No era mi mejor noche.
Había roto con mi novia hacia unos días, y la cama comenzaba a convertirse en ese desierto de hectáreas sentimentales que me rehusaba a transitar.
Para la soledad, el taxi no es la mejor compañía, por lo menos no la deseable.
Deambular en búsqueda del mango por las arterias grises de la ciudad, leyendo ese catálogo de desdicha en que se convierte la cotidianeidad del manejar, y mantener diálogos con uno mismo, no puede ser un buen plan bajo ninguna circunstancia.
Ésta era, hasta ese momento, una noche más para la vitrina de los olvidos.
….
Esta era mi mejor noche en años.
Hacia unos días había vuelto a tener contacto, después de diez años de no saber nada de ella, con Mariela Rieznik, mi compañera en los primeros años de facultad. Esos fueron los años que le pusieron fuego a mi vida.
En ese momento, Mariela me llevó de su mano a conocer los placeres del fruto prohibido, me enseño a conocerme, a tocarme, a mirarme, a sentirme mujer.
Fue también por ella que me animé a mi primer trío. Y no con ella, sino con sus dos primos catalanes que habían venido en viaje de estudios.
Me acuerdo como me comió la cabeza. Insistiendo, preparando encuentros. Hizo de todo, hasta que me convenció, sirviéndome en bandeja a estos dos tipos que no estaban nada mal.
No me quejo, es más, aún se lo agradezco.
Mi relación con ella siempre fue bastante carnal.
Éramos como hermanas, infinidad de veces en los boliches a los que íbamos a bailar nos lo preguntaban. Algunos aun piensan que lo somos.
Éramos inseparables. Nos vestíamos parecido, hasta nos cortábamos el pelo igual, con flequillo. Me acuerdo y me río mucho, nos conocían como las Cleopatras.
Nos encantaba jugar con eso, jugar con fuego, jugar con los tipos. Éramos calienta pijas.
Salir y adueñarnos de las miradas de los hombres era nuestro único cometido.
Una vez veníamos alegres, habíamos salido de Margarita medio borrachas, y nos estábamos meando. Entramos a una de esas estaciones de servicio de avenida Cabildo, que tienen barcitos habitué de noctámbulos solitarios y tacheros.
Le pedimos al que atendía si nos dejaba pasar al baño. Nos miró de arriba abajo, primero con cara de orto, la cual fue cambiando paulatinamente cuando terminó de recorrernos, convirtiéndose en cara libidinosa. Estábamos lindas, fuertes, y además de nuestros cortes, nos vestíamos con escotes y calzas, muy rockeras, medio putonas, con cinturones de tachas cruzados por nuestros turgentes culos, que acariciados por la lycra quedaban expuestos como manjares. Sabíamos que gustábamos y nos aprovechábamos de eso.
….
Estaba yirando con el auto, casi ausente, hacia horas.
Si alguien me había parado para tomar el auto no lo registré.
Manejaba, y mi cabeza divagaba entre el dolor de la traición de Patricia, y el arrepentimiento de jamás haberme permitido engañarla.
Porque acá arriba, en el taxi, las historias y las oportunidades se te presentan una tras otra. Más trabajando de noche. Imagínate, hace quince años que manejo un tacho, siempre nocturno.
No me quejo porque, en el fondo, el taxi me da libertad. También chances, que en mi caso, algunas me hacen sentir el rey de los pelotudos por no haberlas aprovechado.
Bah! Algunas aproveche…
Como esa vez que se sube una pareja, y me piden que los lleve a un lugar en Belgrano.
Tendrían treinta y pico, cuarenta, yo tendría unos veinticinco, recién empezaba a trabajar con el auto.
Al llegar al lugar indicado, el tipo me paga y me dice que los venga a buscar a eso de las cuatro de la mañana, y que me pagaría la reserva del viaje.
Le dije que si, que estaría ahí a esa hora.
Era casi la una, fui a comer algo y me quede haciendo tiempo.
No tenía muchas ganas de laburar.
Me fui a la costanera, estacioné, me fumé uno, y me quedé escuchando Strange Day de los Doors hasta que se hizo la hora de ir a buscarlos.
Llegué diez minutos antes. Esperé.
Puntualmente salieron del boliche, les hice señas de luces, y vinieron.
Subieron al auto. Estaban alegres, se reían.
-Llévanos hasta casa, Callao al 1200-
-Ok.- y arranqué.
El tipo me miraba a través el espejito. Mientras le metía la mano por debajo de la falda a la mujer, que se reía y le decía:
-¡Salí tonto!, no insistas- entre carcajadas y abriendo más las piernas.
Ella también me miraba.
Yo no podía dejar de mirar tampoco.
Me había calentado con la situación, se me había empezado a engomar la cosa.
