Este otoño, mi novia tuvo que irse un par de meses. Aunque tenemos una relación abierta, la idea de separarnos tanto tiempo me entristeció bastante, así que para animarme me regaló un juguete: un dildo estimulador de próstata.
Para quien no lo conozca, al introducirte este juguete por el ano sientes una suave vibración que masajea tu próstata. Mucha gente habla maravillas sobre esta experiencia, pues otorga un orgasmo más intenso y duradero, pero a mí no me dio resultado a pesar de intentarlo un par de veces. Cierto es que daba una sensación muy agradable, pero para mi no fue ni mucho menos similar a un orgasmo, por lo cual el juguete acabó arrumbado en uno de mis cajones, olvidado durante semanas.
Al poco de volver , la chica me preguntó qué tal el juguete, y le conté que no me había entusiasmado demasiado. “Quizá sea más divertido si lo usas con alguien”, me sugirió. Valía la pena intentarlo, ciertamente. Lo primero, eso sí, era estimularme un poco, para lo que me tumbé en mi sofá mientras ella apretaba su rostro contra mis nalgas y dejaba que su lengua acariciase la parte exterior de mi ano.
Llegados a este punto, debo explicar que esta chica tiene una gran fijación con el acto de besar. Puede llevarse horas besando, y lo hace tan rematadamente bien que a ti no te importa lo más mínimo. Su boca siempre tiene un sabor agradable, sus labios son increíblemente suaves y su lengua es terriblemente juguetona, por lo que un simple beso de despedida puede acabar convirtiéndose en un tremendo calentón. Imaginen, por lo tanto, lo que uno siente cuando su lengua y sus labios juegan con cualquier parte de tu cuerpo, sobre todo con una tan sensible como el ano.
No pasó mucho tiempo hasta que me sintiera extremadamente excitado, pero ella no dejaba de jugar con mi ano, parando en ocasiones para morderme una nalga o deslizar su lengua lentamente por mi pene, para volver a concentrarse al poco en la zona que realmente le interesaba. Me sentía increíblemente receptivo, y finalmente le pedí que me introdujera el juguete. En aquel momento, sentía me pene tan duro que me dolía, y lo único que deseaba era que ella introdujera aquel juguete en mi ano. “¡Creí que nunca lo pedirías!”, me respondió de buen humor.
Tras aplicar una buena dosis de lubricante, la chica empezó a introducir el estimulador. Jugó un poco con él para asegurarse que lo introducía bien, y yo le iba indicando con un simple sonido gutural, mientras me embargaba la siempre extraña sensación de tener un objeto duro y que a la vez se deslizaba suavemente en el interior de mi ano. Una vez introducido, lo dejó allí dentro, aplicando una leve presión con la mano, para que no se me saliera. Comenzamos a besarnos y apretó la palanquita que enciende el juguete, de tal modo que sentí como algo dentro de mí se estremecía con cada vibración.
Al principio sentía la agradable sensación de las veces anteriores, aunque el hecho de estar besándome hizo que fuese mucho más divertido, pero de repente sentí como una sensación mucho más poderosa me atenazaba. Sin ser consciente, comenté a mover mis caderas, y ella empezó a mover la mano. Sus besos caían sobre mis labios, pero de repente fui consciente de que no se los estaba devolviendo, pues mi boca estaba demasiado ocupada gimiendo al compás de nuestros movimientos. Su lengua recorría mi rostro, y de repente me susurró al oído: “Me encanta tenerte así. Estar dentro tuyo. Que seas mío.” Sólo eran palabras, lo sé, pero combinadas con la excitación del momento y el placer que el juguete me daba, creí que mi cuerpo no sería capaz de soportarlo.
Cuando pude dedicar una mirada a mi pija, que pocas veces había estado tan hinchada, vi que algunas gotas de líquido seminal comenzaban a surgir. Siguiendo mi mirada, ella se dirigió hacia mi entrepierna, y con bastante mimo fue lamiendo cada pequeña dosis que iba surgiendo, con una risita pícara que me hizo comprender que estaba disfrutando de cada segundo.
Finalmente, quizá porque se le cansó la mano, quizá porque ella misma estaba demasiado caliente y no podía esperar más, apretó con fuerza mi pija. No la sacudió, no me masturbó. Simplemente la apretó con fuerza, y sentí cómo el semen salía y caía, goteante y caliente, sobre su cuerpo y el mío. Una risa nerviosa, de puro gozo, se apoderó de mí.
Una vez mi respiración se calmó, colocó su pelvis sobre mi rostro y empezó a moverla lentamente, reclamando la recompensa que mis labios iban a pagarle por aquella magnífica velada.
