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Fin de semana con amigos (I)

Capítulos anteriores:
Autoexperimentando
Fantasía: cambio de rol con mi novia
Recibí ayuda de mi amiga especial
Trío con pareja amiga
Masaje con final más que feliz
A las órdenes de mi amiga trans
Polvo con mi ex... y mi novia
Vestido para mi novia (trans)
Adicto a la polla trans
Cuarteto bisexual (o parecido)

(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)

El calor de la gran ciudad empezaba a ser preocupante. Tanto era así que Sara y yo habíamos estado pensando en alquilar alguna casa por la playa para pasar el fin de semana o algo por el estilo. Además, que nos merecíamos unas vacaciones. Serían además nuestras primeras vacaciones juntos. Aquello me alegraba mucho. Estaba completamente enamorado de ella. Despertar con ella a mi lado me animaba las mañanas, y no lo decía únicamente por el sexo.

Y justo estábamos googleando, echando vistazo a algún sitio en el que pasar el fin de semana, cuando me llamaron al móvil. Según la pantalla, era Ana. Descolgué.

“Buenos días”.

“¡Hola! ¿Qué tal te va, pillín?”, me preguntó.

“Me va muuuuuuy bien. ¿Y tú qué tal?”

“Todo bien. Pasándolo mal por este calor”.

“No me extraña. De hecho estaba mirando para irme a la playa con Sara este finde…”

“¡Oh, pues espera! ¿Ya has reservado?”

Respondí que no.

“Pues es que Fernando y yo tenemos un chalé con piscina. Y te llamaba para saber si os apetecería venir este finde con nosotros. Es más tranquilo que una playa llena de gente”.

La verdad aquello resultaba tentador. Opté por poner el manos libres para que Sara también participase. Acordamos pues que ese fin de semana iríamos a por Ana y Fernando en mi coche (para compensar el gasto por ir a su casa), el viernes por la tarde-noche y tendríamos así dos días para disfrutar de un ambiente más fresquito que el de la ciudad.

Hubiera jurado que, a pesar de que a Sara le apetecía el plan, había algo que no terminaba de convencerla.

El viernes por la tarde nos lo pasamos muy bien. Llegamos a la zona de los chalets, donde aún había muchos por vender, lo que garantizaba una mayor tranquilidad. Era una casa relativamente pequeña, pero lo bastante grande para las dos parejas: un salón con cocina y un baño (con bañera) en la planta baja, y en la planta superior dos habitaciones de matrimonio y un pequeño aseo para no tener que bajar en caso de micción nocturna.

Estuvimos toda la noche bebiendo y charlando animadamente. Era una buena compañía, y Sara parecía que se lo pasaba bien. Pero aún así, había convivido el suficiente tiempo con ella como para saber que algo no iba bien.

Al día siguiente la piscina estaba lista. Subimos a cambiarnos de ropa para disfrutar del agua. Y por fin supe el problema que tenía Sara.

“¿Qué ocurre?”, le pregunté, con mi bañador ya puesto. Ella miraba con penuria un bikini y un traje de baño, como si no se decidiera por cual.

“Me da miedo ponermelo”.

“... ¿Te da miedo ponerte un traje de baño?”

“No. Me da miedo que… me miren raro. No voy a poder disimular… ya sabes…”.

Le puse las manos sobre los hombros. No era la primera vez que me hablaba de su miedo a generar rechazo por su condición. Pero le dije que no tenía por qué temerlo. Conocíamos a Ana y fernando desde hacía mucho tiempo y nunca habían dicho nada al respecto. Y si nos habían invitado a ir, eran plenamente conscientes de aquello, así que no debía preocuparse.

Algo más animada, se atrevió a vestir el bikini. Efectivamente, la braguita apenas conseguía tapar su miembro, pero daba lo mismo. Estaba preciosa, estupenda. Deseé poder excusarnos luego para “echar una siesta”, como eufemismo para echar un polvo.

Bajamos, y efectivamente, no hubo nada negativo contra Sara. Al contrario, halagaron su aspecto, reafirmando lo hermosa que estaba así. Sonrió tímidamente, y brindamos por aquel fin de semana de relajación.

Fernando me retó a hacer unos largos en su piscina. Cuatro, dos de ida y dos de vuelta. Corrimos, nos zambullimos y nos apresuramos a nadar. Estuvo a punto de ganarme, pero el poder perder me estimulaba y recuperaba ventaja. Finalmente, terminamos empatados y cansados por el esfuerzo. Me aparté el flequillo, que con el agua me estorbaba para ver con claridad. Se puso a mi lado, mientras nos recuperábamos.

