Siempre, todo el tiempo, mi hija fue complaciente conmigo y con los miembros de nuestra familia.
Creo que tanto yo, como todos los que conformamos el núcleo de socialización primaria, nos esforzamos por su aprendizaje.
Debo confesar también, que ella fue muy aplicada, diligente y laboriosa, siguió con interés y atención todas nuestras enseñanzas, hábitos, tradiciones o costumbres que van pasando de generación en generación en cada una de las familias. Las que nuestros antecesores y antepasados forjaron como forma o estilo de vida.
Es decir, que toda nuestra prole, o el grupo de personas emparentadas entre sí que vivimos juntas y especialmente las formadas por el matrimonio y los hijos, tenemos condiciones en común, caracteres que nos identifican en la intimidad. Somos un clan, o un grupo o comunidad de personas con una ascendencia común en la que tienen gran importancia los lazos familiares. Por supuesto, está restringido a las personas que estamos unidas por vínculos o intereses comunes y la obediencia a un jefe, en este caso a mi.
En virtud de ello y aclarado el contexto, paso a relatar o describir la historia. estas costumbres o ceremonias que siempre se repetían de la misma manera, con un conjunto de reglas establecidas, se cumplían fielmente, nuestra hija no era la excepción.
En nuestra estirpe, las mujeres debían ser femeninas, inocentes y sumisas, esa conjunción de aptitudes, lograba una buena disposición para ejercer o desempeñar una determinada tarea, función esencial de las mujeres de la casa, convertirse en un bien preciado para satisfacer al hombre, para saciar sus necesidades, deseos, pasiones, etc.
Ellas habían nacido para complacer, producir gusto o ilusión, debían convencerse y/o conformarse a ello.
Felina, el nombre de nuestra hija, era un vívido reflejo de aquello. Producía gusto o satisfacción, se empeñaba en gustar a los varones de la casa, le apetecía brindar sensaciones agradables, placenteras, satisfacernos.
Nos deleitaba con su dulzura, suave, agradable, como el del azúcar o la miel, un almibar. Afable, bondadosa y fundamentalmente dócil.
Mi hija siempre fue fácil de educar, apacible, dulce, obediente, suave y flexible.
Se entregaba rendida, subyugada a la inspección que le realizaba para verificar su castidad.
Se sometía con gusto, como en un entretenimiento divertido, por el poder de la acción se dejaba utilizar, una especie de juguete ligero, delicado, bonito, un chiche.
Era tierna e inexperta, sin embargo, comenzaban a manifestarse los caracteres de la madurez sexual.
Tanto fue así, que tomó la iniciativa, ella determinó el comienzo, bah, como lo habían hecho desde siempre las mujeres de la familia. Intervino y se inclinaba a la acción de aparearse. Pero, debía ajustarse una cosa con otra, de forma que queden iguales.
Para ello, nada mejor que mi padre, su abuelo paterno, que ya había criado una hija, mi hermana Angélica.
Él la llevó de pesca para hablarle, yo ocupé un lugar secundario en su iniciación.
La instrucción que le brindaría era algo en secreto entre ellos, a la que yo adherí en abstracto.
Debía prepararla para el debut, conseguir su apertura y como resultado descubrir lo que estaba cerrado u oculto.
Me pidió tiempo durante el cual se desarrollaría cierta actividad, ella se sometería a una especie de tratamiento, contínuo, de modo repetido para que presenciara de principio a fin o completara las partes que no entendiera, sin tener que abandonar o pagar consecuencias más adelante.
Desde una butaca o taburete mi padre, su abuelo la aleccionaba, los diálogos dejaron lugar, dieron paso a una efervescencia, una agitación que lo abstrajo, lo no concreto, no tenía realidad propia, era de difícil comprensión para la nieta, mi hija.
Su arte o como artista que no pretende representar cosas concretas, sino que atiende exclusivamente a elementos de forma, color, proporción, etc. le hablaba en general sin aplicación.
Sin embargo, ambos se dieron cuenta que no se podía considerar aisladamente las cualidades esenciales de un objeto, o el mismo objeto en su pura esencia o noción.
