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El Uruguayo...

Un leve salto al pasado. Recién cumplía los 20. Todavía estaba de novia con Ignacio y trabajaba en el estudio contable de su padre. Faltaba para que lo conociera a Ernesto, por lo que seguía cursando Ciencias Economícas aunque supiera que los números no eran lo mío. Pero siendo la casi prometida de un futuro contador público que heredaría los negocios de su familia, se esperaba que yo siguiera la misma carrera. El futuro para ambos pintaba color de rosa, sin embargo me sentía asfixiada.
Le fui fiel a Nacho hasta dónde pude. La primera vez que le puse los cuernos fue un fin de semana que fuimos al campo que sus padres tenían en Brandsen. Me cogí al capataz y aunque lo disfruté, luego me arrepentiría y me sentiría culpable, llegando a prometerme a mí misma no volver a reincidir. Y por un tiempo fue así. Pero entonces apareció él...
El Estudio Contable estaba en San Telmo. Yo todavía vivía con mis padres en San Justo, por lo que me tomaba el 126 para llegar. Me bajaba pasando la Nueve de Julio y de ahí caminaba. Durante un tiempo todo transcurrió normal, sin contratiempos, hasta que un buen día, desde la ventana de una casa ubicada en Tacuarí casi San Juan, un tipo se pone a decirme toda clase de guarangadas. No me acuerdo en este momento las barbaridades que me decía, pero ustedes ya se imaginarán. Sin embargo, lo más sorprendente era que me las decía solo a mí. Pasaban otras mujeres pero más allá de algún ocasional silbido, era a mí a quién dedicaba sus procaces piropos.
El tipo en cuestión siempre estaba en la ventana, apoyado contra la baranda, tomando mate, en bermuda y remera. Siempre a la hora en que yo pasaba, sin fallar.
Por supuesto que podría haberlo eludido simplemente cruzándome de vereda o yendo por otra calle, pero había algo en esos modos groseros que me atraía. Hasta que finalmente pasó lo que tenía que pasar, lo que ambos queríamos que sucediera.
-¿Y bebota, cuando te venís a tomar unos mates? Tengo el termo lleno solo para vos- me dice aquel día en que los planetas se alinearon para que en ése momento estuviéramos lo dos solos en ese lado de la calle. De haber gente me habría dado vergüenza y jamás me hubiese atrevido a contestarle cualquiera de sus insinuaciones.
-Mirá que a mí me gusta dulce- le dije deteniéndome junto a su ventana, sintiendo que me ponía toda colorada.
De pendeja siempre me sentía medio cohibida en esos momentos de seducción, como avergonzada, claro que después me liberaba y ya de tímida no me quedaba nada.
-Si me aceptas una mateada, no me importaría cometer el sacrilegio de ponerle azúcar- repone, mirándome como si en cualquier momento me fuera a saltar a la yugular.
Miro tratando de adivinar por dónde debo entrar, hasta que él mismo me lo indica:
-Por ahí, la primera puerta a la derecha-
No títubeo, entro decidida. Cuando llego ya me está esperando con la puerta abierta, vistiendo como ya es habitual en él, bermudas y una musculosa que deja a la vista unos bíceps bien marcados.
-Ya era hora, creí que nunca ibas a decidirte, bebé- me dice cerrando la puerta tras de mí, encerrándome con él, y aunque estoy en un ámbito desconocido, con un perfecto extraño, no siento miedo, ni siquiera un mínimo temor.
-No es fácil, ni siquiera nos conocemos- le planteo.
-Uruguayo- me dice tendiéndome la mano, a modo de presentación.
-M... Mónica- le digo estrechándosela.
No sé porqué pero no le digo mi nombre, ¿quizás porque una parte de mí intentaba seguir siéndole fiel a Ignacio? Ser Mónica era una forma de no reconocer esa nueva recaída.
-¿Solo Uruguayo?- lo interrogo curiosa.
-Solo Uruguayo- asiente invitándome un mate-
-¿Dulce?- le pregunto.
