Post anterior
Post siguiente
Algo que debo destacar es que, a pesar de su apariencia y su menor tamaño, Hannah posee una fuerza descomunal en sus brazos.
Todavía recuerdo cuando me hablaba muy entusiasmada en la faena, de su afición por sacar los ejes de los vehículos pesados y donde “Bessie”, una enorme llave ajustable, de unos 15 kg., tomaba un rol protagónico, la cual sujetaba con bastante facilidad.
Incluso, estoy seguro que sería capaz de darme una golpiza impresionante, si la hiciese enfadar y es muy probable que, enfrentándose a mi esposa, la madre de mis hijas salga perdiendo, a pesar de su aleonada naturaleza de nunca darse por vencida.
Por este motivo, llevábamos con relativa facilidad al estropajo de su marido hacia el dormitorio y sin respeto alguno hacia su persona, conversábamos descaradamente sobre lo que habíamos hecho en esos días.
- ¡Hannah, por favor, asegúrate de tomar la pastilla!- insistía yo, con preocupación.
· Marco, ¿Hasta cuándo sigues con eso? ¡Ya no soy una niña, para que me cuides!
- ¡Pero debes entenderme!- insistí.- ¡Embaracé a mi esposa la primera vez que tuvimos sexo sin protección!
· ¡Y yo no soy Marisol!- exclamó enardecida, casi gritándole a su inconsciente marido en toda la oreja.- además… (refunfuñó levemente) aunque no debería importarte, tendré mi periodo la próxima semana.
También lo noté en su mirada. El tono precioso que adquiría mi esposa en sus ojos, cuando divagábamos del futuro y aparecía el tema de los hijos en sus labios…
Sé que a Hannah le encantaría ser madre. Pero preferiría que yo, en lugar de su esposo, fuera el padre.
Y una vez más, esa encrucijada dentro de mis tripas, donde me gustaría complacerla. Pero también, la desazón de saber que no puedo ver a Bastían (mi “hijo de favor”, que le hice a mi amiga y jefa Sonia) y participar constantemente en su crianza, como yo quisiera.
Porque tampoco me gustaría que ese hipotético retoño llamara “papá” al pedante de Douglas, a sabiendas que, al igual que lo ha sido con Hannah, será un padre desconsiderado, ausente y obsesionado con su trabajo y los lujos.
Decidimos dejar al “estorbo” en la cama, todavía vestido. En parte, me cuestioné de la decisión, pensando que podríamos ocupar la cama nosotros mismos. Aun así, Hannah lo reafirmó, diciendo que él podría sospechar… algo que irónicamente, no nos preocupaba a esas alturas.
2 veladores negros, lámparas de farol en las paredes, un gigantesco closet, un baño y finalmente, una tremenda y tenebrosa cama, con respaldos negros a tono con los veladores y con un estilo semejante al gótico, dándome la impresión o que era la cama de un castillo o peor, la cama de un vampiro, donde aparte de los respaldos y terminaciones negras, el cubrecama rojo y las sabanas de seda color vino no invitaban a un placentero reposo.
Y por su gran tamaño, pensé que 3 o 4 personas podrían dormir sin problemas.
Pero verlo en la cama, me hizo creer que la noche había terminado…
- Bien, creo que es hora de irme.- suspiré, reconociéndole como vencedor.
· ¡No! ¡No te vayas!- demandó Hannah, tomándome del brazo.- ¡Por favor!... ¡Acuéstate a su lado!
- ¿Estás loca?- pregunté, con el corazón acelerado…
Sin embargo, sus lindos ojitos celestes, con una mirada triste y su rubor en las mejillas, me hizo quedarme.
· ¡No, Marco!...-prosiguió ella, dudosa en cada palabra.- Te dije que tenía una fantasía… y es esta.
Me alteré y me sacudí, soltándome de su mano.
- ¡No, Hannah! ¡No puedo!...-respondí e intenté arrancar del dormitorio.
Pero permítanme ubicarles en mis zapatos, para que comprendan un poco mi mezquina y cobarde reacción.
