Sucedió muchos años atrás, en mis tiempos de estudiante del último año en la facultad de Ingeniería de Buenos Aires
Con Roberto O…tsu, un japonés compañero de estudios desde el ingreso, alquilamos, para ese último tramo de nuestra formación, cuartos en la calle Chile al 68x, en el departamento de dos mujeres que habían descubierto que le faltaba dinero y le sobraban dos habitaciones.
Noemí, de unos 60 años, obesa demás, no se sentaba, se derrumbaba en las sillas. Tosía el día todo, su rosto se tornaba morado, quedaba sin resuello y tenía siempre a mano una botella de agua mineral para aliviarse. Si lo conseguía, se dormía con la revista en las rodillas, soltaba un ronquido que la despertaba y pedía disculpas. Volvía al sueño hasta el siguiente ronquido con las concomitantes disculpas,...
Silvia era hermanastra de Noemí, viuda cercana a los 40, de rostro agradable y aceptablemente bien dotada: cabello negro largo y lacio, alta, espigada, mamas y sentaderas 6 puntos sobre 10. “Encendía velas, no para el finado, sino para Cupido (Eros para los griegos), dios del amor, rogándole que hiciese, de una vez, su trabajo para ella”
Con el correr de los días, a partir de unos dos meses, cuando, los sábados yo quedaba solo, ya que Roberto se iba para la cercana Escobar a la casa de los padres, en las tardes o, si no salía en las noches, Silvia golpeaba suave los nudillos en el vidrio de la puerta de mi cuarto, con en las manos, un plato de comida especial o de postre:
-Sólo una porción, para que pruebe…-
Se demoraba, las primeras veces en la puerta, hablando de cosas triviales. Pronto aceptó entrar y prolongar la visita. Sentada en una silla frente al escritorio que había en la habitación, comencé a asomarme a su zona espiritual íntima y reservada.
Durante la conversación, sus ojos, me dejaban percibir sus estadios anímicos de esfuerzo, exaltación, impaciencia y, con asiduidad, de excitación. En este último caso se sonrojaba y turbaba mi sosiego.
Hasta que, transcurridos varios sábados tensos, dejé de sofrenar el Impulso, la excitación venérea y, apenas ella apoyó, el consabido platillo, sobre el escritorio, la abracé por atrás con ambas manos sobre sus senos y sus glúteos, apretados, contra “alguien despierto en mi entrepiernas”.
-¿Qué hace?? ...déjeme...¿Cómo se le ocurre?....- protestó, alzando la voz, sin intentar separarse.
- ¡Baje la voz!!! Noemí puede despertar...-
Le mordí un lóbulo de la oreja. Ella respondió apretando con más fuerza el trasero en mi miembro que pujaba por salir del pantalón.
-Usted...voss no podes hacer estas cosas....es una vergüenza...- protestó, sin apartar un milímetro su cuerpo del mío.
-Claro que puedo ….. esto y también....... lo que vos estás buscando” le soplé en su oído.
Giró el cuerpo ya dominada por la excitación:
-No sé en lo que te imaginás que estoy buscando….- pero sus ojos “gritaban” lo que su boca no decía.
-Por empezar esto- mis labios buscaron los suyos y mis manos la acariciaron, aunque no muy lanzadas, sólo por un rato.
-Silvia...Vos sos muy barullenta cuando haces el amor?- le pregunté con voz muy baja, mientras, simultáneamente, levantada la pollera, comencé acariciarle la concha y, enseguida, a bajar la bombacha tirando del elástico, sin encontrar oposición.
-No sé ….. creo que no …. o sólo un poquito….- fue la respuesta entrecortada por los suspiros.
-¡Fantastico!!! No vamos tener riesgo que se entere Noemí, entonces...” Se dejó conducir al lado de la cama y, parada, permitió que la desnudase, una prenda tras otra.
Fue mi turno para desnudarme.
Ella deseaba ardientemente y, acostada sobre el cubrecama, ronroneo como gata satisfecha con mi manoseo indecente que no salteó ninguna de sus zonas sensibles: mejillas, cuello, tetas, piernas, entrepiernas y nalgas.
