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Compendio I
Recuerdo que cuando Debbie se incorporó, la encontré parecida a las corcheas que usan en los pentagramas musicales. Si bien, su trasero no era tan marcado como el de mi esposa, esos enormes glúteos aplastados, probablemente de 30 años de estar sentada, atendiendo su consulta, mantenían una sensualidad insospechada.
Es decir, era casi como si lanzaran invitaciones y estuviesen configurados para recibir el sexo anal.
Lo más curioso fue cuando se atrincheró en la esquina de su consulta. Se movió, cubriendo sus posaderas con ambas manos, dándome en todo momento su delantera completamente expuesta, pero escondiendo aquel preciado tesoro que más de uno fantasea de una mujer.
Claramente, había venido a “buscar lana conmigo y estaba saliendo trasquilada”, pero aun así, yo era lejos de un depravado sexual…
•¡No!... ¡Ya has tenido suficiente!... ¡Debes volver!- me ordenaba, fingiendo autoridad, pero afligida y temerosa, afirmándose a su enorme sillón, como si fuese un escudo medieval.
Sin embargo, a pesar de estar excitado, no soy de los que se propasan con las mujeres e inclusive, aunque mis ganas por debutarla analmente eran enormes, estaba dispuesto a escuchar un argumento convincente para bajar la guardia.
-¡Vamos, Doc! ¡Déjame intentar!...- Insistí en tono de juego, todavía con ganas y sonriendo con malicia a unos 5 metros de su “fortaleza de cuero”.
•¡No!... ¡Es anti sanitario!... ¡Y dicen que es doloroso!... Además, hemos tenido sexo 2 veces… ¿No tienes suficiente?... ¿Qué pensará de ti Marisol?
Sus palabras me dieron alivio y mayor deseo, confirmándome que seguía siendo virgen por el ano. Y aunque un par de segundos, consideré lo que dijo de Marisol, pensé que mi esposa no esperaría menos de mí, si no le rompía la cola.
-Pues… para Marisol es una de las cosas que más le gusta…- repliqué, sin bajar las intenciones.
Su rostro adquirió tonos de sorpresa, pero fue suprimido rápidamente, por molestia y desagrado.
•¿Por qué a los hombres les obsesiona el sexo anal? ¿Por qué no pueden quedarse solo con la forma tradicional?- reflexionaba más consigo misma.
Esas preguntas me volaron la mente, ya que parecía no ser el primero en hacerle ese tipo de propuestas o bien, más de uno de sus pacientes debió plantearle dudas sobre el tema.
-Doc, tú, mejor que nadie, sabe cuántas terminales nerviosas tiene el pene y el placer que brinda la mayor presión que pone el esfínter sobre este…
•Y tú… mejor que nadie, sabe cuántas terminales nerviosas tiene el ano… y la cantidad de infecciones que puedes pescar con él.- Replicó, de la misma manera que se lo proponía yo...
-Bien, Doc, pero ¿Cómo te explicas que me dieras una felación?- pregunté con la satisfacción de tener la lógica de mi lado.- Tú misma me has dicho, numerosas veces, los riesgos que corro cada vez que tengo sexo oral…
Apretó la mandíbula y miró hacia el lado, sin saber qué argumentar. En efecto, el sexo oral es una de las formas más inseguras de contraer enfermedades. Desde el herpes, clamidia, gonorrea y hasta la sífilis se pueden transmitir de esta manera, sin importar la limpieza oral que tengan los participantes.
Y ella, en un arrebato de lujuria, me había brindado momentos antes, una mamada fascinante.
-¡Vamos, Doc! ¿Dónde está tu curiosidad científica? ¿No te interesaría saber por qué a algunas mujeres les gusta tanto?
•¡No! ¡No me interesa!- respondió ella, bajando un poco el agarre del sofá, al verme que no intentaba forzarla.
Me dio un poco de alegría, porque comenzaba a ganar su confianza y me había propuesto en la cabeza no marcharme de ahí, hasta convencerla que me entregara su trasero.