El le corrió la bombacha, y dejó ante mí una adorable flor de lis totalmente rasurada, empapada, latiente de tanto estimulo.
Me quedé duro, y se dieron cuenta. Estábamos llegando.
El tipo me indica:
-Déjanos ahí en esa puerta marrón-
Estacioné delante. Paro el reloj que marcaba un poquito más de cien pesos.
-Dame cien, está bien- le dije.
Ya me daba por bien pago con el espectáculo.
Ella no era linda, pero tenía unos ojos negros impregnantes, sugestivos, ¡y un lomazo!
Hubo unos segundos de silencio. El tipo me volvió a mirar por el espejo. Desabrochó la camisa de su mujer y ante mis ojos, completamente abiertos, me preguntó:
-¿Te gusta?-
La pregunta me hizo dar vuelta. Cuando giré, me encontré con dos tetas divinas, rosadas, que se soltaban ante mis ojos con la frescura del silencio.
No pude despegar los ojos de sus pechos.
-¿Y, te gusta mi mujer?- volvió a sonar la pregunta.
-Sería ciego si te digo que no, está hermosa- contesté, ya mirándolo a él.
Ella comenzó a masturbarse frente a mí, mirándome, agitando de a poco la respiración.
Por un momento me preocupe, cuando ya caliente como estaba se me escapo un “¡Como la pusiste nena!”. Cosa de pendejo…
Instantáneamente lo miré al tipo, que se cagó de la risa y, acercándoseme, pregunta si me quiero ganar quinientos pesos.
Quedé anonadado. quinientos pesos era plata, y delante mió tenia una mujer ardiente, que se masturbaba en esta situación.
Se debe hacer dado cuenta de mi cara de asombro, y se apuró a explicarme:
-Vos no tenes que hacer nada, bah!, nada no, tenes que hacer una sola cosa…-
La oración quedo sonando.
-¿Qué tengo que hacer?-, pregunté casi dudando.
-Decime una cosa, ¿ella te gusta o no?- me preguntó medio secote.
La volví a mirar y esa treintañera que dejé en el boliche con su marido, se había convertido ahora, por las magias del encanto, en una hembra terriblemente deseable, que me tenía desde que comenzaron con este jueguito con la poronga dura. Ya me dolía de tenerla encerrada…Y el tipo me preguntaba si me gustaba!!
Me la toqué, y le dije, ya mirándola a ella a los ojos, que me encantaba.
-¡Perfecto!- intervino él -¿Entonces trato hecho?-
-Si, pero todavía no me dijeron que tengo que hacer-
-Simple- me dijo –saca de una vez la pija que la debes tener al palo como yo, y pajeate. Pajeate por mi mujer, que fue la que te la puso dura. Demostrale como te calienta pero sin tocarla. Masturbate, dale!-
Y mirándola: -Y vos mirá, mi amor, cómo se la pusiste al pibe, la tiene enorme, que le revienta, ¿Qué te parece, qué querés de eso?
-Papi, quiero que acabe por mí, que me ofrende su elixir, que se pajee porque no se aguanta más de ganas de cojerme. Lo quiero ahora, porque soy la más trola y merezco que me tribute el jugo de su calentura- todo esto dicho entre gemidos lujuriosos.
Cuando la mina termino de decir eso acabe por todos lados, salpicando el tapizado y la palanca de cambio.
Automáticamente, el tipo me da los quinientos pesos y me palmea.
La mujer se abrochaba la camisa, acercándose a la puerta para bajar.
-Chau bombón- fue lo último que escuché de ella. El tipo también se despidió y se bajaron del taxi.
Se perdieron detrás de la pesada puerta de Callao al 1200.
Jamás le conté este hecho a Patricia, aunque cargué con un sentimiento de culpa terrible durante varios meses, más allá de que técnicamente no la había engañado.
….
Esa vez del bar mugroso fue inolvidable. Dimos un verdadero espectáculo.
El tipo de la barra, más allá de la cara de pajero, no nos quería dejar usar el baño.
Le rogamos haciéndonos las nenitas un poco, pero no aflojaba.
El más joven de los tipos que estaba ahí, solo, sentado, tomando un café, vio la situación.
-Dale gallego, dejá a las chicas que usen el baño-
-Ve señor, hágale caso a él y déjenos, sea bueno con nosotras.-
No había caso.
Entonces el tipo de la mesa miro a este gallego y dijo: -tráeme…-
Nos miro a nosotras -¿Qué quieren tomar chicas?, yo las invito. Si consumen son clientas y pueden usar el baño.- nos dijo,expresándose con complicidad
Nos empezamos a reír, provocadoras, jugando en un lugar de tipos, haciéndonos las loquitas.
Mariela lo miró y le pregunto si podíamos tomar dos whiskys.
-Lo que quieran- dijo
Nos sentamos a su mesa.