Por recato, supongo, esa primera noche contuvo sus manos – no intentó ninguna caricia erótica, pero no pudo con sus ganas ni con su boca:
-¡Julio ….. se buenoooo ….. basta de verduguearme …. Hacelo …!!!-
Me calcé el preservativo que había dejado en el cajoncito de la mesa de luz y le entré sin mucha ceremonia. Voceó con una exclamación y una sacudida de caderas – vibración de sus cuerdas vocales y de su cuerpo – la intromisión de mi poronga.
Disfrutó del polvo con prodigalidad, abundancia (excesiva) de suspiros, gemidos, grititos, frases de alegría, asombro o placer, exageradas a gran voz.
Alcanzó el orgasmo con una respiración anhelosa, ronca y agitación violenta, descontrolada de su cuerpo.
“Sí que estaba necesitada de verga” pensé, una vez distendido, después de mi culminación.
Esa primera vez, la cosa quedó ahí. Polvo, una breve charla posterior, intercambio de halagos, volver a vestirse y despedida.
Durante los días siguientes, en los encuentros en esa semana (a solas o compartidos) “cara de pocker”, con excepción del sábado a medio día:
-Hoy a la noche ¿Salís?- averiguó en voz baja.
-Si vas a venir a verme, no-
-¡Voy, ….. seguro!-
Fue, espontánea, desenvuelta y sin reserva. A punto tal que sólo necesité algunos pocos besos y manoseos para que ella la emprendiese con mi ropa y con la suya y, una vez en cueros, yo echado horizontalmente en la cama, con la verga crecida y dura, asida por su mano en la base y lamida por su lengua húmeda a lo largo de tronco, luego en el glande y en el agujerito. Demoró, para atormentarme, pero al fin, se metió la cabeza en la boca- lo mantuvo calentito lengüeteando- un ratito luego se lo tragó a más no poder. Ahí fue cuando vino el sube y baja de la boca acompañado con un movimiento de la mano por el tronco y con la otra mano acariciando suavemente los testículos. Cuando me tuvo a “punto de goteo”, súbitamente, me metió un dedo en el culo. Soltó la verga y, mirándome con cara de vicio, soltó:
-¿Alguna vez te dieron una mamada mejor, pendejo?-
Negué con la cabeza mientras me incorporé atropellado, la tumbé boca arriba, posicioné la pija a la entrada de la concha y “adentrooo”.
El polvo fue un calco, corregido y aumentado, del primero del sábado precedente, con el valor agregado del plus de calentura por la provocación oral, del hacerlo al natural – sin forro – y del desparramo de semen en su vagina.
Desde ese día en adelante, en un sinnúmero de fines de semana (sábado a la noche, o domingo a la siesta y, no pocas veces, en sábado a la noche y domingo a la siesta) tuve juerga con variantes – sexo oral, vaginal y anal - bulliciosa y alborotada con la viudita atrevida y descarada.
La frecuencia disminuyó drásticamente , a partir de que Silvia entró en relaciones amorosas con un comerciante de la cuadra.
De vez en cuando, sentía golpear suave los nudillos en el vidrio de la puerta de mi cuarto:
-¡Hola Juliooo!!¿Te incomodo?-
Sonreía “con la boca de oreja a oreja” al oír mi saludo:
-¡Holaa reina!!! …Para nada …. Tu deseo es mi deseo-
Y siempre, me esmeré por satisfacerla, aún los días que tenía poco resto, debido a algún, anterior, amasijo de calor y placer, con alguna estudiante, compañera del club, de la oficina o casual.
Completados mis estudios y aprobados los exámenes finales, dejé el alojamiento en la calle Chile y los fines de semana candentes con Silvia.
Un par de años después, por curiosidad malsana, entré en el comercio de su pretendiente. Me reconoció y, entre otras, me anotició que estaba casado con ella.
Me alegré – sentía algo así como gratitud hacia ella por los “favores” que me había hecho.