-Doc… es solo que eres sexy…
Nuevamente, mis palabras la dejaban atónita, con sus enormes ojos verdes dilatados y sus mejillas sonrosadas, porque seguramente, por respeto o por falta de interacción con hombres, fuera de las horas de trabajo, no había escuchado halagos durante años…
-Y si empiezas a salir… y conocer gente por el internet… será algo que te propongan. ¡Los tiempos han cambiado, Doc!… y no soy solo yo… incluso mi esposa tiene una mentalidad más abierta… y estaba pensando que… tal vez disfrutes más conmigo intentarlo… que sé hacerlo bien… y que me preocuparé que no tengas muchas molestias.
Mis palabras tuvieron una buena llegada. Para Debbie (y para otras), yo seguía siendo sincero e inexperto en algunas cosas, advocando al primitivo instinto maternal de protección y guía que reside en este tipo de mujeres.
Dio un profundo suspiro de resignación, al ver que dependía netamente de ella si lo hacíamos o no y finalmente, se despojó de su escudo.
•¡Está bien! Pero lo haremos a mi manera…- exclamó, con una mirada seductora, pero dejando bien claro que sería ella la que estableciera sus condiciones.
A pesar del arsenal médico y quirúrgico que contaba Debbie en su consulta, no fue fácil administrarle el enema que me solicitó. De hecho, no recordaba si le quedaban soluciones salinas y durante un tiempo, dudó si acaso emplearía una bolsa con suero en su lugar.
Por fortuna, encontró una bolsa y me explicó cómo debía administrarlo. No voy a dar mayores detalles del procedimiento, puesto que no vienen al caso. Sin embargo, lo único que diré fue que, mientras que su ano se higienizaba y Debbie reposaba en la camilla, también con incomodidad, le hice el siguiente comentario con sarcasmo…
-¿Sabes que esto quita todo el romanticismo de la experiencia, verdad?
A lo que ella levemente se rió.
Una vez satisfecha y “sanitizada”, me miró con expectación, ofreciendo sus enormes posaderas como una yegua esperando a que el macho la montara, apoyándose sobre el borde de la camilla.
•¿Qué pasa?- preguntó, al ver mi falta de acción, examinando minuciosamente su cuerpo.
Acariciaba sus muslos y contemplaba también la vagina, pero era claro que ella no lo deseaba y que seguía bastante tensa, lo que lo haría más doloroso.
-No, Doc… es que también debo prepararte…- le respondí, oliscando levemente su piel y dándole un suave beso a su muslo.
•¿Qué?
-¡Sí, Doc!- sonreí ante su desconcierto.- ¡No soy un animal y no lo haré, hasta que lo empieces tú misma a desear! Por eso, yo también debo excitarte antes, para que todo sea más fácil…
(I’m not an animal and I won’t do it until you desire it too!)
Supuse que en aquella mirada de desconcierto, iba algo de incredulidad. ¿Cómo iba ella a desear un procedimiento que ya sabía invasivo y doloroso?
Pero usé esas palabras (y las destaqué en su idioma original) con un propósito, el cual se iría desenvolviendo más adelante…
Empecé trabajando mis lamidas en la base de su vagina. Todavía tenía maravillosos rastros del jugo del amor, entremezclados con algunos de sus vellos. Pero a medida que le iba incrustando dedos en su enrojecida y dilatada hendidura, mis lamidas se iban extendiendo cálidamente a la altura de sus muslos.
•¡No!- replicó ella, lanzando un suave suspiro. – ¡No hagas eso!
Pero al igual que sucede con mi esposa, esos suspiros van cargados con un gran placer y la negación es una mezcla de gozo y pudor hacia la otra pareja, degustando algo que probablemente, no debe ser grato.
