Estábamos en casa de Yise y Mariano, una pareja amiga de esas entrañables, que cada vez que nos encontramos la pasamos muy bien.
Viven en Mercedes, así que cuando nos encontramos pasamos un par de días juntos, ya sea en casa o en la de ellos.
Viajamos con Javier en tren. Llegamos temprano. Era sábado y fin de semana largo.
Al bajar el aire fresco de la mañana otoñal nos despabiló. Bajamos del andén y los chicos nos esperaban en el auto, haciendo monerías desde adentro, atragantados de facturas que rebalsaban de un paquetón de papel madera. Respondimos agitando las manos y fuimos hacia el auto. Bajaron , nos abrazamos, nos saludamos y respondimos los interrogantes cotidianos de los reencuentros.
Tienen una casa hermosa, un chalecito campestre, con ventanales, de colores cálidos y muebles de madera, con un hogar a leña que calefacciona toda la casa a una temperatura perfecta.
Tomamos mate hasta el mediodía, entre charlas que se sucedían ininterrumpidamente, hasta que escuchamos un sonido de motor que se acercaba. El ruido del auto anuncio la llegada de unos amigos de los dueños de casa a los cuales solo conocíamos por comentarios.
Mariano fue a recibirlos, y casi automáticamente nos paramos todos y fuimos hacia la puerta.
Se saludaron, y nos presentaron. Mili y Joaquín eran visiblemente divertidos, muy extrovertidos, me atrevería a decir sexys atractivos, aunque eso no signifique hermosos.
Fuimos todos hacia el comedor.
Después de una picada, almorzamos unos fideos con tuco riquísimos.
Yise siempre fue una excelente cocinera.
De postre los chicos habían traído helado de limón y champagne.
Todo fue muy distendido y divertido, amenizado con el espumante y los disparates cómicos en que nos subimos todos.
Pusimos música y esporádicamente ensayamos unos pasos.
Ya estaba oscureciendo, y los hombres se fueron al centro del pueblo a buscar algunas bebidas.
Nos quedamos las tres y abrimos otra botella de vino.
En sendas copas nos la bebimos y Yise fue por otra. Mili aprovecho y fue a cambiar la música, y como no podía ser de otra manera, faltaba un tema cursi y ganchero para que nuestro temor al ridículo sucumbiera. Comenzó a sonar el tema de Joe Coocker
“Puedes dejarte el sombrero puesto”. Simulando el famoso striptease de Kim Basinger en Nueve semanas y media, exageradamente actuando, se dio vuelta y encaro hacia mí que estaba tirada en el sillón. A todo esto vuelve de la cocina Yise con otra botella, y nos sumamos al baile cagándonos de la risa.
Mili no salía del personaje, comenzó a desabrocharse la camisa, ya se había sacado una camperita y nos la había revoleado en la cara. Totalmente compenetrada, nos miraba fijo y seguía con su play back danzado. Se saco la camisa y nos la tiro también.
Casi sin darnos cuenta comenzamos nosotras a seguirla en su actuación.
El volumen nos impedía escucharnos, aunque no había nada por decir.
Como tres hipnotizadas montamos un espectáculo para un auditorio vacío. En verdad era nuestro espectáculo.
Yise se acercó a Mili, le posó las manos sobre las tetas, que estaban sujetas a un corpiño de algodón blanco, mientras ésta le levantaba la remera. Dejó de tocarla y alzo los brazos para que termine de sacársela.
Yise no usa corpiño, así que quedó con sus rosados pezones a la vista. Empecé a aplaudirlas fervorosamente, sin perder el ritmo. Nuestras caras eran expresiones exageradas. Bailábamos desenfrenadas, hasta que ambas se abalanzaron hacia mi con cara de profesionales bailarinas que ejecutan una coreografía excitante, me sacaron la blusa y el corpiño al mismo tiempo, y me gustó.
