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Víctor, el futuro médico - 1° parte

Te dejo los links de todo el relato:
http://www.poringa.net/posts/relatos/2984753/Victor-el-futuro-medico---1-parte.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2984758/Victor-el-futuro-medico---2-parte.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2984778/Victor-el-futuro-medico---3-parte.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2984800/Victor-el-futuro-medico---4-parte.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2986744/Victor-el-futuro-medico---5-parte.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2987030/Victor-el-futuro-medico---6-parte.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2987757/Victor-el-futuro-medico---7-parte.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2987786/Victor-el-futuro-medico---8-parte.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2991976/Victor-el-futuro-medico---9-parte.html

http://www.poringa.net/posts/relatos/2992000/Victor-el-futuro-medico---10-parte.html



Año 1978, plena dictadura militar. Tenía 19 años y hacía dos que me había recibido de Perito Mercantil. Estudiaba de noche en el profesorado de Educación Física del barrio de Nuñez y vivía cerca de Plaza Italia a tres cuadras del Zoológico. Un lugar que de chico les pedía a mis padres ir con asiduidad y que desde que nos habíamos mudado tan cerca, ya hacía casi seis años, nunca lo había vuelto a visitar.
 
Durante el día generalmente estudiaba, entrenaba para aprobar alguna materia en la que tenía dificultad, o bien no hacía absolutamente nada. De vez en cuando me salía algún laburo de pocos días en cosas relacionadas con la profesión (campamentos, animaciones infantiles, colonias de vacaciones, etc.), y no mucho más. Así transcurría mi vida en aquellos años.
 
Una tarde de finales de septiembre, ya había terminado hacía un par de meses el Mundial de Fútbol, aburrido de estar durante toda la tarde en casa, le aviso a mi vieja que me iba a dar una vuelta por allí y que como no sabía cuánto me demoraría me llevaría las cosas del profesorado. Como ese día (miércoles), era el único con todas materias teóricas,no debía cargar con el bolso, solo un cuaderno Arte y una carterita con mis documentos, billetera, el llavero y algunos útiles escolares. Por aquellos años de finales de los ‘70, los hombres acostumbrábamos utilizar una carterita de cuero o cuerina (hoy sería “cuero ecológico”), porque debido a la moda de entonces los pantalones tipo jean solían no tener bolsillos.
 
Salí a la calle caminando con rumbo a Plaza Italia y viendo la hora que era, 2 de la tarde, me pareció una buena idea visitar el Jardín Zoológico que tanto añoraba. En cuanto traspase la puerta me vinieron a la memoria cientos de recuerdos y fue entonces que me acerqué al mapa indicador de los diversos lugares, y me impuse ir especialmente a tres de ellos. El foso de los leones, el lugar de los elefantes y la jaula de las jirafas. Eran tres lugares que en mis recuerdos se me hacían mágicos. No solo por la magnificencia de esos animales, sino además, por lo imponente del tamaño de esas construcciones, que siendo niño se me antojaban enormes.
 
Me dirigí al más cercano, el foso de los leones, una enorme construcción en piedra, con un foso profundo para que los mismos no se acerquen a los visitantes y una gran “pradera” para que los animales se paseen por allí, además de una especie de jaula/habitación para que los felinos descansen de noche y se refugien de posibles lluvias. Me quede bastante tiempo observando a los leones, al punto que los pocos visitantes que estaban observando cuando yo me acerque allí, ya se habían retirado a otros rumbos. Menos uno de ellos que estaba justo frente a mí, del otro lado de la construcción ovoide a unos treinta metros de distancia. Intercambie un par de miradas con él y seguí obnubilado en lo que estaba haciendo. Cuando decido cambiar de lugar y dirigirme hacia donde estaban los elefantes, y de paso detenerme en la jaula de los chimpancés, levanto la vista y no veo al ocasional compañero de hace unos minutos. Recorro con mi vista todo en derredor del foso y observo que él estaba a no menos de diez metros hacia mi derecha. Intercambiamos una nueva mirada y sin prestarle demasiada atención me dirijo hacia donde estaban los simios.
 
