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Compendio I
He decidido retomar las últimas entradas de aquella parte de mi vida, en vista que otro nuevo ciclo está a vísperas de comenzar.
Mi nuevo cargo contrasta demasiado con el anterior, porque de un ambiente donde el 95% estaba compuesto de mineros rudos y calentones, pasé a otro donde las mujeres superan con creces el 70%. Y dado que esta oficina se encarga de lidiar con la atención al cliente, administración, finanzas, adquisiciones, recursos humanos y otros aspectos de esa índole, la gran mayoría es de buen ver.
Y las mujeres pueden ser tan o más desinhibidas que los hombres en grupos, puesto que sin mucho reparo me han comentado en charlas mañaneras, mientras tomamos café, que me encuentran un “Dilf” o un “Padre que les gustaría coger”, algo que podría denunciarlo como acoso sexual, sino fuera porque vino de los propios labios de la Administradora de Recursos Humanos, que me tiene en la mira desde que llegué.
Y no solamente eso: cada vez que solicito un favor, puedo pasar conversando por más de 5 interminables minutos sobre otras nimiedades que poco y nada tienen que ver con el trabajo (Aspectos emocionales, románticos, solicitud de consejos, etc.), por lo que he debido depender más y más en mi secretaria Gloria, quien también me ve de una manera maternal y protectora, tal cual como Sonia y Hannah lo hicieron en otro tiempo.
No obstante, lo que quiero narrarles hoy ocurrió a finales de noviembre o principios de diciembre del año pasado, un poco antes de navidad y de nuestro eventual traslado de ciudad.
En esos días, iba constantemente a la juguetería predilecta de mi esposa y de mis hijas, buscando conseguir las 2 ponys que Verito insistentemente pidió a Papá Noel. Lamentablemente, por las fechas y por el “Black Friday”, el stock de esas muñecas se agotó y para evitarme la “peregrinación diaria” que estaba llevando a cabo, una de las vendedoras se apiadó de mí y me agregó a whatsapp, para avisarme cuando la nueva mercancía llegaría.
Aunque al principio molestó a sus compañeras, para el día siguiente, las 4 vendedoras me habían agregado a sus contactos y me iban avisando día a día si mi encargo había llegado o no.
Eventualmente, tuve noticias favorables y fui a primera hora al centro comercial. Sin embargo, en la entrada, me encontré con una camioneta de un canal de televisión local, donde estaban haciendo un reportaje y de no ser por el molesto grito de un individuo que parecía un Scorcese moreno e histérico, no habría prestado atención.
Era un espectáculo poco agradable. El tipo tenía una voz profunda y retumbante y tanto el camarógrafo como la delgada periodista solamente asentían con la cabeza.
“¿Dónde está tu espíritu? ¿Qué te pasa? ¡Sigues blanda y aburrida! ¡Es navidad y tú, tan tranquila como domingo por la mañana! ¿No desayunaste? ¿Necesitas un sándwich?” le reprochaba en tono burlón.
“¡Vamos, no sea así! ¡Aún tenemos tiempo para editarlo!” le pedía el camarógrafo.
“¡Tú no me hables!” le replicó en tono cortante. “Sabes bien que esto saldrá en la noche y no pienses que no te escuché por los audífonos. ¡Ahora, lárguense y déjenme en paz!”
El camarógrafo trató de consolar a la animadora.
“¡Relájate! ¡Está así porque se enojó con su novio!” le animó el camarógrafo, en tono conciliador, mientras el Scorcese fracasado era una taza de leche, conversando por su celular.
“¿Ann?” pregunté finalmente, con incredulidad…
Sus hombros se tensaron y su delgada figura fue rotando lentamente, iluminando su agraciado rostro con una cálida sonrisa.
“¿Marco?”
Le invité un café y un pastel y del otro extremo de la cafetería, a ninguna de las vendedoras de juguetes les hacía gracia que anduviese con una hermosa mujer que no fuera Marisol.
En realidad, hasta la barista que nos trajo las bebidas y postres no parecía tan contenta de verme tan bien acompañado, en vista que siempre acudía con Marisol para que tomara unas malteadas de chocolate.
“¿Qué haces aquí?” preguntó sin parar de sonreír.
“Compras navideñas. Ya sabes… responsabilidades de hombre casado…” respondí, encantado con su rostro.
Aún mantenía esa elegancia y distinción que mujeres como ella saben lucir bien.
Si pudiese describirla en una palabra, diría que Ann es “Petite”. Es decir, su físico no está del todo desarrollado y ni sus pechos ni su trasero es tan atractivo dentro de los estándares actuales.