“Vaya… pensé que no perdería”, me dijo, resoplando. “Buena carrera”.

“Lo mismo te digo”, le respondí, mientras me apoyaba en el borde de la piscina con los brazos. “Debería hacer más ejercicio, pero…”

Me detuve. Juraría que Fernando me estaba quitando el bañador. Era difícil saberlo con la densidad del agua. Pero cuando sentí sus manos masajeándome el culo, no lo dudé. Me había desnudado por completo, y acariciaba mi períneo. No me lo podía creer. Pero me lo tomé con mucha calma.

“¿Me estás tocando el culo?”, le pregunté, haciéndome el tonto.

“Sí”, me respondió con todo el morro del mundo. “¿Sabes? Desde el día del trío he pensado en lo mucho que me gustó…”.

“¿Ah, sí? ¿Y qué parte te gustó más? ¿Follarme… o chupármela?”, le solté, con malicia. No iba a ser él el único en jugar a aquello.

“Las dos cosas”, me dijo, y sentí que su dedo se acercaba peligrosamente a mi ano. “¿Te pensabas que os hemos invitado sólo a que os bañéis en la piscina?”

Miré en ese momento a Sara, quien tenía a Ana rodeándola con sus brazos, masajeando sus pechos, y una de sus manos se acercaba lentamente a su entrepierna. Nuestras miradas se cruzaron, como si nos pidiéramos permiso para aquello. Asentimos lentamente, y en ese momento, sentí que la polla de Fernando se abría paso dentro de mi, mientras veía a Ana liberando a Sara del bikini. Empezó a mamársela mientras Fernando me acometía.

“Deja que te ayude”, susurré, y levanté las piernas. Era fácil estando dentro del agua. De esa forma podía sentir que su erección se deslizaba más profundamente dentro de mi culo. Gemí de placer. Mi propio pene empezaba a exigirme que lo estimulara.

“Vas a poder follarte a Ana tanto como quieras…”, me susurró Fernando al oído. “Está tomando la píldora… quiere gozar contigo”.

Pero antes de eso, él tenía que terminar lo que estaba haciendo. Debía de tener verdaderas ganas por hacérmelo, ya que había aumentado mucho el ritmo. A mi no me importaba. Me estaba alcanzando el punto G perfectamente. Suspiré de placer. Qué gusto me daba aquello. Sentí que el cuerpo de mi amigo se tensaba, y supe lo que estaba pasando. Se corría.

Salí del agua antes de que su semen empezara a desbordarse de mi culo. Nos acercamos a las chicas, en el momento en que Sara estaba corriéndose en la boquita de Ana. Qué imagen más dura de ver con con el rabo en erección sin poder intervenir. Era injusto.

Aunque no me iba a quedar insatisfecho. Fernando aún me debía un orgasmo. Y me lo pagó religiosamente. Bueno, quizá “religiosamente” no es la expresión más apropiada al hecho de que se arrodillase delante de mí y empezase a comerme la polla como si su vida dependiese de ello. Su boca era cálida y su lengua jugaba con mi glande. Qué delicia. Me pregunté si al igual que a mi, Ana le había dado alguna lección de cómo practicar sexo oral.

Al igual que yo, las chicas también lo estaban disfrutando. Ana estaba gimiendo de placer, mientras Sara le practicaba sexo oral. Conocía la forma para hacerla gozar, al parecer. Y eso me gustaba, que lo pudiéramos disfrutar entre los cuatro. Iba a ser un buen fin de semana, sin duda. Intenté resistir un poco, pero sentir los dedos de Fernando deslizándose en mi culo dinamitaron que me corriese. Mi semen se descargó en su boca, y él lo recibió son una sonrisa, mientras los gemidos de Ana llegaban a tal volumen que adivinamos que se estaba corriendo.

“Bueno, no ha estado mal como primer asalto”, dijo Fernando. “Pero podríamos mezclarnos un poco más, ¿verdad?”.

Su propuesta estaba clara. Tenía ganas de pasar un buen rato con Sara. Y bien que me parecía. Eso me permitiría disfrutar de unos minutos con Ana, y comprobar si realmente me tenía tantas ganas.

Me lo demostró al cerrar sus piernas alrededor de mi espalda, y me acercó a ella. Sentí su cuerpo muy cerca del mío. Parecía un koala. Mi polla empezó a crecer cuando empezó a frotarla con su coño. Joder, qué ganas tenía de metérsela. Alcancé su pezón con la mano, y lo pellizqué suavemente. Gimió. Qué erótico.

“No me aguanto más las ganas… fóllame”, me pidió.