Aun así, aunque al principio tenía mis reticencias al momento de darle “besos negros” a la mujer con la que eventualmente me casé, me di cuenta que los sinsabores que me llevaba no alcanzaban a eclipsar el placer de la experiencia y si bien, Debbie tenía razón sobre usar un enema antes de hacerlo, a medida que Marisol y yo empezábamos a explorar más y más esa forma de expresar nuestra lujuria mutua, nos fuimos acomodando a los tiempos de comida, las idas al baño y el tiempo y energía que gastábamos haciendo el amor de manera normal, para dejar aquel maravilloso placer como postre y poder los 2 disfrutarlos, sin muchas sensaciones desagradables.
Su ojete se marcaba como un maravilloso botón, bastante apretado y mi lengua, en un comienzo, lograba insertar parte de la punta en su contorno. Sin embargo, a medida que la tensión empezaba a bajar, mi lengua podía hacer avances más profundos.
Y como era de esperarse, las acérrimas protestas del principio, lentamente empezaron a tornarse en quejidos más sumisos.
•¡No!... ¡Va a doler!...- dijo, al sentir la falange de mi meñique, abriéndose paso, pero en un tono regalón, como cuando te están despertando de la cama y no quieres levantarte.
Fue difícil, pero logré insertarlo con soltura, moviéndolo en lentos círculos y lubricándolo de cuando en cuando con mi saliva o con sus jugos.
Por supuesto, la estimulación clítorial y vaginal en ningún momento se detuvo, dado que el placer y deseo sexual debía permanecer constantemente en ella.
Pero sin importar sus protestas, lo que más le agradaba era mi lengua entrometiéndose delicadamente en su ser. Era algo cargado en demasiado erotismo, al punto que le hacía estirarse y menear su cintura, sumergiéndola en mayor placer al “masturbarse con mi mano”. En el fondo, por rehuir a aquel placer morboso (el anal), era recompensado por otro, aún más gratificante (el vaginal) y cuando mi lengua volvía a alcanzarla, la única manera de disminuirlo era menear las caderas hacia atrás, enterrándose mi lengua, para luego retirarse y reiniciar el ciclo.
•¡No, por favor!... ¡Es más grande!- protestó ella, al sentir el cambio de dedo al anular.
No obstante, siguió disfrutando del inusual invasor que ingresaba en ella por aquella ruta no tan transitada.
Cuando sintió el índice y el del corazón entrando en ella, chilló brevemente en sorpresa. Seguía bastante apretada y si bien le dolía un poco, también le brindaba un poco de placer, en especial, cuando empezaba a palpar los costados. También, empecé a darle los primeros atisbos de cómo serían las primeras embestidas, comenzando a disfrutarlo ligeramente y cuando logré incrustar los 3 dedos más largos, se quejó con pavorosos y consecutivos “¡No! ¡No! ¡No!”, que la dejaron adolorida, pero completamente gozosa y entregada a la experiencia.
-¡Lo siento, Doc! ¡Estás muy estrecha!- le dije, retirando repentinamente los dedos y sobándome mi adolorida excitación.
•¿Qué?
-No podré penetrarte. Está muy apretado…- repliqué, tratando de sonar convincente.
Lanzó un largo suspiro en alivio, pero aun así, sus palmas y dedos permanecieron extendidos y tensos, como una iguana en una roca.
•¡Gracias!- exclamó ella, con un tono apagado.
-Pero me gustaría pedirte un favor… si aceptas, claro…
•¿Qué… qué deseas?- preguntó, titubeante.
Me reí un poco, para que bajase las tensiones…
-Mira… no pienses que quiero aprovecharme… pero tus nalgas son muy suaves… y estaba pensando… si aceptas, por supuesto… que me gustaría masturbarme un poco sobre ellas…
•¿Ma-ma-masturbar?... ¿Solo masturbar?- preguntó, tartamudeando un poco.
-¡Sí, Doc! Deseo deslizar mi pene sobre tus muslos… solamente, rozarlo sobre tu piel… no tienes problemas… ¿Verdad?