Mariela miró al de la barra, y sobradora le pide: -Galleguito, servinos dos whiskys con hielo y las llaves del baño, rápido, please - y empezamos a reírnos como reventadas, delante de la cara del tipo que nos sirvió las bebidas de muy mala gana, y nos tiró la llave sobre la mesa despectivamente.
Hicimos fondo blanco, y nos fuimos juntas al baño, cagándonos de la risa, y agradeciendo al muchacho que nos había invitado.
Las risas siguieron en el baño.
Borrachas, decidimos salir y calentarlos a todos. Serían seis en total.
No nos importaba nada. Nos sentíamos malas, amábamos histeriquear, aunque no siempre, pues nos gustaba cogernos tipos que nos levantábamos.
Pero como ya dije, nunca juntas. ¡Hasta en eso histeriqueabamos!
Es más, esa noche, meando en ese bar, nos dimos un beso en la boca. Me gusto.
Estábamos calentitas, delirándonos, diciéndonos que tendríamos que hacer algo para agradecerle al tipo que había sido tan amable con nosotras.
No nos decidimos a cogerlo. No nos animamos, pero nos propusimos convertir ese lugar de mala muerte en un hervidero por algunos minutos.
Salimos y vimos la fonola.
En la mesa, nuestro ocasional anfitrión, ya nos había pedido otra ronda.
Me senté. Mientras, Mariela sacó una moneda no sé de dónde, y puso Girls Girls Girls de Motley Crue.
El sonido de las motos con que empieza el tema despabiló a todos.
Mariela se acercó a la mesa. Se tomó de un trago el whisky. Me tendió la mano invitándome a bailar.
-Dale, Adriana, vení, seamos agradecidas…-
La miré. Me tomé también el whisky, y nos pusimos a bailar.
Desplegamos un set de sensualidad insospechado, nuestro. Nos dimos besos como nunca lo habíamos hecho, tocándonos delante de estos tipos que sostenían sus cabezas con el codo en la mesa.
De esas caras comenzaron a brotar sonrisas.
Por instantes, nos creíamos el estar montándoles un espectáculo de Moulin Rouge, y nos divertía brutalmente.
Cuando terminó el tema, paramos de bailar.
Después de un silencio, el lugar rompió en aplausos con verdaderas ganas.
Saludamos mostrándoles el culo, y besando en la boca al que nos invito los tragos.
Era un lindo flaco.
Cuando nos fuimos, ya en la calle, nos preguntamos porque no fue él el primer hombre que compartiríamos. Y nos fuimos por la calle con esa duda en nuestras cabezas.
….
Contando entre las buenas cosas de este trabajo también se me vino a la cabeza esa noche en la parada de Cabildo.
Esas dos chicas medios punk que bailaron sensualmente, calentándonos a todos.
Divinas, divertidísimas.
¡Siempre quise volver a cruzármelas!
Estaban tan locas que jamás las olvidé.
Esa fue otra vez que técnicamente no le fui infiel a Patricia, pero igualmente el sentimiento de culpa me impidió disfrutarlo como merecía.
Se que si hubiese tirado la onda me las hubiera llevado a las dos.
Me parece sentir todavía los besos que me dieron, me las imagino moviendo esos culos hermosos y se me para la garcha de acordarme.
¡Soy un gil!
No viví por ser fiel a una mina que hoy me deja por otro.
A veces pienso que si, en vez de con Patricia, me hubiese juntado con alguna de esas dos bellezas que esa noche me llenaron de alegría, hoy estaría feliz.
….
-¡¿Adriana Vilches?!-
-¡¿Mariela Rieznik?!-
-¡Siiiiiiiii!
-¡Ahhhhh!
Nos fundimos en un abrazo interminable. No nos podíamos soltar.
Fue como volver el tiempo atrás diez años.
Sentíamos que jamás había pasado el tiempo.
Mariela, como siempre, me sorprendió poniéndome un beso en la boca.
No lo rechacé. Aunque me sorprendí.
La mire bien, y estaba bárbara como siempre.
Ya nos habíamos puesto al día por mail, con todos los chusmerios, que se había separado de un estúpido, y que estaba cansada de la quietud del mundo en el que estaba.
Gerenta de una empresa de cable, donde justamente conoció al estúpido (como ella llama a su ex), y que no hizo otra cosa que ser infeliz durante todo este tiempo.
-Vamos a emborracharnos, Adriana, volvamos a sentirnos Cleopatras, saquemos todas las serpientes que podamos de sus canastas de slip.- Las carcajadas se multiplicaron.
Entramos a un bar, bastante de trampa parecía.
Bebimos, sentadas en esos rinconeros con mesas bajas. Bebimos mucho.
Empezamos a soltarnos. Nos miramos un instante, y quedamos con la sonrisa dibujada.
Me sentía muy feliz, como no lo estuve en años.
