Hola! bueno, este es un relato real que subo, como muestra por el agradecimiento que me han mostrado mis lectores al seguir mis otras historias. No soy muy dada a esta clase de relatos íntimos, así que espero les excite y me digan sus opiniones.
Ya había mencionado, en una historia aquellas confidencias que guardé con Clarisa, mi hermana menor, pues desde los años mas tiernos, ella y yo habíamos forjado un cariño poco mas allá de un simple amor fraternal. Bien, pues esta es la historia de cuando tuve que regresarle el favor que una vez le pedí, cuando me atrapó haciendo un delicioso 69 en mi habitación. Cabe destacar que desde aquella vez, el secreto que teníamos que guardar hacía que constantemente nos mantuviéramos a la defensiva, rezando para que mi perspicaz madre no escudriñara en nuestras mentes para saber la verdad de lo que había ocurrido en mi habitación.
—Lo más chistoso —dijo Clarisa mientras me daba una paliza en Halo, en el Xbox —, es que el pendejo ese dejó sus boxers en tu cuarto.
—Pobre. Lo asustaste —fue todo lo que dije antes de que me pegara una granada de plasma en la espalda.
Ya habían trascurrido años desde aquella bochornosa situación. Clarisa continuaba siendo para mí la misma niñita que siempre había conocido. Supongo que sólo las que tienen hermanas menores podrían entender esta clase de sentimiento tan raro, un amor y ternura que siempre estarán allí, incluso cuando algún día nos casemos y nos fuéramos por nuestro lado.
De todos modos no vamos a entrar en relatos triviales.
Aquella tarde de jueves, a principios de mayo de este año, Clarisa y yo estábamos en la sala jugando con la consola. Por aquellas fechas hacía calor, así que que Clarisa llevaba uno de sus cortos shorts deportivos que conservaba desde la secundaria. Sí, se había hecho mas alta desde entonces, pero su cintura seguía siendo esbelta y en consiguiente, las ropas de aquellos años todavía le quedaban bien, un poco mas cortas claro, pero estando en casa, sin ningún hombre a la vista, tanto ella, yo y mi madre podíamos andar con prendas ligeras, enseñando pierna, espalda, brazos, sin estar presas de vigilantes miradas lujuriosas.
Lo que sí recuerdo es cómo estábamos sentadas. Hacía calor, claro. El clima estaba encendido a una baja potencia, y mi hermana tenía subidas sus piernas en la mesita de centro. Harta de ganarme siempre en los videojuegos, optó por jugar en la campaña de Gears of War para poder pasar juntas las misiones.
—No sé por qué te gustan tanto estas cosas de disparos.
—Me gustan los soldados —dijo mientras se estiraba perezosamente. El cabello negro y lacio le caía por encima de los hombros, y la curva de sus tetas, que no eran tan grandes como las mías y las de mi madre, lucían perfectas debajo de la blusa ajustada. Obviamente ninguna de las dos llevaba sujetador.
—Yo prefiero a los jugadores de fútbol —repliqué y fui a la cocina para gastarme lo último de la Pepsi del almuerzo. Cuando volví, Clarisa estaba sonriendo —¿Qué tienes?
—Nada.
Jugábamos en paz, intercambiando algunas palabras de vez en cuando, pero las risas de ella volvían en ciertas ocasiones y finalmente le pregunté qué era tan gracioso como para estar riendo como tonta.
—El control —dijo, mirándome. El mando estaba justo entre sus piernas, inocentemente allí, a simple vista. No entendí.
—¿Qué? ¿Falla?
—No. Me gusta como vibra.
—¡Jaja!
Le gustaba la vibración del control, y ¿cómo no? Tiempo después me di cuenta de que, en las secciones de mas acción del juego, cuando ese aparato se ponía a temblar realmente era muy cosquilludo.
Eso me hizo pensar en la masturbación. Madre nos había hablado de eso cuando nos dio una de sus pláticas sexuales para iniciarnos en el mundo del erotismo femenino y que nada nos tocara desprevenidas. Y había sido muy gráfica en ocasiones, describiendo incluso que nuestras vaginas se humedecerían en señal de excitación, e incluso nos había ayudado a calcular los días fértiles en donde, ni de locas, se nos ocurriera tener sexo.
Dejando de lado eso, empecé a notar que Clarisa estaba muriendo constantemente. Ella era muy buena en el juego. Un amigo suyo, desde la primaria, la había inducido al mundo de las consolas y desde eso la chica era muy buena en esos juegos de soldaditos; y vaaale, a veces tengo que admitir que la historia tiene sus partes buenas.
—¿Qué tienes? ¿Ya te aburriste?
—Oye… Mmm…
—¿Qué pasa?
Le puso pausa al juego y se acomodó para mirarme con detenimiento. Recuerdo que flexionó los muslos de tal forma que pude ver una pequeña parte de sus braguitas rojas.
—¿Qué? —dejé el control a un lado. Cuando me miraba de esa forma, es que algo malo ha hecho o hay un tema realmente serio qué discutir.
Se ruborizó. Ella tiene la piel mas clara que yo.
—Este… ¿recuerdas que me dijiste que me debías un favor?
—Ay… no manches (manches, en mi país, es como decir “no jodas) ¿Qué hiciste, Clarisa?
—¿Me vas a ayudar si o no?
—Pues depende —repliqué un poco molesta —. Si son graves problemas…
—No. No lo son…
En total, le llevo casi diez minutos, entre vuelta y vuelta, decirme qué es lo que realmente quería.
—Me gustaría tener mi primera vez.
Los colores se me subieron a la cara. No es que me asustara que mi hermanita quisiera comenzar su vida sexual. De hecho, mamá había hablado conmigo en abril para preguntarme si yo sabía si Clarisa ya había tenido sexo. Le dije que simplemente no lo sabía.
—¿Qué dices?
—Eso, ay… olvídalo.
—No, no. A ver, espera. Vamos a hablarlo bien. Dime qué onda.
—Bueno… —cruzó las piernas y apagó el televisor con el control remoto —¿Recuerdas a Leonel?
—Sí. El güero ese.
—Bueno, es mi novio oficial desde abril.
—Ajá… —eso era nuevo. Mamá no lo sabía. Me sorprendí de que Clarisa nos guardara ese secreto.
Total que la tensión por la que ella atravesaba la estaba haciendo enrojecer, por lo que no le dije nada de lo que pensaba sobre Leonel, que tampoco era nada malo, por cierto.
—Bien… este… él me propuso, entre juego, ya sabes, si me gustaría coger con él.
—¿Y qué le dijiste?
—Pues que no, claro. Pero me arrepentí y el lunes le dije que sí quería.
—¿Y…?
—Pues… no queremos ir a un motel. Me da paranoia eso de que haya cámaras. La casa de él siempre está ocupada y…
—¿Y?
—¡Ay, coño! Ya sabes de qué hablo.
—¿Quieres cogértelo aquí?
Asintió, sonrojada si se podía más.
