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Capítulo 1
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
¿Después de darme un beso y quedándose dormida desnuda a mi lado, mi prima me deseaba buenas noches? ¡Como si fuera a poder dormir! Me giré, y a pesar de que la noche era oscuridad (obvio), la luz de la luna iluminaba lo suficiente para poder adivinar su silueta… su sexy silueta… Joder, no podía pensar en esas cosas. Pero ¿qué coño había pasado?
Había ido hasta la casa de los abuelos para pasar el verano. Correcto. Mi prima Yolanda había decidido cambiarse de ropa delante de mí. Luego mi otra prima, Rocío, había echado nata a los macarrones… y había lamido el tetrabrick. Yolanda había usado mis piernas de almohada. Rocío me había dado un morreo de buenas noches, y Yolanda había hecho lo mismo.
Eso sólo podía tener una explicación. Que éramos libres de hacer el tonto. Podíamos jugar si nos apetecía. Y que por supuesto, en aquella casa íbamos a tener que montar alguna fiestecita. Conocer gente, ligar… y todo lo que pudiéramos hacer.
Intenté dormir, pero me resultó algo incómodo. Me había empalmado nuevamente. Dormir así era incómodo. Pero no me atrevía a ir al baño para aliviarme por si despertaba a Yolanda… y por supuesto tampoco me podía arriesgar a hacerlo allí. No sé cómo fui capaz finalmente de dormirme.
Por la mañana, temprano (muy temprano, según el reloj) me despertó la luz del sol y los pájaros piando. “Hijos de puta”, pensé. Me estiré, intentando despejarme. Y en ese momento mi prima se despertó también. Había terminado girada hacia mi, con uno de sus brazos cubriendo sus tetas. Esas que yo no debía mirar. Me sonrió, y cuando fue a estirarse, volví a mirar hacia otro lado.
“Buenos días. ¿Qué tal has dormido?”, me preguntó.
“Bien”, mentí. “Estos colchones siempre han sido muy cómodos”.
“Sí. Me acuerdo cuando éramos niños y dormíamos en esta cama los cuatro”, respondió Yolanda, con cierto tono de melancolía. “Aunque se nota que hemos crecido”.
Como para no notarlo, intentando en todo momento evitar mirar sus pechos o su vagina, ya que estando ahora bocarriba, podía contemplar todo su cuerpo. ¿Por qué era tan temprano? Deberíamos habernos levantado en ese momento y por lo menos así se habría puesto el bikini.
“Pero no se me ha olvidado que anoche dijimos de charlar un poco. ¿Qué tal?” preguntó con cierto tono.
“Todo bien”, respondí, sin saber a qué se refería.
“Tontorrón. Te estoy preguntando por chicas… Sé que no sueles hablar de eso, pero tengo curiosidad. ¿No te fuiste con una en la fiesta de fin de curso?”
“Bueno, sí…” no me apetecía entrar en detalles ya que había poco que contar. “Fui para su casa y nos dimos un poco el lote, pero no quiso hacer nada. Y…”, me callé. Había hablado de más, y ahora mi prima quería los detalles. “Y eso que nos habíamos desnudado y todo”.
“Oh, vaya. Pero ¿te dijo por qué?”
“Que se le pasaron las ganas”.
“Déjame verte”.
“Me estás viendo”.
“Ahí abajo, tontorrón. Déjame verte”.
“¿Para qué?”
“Tú déjame ver”.
No me podía creer su petición. Mierda, sólo de imaginarme desnudándome por completo delante de ella se me ponía dura otra vez. Suspiré, y me quité mi única prenda. Sentí una inmensa liberación al notar que mi polla ya no estaba apresada contra la tela, pero igualmente estaba muerto de vergüenza bajo la atenta mirada de mi prima.
“Lo que me imaginaba. Le dio miedo. Seguro”.
“Por favor, no te rías de mi”.
“¿Y quién se rie? Hablo en serio. Estás bien dotado, primito”.
