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Compendio I
Siempre fue un tema de discusión la relación que yo llevaba con Karen.
Marisol me cuestionaba por qué no trataba de comérmela o al menos, “hacerle algo”, ya que según mi esposa, “no sería malo que probase un pastito más verde…”, comentario que me resultaba curioso, puesto que Marisol con suerte tendrá 6 años de diferencia con Karen.
Sin embargo, para mí, Karen era la amalgama perfecta entre una hijastra, una hermana menor y el tabú de una escolar sexy.
En cierta forma, la pequeña bribona estaba marcada con ese tipo de mirada de las mujeres que saben disfrutar bien del sexo, a pesar de sus diecisiete primaveras, aunque a la vez, podía disimular con cierta discreción su promiscuidad.
Tiene ojos celestes, risueños y suaves, con ese ligero toque de soberbia e invencibilidad que nos brinda la adolescencia; cabellos rizados y cortos, hasta la altura de sus hombros, de un tono castaño claro, tirando al rubio, que sugieren, por la alocada manera de esparcirse, el estrambótico estilo de vida que lleva, junto con cierto cariz de ternura; un rostro redondo y beneplácito; labios carnosos y sonrosados, que auguran a una amante apasionada y furiosa y placeres mayores, ocultos en la careta de su juventud; pómulos delgados y rosados; una nariz alargada, con un leve levante en la punta, brindándole un ligero aire arábico y finalmente, un arco entre las paletas de sus blanquecinos dientes, eterno recordatorio de su corta edad.
Sobre su cuerpo, hasta principios del año pasado, no tenía demasiado qué decir: piernas largas, esbeltas, eran parte de su mayor llamativo; su cola, si bien moderada y redonda, no alcanzaba volúmenes demasiado tentativos como para pellizcarle, pero sí lo suficiente para acariciarle con mesura.
Pero su mayor desarrollo físico tomó lugar durante el último invierno, en torno a sus pechos, que si bien, ni siquiera alcanzan el volumen de los de mi esposa, empezaron a llenarse sorpresivamente, volviéndose más llamativos en comparación con sus compañeras.
No cabía lugar a dudas que su desarrollo y el conformado de su cuerpo se debía a la gran cantidad de amantes y clientes que ella tenía, ya que constantemente puteaba. Pero lo que más me llamaba la atención era cierto aire de misandria en torno a sus relaciones.
Nunca me habló de sentirse enamorada. Para ella, las relaciones sexuales tenían un sentido más beneficioso que afectivo, puesto que con eso barajaba la imagen intachable de hija decente que percibía su madre, aunque en realidad, no solo parte de su plantel docente y sus vecinos habían desfilado entre sus piernas, sino que además, lo había hecho en su propia casa.
Sobre su madre, no tenía mucho qué decir, ya que trabajaba 2 turnos, “como enfermera o algo así…” (Parafraseando un poco sus palabras), por lo que se veían muy poco por las tardes, pero en trabajos decentes, con la única motivación para que Karen saliera bien parada en la sociedad y sobre su padre, nunca le conoció, motivo por el que creo que revive constantemente su complejo de Electra, según sea su amante de turno.
En varias ocasiones, me tocó escucharle con una espeluznante frialdad, cómo había ido seduciendo jovencitos de escuelas aledañas (Karen asistía a una especie de elegante internado o “boarding school” católico de señoritas, pero aun residía en su casa), engatusándoles y enamorándoles, hasta que perdieron su virginidad, tras lo cual no pasaba mucho tiempo donde les desechaba, al desear ellos profundizar más la relación.
Todo eso “le aburría” y sin reparo en crueldad o empatía, les decía a los más afortunados que simplemente no los amaba o eran malos amantes (lo cual, me parecía un golpe brutal para ellos, ya que ella era su primer amor) o bien, se mostraba sincera y les dejaba ver que ellos eran solamente uno de muchos de los que disfrutaban de su cuerpo, lo que no era menos desolador.
Pero entre sus “travesuras favoritas”, estaba el hecho que, al momento de recibir la eucaristía, se quedaba de las últimas, para recibirla del tímido y joven sacerdote, al cual intimidaba sin recato alguno.
Le encantaba arrodillarse delante del hombre de fe, fingiendo arrepentimiento y sumisión, pero en lugar de tomar la ostia en su mano, empleaba solamente su boca, retirándola lamiendo también parte de sus dedos con una sensualidad que perturbaba al joven y que entretenía bastante a sus compañeras y que, en al menos 4 oportunidades, había logrado “secuestrar” al sacerdote, para brindarle el pecaminoso placer sobre su masculinidad con el buen uso de su boca.
