Entre abrazos y besos, respiraciones cortadas por las lenguas enredadas, cuando sus dedos alcanzaron mi sexo ya hinchado y sensible. Poniéndome a cuatro patas sobre el sofá, me quitó el tanga. Se arrodilló para estar a la altura de mis nalgas que separaba con sus manos, dejando al aire mi coño. La humedad antes atrapada entre los labios, se escapaba ya y era ahora, con el mimo de sus dedos, miel que goteaba.
Movía sus dedos dentro hábilmente sobre mi clítoris, frotando como quien frota un objeto para sacarle brillo, recorriéndolo sin prisa. No menos hábiles eran sus dos dedos que se movían, las yemas hacia arriba, dentro de mí.
-Es una locura abrirte y ver lo mojada que estás, como es una locura meterte los dedos y saborear a la par tus mieles.
Me di la vuelta; nos besamos; sacaba sus dedos de mi interior y los colocaba entre nuestras bocas que, ávidas, se apresuraban a libar. Volvía a meterlos y yo me moría ya de ganas por sentir algo más que sus dedos; él lo sabía y me castigaba aumentando el tiempo de espera.
Besaba mi boca sin tocarme, bajaba al pecho, vientre, saltaba de un muslo a otro llegando hasta la rodilla desde donde volvía a subir hacia el estómago sin pasar por el sexo. Primero caricias, luego eran ya mordisquitos.
Yo ya estaba muy caliente cuando noté su lengua en las ingles. Me moría de ganas por coger su cabeza y hundirla en mi sexo, pero lo dejé hacer. Ya los jadeos escapaban de mi boca cuando separó los labios y me dio el primer lametón, lento pero intenso, de arriba abajo. Su lengua posada en mi ano volvía a subir lentamente hasta llegar al clítoris. Sentía todo el grosor de su lengua en mi coño dilatado y abierto, subía y bajaba sin parar acompañada por sus jadeos ya tan audibles que diría que transmitían vibraciones a mi coño. Cada vez que pasaba por mi clítoris era sacudida por una convulsión.
Le gustaba hacerme sufrir, que suplicara; lo volvía loco que le dijera “por favor” queriendo decirle “métemela ya, fóllame con tu lengua”. Dejaba de lamerme, acariciando superficialmente hasta que el ”por favor” salía de mi boca; uno detrás de otro, “por favor, por favor, por favor”.
Era entonces, y sólo entonces, cuando enterraba su lengua en mí hasta el fondo separando los labios con sus dedos. Todo mi sexo a su merced, fornicado lenta y profundamente, luego penetrada a un ritmo vertiginoso por su lengua, por sus dedos hasta que no pudiendo más, sintiendo que me desbordo y mi cuerpo se tensa , agarro su cabeza, la aprieto contra mí, gimo, aprieto mis pechos con fuerza.
Al ver su cara y su boca empapadas por mi flujo, los gemidos y las convulsiones se intensifican, estoy a punto, estallo, soy agua.
Levanto mis caderas empujando contra su cara mientras suaves espasmos terminan de recorrer mi cuerpo. Se ahoga en mí a la vez que bebe vida, saborea cada momento de mi orgasmo. Poco a poco mi cuerpo se relaja intentando recuperar el aliento perdido mientras vuelve a besarme.
Movía sus dedos dentro hábilmente sobre mi clítoris, frotando como quien frota un objeto para sacarle brillo, recorriéndolo sin prisa. No menos hábiles eran sus dos dedos que se movían, las yemas hacia arriba, dentro de mí.
-Es una locura abrirte y ver lo mojada que estás, como es una locura meterte los dedos y saborear a la par tus mieles.
Me di la vuelta; nos besamos; sacaba sus dedos de mi interior y los colocaba entre nuestras bocas que, ávidas, se apresuraban a libar. Volvía a meterlos y yo me moría ya de ganas por sentir algo más que sus dedos; él lo sabía y me castigaba aumentando el tiempo de espera.
Besaba mi boca sin tocarme, bajaba al pecho, vientre, saltaba de un muslo a otro llegando hasta la rodilla desde donde volvía a subir hacia el estómago sin pasar por el sexo. Primero caricias, luego eran ya mordisquitos.
Yo ya estaba muy caliente cuando noté su lengua en las ingles. Me moría de ganas por coger su cabeza y hundirla en mi sexo, pero lo dejé hacer. Ya los jadeos escapaban de mi boca cuando separó los labios y me dio el primer lametón, lento pero intenso, de arriba abajo. Su lengua posada en mi ano volvía a subir lentamente hasta llegar al clítoris. Sentía todo el grosor de su lengua en mi coño dilatado y abierto, subía y bajaba sin parar acompañada por sus jadeos ya tan audibles que diría que transmitían vibraciones a mi coño. Cada vez que pasaba por mi clítoris era sacudida por una convulsión.
Le gustaba hacerme sufrir, que suplicara; lo volvía loco que le dijera “por favor” queriendo decirle “métemela ya, fóllame con tu lengua”. Dejaba de lamerme, acariciando superficialmente hasta que el ”por favor” salía de mi boca; uno detrás de otro, “por favor, por favor, por favor”.
Era entonces, y sólo entonces, cuando enterraba su lengua en mí hasta el fondo separando los labios con sus dedos. Todo mi sexo a su merced, fornicado lenta y profundamente, luego penetrada a un ritmo vertiginoso por su lengua, por sus dedos hasta que no pudiendo más, sintiendo que me desbordo y mi cuerpo se tensa , agarro su cabeza, la aprieto contra mí, gimo, aprieto mis pechos con fuerza.
Al ver su cara y su boca empapadas por mi flujo, los gemidos y las convulsiones se intensifican, estoy a punto, estallo, soy agua.
Levanto mis caderas empujando contra su cara mientras suaves espasmos terminan de recorrer mi cuerpo. Se ahoga en mí a la vez que bebe vida, saborea cada momento de mi orgasmo. Poco a poco mi cuerpo se relaja intentando recuperar el aliento perdido mientras vuelve a besarme.
1 comentarios - Llegada al orgasmo