"Llego a las 8, en punto. Te quiero atado, bien ajustado, y con el antifaz grande. Sin ropa. No hagas trampa, que me voy a enterar y lo vas a pasar mal."
El mensaje llegó a las 5 de la tarde, y propagó el calorcito que sentía en mi pene hasta lo más hondo del pecho. Esa misma mañana, antes de irse, yo acostado sobre mi espalda, ella arrodillada sobre mis piernas, me había inspeccionado el dispositivo de castidad, y después de tomarse unos minutos para revisarlo bien, sacó la llave de su cartera, y me dejó libre. Después, levanto su cara, y me miró fijo a los ojos:
-¿Puedo confiar en vos?
-Si, mi reina. - mi voz salió como rajada por un vendaval de vidrios rotos.
- Más te vale. Ya sabés las consecuencias.
Claro que las sabía. 2 meses atrás, exactamente hacia 63 días, el proceso había sido el mismo. Libertad, con todo el día por delante, y mi soledad. Y a veces pasa, la necesidad se hace insoportable. Pasaban las horas, los minutos, y me encontraba a mi mismo apoyando mi entrepierna con cada objeto sólido de la casa. La bacha de la cocina, la pileta del baño, el caño de abajo en la bañera, y hasta en un intento de dormir siesta, solo atiné a dormir boca abajo. Aunque, para ser sinceros, no dormí. Entonces pasó.
Una mano mal ubicada rozo algo que no tenía que rozar, y no pude frenarme a tiempo. Lo agarré desde el tronco, y empecé una lenta subida y bajada, disfrutando cada sensación. Cuando mis dedos llegaban hasta la punta, soltaban lentamente su trofeo, y volvían a partir desde el punto inicial. Así, comencé una de las pajas más memorables y de las que más me arrepiento en mi vida.
En algún momento consideré frenarme, y el solo hecho de tratar de negarme, encendía más mi cuerpo, y nublaba mi juicio. Cerrar los ojos solo empeoró todo. Ni el imaginar su reacción, su venganza, logró frenar el desenlace inevitable.
No se si fueron dos o diez minutos, pero pareció una eternidad en el paraíso. El movimiento comenzó a ser mas rápido, más variado, empezando a rotar en círculos, y ya mis manos se movían solas.
Con la mano izquierda en mis huevos, y la derecha subiendo y bajando por mi pene, los gemidos no tardaron en aparecer. Estaba llegando al punto de culminación. Sentía mis músculos contraerse, semen empujando por salir, y mi respiración a mil por hora. El orgasmo estaba tocando la puerta de mi alma.
Al abrir los ojos para agarrar el papel higiénico, y prepararme para una increíble corrida, vi una figura en el marco de la puerta. Al principio no le encontré forma, pero al enfocar bien, vi que el lugar donde debía estar la cara, se encontraba tapado por una mano extendida sosteniendo una cámara de fotos.
Inmediatamente solté todo, pero el orgasmo ya había comenzado. Intenté volver a tocarme, pero un "no" resuelto me alentó a quedarme quieto.
El semen salió disparado para todos lados, aterrizando en mi estomago, en mis muslos y en las sábanas. Los espamos de mi miembro no cesaban, buscando un roce que nunca iba a llenar. Mis gemidos guturales llenaron la habitación, sin siquiera importarme si algún vecino me escuchaba. De a poco empecé a calmarme y a respirar con normalidad.
La mano que sostenía la cámara bajó, y pude ver su rostro. Marcela me miraba a los ojos, y sonreía.
-¿Sabés? La culpa, me estaba haciendo ceder.
- Disculpá amor, es que.
- No, no, nada de amor. Limpiá todo, cambía las sabanas, cociná solo para uno. Salmón asado, con vino blanco. Vuelvo a las 9. Lo quiero todo listo para entonces.
- Si mi reina.
Pero ya se había ido.
Miré el reloj, eran las 5. Tiempo más que suficiente.
Limpié el restante de semen de mi cuerpo, que ya se había licuado y goteado hasta la cama, y saqué las sábanas. Tiré todo a un costado, hice un bollo, y lo llevé al lavadero.
En el proceso no dejaba de pensar en lo que podía llegar a pasar, pero no tenía como saberlo. El problema era su sonrisa. Su sonrisa y su felicidad. Después de unos minutos, me dejé llevar por mis tareas.
A las 9 estaba todo listo. Marcela llegó a las 9:15, más contenta que cuándo se fué, besó mis labios y mi frente, y se sentó en el sillón del living.
Me pidió que le haga compañía mientras miraba la televisión. Lo hice. Me senté a su izquierda. Agarró mi brazo derecho, lo pasó por encima de sus hombros y se inclinó sobre mi pecho. Nos quedamos así hasta las 10.