Mili tiró el suyo también, y como fieles integrantes de un hechizo ejecutado en danzas, giramos y giramos hasta que terminó el tema. Teníamos las copas llenas y las bebimos como recuperando combustible para seguir con el siguiente baile. Nos descalzamos. Me rodearon y comenzaron a aplaudir agitándome a que me mueva aun más.
Acepté el desafío, y siguiendo el juego del striptease, subí a la mesa, me desabroché sugestivamente el pantalón, y con contorneos de cadera algo salvajes deje que se deslizara lento hasta los tobillos.
Por un momento perdí el contacto visual con la realidad, inducida por el alcohol y la música, con los ojos cerrados, hasta que sentí la cercanía de sus cuerpos que ya estaban completamente desnudos.
Nos fundimos en un abrazo nos acariciamos, nos tocamos, nos rozamos al son de los sonidos, frotándonos, con las pieles erizadas y los labios que casi imperceptiblemente se posaban unos con otros.
Tres cuerpos formando uno, atrapados en caricias y recursos acompasados, respiraciones agitadas que hablaban a través de nuestras sensaciones.
Ya no importaba el ritmo, pues el mismo era el que dictaba nuestra epidermis, nuestras caricias, nuestros besos, que pasaron de ser tímidos a desesperados, pero con la delicadeza de nuestra femineidad . No nos hablamos, nos tocamos, suaves, con fuerza, en silencio, llevadas por la atmósfera de distensión y buena vibración que nos sacudía fogosamente sobre la mesa, llevándonos de excursión sobre nuestra seducción de mujer, tersa, ardiente y extremadamente sustantiva.
De repente la música se corto y estallaron aplausos frenéticos. Las tres saltamos de sorpresa. Nuestros hombres hacía rato habían vuelto, y nos miraban con gestos que difícilmente no estén relacionados a la calentura, batiendo sus palmas como ante una fenomenal obra de teatro recién concluida.
Rompimos en carcajadas, nos incorporamos y saludamos como desde un escenario.
No atinamos a vestirnos, es mas, nuestras parejas no nos lo permitieron durante toda la noche, la cual acababa de dejar en claro que seria larga y de lo más divertida.
Así fue, y así también fue que no fue la única…
Viven en Mercedes, así que cuando nos encontramos pasamos un par de días juntos, ya sea en casa o en la de ellos.
Viajamos con Javier en tren. Llegamos temprano. Era sábado y fin de semana largo.
Al bajar el aire fresco de la mañana otoñal nos despabiló. Bajamos del andén y los chicos nos esperaban en el auto, haciendo monerías desde adentro, atragantados de facturas que rebalsaban de un paquetón de papel madera. Respondimos agitando las manos y fuimos hacia el auto. Bajaron , nos abrazamos, nos saludamos y respondimos los interrogantes cotidianos de los reencuentros.
Tienen una casa hermosa, un chalecito campestre, con ventanales, de colores cálidos y muebles de madera, con un hogar a leña que calefacciona toda la casa a una temperatura perfecta.
Tomamos mate hasta el mediodía, entre charlas que se sucedían ininterrumpidamente, hasta que escuchamos un sonido de motor que se acercaba. El ruido del auto anuncio la llegada de unos amigos de los dueños de casa a los cuales solo conocíamos por comentarios.
Mariano fue a recibirlos, y casi automáticamente nos paramos todos y fuimos hacia la puerta.
Se saludaron, y nos presentaron. Mili y Joaquín eran visiblemente divertidos, muy extrovertidos, me atrevería a decir sexys atractivos, aunque eso no signifique hermosos.
Fuimos todos hacia el comedor.
Después de una picada, almorzamos unos fideos con tuco riquísimos.
Yise siempre fue una excelente cocinera.
De postre los chicos habían traído helado de limón y champagne.
Todo fue muy distendido y divertido, amenizado con el espumante y los disparates cómicos en que nos subimos todos.
Pusimos música y esporádicamente ensayamos unos pasos.
Ya estaba oscureciendo, y los hombres se fueron al centro del pueblo a buscar algunas bebidas.
Nos quedamos las tres y abrimos otra botella de vino.