—Pe-pero ¿cómo? O sea ¿dónde?
—En mi cuarto, mensa.
—Oye…
—¡Ay! —se puso a la defensiva de inmediato —, no te hagas que tú también lo hiciste aquí y yo te guardé el secreto.
—Bueno, bueno, está bien, ya deja eso. Pero ¿qué quieres que haga?
—Quiero traerlo el sábado, y mamá sale a trabajar y viene como a las tres, y tu vas a salir y vuelves como a las doce, así que quería pedir que si traigo aquí a Leonel mientras tu vienes, no le digas a mamá. Me ahorcaría si supiera que estoy con un chavo.
Miré atentamente a mi hermana menor. En sus ojos negros no había rastro de joda, ni tampoco en las mejillas ruborizadas por la vergüenza. Imaginar el valor que tuvo que reunir para ello hizo que en parte se me ablandara el corazón.
—Bueno… el sábado ¿a qué hora viene?
—Temprano, como a las nueve.
—¿Vas a estar tres horas con él?
—Pues… si aguanta —rió, apenada.
—No vas a aguantar tres horas ensartada —le dije en broma para aliviar la tensión y por primera vez nos reímos con complicidad —Ayyy, Clarisa. Bueno, está bien. No le diré a mamá, y qué bueno que me lo dices.
—Luego me gana la culpa. Además me debes el favor.
—Sí, sí. Está bien —luego de eso me sentí muy responsable —. Entonces ¿ya planeaste cómo va a ser?
—¿Cómo de qué?
—O sea, mujer ¡es tu virginidad! No la vas a dar así nada mas. Tienes que arreglarte bien el tesorito, limpiar tu cuarto…
—Estaba pensando en comprar algo de ropa.
—¿Lencería?
—Nada muy hot. Sólo que no quiero que me va con mis calzones de abuelita.
—Pero tienes los cacheteros que mamá te compró.
—Sí, pero están feitos. Quiero una tanga.
—Mmm… bueno.
—Acompáñame a comprar —replicó, ilusionada.
—Va, está bien —me reí, y entonces, llevada por un amor de hermana mayor, me tiré a sus brazos y la rodeé con los míos —. Ay, Clarisa, ya te vas a hacer mujercita.
—Sí, sí, pero no digas nada.
No lo diría, por supuesto. Al menos no por ahora.
Así pues, al día siguiente, cuando teníamos un rato libre, le dijimos a nuestra madre que queríamos ir a comprar ropa a la tienda departamental; se mostró muy accesible en ese sentido.
—Las veré por acá en una hora —dijo, quedándose en la zona de restaurantes para comer algo mientras esperaba a Gustavo, un hombre que tenía visibles antojos de estar con ella y que había conocido en su trabajo.
—Bien, por acá está la tienda de interiores.
—¿Aquí compras tus tangas?
—Sí. Son algo caras pero son de muy buena calidad.
El lugar estaba casi vacío de adultas. En su mayoría eran adolescentes y jóvenes chicas no mayores de treinta años que se paseaban entre las prendas íntimas cuidadosamente colocadas en sus lugares. Tomé a Clarisa de la mano y la arrastré hasta la sección juvenil, porque la muy tonta estaba buscando tangas en la sección de niñas.
—Bien, aquí está. Elige. Yo iré a ver que más hay por allá. Mamá me encargó comprarle unos sujetadores.
Mientras yo iba a lo mío, veía claramente a mi hermana que estaba tocando con las yemas de sus dedos la suave tela de las prendas. Estaba mirando unas con encaje, de color rojo, muy sexys y más que nada destinadas a noches de pasión. Noté el rubor en sus mejillas. Seguramente estaría imaginando cómo sería cuando tuviera la verga dentro de ella. Yo, por otro lado, me sentía responsable de cuidarla. Había depositado una gran confianza en mí y no debía de traicionarla.
Le compré a mi madre dos sujetadores muy bonitos. Yo elegí unos boxercitos muy cómodos de algodón y volví donde Clarisa, que ya había escogido la tanga roja.
—Está un poco transparente la telita —observó.
—Hay, tonta, ni vas a durar con ella. Te la vas a quitar.
—Listo, me llevo esta.
—¿Me arrastraste hasta aquí sólo por una tanga? No seas… cómprate otras. Al menos un sostén que vaya a juego.
—¿Ese rosado?
Puse los ojos en blanco. La chica no tenía una sola idea de la moda.
—Este rojo de acá, con encaje negro va muy bien con el tamaño de tus tetas.
—Si voy a comprar mas, quiero esta que me gustó mucho. Ven.
Se trataba de una tanga azul celeste con un bonito lazo rosado en la parte delantera. Ella la metió de inmediato a su cesto de compras. En total habrá comprado un total de tres tangas y tres sujetadores. Ya tendríamos bastante qué explicarle a mamá cuando viera el nuevo estilo de ropa interior que la florecita de la casa pensaba usar.
Cuando salimos, Clarisa ya se veía mas dueña de la situación. No le dimos importancia a una vieja sesentona que nos miró con un ceño fruncido, porque, no sé si me crean o no, pero en mi país no está muy bien visto que jovencitas como mi hermana anden con una delicada telita entre los glúteos. En cierta forma existe todavía retraso en ese aspecto. Y ni hablar de playas nudistas. Recuerdo haber leído en las noticias cuando unas españolas, que estaban de vacaciones en nuestras playas, hicieron topless y les llamaron la atención.
—Espérate un momento —le dije a Clarisa y la llevé a la farmacia. No había ningún cliente.
—¿Qué hacemos acá?
—Te compraré algo.
El encargado, un chico guapo de menos de treinta años, apareció con una bonita bata blanca desabrochada. Creo que incluso Clarisa se sonrojó. La barba descuidada y los ojos negros indicaban un origen extranjero.
—¿Sí?
—Este… ¿tienes lubricante vaginal?
Con toda profesionalidad (¿Qué esperaban? ¿Qué se me insinuara?) fue a un aparador para buscar lo que le había pedido. Entre tanto Clarisa, sonrojada, me taladró con la mirada.
—¿Qué haces?
—Lo vas a necesitar —le afirmé.
Se enojó, claro, pero yo no le di importancia. El hombre nos trajo tres diferentes marcas de lubricante. Entre tanto, Clarisa, haciéndose la desatentida, se estaba paseando por la farmacia. Yo elegí un lubricante con sabor a naranjas y pagué con mi propio dinero. Salí riéndome de la cara de mi hermana, que farfullaba.
—¿Por qué no lo gritas a todo mundo?
—Cálmate, tonta. Confía en mí —le metí el lubricante en su bolsito. Después de terminar las compras, volvimos con mamá.
Más tarde Clarisa estaba dentro del baño de su cuarto probándose la nueva ropa. Yo, de curiosa y nada mas para joder, estaba allí.
—¿Cómo te quedó?
—La azul está un poco chiquita. Es incómodo. Se me mete mucho entre las nalgas.
—Esa es la idea de una tanga —le dije, detrás de la puerta —¿Y el sostén?