Ví sus ojos, y todas nuestras historias se proyectaron frente a mí.
Fuimos terribles calienta pijas. Pero nunca nos habíamos acostado juntas…
Creo que nuestras miradas hablaron, y fue Mariela, como siempre, la que dio el primer paso.
Me dijo que estaba hermosa y me comió la boca. Me abrazó.
Relajé, y la abracé con fuerza.
Nos besamos más profundo.
Me animé, y esta vez quise ser yo la osada entre las dos.
Sin dejar de besarla, toqué sus tetas, que subían y bajaban por lo agitado de la respiración.
Mariela siempre fue la de las tetas grandes.
Seguían firmes como hace tiempo. Su piel sedosa siempre me generó excitación.
Se apretó más a mí, y aproveche para bajar mis manos a sus muslos.
Me miró a los ojos con fuego, de cerca.
-Me estás haciendo calentar mucho Adri, y sabes que juntas somos peligrosas-
-Lo sé, y creo que es hora de que no paremos, y nos paguemos lo que hace tiempo nos estamos debiendo. Seamos esta noche las que fuimos, las que somos. Avasallemos. Seamos nuevamente las más provocadoras. ¡Hagamos que nos deseen como siempre hicimos! Que nos rueguen para cogernos. Seamos las emperadoras, las Cleopatras, salgamos a tomarnos, a darnos el gusto de ser las mas putas, pero juntas. Busquemos a alguien para que nos goce. Cojámonos a un tipo como nunca lo hicimos. Veámonos compartir, compartirnos, y embriagadas de risa, mientras nos chupamos una misma pija. ¡Calentémosles la garcha a todos! Vos me enseñaste a ser feliz, a conocer mi cuerpo, a gozar de tocarme, ¡hasta me enseñaste a disfrutar de chupar una verga! Pero nunca lo hicimos juntas…-
No sé lo que me pasaba, no podía parar de hablar.
Me di cuenta, en mí había dormido el verdadero deseo de la carne todo este tiempo.
El ver nuevamente a Mariela desenfrenó esa locura.
Seguimos besándonos, calentándonos. Ya en el lugar algunos empezaron a notar nuestro accionar: - Fijate Adri, aquel, el de la mesa de allá, ya se la esta tocando… ¡seguimos siendo las más guachas! – Las carcajadas fueron tales que ya nadie dejó de mirarnos.
Mariela fue al baño y dijo:
-Vengo y nos vamos ¿te parece?-
Le conteste que sí.
Antes de irse, me agarró el mentón y me acercó a sus labios húmedos. Me besó nuevamente.
-No veo la hora de verte con una poronga en esa boquita de puta- y se fue.
Quedé sentada, sintiéndome observada, estaba excitada, no podía negarlo.
El tipo que atendía no me sacaba los ojos de encima.
Decidí complacerlo. Me incliné sobre la mesa, como para buscar algo, y le dejé bien de frente mi culito, mostrándole la tanga de tanto que me levanté la pollera.
En eso, volvía Mariela. Vió mi maniobra.
La muy turra se acercó, me bajó la pollera totalmente, y expuso mi culo completo al aire.
Mirando al de la barra, le dijo: -Me parece que con lo que estás viendo, lo que tomamos ya esta pago ¿No?- El tipo tartamudeó varias veces, hasta que pudo decir que si.
Me subí la pollera, y salimos del lugar entre piropos y declaraciones de amor.
En la esquina, luego de recuperar el aire después de tantas carcajadas, nos abrazamos fuerte. Nos apoyamos tiernamente.
A media cuadra vemos venir un taxi.
-Y ¿buscamos a un tercero para cumplir con las materias que adeudamos, alumna?- me dijo, actuándolo como la profesora Mariela.
Mientras, paraba el taxi.
-¿Y si le damos al taxista?- me salió casi sin pensar.
El auto paró. Subimos, entre sonrisas picaras.
El conductor nos quedó mirando, como si nos conociera.
Una risa se le fue dibujando, iluminándole la cara, como cuando la memoria trae buenos recuerdos.
-Hola chicas, tanto tiempo…-
Las dos nos miramos sin entender.
El tipo se quedó.
-No me hagan caso, me las confundí con unas viejas amigas… ¿A dónde las llevo?-
Mariela me da un codazo, y con la cabeza me hace un gesto afirmativo.
Era el elegido, quien nos tendría a ambas esa noche. A mí, la cara del tipo me resultaba familiar. Nos miramos los tres, y nos reímos como tontos.
-Vamos a donde vos quieras bombón, acabas de ganarte el bingo y nosotras somos el premio.-
Las risas se convirtieron en voces de hiena.
Era imposible no reírse, la proposición había sonado tan cursi, que parecía de telenovela de la tarde…
Había roto con mi novia hacia unos días, y la cama comenzaba a convertirse en ese desierto de hectáreas sentimentales que me rehusaba a transitar.