•¡No! ¡Por supuesto que no!... si solamente haces eso.- respondió más aliviada.
-¡Gracias, Doc!- le agradecí, sonriendo satisfecho, sabiendo que ya era mía.
Y es que una de las cosas que más disfruta Marisol al tener sexo anal es hacerla desesperar de excitación con mi pene.
Tal como le prometí a Debbie, ubiqué mi pene entre sus nalgas y empecé a mecerlo suavemente, lubricándolo con mis jugos seminales. Ella se tensó al sentir al foráneo visitante sobre sus nalgas y sin querer, abrió un tanto sus piernas, como también, liberó un profundo suspiro.
-¡Fue bueno que no lo hiciéramos, Doc!- le dije, deslizándolo con la parsimonia del pintor que trabaja con su brocha. – Tu ano es tan estrecho, que te habría hecho daño…
•¡Sí!... ¡Sí!... ¡Gracias!- comentó ella, con un poco de desesperación.
-Es decir… nunca me ha pasado… pero tu esfínter parece tan pequeño… que creo que te lo habría roto…- proseguí, abriendo un poco más sobre sus carnosidades.
Ella disfrutaba con mucha calidez.
-Incluso, mira Doc…- dije, presentándole con mucho descaro la punta de mi falo sobre su anillo y pujando débilmente.- Mi cabeza es tan grande que no te habría entrado… aun así, te agradezco las molestias que te tomaste…
•¡Gra-gracias!- respondió, tratando de disimular el descenso de su cintura hacia el borde de la camilla.
-Pero tus glúteos son suaves… e imagino que el que lo haga contigo… lo disfrutará demasiado…- dije, interponiendo a propósito la palma de mi mano sobre mi falo y apartándola de ella.
Como esperaba, al notar la ausencia, Debbie reaccionó como un resorte…
•Tal vez… deberías intentar… ¿No?- preguntó más alterada, tratando de ocultar su curiosidad en su máscara intelectual.- Es decir… ya me preparé con un enema…
-Pero Doc, ¿Cómo dices eso?- respondí, con una leve sonrisa, disfrutando el “revés” de sus prejuicios.- Tu ano es estrecho… y estoy seguro que te dolerá…
•Pero también dices que Marisol lo disfruta… y también sabes que el ano es un esfínter muy elástico… Entonces, ¿Por qué no lo intentas?
Entonces, apegué mi rostro muy cercano al suyo, a una palma de darnos un beso…
-¿Estás segura de lo que dices, Doc?- consulté, sonriendo con completa malicia y perversión.- Tu ano es muy pequeño… y si te duele, no te puedes retractar ¿Es eso lo que quieres? ¿Es eso lo que deseas?
(Is that what you want? Is that what you desire?)
Sé que en español, ambas preguntas suenan redundantes. Pero en inglés, querer y desear llevan distinto orden jerárquico.
En un ejemplo práctico, uno puede querer un helado y puede desear un helado de coco.
Y ese “desire” fue cargado con erotismo y usado bajo ese propósito, pero también, con un rastro de dominación, dado que ella no pensaba hasta ese día, llegar a “desear el sexo anal”, por todos sus conocimientos científicos en la materia y aun así, lo estaba sintiendo en esos momentos.
Me sentía como el diablo, pidiéndole un contrato por su alma y ella, a pesar de sus prejuicios, estudios y conocimiento de la situación, no podía controlarse…
•Sí… estoy segura.- respondió, casi con un hilo de voz.
Trémula y sumisa, adoptó la posición que le propuse, suspirando asustada.
La volví a estimular un poco más, lamiendo la punta de mis dedos y estirando su anillo un poco.
-Mira, Doc… no te voy a engañar… la primera vez puede dolerte, pero dependerá de lo tensa que tú estés. Mi esposa dice que le arde. Que es como una brasa, que le quema… pero una vez que la cabeza pasa, ella lo empieza a disfrutar.- le expliqué, basado en mi experiencia.