—El blanco me aprieta. Los demás me quedan bien. ¡Ay! No elegí bien.
—Déjame verte.
—¡No!
—Vamos, Clarisa —dije con vehemencia —. Voy a entrar.
—Mmm. Está bien. Pasa.
Suspiré. El idiota de Leonel iba a comerse un bombón con Clarisa, y me preocupaba de que el cabrón no estuviera a la altura. La piel clara de mi hermana contrastaba muy bien con el color de su nueva ropa. Las piernas turgentes y depiladas, el abdomen plano, la curva de las caderas y los senos cubiertos por la delicada tela. Sus hombros pequeños estaban tapados por la seda de su negro cabello.
—Pues al menos te las hace ver mas grandes.
—Pff. Odio mis tetas. No quedan como las de mamá.
—Nah. Mejor así. Las de mamá se caerán cuando tenga mas edad.
—¿Yo qué? —preguntó mamá, asomándose detrás de mí. Miró a Clarisa completita. No sonrió en lo absoluto. Sólo asintió —. Te ves bien ¿quieren pizza para cenar?
—Sí, ¡con piña! —pidió mi hermana. Madre se dio media vuelta y se fue.
—Bueno… al menos no hizo preguntas. Creo que confía en que lo que estemos pensando, se lo digamos.
—Ay, sí se lo diré —dijo Clari, dándosela vuelta y desabrochándose el sostén para probarse otro.
Desde esa posición fue fácil mirar sus nalgas redonditas, y cómo la tanga se le hundía justo entre esas pequeñas partes que pronto probarían las delicias de un hombre. Honestamente me dio un poco de curiosidad saber cómo sería la polla del tal Leonel. Tal vez fuera grande, o pequeña. Gruesa… larga. Había de tantos tamaños.
—Ya elegiste ¿verdad?
—La tanga roja y el bra rojo. Los que me escogiste tú.
—Ah, qué halagada me siento —bromeé en medio de nuestras risas.
Durante la cena, mamá no nos preguntó absolutamente nada sobre el por qué Clarisa se había comprado ropa sexy y corta. Supongo que las cuestiones de vestimenta nos la dejaba a nosotras. Y como mi madre no es ninguna tonta… claro que sospechaba que algo iba a suceder. Cuando a Clarisa le compró sus cacheteros, mi hermanita, que hasta entonces estaba acostumbrada a las braguitas de niña, replicó que no se sentía muy bien usando esa clase de ropa… y meses después se compraba conjuntos así… bueno. Lo que estuviera pensando, no nos lo dejó saber esa noche.
Cuando mi madre ya estaba dormida, entré a ver a mi hermana para saber cómo se sentía al respecto y si no tenía ganas de echarse para atrás.
—Quiero hacerlo de verdad.
—Bueno, pues… buena suerte.
Ya me iba a ir cuando ella me preguntó.
—¿Duele cuando la meten?
—Mmm… al principio sí, pero ni modo. Tienes qué soportarlo.
—¿A ti te dolió mucho?
—Depende de la posición en la que te encuentres —cerré la puerta con seguro y me tiré junto a ella, en la cama. Aunque Clarisa no lo expresaba con claridad, todavía tenía sus dudas —. Hay varias posiciones. La de perrito, la del misionero… son las mas comunes. Si vas a perder tu virginidad lo que te recomiendo es la del misionero. Así lo puedes ver a la cara y eso mm… te ayuda en parte. Ya sabes ¿no? —a continuación abrí mis piernas y las sostuve con las rodillas. Clarisa se ruborizó.
—Sí que estás acostumbrada a abrirte las piernas.
—No seas mensa. Te pones así, suavecita y cooperando.
— ¡Jajaja!
—Luego cuando se recueste sobre ti, lo abrazas con tus piernas y con los brazos, y mientras lo besas dejas que se deslice. Debes estar bien estrecha porque todavía eres virgen. Dolerá, es normal, pero cuando empiece a embestir, tú clítoris olvidará ese dolor y ya no querrás que la saque.
—Tienes mucha experiencia.
—No te asustes cuando lo veas. También te puedes poner de perrita —hice la posición —. Arquea tu espalda así, hacia abajo. No hacia arriba. Levantas las pompas y dejas que vaya todo adentro. Abres un poco nada más para ayudarle. Es un poco vergonzosa porque te ve hasta el culo, pero luego te acostumbras. Abrazas una almohada, te relajas y dejas que el disfrute.
—Ay, muy cabrón. Sólo él va a andar dándome.
—Igual puedes practicar otra. Ya cuando él te la haya metido, pues fácil, te acuestas sobre él y te ensartas tú solita. Controlas el movimiento y cuando la tengas adentro, mueves tus caderas en círculos. Te tocas las tetas, dejas que te las muerda.
Mientras hablaba, tuve que aceptar que comenzaba a caldearme. Hablar de sexo con mi hermana menor me había conectado a ella de un modo particular, y aunque sus claras mejillas estaban algo rojitas por el calor, me miraba atentamente.
—A ellos les vuelve locos si te metes tus pezones a la boca.
—Si me llegan si los estiro.
Me reí.
—Ya lo practicaste, cabrona.
—¡Jaja! Si hay que hacerlo bien.
—Bueno… pues es todo lo básico. Lo demás lo sabrás con el tiempo. Sólo que no te muevas mucho al principio porque por la estreches de tu vagina, vas a hacer que eyacule rápido.
—Eso es lo que no quiero, que se le baje.
—Nah, así son los hombres —nos reímos las dos, como si todavía fuéramos niñas hablando de una travesura.
—¿Algo más?
—Cuando se la mames… hazlo despacio. Pasa la lengua por toda la cabeza de la polla… trata de disfrutarlo. No importa si el te la empuja un poco. Tampoco te asustes si te dan arcadas. Es normal. Los huevos igual los puedes succionar, los muerdes poquito, y si te eyacula en la boca, es tu decisión si lo bebes.
—¿Es rico el semen?
—Seee…
Clarisa asintió con plena atención puesta sobre mí.
—Haz un 69 —le propuse. Sí… para ese entonces yo ya estaba caliente —. Te acuestas sobre él y le dejas disfrutar. Como nosotras lubricamos mucho, ya verás cómo le encanta.
—Aja… okey, creo que es todo lo que quería saber.
—Buena suerte, y disfrútalo.
El día llegó al fin. Mamá, como siempre, se fue a trabajar y yo tenía que salir un poco después. Fui a ver a Clarisa, que ya se estaba vistiendo. Tenía una minifalda de mezclilla y una blusa muy bonita de colores estampados.
—Qué guapa…
—Gracias.
—Ven, te voy a dar algo.
La llevé a mi cuarto. Abrí un cajón y le mostré una cajita de condones que hacía meses que no usaba. La tenía sólo por precaución.
—Son de sabor. Elije uno. Lo vas a necesitar.
—Quiero el de uva.
— Toma. Ah, y me sobra uno texturizado. Son mas ricos.
