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Siete por siete (196): Mis acuerdos con Lizzie… (II)




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Compendio I


Hace un año atrás, Marisol y yo revivíamos un periodo de ensueño.


Si bien, llevamos 3 años y medio de casados, por estas fechas, mi esposa y yo construíamos castillos en el aire: mi nuevo puesto vino con un nuevo departamento en Melbourne, donde no es necesario que me pierda semana por medio de ella y de mis hijas por ir a trabajar; mi esposa se titulaba de Profesora de Historia; podríamos concebir otro bebé (proyecto que sigue en marcha…) y yo empecé una nueva vida, conociendo al nuevo hijo que tuvo mi buena amiga y actual jefa, Sonia...

Fue un periodo idílico, salvo un pequeño detalle…

No me había pronunciado sobre lo que pasaría con Lizzie.

Y en estos aspectos, la mujer de mi vida no puede ser mejor compañera para mí. Porque por mi personalidad obsesiva y porque en el fondo, nunca busco perjudicar a nadie, siempre trato de escabullirme de lastimar a las personas que estimo.

Era realmente vergonzosa mi situación, en el sentido que Marisol solamente tenía que hablar de Lizzie y yo prácticamente enmudecía. Lo más penoso de todo fue que mi niñera sabía que nos marcharíamos de la ciudad y sin querer proponérmelo, la estaba sumiendo en un torbellino de incertidumbres y tristezas…

Hasta que mi esposa decidió tomar cartas en el asunto un fin de semana, en el periodo septiembre-octubre, durante la cena.

La mujer de mi vida literalmente me arrinconó para interrogarme, hasta que no les diera a ambas una respuesta.

-¡No quiero llevarte!- les dije la verdad, sin tapujos.

Lizzie, muy diligente, bajó la mirada, completamente desalmada…

- Sin importar cuanto nos cuidemos, tarde o temprano te voy a embarazar…- sentencié la base de mis preocupaciones, para aliviar la situación.

Recuerdo que yo me sentía pesado y las chicas me contemplaban sin palabras.

- ¡No se trata que no me gustes!- proseguí, tratando de conciliar la situación.- O que el sexo entre nosotros sea malo… ¡Al contrario! ¡Lo disfruto bastante!... pero si seguimos así, te voy a terminar embarazando… y no quiero complicarte la vida…

*No sería malo…-  fue lo que ella respondió, casi en un susurro.

Era un momento surreal para mí escucharle decir eso, sin olvidar que la sonrisa de asombro y maravilla de Marisol me dejaba perplejo.

*Las niñas te quieren… y no eres mal padre…-continuó, mirándome con mayor decisión.

Sentía cómo los colores de mi cara desaparecían y el corazón se me agitaba impetuosamente.

Por supuesto que Marisol apoyaba su pensamiento, ya que con nuestras mellizas, las 2 podían jugar “A la mamá” y usarme a mí como “el papá”…

Y las frases que me dijo Susana, la suculenta gemela de Argentina, el verano del año pasado, volaron por mi cabeza como avispas.

“Yo me doy cuenta que ya no estoy garchando, cuando me dejo de cuidar…”

“Es que si vos te enamorás del mino correcto, ¿Qué te puede preocupar?”

Aprovechando que estaba atontado, Marisol metafóricamente me dio un "golpe certero a las costillas”…

+¡Tienen mucho que conversar! ¿Por qué no duermes esta noche en mi cama?-sentenció con esa mirada resplandeciente y libidinosa de mi esposa.

Lizzie quedaba estupefacta, pero yo, que ya lo había vivido un par de ocasiones (y otras pocas más me quedaban por vivir), no me sorprendió tanto su reflexión.

Sin embargo, mi esposa no se equivocaba. Entre Lizzie y yo hay sentimientos y quedarían inconclusos si no los resolvía por lo pronto.

- ¡Está bien!- acepté, alegrando a mi esposa.-Pero como tú dices, es algo que Lizzie y yo debemos arreglar, por lo que lo haremos en su dormitorio…

Mi esposa no sabía cómo mirarme. Por un lado, le frustraba los planes de vernos en acción a través del sistema de seguridad de nuestro dormitorio matrimonial,pero por el otro, esa incertidumbre de no saber precisamente qué le haría a nuestra niñera la desbordaba de excitación.

Sé que recogimos la loza y lavamos, pero no recuerdo qué conversamos en el intertanto.

Lo único que recuerdo fue el momento al entrar en la pieza de mi niñera. Tenía una sensación de ansiedad, que nunca había percibido antes.

Era como si Lizzie y yo hubiésemos sido una pareja de adolescentes y al novio le permitían quedarse en la casa de los suegros.

Ella también se veía contenta y coqueta. Era su habitación, con su ropero, su cama,su pequeño jardín de flores y plantas y estaba yo, quien se lo había brindado todo…

*¡No es tan difícil cuidar a un bebé sola!-comenzó ella, sentándose hermosa en el tocador para maquillarse que le compré, irónicamente para “arreglarse para dormir”.

-¡Eso lo dices ahora, porque nunca te ha faltado el dinero!

*¡Oye!- me miró desafiante y sonriente.- Yo he vivido sola desde los 16 años y me las he arreglado bien…

No podía refutarle aquello, ya que Marisol y yo despegamos de nuestros hogares mucho después.

- Pero es distinto cuando estás con alguien que te preocupa todo el tiempo…

Nos miramos nuevamente y le conté cómo fueron esos primeros meses que viví con Marisol…

A pesar que pagaba la renta de nuestra casa a mi suegro, un tercio de mi sueldo se iba en ello. Otro tercio se iba en pagar el tratamiento dental de mi media naranja (ya que tenía un pequeño arco entre los dientes y no quería que la menospreciaran por ello) y el resto se iba en pagar cuentas de los servicios de gas, agua y luz.