Se levantó, besó otra vez mi frente, y me miró a los ojos. Sonrió. Agarró mi mano izquierda y me llevó hasta la cocina. Me sentó en la mesa, sacó los platos y cubiertos de la alacena, y sirvió frente a mi el salmón asado. Sacó dos copas del armario, las llenó de vino blanco, pusó una delante de mi plato y se sentó en la silla de enfrente.
Volvió a sonreir.
- ¿Vos no comes?
- No mi amor, ya comí afuera. - me contestó. - Comé tranquilo, yo te acompaño.
- ¿Está todo bién? ¿No querés hablar del... Incidente de hoy? - mi voz se quebró.
- Comé. Después hablamos. - su resolución puso fin a la conversación.
El resto de la cena transcurrió conmigo escuchándola hablar de su día, mientras comía de a pedacitos el salmón. Al vino, prácticamente, ni lo toqué hasta que lo mencionó, y bajé la mitad de la copa de un trago. Su copa estaba casí vacía cuando terminé de comer.
Se levantó, terminó su copa, y levantó mis platos.
- Andá al cuarto - me dijo - ya lavo los platos y voy.
Me quedé mirandola hasta que arqueó sus cejas y movió la cabeza en direccion a la puerta. Mis pies respondieron al gesto y pasé a su lado, respirando el perfume que usaba siempre para salir.
Esperé en la habitación, sentado en el extremo de la cama más cercano de la puerta, retocando la cama de vez en cuando, ya sea alisando el cubrecama o golpeando despacio las almohadas para acomodar su relleno.
Escuché sus pasos mientras levantaba unas pelusas del piso, las tiré debajo de la cama, y me apure a sentarme. Se paró en el marco de la puerta, con los brazos cruzados, y volvió a mirarme, pero de otra manera. Ya no era una mirada de felicidad, sino una mirada reflexiva, como se mira a una mascota cuándo no se sabe que hacer después de que rompió por quinta vez la bolsa de la basura. Se mordió el labio inferior, mientras miraba a la cama, y me dijo:
- Voy al baño, ya vuelvo. Cambiate para ir a dormir.
Quedé admirandola de espaldas mientras se iba. Luego solo pude mirar a mis pies, mientras repasaba los eventos del día en mi cabeza.
El sonido de la cadena del baño me despertó del ensueño, y rápido, me cambié de ropa. La esperé acostado en mi costado, a la izquierda de la cama.
Volvió a la habitación, y sin prestarme atención, comenzó a cambiarse. De espaldas a mi, se quitó la camisa con rayas blancas y negras y el pantalón de vestir negro. Dejó todo en la silla del escritorio. Quedó solamente con el corpiño bordó con encaje, y el culotte a juego.
Su piel, desde la cama, se me asemejaba suave. Comencé un recorrido vertiginoso con los ojos, desde sus tobillos, pasando por las pantorrillas, cruzando la frontera de sus muslos, hasta llegar a una cola firme y redonda. Más allá, el desierto sahárico de su espalda, invitaba a cubrirla de besos, por todas partes, por todo el cuerpo.
Tuve que contenerme, no solo de tocarme a mi, sino también a ella.
Se quitó el corpiño, y lo dejó también sobre la silla. Sacó un baby doll del armario, y se lo puso.
Se dio vuelta, vió el bulto en mi entrepierna, y se rió. Caminó hasta la toma de la luz, me hizo una seña, prendí la luz al costado de la cama, y apagó la luz de arriba.
Fue hasta su costado de la cama, corrió las sabanas y se acosto. Ya tapada, giró hacía mí, y, acariciando mi mejilla y mirandome a los ojos:
- No estoy enojada por lo de hoy. No mucho. - hizo una pausa - Creo que fue un error mío.
Intenté empezar a hablar, pero puso un dedo en mis labios.
- Sabías que lo de hoy era una prueba.
- Lo sé. - bajé la cabeza, pero volvió a levantarmela con la misma mano que me acariciaba.
- Pero no era solo para vos. Era una prueba para mí, también. Tenía que saber si estaba siendo lo suficientemente dura. Parece que no. - otro silencio - Claramente, no.
Volvió a morderse el labio inferior, lo apretó fuerte con el superior y suspiró.
- Disfrutá la noche. Desde mañana, voy a conseguir lo que hasta ahora no conseguí. - ya no sabía si miraba mis ojos o algo más profundo dentro de ellos. - Te voy a quebrar.
Las palabras quedaron flotando en el aire mientras me daba un beso, se daba la vuelta y apagaba la luz, dejándome ahí, casí acostado, mirando el vacío.