Para la soledad, el taxi no es la mejor compañía, por lo menos no la deseable.
Deambular en búsqueda del mango por las arterias grises de la ciudad, leyendo ese catálogo de desdicha en que se convierte la cotidianeidad del manejar, y mantener diálogos con uno mismo, no puede ser un buen plan bajo ninguna circunstancia.
Ésta era, hasta ese momento, una noche más para la vitrina de los olvidos.
….
Esta era mi mejor noche en años.
Hacia unos días había vuelto a tener contacto, después de diez años de no saber nada de ella, con Mariela Rieznik, mi compañera en los primeros años de facultad. Esos fueron los años que le pusieron fuego a mi vida.
En ese momento, Mariela me llevó de su mano a conocer los placeres del fruto prohibido, me enseño a conocerme, a tocarme, a mirarme, a sentirme mujer.
Fue también por ella que me animé a mi primer trío. Y no con ella, sino con sus dos primos catalanes que habían venido en viaje de estudios.
Me acuerdo como me comió la cabeza. Insistiendo, preparando encuentros. Hizo de todo, hasta que me convenció, sirviéndome en bandeja a estos dos tipos que no estaban nada mal.
No me quejo, es más, aún se lo agradezco.
Mi relación con ella siempre fue bastante carnal.
Éramos como hermanas, infinidad de veces en los boliches a los que íbamos a bailar nos lo preguntaban. Algunos aun piensan que lo somos.
Éramos inseparables. Nos vestíamos parecido, hasta nos cortábamos el pelo igual, con flequillo. Me acuerdo y me río mucho, nos conocían como las Cleopatras.
Nos encantaba jugar con eso, jugar con fuego, jugar con los tipos. Éramos calienta pijas.
Salir y adueñarnos de las miradas de los hombres era nuestro único cometido.
Una vez veníamos alegres, habíamos salido de Margarita medio borrachas, y nos estábamos meando. Entramos a una de esas estaciones de servicio de avenida Cabildo, que tienen barcitos habitué de noctámbulos solitarios y tacheros.
Le pedimos al que atendía si nos dejaba pasar al baño. Nos miró de arriba abajo, primero con cara de orto, la cual fue cambiando paulatinamente cuando terminó de recorrernos, convirtiéndose en cara libidinosa. Estábamos lindas, fuertes, y además de nuestros cortes, nos vestíamos con escotes y calzas, muy rockeras, medio putonas, con cinturones de tachas cruzados por nuestros turgentes culos, que acariciados por la lycra quedaban expuestos como manjares. Sabíamos que gustábamos y nos aprovechábamos de eso.
….
Estaba yirando con el auto, casi ausente, hacia horas.
Si alguien me había parado para tomar el auto no lo registré.
Manejaba, y mi cabeza divagaba entre el dolor de la traición de Patricia, y el arrepentimiento de jamás haberme permitido engañarla.
Porque acá arriba, en el taxi, las historias y las oportunidades se te presentan una tras otra. Más trabajando de noche. Imagínate, hace quince años que manejo un tacho, siempre nocturno.
No me quejo porque, en el fondo, el taxi me da libertad. También chances, que en mi caso, algunas me hacen sentir el rey de los pelotudos por no haberlas aprovechado.
Bah! Algunas aproveche…
Como esa vez que se sube una pareja, y me piden que los lleve a un lugar en Belgrano.
Tendrían treinta y pico, cuarenta, yo tendría unos veinticinco, recién empezaba a trabajar con el auto.
Al llegar al lugar indicado, el tipo me paga y me dice que los venga a buscar a eso de las cuatro de la mañana, y que me pagaría la reserva del viaje.
Le dije que si, que estaría ahí a esa hora.
Era casi la una, fui a comer algo y me quede haciendo tiempo.
No tenía muchas ganas de laburar.
Me fui a la costanera, estacioné, me fumé uno, y me quedé escuchando Strange Day de los Doors hasta que se hizo la hora de ir a buscarlos.
Llegué diez minutos antes. Esperé.
Puntualmente salieron del boliche, les hice señas de luces, y vinieron.
Subieron al auto. Estaban alegres, se reían.
-Llévanos hasta casa, Callao al 1200-
-Ok.- y arranqué.
El tipo me miraba a través el espejito. Mientras le metía la mano por debajo de la falda a la mujer, que se reía y le decía:
-¡Salí tonto!, no insistas- entre carcajadas y abriendo más las piernas.
Ella también me miraba.
Yo no podía dejar de mirar tampoco.
Me había calentado con la situación, se me había empezado a engomar la cosa.
El le corrió la bombacha, y dejó ante mí una adorable flor de lis totalmente rasurada, empapada, latiente de tanto estimulo.