-Dulce como vos- responde.
-¿Y como sabés que soy dulce?- le replico.
-Tenés razón, tendría que probarte- expresa con una sonrisa malintencionada.
Termino el mate y se lo devuelvo.
-Gracias, pero ya tengo que irme- le digo girándome hacia la puerta, pero no lo digo en serio. Ni siquiera atino a agarrar la mochila que al entrar había dejado sobre una silla.
-¿En serio querés irte?- me pregunta frenándome antes de llegar a la puerta, arrinconándome contra la misma, apoyándome de una manera que me hace sentir en pleno su erección.
Suspiro. Agitación. Calentura.
-No, no me quiero ir- fue mi respuesta.
Me abraza y sin oposición alguna de mi parte, me besa, sentenciando luego del beso:
-¿Ves que tenía razón?, sos muy dulce-
Por supuesto que cogimos, no solo ese día, sino muchos otros días también. Por un tiempo fue el único tipo con el que me encamaba, aparte de Ignacio, claro está. Incluso iba a "matear" con él aunque no tuviera que ir al Estudio.
Desde el principio supe que era casado. Él jamás intentó ocultármelo. Incluso una vez llegó la esposa en pleno garche. Pero aunque nos encontró desnudos en su cama no hizo ningún escándalo, supongo que por estar acostumbrada a que le pongan los cuernos. Lo único que me dijo al irme fue:
-Así que vos sos la putita de turno-
Me vuelvo y enfrentándola, asiento:
-Sí, soy su putita...-
-Cada vez le gustan más pendejas a éste- remata, dándose la vuelta y yéndose, sin decirme nada más.
En esa época, año 2002, todavía estábamos sufriendo los coletazos del año anterior. Él estaba sin trabajo y la única que aportaba dinero era ella, y aún así la engañaba y delante de sus propias narices. Por eso seguimos la relación por un buen tiempo más, sin que la esposa se entrometiera, hasta que por unas vacaciones que nos tomamos con Ignacio, no fui por dos o tres semanas. Al volver, casi un mes después, ya no estaba. Pregunté en el hotel pero nadie sabía nada. Al parecer se habían ido a escondidas porque debían varios meses de alquiler.
Cuento todo esto porque después de tanto tiempo, de haberlo casi olvidado, de haber archivado su recuerdo en algún recóndito rincón de mi memoria, volví a verlo.
Fue apenas un segundo, un instante. Iba en taxi a uno de las tantos cursos que dicta la Compañía, cuando lo veo parado en un semáforo esperando a que cambie la luz. Pude haber estado mirando para otro lado, incluso pude haber parpadeado o distraerme con el celular, pero no, el Destino parecía habernos reservado ese lugar y esa hora para que nos reencontráramos.
Mi reacción fue espontánea.
-¡Bajo, bajo!- alcancé a gritarle al tachero antes de que doblara en la siguiente avenida.
Le pago el viaje y sin esperar el vuelto, me bajo del taxi para ir al encuentro de mi pasado. Por suerte la luz del semáforo todavía no había cambiado.
-¿Uruguayo?- pregunto despacio, con calma, temerosa de haberme equivocado.
Pero no me equivoco, está mucho más avejentado, claro, más desgastado, pero es él.
-¡Uruguayo!- exclamo eufórica al comprobar que estoy en lo cierto, que se trata de mi amante.
-¡Mónica!- se sorprende también por su parte.
Una parte de mí se regocija de que se acuerde de mi nombre, aunque se trate de uno falso.
-Sin el mate y el termo me costó reconocerte- bromeo.
-Bueno, ya sabés que el termo siempre lo llevo encima- me responde.
Sí, ese es el Uruguayo que recuerdo.
En esa época andaba por los 35, por lo que ahora debe tener ya 50. El tiempo había pasado para ambos, pero en él se notaba más.
-¿Tomamos algo?- le digo no solo queriendo evitar la muchedumbre que nos rodea, sino porque también nos debíamos una charla.