Ahora sí que quería morirme de la vergüenza. Me volví a tapar.
“¿Y alguna otra?”
“No.”
“Aparecerá alguien. Estamos al lado de la playa, vas a tener oportunidades”.
“¿Te parece si vamos a desayunar?”, propuse, intentando no ahondar más en el tema de mi escasa vida sexual.
“Vale”, respondió ella. “Voy a ponerme el bikini, me apetece darme un chapuzón hoy.”
“Te espero fuera”.
Salí de la habitación. Esperé no haber sido demasiado brusco con ella, pero si no solía hablar de chicas era precisamente porque no me solía pasar nada con ellas, más allá de unos besos. A mi me constaba que mi primo no tenía ese problema y que ya se había estrenado hacía tiempo. Rocío también, ya que en su día la estuvimos ayudando a buscar información para que su primera vez fuese lo mejor posible. Y estaba seguro de que Yolanda también había estado con algún chico, uno de esos amigos medio-góticos que tenía ella.
No es que me importara ser “el último” de mis primos, pero era una información que no me apetecía compartir. Pensando en esas cosas llegué al salón y me senté en una silla. Al momento apareció mi prima Rocío.
“Buenos días, primo”.
“... ¿Te has dado cuenta de que no llevas sujetador?”, dije, nuevamente desviando la mirada. Por favor, ¿no podíamos estar tranquilos sin nudismo? Que lo de vernos desnudos se remontaba a la época de cuando nuestras madres nos lavaban juntos, hacía años.
“Oh, se me había olvidado. Espera que voy a por él”.
Sólo falta ya que aparezca Enrique enseñando la polla, pensé. Y cuando este apareció, me pregunté si debía mirar para comprobarlo o hacerme el tonto. De reojo pude ver que estaba tapado, nos dimos los buenos días, y nos pusimos a preparar el desayuno para los cuatro. El olor a café llenó la cocina cuando mis primas entraron, ya en sus sexys bikinis, pero al menos sin hacer gala de un nudismo que consideraba innecesario.
Después del desayuno, fuimos a la piscina. Para evitar problemas con la digestión, la idea era mojarse muy poco a poco el cuerpo, para acostumbrarse al agua, y luego meterse despacio. Fui yo primero, y tuve que reconocer que el agua estaba genial. Era lo que hacía falta contra aquel calor horroroso que había en el ambiente. Cuando estuve dentro, les animé a entrar.
Rocío fue la siguiente en animarse. Me imitó para mojarse bien antes de entrar, y luego flotó suavemente hasta quedar a mi lado. Intenté no prestar atención a sus senos, los cuales sobresalían fuera del agua.
“No hagas como si no me las vieras”, me dijo mi prima. “Estamos en una piscina, es normal”.
“Si tu lo dices…”
Enrique y Yolanda se metieron también y nos tomamos un momento de relajación. Qué a gusto estábamos allí. Pero no tardamos mucho en dedicarnos a lo que más nus gustaba: ahogadillas. A hundirnos unos a otros. Conseguí que mis tres primos fueran los primeros en caer al agua. Pero justo cuando había hundido la cabeza de Rocío, mi primo me atacó por detrás y me hizo caer hasta casi el fondo de la piscina.
Quise subir rápidamente, pero en ese momento, me vi “encerrado”. Debía pasar necesariamente por entre las piernas de Rocío para poder salir. Nadé, pero no tardé mucho en verme de nuevo apresado. Mi prima Yolanda estaba sujeta a las caderas de Rocío, y tenía también sus piernas separadas para hacerme pasar por en medio. Estaba tan cerca del borde que tuve a apenas unos milímetros de mi cara el bonito culo de mi prima. Podía ver que era bonito incluso con el bikini.
“¿Pretendéis que me ahogue?”, dije, al poder salir a la superficie a respirar.
“Claro. Era nuestro plan”, bromeó Rocío.