Sentía miedo, mucho miedo. Pero no porque el efecto del narcótico se disipara y Douglas me agarrase a golpes, ya que como mencioné, a esas alturas, a los 2 nos venía sin cuidado…
Físicamente, Douglas siempre me ha intimidado. Como les he mencionado, sus rasgos finos y rubia cabellera, su musculatura desarrollada y buen porte, sus ojos celestes, su buena crianza, su excelente empleo, su seguridad por sí mismo y una infinidad de detalles que prefiero dejar pasar, me han llenado de inseguridades.
Incluso, la primera vez que Marisol le vio, me preocupé, pensando que ella también caería rendida a sus encantos, porque él es de esos hombres que va a fiestas y conseguirá fácilmente, 5 números telefónicos de mujeres. Si es bueno en el sexo o no, es cosa de cada uno, pero es un hecho que las cosas se le dan mucho más fáciles que a mí.
Y es que sin importar lo mucho que Hannah me dijera que soy mejor amante, tengo más de la mitad de mi vida en experiencias, donde sujetos como él se llevaron a chicas que me gustaban, sin que nada pudiera hacer yo al respecto.
Incluso, todavía me pongo nervioso cuando Marisol me mostraba las invitaciones indiscretas (y sugerentes fotos) que algunos de sus compañeros más avezados (e inclusive, el desagradable profesor de mi esposa, que vivía invitándola a tomarse un café o charlar, para rememorar sus clases…) le hacían esa semana que me ausentaba en la faena y créanme que también las veía negras, sabiendo que Marisol podría perfectamente aprovecharse de mi ausencia (y sin que yo sospechase), para equilibrar la mano. Sin embargo, mi esposa es una mujer dedicada y una madre muy preocupada, por lo que aparte de su corillo de amigas de estudio y sus escarceos lésbicos con su amiga Lara, no le daba el tiempo ni entusiasmo para buscar un amante varón.
Por ese motivo, sentía pánico, que un hermoso ángel, tierno y cálido como Hannah abriera los ojos y se diera cuenta que yo no desbordo más allá del promedio, que soy muy inseguro y mucho más sentimental para mis emociones.
No obstante, el corazón de las mujeres es voluble y a pesar que casi pongo mis pies en polvorosa, Hannah volvió a tomarme de los hombros.
· ¡Por favor, Marco! ¡No te vayas!- me giró suavemente, con sus lindos zafiros buscando mis ojos.- Desde que te conocí…esta cama ya no me gusta… me he acostado con él, pero ya no siento lo mismo… (sonrió adolorida) cada noche, imagino que eres tú y no él quien me toca… y créeme, que es muy frustrante…y tenerte aquí, solo para mí… me llena de felicidad…
Nos besamos una vez más. Un beso largo, apasionado, donde nuestras lenguas se enroscaban y nuestras salivas se combinaban de una manera tan dulce como la miel y absorbía esa esencia primordial y delicada, que me hizo tomarla por primera vez.
Acariciaba sus cabellos, con dulzura y contemplaba sus coloradas mejillas, con sus ojos todavía tratando de escapar de la vergüenza.
- ¡Está bien!- acepté, dándole una suave caricia en su mentón.- pero por favor, hagámoslo a oscuras. No quiero verle, mientras hacemos el amor…
Su rostro, una vez más, se tiñó de un encendido rojo y una linda sonrisa, al escuchar mi petición. Y es que es conmigo que ella hace el amor.
Nos desvestimos de forma calmada e individual. Aunque los sonoros ronquidos de Douglas retumbaban en las paredes, nos mirábamos pudorosos y en silencio, con completa seriedad, a medida que nuestros cuerpos desnudos iban apareciendo.
Aun así, a pesar que llevaba 4 o 5 veces que, mientras hacíamos el amor, le agarraba de sus hermosos pechos, seguía obstinada con cubrírselos con sus manos y apretarlos, intentando darle mayor volumen.
Supongo que en esos momentos, no era yo el único intimidado por las inseguridades…
Me acosté en la cama, no sin temores, porque los cuernos de su marido ahora llegarían a ser legendariamente épicos, habiendo consumado la infidelidad en su propia cama, mientras él dormía y a escasos metros de distancia. Y mi mente no podía parar de divagar sobre la proporción de narcótico que tenía él en su cuerpo, comparándolo con el volumen muscular de Hannah y si este sería tan poderoso para hacerle despertar durante el coito, ya que no habría manera que me detuviera con ella.