—Gracias…
Me miró con ojitos de cachorro. Le acaricié la cabeza.
—No tengas miedo. Eres mujer. Algún día tenías que abrirte a un hombre. Disfrútalo. Estás hecha para esto.
—Para coger.
—Por algo Diosito te dio una vagina.
—Sí… bueno, está bien. Ya debe de estar por llegar.
Y llegó. Muy puntual el cabrón de su novio ya estaba en casa. Me saludó con un beso de mejilla, a Clarisa la besó en los labios. Yo ya tenía mis cosas listas para salir.
—Los veré al rato.
Mi hermana me echó una última mirada y yo le levanté el pulgar. Luego me fui.
No obstante, las inclemencias del mal tiempo hicieron que volviera a casa un poco antes. Calculé que Clarisa ya habría terminado. Tampoco contestaba al móvil y pues… una se preocupa, claro. No obstante cuando entré a casa había, en su cuarto, una suave música, así que pensé en que tal vez todavía estaría en pleno acto. Salí al jardín para recoger la ropa tendida antes de que la lluvia cayera, y fue entonces que Clarisa me habló desde su ventana, en el segundo piso. Estaba desnuda, sólo le cubría la manta de la cama. Y estaba despeinada. No vi mucho. Rápidamente gritó.
—¡Dijo mamá que contestes el teléfono! ¡Quiere hablar contigo!
Claro, pensé. A mamá si le contestas pero a mí no.
Entré, respondí. Madre quería que fuera a buscar unos papeles con una señora que vivía cerca de nosotras, así que me acerqué al cuarto de Clarisa para decirle que ya me iba. La música ya no sonaba.
—Ay… ay… mmm…
Eso se escuchaba. El color de la cara se me puso rojo. ¡Oía los gemidos de mi hermanita! Pegué mas la oreja a la puerta.
—Sí, sí… sí… más papito más…
Me aguanté las risas. Los sonidos llegaban un poco apagados. También percibía el “plap plap plap” de los cuerpos chocando, y el crujir chilloso de la cama. Se estaba armando una buena fiesta allí dentro. La voz de Clarisa era… dulce y hermosa. Por el ritmo al que sonaba, la estaban taladrando de verdad, a una buena velocidad.
—Abre mis nalgas —escuché que pedía.
A esos momentos ya no podía marcharme aunque quisiera. No es que yo fuera una espía, y tampoco soy de excitarme fácilmente, pero ¡¿Quién no lo hace con esos sonidos?! El morbo, la complicidad… la inocencia de mi hermana, el saber que estaba convirtiéndose en mujer mientras le penetraban todo el coño….me dejé llevar. Lo siento, Clarisa.
Me senté con la oreja pegada a la pared y metí las manos dentro de mis shorts. Mi vagina estaba húmeda. Como todos los que habrán leído mis relatos, sabrán que tengo una activa imaginación, así que no me fue difícil recrear en mi mente lo que estaba pasando allí dentro.
Es más, incluso entre el marco y la pared de la puerta había una pequeña abertura. Vi apenitas lo que ocurría. Sólo distinguí un rastro de piel blanca de Clarisa. Estaba con la espalda arqueada hacia abajo.
—La de perrito… —me dije.
—Más, más, más, no pares, Leo. No pares. Fuerte, fuerte…
Penetré mi vagina y la estrechés me hizo recordar a la de mi hermana menor. Froté el clítoris con fuerza. Una capa de sudor se me perlaba en el cuello. Estaba disfrutando. De verdad disfrutando. Y es que masturbarme no es algo que haga seguido.
—Ponte así y chúpamela.
—¿Así?
—Sí… así. A ver vente.
—¿Así, papito?
—Así amor… ayy…
—¿Quieres que me la coma toda?
¡Hablaba como una… como una putita! ¡tengo que decirlo! Pero en el buen sentido de la palabra.
—Trágala más. Todo… todo.
—No manches, Leo. Me vas a hacer atragantar.
—Nada que ver. Métetela despacio.
—Es que estoy incómoda arriba.
Cabe decir que estas frases son las que me imaginé que decían, porque el sonido llegaba apagado y tuve que unir las pocas palabras que escuchaba con claridad.
—Así entonces.
Me asomé. Ahora veía claramente en la rendija cómo Clarisa se acostaba y Leo se subía sobre ella. Por desgracia, eso fue todo lo que se apreciaba.
—¿Así te llega al fondo?
Se la estaba cogiendo por la boca. Comenzó él a moverse suavemente. Maldije la pequeña abertura porque no me permitía mas. Cerré los ojos y me concentré en imaginarme a Clarisa recostada con Leo sobre ella y clavándole la verga en la boca.
—Me encanta… me encanta tu verga…
—Cómela mamacita…
—Ay… mmm… mm…
—¿Quieres tu lechita?
Leo era todo un… no sé qué palabra usar.
—Sí, la quiero. La quiero en mi boquita mi amor.
La follada bucal tardó otro poco. Yo ya tenía tres dedos dentro de mí y tenía que morderme los labios para no gemir fuerte. Apreté las piernas tanto como pude. Sentí el calor de mis jugos.
—Ay va… te lo tragas todo.
—Sí, papito.
Clarisa, obviamente, tenía alguna clase de complejo paternal. No había dejado de llamarle papito al hombre.
Hubo un momento de silencio donde sólo la gruesa voz de Leo se oyó gimiendo. Estaba depositando la leche caliente, el esperma delicioso, dentro de la garganta de mi hermanita.
—Así… bébelo. Todo, Clari… todo…ay… mi amor… ¿Te gustó?
—Estaba rica. Pero ya se te bajó… te salió mucha. Mira, me la bebí todita.
—Vamos a descansar un ratito.
—¿Te la puedo chupar mientras?
—Sí… está bien. Pero hasta mis huevos ¿dale?
—Sí.
No lo soporté más. Me corrí. Vi por la rendija claramente el pene semi erecto, la boca de mi hermanita abrirse y meterse la tranca hasta la garganta. Su cabello ocultó el resto.
Quería seguir mirando. Necesitaba hacerlo… pero mamá me mandó un mensaje preguntándome si había ido por los papeles. Sin querer, y todo lo que les acabo de contar, sucedió en media hora. Media hora me la pasé oyendo los gemidos de mi hermana, sus palabras cargadas de vulgaridad y de cachondería, media hora oyéndola disfrutar, media hora escuchando la piel de sus nalgas aporrearse mientras la penetraban.
Me puse otra ropa en silencio, y me fui de la casa.
Cuando volví mas tarde, como a la una, el novio se estaba yendo, y Clarisa me recibió. Tenía la cabellera despeinada, chupetones en las piernas y estaba algo sonrojada.
—¿Todo bien?
—De maravilla —fue todo lo que dijo con una coqueta sonrisa. Entonces me abrazó, y yo también la abracé.
—Eres toda una mujercita.
—Lo sé…
Y allí termina este relato de cómo me masturbé escuchando a mi hermana perdiendo la virginidad.