La jaula de los chimpancés era un solar circular por el que se interconectaban la totalidad de las jaulas quedaban al exterior. En cada una de ellas había no más dos o tres animales, algunos más animados que otros. Me detengo frente a una jaula donde uno de los chimpancés se movía por todo el espacio. Noto que la persona que había visto en el foso de los leones, se ubica en la misma jaula que yo a escasos dos metros, nuevamente a mi derecha.
 
Decido ver claramente quien era. Un hombre de edad indefinida entre los 20 y los 30 años, de rostro aindiado con gruesos labios, mestizo, buen mozo, cabello negro azabache bien recortado y peinado con una raya sobre la izquierda de su cabeza de una prolijidad envidiable. Lo imagine oriundo de alguna de las provincias norteñas (Tucumán, Salta o Jujuy). Bastante bien vestido. Zapatos negros tipo mocasín, pantalón de vestir negro, camisa celeste de mangas largas arremangadas hasta la mitad del antebrazo, abierta en sus dos primeros botones que dejaban ver parte de un pecho totalmente lampiño, y un sueter azul sobre sus hombros con las mangas volcadas sobre su pecho. Llevaba un maletín negro del tipo de los que utilizan los visitadores médicos. Él se dio cuenta que lo estaba observando pero su mirada estaba con los simios. Cuando decido ser yo quien mire a los chimpancés, me doy cuenta que es ahora él quien me está observando. Me hago el distraído, pero siento que su mirada recorre todo mi cuerpo. Yo también calzaba zapatos negros con tacos y plataformas (la moda de aquellos años), un pantalón gris claro tipo jean con rayas verticales negras, una remera de mangas cortas color blanco con cuello redondo, un cuaderno de apuntes y mi carterita. Mi cabello, castaño oscuro, bastante largo (lo que me ocasionaba algunos inconvenientes con la policía) y peinado todo hacia atrás, lo que normalmente me generaba una raya en el medio de mi cabeza.
 
De repente el chimpancé que no paraba de moverse, se detiene frente a nosotros y empieza a toquetearse la pija hasta tener una erección, en ese momento intercambiamos una mirada cómplice entre ambos y él me sonrió. El chimpancé comienza a pajearse furiosamente hasta que finalmente eyacula fuertemente contra la reja de la jaula. Yo sentí a mi verga durísima dentro de mi pantalón. Imposible ocultar mi erección, habida cuenta que la moda de la época eran los pantalones ajustados. Decido retirarme de allí para que los pocos visitantes no notaran el abultamiento en mis pantalones. Me voy tapando con el cuaderno hasta llegar a la jaula de los elefantes.
 
Al llegar a donde estaban los elefantes, observo que nuevamente este hombre “misterioso” estaba a escasos centímetros de mi lugar. Creo que si uno de los dos se movía un poco, tocaría con su antebrazo el brazo del otro. Nos habíamos ubicado justo frente a uno de los dos elefantes que había en ese inmenso corral gigante. Éramos solamente nosotros dos, ya que el resto de los visitantes estaba junto al otro animal a unos treinta metros de distancia. Por primera vez intercambiamos unas palabras y me indica:
- “Hermoso animal.”
- “Si, aunque este es un ejemplar viejo. El zoológico hace varios años que no trae animales jóvenes.”
- “Claro, tú debes haber visitado este lugar infinidad de veces. Para mí es la primera vez.”
 
Pude notar por su tonada, y cierta forma de utilizar el lenguaje, que no era un compatriota como creía en un principio. Justo cuando le iba a preguntar de donde era originario, el elefante empieza a orinar al mismo tiempo que su enorme verga empieza a crecer. Como hipnotizados giramos la cabeza en dirección al animal. Era impresionante el tamaño de esa verga, pero también era increíble la cantidad de litros de orina que elefante estaba largando. Él estaba como poseído observando esa terrible poronga. Me pareció observar que hasta se relamía los labios con la lengua al observar semejante trozo de carne.
 