Este es el primer relato de una serie que tengo pensada hacer. ¡Cualquier comentario es agradecido!
El mensaje llegó a las 5 de la tarde, y propagó el calorcito que sentía en mi pene hasta lo más hondo del pecho. Esa misma mañana, antes de irse, yo acostado sobre mi espalda, ella arrodillada sobre mis piernas, me había inspeccionado el dispositivo de castidad, y después de tomarse unos minutos para revisarlo bien, sacó la llave de su cartera, y me dejó libre. Después, levanto su cara, y me miró fijo a los ojos:
-¿Puedo confiar en vos?
-Si, mi reina. - mi voz salió como rajada por un vendaval de vidrios rotos.
- Más te vale. Ya sabés las consecuencias.
Claro que las sabía. 2 meses atrás, exactamente hacia 63 días, el proceso había sido el mismo. Libertad, con todo el día por delante, y mi soledad. Y a veces pasa, la necesidad se hace insoportable. Pasaban las horas, los minutos, y me encontraba a mi mismo apoyando mi entrepierna con cada objeto sólido de la casa. La bacha de la cocina, la pileta del baño, el caño de abajo en la bañera, y hasta en un intento de dormir siesta, solo atiné a dormir boca abajo. Aunque, para ser sinceros, no dormí. Entonces pasó.
Una mano mal ubicada rozo algo que no tenía que rozar, y no pude frenarme a tiempo. Lo agarré desde el tronco, y empecé una lenta subida y bajada, disfrutando cada sensación. Cuando mis dedos llegaban hasta la punta, soltaban lentamente su trofeo, y volvían a partir desde el punto inicial. Así, comencé una de las pajas más memorables y de las que más me arrepiento en mi vida.
En algún momento consideré frenarme, y el solo hecho de tratar de negarme, encendía más mi cuerpo, y nublaba mi juicio. Cerrar los ojos solo empeoró todo. Ni el imaginar su reacción, su venganza, logró frenar el desenlace inevitable.
No se si fueron dos o diez minutos, pero pareció una eternidad en el paraíso. El movimiento comenzó a ser mas rápido, más variado, empezando a rotar en círculos, y ya mis manos se movían solas.
Con la mano izquierda en mis huevos, y la derecha subiendo y bajando por mi pene, los gemidos no tardaron en aparecer. Estaba llegando al punto de culminación. Sentía mis músculos contraerse, semen empujando por salir, y mi respiración a mil por hora. El orgasmo estaba tocando la puerta de mi alma.
Al abrir los ojos para agarrar el papel higiénico, y prepararme para una increíble corrida, vi una figura en el marco de la puerta. Al principio no le encontré forma, pero al enfocar bien, vi que el lugar donde debía estar la cara, se encontraba tapado por una mano extendida sosteniendo una cámara de fotos.
Inmediatamente solté todo, pero el orgasmo ya había comenzado. Intenté volver a tocarme, pero un "no" resuelto me alentó a quedarme quieto.
El semen salió disparado para todos lados, aterrizando en mi estomago, en mis muslos y en las sábanas. Los espamos de mi miembro no cesaban, buscando un roce que nunca iba a llenar. Mis gemidos guturales llenaron la habitación, sin siquiera importarme si algún vecino me escuchaba. De a poco empecé a calmarme y a respirar con normalidad.
La mano que sostenía la cámara bajó, y pude ver su rostro. Marcela me miraba a los ojos, y sonreía.
-¿Sabés? La culpa, me estaba haciendo ceder.
- Disculpá amor, es que.
- No, no, nada de amor. Limpiá todo, cambía las sabanas, cociná solo para uno. Salmón asado, con vino blanco. Vuelvo a las 9. Lo quiero todo listo para entonces.
- Si mi reina.
Pero ya se había ido.
Miré el reloj, eran las 5. Tiempo más que suficiente.
Limpié el restante de semen de mi cuerpo, que ya se había licuado y goteado hasta la cama, y saqué las sábanas. Tiré todo a un costado, hice un bollo, y lo llevé al lavadero.
En el proceso no dejaba de pensar en lo que podía llegar a pasar, pero no tenía como saberlo. El problema era su sonrisa. Su sonrisa y su felicidad. Después de unos minutos, me dejé llevar por mis tareas.
A las 9 estaba todo listo. Marcela llegó a las 9:15, más contenta que cuándo se fué, besó mis labios y mi frente, y se sentó en el sillón del living.
Me pidió que le haga compañía mientras miraba la televisión. Lo hice. Me senté a su izquierda. Agarró mi brazo derecho, lo pasó por encima de sus hombros y se inclinó sobre mi pecho. Nos quedamos así hasta las 10.