Me quedé duro, y se dieron cuenta. Estábamos llegando.
El tipo me indica:
-Déjanos ahí en esa puerta marrón-
Estacioné delante. Paro el reloj que marcaba un poquito más de cien pesos.
-Dame cien, está bien- le dije.
Ya me daba por bien pago con el espectáculo.
Ella no era linda, pero tenía unos ojos negros impregnantes, sugestivos, ¡y un lomazo!
Hubo unos segundos de silencio. El tipo me volvió a mirar por el espejo. Desabrochó la camisa de su mujer y ante mis ojos, completamente abiertos, me preguntó:
-¿Te gusta?-
La pregunta me hizo dar vuelta. Cuando giré, me encontré con dos tetas divinas, rosadas, que se soltaban ante mis ojos con la frescura del silencio.
No pude despegar los ojos de sus pechos.
-¿Y, te gusta mi mujer?- volvió a sonar la pregunta.
-Sería ciego si te digo que no, está hermosa- contesté, ya mirándolo a él.
Ella comenzó a masturbarse frente a mí, mirándome, agitando de a poco la respiración.
Por un momento me preocupe, cuando ya caliente como estaba se me escapo un “¡Como la pusiste nena!”. Cosa de pendejo…
Instantáneamente lo miré al tipo, que se cagó de la risa y, acercándoseme, pregunta si me quiero ganar quinientos pesos.
Quedé anonadado. quinientos pesos era plata, y delante mió tenia una mujer ardiente, que se masturbaba en esta situación.
Se debe hacer dado cuenta de mi cara de asombro, y se apuró a explicarme:
-Vos no tenes que hacer nada, bah!, nada no, tenes que hacer una sola cosa…-
La oración quedo sonando.
-¿Qué tengo que hacer?-, pregunté casi dudando.
-Decime una cosa, ¿ella te gusta o no?- me preguntó medio secote.
La volví a mirar y esa treintañera que dejé en el boliche con su marido, se había convertido ahora, por las magias del encanto, en una hembra terriblemente deseable, que me tenía desde que comenzaron con este jueguito con la poronga dura. Ya me dolía de tenerla encerrada…Y el tipo me preguntaba si me gustaba!!
Me la toqué, y le dije, ya mirándola a ella a los ojos, que me encantaba.
-¡Perfecto!- intervino él -¿Entonces trato hecho?-
-Si, pero todavía no me dijeron que tengo que hacer-
-Simple- me dijo –saca de una vez la pija que la debes tener al palo como yo, y pajeate. Pajeate por mi mujer, que fue la que te la puso dura. Demostrale como te calienta pero sin tocarla. Masturbate, dale!-
Y mirándola: -Y vos mirá, mi amor, cómo se la pusiste al pibe, la tiene enorme, que le revienta, ¿Qué te parece, qué querés de eso?
-Papi, quiero que acabe por mí, que me ofrende su elixir, que se pajee porque no se aguanta más de ganas de cojerme. Lo quiero ahora, porque soy la más trola y merezco que me tribute el jugo de su calentura- todo esto dicho entre gemidos lujuriosos.
Cuando la mina termino de decir eso acabe por todos lados, salpicando el tapizado y la palanca de cambio.
Automáticamente, el tipo me da los quinientos pesos y me palmea.
La mujer se abrochaba la camisa, acercándose a la puerta para bajar.
-Chau bombón- fue lo último que escuché de ella. El tipo también se despidió y se bajaron del taxi.
Se perdieron detrás de la pesada puerta de Callao al 1200.
Jamás le conté este hecho a Patricia, aunque cargué con un sentimiento de culpa terrible durante varios meses, más allá de que técnicamente no la había engañado.
….
Esa vez del bar mugroso fue inolvidable. Dimos un verdadero espectáculo.
El tipo de la barra, más allá de la cara de pajero, no nos quería dejar usar el baño.
Le rogamos haciéndonos las nenitas un poco, pero no aflojaba.
El más joven de los tipos que estaba ahí, solo, sentado, tomando un café, vio la situación.
-Dale gallego, dejá a las chicas que usen el baño-
-Ve señor, hágale caso a él y déjenos, sea bueno con nosotras.-
No había caso.
Entonces el tipo de la mesa miro a este gallego y dijo: -tráeme…-
Nos miro a nosotras -¿Qué quieren tomar chicas?, yo las invito. Si consumen son clientas y pueden usar el baño.- nos dijo,expresándose con complicidad
Nos empezamos a reír, provocadoras, jugando en un lugar de tipos, haciéndonos las loquitas.
Mariela lo miró y le pregunto si podíamos tomar dos whiskys.
-Lo que quieran- dijo
Nos sentamos a su mesa.
