En la empresa había un conflicto gremial. Mi lugar de trabajo, Gerencia de Tecnología, era una dependencia separada, unos 1.500 metros, del edificio central y, en total, no superábamos las 15 personas, de ellas cuatro mujeres: Marta, proyectista y doctora en física, Alicia y Matilde asistentes del sector con formación técnica e Hilda, asistente del gerente. Las tres primeras, simpáticas, dicharacheras dispuestas a las bromas y a la esgrima de las segundas intenciones. Sin ser jovencitas ni esculturales, eran agraciadas, lindas a punto tal que no era rara la vez que nosotros los hombres teníamos alterado el pulso por alguna de ellas. Hilda, una mujer ya muy madura era agradable en el trato pero fuera de carrera en atracción femenina. De todas, Matilde era la que más concitaba mi atención. Casada como las restantes chicas, de 36 años me llevaba 6 años y de las narices por la seducción que experimentaba por ella. Cada vez que quedábamos a solas y yo me insinuaba, frenaba mis ímpetus con firmeza y frases de rechazo, como:
-…tengo marido y tres hijos…¿te parece que estoy para juegos?...buscate alguien más joven y sin compromisos…-
-…¿me estas proponiendo compartir cama?....ni lo sueñes…-
-….no quiero complicarme la vida….a otra perra con ese hueso…..-
-….si vas a cuernear a tu esposa…..¡no cuentes con mi participación!..-
-……………………………………..-
Sin embargo mi hipótesis de mínima era que, a pesar de las negativas, ella estaba por lo menos interesada por lo que no me rendía. Y así, Matilde me tuvo en vilo, por meses. Hasta que por el conflicto gremial antes mencionado, un día miércoles, fuimos todos convocados a una asamblea en el edificio central para consensuar medidas de fuerza y, para facilitar la concurrencia, la comisión gremial declaró un cese de actividades de 14 a 18 horas. El gerente había viajado a Brasil y regresaba esa noche, por lo tanto, podríamos haber cerrado el edificio e ir todos a la convocatoria pero, de común acuerdo con los compañeros, me quedé para adelantar la confección de un extenso reporte que debíamos remitir al exterior la mañana siguiente. Al terminar la asamblea, otros involucrados, averiguarían por teléfono el grado de avance y, en caso de estimarlo necesario, se me unirían en la tarea para asegurarnos llegar a tiempo. Conmigo se quedaron Matilde y Alicia para colaborar en la preparación de datos, antecedentes, tablas, diagramas y gráficos para reporte.
Minutos antes de las 15 horas, Alicia dijo sentirse descompuesta, resultó ser una fuerte arritmia. Llamamos al esposo, que comentó que el problema no era nuevo ni muy preocupante, que el se haría cargo y que iba a llamar al servicio de emergencias médicas que tenía contratado. Llegó una ambulancia en corto tiempo y se llevó a la chica a una clínica para tratarla convenientemente.
Volvimos a nuestros escritorios. Yo no tardé en tomar conciencia de la coyuntura favorable: en el edificio sólo estábamos Matilde y yo y teníamos por delante un mínimo de dos horas. Regresé junto a ella, (arrimé una silla y me senté a su izquierda) que pretendió establecer una supuesta “distancia y formalidad” en la voz y en la actitud, comentándome el contenido de la pantalla de la computadora. Mientras fingía prestar atención a su explicación, le puse una mano en la pierna. La retiró con un movimiento brusco hacia su derecha sin dirigirme la mirada. Insistí segundos después. Nuevo movimiento pero con menor brusquedad que el anterior.
-…..¡Juuulio!!....Por favor no sigas…no podemos, …¡entendelo!!.-
-…..¿me pregunto porque?...¿que nos lo impide?...- replique con calma y con la vista fija en sus pupilas. No respondió entonces agregué:
-…..si alguien nos gusta,…no poder disfrutarla o disfrutarlo por pautas sociales o prohibiciones religiosas es realmente una perversidad,…una perversidad que aplican las iglesias y la sociedad “cagándose” en la naturaleza del ser humano, que lleva relatado en sus genes el otro sexo – y volví a la carga con mi mano en su pierna izquierda. Esta vez no hubo rechazo.