Vamos a un café que está a mitad de cuadra. Allí le cuento de las veces que hice guardia en la puerta de la casa en que vivía, de como llegué a darles mi número de teléfono a todos sus vecinos, por si se enteraban de algo. De mis inútiles intentos por buscarlo, teniendo como único dato que le decían Uruguayo.
-Siempre me arrepentí de no haberte dado mi nombre, por lo menos hubiera resultado más fácil- hace una pausa y tendiéndome la mano se presenta con su nombre completo.
Finalmente y después de quince años me entero que se llama Agustín.
-Te imaginaba más como un Wilson, Walter o Washington, pero Agustín me gusta- le digo estrechándole la mano y sin soltársela, agrego: -Y a propósito, soy Mariela, no Mónica-
Me mira sorprendido.
-Cosas de pendeja, jugaba a ser otra- le confieso.
-Parece mentira que nos vengamos a conocer recién ahora, después de todo éste tiempo- observa.
-Y después de todo lo que cogimos, ¿no?- observo yo.
-¿Seguís con tu esposa?- le pregunto tras una nueva ronda de café.
-Es la única que me soporta- asiente -¿Y vos? Me imagino que te casaste-
-Me casé y tengo un hijo, mirá- le digo, mostrándole las fotos que tengo en el celular -Se llama Rodrigo, acá está en su último cumple, acá con el papá, acá su primera vez en el agua...-
De repente me interrumpo, lo miro con nostalgia y absolutamente segura y convencida de cada palabra que voy a pronunciar a continuación, le digo:
-Uruguayo, quizás te parezca una locura después de tanto tiempo, pero... ¿Vamos a un telo?-
-Es lo que estoy queriendo desde que nos encontramos- asiente con esa perversa sonrisa que le conocía tan bien.
Él está en default así que el turno lo pago yo. Estamos en una época en la que prevalece la igualdad de género, por lo que no resulta ningún demérito que una mujer pague el telo.
Entramos a la habitación y es como ingresar a la máquina del Tiempo. El Uruguayo había estado ausente de mis recuerdos por todos esos años, pero al estar allí los dos solos, es como si hubiesen pasado apenas unos días.
La memoria del cuerpo no olvida. Reconozco su sabor, su potencia, la firmeza de sus músculos, la lujuria que emana por cada uno de sus poros.
Nos damos un beso largo y jugoso, celebrando la magia de aquel reencuentro. Y no es sino hasta estar entre sus brazos que me doy cuenta de lo mucho que había sentido su ausencia.
Nos desnudamos y nos acostamos el uno sobre el otro, él sobre mí, frotándonos, acariciándonos, dejándonos avasallar por esos sentimientos que volvían a situarnos en aquel cuartito de Tacuarí.
Despacio, casi pidiendo permiso, desliza una mano por mi vientre, y siguiendo aún más allá, me introduce un par de dedos en la concha, iniciando ese movimiento que sabe me vuelve loca.
Entre roncos suspiros le agarro la pija y se la sacudo con fuerza, conteniendo apenas ese poderío viril que presagia ya lo mejor de éste mundo.
Ése era uno de nuestros juegos predilectos. Masturbarnos. Él me masturbaba a mí, y yo lo masturbaba a él. Incluso a veces, aún después de habernos matado cogiendo, nos pajeábamos como si recién estuviésemos empezando.
Ahora hacíamos lo mismo, sus dedos hundidos en mi cuerpo, los míos aferrando su erección, mirándonos a los ojos, compartiendo hasta los suspiros.
Volvemos a besarnos, intensa, casi agresivamente, como queriendo recuperar de una sola vez todos esos besos que habíamos perdido.
Entre besos y lamidas, me recorre las tetas, el vientre, el triángulito de vello que me adorna el pubis, hasta situarse frente a la parte de mi cuerpo que más lo había extrañado.
La forma en que me chupa la concha me hace reconfirmar una vez más todo lo que recordaba de él. Tiene una lengua exquisita, un delicado pincel con el que va delineando los trazos más sutiles e incitantes.