Obedecí sin dudarlo. Sentí la calidez de sus labios vaginales alrededor de mi pene cuando se lo metí. No recordaba lo bien que se sentía. Era maravilloso. Además el movimiento sensual de Ana era mucho más placentero. Se movía en perfecta sincronía conmigo. Desde luego que parecía desear aquello. Además recorría mis hombros como podía con sus labios. Y yo que hubiera hecho cualquier cosa por tener esta oportunidad en mi adolescencia. Nada como atreverse a experimentar.

Podía ver desde ahí a Fernando, que tenía a Sara con las piernas en el aire. Se había animado a masturbarla, pero no cesaba en su empeño por penetrarla. A ella parecía no importarle, por supuesto, le gustaba jugar en todas las posiciones, y él lo estaba disfrutando de lo lindo. Se veía en su propia expresión, lo mucho que le gustaba jugar en dominante.

Pero en ese momento yo estaba ocupado con Ana, con quien giré para que ella se subiera sobre mi, y empezara a cabalgarme con ganas. Parecía completamente desatada. Subía y bajaba rápidamente. Yo estaba por correrme, pero un gemido suyo me indicó que ella ya había terminado. Me pidió que siguiera. Que no me detuviera. Y menos mal, porque yo no podía aguantarme mucho más. Sentí que me vaciaba dentro de ella. Pero parecía que no quería detenerse, no aún del todo.

“Por favor… aguanta un poco más… disfrutemos esto”, me pidió.

Y seguimos así un rato, más relajados, y disfrutando de la sensación de estar unidos, mientras veíamos cómo Sara eyaculaba, al tiempo que Fernando se corría dentro de ella. Un espectáculo digno de verse.

Queríamos animarnos a probar más cosas. Algo en lo que estuviéramos más implicados todos con todos. De esa forma, me vi puesto en cuatro por Fernando, quien volvió a follarme el culo. Qué obsesión tenía. Enfrente a nosotros, Ana disfrutaba por primera vez de la polla de Sara dentro de su sexo. Ella le daba varias acometidas con ganas, y luego se detenía para que yo pudiera turnarme unos momentos lamiendo el coño de Ana, y dedicándole una pequeña chupada al pene de Sara.

“Que este fin de semana no acabe nunca”, gimoteó Ana, perdida en su propio placer en el momento en que, dentro de su sexo, coincidieron mi lengua y el miembro de Sara. En ese momento, Fernando también me estaba marturbando, con la intención de que cubriese a su novia con mi semen al eyacular. Me parecía bien si ella lo aceptaba, y no parecía que quisiera negarse a nada. Mi orgasmo coindició con el de Sara, y regalamos a la chica una doble ración de esperma: en su sexo y sobre su vientre, y Fernando no tardó en correrse dentro mía.

Optamos por hacer una pequeña pausa para comer y un breve descanso. Estábamos bastante agotados, pues llevábamos toda la mañana follando. Así que nos alimentamos con una buena barbacoa y entramos en la casa antes de que el calor nos derritiese.

Llegué a la cocina a servirme un vaso de agua, y allí estaba. Ana, desnudita, esperándome con el culo ofrecido. Me hizo señas con el dedo para que fuese a por ella. Me parecía injusto dejar a los otros fuera, pero era una imagen demasiado porno para que mi polla no exigiera satisfacer las exigencias de mi amiga.

Así que corrí hacia ella y con mucha delicadeza, se la metí por detrás. Ella suspiró, y poco a poco me fui moviendo, hasta que alcanzamos un ritmo bueno y placentero. Pero en ese momento nos interrumpió una voz que yo conocía.

“Vaya, vaya. ¿Jugando sólos? Qué malos sois”.

Sara se acercó a nosotros.

“No te detengas, mi amor, que no me enfado. Haz que disfrute”, dijo con una sonrisa. “Fernando se ha echado a dormir. ¿Lo estáis pasando bien?”.

“Mucho. Me alegro de que hayáis aceptado… la invitación…” dijo Ana, intentando contener sus gemidos.

“Pero desde luego, parece que Fernando está un poco… desatado con su obsesión por los culos”.

“Sí… la verdad, lleva una temporada en que quiere experimentar… le gusta dominar… y a veces se olvida de que… los demás tenemos necesidades también…”

Ahí sí que tuve que detenerme. No podía creer lo que estaba oyendo.

“Llevo un mes sin tener un orgasmo. Gracias a él, al menos, ya que me sigo tocando. Pero aún así… Lo de hoy me ha venido muy bien para relajarme”.

“Pues no te preocupes. Creo que entre los tres vamos a poder hacerle comprender lo que es la generosidad en el sexo”, comentó Sara, con una sonrisa malévola.

Continuará...

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