No obstante, Ann posee un rostro encantador: unos hermosos ojos castaños achinados y vivaces, que estudian todo y no aguantan tonterías; unos labios finos, fieros y apasionados al momentos de besar, pero mordaces y desafiantes durante la conversación; mejillas delgadas, con pómulos sonrosados, que le otorgan ternura y elegancia; un rostro largo y ovalado, parecido en cierta forma a una avellana, que brindan calidez y finura; y finalmente, cabello corto, con un color entre el caramelo y miel, que le da modernidad y chispa.
Hacía casi un año atrás, Marisol me había concertado una cita a ciegas con ella, puesto que el antiguo novio de Ann la había dejado en vísperas de navidad.
Pero lo que encontré esa tarde, aparte de un volcán ardiente en pasión y deseo, fue una hermosura singular, con una personalidad elegante y distinguida y de modales refinados, propios de una belleza aristocrática, con un carácter desafiante y mordaz y no me daba dudas que había marcado una impresión en ella…
“Al final, nunca me llamaste otra vez…” comentó, mirándome con cierta travesura, mientras cortaba una delgada rodaja de su postre.
“¡No seas así! ¡Recuerda que soy un padre, casado y con responsabilidades!” respondí, intimidado por ella.
“¡Está bien! ¡Está bien!” replicó ella, más divertida. “Solo digo que esa tarde la pasamos bien… y que me habría encantado repetirla…”
Finalmente, podía leer en sus ojos lo ganosa que estaba y siendo honesto, yo también, porque vestía la chaqueta del canal donde estaba trabajando, una camisa y falda verde y zapatos de tacón, que estaban reavivando las durmientes fantasías sexuales que tuve sobre ella…
Pero debía mantener cierta dignidad y me apegué al rol de “padre responsable y desinteresado”, que estaba llevando a cabo.
Me contó que había conseguido una práctica profesional en el canal y que estaban probando para contratarla en planta. Ese era el segundo reportaje que desarrollaba. El primero había sido meses atrás, donde le tocó entrevistar a una vendedora de una gasolinera que había sido asaltada por un hombre armado con un hacha y sus averiguaciones fueron tan locuaces, que la cadena decidió prepararla para que entrara a sus filas.
“El único problema es que ha sido pésimo para mis relaciones sociales…” comentó, con una mirada lastimera, tras limpiar sus bellísimos labios luego de beber su café. “No he tenido tiempo para nada ni para nadie en todos estos meses… y ahora, justo que cumplo un año desde que dejé a Shawn, mi coordinador me pide que tenga espíritu navideño, ¿Te lo imaginas?”
Pero por la forma que lo decía, no era que estuviese melancólica. Más bien, ella estaba caliente y podía ver cómo me tanteaba, para ver si daba el salto.
“Pues no lo sé. Pero ¿No te pones nerviosa frente a la pantalla?”
Su rostro se alegró con una tímida risilla.
“¿De qué hablas? No es mi primera vez…”
“Pero… ¿No piensas en la gente que te ve del otro lado de la pantalla?”
Hizo una mueca modesta.
“No, ya lo he hablado con mis padres y están bien. Se sienten orgullosos de verme y ya no me preocupa.” Sentenció cortésmente.
“Pero… ¿Qué hay de los desconocidos? ¿No piensas en ellos?” volví a insistir con entusiasmo.
“No, ya te he dicho que no es mi primera vez.” Replicó, levemente ofuscada.
“¡Lo sé!... pero… ¿No te has puesto a pensar que… de los miles de personas que te ven… probablemente, te vea tu futura pareja?”
Me miró sin entender y aproveché de manifestar la fantasía que estaba gestando dentro de mí.
“Es que, si Marisol apareciese cada noche en televisión, no lo podría creer… y le estaría diciendo a todos mis compañeros que esa chica hermosa es mi esposa… y si ella me diese una señal… ya sabes… una sonrisa… un gesto… o algo especial en la pantalla… que dijera lo caliente que está por mí… haría cualquier cosa por ella…”
Esa confesión me hizo divagar y sacar la verdadera sonrisa libidinosa que ocultaba bajo mi mascara.
Por su parte, decir que “haría cualquier cosa”, le hizo picar la curiosidad y ya nos mirábamos dentro de la misma sintonía.
“¿Te gustaría… ver el interior de la camioneta?” preguntó, con un entusiasmo que parecía desbordarla de su cuerpo.
Salimos a paso presuroso, pero moderado. Era un hecho para los 2 que tendríamos sexo ahí, pero no por eso, podíamos perder la compostura.
Tras cerrar las puertas, me mostró los monitores, pero no dejé que me explicara, porque la besé alocadamente, apoyando su cuerpo sobre la consola.
Y es que como le expliqué a Marisol, no me caben dudas que Ann llegará a ser una periodista prestigiosa y reconocida y la idea de saber que la periodista seria que discute las repercusiones en Korea del Norte tras la victoria de Trump en las elecciones presidenciales, es la misma chica que se comporta contigo como la más grande de las putas y no para de chuparte hasta dejarte completamente seco, debe ser algo que cambia completamente tu perspectiva sobre la política exterior o cómo uno ve los noticiarios.