Me abro de piernas y me dedico a disfrutar de su boca, entregándome por completo a ese delicioso ritual que me sumerge en el más perfecto de los placeres.
Me agarro las tetas y me las aprieto con fuerza de tanta calentura que tengo, tratando de sublimar ese torrente de emociones que me trastoca los sentidos.
-¿Seguís chupando tan rico la bombilla?- me pregunta tras dejarme la conchita en su punto justo de hervor.
Se levanta y plantándose firme y dominante, vuelca ante mí la exuberancia hecha carne.
No solo volvía a encontrarme con el Uruguayo, sino también con esa hermosa y brutal poronga que me había llenado de felicidad en momentos tan confusos.
Recuerdo el impacto que causó a mis 20 encontrarme con algo así. Ya había tenido otras experiencias antes, pero la del Uruguayo fue la pija más grande con la que me tuve que enfrentar hasta ese momento. Era una bestialidad. Gorda, larga y con un par de huevos que no desentonaba con el resto, no resultó extraño que terminara convirtiéndome en su putita, tal como me bautizó su propia esposa. Quizás por eso mismo ella se resistía a dejarlo y hasta le consentía sus infidelidades. Semejante poronga no se encuentra todos los días.
Pero debo admitir que había tenido suerte, lo del Uruguayo era apenas un capricho, una aventura, al verlo en su ventana, con el termo y el mate, jamás me hubiese imaginado que tendría tal prodigio entre las piernas. Por eso, una vez que lo probé, ya me fue imposible dejarlo.
Como quién se reencuentra con un viejo y querido amigo, lo lleno de besos, recorriéndolo de arriba abajo, contagiándome los labios con esa tibieza que me resulta tan tentadora. Me lo voy comiendo de a poco, disfrutando cada trozo, llenándome el paladar con esa incitante dureza que parece a punto de romperme las comisuras de los labios.
Volver a sentir esa pulsión casi animal palpitándome en la garganta me embarga de pasión y lujuria, volviéndome a hacer presa del irresistible magnetismo que el Uruguayo irradia en mí.
Cuando se la suelto, sintiendo ya la boca toda entumecida, la pija se le queda vibrando en el aire, empapada en mi propia saliva y en ese fluido suyo que ya había empezado a brotar copiosamente. Me paso la lengua por los labios saboreando ese pegajoso elixir con el cual ya me empalagaba a mis veinte.
Agarro un preservativo, lo abro y se lo pongo, tras lo cual me le subo encima y abriéndome los labios de la concha con mis propios dedos, me voy ensartando de a poco en esa voluminosa masa de carne que parece engordar aún más en mi interior.
El Uruguayo me recibe aferrándome de la cintura y chupándome las tetas, provocando que los pezones se me pongan más duros todavía y que la temperatura de mi piel se eleve casi hasta el punto de afiebramiento.
Ya bien afirmada en aquel trono de placer me muevo arriba y abajo, disfrutando en exceso ese llenado completo, total, absoluto al que siempre me ha sometido su poronga. La siento palpitar en los confines de mi sexo, proporcionándome esa dicha y satisfacción que no puede compararse a ninguna otra cosa en el mundo.
Busco su boca para besarlo mientras me derrito entre sus brazos, dejándome arrastrar por esa orgía de sensaciones que me colocan en el pináculo de la Gloria. Ahora es él quién se mueve, dentro y fuera, golpeándome con toda su cadera cada vez que me llega al fondo.
Vuelvo a besarlo con más fruición todavía, chupando sus labios y lengua, y entre roncos gemidos de placer, le digo al oído:
-¡Cogeme..., cogeme duro, como me cogiste siempre!-
Contando con mi beneplácito, me vuelca sobre mi espalda y con un solo movimiento se acomoda entre mis piernas, convirtiéndose en Amo y Señor, en dominador absoluto de lo que ahora va a sucederme.
-¡Sí..., cogeme..., rompeme toda!- le digo como solía decirle en aquel entonces, cuando hambrienta de sexo me entregaba a él sin renuencia ni concesiones.