Entendieron ambos, los dos, que no podía prescindir alguien de la realidad exterior para concentrarse en su pensamiento. Motivo por el cual acordaron llevar a la práctica, a los hechos, todas las sesiones teóricas y los breves o precarios ejemplos masturbatorios que había desplegado mi padre, su abuelo frente a ella. Así que se sacrificó él, junto conmigo y mi suegro, en otras palabras, todo quedó en familia, como siempre, a la vieja usanza, Felina estaba segura entre sus familiares, sus dos abuelos y su padre la cuidaban.
Conciliamos y decidimos que no hubiera penetración vaginal, debía mantenerse virgen.
Además, tras meditar sobre ello y para ser completamente justos, mas tarde trajimos a su hermano, mi hijo Leo, para que aporte ideas y participara de la iniciación de su hermana. Entre todos templamos a Felina como un instrumento, para que esté afinada y no disuene. Ella fue una especie de material poroso o dispositivo a través del cual se hizo pasar el fluido de todos nosotros, para limpiarla de impurezas y/o separar nuestras sustancias. Fue el medio para seleccionar lo mejor dentro de un conjunto parental. Se convirtió en la bebida mágica que se supone tiene el poder de conseguir que una persona ame a otra. Reveló algo que debía mantenerse en secreto
Y comenzó un tiempo de felicidad para toda la familia, ella estaba radiante, satisfecha luego de pasar la prueba triunfante. Mostraba algo que se posee de forma que se hiciera visible a los demás, por orgullo, vanidad o complacencia. Lo que poseía le daba derecho a ciertas ventajas. Se emocionaba sabiéndose apetecible, se aseguraba que podrían disfrutar con ella. Lo había comprobado con el gozo intenso que les proporcionó a los hombres de la familia
Felina más tarde experimentó con sus tíos, los hermanos de su padre, y los maridos de sus tías. Todos ellos fueron vehementes y apasionados dieron también su visto bueno. Todas estas relaciones pasajeras consentidas por la parentela, pasaban pronto y duraban poco, no así la relación con la familia nuclear, aquello era banal, intrascendente, vulgar o de poca importancia.
En cambio yo, su padre, comencé a celarla, cosa que no me había sucedido con nadie, ni siquiera con mi esposa.
Eso complejizó las relaciones endógenas entre todos nosotros. Iba diariamente a desearle buenas noches, y jugaba con sus zonas erógenas, era un vicio, que se transformó en una excesiva afición a ella, especialmente si es perjudicial para la cohesión intra muros, una mala costumbre, un hábito de obrar mal con mi hija, cosa a la que ella le era fácil aficionarse, tal vez su lozanía hacía que la dañara y corrompiera física y moralmente. Alteré las tradiciones cambiando los sentidos de las mismas. Anulé la validez de los actos anteriores, los deformé, los degeneré haciéndolos ahora cuestionar.
La acosaba en todo momento, buscaba su concupiscencia, despertar su deseo ansioso por mi presencia, su apetito desordenado de placeres sensuales o sexuales, quise ser la persona que tiene relaciones sexuales periódicas con ella sin estar casados.
Ella a duras penas, con gran dificultad y trabajo me padecía. Me sentía como una enfermedad, se sentía mal, no le agradaba, terminé resultando molesto con mis exigencias y mi exceso de suceptibilidad, inoportuno.
Hasta que por primera vez me dijo, Por favor papá no me toques más el culo,,!!
Y no lo acepté, no quise entenderlo, me comporté con insolencia y descaro, de manera irrespetuosa
Pero era más fuerte que yo, no lo podía evitar, y continué siendo inoportuno e indiscreto, hasta en público lo hacía, hasta que mi hija me acompañó a pesar de todo a una actividad cultural, donde vio a alguien, lo conoció y se marchó, desapareció.
Pero, no cejaré en mi empeño hasta encontrarla y recuperarla.
Me la imagino todas las noches enfiestada entre su novio y el padre de aquel
Creo que tanto yo, como todos los que conformamos el núcleo de socialización primaria, nos esforzamos por su aprendizaje.