Pero otro de sus clientes más frecuentes era el director de la escuela. Le describía como un hombre corpulento, calvo, robusto y de cejas pobladas, de unos 55 años, quien no dudaba aprovecharse de la mala reputación de Karen para someterla a sus fantasías más sádicas.
Aparecía entre una y 2 veces a la semana a su casa y por lo visto, Karen disfrutaba demasiado cómo aquel energúmeno la penetraba con violencia una y otra vez, llamándole “puta, sucia” y otras linduras, pellizcando al punto dejar marcas sobre sus juveniles pechos, azotando su trasero hasta enrojecerlo a palmadas y por poco, dislocarle la mandíbula, ante las feroces mamadas que le obligaba a darle, a cambio de borrar sus numerosas transgresiones semanales.
Lo que más helado me dejaba era que el tipo acababa en ella sin usar preservativo y de no ser porque ella a veces se tomaba la pastilla, la vida de Karen estaba a un paso para desbarrancarse por completo.
En 2 ocasiones me llegaron mensajes envueltos en un aura de pánico, donde me informaba que el periodo no le había llegado (porque además, su ciclo menstrual era de lo más irregular posible), para luego descartarlas con fotos de sus test de embarazos negativos, que en ningún momento le solicité.
Y es que cada problema parecía cubrirlo con otra atrocidad mayor. Vale decir que, por ejemplo, para “silenciar a sus vecinos “, los convencía al menos una vez al mes, ya fuera con sexo, sobornos y para los más vigilados por sus esposas, con mamadas esporádicas.
O sino, para proveerse de mayor capital (porque al parecer, las ganancias de la prostitución no le brindaban lo suficiente), también vendía drogas, lo que hacía que la calaña de amigos con los que se rodeaba no siempre fuese la más saludable de todas.
Por ende, las esposas del vecindario le odiaban y de no ser por los agotadores turnos laborales de su madre, que la dejaban rendida el fin de semana, la ilusión de “hija modelo” rápidamente se habría resquebrajado.
Y ya había participado en tríos y orgías e inclusive ya había perdido su virginidad anal a tan corta edad, pero todavía no experimentaba con otras mujeres.
Lo que más me perturbaba al conversar con ella era que la gran mayoría no se preocupaba de usar preservativos. Sé que probablemente, no esté en la altura moral para juzgarla, pero si bien, los he usado poco, las mujeres con las que me he involucrado tienen parejas estables o simplemente, han estado solteras por mucho tiempo y tanto por seguridad mía como la de mi esposa, me controlaba regularmente (algo que profundizaré un poco más en las siguientes entregas) para prevenir cualquier enfermedad venérea.
Pero como mencioné tiempo atrás, la única pareja relativamente estable que tuvo fue su profesor de matemáticas, con quien se involucraba entre 3 y 5 veces a la semana.
Para ella, era un verdadero placer disfrutar del desenfreno reprimido del pobre hombre, quien no dudaba en rendirle honores a su húmeda y transitada entrepierna, con lamidas muy apasionadas.
Particularmente, disfrutaba humillarlo haciendo que le lamiera las corridas que otros hombres habían dejado antes, lo que parecía excitar aún más al perturbado docente y dije “pobre hombre”, porque una vez que su hombría se alzaba a su máximo esplendor, Karen se encargaba de montarlo 2 veces seguidas, sin desenfundar y no satisfecha con eso, se encargaba también de hacerle acabar por lo menos 2 veces más, empleando su boca.
Por alguna estúpida razón, percibía que Karen se sentía celosa de la esposa embarazada de su maestro y se encargaba de drenarlo completamente de su fogosidad, algo que si bien en cierta forma le agradecía (el apetito sexual de la esposa había disminuido considerablemente en su condición), también le hacía alzar sospechas sobre los constantes atrasos de su marido al momento de volver a su hogar.
Pero creo que durante ese tiempo, fui su único amigo varón.
Constantemente reñíamos cuando salía a trotar y nos encontrábamos, porque a pesar de no mostrar demasiado interés en sus encantos, aparecía al principio sin ropa interior en sus partes bajas, por lo que la obligaba a mantener una distancia de 15 pasos.
Las únicas 2 veces que transgredió esa regla fue completamente devastador para mí, dado que en lugar de reponerme de mi trote de 3 kilómetros, me alcé nuevamente y troté de regreso a mi casa, con los pulmones ardiendo en fuego, sin mediar una sola palabra con ella.