“Ay, que se enfada nuestro primito”, dijo Yolanda, de cachondeo.
Se pusieron a darme besitos en las mejillas. Pretendían ser inocentes, pero en ese momento yo no veía nada inocente en ellas. Debía alejarme un rato de aquel ambiente. Sugerí a mi primo Enrique que nos fuéramos a secar, e ir a comprar algo más en el supermercado. Para largo plazo. Le pareció una buena idea, de forma que salimos, nos secamos a conciencia, nos cambiamos, y salimos a la calle. Mis primas decidieron quedarse en casa.
“¿Te puedo preguntar algo?”, dijo Enrique mientras caminábamos bajo un sol incendiario.
“Claro que sí. ¿Qué pasa?”
“¿Te da asco Yolanda?”
“... ¿Perdona?”, escuchar semejante gilipollez provocó que me parase en seco. ¿Cómo podía cuestionar algo asi. “¿Cómo va a darme asco tu hermana?”
“Pues te agradecería que dejaras de apartar la mirada de su cuerpo como si te repugnara”.
“¿Te das cuenta de que tu hermana se desnuda delante mía como si tal cosa? ¡En incómodo e indebido!”
“Déjate de ostias. Me ofende más el hecho de que apartes la vista a que te quedaras babeando por ella”.
“Estás loco”.
Intenté irme, pero me retuvo sujetándome del brazo.
“Mira. Sé que puede parecer raro, pero necesito que te comportes. Ella no ha estado muy bien últimamente. Hace mucho que no liga con chicos, y empieza a verse fea. A no gustarle su propio cuerpo. Y si apareces tú y desvías la mirada, pues no le ayuda mucho.”
“Pero es que ¡somos primos! ¡No está bien que mire a alguien de mi propia familia y admire ese cuerpo tan bonito que tiene, esa piel perfecta, esos pechos que…”, me di cuenta de que estaba hablando demasiado. Estaba reconociendo que mi prima me parecía atractiva. Y aún aśi, Enrique parecía satisfecha.
“Eso es lo que quiero que le transmitas. Por favor. Hazlo por ella, ¿vale?”
A pesar de lo raro que me parecía su petición, la acepté. Quería mucho a mi prima y no quería que por mi culpa se sintiera mal consigo misma. Así que intentaría mantener la mirada, no más tiempo del necesario, pero sin evitar el contacto visual.
Después de llevarnos media tienda, volvimos a casa. Queríamos darnos prisa, el sol empezaba a quemar incluso en la sombra. Por fin llegamos, y me sorprendió encontrar la casa vacía.
“Estarán en la piscina otra vez”, sugirió mi primo, y fue a la cocina a empezar a preparar la comida. “Diles que la cena la preparan ellas”.
Pero cuando fui a salir, oí unas risas en el baño. Debían estar allí. Llamé a la puerta, y esperé a que dijeran “Adelante”.
Y cuando entré, no podía llevarme una sorpresa más extraña. Se habían sentado en el borde de la bañera, completamente desnudas, una al lado de la otra, y se estaban rasurando ahí. Y mi presencia no las detuvo. Ahí las tenía, depilándose el coño delante de mi como si tal cosa.
“Hola, primo. ¿Qué tal la compra?”, preguntó Yolanda.
“¿La compra? ¿Se puede saber por qué me hacéis entrar?”
“Porque has llamado”, respondió Rocío. “No me digas que vas a seguir muriéndote de la vergüenza por vernos desnudas. Le vas a quitar toda la gracia a estar sin padres”.
“Ya, bueno, lo siento… es simplemente que no me esperaba que fuérais a tomar esta actitud”, me disculpé. “Sois libres de hacer lo que queráis”.
“Aunque Yolanda sea libre, ¿me ayudas a convencerla? Insiste en no quitarse todo el pelo.”
“No es para nada sano depilárselo entero, ¿sabes?”, replicó la otra. “Dejar un poco de pelo es lo más natural”.