Le dejé saludos.
Con Roberto O…tsu, un japonés compañero de estudios desde el ingreso, alquilamos, para ese último tramo de nuestra formación, cuartos en la calle Chile al 68x, en el departamento de dos mujeres que habían descubierto que le faltaba dinero y le sobraban dos habitaciones.
Noemí, de unos 60 años, obesa demás, no se sentaba, se derrumbaba en las sillas. Tosía el día todo, su rosto se tornaba morado, quedaba sin resuello y tenía siempre a mano una botella de agua mineral para aliviarse. Si lo conseguía, se dormía con la revista en las rodillas, soltaba un ronquido que la despertaba y pedía disculpas. Volvía al sueño hasta el siguiente ronquido con las concomitantes disculpas,...
Silvia era hermanastra de Noemí, viuda cercana a los 40, de rostro agradable y aceptablemente bien dotada: cabello negro largo y lacio, alta, espigada, mamas y sentaderas 6 puntos sobre 10. “Encendía velas, no para el finado, sino para Cupido (Eros para los griegos), dios del amor, rogándole que hiciese, de una vez, su trabajo para ella”
Con el correr de los días, a partir de unos dos meses, cuando, los sábados yo quedaba solo, ya que Roberto se iba para la cercana Escobar a la casa de los padres, en las tardes o, si no salía en las noches, Silvia golpeaba suave los nudillos en el vidrio de la puerta de mi cuarto, con en las manos, un plato de comida especial o de postre:
-Sólo una porción, para que pruebe…-
Se demoraba, las primeras veces en la puerta, hablando de cosas triviales. Pronto aceptó entrar y prolongar la visita. Sentada en una silla frente al escritorio que había en la habitación, comencé a asomarme a su zona espiritual íntima y reservada.
Durante la conversación, sus ojos, me dejaban percibir sus estadios anímicos de esfuerzo, exaltación, impaciencia y, con asiduidad, de excitación. En este último caso se sonrojaba y turbaba mi sosiego.
Hasta que, transcurridos varios sábados tensos, dejé de sofrenar el Impulso, la excitación venérea y, apenas ella apoyó, el consabido platillo, sobre el escritorio, la abracé por atrás con ambas manos sobre sus senos y sus glúteos, apretados, contra “alguien despierto en mi entrepiernas”.
-¿Qué hace?? ...déjeme...¿Cómo se le ocurre?....- protestó, alzando la voz, sin intentar separarse.
- ¡Baje la voz!!! Noemí puede despertar...-
Le mordí un lóbulo de la oreja. Ella respondió apretando con más fuerza el trasero en mi miembro que pujaba por salir del pantalón.
-Usted...voss no podes hacer estas cosas....es una vergüenza...- protestó, sin apartar un milímetro su cuerpo del mío.
-Claro que puedo ….. esto y también....... lo que vos estás buscando” le soplé en su oído.
Giró el cuerpo ya dominada por la excitación:
-No sé en lo que te imaginás que estoy buscando….- pero sus ojos “gritaban” lo que su boca no decía.
-Por empezar esto- mis labios buscaron los suyos y mis manos la acariciaron, aunque no muy lanzadas, sólo por un rato.
-Silvia...Vos sos muy barullenta cuando haces el amor?- le pregunté con voz muy baja, mientras, simultáneamente, levantada la pollera, comencé acariciarle la concha y, enseguida, a bajar la bombacha tirando del elástico, sin encontrar oposición.
-No sé ….. creo que no …. o sólo un poquito….- fue la respuesta entrecortada por los suspiros.
-¡Fantastico!!! No vamos tener riesgo que se entere Noemí, entonces...” Se dejó conducir al lado de la cama y, parada, permitió que la desnudase, una prenda tras otra.
Fue mi turno para desnudarme.
Ella deseaba ardientemente y, acostada sobre el cubrecama, ronroneo como gata satisfecha con mi manoseo indecente que no salteó ninguna de sus zonas sensibles: mejillas, cuello, tetas, piernas, entrepiernas y nalgas.