Le expliqué que si mi esposa perdía una sola de sus becas, me pondría en serios aprietos, ya que tendría que involucrar a mis padres en el problema y no quería hacerlo. Pero aun así, nos daba el dinero para darnos pequeños gustos, como comer afuera e incluso, ahorrar para un futuro juntos.

Fue por ese motivo que me terminé resignando a la propuesta que me hizo mi jefe de ese entonces, de trabajar en la mina por turnos de 6 días, por 8 de descanso, que desencadenaron los acontecimientos que nos trajeron hasta acá.

Por su parte, Lizzie me miraba conmovida.

Recuerdo que me sentía muy enfático cuando se lo conté, porque a pesar que la tentación era bastante fuerte (Marisol y yo vivíamos a solas), el sexo entre nosotros debía ser extremadamente seguro, a pesar de sus protestas, puesto que no quería que Marisol parara de estudiar por un bebé y lo que era peor, que tendría que forzarnos a trabajar y paralizar nuestros planes si ocurría.

No así sucedía con Fred, que si bien le pagaba a Lizzie su sueldo, era tan bajo que ni siquiera le alcanzaba para pagar un arriendo o sus estudios de arte. Lo que era peor, Fred era bueno para la juerga y el sueldo de Lizzie se iba en cubrir las festividades o pagar los víveres.

Fueron esos pensamientos que le hicieron volver a la cama. Tragué saliva, porque se había hecho una cola de caballo y se sentó frente a mí, en una actitud juguetona. Empezó a jugar con los botones de mi camisa a la altura de mi cintura, diciendo que en ese aspecto, yo era diferente: que yo la había contratado legalmente, con un sueldo estable y que yo ni siquiera lo tocaba.

Se reía, mientras desnudaba mi vientre, recordando las incesantes ganas que tenía esos primeros meses, porque estaba conmigo a solas, con Marisol estudiando por horas y horas y la tentación de “follar” conmigo era muy fuerte.

Y lo destaco, porque ella literalmente decía “fuck”.

*¡Nadie me folló como tú! ¡Me hiciste sentir puta! Y me fuiste a ver el mismo día que jugaba el Liverpool…

Mientras que ya empezaba el juego de besos rasantes por las mejillas, Lizzie recordaba con gran entusiasmo cómo esa noche nos escabullimos a su paupérrimo departamento de entonces y le pusimos abiertamente los cuernos a Fred, que si bien lo hacía con frecuencia, jamás había sido donde dormía con su otra pareja.

Y se fue en alabanzas, recordando que aparte de estar más dotado que su pareja, la tenía más gorda y sabía muy bien usarla…

Que“A pesar de mi edad, la podía coger mejor y mucho más rico que su joven novio”…

Demás está decir que cuando me desabrochó el pantalón, mi bóxer parecía una tienda de campaña y con esa mirada traviesa, de mujer que le gusta felar, me decía que la mía era una de las mejores: que le encantaba que fuese tan rosada,tan dura y tan gruesa y que siempre, me preocupase dejársela tan limpia para chupármela.

Y a pesar que me estaba dando una demostración de campeonato, que me hizo recostarme de la excitación, quería disfrutarla a ella.

Entonces, la tomé de la cintura y de alguna manera, la forcé o convencí que se abriera de piernas y se pusiera de cuclillas sobre mi cintura.

Lizzie, sin perder ojo de mi erección, decía que eso le gustaba de mí: que yo sabía bien qué es lo que quería de ella y cómo y cuándo dárselo, lo que me ponía a años luz de los otros casados con los que estuvo.

Y tengo muy presente que esa noche, ella usaba Jeans. Porque esa noche, quería verla en toda su gloria y majestad y variando de lo acostumbrado, la empecé a desvestir desde la cintura hacia arriba.

Mientras tanto, ella cabalgándome suavemente, apegando su pubis en torno a mis testículos, decía que yo era diferente a los otros: que yo la hacía necesitar del sexo todo el día y que comprendía bien por qué Marisol era tan cariñosa y fogosa conmigo.

Su pecho escotado aparecía y ella sonreía, sintiéndose hermosa y perfecta.

No es que haga comparaciones, pero si bien Marisol está más rellenita, nunca ha sido gorda. Es increíble que mi esposa pueda comerse un pastel al mes y no subir tanto de peso, pero siempre ha sido de una contextura delgada, como cuando la conocí.

Por ese motivo, me costaba describirle que Lizzie era distinta, sin hacerla sentir menospreciada. Mi niñera siempre había sido carismática y preocupada de la apariencia (porque en eso se ganaba su propina de mesera), sin que mi esposa intentara en vano ponerse en campaña de hacer ejercicio.

Y está bien, yo he vuelto a trotar, porque a mi esposa le gusta verme más atlético, pero nunca se lo he pedido a ella, porque sigue siendo mi “consentida”: la mujer que debo proteger, mimar y cuidar y que si ella quiere comer galletitas o un chocolate, no la voy a privar, porque ella pasó muchos años sin darse esos gustos.

Pero mi punto era que Lizzie tenía un vientre plano, suave, tenso. La cintura de un reloj de arena, ni más ni menos y lo que más me llenaba de satisfacción en esos momentos era que esa chica, tan coqueta, picarona y resuelta en la vida, se lo cuidaba y se preocupaba por atenderme solamente a mí.

Y una vez más, esa sonrisa y mirada coqueta, llena de seguridad y nerviosismo.

De saber que la noche sería larga, que ella la pasaría bien y que yo no me iba a marchar.


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