“Pero ya que lo haces, da lo mismo quitárselo todo. No veas lo a gustito que se está con la piel descubierta. ¿Tú que opinas, primo?”
“Yo no opino nada, yo me voy a ir a dar un baño…”
“Tú te quedas ahí hasta que nos digas si prefieres pelo o depilado”, dijo Yolanda.
Intenté no apartar la mirada, pero tampoco fijarme en el detalle. Tal como estaban las dos, podía verlas TODO. Bueno, había espuma depilatoria de por medio en algunas partes, pero estaban tal como vinieron al mundo, y muy expuestas.
“Yo soy de que cada uno haga lo que quiera…”
“¿Y tú qué quieres?”, curioseó Rocío.
“Pueeeeees…”
“Se depila, que lo he visto yo”, dijo Yolanda, con toda naturalidad.
“¿Ah, sí? ¿A ver?”, dijo Rocío. “Pero acércate un poco, que no mordemos”.
“Preferiría que no…”.
Pero me miraban tan serias que no podía evitarlo. Avancé un poco, y me quité toda la ropa de mis piernas. Primero el pantalón, y luego el bóxer. La tenía medio dura, y el saber que me la estaban mirando, me calentaba todavía más.
“En realidad no me depilo… es que me sale muy poco vello”.
“Oh, vaya… Bueno, mejor para tí. Así se ve aún más grande”, dijo Rocío.
Conseguí permiso para taparme finalmente, pero no así para irme. Les apetecía charlar, y tuve que agradecer que al menos no hablásemos de nada demasiado íntimo. Planeamos simplemente ir a la playa aquella tarde, cuando el sol permitiera salir, en lo que ellas terminaban de acicalar sus vaginas como a ellas les gustaba. De refilón pude fijarme: Rocío completamente depilada, como una experta; y Yolanda, con un mechón oscuro en el centro. Tenía que controlar mis impulsos, pues dentro de mi cabeza, los tres estábamos a punto de marcarnos un trío. Pero aquello no iba a pasar, así que salimos de allí.
Mi primo no dijo nada sobre el hecho de que hubiéramos pasado ahí tanto rato. Al contrario, sonrió al ver que su hermana estaba más animada por poder mostrar su cuerpo libremente y sentirse bonita sin que nadie desviase la mirada.
Volvimos a echarnos un rato largo después de comer. Yolanda volvió a tumbarse sobre nosotros tres, y juraría que esta vez apoyaba su cabeza un poco más cerca de mi pene. Pero yo estaba algo más relajado, y no dije nada. Me distraje, por el contrario, y me sorprendí cuando me puse a revolver su cabello. No se quejó.
Cuando eran las ocho, arreglamos ir a cambiarnos y bajar a la playa a ver qué tal el agua, y si nos gustaba, ir al día siguiente temprano. Cuando estábamos preparándonos, mi prima me dio un abrazo al natural.
“Gracias. Significa mucho para mi”.
Y sin añadir más, se puso el bikini. No hizo ningún gesto provocativo voluntario, pero era indudable que el verla poniéndose el traje de baño resultaba sexy.
Caminamos como veinte minutos hasta llegar a la playa. Agradecimos ver que había gente que ya se había marchado, y no tardamos en encontrar un sitio para dejar las toallas.
“Igual debería quedarse uno de nosotros vigilando las toallas…”, comentó Rocío. “Por si los robos.”
“Yo me quedo”, me ofrecí.
Y es que en ese momento la había visto. Una chica preciosa, de cabello rubio en media melena, un bikini que le reafirmaba el busto, y un culito respingón. Pocas veces había visto una diosa semejante tan cerca de mi, y tan ligera de ropa. Me quedé embobado. Ella se giró, me vio, y sonrió. Yo sonreí también.
Y poco me imaginaba que aquello atraería una historia muy rara consigo. Pero esto aún apenas empieza.