Empecé a sospechar si este tipo era maricón o no. Por esos años no existía conciencia sobre determinadas condiciones sexuales de la actualidad: gay, lesbiana, homosexual, bisexual, heterosexual, eran palabras inexistentes en el vocabulario del común de la gente. Por entonces se daba por descontado que lo “normal” era que a los varones les gustaran las mujeres y viceversa. El varón al que le gustaban los tipos era “puto” o “maricón”, y la mujer a la que le gustaban las minas era “torta” o “tortillera”. Los hombres que se cogían a los putos no se los consideraban que eran gay o bisexuales, eran sencillamente “hombres que se cogían a maricones”.
 
Al finalizar la interminable meada del elefante me dice:
- “¡Qué precioso falo! ¡Cómo me gustaría tener uno así…!”
 
Solo atine a sonreírle. No sabía si se refería a que quisiera él tener una pija grande, porque tal vez la suya fuera pequeña, o si prefería una poronga grande para chuparla o para que se lo cojan. Preferí quedarme con la duda. A partir de allí, como si fuera un acuerdo tácito entre ambos, él comenzó a seguirme y yo actuaba como si fuera un guía turístico mostrándole las bondades del lugar. No volvimos a dirigirnos la palabra, pero claramente existía cierta empatía entre ambos. Recorrimos casi la totalidad del predio durante aproximadamente una hora y media. Decidí que era hora de descansar un poco y cuando llegamos al lago artificial de las nutrias, observe casi de casualidad, que cruzando un pequeño puentecito de hormigón, justo debajo de un enorme ombú había un viejo banco de plaza a la sombra. Le sugerí:
- “¿Te parece que nos sentemos allá y descansemos un rato?”
- “Haz tenido una excelente idea.”
 
Una vez ubicados en el banco, yo en la orilla derecha del mismo y él a mi izquierda comenzó una larga conversación con la idea de conocernos. Me di cuenta, en cuanto apoye mi cuaderno sobre el banco, que las escrituras talladas en la madera denotaban que el lugar fue durante años un refugio de enamorados. El banco con vista al lago, estaba estratégicamente ubicado al lado del ombú, para que este y el puente evitara las miradas indiscretas. Hacía ya un tiempo largo que juntos habíamos recorrido el lugar, pero nada conocíamos el uno del otro. Decido tomar la iniciativa:
- “Me parece que deberíamos presentarnos. Me llamo Eduardo y tengo 19 años.”
- “Yo soy Víctor y tengo 24, casi 25 años. Los cumpliré justo dentro de un mes, el próximo 27 de octubre.”
- “Claramente, por tu tonada y los giros idiomáticos que utilizas al hablar, me puedo dar cuenta que no sos argentino. ¿De dónde sos?”
- “Soy chileno, oriundo de Valparaíso.”
- “¿Sos turista?”
- “No, soy un exiliado por culpa de Pinochet.”
- “¿Me queres contar?”
- “Sí, por supuesto. Mi familia era militante del Partido Comunista Chileno que llevo a Allende a la presidencia. Cuando fue el golpe militar a mis padres los fueron a buscar, los llevaron a Santiago y los alojaron en el Estadio Nacional y nunca más los volvía ver. Al mes nos enteramos que en el Cuartel de la Policía Secreta los habían torturado hasta la muerte.”
 
Al escuchar semejante relato y notar como sus facciones se transformaban, le dije que si le hacía mal hablar de eso, podríamos cambiar de tema. Pero el prosiguió:
- “Quedé solo en Santiago, ya que estudiaba en la Universidad para recibirme de médico. Allí vivía con mi tía Marta, hermana de mi madre, y con mi prima Susana, su hija. Cuando supimos de la muerte de mis padres, los tres decidimos que era hora de exiliarnos y nos vinimos primero para la ciudad de Mendoza y desde junio de este año estamos aquí en Buenos Aires.”
- “¿Y qué haces acá? Digo, de que vivís, ¿cómo te las arreglas?”
- “Logré entrar a la UBA para finalizar mis estudios de medicina. Me han dado por válidas varias materias que aprobé en Santiago y otras que cursé y aprobé en la Universidad de Cuyo. Si todo va bien en un par de años me recibiré. ¿Y tú que haces?”
- “Ahora entiendo ese maletín que llevas, es el típico maletín de médicos.”
- Sí. Es que a la una de la tarde, salí de la guardia del Hospital Fernández. Estoy haciendo las prácticas. Bueno, pero… Cuéntame de ti.”
- “Estudio Educación Física de lunes a viernes entre las 7 de la tarde y las 12 de la noche. Yo me recibiré a fin del año próximo, si todo marcha como corresponde. Casualmente en una hora aproximadamente deberé tomar el colectivo para poder llegar al profesorado. Aunque hoy, como no tengo materias deportivas puedo demorar la llegada.”
- “¿Por qué?”
- “Porque los miércoles no tengo ninguna materia deportiva, y entonces no necesito llegar más temprano para entrenar lo que sea necesario.”
 