Lo agarro por la cola, clavándole las uñas, y lo atraigo hacia mí, como queriendo fundirlo en mi interior. No solo quiero su pija, quiero sus huevos, sus pendejos, sus venas, lo quiero todo, quiero sentirlo lo más adentro posible, llenándome toda con su impresionante virilidad.
Ahora ya nada lo detiene, y aunque mi inocencia la perdí allá lejos y hace tiempo, por un momento vuelvo a ser aquella jovencita que buscaba en el sexo la satisfacción que no podía conseguir en otros ámbitos de su vida.
Cuando me pone en cuatro y me coge desde atrás, ahí sí me demuestra que pese a los años no ha perdido nada de su vigor sexual. Me sacude y remece a puro pijazo, amasándome las nalgas con sus manos sin dejar de embestirme una y otra vez, lacerándome hasta el alma con cada ensarte. Y así, en medio de aquella feroz bombeada, me acabo lo que no acabé con él durante esos quince años, esos polvos que estuvieron esperándolo, latiendo por un reencuentro que jamás hubiese imaginado posible.
Me quedo un buen rato temblando y gimiendo, sollozando casi, mientras él sigue con sus descargas, violentas e irrefrenables, guiándome sin escalas hacia un nuevo estallido. Esta vez acabamos juntos, echándonos un polvo de proporciones épicas, sintiendo que no podemos estar más unidos que en ese momento, comiéndonos a besos mientras nos disolvemos el uno dentro del otro.
En aquel tiempo, pese a que nos matábamos cogiendo, hubo algo que el Uruguayo no pudo hacerme: el culito. Me daba miedo, se la veía tan grande, tan gorda, que temía que me lo rompiera, aunque claro, luego entendería que para poder hacérmelo, sí o sí me lo tenían que romper. Pero pese a mis reticencias y negativas iniciales, sabía que tarde o temprano sería el Uruguayo quién inauguraría ese nuevo acceso a mi cuerpo. Por lo menos eso era lo que yo quería, mas allá del temor lógico a entregar una parte tan sensible de mi cuerpo. Pero ese momento nunca llegó, tal como conté antes, el Uruguayo y su esposa desaparecieron sin dejar rastro antes de poder hacer realidad mi deseo. Finalmente el encargado de romperme el culo, sería un ignoto sujeto al que me levanté en un viaje en subte. Pero en lo referente al Uruguayo y mi culo, sentía que entre los dos había una deuda que saldar. Por eso mientras nos besábamos y mimábamos como si la separación jamás hubiese ocurrido, me fui dando la vuelta hasta quedar de espaldas a él, de cucharita, frotándome la cola por sobre su verga que, tras aquellos apasionados besos, volvía a parársele en una forma que derrochaba vigor y masculinidad por cada vena.
-Me parece que ésta colita está pidiendo a gritos una pija- me dice al oído acurrucándose todavía más contra mí.
-Te estuvo esperando por quince años- le confieso, sintiendo como va deslizando sus dedos por sobre mi raya.
-Parece que alguien ya me ganó de mano- advierte al meterme un dedo y explorar esa zona de mi cuerpo que hasta entonces le había sido esquiva.
"Unos cuántos", pienso pero obvio que no se lo digo.
Aún así, y pese a no ser el primero en desvirgarme el orto, introduce otro dedo en mí y comienza a realizar las acostumbradas tareas de relajación. Por supuesto que no tiene que trabajar demasiado para que se me dilaten los esfínteres como si fuesen de goma.
Se pone otro forro y frotándose la pija con el gel lubricante que viene con los preservativos, me avanza con firmeza y decisión.
Cierro los ojos y me muerdo el labio inferior al sentir la gruesa cabeza acomodándose entre mis nalgas. Si me hubiese culeado en aquellos tiempos de Tacuarí, de seguro que me provocaba un par de fisuras, pero al día de hoy tanta agua ha pasado bajo el puente, que mas allá de una momentánea incomodidad, la poronga del Uruguayo me calza a la perfección.