Capítulo 1
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
¿Después de darme un beso y quedándose dormida desnuda a mi lado, mi prima me deseaba buenas noches? ¡Como si fuera a poder dormir! Me giré, y a pesar de que la noche era oscuridad (obvio), la luz de la luna iluminaba lo suficiente para poder adivinar su silueta… su sexy silueta… Joder, no podía pensar en esas cosas. Pero ¿qué coño había pasado?
Había ido hasta la casa de los abuelos para pasar el verano. Correcto. Mi prima Yolanda había decidido cambiarse de ropa delante de mí. Luego mi otra prima, Rocío, había echado nata a los macarrones… y había lamido el tetrabrick. Yolanda había usado mis piernas de almohada. Rocío me había dado un morreo de buenas noches, y Yolanda había hecho lo mismo.
Eso sólo podía tener una explicación. Que éramos libres de hacer el tonto. Podíamos jugar si nos apetecía. Y que por supuesto, en aquella casa íbamos a tener que montar alguna fiestecita. Conocer gente, ligar… y todo lo que pudiéramos hacer.
Intenté dormir, pero me resultó algo incómodo. Me había empalmado nuevamente. Dormir así era incómodo. Pero no me atrevía a ir al baño para aliviarme por si despertaba a Yolanda… y por supuesto tampoco me podía arriesgar a hacerlo allí. No sé cómo fui capaz finalmente de dormirme.
Por la mañana, temprano (muy temprano, según el reloj) me despertó la luz del sol y los pájaros piando. “Hijos de puta”, pensé. Me estiré, intentando despejarme. Y en ese momento mi prima se despertó también. Había terminado girada hacia mi, con uno de sus brazos cubriendo sus tetas. Esas que yo no debía mirar. Me sonrió, y cuando fue a estirarse, volví a mirar hacia otro lado.
“Buenos días. ¿Qué tal has dormido?”, me preguntó.
“Bien”, mentí. “Estos colchones siempre han sido muy cómodos”.
“Sí. Me acuerdo cuando éramos niños y dormíamos en esta cama los cuatro”, respondió Yolanda, con cierto tono de melancolía. “Aunque se nota que hemos crecido”.
Como para no notarlo, intentando en todo momento evitar mirar sus pechos o su vagina, ya que estando ahora bocarriba, podía contemplar todo su cuerpo. ¿Por qué era tan temprano? Deberíamos habernos levantado en ese momento y por lo menos así se habría puesto el bikini.
“Pero no se me ha olvidado que anoche dijimos de charlar un poco. ¿Qué tal?” preguntó con cierto tono.
“Todo bien”, respondí, sin saber a qué se refería.
“Tontorrón. Te estoy preguntando por chicas… Sé que no sueles hablar de eso, pero tengo curiosidad. ¿No te fuiste con una en la fiesta de fin de curso?”
“Bueno, sí…” no me apetecía entrar en detalles ya que había poco que contar. “Fui para su casa y nos dimos un poco el lote, pero no quiso hacer nada. Y…”, me callé. Había hablado de más, y ahora mi prima quería los detalles. “Y eso que nos habíamos desnudado y todo”.
“Oh, vaya. Pero ¿te dijo por qué?”
“Que se le pasaron las ganas”.
“Déjame verte”.
“Me estás viendo”.
“Ahí abajo, tontorrón. Déjame verte”.
“¿Para qué?”
“Tú déjame ver”.
No me podía creer su petición. Mierda, sólo de imaginarme desnudándome por completo delante de ella se me ponía dura otra vez. Suspiré, y me quité mi única prenda. Sentí una inmensa liberación al notar que mi polla ya no estaba apresada contra la tela, pero igualmente estaba muerto de vergüenza bajo la atenta mirada de mi prima.
“Lo que me imaginaba. Le dio miedo. Seguro”.
“Por favor, no te rías de mi”.
“¿Y quién se rie? Hablo en serio. Estás bien dotado, primito”.