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Ya había mencionado, en una historia aquellas confidencias que guardé con Clarisa, mi hermana menor, pues desde los años mas tiernos, ella y yo habíamos forjado un cariño poco mas allá de un simple amor fraternal. Bien, pues esta es la historia de cuando tuve que regresarle el favor que una vez le pedí, cuando me atrapó haciendo un delicioso 69 en mi habitación. Cabe destacar que desde aquella vez, el secreto que teníamos que guardar hacía que constantemente nos mantuviéramos a la defensiva, rezando para que mi perspicaz madre no escudriñara en nuestras mentes para saber la verdad de lo que había ocurrido en mi habitación.
—Lo más chistoso —dijo Clarisa mientras me daba una paliza en Halo, en el Xbox —, es que el pendejo ese dejó sus boxers en tu cuarto.
—Pobre. Lo asustaste —fue todo lo que dije antes de que me pegara una granada de plasma en la espalda.
Ya habían trascurrido años desde aquella bochornosa situación. Clarisa continuaba siendo para mí la misma niñita que siempre había conocido. Supongo que sólo las que tienen hermanas menores podrían entender esta clase de sentimiento tan raro, un amor y ternura que siempre estarán allí, incluso cuando algún día nos casemos y nos fuéramos por nuestro lado.
De todos modos no vamos a entrar en relatos triviales.
Aquella tarde de jueves, a principios de mayo de este año, Clarisa y yo estábamos en la sala jugando con la consola. Por aquellas fechas hacía calor, así que que Clarisa llevaba uno de sus cortos shorts deportivos que conservaba desde la secundaria. Sí, se había hecho mas alta desde entonces, pero su cintura seguía siendo esbelta y en consiguiente, las ropas de aquellos años todavía le quedaban bien, un poco mas cortas claro, pero estando en casa, sin ningún hombre a la vista, tanto ella, yo y mi madre podíamos andar con prendas ligeras, enseñando pierna, espalda, brazos, sin estar presas de vigilantes miradas lujuriosas.
Lo que sí recuerdo es cómo estábamos sentadas. Hacía calor, claro. El clima estaba encendido a una baja potencia, y mi hermana tenía subidas sus piernas en la mesita de centro. Harta de ganarme siempre en los videojuegos, optó por jugar en la campaña de Gears of War para poder pasar juntas las misiones.
—No sé por qué te gustan tanto estas cosas de disparos.
—Me gustan los soldados —dijo mientras se estiraba perezosamente. El cabello negro y lacio le caía por encima de los hombros, y la curva de sus tetas, que no eran tan grandes como las mías y las de mi madre, lucían perfectas debajo de la blusa ajustada. Obviamente ninguna de las dos llevaba sujetador.
—Yo prefiero a los jugadores de fútbol —repliqué y fui a la cocina para gastarme lo último de la Pepsi del almuerzo. Cuando volví, Clarisa estaba sonriendo —¿Qué tienes?
—Nada.
Jugábamos en paz, intercambiando algunas palabras de vez en cuando, pero las risas de ella volvían en ciertas ocasiones y finalmente le pregunté qué era tan gracioso como para estar riendo como tonta.
—El control —dijo, mirándome. El mando estaba justo entre sus piernas, inocentemente allí, a simple vista. No entendí.
—¿Qué? ¿Falla?
—No. Me gusta como vibra.
—¡Jaja!
Le gustaba la vibración del control, y ¿cómo no? Tiempo después me di cuenta de que, en las secciones de mas acción del juego, cuando ese aparato se ponía a temblar realmente era muy cosquilludo.
Eso me hizo pensar en la masturbación. Madre nos había hablado de eso cuando nos dio una de sus pláticas sexuales para iniciarnos en el mundo del erotismo femenino y que nada nos tocara desprevenidas. Y había sido muy gráfica en ocasiones, describiendo incluso que nuestras vaginas se humedecerían en señal de excitación, e incluso nos había ayudado a calcular los días fértiles en donde, ni de locas, se nos ocurriera tener sexo.
Dejando de lado eso, empecé a notar que Clarisa estaba muriendo constantemente. Ella era muy buena en el juego. Un amigo suyo, desde la primaria, la había inducido al mundo de las consolas y desde eso la chica era muy buena en esos juegos de soldaditos; y vaaale, a veces tengo que admitir que la historia tiene sus partes buenas.
—¿Qué tienes? ¿Ya te aburriste?
—Oye… Mmm…
—¿Qué pasa?
Le puso pausa al juego y se acomodó para mirarme con detenimiento. Recuerdo que flexionó los muslos de tal forma que pude ver una pequeña parte de sus braguitas rojas.
—¿Qué? —dejé el control a un lado. Cuando me miraba de esa forma, es que algo malo ha hecho o hay un tema realmente serio qué discutir.
Se ruborizó. Ella tiene la piel mas clara que yo.
—Este… ¿recuerdas que me dijiste que me debías un favor?
—Ay… no manches (manches, en mi país, es como decir “no jodas) ¿Qué hiciste, Clarisa?
—¿Me vas a ayudar si o no?
—Pues depende —repliqué un poco molesta —. Si son graves problemas…
—No. No lo son…
En total, le llevo casi diez minutos, entre vuelta y vuelta, decirme qué es lo que realmente quería.
—Me gustaría tener mi primera vez.
Los colores se me subieron a la cara. No es que me asustara que mi hermanita quisiera comenzar su vida sexual. De hecho, mamá había hablado conmigo en abril para preguntarme si yo sabía si Clarisa ya había tenido sexo. Le dije que simplemente no lo sabía.
—¿Qué dices?
—Eso, ay… olvídalo.
—No, no. A ver, espera. Vamos a hablarlo bien. Dime qué onda.
—Bueno… —cruzó las piernas y apagó el televisor con el control remoto —¿Recuerdas a Leonel?
—Sí. El güero ese.
—Bueno, es mi novio oficial desde abril.
—Ajá… —eso era nuevo. Mamá no lo sabía. Me sorprendí de que Clarisa nos guardara ese secreto.
Total que la tensión por la que ella atravesaba la estaba haciendo enrojecer, por lo que no le dije nada de lo que pensaba sobre Leonel, que tampoco era nada malo, por cierto.
—Bien… este… él me propuso, entre juego, ya sabes, si me gustaría coger con él.
—¿Y qué le dijiste?
—Pues que no, claro. Pero me arrepentí y el lunes le dije que sí quería.
—¿Y…?
—Pues… no queremos ir a un motel. Me da paranoia eso de que haya cámaras. La casa de él siempre está ocupada y…
—¿Y?
—¡Ay, coño! Ya sabes de qué hablo.
—¿Quieres cogértelo aquí?
Asintió, sonrojada si se podía más.
—Pe-pero ¿cómo? O sea ¿dónde?
—En mi cuarto, mensa.
—Oye…
—¡Ay! —se puso a la defensiva de inmediato —, no te hagas que tú también lo hiciste aquí y yo te guardé el secreto.