Nunca se lo pregunté, pero por ser charrúa siempre imaginé que el Uruguayo debía de tener antepasados de raza negra, como mucha gente de ese país, sino no se explica lo que ostenta entre sus piernas.
Me pone boca abajo y tendiéndose sobre mi espalda, comienza a culearme con ensartes largos y profundos, arrastrando consigo todo lo que encuentra en su camino. Parece como que la mitad de mi cuerpo se va con él, para luego volver a meterme todo de nuevo adentro con cada uno de sus movimientos. Así me mantiene aprisionada contra el colchón, aplastándome con su pesado y macizo cuerpo, llenándome de carne el ojete, entubándomelo a presión, una y otra vez, sin pausa ni respiro.
Fundiéndome el culo a pijazo limpio, el Uruguayo desliza una mano por debajo de mi cuerpo y metiéndome un par de dedos en la concha, me hace una brutal paja al ritmo de sus bombazos. Luego los retira y sin dejar de culearme, me hace chuparle los dedos, saboreando así mi propio polvo impregnado en su piel.
Esta vez yo llego primera, retorciéndome por debajo de su cuerpo, sintiendo poco después, entre mis esfínteres, como él también alcanza su clímax.
Resulta glorioso e impactante sentir como, pese a la contención del preservativo, te acaban adentro. Sentir la fuerza, el ímpetu, el poder de una buena descarga no tiene precio. Y menos aún una del Uruguayo.
Cuando sale de mí, me doy la vuelta y busco ansiosa su boca para besarlo con esa pasión que había vuelto a renacer entre nosotros.
-¡Como extrañaba estos polvos, Uruguayo!- le digo sintiéndome todavía conmocionada.
-¡Y yo extrañaba estos pechos!- me dice, apretándomelos con sus manos y llenándomelos de besos.
En ese momento sentí que le estábamos dando un cierre a nuestra historia, que lo nuestro era algo del pasado, un romance de otro tiempo.
Después de la calentura del momento me daba cuenta que él ya no era el Uruguayo de entonces ni tampoco yo la pendejita tímida e insegura que había caído en sus redes. Habíamos cambiado, como es lógico y natural, y aunque no sepa lo que pueda pasar entre nosotros le agradezco al destino por haberme dado la oportunidad de volverme a echar un polvo con alguien que marcó tan fuerte mi juventud. Lo que daría por tener la misma chance con mi tío Carlos o con Ernesto, hombres que también dejaron su huella en mí.
A todos ellos les estaré eternamente agradecida.














26 comentarios - El Uruguayo...

voyeur18
Siempe me dejas con la pinga dura marita anhelo una manada tuya
gust7387
Cómo siempre tus relatos son tremendos que suerte tienen cada uno de los que te garchaste @maritainfiel . Gracias por compartir
juste
Te hiciste esperar, muy bueno, a ver como termina lo de pablo y sus amigos
chikabisex
Como siempre te dije en cada relato tuyo.... SOS UNA ESCRITORA INCRÉBLE!!!!!!!!!!!
Vn mis 10 puntines, como siempre.......
sagashion
Lo mejor que hiciste fue no cumplir tu promesa asi te disfrutamos nosotros. Como siempre una genia beso grande Mariela
Pervberto
Caliente como siempre y con un toque nostálgico que lo embellece todavía más. ¡Larga vida a mi compatriota que te inspiró ese cuento!
borracho_tuerto
"...le agarro la pija y se la sacudo con fuerza, conteniendo apenas ese poderío viril que presagia ya lo mejor de éste mundo.
Ése era uno de nuestros juegos predilectos. Masturbarnos."

"...me recorre las tetas, el vientre, el triángulito de vello que me adorna el pubis, hasta situarse frente a la parte de mi cuerpo que más lo había extrañado"
[/i]
Que delicia reencontrarse con alguien con quien hay "recuerdos sexuales", porque hay conocimiento mutuo y eso es maravilloso

"...le agradezco al destino por haberme dado la oportunidad de volverme a echar un polvo , con alguien que marcó tan fuerte mi juventud. Lo que daría por tener la misma chance con mi tío Carlos o con Ernesto, hombres que también dejaron su huella en mí.