Ahora sí que quería morirme de la vergüenza. Me volví a tapar.
“¿Y alguna otra?”
“No.”
“Aparecerá alguien. Estamos al lado de la playa, vas a tener oportunidades”.
“¿Te parece si vamos a desayunar?”, propuse, intentando no ahondar más en el tema de mi escasa vida sexual.
“Vale”, respondió ella. “Voy a ponerme el bikini, me apetece darme un chapuzón hoy.”
“Te espero fuera”.
Salí de la habitación. Esperé no haber sido demasiado brusco con ella, pero si no solía hablar de chicas era precisamente porque no me solía pasar nada con ellas, más allá de unos besos. A mi me constaba que mi primo no tenía ese problema y que ya se había estrenado hacía tiempo. Rocío también, ya que en su día la estuvimos ayudando a buscar información para que su primera vez fuese lo mejor posible. Y estaba seguro de que Yolanda también había estado con algún chico, uno de esos amigos medio-góticos que tenía ella.
No es que me importara ser “el último” de mis primos, pero era una información que no me apetecía compartir. Pensando en esas cosas llegué al salón y me senté en una silla. Al momento apareció mi prima Rocío.
“Buenos días, primo”.
“... ¿Te has dado cuenta de que no llevas sujetador?”, dije, nuevamente desviando la mirada. Por favor, ¿no podíamos estar tranquilos sin nudismo? Que lo de vernos desnudos se remontaba a la época de cuando nuestras madres nos lavaban juntos, hacía años.
“Oh, se me había olvidado. Espera que voy a por él”.
Sólo falta ya que aparezca Enrique enseñando la polla, pensé. Y cuando este apareció, me pregunté si debía mirar para comprobarlo o hacerme el tonto. De reojo pude ver que estaba tapado, nos dimos los buenos días, y nos pusimos a preparar el desayuno para los cuatro. El olor a café llenó la cocina cuando mis primas entraron, ya en sus sexys bikinis, pero al menos sin hacer gala de un nudismo que consideraba innecesario.
Después del desayuno, fuimos a la piscina. Para evitar problemas con la digestión, la idea era mojarse muy poco a poco el cuerpo, para acostumbrarse al agua, y luego meterse despacio. Fui yo primero, y tuve que reconocer que el agua estaba genial. Era lo que hacía falta contra aquel calor horroroso que había en el ambiente. Cuando estuve dentro, les animé a entrar.
Rocío fue la siguiente en animarse. Me imitó para mojarse bien antes de entrar, y luego flotó suavemente hasta quedar a mi lado. Intenté no prestar atención a sus senos, los cuales sobresalían fuera del agua.
“No hagas como si no me las vieras”, me dijo mi prima. “Estamos en una piscina, es normal”.
“Si tu lo dices…”
Enrique y Yolanda se metieron también y nos tomamos un momento de relajación. Qué a gusto estábamos allí. Pero no tardamos mucho en dedicarnos a lo que más nus gustaba: ahogadillas. A hundirnos unos a otros. Conseguí que mis tres primos fueran los primeros en caer al agua. Pero justo cuando había hundido la cabeza de Rocío, mi primo me atacó por detrás y me hizo caer hasta casi el fondo de la piscina.
Quise subir rápidamente, pero en ese momento, me vi “encerrado”. Debía pasar necesariamente por entre las piernas de Rocío para poder salir. Nadé, pero no tardé mucho en verme de nuevo apresado. Mi prima Yolanda estaba sujeta a las caderas de Rocío, y tenía también sus piernas separadas para hacerme pasar por en medio. Estaba tan cerca del borde que tuve a apenas unos milímetros de mi cara el bonito culo de mi prima. Podía ver que era bonito incluso con el bikini.
“¿Pretendéis que me ahogue?”, dije, al poder salir a la superficie a respirar.
“Claro. Era nuestro plan”, bromeó Rocío.