Cuando comprendió que aquello me incomodaba y empezó a usar calzones, accedí a que avanzara hasta los 8 pasos, porque también tenía el hábito de fumar cigarros y hierba. Aunque el primero era pasable, no consideraba prudente que lo hiciera tan cerca de mí, puesto que mis pulmones se estaban oxigenando plenamente.
Y como también mencioné al comienzo, la trataba como mi hermana menor o como mi hija, lo que la irritaba tremendamente.
Todo el tiempo trataba de verse como una adulta, aunque su temperamento, volubilidad y motivación de sus acciones demarcaban su inmadurez.
Pero nuestra relación no solamente se extendía al breve intervalo de los jueves, donde trotaba para mantenerme en forma (y de hecho, mi simpatía hacia ella la hizo prolongarla, ya que además de mi rutina de trote, agregué sesiones de abdominales y lagartijas a su lado). También lo hacíamos a través de Whatsapp y a mi esposa le encantaba leer el dialogo que intercambiábamos el uno con el otro.
Entre uno de los más memorables, estaba este:
•Hola, estoy sola. Mamá está trabajando y estoy pensando en ti. ¿Sabes dónde me he metido el dedo?
-¿En tu nariz? … por suerte lo haces a solas.
•¡Estúpido! ¡Eso es asqueroso!
-Pues es bastante asqueroso que pienses en mí cuando te metes el dedo.
Y otra de nuestras joyitas fue este:
•¿Sabes? Me he comprado unas panties y unos bras, pero me quedan pequeños y los siento apretados. ¿No te gustaría verlos y darme tu opinión?
-No creo que sea necesario. Estás obesa, porque fumas, bebes cerveza y nunca ejercitas.
•¡Eres un imbécil!
Sin embargo, también teníamos momentos amistosos y tristes, generalmente asociados a las noches con lluvia (que en Adelaide, eran numerosas), cuando se quedaba sola.
•Mamá ha tenido que trabajar otra vez. Me siento sola. ¿Qué verás por la noche?
Y ahí, conversábamos de películas o de lo que estuviésemos viendo por la tele, mayormente bromeando.
No obstante, su cambio más radical ocurrió a mitad del año pasado, cuando en una fiesta le intoxicaron y me mandó un aterrador mensaje de texto, solicitando ayuda.
Gracias al combinado esfuerzo de mi esposa y el apoyo de la amiga más leal de Karen, alcancé a impedir que la violaran o en lo mínimo, se aprovecharan de ella y rápidamente, la llevé al hospital más cercano, donde constataron que había sido drogada, aunque afortunadamente, sin riesgo vital.
Esa experiencia la cambió de forma discreta y casi imperceptible. De un día para otro (o tal vez, por simple casualidad), me dijo que había roto con su maestro, probablemente porque su bebé ya había nacido.
También me sorprendió un sábado por la noche, al enterarme que había decidido quedarse en casa y que tanto ella como su mejor amiga estaban compartiendo unas pizzas y cervezas, aprovechando que esa noche su madre tenía el turno libre, conversando de hombres y realmente compartiendo, siendo que Karen no perdía sábado en alguna fiesta.
Y fue este cambio el que me motivó a visitarla para Halloween, el año pasado. Esa noche, mandó al azar una foto donde salía disfrazada de zombie y comenté que se veía muy bonita, pero no me dio respuesta.
Decidí sorprenderla y tras pedirle a Marisol, luego de llenar las cestas con golosinas y cargando a mis pequeñas, que estaban prácticamente exhaustas, fuimos hasta su casa.
No esperaba verme esa noche disfrazado como Comandante de la Marina, ni a mi esposa como ángel o a mis pequeñitas, disfrazadas de gatita y de corderito, quedando literalmente sin palabras.
Incluso, tuve que decirle “dulce o travesura”, para forzar una respuesta, ya que no paraba de sonreír.
Créanme que esa noche, se veía de lo menos sensual posible: cubría su piel con una crema pastosa y harinosa, con ojeras oscuras y un labial rosado, que demarcaba un poco sus labios, vistiendo una sudadera con colgantes y unos bermudas color cian muy brillantes, cuya única virtud eran lucir sus hermosas piernas. Pero aun así, hizo despertar en mí el “instinto de viejo verde”…
Marisol tardó en reconocerla, pero yo le pregunté cómo había sido su noche. Ella respondió que nada en especial y que no se esperaba que la visitase. Le agradecí por los caramelos y le recordé que si me necesitaba, me mandara un mensaje de texto y acudiría a ella…
Aunque por primera vez, estaba dispuesto a hacer lo que ella desease.
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4 comentarios - Siete por siete (188): Colegiala, colegiala… (I)
Muchas Gracias!!
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