No obstante, logré darle una alegre sonrisa y ella, tan sonriente como yo, apagó el mando con una mirada más traviesa…
Tal vez, crean que la experiencia fue aburrida a partir de ese punto. Sin embargo, para una pareja que se amó tantas veces, perdido entremedio de las montañas, hacer el amor a oscuras tiene su encanto.
Nuestras manos recordaban la ubicación de lo que por muchos meses palpamos, apretamos y sentimos y esa coordinación maravillosa, de no percibir con los ojos, pero saber que aquello estaba ahí, inamovible, sin importar el paso de los meses o la separación, tenía su encanto.
En el caso de ella, sus manos encontraron mis caderas y las usó de guía, para adosar su cuerpo al mío. Besé sus ojos, su frente, nariz y labios y suavemente, la fui volteando y ella, melosa, suspiraba con ternura.
Mis manos recorrían su cintura y se deslizaban hacia el contorno de su firme trasero, que recibió el agarre de mis manos con mucho agrado.
Pero Hannah se restregaba inquieta…
La proximidad de mi dilatado falo a la altura de su menudo ombligo no era de su agrado. Tenía deseos que ingresara en otra parte, pero mi posición, mis abrazos y besos impedían su cometido.
Como era de esperarse, su respiración se empezó a agitar más y más, restregando su sexo en la base del mío, rudimentariamente explicando dónde debía ir.
Pero quería disfrutarla más. Besarla, sentir su cara…
· ¡Por favor, Marco!- susurró, con tono de niñita mimada.- ¡Métela!
Le di una suave caricia en el rostro, la cual bajó a su hombro y de ahí, fue guiándose hasta sus pequeñas y delicadas manos.
Sintió un leve estremecimiento, al sentir hacia dónde la llevaba y al palpar mi ardiente miembro, soltó un profundo suspiro, para empezar a sobarla con posesión y deseo.
La empezó a restregar con delicadeza, suspirando cada vez más al sentir los líquidos que la empezaban a humedecer.
- ¡Por favor, Marco! ¡No seas malo!- me pidió, con una voz tan tierna y frustrada, como una niña a la que no quieren devolver su juguete.
(Please, Marco... Don’t be mean!)
Entonces, en un gesto complaciente, dejé que se liberara y tomase las riendas del asunto y al sentirla ubicarse sobre mi cintura y el plácido suspiro de alivio, a medida que nuestros sexos se encontraban, me encontré recordando nuestras primeras veces…
Al igual que yo, Hannah es pudorosa y las primeras veces que empezamos a dormir juntos, se desnudaba con rapidez y se metía en la cama, casi sin dejar mirarme. En ese entonces, ni siquiera podíamos darnos besos con las luces encendidas y todavía se cuestionaba si lo que hacía era correcto, ya que ella tenía a Douglas como novio.
Pero una vez que las luces se apagaban, todo cambiaba y esa ansiedad por acostarse con alguien del sexo opuesto, le invadía. En esos tiempos, era yo el que hacía el trabajo pesado, lo cual nunca me ha molestado, porque lo hacía recordando a Marisol, mientras que ella disfrutaba de mis caricias, de mis besos y de la manera que mis manos exploraban su cuerpo.
Con el pasar del tiempo, la situación fue cambiando y si bien, mantenía sus aprensiones, era más receptiva a mis caricias en sus partes nobles, que hasta alrededor del tercer mes, recién pude degustar en mis labios.
Pero esa noche, fue bajando despacio y lentamente, disfrutando de cómo le iba ensanchando. Se deslizó de forma gatuna por mi vientre y me susurró eróticamente al oído:
· ¡Por favor!... ¡Hazme gritar!... ¡Hazme lo que le hiciste a Marisol!
- ¿Qué cosa?
· Esa noche… en casa de Eli…-susurró.
Y tardé caer en cuenta que se refería a lo de su primer aniversario de matrimonio. La besé desaforado y me ubiqué, una vez más encima de ella.
- Pero ahora, no podrás gritar…- le dije, subiendo un poquito más la barra en su placer.- Te haré lo mismo, pero tendrás que guardar silencio. ¿O acaso esperas que Douglas se despierte?
El morbo. La imposición. Eran nuevas aristas que estaban apareciendo y que le prometían una noche gloriosa.