Por recato, supongo, esa primera noche contuvo sus manos – no intentó ninguna caricia erótica, pero no pudo con sus ganas ni con su boca:
-¡Julio ….. se buenoooo ….. basta de verduguearme …. Hacelo …!!!-
Me calcé el preservativo que había dejado en el cajoncito de la mesa de luz y le entré sin mucha ceremonia. Voceó con una exclamación y una sacudida de caderas – vibración de sus cuerdas vocales y de su cuerpo – la intromisión de mi poronga.
Disfrutó del polvo con prodigalidad, abundancia (excesiva) de suspiros, gemidos, grititos, frases de alegría, asombro o placer, exageradas a gran voz.
Alcanzó el orgasmo con una respiración anhelosa, ronca y agitación violenta, descontrolada de su cuerpo.
“Sí que estaba necesitada de verga” pensé, una vez distendido, después de mi culminación.
Esa primera vez, la cosa quedó ahí. Polvo, una breve charla posterior, intercambio de halagos, volver a vestirse y despedida.
Durante los días siguientes, en los encuentros en esa semana (a solas o compartidos) “cara de pocker”, con excepción del sábado a medio día:
-Hoy a la noche ¿Salís?- averiguó en voz baja.
-Si vas a venir a verme, no-
-¡Voy, ….. seguro!-
Fue, espontánea, desenvuelta y sin reserva. A punto tal que sólo necesité algunos pocos besos y manoseos para que ella la emprendiese con mi ropa y con la suya y, una vez en cueros, yo echado horizontalmente en la cama, con la verga crecida y dura, asida por su mano en la base y lamida por su lengua húmeda a lo largo de tronco, luego en el glande y en el agujerito. Demoró, para atormentarme, pero al fin, se metió la cabeza en la boca- lo mantuvo calentito lengüeteando- un ratito luego se lo tragó a más no poder. Ahí fue cuando vino el sube y baja de la boca acompañado con un movimiento de la mano por el tronco y con la otra mano acariciando suavemente los testículos. Cuando me tuvo a “punto de goteo”, súbitamente, me metió un dedo en el culo. Soltó la verga y, mirándome con cara de vicio, soltó:
-¿Alguna vez te dieron una mamada mejor, pendejo?-
Negué con la cabeza mientras me incorporé atropellado, la tumbé boca arriba, posicioné la pija a la entrada de la concha y “adentrooo”.
El polvo fue un calco, corregido y aumentado, del primero del sábado precedente, con el valor agregado del plus de calentura por la provocación oral, del hacerlo al natural – sin forro – y del desparramo de semen en su vagina.
Desde ese día en adelante, en un sinnúmero de fines de semana (sábado a la noche, o domingo a la siesta y, no pocas veces, en sábado a la noche y domingo a la siesta) tuve juerga con variantes – sexo oral, vaginal y anal - bulliciosa y alborotada con la viudita atrevida y descarada.
La frecuencia disminuyó drásticamente , a partir de que Silvia entró en relaciones amorosas con un comerciante de la cuadra.
De vez en cuando, sentía golpear suave los nudillos en el vidrio de la puerta de mi cuarto:
-¡Hola Juliooo!!¿Te incomodo?-
Sonreía “con la boca de oreja a oreja” al oír mi saludo:
-¡Holaa reina!!! …Para nada …. Tu deseo es mi deseo-
Y siempre, me esmeré por satisfacerla, aún los días que tenía poco resto, debido a algún, anterior, amasijo de calor y placer, con alguna estudiante, compañera del club, de la oficina o casual.
Completados mis estudios y aprobados los exámenes finales, dejé el alojamiento en la calle Chile y los fines de semana candentes con Silvia.
Un par de años después, por curiosidad malsana, entré en el comercio de su pretendiente. Me reconoció y, entre otras, me anotició que estaba casado con ella.
Me alegré – sentía algo así como gratitud hacia ella por los “favores” que me había hecho.
Le dejé saludos.
2 comentarios - En la casa de pensión.