Debo confesar también, que ella fue muy aplicada, diligente y laboriosa, siguió con interés y atención todas nuestras enseñanzas, hábitos, tradiciones o costumbres que van pasando de generación en generación en cada una de las familias. Las que nuestros antecesores y antepasados forjaron como forma o estilo de vida.
Es decir, que toda nuestra prole, o el grupo de personas emparentadas entre sí que vivimos juntas y especialmente las formadas por el matrimonio y los hijos, tenemos condiciones en común, caracteres que nos identifican en la intimidad. Somos un clan, o un grupo o comunidad de personas con una ascendencia común en la que tienen gran importancia los lazos familiares. Por supuesto, está restringido a las personas que estamos unidas por vínculos o intereses comunes y la obediencia a un jefe, en este caso a mi.
En virtud de ello y aclarado el contexto, paso a relatar o describir la historia. estas costumbres o ceremonias que siempre se repetían de la misma manera, con un conjunto de reglas establecidas, se cumplían fielmente, nuestra hija no era la excepción.
En nuestra estirpe, las mujeres debían ser femeninas, inocentes y sumisas, esa conjunción de aptitudes, lograba una buena disposición para ejercer o desempeñar una determinada tarea, función esencial de las mujeres de la casa, convertirse en un bien preciado para satisfacer al hombre, para saciar sus necesidades, deseos, pasiones, etc.
Ellas habían nacido para complacer, producir gusto o ilusión, debían convencerse y/o conformarse a ello.
Felina, el nombre de nuestra hija, era un vívido reflejo de aquello. Producía gusto o satisfacción, se empeñaba en gustar a los varones de la casa, le apetecía brindar sensaciones agradables, placenteras, satisfacernos.
Nos deleitaba con su dulzura, suave, agradable, como el del azúcar o la miel, un almibar. Afable, bondadosa y fundamentalmente dócil.
Mi hija siempre fue fácil de educar, apacible, dulce, obediente, suave y flexible.
Se entregaba rendida, subyugada a la inspección que le realizaba para verificar su castidad.
Se sometía con gusto, como en un entretenimiento divertido, por el poder de la acción se dejaba utilizar, una especie de juguete ligero, delicado, bonito, un chiche.
Era tierna e inexperta, sin embargo, comenzaban a manifestarse los caracteres de la madurez sexual.
Tanto fue así, que tomó la iniciativa, ella determinó el comienzo, bah, como lo habían hecho desde siempre las mujeres de la familia. Intervino y se inclinaba a la acción de aparearse. Pero, debía ajustarse una cosa con otra, de forma que queden iguales.
Para ello, nada mejor que mi padre, su abuelo paterno, que ya había criado una hija, mi hermana Angélica.
Él la llevó de pesca para hablarle, yo ocupé un lugar secundario en su iniciación.
La instrucción que le brindaría era algo en secreto entre ellos, a la que yo adherí en abstracto.
Debía prepararla para el debut, conseguir su apertura y como resultado descubrir lo que estaba cerrado u oculto.
Me pidió tiempo durante el cual se desarrollaría cierta actividad, ella se sometería a una especie de tratamiento, contínuo, de modo repetido para que presenciara de principio a fin o completara las partes que no entendiera, sin tener que abandonar o pagar consecuencias más adelante.
Desde una butaca o taburete mi padre, su abuelo la aleccionaba, los diálogos dejaron lugar, dieron paso a una efervescencia, una agitación que lo abstrajo, lo no concreto, no tenía realidad propia, era de difícil comprensión para la nieta, mi hija.
Su arte o como artista que no pretende representar cosas concretas, sino que atiende exclusivamente a elementos de forma, color, proporción, etc. le hablaba en general sin aplicación.
Sin embargo, ambos se dieron cuenta que no se podía considerar aisladamente las cualidades esenciales de un objeto, o el mismo objeto en su pura esencia o noción.