Mariela miró al de la barra, y sobradora le pide: -Galleguito, servinos dos whiskys con hielo y las llaves del baño, rápido, please - y empezamos a reírnos como reventadas, delante de la cara del tipo que nos sirvió las bebidas de muy mala gana, y nos tiró la llave sobre la mesa despectivamente.
Hicimos fondo blanco, y nos fuimos juntas al baño, cagándonos de la risa, y agradeciendo al muchacho que nos había invitado.
Las risas siguieron en el baño.
Borrachas, decidimos salir y calentarlos a todos. Serían seis en total.
No nos importaba nada. Nos sentíamos malas, amábamos histeriquear, aunque no siempre, pues nos gustaba cogernos tipos que nos levantábamos.
Pero como ya dije, nunca juntas. ¡Hasta en eso histeriqueabamos!
Es más, esa noche, meando en ese bar, nos dimos un beso en la boca. Me gusto.
Estábamos calentitas, delirándonos, diciéndonos que tendríamos que hacer algo para agradecerle al tipo que había sido tan amable con nosotras.
No nos decidimos a cogerlo. No nos animamos, pero nos propusimos convertir ese lugar de mala muerte en un hervidero por algunos minutos.
Salimos y vimos la fonola.
En la mesa, nuestro ocasional anfitrión, ya nos había pedido otra ronda.
Me senté. Mientras, Mariela sacó una moneda no sé de dónde, y puso Girls Girls Girls de Motley Crue.
El sonido de las motos con que empieza el tema despabiló a todos.
Mariela se acercó a la mesa. Se tomó de un trago el whisky. Me tendió la mano invitándome a bailar.
-Dale, Adriana, vení, seamos agradecidas…-
La miré. Me tomé también el whisky, y nos pusimos a bailar.
Desplegamos un set de sensualidad insospechado, nuestro. Nos dimos besos como nunca lo habíamos hecho, tocándonos delante de estos tipos que sostenían sus cabezas con el codo en la mesa.
De esas caras comenzaron a brotar sonrisas.
Por instantes, nos creíamos el estar montándoles un espectáculo de Moulin Rouge, y nos divertía brutalmente.
Cuando terminó el tema, paramos de bailar.
Después de un silencio, el lugar rompió en aplausos con verdaderas ganas.
Saludamos mostrándoles el culo, y besando en la boca al que nos invito los tragos.
Era un lindo flaco.
Cuando nos fuimos, ya en la calle, nos preguntamos porque no fue él el primer hombre que compartiríamos. Y nos fuimos por la calle con esa duda en nuestras cabezas.
….
Contando entre las buenas cosas de este trabajo también se me vino a la cabeza esa noche en la parada de Cabildo.
Esas dos chicas medios punk que bailaron sensualmente, calentándonos a todos.
Divinas, divertidísimas.
¡Siempre quise volver a cruzármelas!
Estaban tan locas que jamás las olvidé.
Esa fue otra vez que técnicamente no le fui infiel a Patricia, pero igualmente el sentimiento de culpa me impidió disfrutarlo como merecía.
Se que si hubiese tirado la onda me las hubiera llevado a las dos.
Me parece sentir todavía los besos que me dieron, me las imagino moviendo esos culos hermosos y se me para la garcha de acordarme.
¡Soy un gil!
No viví por ser fiel a una mina que hoy me deja por otro.
A veces pienso que si, en vez de con Patricia, me hubiese juntado con alguna de esas dos bellezas que esa noche me llenaron de alegría, hoy estaría feliz.
….
-¡¿Adriana Vilches?!-
-¡¿Mariela Rieznik?!-
-¡Siiiiiiiii!
-¡Ahhhhh!
Nos fundimos en un abrazo interminable. No nos podíamos soltar.
Fue como volver el tiempo atrás diez años.
Sentíamos que jamás había pasado el tiempo.
Mariela, como siempre, me sorprendió poniéndome un beso en la boca.
No lo rechacé. Aunque me sorprendí.
La mire bien, y estaba bárbara como siempre.
Ya nos habíamos puesto al día por mail, con todos los chusmerios, que se había separado de un estúpido, y que estaba cansada de la quietud del mundo en el que estaba.
Gerenta de una empresa de cable, donde justamente conoció al estúpido (como ella llama a su ex), y que no hizo otra cosa que ser infeliz durante todo este tiempo.
-Vamos a emborracharnos, Adriana, volvamos a sentirnos Cleopatras, saquemos todas las serpientes que podamos de sus canastas de slip.- Las carcajadas se multiplicaron.
Entramos a un bar, bastante de trampa parecía.
Bebimos, sentadas en esos rinconeros con mesas bajas. Bebimos mucho.
Empezamos a soltarnos. Nos miramos un instante, y quedamos con la sonrisa dibujada.
Me sentía muy feliz, como no lo estuve en años.
Ví sus ojos, y todas nuestras historias se proyectaron frente a mí.