Por ese motivo, empecé a trabajarla a ella y lo que más marcado me quedó fue que Ann usaba pantys semi-transparentes, que embellecían más sus piernas y a la vez, me confirmaban su “celibato auto-impuesto”, con una barrera casi invisible.
Podía apreciarse, aparte de su leve humedad, algunos pocos pendejos oscuros, que exacerbaban el aroma maravilloso a hembra caliente y juvenil. No digo que Marisol no huela de esa manera cuando la atiendo, pero sí admito que me agradaba un aroma distinto.
Le levanté la falda, fui lamiendo desesperado y ella disfrutando finalmente, de la atención de un hombre y mis pensamientos, en esos momentos, iban progresando con cada lamida…
Porque luego de brindarle placer, le pediría que cumpliera mi fantasía, brindándome una mamada espectacular, donde le obligaría que se la tragara completa, para que no se manchase con mi corrida. Después, la dejaría que hiciera su reportaje y la llevaría a un motel, donde la penetraría seguramente sin condón (estaba tan caliente y convencido de su celibato, que estaba seguro que ella aceptaría) y luego de dejarla bien llena, le pediría que me cediera el más grande placer que una mujer puede dar: quitarle la virginidad de su cola, lo cual aceptaría más que dichosa…
Pero como dicen, “El hombre propone…”
“¡Síiii!... ¡Así!... ¡No pares!... ¡No!” gozaba ella, apoyando su entrepierna y sobándola sobre mi boca con perfidia, mientras mi lengua se infiltraba en aquellos húmedos y jugosos recovecos, cuando la puerta de la camioneta se abre…
“Ann, Duncan pregunta…” alcanzó a decir el camarógrafo, para quedar petrificado al ver a su compañera cabalgando sobre la boca de un desconocido.
“¡Ahhh!... ¡Ahhhh!... ¿Qué… quieres?” bramó ella, enfurecida, pero sin parar de satisfacerse.
“D-D-Duncan… Duncan quiere… que lo intentes otra vez…” tartamudeó el camarógrafo, subiendo y bajando la cabeza, a medida que Ann me cabalgaba.
“¡Demonios!” replicó, teniendo otro pequeño y enérgico orgasmo. “¿No puede… esperar 20 minutos?”
“¡No!... dice que… tenemos que editar…”
“¡Maldición!” protestó una vez más, convulsionando violentamente sobre mi cara.
Estaba agotada y medianamente satisfecha, pero Ann, al igual que yo, prioriza las responsabilidades al placer.
Nos miramos brevemente a los ojos y nos sonreímos. Era claro que no podríamos continuar después…
Le ayudé a arreglarse lo más que pudiera y me sequé un poco sus jugos de mi rostro. No obstante, el camarógrafo todavía la contemplaba absorto cómo se iba reacomodando el calzoncito y las pantys, sin siquiera pestañear.
Era un chico de unos 25 años, no muy robusto y con una barba hipster, que demostraba su soltería (si tuviese novia, no andaría tan desaliñado…), con lentes, que me recordaba un poco a Kevin Smith.
Lo tomé por el hombro y le empujé para afuera.
“¡Amigo, invítala a salir!” le dije, leyendo su mente. “Esa chica está desesperada por tener buen sexo y yo no puedo complacerla (le mostré mi anillo de matrimonio). Aprovecha de cumplir lo que yo no pude hacer…”
Y lo dejé que procesara las ideas. Fui directamente al baño, me lavé la cara y traté de enfriar lo más que pude mi erección.
Posteriormente, marché hasta la tienda, donde las 4 vendedoras, de brazos cruzados, me hicieron pagar a precio completo mis encargos, a diferencia de las otras veces que me cedían un descuento del 7% y para cuando salí, la camioneta del canal se había marchado.
Al llegar a casa, le conté a mi esposa lo ocurrido y con mucha ansiedad, esperamos el noticiario de la noche.
A los 2 se nos cortó la respiración cuando anunciaron el reportaje y tal cual lo había dicho el “Scorcese fracasado”, Ann se veía desinteresada al comienzo.
No obstante, durante la narración del reportaje (que trataba de la alza de los precios producto de las fechas), la voz de Ann se escuchaba “más alterada y furibunda”, contrastando con el tono pausado y tranquilo del comienzo.
Pero cuando yo perdía las esperanzas que le cedieran una conclusión ante tal errático reportaje, apareció una vez más la figura de Ann, frente a las puertas del North Haven.
No se veía como la chica relajada del comienzo del reportaje. Más bien, se le notaba alterada y tensa, pero seguía manteniendo su profesionalismo.
Y justo cuando tenía que despedir el reportaje, sonríe levemente con esa malicia y picardía que a cada hombre nos hace volar en ilusiones y sabía bastante bien a quién iba dedicada.
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