“Ay, que se enfada nuestro primito”, dijo Yolanda, de cachondeo.
Se pusieron a darme besitos en las mejillas. Pretendían ser inocentes, pero en ese momento yo no veía nada inocente en ellas. Debía alejarme un rato de aquel ambiente. Sugerí a mi primo Enrique que nos fuéramos a secar, e ir a comprar algo más en el supermercado. Para largo plazo. Le pareció una buena idea, de forma que salimos, nos secamos a conciencia, nos cambiamos, y salimos a la calle. Mis primas decidieron quedarse en casa.
“¿Te puedo preguntar algo?”, dijo Enrique mientras caminábamos bajo un sol incendiario.
“Claro que sí. ¿Qué pasa?”
“¿Te da asco Yolanda?”
“... ¿Perdona?”, escuchar semejante gilipollez provocó que me parase en seco. ¿Cómo podía cuestionar algo asi. “¿Cómo va a darme asco tu hermana?”
“Pues te agradecería que dejaras de apartar la mirada de su cuerpo como si te repugnara”.
“¿Te das cuenta de que tu hermana se desnuda delante mía como si tal cosa? ¡En incómodo e indebido!”
“Déjate de ostias. Me ofende más el hecho de que apartes la vista a que te quedaras babeando por ella”.
“Estás loco”.
Intenté irme, pero me retuvo sujetándome del brazo.
“Mira. Sé que puede parecer raro, pero necesito que te comportes. Ella no ha estado muy bien últimamente. Hace mucho que no liga con chicos, y empieza a verse fea. A no gustarle su propio cuerpo. Y si apareces tú y desvías la mirada, pues no le ayuda mucho.”
“Pero es que ¡somos primos! ¡No está bien que mire a alguien de mi propia familia y admire ese cuerpo tan bonito que tiene, esa piel perfecta, esos pechos que…”, me di cuenta de que estaba hablando demasiado. Estaba reconociendo que mi prima me parecía atractiva. Y aún aśi, Enrique parecía satisfecha.
“Eso es lo que quiero que le transmitas. Por favor. Hazlo por ella, ¿vale?”
A pesar de lo raro que me parecía su petición, la acepté. Quería mucho a mi prima y no quería que por mi culpa se sintiera mal consigo misma. Así que intentaría mantener la mirada, no más tiempo del necesario, pero sin evitar el contacto visual.
Después de llevarnos media tienda, volvimos a casa. Queríamos darnos prisa, el sol empezaba a quemar incluso en la sombra. Por fin llegamos, y me sorprendió encontrar la casa vacía.
“Estarán en la piscina otra vez”, sugirió mi primo, y fue a la cocina a empezar a preparar la comida. “Diles que la cena la preparan ellas”.
Pero cuando fui a salir, oí unas risas en el baño. Debían estar allí. Llamé a la puerta, y esperé a que dijeran “Adelante”.
Y cuando entré, no podía llevarme una sorpresa más extraña. Se habían sentado en el borde de la bañera, completamente desnudas, una al lado de la otra, y se estaban rasurando ahí. Y mi presencia no las detuvo. Ahí las tenía, depilándose el coño delante de mi como si tal cosa.
“Hola, primo. ¿Qué tal la compra?”, preguntó Yolanda.
“¿La compra? ¿Se puede saber por qué me hacéis entrar?”
“Porque has llamado”, respondió Rocío. “No me digas que vas a seguir muriéndote de la vergüenza por vernos desnudas. Le vas a quitar toda la gracia a estar sin padres”.
“Ya, bueno, lo siento… es simplemente que no me esperaba que fuérais a tomar esta actitud”, me disculpé. “Sois libres de hacer lo que queráis”.
“Aunque Yolanda sea libre, ¿me ayudas a convencerla? Insiste en no quitarse todo el pelo.”
“No es para nada sano depilárselo entero, ¿sabes?”, replicó la otra. “Dejar un poco de pelo es lo más natural”.