En sendas copas nos la bebimos y Yise fue por otra. Mili aprovecho y fue a cambiar la música, y como no podía ser de otra manera, faltaba un tema cursi y ganchero para que nuestro temor al ridículo sucumbiera. Comenzó a sonar el tema de Joe Coocker
“Puedes dejarte el sombrero puesto”. Simulando el famoso striptease de Kim Basinger en Nueve semanas y media, exageradamente actuando, se dio vuelta y encaro hacia mí que estaba tirada en el sillón. A todo esto vuelve de la cocina Yise con otra botella, y nos sumamos al baile cagándonos de la risa.
Mili no salía del personaje, comenzó a desabrocharse la camisa, ya se había sacado una camperita y nos la había revoleado en la cara. Totalmente compenetrada, nos miraba fijo y seguía con su play back danzado. Se saco la camisa y nos la tiro también.
Casi sin darnos cuenta comenzamos nosotras a seguirla en su actuación.
El volumen nos impedía escucharnos, aunque no había nada por decir.
Como tres hipnotizadas montamos un espectáculo para un auditorio vacío. En verdad era nuestro espectáculo.
Yise se acercó a Mili, le posó las manos sobre las tetas, que estaban sujetas a un corpiño de algodón blanco, mientras ésta le levantaba la remera. Dejó de tocarla y alzo los brazos para que termine de sacársela.
Yise no usa corpiño, así que quedó con sus rosados pezones a la vista. Empecé a aplaudirlas fervorosamente, sin perder el ritmo. Nuestras caras eran expresiones exageradas. Bailábamos desenfrenadas, hasta que ambas se abalanzaron hacia mi con cara de profesionales bailarinas que ejecutan una coreografía excitante, me sacaron la blusa y el corpiño al mismo tiempo, y me gustó.
Mili tiró el suyo también, y como fieles integrantes de un hechizo ejecutado en danzas, giramos y giramos hasta que terminó el tema. Teníamos las copas llenas y las bebimos como recuperando combustible para seguir con el siguiente baile. Nos descalzamos. Me rodearon y comenzaron a aplaudir agitándome a que me mueva aun más.
Acepté el desafío, y siguiendo el juego del striptease, subí a la mesa, me desabroché sugestivamente el pantalón, y con contorneos de cadera algo salvajes deje que se deslizara lento hasta los tobillos.
Por un momento perdí el contacto visual con la realidad, inducida por el alcohol y la música, con los ojos cerrados, hasta que sentí la cercanía de sus cuerpos que ya estaban completamente desnudos.
Nos fundimos en un abrazo nos acariciamos, nos tocamos, nos rozamos al son de los sonidos, frotándonos, con las pieles erizadas y los labios que casi imperceptiblemente se posaban unos con otros.
Tres cuerpos formando uno, atrapados en caricias y recursos acompasados, respiraciones agitadas que hablaban a través de nuestras sensaciones.
Ya no importaba el ritmo, pues el mismo era el que dictaba nuestra epidermis, nuestras caricias, nuestros besos, que pasaron de ser tímidos a desesperados, pero con la delicadeza de nuestra femineidad . No nos hablamos, nos tocamos, suaves, con fuerza, en silencio, llevadas por la atmósfera de distensión y buena vibración que nos sacudía fogosamente sobre la mesa, llevándonos de excursión sobre nuestra seducción de mujer, tersa, ardiente y extremadamente sustantiva.
De repente la música se corto y estallaron aplausos frenéticos. Las tres saltamos de sorpresa. Nuestros hombres hacía rato habían vuelto, y nos miraban con gestos que difícilmente no estén relacionados a la calentura, batiendo sus palmas como ante una fenomenal obra de teatro recién concluida.
Rompimos en carcajadas, nos incorporamos y saludamos como desde un escenario.
No atinamos a vestirnos, es mas, nuestras parejas no nos lo permitieron durante toda la noche, la cual acababa de dejar en claro que seria larga y de lo más divertida.
Así fue, y así también fue que no fue la única…
3 comentarios - Santísima trinidad