Hablamos de todo un poco. Me contó que vivía con su tía Marta y su prima Susana en un pequeña casa de tres ambientes en la zona de estación Pacifico del tren San Martín, casi en la esquina de Charcas y Humboldt. Yo le conté como estaba conformada mi familia (padres y dos hermanos varones, 16 y 10 años respectivamente) y donde vivía (Charcas y Uriarte). Nos dimos cuenta que habitábamos a no más de 7 cuadras de distancia uno del otro (si no estuviera de por medio el terraplén del tren serían 4 cuadras). De golpe aparecieron cerca de nosotros un casal de maras patagónicas. Él se asustó un poco y le dije:
- “No te preocupes, son maras de la Patagonia. Son roedores gigantes. No te van a hacer nada si no los molestas. Acá viven sueltas y siempre dan vueltas alrededor de los lagos para tratar de comerles la comida que les dan a las aves acuáticas. Si hacemos como que las ignoramos se quedaran por acá.”
 
Efectivamente, las maras se quedaron dando vueltas a menos de dos metros de nosotros. A boca de jarro me inquiere:
- “A ti te gustan los hombres, ¿no…?”
- “No. ¿De dónde sacaste esa idea?”
- “Por la carterita que portas. En mi país solo las maricones utilizar ese tipo de accesorio y en Mendoza no vi a nadie con eso. Perdona si te ofendí”
- “No, no me ofendiste. Acá, gracias a esta moda de pantalones sin bolsillos, la mayoría las utilizamos.”
 
Las maras que sin alejarse demasiado no se quedaban quietas, empiezan a coger frenéticamente delante de nuestra vista. El macho se monta sobre la hembra y ambos nos ofrecen un primer plano de su cogida. Ambos quedamos absortos con lo que veíamos y nos quedamos en silencio observando la copula hasta su finalización. Mi verga nuevamente se endureció dentro de mi pantalón ajustado y al estar sentado con las piernas estiradas, se notaba todo el abultamiento y el contorno de mi pija en forma exagerada. Me percaté que Víctor con mucho disimulo se estaba pajeando a través del bolsillo de su pantalón, al tiempo que su vista se alternaba entre las maras que cogían y mi verga que se notaba. Las maras finalizaron su labor y se produjo un silencio incómodo. Él se seguía pajeando y comenzó descaradamente a mirarme la pija que pugnaba por ser liberada. Ex profeso me la empiezo a sobar por sobre el pantalón y le digo:
- “A vos si te gustan los hombres. ¿No…?”
- “Si. Me gustan desde siempre, pero me comencé animar con ellos cuando deje a mis padres en Valparaíso y me fui a Santiago a estudiar. Mi tía y mi prima saben que soy maricón. Se dieron cuenta enseguida cuando comencé a convivir con ellas. Ellas me animaron a asumir mi condición de maricón.”
- “Puto.”
- “No. Maricón.”
- “Y según vos, ¿cuáles la diferencia? Porque para mí son sinónimos.”
- “No tiene que ver con la lingüística. Tiene que ver con sentimientos y situaciones. A mí me gustan los hombres, y me siento maricón. Pero mi cola todavía es virgen. Cuando deje de serlo permitiré que me digan puto.”
 