La sujeté de esas seductoras nalgas y ella lanzó un suspiro, empezando una lenta y parsimoniosa cabalgata. Era mi chica. Se erguía una vez como vikinga y a pesar de la falta de luz, podía imaginar sus gestos y su cuerpo…
Sus ojos cerrados, disfrutando de la experiencia; sus pequeños y rosados pezones, erguidos y duros en excitación; su labio a medio morder, conteniendo el paso lastimero de sus quejidos…
Deslicé mis manos sobre su cintura, agarrándola con fuerza y haciendo que se la clavara con mayor intensidad. Liberó un suspiro apagado y disperso, disipando parte de la energía, mientras que uno de los potentes ronquidos de su marido cubría el silencio.
Repetí la operación otra vez y un leve quejido, ínfimo en magnitud de dolor, escapó de sus labios. Otra vez y otro gemido, más suave y placentero. Otra vez y otro, más suave, acompasado con una respiración más serena.
Otro. Otro . Otro…
Elvaivén era maravilloso. Agradecía el tamaño del colchón, ya que las ondas vibratorias se alcanzaban a disipar lo suficiente para no perturbar el descanso del cornudo durmiente.
Pero quería yo también disfrutar de Hannah y para su sorpresa, la volteé en la cama. Soltó un profundo y sorprendido suspiro, sabiendo que así, llego tocarla hasta el fondo y su clímax es el máximo.
La besaba con locura, adivinando sus facciones llenas de dicha. Sus quejidos, entremezclados con dolor y gozo, eran de los más coquetos que le había escuchado y sus suspiros, profundos e inmensos, daban muestra de cuanto estaba gozando.
Pero yo, que la conoce perfectamente, tanto como conozco a mi esposa, lamí una vez más su lóbulo, succionándolo suavemente, para hacerle quejar casi de la misma manera que lo hago con Marisol, cuando beso y lamo su tierno y delicado cuello.
Otro tierno suspiro, dilatado con placer, pero coronado con el más sublime“¡Noooo!”, escapó de sus labios…
Era mi chica y la estaba gozando completamente. Podía sentir la calidez de su entrepierna, plegándose para recibir más y más el avance de mi falo y por cada suave embestida, ella se replegaba dichosa, mordiéndose los labios por no poder gritar tanto como deseaba y desbordándola de placer.
El narcótico debió ser bastante poderoso, para que el cornudo no percibiera ni la esencia a sexo, el vaivén de la cama o la enrarecida respiración de su mujer, que recibía los azotes de su amante bajo las mismas sedosas y quemantes sabanas donde estaba.
De hecho, era tanto el gozo de Hannah, que sus piernas estaban plenamente extendidas, haciendo que el encuentro de la base de nuestros sexos fuese absoluto.
Más besos coronaban mi embestida, intentando doblegar su frenesí y nuestras lenguas se encontraban en el más rotundo combate, donde no parábamos de prensar y acariciar a la compañera visitante.
Sus jadeos se tornaban más intensos, al igual que los movimientos y el respaldo empezaba a vibrar, como un leve terremoto. Su esposo, para variar, nada se daba por aludido y eso me hacía embestir con mayor fuerza.
Otro intenso suspiro, al sentir que llegaba, una vez más, a sus labios más profundos. Otro breve quejido, al sentir el ligero “topón” que los prensaba y otro más, al sentir que los doblaba definitivamente.
El caudal que manaba entre sus piernas mojaba todo a su paso y proporcionaba una sensación muy refrescante a mis hinchados y ardientes testículos, que insidiosamente se prensaban, buscando inútilmente ingresar en Hannah.
Más quejidos profundos, ahogados por mi boca. Mi orden de mantener silencio la mataba y la llenaba de dicha a la vez, de la misma manera que le pasa a Marisol.
En mis adentros, sonreía pensando que era su primera vez. Pero si lo terminara haciendo con tanta frecuencia como lo hago con mi esposa, lo más seguro es que también pondría una miradita tan perversa y seductora, que enardece mis instintos y me endurece más para penetrarla.
Su respiración agitada era la clara señal que algo la estaba desbordando y su marido, aun ni cuenta se daba…
Su sintensos besos se tornaron en sendos chupones, prácticamente demandando que la irrigara con mi semilla. Pero me faltaba un poco. Estaba cerca, pero necesitaba un poco más.