-…..me desvelo por vos….sentí como me pones…- le tomé su mano izquierda y se la llevé sobre mi bulto. Se quedó con las dos manos quietas, una sobre el mouse la otra sobre mi “anguila” que forcejaba con el cierre del pantalón para liberarse.
Mi mano en cambio, incursionó debajo de la pollera de Matilde que entreabrió las piernas, antes mantenidas rodilla a rodilla, y progresó raudamente hasta palpar con la yema de los dedos su conchita por arriba del calzón. No aguantó mucho la caricia íntima, me besó, le devolví el beso comiéndole los labios, su mano se animó y comenzó a manosear mi sexo hinchado. Sentí que su entrepiernas se humedecía, le aparté la bombachita lo suficiente para, con el índice y el pulgar, frotar su clítoris. Matilde se soltó, su mano derecha cambió de “bicho”: el ratón por la “culebra ciega”; para ello bajó el cierre de mi pantalón y le entró decidida a mi miembro erecto, como queriéndome masturbar.
- Hoy estas más linda que nunca.. ..Vamos mamuchi……en la gerencia hay un sofá re-cómodo…¿Si? –
- Me da miedo…puede venir alguien….me muero si nos encuentran haciéndolo….-
- El que se muere si demoramos un rato más soy yo…- me levanté y la “obligué” a seguirme.
- ¿Juliooo!!...nos vamos a atrasar con el trabajo..- protestó sin convicción, pero deteniendo nuestro andar hacia el piso superior.
-…despreocupate…en último caso mañana vengo temprano y termino a tiempo para que firme el gerente y lo envíen como previsto…vení....¿o no queres?-
-….no es eso…pero…-
Completamos el recorrido, entramos en la oficina y nos abrazamos y besamos apasionadamente. Le abrí el cierre de la pollera y se la subí hasta sacársela por la cabeza. Su blusa se unió a su otra prenda en el pavimento. Le siguieron mi pantalón y camisa y, abrazados nos caímos en el gran sofá esquinero.
Una vez acostados los prolegómenos fueron breves por la urgencia que ambos teníamos de poseernos. La mía era de-ses-pe-ra-ción. Nos besamos en los labios, dulcemente, en una caricia larga, suave. Las lenguas jugaron, se entrelazaron. Mis manos desabrocharon el corpiño hasta alcanzar sus senos, y acariciarlos en forma de circulo pellizcando levemente los pezones, las suyas acariciaban cada vez con más confianza. La tetas recibieron una mamada, digna del más famélico de los “guachos” mientras, en paralelo, acariciaba febrilmente sus nalgas y su sexo húmedo.
Yo estaba enardecido y ella verdaderamente encantada, claramente le gustaba lo que le hacía y como se lo hacía. Lo exteriorizaba con suspiros de aprobación.
La bombacha y el calzoncillo cayeron en el parquet, sin más demoras, me acomodé sobre ella, seguí besándola, mientras invadía con mi verga dura su cuevita ardiente; la sentí totalmente desenfrenada, anhelante, ávida del éxtasis, de los cuerpos enredados, casi salvajes...
- ¡Así seguí!...¡Así!..- repetía agitada.
Se entregó incondicionalmente al disfrute sin reprimir las más diversas exteriorizaciones vocales de su goce. Yo volaba por la estratosfera del erotismo. Nunca sabré los minutos que estuvimos cogiendo, se que me parecieron demasiados breves; al cabo de ellos observé cómo sus movimientos, y con los suyos los míos, acrecentaban su velocidad y su ímpetu, anticipando el clímax...Un "siiiiiiiiiii..." prolongado y un suspiro nacido en lo más profundo de su pecho, me anunciaron que había acabado, apenas instantes antes que yo. La besé, abracé con más fuerza y acaricié su cabello largamente antes de salir de adentro de ella.