“Pero ya que lo haces, da lo mismo quitárselo todo. No veas lo a gustito que se está con la piel descubierta. ¿Tú que opinas, primo?”
“Yo no opino nada, yo me voy a ir a dar un baño…”
“Tú te quedas ahí hasta que nos digas si prefieres pelo o depilado”, dijo Yolanda.
Intenté no apartar la mirada, pero tampoco fijarme en el detalle. Tal como estaban las dos, podía verlas TODO. Bueno, había espuma depilatoria de por medio en algunas partes, pero estaban tal como vinieron al mundo, y muy expuestas.
“Yo soy de que cada uno haga lo que quiera…”
“¿Y tú qué quieres?”, curioseó Rocío.
“Pueeeeees…”
“Se depila, que lo he visto yo”, dijo Yolanda, con toda naturalidad.
“¿Ah, sí? ¿A ver?”, dijo Rocío. “Pero acércate un poco, que no mordemos”.
“Preferiría que no…”.
Pero me miraban tan serias que no podía evitarlo. Avancé un poco, y me quité toda la ropa de mis piernas. Primero el pantalón, y luego el bóxer. La tenía medio dura, y el saber que me la estaban mirando, me calentaba todavía más.
“En realidad no me depilo… es que me sale muy poco vello”.
“Oh, vaya… Bueno, mejor para tí. Así se ve aún más grande”, dijo Rocío.
Conseguí permiso para taparme finalmente, pero no así para irme. Les apetecía charlar, y tuve que agradecer que al menos no hablásemos de nada demasiado íntimo. Planeamos simplemente ir a la playa aquella tarde, cuando el sol permitiera salir, en lo que ellas terminaban de acicalar sus vaginas como a ellas les gustaba. De refilón pude fijarme: Rocío completamente depilada, como una experta; y Yolanda, con un mechón oscuro en el centro. Tenía que controlar mis impulsos, pues dentro de mi cabeza, los tres estábamos a punto de marcarnos un trío. Pero aquello no iba a pasar, así que salimos de allí.
Mi primo no dijo nada sobre el hecho de que hubiéramos pasado ahí tanto rato. Al contrario, sonrió al ver que su hermana estaba más animada por poder mostrar su cuerpo libremente y sentirse bonita sin que nadie desviase la mirada.
Volvimos a echarnos un rato largo después de comer. Yolanda volvió a tumbarse sobre nosotros tres, y juraría que esta vez apoyaba su cabeza un poco más cerca de mi pene. Pero yo estaba algo más relajado, y no dije nada. Me distraje, por el contrario, y me sorprendí cuando me puse a revolver su cabello. No se quejó.
Cuando eran las ocho, arreglamos ir a cambiarnos y bajar a la playa a ver qué tal el agua, y si nos gustaba, ir al día siguiente temprano. Cuando estábamos preparándonos, mi prima me dio un abrazo al natural.
“Gracias. Significa mucho para mi”.
Y sin añadir más, se puso el bikini. No hizo ningún gesto provocativo voluntario, pero era indudable que el verla poniéndose el traje de baño resultaba sexy.
Caminamos como veinte minutos hasta llegar a la playa. Agradecimos ver que había gente que ya se había marchado, y no tardamos en encontrar un sitio para dejar las toallas.
“Igual debería quedarse uno de nosotros vigilando las toallas…”, comentó Rocío. “Por si los robos.”
“Yo me quedo”, me ofrecí.
Y es que en ese momento la había visto. Una chica preciosa, de cabello rubio en media melena, un bikini que le reafirmaba el busto, y un culito respingón. Pocas veces había visto una diosa semejante tan cerca de mi, y tan ligera de ropa. Me quedé embobado. Ella se giró, me vio, y sonrió. Yo sonreí también.
Y poco me imaginaba que aquello atraería una historia muy rara consigo. Pero esto aún apenas empieza.
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