengua y los pelos de su canosa barba frotando mis senos. Mis pezones se irguieron casi instantáneamente.
No pude esperar más y me abalancé sobre su pija para engullirla.
La cabeza de su poronga estaba húmeda de flujo seminal. Ese jugo alucinante se mixturó con el aroma a sudor hormonal de sus bolas y de un bocado metí la cabeza de su pija en mi boca sin dudarlo.
Apreté fuertemente el tronco con mi mano sintiendo como se llenaba de sangre para endurecerse, mientras mi lengua saboreaba las ácidas y melosas gotas de flujo que salían de ella. Intenté tragarme todo su cabeza pero no pude. Entonces me dediqué a lamer y embeber el cuerpo de su verga con mi saliva.
El sacó mi bombacha con suavidad y rozó sus dedos en mi clítoris mojado y deseoso.
Me apartó y tomándome de las caderas colocó mi concha en su boca para darle lamidas y después hundir su lengua en el agujero jugoso de mi vagina. Mis jugos deben saber muy bien, pensé mientras gozaba, pues no dejó de succionarlos con su boca por un largo rato. Talvez mis jadeos fueron demasiado estridentes dado que dejó de chupármela.
Sería hora de sentir esa pija adentro mío? – me preguntaba.
La metió con firmeza, la apreté con mi concha como deseando arrancársela mientras la hundía y la sacaba endurecida como un palo. La doble lubricación de mi saliva y mis flujos sirvieron para que me penetrara hasta el fondo. Gemía de placer ante cada embestida. Me sentía plena y llena por completo. Era tan gruesa que los bordes de su glande rozaban las paredes de mi vagina llevándome al paraíso. La metía y la sacaba con suavidad primero, para luego meterla con premura hasta el fondo. Mi vientre temblaba y antes de la última sacudida tuve un orgasmo.
Después de un rato, la sacó y se sentó en el sillón. Esa pija apuntaba como un mástil hacia el cielo brillando por mis jugos. Sin preámbulos me senté en ella abriendo los labios de mi concha para que entrara sin interferencias. Y así lo hizo., perdiéndose profunda en mis entrañas. Nunca había sentido tanto dolor y tanto placer a la vez.
No dejé un instante de succionarla con mi vagina hambrienta hasta sentir las pulsaciones de su semen queriendo salir y el aleteo de mi vagina teniendo otro orgasmo. No pudo eyacular o no quiso hacerlo.
La sacó nuevamente, agotado y sudoroso. No podía dejarlo así después de todo lo que me había dado. Decididamente agarré aquella pija que empezaba a desfallecer y volví a chuparla. En mi boca se mezclaron los sabores de mis fluidos vaginales y de las primeras gotas de semen saliendo de su verga. Mientras sostenía su glande entre mis labios, apreté el tronco de su pija con una mano y manosee sus huevos inflamados con la otra. No tardó en reaccionar, mis manos sentían sus espasmos. Lo sentí gemir y me acomodé para recibir su leche, no sin antes darle un último beso a su glande hinchado y rojizo.
Agarró su verga entre las manos y casi al instante dejó caer sobre mis tetas un torrente tibio y blancuzco de semen. Con el último espasmo acercó su miembro a mis tetas y esparció su semen con la punta de su hermosa pija, mientras yo sentía como sus bolas se vaciaban entre los dedos de mi mano que seguían acariciándolas.
Agotado, se volcó en el sillón a rallas.
- Nunca pensé que a mi edad alguien volviera a hacerme feliz de este modo – dijo suspirando profundamente.
Limpie con mi bombacha su leche de mis tetas y apoyé mi cabeza en su abdomen. Yo también estaba feliz, había exorcizado los fantasmas de mi sexo. Nos quedamos un largo rato así, él con una sonrisa dibujada en su boca y yo observando como aquello que me había devuelto también la alegría empezaba a desfallecer entre sus piernas.
Nunca más volví a verlo, dicen que se mudó y lo vieron partir con una sonrisa entre los labios. Yo todavía conservo entre mis recuerdos la azucarera que me llevé de aquella casa, entre otras cosas.
FIN
2 comentarios - Los fantasmas de Martina
Hermoso nombre