Entendieron ambos, los dos, que no podía prescindir alguien de la realidad exterior para concentrarse en su pensamiento. Motivo por el cual acordaron llevar a la práctica, a los hechos, todas las sesiones teóricas y los breves o precarios ejemplos masturbatorios que había desplegado mi padre, su abuelo frente a ella. Así que se sacrificó él, junto conmigo y mi suegro, en otras palabras, todo quedó en familia, como siempre, a la vieja usanza, Felina estaba segura entre sus familiares, sus dos abuelos y su padre la cuidaban.
Conciliamos y decidimos que no hubiera penetración vaginal, debía mantenerse virgen.
Además, tras meditar sobre ello y para ser completamente justos, mas tarde trajimos a su hermano, mi hijo Leo, para que aporte ideas y participara de la iniciación de su hermana. Entre todos templamos a Felina como un instrumento, para que esté afinada y no disuene. Ella fue una especie de material poroso o dispositivo a través del cual se hizo pasar el fluido de todos nosotros, para limpiarla de impurezas y/o separar nuestras sustancias. Fue el medio para seleccionar lo mejor dentro de un conjunto parental. Se convirtió en la bebida mágica que se supone tiene el poder de conseguir que una persona ame a otra. Reveló algo que debía mantenerse en secreto
Y comenzó un tiempo de felicidad para toda la familia, ella estaba radiante, satisfecha luego de pasar la prueba triunfante. Mostraba algo que se posee de forma que se hiciera visible a los demás, por orgullo, vanidad o complacencia. Lo que poseía le daba derecho a ciertas ventajas. Se emocionaba sabiéndose apetecible, se aseguraba que podrían disfrutar con ella. Lo había comprobado con el gozo intenso que les proporcionó a los hombres de la familia
Felina más tarde experimentó con sus tíos, los hermanos de su padre, y los maridos de sus tías. Todos ellos fueron vehementes y apasionados dieron también su visto bueno. Todas estas relaciones pasajeras consentidas por la parentela, pasaban pronto y duraban poco, no así la relación con la familia nuclear, aquello era banal, intrascendente, vulgar o de poca importancia.
En cambio yo, su padre, comencé a celarla, cosa que no me había sucedido con nadie, ni siquiera con mi esposa.
Eso complejizó las relaciones endógenas entre todos nosotros. Iba diariamente a desearle buenas noches, y jugaba con sus zonas erógenas, era un vicio, que se transformó en una excesiva afición a ella, especialmente si es perjudicial para la cohesión intra muros, una mala costumbre, un hábito de obrar mal con mi hija, cosa a la que ella le era fácil aficionarse, tal vez su lozanía hacía que la dañara y corrompiera física y moralmente. Alteré las tradiciones cambiando los sentidos de las mismas. Anulé la validez de los actos anteriores, los deformé, los degeneré haciéndolos ahora cuestionar.
La acosaba en todo momento, buscaba su concupiscencia, despertar su deseo ansioso por mi presencia, su apetito desordenado de placeres sensuales o sexuales, quise ser la persona que tiene relaciones sexuales periódicas con ella sin estar casados.
Ella a duras penas, con gran dificultad y trabajo me padecía. Me sentía como una enfermedad, se sentía mal, no le agradaba, terminé resultando molesto con mis exigencias y mi exceso de suceptibilidad, inoportuno.
Hasta que por primera vez me dijo, Por favor papá no me toques más el culo,,!!
Y no lo acepté, no quise entenderlo, me comporté con insolencia y descaro, de manera irrespetuosa
Pero era más fuerte que yo, no lo podía evitar, y continué siendo inoportuno e indiscreto, hasta en público lo hacía, hasta que mi hija me acompañó a pesar de todo a una actividad cultural, donde vio a alguien, lo conoció y se marchó, desapareció.
Pero, no cejaré en mi empeño hasta encontrarla y recuperarla.
Me la imagino todas las noches enfiestada entre su novio y el padre de aquel
79 comentarios - Mi hija abandonó a la familia con imágenes
Gracias por seguir mi relato..!!
Habrá sido tu inconsciente..??
Saludos