A todos ellos les estaré eternamente agradecida."
[/i]
Me encanta esa forma de ser tuya, eres agradecida con quienes te dieron algo en el pasado, y eso te engrandece como persona, más allá de que en la historia es solo un personaje.[/i]

"En esa época andaba por los 35, por lo que ahora debe tener ya 50"[/i]
Me encantan esas relaciones entre persona con harta diferencia de edad, ya sea hombre mayor con mujer menor o veceversa...MARAVILLOSO!!

FELICITACIONES querida Mary, excelente y muy excitante relato, como solo tú sabes hacerlo, por eso me fascinan y erotizan tanto tus "garche-aventuras" nadie escribe como tu linda, y lo digo muy en serio.
Se agradece el poder disfrutarlos!! 👏 👏
Quedo anhelante a la espera del próximo, que ojalá no demore mucho porque se te extraña querida!!
Besitos 💋
LEON


El Uruguayo...
kramalo
Muy bueno Mari....!! como siempre, tus relatos...lo que debe ser tenerte, no..? hasta me haría yorugua...ja! un beso.
celta05
Cada uno de tus relatos podría ser el argumento de una película, sin tocar un punto o una coma. No es lo que contás, si no como lo contás. Conocí mujeres ardientes, apasionadas, maquinas sexuales pero, ninguna encajaría como guionista y menos como protagonista de una película. Vos si, por lo menos tendrías que recopilar todos tus relatos. tenés el exito asegurado, pasás del léxico romantico al sexo explicito escrito con la misma rapidez que contás como te dan vuelta en la cama. Una maestra, una exquisita del sexo. Envidio a los que te tuvieron, fueron tocados por la varita mágica, y lo dice alguien que nada le faltó hasta ahora.... una Marita tal vez. Mujeres como vos hacen que la vida valga la pena.

Pd: creo que no soy el único que vería complacido una foto tuya de espaldas. Ese culo merece ser admirado. beso
NaneroE +1
Coincido absolutamente, lo relata tan bien q casi hasta se siente
celta05
10 miserables puntos. es como poco.
badboy
Se te extrañaba ricura
damianj70
Un nuevo best seller, felicitaciones, impecable escritura
manbi33
Me encanto tu relato! Te felicito! Muy bueno.
gabrielmiriam
Sin palabras Marita, hermoso relato. Besos
Guiyote07
Impecable Marita, como siempre.
AlejandroKro
Tremendo relato y tremenda sos vos. Me encantó!
juanjitox027
Sublime narrativa erótica todos mis aplausos para vos
NachoRove
Excelente!!!!! que bien el destino, como te da y te quita! jeje me encanto "llenándome de carne el ojete, entubándomelo a presión, una y otra vez" sublime, jejeje Besos
Laura_Sw
Vaya! Excelente relato!
psicofar
Muy buen relato en cuanto algunos recursos literarios. Pero si me permites, debo comentar una observación respecto al relato, que me pareció muy burdo. La temática planteada de macho, varonilidad que se plantea en un pasaje, realizando un símil y justificandose que esta se debe a los charrúas y cierta ascendecia negra, es una evidencia de ignorancia y una falacia.
¿Uruguay un pais de charrúas? No existen desendientes de charrúas en Uruguay. Existe la mísitica charrúa, que no es más que un invento. El 90% de la población de Uruguay es de ascendencia española, italiana y francesa.
Van puntos.
lauritalaputita
Disculpe este relato tiene foto o no rl q lo vio me puese decir ..no me carga la pagina bien.??
martvoyeur
Hola Marita, te cuento que hoy te busqué, busqué un relato en tu perfil porque extrañaba tus aventuras.
El título me atrajo de inmediato por tratarse de un co terráneo y me encantó tu historia.
Te agradezco una vez más..
besos