Matilde fue presa de la urgencia de recomponerse, reapareció su temor de que algún compañero volviera a la oficina. No aceptó seguir acostada, como le pedía yo:
-…¡no Julio!!...basta ya….otro día y en otro lugar nos daremos más tiempo…hoy no provoquemos a la suerte…¡siii? – recogió sus prendas diseminadas y salió disparada al baño.
El otro día aludido y prometido, fue la siguiente semana en hotel Osiris próximo a Puerto Madero. Salimos del trabajo, por separado, a media tarde pretextando no recuerdo que trámites y nos “devoramos” durante tres horas. Matilde, no condicionada por el temor de ser sorprendida in fraganti, fue inenarrable haciendo el amor. Y su cuerpo, hecho a mi exacta medida, provocó mis sentidos de una forma casi animal.
La imagen que reproduce mi mente de la danza íntima y erótica en la cual nuestros cuerpos se entrelazaban afiebrados, aun cuando estemos lejos en espacio y tiempo, me enciende como una chispa encendería un montón de hojas secas.
Al llegar a la habitación abrí la puerta, la tomé de la mano y la arrastré hacia adentro como un Neandertal a su hembra.
Me quité la ropa y le arranqué la suya, la miré a los ojos, rodee su cintura con mis brazos, la atraje con firmeza hacia mi cuerpo desnudo y comencé a besarla. Su lengua entró en mi boca, mi lengua entró en la suya, mientras nos manoseábamos sin tregua, sus tetas apoyadas en mi torax mi verga tensa apoyada contra su pubis, su humedad haciéndose más y más evidente. La arrojé sobre la cama, y me quedé parado frente a ella, recorriendo con ávida mirada su cuerpo y mostrándole, orgulloso, mi miembro dispuesto a la faena. Presa de la excitación, segundos después, abrí sus piernas, hundí la lengua dentro su sexo mojado estremeciéndola de placer. Acerté, exactamente, el control de la presión de mi lengua para hacerla explotar en cientos de gemidos y temblar con movimientos agitados y repentinos.
Me imploró que parara. Me suplicó que la cogiese.
Obediente me trepé encima de ella y mientras la besaba en la boca le introduje mi verga entera en la concha palpitante, esto es que acompañó la penetración contrayéndose y dilatándose alternativamente.
La cogida fue brutal, rayana a la salvajada. Matilde articuló, palabras, frases truncas, sonidos y gritó barbaridades. Me regaló, entre dos de sus orgasmos, el famoso beso de Singapur, con alucinantes movimientos de succión de su concha en mi verga. Ahí solté toda mi leche y ella se vino por última vez en ese polvo descomunal.
Pero ninguno de los dos asumió como conclusión la extraordinaria, monstruosa, enorme cogida.
Vueltos a un estado de semi-normalidad, por una corta pausa, ella “desenfundó” su ritual amatorio para liderar las acciones.
Besó mis labios fugazmente, recorrió, con la lengua y labios, cada centímetro de mi pecho y vientre hasta que su boca encontró su meta. Otra vez erguido, duro, mi miembro listo para ser devorado, lamido, chupado. Destinó su tiempo para disfrutarlo, consciente que su goce era también el mío.
Subió encima de mí, lentamente, manoteó y armonizó mi verga sin pudor alguno, se la introdujo al tope y arrancó con el sube y baja de a ratos lento, en otros frenético, sin dejar de completar la penetración a fondo.
Con una mano, yo, le palpaba las tetas con la otra las nalgas. En nuestras miradas se veía claramente, en cada una de sus embestida, que estábamos en otro mundo, en uno donde señoreaba lo sublime, lo atemporal, el éxtasis. Cuando la exaltación de los sentidos, ya no cabía más, nos fundimos en la segunda explosión excelsa y acabamos juntos.
