Tocaron a mi puerta los famosos y amables
testigos de Jesús. Casi estaba por marcharme.
-Me permite un momentito joven.
Eran dos personas: una señora de unos
treinta años y una chamaca.
-Yo me llamo Chelsea. Vengo de otro país.
Estoy de misión.
-Hermana Chelsea, últimamente me he
sentido muy mal. ¿Podría ayudarme?
-Claro joven. Vendré a leerle la palabra
de Dios.
De no ser porque Chelsea estaba extrema-
damente buena, jamás me hubiera
permitido perder el tiempo de
aquella forma.
-Chelsea, me siento muy solo. Necesito
amor. Necesito a alguien.
-¿Pero yo que puedo hacer?. dijo ella.
-Chelsea podrías ayudarme. Soy un
alma en pena. Déjame besarte por favor.
Los labios de Chelsea eran muy agradables,
su color rosado, además muy suavecitos.
Chelsea venía cada semana a lee la
palabra.
-Chelsea, me he sentido muy triste. Tus
besos me reconfortan. Nos hundimos en
una serie de besos apasionados. Yo bajé
mi mano lentamente hasta llegar en
medio de Chelsea.
-¿Qué haces?- preguntó ella.
Yo no dije palabra alguna, solo seguí
jugando con mi mano.
-¡No!, espera- dijo ella agitada.
Yo continué, ya ciego por la pasión.
-¡Noo!- gritaba Chelsea.
Inmediatamente desabroché su falda
larga y la blusa que llevaba puesta.
Un hermoso cuerpo iba quedando al
desnudo lentamente. Me apresuré
a desvestirme. Chelsea se agitaba y
forcejeaba.
Yo penetré con fuerza. Los hermosos
ojos verdes de Chelsea derramaban
lagrimas.
-¡Yaa!- su boca emitía sonidos de piedad.
Mis deseos y mi miembro se regocijaban
adentro de ella.
<Hermosa palomita blanca nos mandó
nuestro Señor>
3 comentarios - La hermana testiga