—Bueno, bueno, está bien, ya deja eso. Pero ¿qué quieres que haga?
—Quiero traerlo el sábado, y mamá sale a trabajar y viene como a las tres, y tu vas a salir y vuelves como a las doce, así que quería pedir que si traigo aquí a Leonel mientras tu vienes, no le digas a mamá. Me ahorcaría si supiera que estoy con un chavo.
Miré atentamente a mi hermana menor. En sus ojos negros no había rastro de joda, ni tampoco en las mejillas ruborizadas por la vergüenza. Imaginar el valor que tuvo que reunir para ello hizo que en parte se me ablandara el corazón.
—Bueno… el sábado ¿a qué hora viene?
—Temprano, como a las nueve.
—¿Vas a estar tres horas con él?
—Pues… si aguanta —rió, apenada.
—No vas a aguantar tres horas ensartada —le dije en broma para aliviar la tensión y por primera vez nos reímos con complicidad —Ayyy, Clarisa. Bueno, está bien. No le diré a mamá, y qué bueno que me lo dices.
—Luego me gana la culpa. Además me debes el favor.
—Sí, sí. Está bien —luego de eso me sentí muy responsable —. Entonces ¿ya planeaste cómo va a ser?
—¿Cómo de qué?
—O sea, mujer ¡es tu virginidad! No la vas a dar así nada mas. Tienes que arreglarte bien el tesorito, limpiar tu cuarto…
—Estaba pensando en comprar algo de ropa.
—¿Lencería?
—Nada muy hot. Sólo que no quiero que me va con mis calzones de abuelita.
—Pero tienes los cacheteros que mamá te compró.
—Sí, pero están feitos. Quiero una tanga.
—Mmm… bueno.
—Acompáñame a comprar —replicó, ilusionada.
—Va, está bien —me reí, y entonces, llevada por un amor de hermana mayor, me tiré a sus brazos y la rodeé con los míos —. Ay, Clarisa, ya te vas a hacer mujercita.
—Sí, sí, pero no digas nada.
No lo diría, por supuesto. Al menos no por ahora.
Así pues, al día siguiente, cuando teníamos un rato libre, le dijimos a nuestra madre que queríamos ir a comprar ropa a la tienda departamental; se mostró muy accesible en ese sentido.
—Las veré por acá en una hora —dijo, quedándose en la zona de restaurantes para comer algo mientras esperaba a Gustavo, un hombre que tenía visibles antojos de estar con ella y que había conocido en su trabajo.
—Bien, por acá está la tienda de interiores.
—¿Aquí compras tus tangas?
—Sí. Son algo caras pero son de muy buena calidad.
El lugar estaba casi vacío de adultas. En su mayoría eran adolescentes y jóvenes chicas no mayores de treinta años que se paseaban entre las prendas íntimas cuidadosamente colocadas en sus lugares. Tomé a Clarisa de la mano y la arrastré hasta la sección juvenil, porque la muy tonta estaba buscando tangas en la sección de niñas.
—Bien, aquí está. Elige. Yo iré a ver que más hay por allá. Mamá me encargó comprarle unos sujetadores.
Mientras yo iba a lo mío, veía claramente a mi hermana que estaba tocando con las yemas de sus dedos la suave tela de las prendas. Estaba mirando unas con encaje, de color rojo, muy sexys y más que nada destinadas a noches de pasión. Noté el rubor en sus mejillas. Seguramente estaría imaginando cómo sería cuando tuviera la verga dentro de ella. Yo, por otro lado, me sentía responsable de cuidarla. Había depositado una gran confianza en mí y no debía de traicionarla.
Le compré a mi madre dos sujetadores muy bonitos. Yo elegí unos boxercitos muy cómodos de algodón y volví donde Clarisa, que ya había escogido la tanga roja.
—Está un poco transparente la telita —observó.
—Hay, tonta, ni vas a durar con ella. Te la vas a quitar.
—Listo, me llevo esta.
—¿Me arrastraste hasta aquí sólo por una tanga? No seas… cómprate otras. Al menos un sostén que vaya a juego.
—¿Ese rosado?
Puse los ojos en blanco. La chica no tenía una sola idea de la moda.
—Este rojo de acá, con encaje negro va muy bien con el tamaño de tus tetas.
—Si voy a comprar mas, quiero esta que me gustó mucho. Ven.
Se trataba de una tanga azul celeste con un bonito lazo rosado en la parte delantera. Ella la metió de inmediato a su cesto de compras. En total habrá comprado un total de tres tangas y tres sujetadores. Ya tendríamos bastante qué explicarle a mamá cuando viera el nuevo estilo de ropa interior que la florecita de la casa pensaba usar.
Cuando salimos, Clarisa ya se veía mas dueña de la situación. No le dimos importancia a una vieja sesentona que nos miró con un ceño fruncido, porque, no sé si me crean o no, pero en mi país no está muy bien visto que jovencitas como mi hermana anden con una delicada telita entre los glúteos. En cierta forma existe todavía retraso en ese aspecto. Y ni hablar de playas nudistas. Recuerdo haber leído en las noticias cuando unas españolas, que estaban de vacaciones en nuestras playas, hicieron topless y les llamaron la atención.
—Espérate un momento —le dije a Clarisa y la llevé a la farmacia. No había ningún cliente.
—¿Qué hacemos acá?
—Te compraré algo.
El encargado, un chico guapo de menos de treinta años, apareció con una bonita bata blanca desabrochada. Creo que incluso Clarisa se sonrojó. La barba descuidada y los ojos negros indicaban un origen extranjero.
—¿Sí?
—Este… ¿tienes lubricante vaginal?
Con toda profesionalidad (¿Qué esperaban? ¿Qué se me insinuara?) fue a un aparador para buscar lo que le había pedido. Entre tanto Clarisa, sonrojada, me taladró con la mirada.
—¿Qué haces?
—Lo vas a necesitar —le afirmé.
Se enojó, claro, pero yo no le di importancia. El hombre nos trajo tres diferentes marcas de lubricante. Entre tanto, Clarisa, haciéndose la desatentida, se estaba paseando por la farmacia. Yo elegí un lubricante con sabor a naranjas y pagué con mi propio dinero. Salí riéndome de la cara de mi hermana, que farfullaba.
—¿Por qué no lo gritas a todo mundo?
—Cálmate, tonta. Confía en mí —le metí el lubricante en su bolsito. Después de terminar las compras, volvimos con mamá.
Más tarde Clarisa estaba dentro del baño de su cuarto probándose la nueva ropa. Yo, de curiosa y nada mas para joder, estaba allí.
—¿Cómo te quedó?
—La azul está un poco chiquita. Es incómodo. Se me mete mucho entre las nalgas.
—Esa es la idea de una tanga —le dije, detrás de la puerta —¿Y el sostén?
—El blanco me aprieta. Los demás me quedan bien. ¡Ay! No elegí bien.
—Déjame verte.
—¡No!