Ella aceptó las condiciones y suspiró, apoyando sus manos sobre la camilla. Deslicé mi mano por su cintura, con la intención de irla masturbando, tal cual lo hago con Marisol, pero apoyó su cuerpo encima del borde de la camilla y por poco me prensa la mano.
Presenté la punta de mi rabo, entremedio de sus carnes y le avisé.
-¡Bien, Doc! ¡Aquí voy!
Y enfilé lento, pero a velocidad constante. Como me esperaba, su ano estaba muy apretado y el avance era dificultoso.
•¡No! ¡Detente! ¡Me duele!- ordenó, manoteando hacia los lados e intentando zafarse.
-¡Vamos, Doc, aguanta!- espeté, apenas ingresando la mitad de mi cabeza.- ¡Te va a gustar, Doc! ¡Créeme! ¡Solo aguanta!
Pero Debbie estaba encabritada. Me arañaba, lloraba, gritaba e intentaba en vano zafarse, aunque el avance fuese lento y llegó tal punto que me exasperó, que sin darme cuenta, le di una poderosa cachetada sobre su nalga derecha.
No soy un abusivo con las mujeres, pero para mi asombro, la tranquilizó. Aun sollozaba, pero el dolor de su ano disminuía y percibía una mayor soltura, al ingresar mi miembro.
Volví a darle una nueva cachetada, sobre su otra nalga y esta vez, me recibió un profundo suspiro. No estoy diciendo que Debbie sea masoquista, pero tal vez, los nuevos focos de dolor distraían a su cerebro del dolor principal, facilitando mi avance.
Una tercera cachetada, nuevamente en su derecha y al instante, me disculpé.
-¡Doc, discúlpame! Pero ya falta poco… te prometo que empezaras a sentirte mejor…
Su respuesta fue un nuevo suspiro. No sé por qué, pero me hizo recordar esas noches heladas en el desierto, cuando bebía caldo de pollo, esperando ingresar al turno de noche, durante mi primera faena minera.
Esa sensación grata, entremezclada de dolor y alivio a la vez, a medida que el caldo quemaba mi garganta y restituía mi calor, me hacía quejarme de una manera similar.
Y un nuevo suspiro llegó, como si se cortara la voz, una vez que terminé de ingresar la punta…
-¡Bien, Doc! ¡Está completa! ¡Te prometo que a partir de este punto, empezaras a sentir placer!
Dejé que se acostumbrara un poco a la sensación, permaneciendo extremadamente quieto, casi sin moverme. Una vez que empezó a respirar con mayor regularidad, comencé a moverme lentamente.
-¡Eso es, Doc! ¡Eso es! ¡Relájate! ¡Relájate y busca tu ritmo!
Se quejaba y todavía lloraba, solo que más despacio. Incluso, aun la notaba tensa, pero mantenía los labios fieramente cerrados.
Por mi parte, lo que había empezado como una simple venganza, por las incontables veces que me hizo análisis a la próstata, se tornaba lentamente en una pesada carga de remordimientos…
Hasta que un pesado suspiro rompió el silencio.
•¡Ahhh!... ¡Muévete más lento!... ¡Más lento!... ¡Por favor!
En efecto, noté sus espasmos, lentos y torpes, pero que buscaban sentirlo más adentro y por lo mismo, detuve mi marcha.
•¡No, por favor!... ¡No te detengas!... ¡Solo, hazlo lento!... ¡Hazlo lento!... ¡Sí!...
Y empezamos a acoplarnos muy despacio. Sus vaivenes cobraban mayor ritmo y sus gemidos eran mucho más alegres.
•¡Sí!... ¡Es increíble!... ¡Nunca había sentido esto!... ¡Más fuerte!... ¡Más fuerte!... ¡Por favor!
Se meneaba de una manera maravillosa y ese trasero, enorme y tremendamente suave, parecía querer tragarse toda mi hombría con gran soltura.