Alrededor de la quinta estocada, la estaba matando. Sus quejidos eran suaves, discretos y gloriosos y estaba casi seguro que, si ella es un poco más parecida a Marisol, algunas lágrimas habrían coronado sus ojos.
Siete. Ocho. No podía descargarme más rápido…
Los ataques que Hannah me dio en la cocina y en el comedor habían incrementado mi resistencia y por ende, extendido su agonía.
Diez. Once. Sus clamores se tornaban audibles… Profundos y agonizantes “Ahhh”demandaban que acabara con su martirio…
Trece. Catorce. Sentí los estertores previos y esa sensación que nace del ombligo, que te dice que no aguantas más…
Quince. Esa picazón inminente, en el glande, que anunciaba el fin de todo…
Dieciséis y diecisiete… y se abren las válvulas.
· ¡Ahhhhhhh!- un enorme gemido, entrecortado por su falta de respiración, fue coronando cada una de mis 4 descargas.
Buscaba su lengua para acallarla, mientras me afirmaba lo más firme posible de su cintura, para que la recibiera completamente en su vientre, pero su boca, desequilibrada, escapaba fácilmente de mis labios.
Sus gemidos se fueron apaciguando suavemente, mientras me acariciaba del hombro. Yo reposaba contento, tan o más aliviado que ella.
- ¿Algo así querías?- le pregunté, entre susurros.
· ¡Síii!... ¡Algo así me esperaba!- me susurró cariñosamente en el oído, pero tomando una voz más sensual, agregó.- Pero…¿Podrías darme por detrás?
Solo escucharle decir eso, hacía que recuperara las fuerzas. La besé enamorado y mi desprecio por Douglas se incrementó, porque su esposa, al igual que la mía, es de esas pocas joyitas que disfrutan abiertamente del sexo anal y lo piden a sus parejas para que las satisfagan.
No obstante, a diferencia del cornudo de su marido, permanecíamos apegados como si fuésemos perros, el uno en la otra y a pesar que estaba más que dispuesto en complacerla, teníamos que esperar que las cosas menguaran un poco, para realizarlo.
Porlo mismo, aprovechamos de conversar del trabajo, de lo que planeaba exponer al día siguiente y cuál sería nuestra postura. Por supuesto que a ella le agradó nuestro actuar y aunque al día siguiente, sería otro espectador más como Gloria, no tenía reclamos a lo que pensábamos proponerles.
Cuando logramos despegarnos, ella se sacudió contenta y me robó un beso y pude sentirla forma irregular en la que se cargaba la cama, por la forma de apoyarse de rodillas en ella.
Aunque el dormitorio estaba oscuro, mis ojos se habían acostumbrado y podía distinguirla silueta de Hannah. Palpé una vez más, su seductor y paradito trasero, hasta saciarme y empleando parte de los jugos de la última contienda, lo lubriqué un poco antes de empezar a penetrarlo.
Al igual que la noche anterior, me costó un poco abrirme el paso, aunque para ella, a pesar del ardor de su trasero, la experiencia no dejaba para nada serle agradable.
Literalmente, podía sentir casi a un nivel exhaustivo en el glande, cómo sus carnes empezaban a separarse. Por supuesto, su respiración era agitada y al igual que la noche anterior, tampoco era menos dolorosa para ella, sin embargo, recordaba bastante bien el placer que esto le brindaba y por lo mismo, se forzaba a si misma a tolerarlo.
A los pocos minutos, finalmente ingresa el glande y el cambio en su voz es suave y sutil. Empiezo a arremeter suave, “aserruchándola” de a poco y ella, de inmediato, se queja de otra manera.
Es mi chica otra vez y por lo mismo, la atiendo también estimulando su nuevamente hinchado, duro y jugoso clítoris, haciendo que un romántico suspiro ahogado salga una vez de sus labios.
Podía sentir cómo ella misma se meneaba, buscando clavarse más y más mi ardiente vara. Estaba hambrienta. La pobrecita no recibía cariño por detrás por medio año…
Y entonces, ocurrió algo inesperado…
Debieron ser los gemidos indiscriminados de Hannah o tal vez, el vaivén feroz que llevábamos, pero fuese lo que fuese, los ronquidos que escuchamos durante toda la noche repentinamente cesaron y la voz inconexa del cornudo se hacía presente.