Fuimos terribles calienta pijas. Pero nunca nos habíamos acostado juntas…
Creo que nuestras miradas hablaron, y fue Mariela, como siempre, la que dio el primer paso.
Me dijo que estaba hermosa y me comió la boca. Me abrazó.
Relajé, y la abracé con fuerza.
Nos besamos más profundo.
Me animé, y esta vez quise ser yo la osada entre las dos.
Sin dejar de besarla, toqué sus tetas, que subían y bajaban por lo agitado de la respiración.
Mariela siempre fue la de las tetas grandes.
Seguían firmes como hace tiempo. Su piel sedosa siempre me generó excitación.
Se apretó más a mí, y aproveche para bajar mis manos a sus muslos.
Me miró a los ojos con fuego, de cerca.
-Me estás haciendo calentar mucho Adri, y sabes que juntas somos peligrosas-
-Lo sé, y creo que es hora de que no paremos, y nos paguemos lo que hace tiempo nos estamos debiendo. Seamos esta noche las que fuimos, las que somos. Avasallemos. Seamos nuevamente las más provocadoras. ¡Hagamos que nos deseen como siempre hicimos! Que nos rueguen para cogernos. Seamos las emperadoras, las Cleopatras, salgamos a tomarnos, a darnos el gusto de ser las mas putas, pero juntas. Busquemos a alguien para que nos goce. Cojámonos a un tipo como nunca lo hicimos. Veámonos compartir, compartirnos, y embriagadas de risa, mientras nos chupamos una misma pija. ¡Calentémosles la garcha a todos! Vos me enseñaste a ser feliz, a conocer mi cuerpo, a gozar de tocarme, ¡hasta me enseñaste a disfrutar de chupar una verga! Pero nunca lo hicimos juntas…-
No sé lo que me pasaba, no podía parar de hablar.
Me di cuenta, en mí había dormido el verdadero deseo de la carne todo este tiempo.
El ver nuevamente a Mariela desenfrenó esa locura.
Seguimos besándonos, calentándonos. Ya en el lugar algunos empezaron a notar nuestro accionar: - Fijate Adri, aquel, el de la mesa de allá, ya se la esta tocando… ¡seguimos siendo las más guachas! – Las carcajadas fueron tales que ya nadie dejó de mirarnos.
Mariela fue al baño y dijo:
-Vengo y nos vamos ¿te parece?-
Le conteste que sí.
Antes de irse, me agarró el mentón y me acercó a sus labios húmedos. Me besó nuevamente.
-No veo la hora de verte con una poronga en esa boquita de puta- y se fue.
Quedé sentada, sintiéndome observada, estaba excitada, no podía negarlo.
El tipo que atendía no me sacaba los ojos de encima.
Decidí complacerlo. Me incliné sobre la mesa, como para buscar algo, y le dejé bien de frente mi culito, mostrándole la tanga de tanto que me levanté la pollera.
En eso, volvía Mariela. Vió mi maniobra.
La muy turra se acercó, me bajó la pollera totalmente, y expuso mi culo completo al aire.
Mirando al de la barra, le dijo: -Me parece que con lo que estás viendo, lo que tomamos ya esta pago ¿No?- El tipo tartamudeó varias veces, hasta que pudo decir que si.
Me subí la pollera, y salimos del lugar entre piropos y declaraciones de amor.
En la esquina, luego de recuperar el aire después de tantas carcajadas, nos abrazamos fuerte. Nos apoyamos tiernamente.
A media cuadra vemos venir un taxi.
-Y ¿buscamos a un tercero para cumplir con las materias que adeudamos, alumna?- me dijo, actuándolo como la profesora Mariela.
Mientras, paraba el taxi.
-¿Y si le damos al taxista?- me salió casi sin pensar.
El auto paró. Subimos, entre sonrisas picaras.
El conductor nos quedó mirando, como si nos conociera.
Una risa se le fue dibujando, iluminándole la cara, como cuando la memoria trae buenos recuerdos.
-Hola chicas, tanto tiempo…-
Las dos nos miramos sin entender.
El tipo se quedó.
-No me hagan caso, me las confundí con unas viejas amigas… ¿A dónde las llevo?-
Mariela me da un codazo, y con la cabeza me hace un gesto afirmativo.
Era el elegido, quien nos tendría a ambas esa noche. A mí, la cara del tipo me resultaba familiar. Nos miramos los tres, y nos reímos como tontos.
-Vamos a donde vos quieras bombón, acabas de ganarte el bingo y nosotras somos el premio.-
Las risas se convirtieron en voces de hiena.
Era imposible no reírse, la proposición había sonado tan cursi, que parecía de telenovela de la tarde…
7 comentarios - Reencuentros
Maravilloso, super recomendado
(Parece que me gustó, ¿no?)