Sospecho que en su casa, Matilde no encontraba, lo que sus genes le exigían. Daba la impresión que lo conseguía conmigo ya que desde ese día de paro gremial, fuimos amantes, nos citamos asiduamente y disfrutamos, con plenitud y deleite creciente, del mandato más placentero de la evolución: El sexo.
Nada dura para siempre pero, su recuerdo es indeléble.
-…tengo marido y tres hijos…¿te parece que estoy para juegos?...buscate alguien más joven y sin compromisos…-
-…¿me estas proponiendo compartir cama?....ni lo sueñes…-
-….no quiero complicarme la vida….a otra perra con ese hueso…..-
-….si vas a cuernear a tu esposa…..¡no cuentes con mi participación!..-
-……………………………………..-
Sin embargo mi hipótesis de mínima era que, a pesar de las negativas, ella estaba por lo menos interesada por lo que no me rendía. Y así, Matilde me tuvo en vilo, por meses. Hasta que por el conflicto gremial antes mencionado, un día miércoles, fuimos todos convocados a una asamblea en el edificio central para consensuar medidas de fuerza y, para facilitar la concurrencia, la comisión gremial declaró un cese de actividades de 14 a 18 horas. El gerente había viajado a Brasil y regresaba esa noche, por lo tanto, podríamos haber cerrado el edificio e ir todos a la convocatoria pero, de común acuerdo con los compañeros, me quedé para adelantar la confección de un extenso reporte que debíamos remitir al exterior la mañana siguiente. Al terminar la asamblea, otros involucrados, averiguarían por teléfono el grado de avance y, en caso de estimarlo necesario, se me unirían en la tarea para asegurarnos llegar a tiempo. Conmigo se quedaron Matilde y Alicia para colaborar en la preparación de datos, antecedentes, tablas, diagramas y gráficos para reporte.
Minutos antes de las 15 horas, Alicia dijo sentirse descompuesta, resultó ser una fuerte arritmia. Llamamos al esposo, que comentó que el problema no era nuevo ni muy preocupante, que el se haría cargo y que iba a llamar al servicio de emergencias médicas que tenía contratado. Llegó una ambulancia en corto tiempo y se llevó a la chica a una clínica para tratarla convenientemente.
Volvimos a nuestros escritorios. Yo no tardé en tomar conciencia de la coyuntura favorable: en el edificio sólo estábamos Matilde y yo y teníamos por delante un mínimo de dos horas. Regresé junto a ella, (arrimé una silla y me senté a su izquierda) que pretendió establecer una supuesta “distancia y formalidad” en la voz y en la actitud, comentándome el contenido de la pantalla de la computadora. Mientras fingía prestar atención a su explicación, le puse una mano en la pierna. La retiró con un movimiento brusco hacia su derecha sin dirigirme la mirada. Insistí segundos después. Nuevo movimiento pero con menor brusquedad que el anterior.
-…..¡Juuulio!!....Por favor no sigas…no podemos, …¡entendelo!!.-
-…..¿me pregunto porque?...¿que nos lo impide?...- replique con calma y con la vista fija en sus pupilas. No respondió entonces agregué:
-…..si alguien nos gusta,…no poder disfrutarla o disfrutarlo por pautas sociales o prohibiciones religiosas es realmente una perversidad,…una perversidad que aplican las iglesias y la sociedad “cagándose” en la naturaleza del ser humano, que lleva relatado en sus genes el otro sexo – y volví a la carga con mi mano en su pierna izquierda. Esta vez no hubo rechazo.
-…..me desvelo por vos….sentí como me pones…- le tomé su mano izquierda y se la llevé sobre mi bulto. Se quedó con las dos manos quietas, una sobre el mouse la otra sobre mi “anguila” que forcejaba con el cierre del pantalón para liberarse.