§ ¿Hannah?-pregunta la voz atontada de su marido, mientras nuestro vaivén es frenético y su esposa está gozando la exorbitante experiencia.
Pude sentir cómo se tensaba y apretaba su esfínter en la preocupación, saliendo otro solitario suspiro, para luego sobreponerse y responder…
· ¡Dougie!... ¡Vuelve a dormir!...
Pero entonces, algo más pasa. Puedo sentir, a pesar del ritmo insidioso que llevamos, que sus caderas se van moviendo… el ruido de una cremallera, bajando…
Y finalmente, un ruido que me llena de furia y celos: ¡Se la está chupando!
Ahora, sé que fue por las circunstancias. Sé que lo hizo para acallar al tonto de su marido y para que no sospechase el aromático desorden que habíamos dejado en la contienda…
Sin embargo, Hannah era mi chica en esos momentos y no me gustaba compartirla, mucho menos con el imbécil de su marido…
Y a pesar que para ella, era una experiencia surreal, de tener los penes de su marido y amante al mismo tiempo, para mí, me enardecía en el peor arranque de celos que he experimentado.
Mientras más escuchaba los discretos “¡Chap! ¡Chap! ¡Chap!” de sus labios, más duro me meneaba, intentando castigarla por su actuar, lo que significaba un mayor placer de su marido, que no dudaba en transmitir lo que ella estaba haciendo…
§ ¡Sí, nena!... ¡Chupa mis huevos!... ¡Mhm!...¡Cómelo todo!... ¡Cómelo todo, preciosa!... ¡Ahhh!... ¡Sí que eres buena!... Te encanta comerme, ¿No?... ¿No aguantas un solo día?... ¡Ahhh!
Por cada frase del iluso, me exasperaba más y más y me afirmaba de su cintura con fuerza. Sentía que era una puta hambrienta y me sentía decepcionado un poco de ella. Es curioso que lo diga, pero a pesar que ella lo estaba disfrutando, quería que se quedara con mi gozo.
Afortunadamente, mi martirio duraría poco, porque a los 3 minutos, Douglas auguraba su inminente orgasmo.
§ ¡Bébelo!...¡Bébelo todo!... ¡No dejes una gota!... ¡Sí!... ¡Sí!... ¡Así!... ¡Trágalo!...¡Trágalo y no escupas!... ¡Límpialo!... ¡Límpialo bien!... ¡Eso, nena, eso!...¡Ahhh!
Proseguí meneándome con mayor satisfacción y mesura, sabiendo que el estúpido de su esposo había caído en pocos minutos… pero el rítmico “¡Chap!, ¡Chap!, ¡Chap!”se seguía escuchando…
§ ¡No,Hannah!... ¡No sigas!... ¡Oh, nena, ya duele!... ¡Qué bien lo haces!... ¡Estás hambrienta esta noche!
Por lo mismo, empecé a culearla más duro (disculpen por ser más soez, pero eran mis sentimientos en el momento) y mis dedos se refregaban insidiosamente, como una guitarra entre sus piernas, con una humedad abismante.
Finalmente, tras otros 10 o 15 minutos de labor oral, el cornudo se descargó por segunda vez y quedó nuevamente rendido, mientras que yo le seguí un par de minutos después, rellenando sus intestinos con bastante leche para desbordarla.
Resoplábamos de forma intensa y estábamos cubiertos y mojados en sudor. Permanecí pegado a esas lujuriosas nalgas que tanto tiempo me habían calentado en la mina y me consolé al saber que aquel manjar, su marido nunca lo había disfrutado…
Se tendió estirada, a unos metros estimo yo, de donde estaba el falo extinto de su marido.
- ¡Hannah, no me puedo quedar!- le susurré.- ¡Debo volver al hotel, esta noche!
· ¡Lo sé!- respondió ella, con un tono agotado y tierno.- ¡También debo ir a trabajar!
Nos besamos suavemente, una vez más y mi meticulosa obsesión, por ser ordenado con mis ropas, pagó la cuenta.
Y luego de vestirme en su departamento y cerrar la puerta muy despacio, mientras bajaba en el ascensor, dirigiéndome a tomar un taxi, por poco me dan arcadas, pensando qué es lo que Hannah había tragado, antes de besarme…
Post siguiente
1 comentarios - 6 meses después… (VI)