-¡Eso, Doc!... ¡Eso, Doc!... ¿Lo ves?... ¿Lo ves?... ¡Uf!... por eso… cuando mi cuñada… seguía siendo virgen… y quería sentir mi semen… en su interior… así lo hacíamos… y me descargaba… y también lo hacía así con mi suegra…
No sé el motivo, pero parecía excitarse más (y hasta alcanzar poderosos orgasmos), cuando le contaba cómo me había acostado con mi familia política o cómo le había roto el ano a tal o cual chica.
Creo que estaba completamente energizada sexualmente, ya que me pedía cada vez, que la metiera más fuerte y más rápido…
•¡Sí!... ¡Más adentro!... ¡Ahhh!... ¡Más adentro!.... ¡Aghhh!... ¡Fóllame, como a tus putas!
Y eso desencadenó un bombeo olímpico en mí, porque fue citando a Hannah, a Lizzie, a Fio, a mi suegra, a mi cuñada y prácticamente, a cuanta mujer lograba acordarse, tornándome una maquina imparable.
La sentía tan dura y ardiente en esos momentos, que la única manera de hallar un poco de alivio era enterrarla hasta al fondo y humedecerla con sus tibios intestinos.
Llegó al punto que la enterré completa, hasta los testículos y Debbie aullaba de placer.
•¡Sí!... ¡Me lo estás rompiendo!... ¡Me lo estás rompiendo!... ¡Más adentro!... ¡Más adentro!... ¡Acaba!... ¡Acaba ya!...
La tenía afirmada de la cintura y con el bombeo, la hacía galopar como marioneta sobre la camilla. Pero estaba excitado y quería desbordarla, al igual que ella y mientras le pellizcaba los pechos, retorciendo sus pezones y sobrepasándola de éxtasis, acabé estrepitosamente en sus intestinos, abrazándola con una gran presión, para que sintiera cómo me estrujaba el semen.
Quedamos exhaustos. Miré el reloj y vi que eran las 10:42 pm. Llevábamos unas 3 horas teniendo sexo demoledor.
Acomodé a Debbie en la camilla lo mejor que pude, abrigándola y cubriéndola con su delantal, mientras mi semen escurría un poco hacia afuera de su recién debutado ano.
-¡Doc, tal vez deberías quedarte a descansar aquí!- Le dije, mientras me vestía apresuradamente.- Tal vez, te duela sentarte unos 2 o 3 días… así me dijo Marisol… pero no será demasiado grave.
No sé si habrá sido producto de la experiencia, pero al parecer, no colapsó en remordimientos por Wilbur. Cuando nos despegamos, yo ya estaba nervioso por lo que Marisol me había dicho antes sobre las clases de Lizzie y si bien, algo de romanticismo perduraba entre nosotros, estaba demasiado tenso para ocuparme de ella.
Le agradecí infinitamente lo que había hecho y ella me contemplaba de la misma manera maternal con la que me recibía cada consulta.
Podía darse cuenta que lo que le decía de ser infiel, por complacer a Marisol, era cierto, porque no paraba de contarle lo mucho que la extrañaba y lo bien que lo pasaríamos esa noche, ahora que estaba más descargado y me despedí de ella con un suave beso, agradeciéndole una vez más por todo lo que había hecho por mí.
Los exámenes tardaron en llegar un poco más de lo normal, por el cambio de dirección y porque llegaron a través de encomienda, en un sobre amarillo, en lugar de recibirlo por internet.
Los resultados, como eran de esperarse, habían salido saludables. Pero en el fondo del sobre, se notaba una forma alargada adicional, semejante a un lápiz.
Metí la mano en su interior, pensando que se trataría de un regalo de recuerdo y al ver el contenido, palidecí, casi sin querer girarlo.
Pero al ver que el test de embarazo salió negativo y recuperaba los colores, imaginé el sonriente rostro de Debbie, jugándome una última broma pesada.
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2 comentarios - Siete por siete (194): Debbie (IV y final)
Gracias, cómo se siempre.