Mi mano en cambio, incursionó debajo de la pollera de Matilde que entreabrió las piernas, antes mantenidas rodilla a rodilla, y progresó raudamente hasta palpar con la yema de los dedos su conchita por arriba del calzón. No aguantó mucho la caricia íntima, me besó, le devolví el beso comiéndole los labios, su mano se animó y comenzó a manosear mi sexo hinchado. Sentí que su entrepiernas se humedecía, le aparté la bombachita lo suficiente para, con el índice y el pulgar, frotar su clítoris. Matilde se soltó, su mano derecha cambió de “bicho”: el ratón por la “culebra ciega”; para ello bajó el cierre de mi pantalón y le entró decidida a mi miembro erecto, como queriéndome masturbar.
- Hoy estas más linda que nunca.. ..Vamos mamuchi……en la gerencia hay un sofá re-cómodo…¿Si? –
- Me da miedo…puede venir alguien….me muero si nos encuentran haciéndolo….-
- El que se muere si demoramos un rato más soy yo…- me levanté y la “obligué” a seguirme.
- ¿Juliooo!!...nos vamos a atrasar con el trabajo..- protestó sin convicción, pero deteniendo nuestro andar hacia el piso superior.
-…despreocupate…en último caso mañana vengo temprano y termino a tiempo para que firme el gerente y lo envíen como previsto…vení....¿o no queres?-
-….no es eso…pero…-
Completamos el recorrido, entramos en la oficina y nos abrazamos y besamos apasionadamente. Le abrí el cierre de la pollera y se la subí hasta sacársela por la cabeza. Su blusa se unió a su otra prenda en el pavimento. Le siguieron mi pantalón y camisa y, abrazados nos caímos en el gran sofá esquinero.
Una vez acostados los prolegómenos fueron breves por la urgencia que ambos teníamos de poseernos. La mía era de-ses-pe-ra-ción. Nos besamos en los labios, dulcemente, en una caricia larga, suave. Las lenguas jugaron, se entrelazaron. Mis manos desabrocharon el corpiño hasta alcanzar sus senos, y acariciarlos en forma de circulo pellizcando levemente los pezones, las suyas acariciaban cada vez con más confianza. La tetas recibieron una mamada, digna del más famélico de los “guachos” mientras, en paralelo, acariciaba febrilmente sus nalgas y su sexo húmedo.
Yo estaba enardecido y ella verdaderamente encantada, claramente le gustaba lo que le hacía y como se lo hacía. Lo exteriorizaba con suspiros de aprobación.
La bombacha y el calzoncillo cayeron en el parquet, sin más demoras, me acomodé sobre ella, seguí besándola, mientras invadía con mi verga dura su cuevita ardiente; la sentí totalmente desenfrenada, anhelante, ávida del éxtasis, de los cuerpos enredados, casi salvajes...
- ¡Así seguí!...¡Así!..- repetía agitada.
Se entregó incondicionalmente al disfrute sin reprimir las más diversas exteriorizaciones vocales de su goce. Yo volaba por la estratosfera del erotismo. Nunca sabré los minutos que estuvimos cogiendo, se que me parecieron demasiados breves; al cabo de ellos observé cómo sus movimientos, y con los suyos los míos, acrecentaban su velocidad y su ímpetu, anticipando el clímax...Un "siiiiiiiiiii..." prolongado y un suspiro nacido en lo más profundo de su pecho, me anunciaron que había acabado, apenas instantes antes que yo. La besé, abracé con más fuerza y acaricié su cabello largamente antes de salir de adentro de ella.
Matilde fue presa de la urgencia de recomponerse, reapareció su temor de que algún compañero volviera a la oficina. No aceptó seguir acostada, como le pedía yo:
-…¡no Julio!!...basta ya….otro día y en otro lugar nos daremos más tiempo…hoy no provoquemos a la suerte…¡siii? – recogió sus prendas diseminadas y salió disparada al baño.