—Vamos, Clarisa —dije con vehemencia —. Voy a entrar.
—Mmm. Está bien. Pasa.
Suspiré. El idiota de Leonel iba a comerse un bombón con Clarisa, y me preocupaba de que el cabrón no estuviera a la altura. La piel clara de mi hermana contrastaba muy bien con el color de su nueva ropa. Las piernas turgentes y depiladas, el abdomen plano, la curva de las caderas y los senos cubiertos por la delicada tela. Sus hombros pequeños estaban tapados por la seda de su negro cabello.
—Pues al menos te las hace ver mas grandes.
—Pff. Odio mis tetas. No quedan como las de mamá.
—Nah. Mejor así. Las de mamá se caerán cuando tenga mas edad.
—¿Yo qué? —preguntó mamá, asomándose detrás de mí. Miró a Clarisa completita. No sonrió en lo absoluto. Sólo asintió —. Te ves bien ¿quieren pizza para cenar?
—Sí, ¡con piña! —pidió mi hermana. Madre se dio media vuelta y se fue.
—Bueno… al menos no hizo preguntas. Creo que confía en que lo que estemos pensando, se lo digamos.
—Ay, sí se lo diré —dijo Clari, dándosela vuelta y desabrochándose el sostén para probarse otro.
Desde esa posición fue fácil mirar sus nalgas redonditas, y cómo la tanga se le hundía justo entre esas pequeñas partes que pronto probarían las delicias de un hombre. Honestamente me dio un poco de curiosidad saber cómo sería la polla del tal Leonel. Tal vez fuera grande, o pequeña. Gruesa… larga. Había de tantos tamaños.
—Ya elegiste ¿verdad?
—La tanga roja y el bra rojo. Los que me escogiste tú.
—Ah, qué halagada me siento —bromeé en medio de nuestras risas.
Durante la cena, mamá no nos preguntó absolutamente nada sobre el por qué Clarisa se había comprado ropa sexy y corta. Supongo que las cuestiones de vestimenta nos la dejaba a nosotras. Y como mi madre no es ninguna tonta… claro que sospechaba que algo iba a suceder. Cuando a Clarisa le compró sus cacheteros, mi hermanita, que hasta entonces estaba acostumbrada a las braguitas de niña, replicó que no se sentía muy bien usando esa clase de ropa… y meses después se compraba conjuntos así… bueno. Lo que estuviera pensando, no nos lo dejó saber esa noche.
Cuando mi madre ya estaba dormida, entré a ver a mi hermana para saber cómo se sentía al respecto y si no tenía ganas de echarse para atrás.
—Quiero hacerlo de verdad.
—Bueno, pues… buena suerte.
Ya me iba a ir cuando ella me preguntó.
—¿Duele cuando la meten?
—Mmm… al principio sí, pero ni modo. Tienes qué soportarlo.
—¿A ti te dolió mucho?
—Depende de la posición en la que te encuentres —cerré la puerta con seguro y me tiré junto a ella, en la cama. Aunque Clarisa no lo expresaba con claridad, todavía tenía sus dudas —. Hay varias posiciones. La de perrito, la del misionero… son las mas comunes. Si vas a perder tu virginidad lo que te recomiendo es la del misionero. Así lo puedes ver a la cara y eso mm… te ayuda en parte. Ya sabes ¿no? —a continuación abrí mis piernas y las sostuve con las rodillas. Clarisa se ruborizó.
—Sí que estás acostumbrada a abrirte las piernas.
—No seas mensa. Te pones así, suavecita y cooperando.
— ¡Jajaja!
—Luego cuando se recueste sobre ti, lo abrazas con tus piernas y con los brazos, y mientras lo besas dejas que se deslice. Debes estar bien estrecha porque todavía eres virgen. Dolerá, es normal, pero cuando empiece a embestir, tú clítoris olvidará ese dolor y ya no querrás que la saque.
—Tienes mucha experiencia.
—No te asustes cuando lo veas. También te puedes poner de perrita —hice la posición —. Arquea tu espalda así, hacia abajo. No hacia arriba. Levantas las pompas y dejas que vaya todo adentro. Abres un poco nada más para ayudarle. Es un poco vergonzosa porque te ve hasta el culo, pero luego te acostumbras. Abrazas una almohada, te relajas y dejas que el disfrute.
—Ay, muy cabrón. Sólo él va a andar dándome.
—Igual puedes practicar otra. Ya cuando él te la haya metido, pues fácil, te acuestas sobre él y te ensartas tú solita. Controlas el movimiento y cuando la tengas adentro, mueves tus caderas en círculos. Te tocas las tetas, dejas que te las muerda.
Mientras hablaba, tuve que aceptar que comenzaba a caldearme. Hablar de sexo con mi hermana menor me había conectado a ella de un modo particular, y aunque sus claras mejillas estaban algo rojitas por el calor, me miraba atentamente.
—A ellos les vuelve locos si te metes tus pezones a la boca.
—Si me llegan si los estiro.
Me reí.
—Ya lo practicaste, cabrona.
—¡Jaja! Si hay que hacerlo bien.
—Bueno… pues es todo lo básico. Lo demás lo sabrás con el tiempo. Sólo que no te muevas mucho al principio porque por la estreches de tu vagina, vas a hacer que eyacule rápido.
—Eso es lo que no quiero, que se le baje.
—Nah, así son los hombres —nos reímos las dos, como si todavía fuéramos niñas hablando de una travesura.
—¿Algo más?
—Cuando se la mames… hazlo despacio. Pasa la lengua por toda la cabeza de la polla… trata de disfrutarlo. No importa si el te la empuja un poco. Tampoco te asustes si te dan arcadas. Es normal. Los huevos igual los puedes succionar, los muerdes poquito, y si te eyacula en la boca, es tu decisión si lo bebes.
—¿Es rico el semen?
—Seee…
Clarisa asintió con plena atención puesta sobre mí.
—Haz un 69 —le propuse. Sí… para ese entonces yo ya estaba caliente —. Te acuestas sobre él y le dejas disfrutar. Como nosotras lubricamos mucho, ya verás cómo le encanta.
—Aja… okey, creo que es todo lo que quería saber.
—Buena suerte, y disfrútalo.
El día llegó al fin. Mamá, como siempre, se fue a trabajar y yo tenía que salir un poco después. Fui a ver a Clarisa, que ya se estaba vistiendo. Tenía una minifalda de mezclilla y una blusa muy bonita de colores estampados.
—Qué guapa…
—Gracias.
—Ven, te voy a dar algo.
La llevé a mi cuarto. Abrí un cajón y le mostré una cajita de condones que hacía meses que no usaba. La tenía sólo por precaución.
—Son de sabor. Elije uno. Lo vas a necesitar.
—Quiero el de uva.
— Toma. Ah, y me sobra uno texturizado. Son mas ricos.
—Gracias…
Me miró con ojitos de cachorro. Le acaricié la cabeza.
—No tengas miedo. Eres mujer. Algún día tenías que abrirte a un hombre. Disfrútalo. Estás hecha para esto.