Ni que decir tiene que el estimulador es uno de mis juguetes favoritos actualmente.
Para quien no lo conozca, al introducirte este juguete por el ano sientes una suave vibración que masajea tu próstata. Mucha gente habla maravillas sobre esta experiencia, pues otorga un orgasmo más intenso y duradero, pero a mí no me dio resultado a pesar de intentarlo un par de veces. Cierto es que daba una sensación muy agradable, pero para mi no fue ni mucho menos similar a un orgasmo, por lo cual el juguete acabó arrumbado en uno de mis cajones, olvidado durante semanas.
Al poco de volver , la chica me preguntó qué tal el juguete, y le conté que no me había entusiasmado demasiado. “Quizá sea más divertido si lo usas con alguien”, me sugirió. Valía la pena intentarlo, ciertamente. Lo primero, eso sí, era estimularme un poco, para lo que me tumbé en mi sofá mientras ella apretaba su rostro contra mis nalgas y dejaba que su lengua acariciase la parte exterior de mi ano.
Llegados a este punto, debo explicar que esta chica tiene una gran fijación con el acto de besar. Puede llevarse horas besando, y lo hace tan rematadamente bien que a ti no te importa lo más mínimo. Su boca siempre tiene un sabor agradable, sus labios son increíblemente suaves y su lengua es terriblemente juguetona, por lo que un simple beso de despedida puede acabar convirtiéndose en un tremendo calentón. Imaginen, por lo tanto, lo que uno siente cuando su lengua y sus labios juegan con cualquier parte de tu cuerpo, sobre todo con una tan sensible como el ano.
No pasó mucho tiempo hasta que me sintiera extremadamente excitado, pero ella no dejaba de jugar con mi ano, parando en ocasiones para morderme una nalga o deslizar su lengua lentamente por mi pene, para volver a concentrarse al poco en la zona que realmente le interesaba. Me sentía increíblemente receptivo, y finalmente le pedí que me introdujera el juguete. En aquel momento, sentía me pene tan duro que me dolía, y lo único que deseaba era que ella introdujera aquel juguete en mi ano. “¡Creí que nunca lo pedirías!”, me respondió de buen humor.
Tras aplicar una buena dosis de lubricante, la chica empezó a introducir el estimulador. Jugó un poco con él para asegurarse que lo introducía bien, y yo le iba indicando con un simple sonido gutural, mientras me embargaba la siempre extraña sensación de tener un objeto duro y que a la vez se deslizaba suavemente en el interior de mi ano. Una vez introducido, lo dejó allí dentro, aplicando una leve presión con la mano, para que no se me saliera. Comenzamos a besarnos y apretó la palanquita que enciende el juguete, de tal modo que sentí como algo dentro de mí se estremecía con cada vibración.
Al principio sentía la agradable sensación de las veces anteriores, aunque el hecho de estar besándome hizo que fuese mucho más divertido, pero de repente sentí como una sensación mucho más poderosa me atenazaba. Sin ser consciente, comenté a mover mis caderas, y ella empezó a mover la mano. Sus besos caían sobre mis labios, pero de repente fui consciente de que no se los estaba devolviendo, pues mi boca estaba demasiado ocupada gimiendo al compás de nuestros movimientos. Su lengua recorría mi rostro, y de repente me susurró al oído: “Me encanta tenerte así. Estar dentro tuyo. Que seas mío.” Sólo eran palabras, lo sé, pero combinadas con la excitación del momento y el placer que el juguete me daba, creí que mi cuerpo no sería capaz de soportarlo.
Cuando pude dedicar una mirada a mi pija, que pocas veces había estado tan hinchada, vi que algunas gotas de líquido seminal comenzaban a surgir. Siguiendo mi mirada, ella se dirigió hacia mi entrepierna, y con bastante mimo fue lamiendo cada pequeña dosis que iba surgiendo, con una risita pícara que me hizo comprender que estaba disfrutando de cada segundo.
Finalmente, quizá porque se le cansó la mano, quizá porque ella misma estaba demasiado caliente y no podía esperar más, apretó con fuerza mi pija. No la sacudió, no me masturbó. Simplemente la apretó con fuerza, y sentí cómo el semen salía y caía, goteante y caliente, sobre su cuerpo y el mío. Una risa nerviosa, de puro gozo, se apoderó de mí.
Una vez mi respiración se calmó, colocó su pelvis sobre mi rostro y empezó a moverla lentamente, reclamando la recompensa que mis labios iban a pagarle por aquella magnífica velada.
Ni que decir tiene que el estimulador es uno de mis juguetes favoritos actualmente.
9 comentarios - el estimulador de próstata