Se levantó, besó otra vez mi frente, y me miró a los ojos. Sonrió. Agarró mi mano izquierda y me llevó hasta la cocina. Me sentó en la mesa, sacó los platos y cubiertos de la alacena, y sirvió frente a mi el salmón asado. Sacó dos copas del armario, las llenó de vino blanco, pusó una delante de mi plato y se sentó en la silla de enfrente.
Volvió a sonreir.
- ¿Vos no comes?
- No mi amor, ya comí afuera. - me contestó. - Comé tranquilo, yo te acompaño.
- ¿Está todo bién? ¿No querés hablar del... Incidente de hoy? - mi voz se quebró.
- Comé. Después hablamos. - su resolución puso fin a la conversación.
El resto de la cena transcurrió conmigo escuchándola hablar de su día, mientras comía de a pedacitos el salmón. Al vino, prácticamente, ni lo toqué hasta que lo mencionó, y bajé la mitad de la copa de un trago. Su copa estaba casí vacía cuando terminé de comer.
Se levantó, terminó su copa, y levantó mis platos.
- Andá al cuarto - me dijo - ya lavo los platos y voy.
Me quedé mirandola hasta que arqueó sus cejas y movió la cabeza en direccion a la puerta. Mis pies respondieron al gesto y pasé a su lado, respirando el perfume que usaba siempre para salir.
Esperé en la habitación, sentado en el extremo de la cama más cercano de la puerta, retocando la cama de vez en cuando, ya sea alisando el cubrecama o golpeando despacio las almohadas para acomodar su relleno.
Escuché sus pasos mientras levantaba unas pelusas del piso, las tiré debajo de la cama, y me apure a sentarme. Se paró en el marco de la puerta, con los brazos cruzados, y volvió a mirarme, pero de otra manera. Ya no era una mirada de felicidad, sino una mirada reflexiva, como se mira a una mascota cuándo no se sabe que hacer después de que rompió por quinta vez la bolsa de la basura. Se mordió el labio inferior, mientras miraba a la cama, y me dijo:
- Voy al baño, ya vuelvo. Cambiate para ir a dormir.
Quedé admirandola de espaldas mientras se iba. Luego solo pude mirar a mis pies, mientras repasaba los eventos del día en mi cabeza.
El sonido de la cadena del baño me despertó del ensueño, y rápido, me cambié de ropa. La esperé acostado en mi costado, a la izquierda de la cama.
Volvió a la habitación, y sin prestarme atención, comenzó a cambiarse. De espaldas a mi, se quitó la camisa con rayas blancas y negras y el pantalón de vestir negro. Dejó todo en la silla del escritorio. Quedó solamente con el corpiño bordó con encaje, y el culotte a juego.
Su piel, desde la cama, se me asemejaba suave. Comencé un recorrido vertiginoso con los ojos, desde sus tobillos, pasando por las pantorrillas, cruzando la frontera de sus muslos, hasta llegar a una cola firme y redonda. Más allá, el desierto sahárico de su espalda, invitaba a cubrirla de besos, por todas partes, por todo el cuerpo.
Tuve que contenerme, no solo de tocarme a mi, sino también a ella.
Se quitó el corpiño, y lo dejó también sobre la silla. Sacó un baby doll del armario, y se lo puso.
Se dio vuelta, vió el bulto en mi entrepierna, y se rió. Caminó hasta la toma de la luz, me hizo una seña, prendí la luz al costado de la cama, y apagó la luz de arriba.
Fue hasta su costado de la cama, corrió las sabanas y se acosto. Ya tapada, giró hacía mí, y, acariciando mi mejilla y mirandome a los ojos:
- No estoy enojada por lo de hoy. No mucho. - hizo una pausa - Creo que fue un error mío.
Intenté empezar a hablar, pero puso un dedo en mis labios.
- Sabías que lo de hoy era una prueba.
- Lo sé. - bajé la cabeza, pero volvió a levantarmela con la misma mano que me acariciaba.
- Pero no era solo para vos. Era una prueba para mí, también. Tenía que saber si estaba siendo lo suficientemente dura. Parece que no. - otro silencio - Claramente, no.
Volvió a morderse el labio inferior, lo apretó fuerte con el superior y suspiró.
- Disfrutá la noche. Desde mañana, voy a conseguir lo que hasta ahora no conseguí. - ya no sabía si miraba mis ojos o algo más profundo dentro de ellos. - Te voy a quebrar.
Las palabras quedaron flotando en el aire mientras me daba un beso, se daba la vuelta y apagaba la luz, dejándome ahí, casí acostado, mirando el vacío.
Este es el primer relato de una serie que tengo pensada hacer. ¡Cualquier comentario es agradecido!
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