—Para coger.
—Por algo Diosito te dio una vagina.
—Sí… bueno, está bien. Ya debe de estar por llegar.
Y llegó. Muy puntual el cabrón de su novio ya estaba en casa. Me saludó con un beso de mejilla, a Clarisa la besó en los labios. Yo ya tenía mis cosas listas para salir.
—Los veré al rato.
Mi hermana me echó una última mirada y yo le levanté el pulgar. Luego me fui.
No obstante, las inclemencias del mal tiempo hicieron que volviera a casa un poco antes. Calculé que Clarisa ya habría terminado. Tampoco contestaba al móvil y pues… una se preocupa, claro. No obstante cuando entré a casa había, en su cuarto, una suave música, así que pensé en que tal vez todavía estaría en pleno acto. Salí al jardín para recoger la ropa tendida antes de que la lluvia cayera, y fue entonces que Clarisa me habló desde su ventana, en el segundo piso. Estaba desnuda, sólo le cubría la manta de la cama. Y estaba despeinada. No vi mucho. Rápidamente gritó.
—¡Dijo mamá que contestes el teléfono! ¡Quiere hablar contigo!
Claro, pensé. A mamá si le contestas pero a mí no.
Entré, respondí. Madre quería que fuera a buscar unos papeles con una señora que vivía cerca de nosotras, así que me acerqué al cuarto de Clarisa para decirle que ya me iba. La música ya no sonaba.
—Ay… ay… mmm…
Eso se escuchaba. El color de la cara se me puso rojo. ¡Oía los gemidos de mi hermanita! Pegué mas la oreja a la puerta.
—Sí, sí… sí… más papito más…
Me aguanté las risas. Los sonidos llegaban un poco apagados. También percibía el “plap plap plap” de los cuerpos chocando, y el crujir chilloso de la cama. Se estaba armando una buena fiesta allí dentro. La voz de Clarisa era… dulce y hermosa. Por el ritmo al que sonaba, la estaban taladrando de verdad, a una buena velocidad.
—Abre mis nalgas —escuché que pedía.
A esos momentos ya no podía marcharme aunque quisiera. No es que yo fuera una espía, y tampoco soy de excitarme fácilmente, pero ¡¿Quién no lo hace con esos sonidos?! El morbo, la complicidad… la inocencia de mi hermana, el saber que estaba convirtiéndose en mujer mientras le penetraban todo el coño….me dejé llevar. Lo siento, Clarisa.
Me senté con la oreja pegada a la pared y metí las manos dentro de mis shorts. Mi vagina estaba húmeda. Como todos los que habrán leído mis relatos, sabrán que tengo una activa imaginación, así que no me fue difícil recrear en mi mente lo que estaba pasando allí dentro.
Es más, incluso entre el marco y la pared de la puerta había una pequeña abertura. Vi apenitas lo que ocurría. Sólo distinguí un rastro de piel blanca de Clarisa. Estaba con la espalda arqueada hacia abajo.
—La de perrito… —me dije.
—Más, más, más, no pares, Leo. No pares. Fuerte, fuerte…
Penetré mi vagina y la estrechés me hizo recordar a la de mi hermana menor. Froté el clítoris con fuerza. Una capa de sudor se me perlaba en el cuello. Estaba disfrutando. De verdad disfrutando. Y es que masturbarme no es algo que haga seguido.
—Ponte así y chúpamela.
—¿Así?
—Sí… así. A ver vente.
—¿Así, papito?
—Así amor… ayy…
—¿Quieres que me la coma toda?
¡Hablaba como una… como una putita! ¡tengo que decirlo! Pero en el buen sentido de la palabra.
—Trágala más. Todo… todo.
—No manches, Leo. Me vas a hacer atragantar.
—Nada que ver. Métetela despacio.
—Es que estoy incómoda arriba.
Cabe decir que estas frases son las que me imaginé que decían, porque el sonido llegaba apagado y tuve que unir las pocas palabras que escuchaba con claridad.
—Así entonces.
Me asomé. Ahora veía claramente en la rendija cómo Clarisa se acostaba y Leo se subía sobre ella. Por desgracia, eso fue todo lo que se apreciaba.
—¿Así te llega al fondo?
Se la estaba cogiendo por la boca. Comenzó él a moverse suavemente. Maldije la pequeña abertura porque no me permitía mas. Cerré los ojos y me concentré en imaginarme a Clarisa recostada con Leo sobre ella y clavándole la verga en la boca.
—Me encanta… me encanta tu verga…
—Cómela mamacita…
—Ay… mmm… mm…
—¿Quieres tu lechita?
Leo era todo un… no sé qué palabra usar.
—Sí, la quiero. La quiero en mi boquita mi amor.
La follada bucal tardó otro poco. Yo ya tenía tres dedos dentro de mí y tenía que morderme los labios para no gemir fuerte. Apreté las piernas tanto como pude. Sentí el calor de mis jugos.
—Ay va… te lo tragas todo.
—Sí, papito.
Clarisa, obviamente, tenía alguna clase de complejo paternal. No había dejado de llamarle papito al hombre.
Hubo un momento de silencio donde sólo la gruesa voz de Leo se oyó gimiendo. Estaba depositando la leche caliente, el esperma delicioso, dentro de la garganta de mi hermanita.
—Así… bébelo. Todo, Clari… todo…ay… mi amor… ¿Te gustó?
—Estaba rica. Pero ya se te bajó… te salió mucha. Mira, me la bebí todita.
—Vamos a descansar un ratito.
—¿Te la puedo chupar mientras?
—Sí… está bien. Pero hasta mis huevos ¿dale?
—Sí.
No lo soporté más. Me corrí. Vi por la rendija claramente el pene semi erecto, la boca de mi hermanita abrirse y meterse la tranca hasta la garganta. Su cabello ocultó el resto.
Quería seguir mirando. Necesitaba hacerlo… pero mamá me mandó un mensaje preguntándome si había ido por los papeles. Sin querer, y todo lo que les acabo de contar, sucedió en media hora. Media hora me la pasé oyendo los gemidos de mi hermana, sus palabras cargadas de vulgaridad y de cachondería, media hora oyéndola disfrutar, media hora escuchando la piel de sus nalgas aporrearse mientras la penetraban.
Me puse otra ropa en silencio, y me fui de la casa.
Cuando volví mas tarde, como a la una, el novio se estaba yendo, y Clarisa me recibió. Tenía la cabellera despeinada, chupetones en las piernas y estaba algo sonrojada.
—¿Todo bien?
—De maravilla —fue todo lo que dijo con una coqueta sonrisa. Entonces me abrazó, y yo también la abracé.
—Eres toda una mujercita.
—Lo sé…
Y allí termina este relato de cómo me masturbé escuchando a mi hermana perdiendo la virginidad.
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14 comentarios - Relato real: Escuchando a mi hermana
Dejo puntos
Contame por mp 😉
Muy muy bueno excelete, gracias x compartir