El otro día aludido y prometido, fue la siguiente semana en hotel Osiris próximo a Puerto Madero. Salimos del trabajo, por separado, a media tarde pretextando no recuerdo que trámites y nos “devoramos” durante tres horas. Matilde, no condicionada por el temor de ser sorprendida in fraganti, fue inenarrable haciendo el amor. Y su cuerpo, hecho a mi exacta medida, provocó mis sentidos de una forma casi animal.
La imagen que reproduce mi mente de la danza íntima y erótica en la cual nuestros cuerpos se entrelazaban afiebrados, aun cuando estemos lejos en espacio y tiempo, me enciende como una chispa encendería un montón de hojas secas.
Al llegar a la habitación abrí la puerta, la tomé de la mano y la arrastré hacia adentro como un Neandertal a su hembra.
Me quité la ropa y le arranqué la suya, la miré a los ojos, rodee su cintura con mis brazos, la atraje con firmeza hacia mi cuerpo desnudo y comencé a besarla. Su lengua entró en mi boca, mi lengua entró en la suya, mientras nos manoseábamos sin tregua, sus tetas apoyadas en mi torax mi verga tensa apoyada contra su pubis, su humedad haciéndose más y más evidente. La arrojé sobre la cama, y me quedé parado frente a ella, recorriendo con ávida mirada su cuerpo y mostrándole, orgulloso, mi miembro dispuesto a la faena. Presa de la excitación, segundos después, abrí sus piernas, hundí la lengua dentro su sexo mojado estremeciéndola de placer. Acerté, exactamente, el control de la presión de mi lengua para hacerla explotar en cientos de gemidos y temblar con movimientos agitados y repentinos.
Me imploró que parara. Me suplicó que la cogiese.
Obediente me trepé encima de ella y mientras la besaba en la boca le introduje mi verga entera en la concha palpitante, esto es que acompañó la penetración contrayéndose y dilatándose alternativamente.
La cogida fue brutal, rayana a la salvajada. Matilde articuló, palabras, frases truncas, sonidos y gritó barbaridades. Me regaló, entre dos de sus orgasmos, el famoso beso de Singapur, con alucinantes movimientos de succión de su concha en mi verga. Ahí solté toda mi leche y ella se vino por última vez en ese polvo descomunal.
Pero ninguno de los dos asumió como conclusión la extraordinaria, monstruosa, enorme cogida.
Vueltos a un estado de semi-normalidad, por una corta pausa, ella “desenfundó” su ritual amatorio para liderar las acciones.
Besó mis labios fugazmente, recorrió, con la lengua y labios, cada centímetro de mi pecho y vientre hasta que su boca encontró su meta. Otra vez erguido, duro, mi miembro listo para ser devorado, lamido, chupado. Destinó su tiempo para disfrutarlo, consciente que su goce era también el mío.
Subió encima de mí, lentamente, manoteó y armonizó mi verga sin pudor alguno, se la introdujo al tope y arrancó con el sube y baja de a ratos lento, en otros frenético, sin dejar de completar la penetración a fondo.
Con una mano, yo, le palpaba las tetas con la otra las nalgas. En nuestras miradas se veía claramente, en cada una de sus embestida, que estábamos en otro mundo, en uno donde señoreaba lo sublime, lo atemporal, el éxtasis. Cuando la exaltación de los sentidos, ya no cabía más, nos fundimos en la segunda explosión excelsa y acabamos juntos.
Sospecho que en su casa, Matilde no encontraba, lo que sus genes le exigían. Daba la impresión que lo conseguía conmigo ya que desde ese día de paro gremial, fuimos amantes, nos citamos asiduamente y disfrutamos, con plenitud y deleite creciente, del mandato más placentero de la evolución: El sexo.
Nada dura para siempre pero, su recuerdo es indeléble.
3 comentarios - Con Matilde aprovechamos el paro.