Yo me seguía sobando la pija y él no paraba de mirar lo que hacía. Lo invito:
- “¿Me la queres tocar? ¿Tenes ganas?”
- “Solo si no estás pololeando.”
- “No entiendo que es lo que me estás diciendo. ¿Qué significa pololear?”
- “Pololear es estar de novio. ¿Tienes novia?”
- “En estos momentos no. Corté con la que tenía, justo antes del Mundial.”
 
Entonces se acercó más hacia donde estaba sentado, corrió mi mano que estaba sobre mi verga y fue la suya la que ocupo ese lugar. Me empezó a franelear muy despacio y mi verga se enloquecía cada vez más. Sentía como latía dentro de mi slip. Recordé mi experiencia en el subte de hacía unos años atrás y se me puso como una roca. Él se percató de la dureza y me ordeno:
- “Sácala. Quiero sentir su calor y sus pulsaciones.”
- “Estas loco. Nos pueden ver. Los milicos de este país persiguen a los putos y maricones.”
- “Me encantaría poder tocártela.”
- “Lo estás haciendo.”
- “Sí. Pero quiero sentirla con la palma de mi mano, no a través de la tela de tu pantalón.”
- “Se me está haciendo la hora de irme. Vamos hacia la salida y vemos si podemos hacer algo en los baños públicos.”
 
Caminamos hacia la salida de Plaza Italia y divisamos los baños a lo lejos. Yo me tapaba con mi cuaderno porque tenía una erección bestial. Llegamos. El lugar para orinar era contra una pared con agua que chorreaba por la misma. Verificamos entre los dos que estábamos solos y entonces extraigo de su prisión a mi verga que dura como estaba apuntaba al techo. Inmediatamente Víctor la toma con su mano derecha y me comienza a realizar una preciosa paja sin prisa pero sin pausa. Con su mano izquierda baja su cierre, saca su pija (que también estaba dura) y comienza a pajearse. Víctor con dos vergas, una en cada mano, comenzó a acelerar el ritmo de ambas pajas. Él acabó primero y yo unos segundos después. El agua se llevó nuestras leches. Sin soltarme en ningún momento la pija, Víctor guardo la suya y decide agacharse y beberse la última gota que rezumaba mi verga. Le da un tierno beso al glande y me ayuda a guardarla dentro del pantalón.
 
Una vez afuera me dice que se iría a su casa, entonces decido acompañarlo en parte del recorrido, ya a que el colectivo de la línea 29 lo podría tomar tanto en Plaza Italia, como así también en Pacífico. En el trayecto intercambiamos los números de teléfono (de red, no existían los celulares) y le propuse volver a encontrarnos al día siguiente. Allí me enteré que solo podrían ser los lunes, miércoles y viernes, ya que eran los días en que hacía la guardia en el Hospital Fernández por las mañanas y luego tenía las tardes libres. Los martes y jueves se pasaba todo el día en la Facultad de Medicina. Cuando llegó a Av. Santa Fe y Av. Bullrich nos separamos. Intente darle un beso en la mejilla (costumbre que entre los hombres comenzó en los años de la dictadura) que Víctor rechazó y me ofreció su mano. Nos dimos un apretón de manos y nos despedimos hasta pasado mañana viernes.




(Continua en: “Víctor, el futuro médico - 2° parte”)

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4 comentarios - Víctor, el futuro médico - 1° parte

Tom_Bishop
Aclará que es gay en el título
SaskatchewanTatu
En los tags figura "gay"...
Tom_Bishop
@SaskatchewanTatu Pero los tags están al final recién, la mayoría de los relatos gay lo aclaran en el título
SaskatchewanTatu
@Tom_Bishop Igual sigo sin comprender el porqué de colocar "gay" en el título. Soy aficionado a los relatos y los mismos me pueden o no gustar más allá del título o la temática. Gracias por pasar.
dedevoto -1
Pero cuanta formalidad...
SaskatchewanTatu
Son 10 capítulos...
SaskatchewanTatu
Recién comienza una historia ambientada sobre fines de la década del '70 en Buenos Aires...
profezonasur +1
Del Romero Brest. Bien.
SaskatchewanTatu
El único por esos años...
profezonasur
@SaskatchewanTatu Asi es. Cuando era ENEF.